Abrir puertas a la tierra : microanálisis de la construcción de un espacio político : Santa Fe, 1573-1640
 9789874652201, 9874652209

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Abrir puertas a la tierra Microanálisis de la construcción de un espacio político Santa Fe, 1573-1640

Darío G. Barriera

Juan Carlos Garavaglia partió el 15 de enero, cuando este 2017 despuntaba. Su partida nos dejó tristes, fanés, descangallados, con un desconsuelo de difícil manejo. Dedico esta segunda edición a su encantadora presencia, que es indeleble y –hablo por muchos– felizmente nos habita.

Abrir puertas a la tierra Microanálisis de la construcción de un espacio político Santa Fe, 1573-1640

Darío G. Barriera

2017

Darío G. Barriera Abrir puertas a la tierra : microanálisis de la construcción de un espacio político : Santa Fe, 1573-1640 . - 2a ed. - Santa Fe : Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe, Museo Histórico Provincial Brigadier Estanislao López, 2017. 424 p. ; 22,5x15,5 cm. ISBN 978-987-46522-0-1 1. Historia de América del Sur. I. Título. CDD 980 Composición y diseño: mbdiseño Diseño de Tapa: mbdiseño Ilustración de tapa: La parte sur de Sudamérica, Petrus Plancius (c. 1592), detalle. Reproducción alojada en el Archivo Histórico de Guayas, Ecuador -archivo disponible bajo licencia CC0 1.0. TODOS LOS DERECHOS REGISTRADOS HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY 11723 © Darío Gabriel Barriera © de esta edición: Museo Histórico Provincial Brigadier Estanislao López, Santa Fe Realizado con el apoyo del Programa Espacio Santafesino del Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido su diseño tipográfico y de portada, en cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin expresa autorización del editor. Este libro se terminó de imprimir en ART Talleres Gráficos, Rosario, Argentina, en abril de 2017. Impreso en la Argentina ISBN 978-987-46522-0-1

Índice Introducción........................................................................................... 9 Agradecimientos..................................................................................... 15 Siglas y abreviaturas más utilizadas........................................................ 17 CAPÍTULO I El Río de la Plata Construyendo los bordes de la Monarquía Hispánica................................ 19 CAPÍTULO II Urbis et civitas La ciudad como dispositivo de conquista y colonización........................... 49 CAPÍTULO III Un lugar para la historia........................................................................... 75 CAPÍTULO IV Organizar la extensión Occidentalización y equipamiento político del territorio............................ 97 CAPÍTULO V La dimensión local del gobierno y la justicia............................................. 135 CAPÍTULO VI La rebelión de 1580 Significado y escalas de un acontecimiento............................................... 159 CAPÍTULO VII Una organización política sensible: el cabildo santafesino entre 1573 y 1595.................................................... 197 CAPÍTULO VIII La dimensión política de la medida de las cosas........................................ 209

CAPÍTULO IX La encomienda y los encomenderos Constricciones y oportunidades, derecho y fuerza..................................... 239 CAPÍTULO X Clero regular ordena mundo secular Los Jesuitas en Santa Fe .......................................................................... 267 CAPÍTULO XI La política local como espacio de negociación La ley y su interpretación por el cabildo entre dos gobernaciones (1615-1625).............................................................................................. 291 CAPÍTULO XII La familia del fundador Tejido de lealtades, espacio de confrontación............................................ 327 CAPÍTULO XIII La Justicia como laboratorio Del mundo seguro al terreno de la incertidumbre...................................... 359 Conclusiones........................................................................................... 415

Introducción

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or encima de la pizarra, el redondo reloj blanco de pared daba las cinco y cuarto de la tarde. El presidente del jurado había terminado de leer el dictamen de la defensa de mi tesis doctoral y yo todavía transpiraba. La pertinaz sudoración se debía tanto a los nervios propios de la situación como al calor sin atenuantes tecnológicos que hacía a comienzos de junio en aquella sala del 105 Boulevard Raspail. Juan Carlos Garavaglia –uno de los miembros del tribunal que examinó la tesis– esperó las felicitaciones, me dejó disfrutar de largos abrazos con mis directores y cuando volví a quedar frente a él tomó con fuerza los tres tomos amarillos de lomo negro, me miró fijamente y dijo: –Ahora los ponés en el fondo de un baúl, te sentás arriba y esperás dos años. Después los sacás, agarrás una tijera así y cortás, cortás, cortás... [cuando dijo “así”, ya había apoyado de nuevo los tomos en la mesa y, levantando los brazos conformó un ángulo casi recto, sugiriendo que la tijera no era de costura sino de jardinería, de las grandes, de podar]. A pesar de mi estado, creo haber comprendido el mensaje: en su inmensa generosidad, la había leído completa,y la cosa le había parecido innecesariamente larga. Tenía razón. Mis directores también pensaban lo mismo, pero me habían permitido expresarme sin hacerme pasar por domesticaciones a las cuales no hubiera sobrevivido por falta de elementos. Viendo el consenso existente sobre el asunto, tomé el consejo por bueno inmediatamente y me lancé en esto de cortar, empezando por las cien páginas iniciales de discusiones historiográficas que, como estaban actualizadas y tenían cierta unidad interna, había enviado a evaluar como artículos.1 Pero tras los primeros cortes, los dos años de reposo se 1

De estas amputaciones sin anestesia felizmente publiqué de manera casi inmediata: “Por el camino de la Historia Política: hacia una historia política configuracional”, en Secuencia, núm. 53, México, mayo-agosto de 2002, pp. 163 a 196; “La historia del poder político sobre el período temprano colonial rioplatense. Razones de una ausencia – Propuestas para una agenda”, en Penélope. Revista de História y Ciências Sociais, Núm. 29, 2003, pp. 133-159, “Las babas de la microhistoria. Del mundo seguro al universo de lo posible”, en Prohistoria, Año III, núm. 3, Rosario, 1999 y “Después de la microhistoria. Escalas de observación y principios de análisis: de la microhistoria al microanálisis radical”, incluido en Ensayos sobre Microhistoria, Jitanjafora, México, 2002, pp. 7-38. Borradores de esos artículos constituían la primera parte de la tesis. Por último, los introitos a los análisis sobre la familia de Garay y algunas consideraciones metodológicas sobre el análisis de los pleitos de lo que era la cuarta y última parte de la tesis sirvieron de base para “La familia, la historia social y la historia del poder político”, en BARRIERA, Darío y DALLA CORTE, Gabriela –compiladores– Espacios de Familia: ¿tejidos de lealtades o campos de confrontación? España y América, siglos XVI-XX, Jitanjafora, Morelia, 2003, pp. 303-323 y “La justicia como laboratorio para la historia. Relaciones personales y recursos jurídicos en procesos judiciales (Santa Fe, Río de la Plata, siglo XVII)”, en Tierra Firme, XX, 78, Caracas, 2002, pp. 143-165.

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transformaron en diez y la tijera que utilicé para esto es ahora una modelo Macintosh, pequeña y liviana, pero tan efectiva como la sugerida por Juan Carlos. La prehistoria de este libro se ha extendido demasiado. Tengo la sensación de estar dando a la imprenta un libro ya viejo y por eso necesito ofrecer sintéticamente motivos que debo expulsar. Pasé mucho tiempo convencido de que ya no iba a editarlo. Su contenido se basa en investigaciones que hice entre 1997 y 2002 bajo la dirección de Bernard Vincent y María Inés Carzolio, mientras que su escritura se desarrolló en dos etapas. La primera (de extensión y ligada a la tesis) entre 1999 y 2002, cuando preparé las tres partes del original en español de la tesis que François Godicheau tradujo al francés para que pudiera presentarla en la EHESS. La segunda –de compresión y ligada al libro que publicaría la EHESS, entre 2003 y 2006 y que ahora publicará PUM en Toulouse– se realizó sobre el texto en francés, para acomodarlo al formato y extensión requeridos. La dilación de la edición del libro en francés me acicateó para reconsiderar la idea de publicar una versión en español del que habíamos concluido con François a finales de 2006 para la editorial francesa. Para cerrar esta operación, entonces, renuncié a introducir correcciones, modificaciones y actualizaciones que son seguramente exigibles, y solamente corregí algunos errores insoslayables. Como testimonio de ellos queda la Tesis (2002) disponible en línea completa, documentando todo para bien y para mal.2 Por otra parte, el libro estuvo primero terminado en otra lengua por motivos que no convoco como justificación, sino que la sensibilidad histórica exige: mi decisión de no publicarlo reposaba en que el texto envejecía más rápidamente de lo soportable, pero esto se debe finalmente a razones interesantes, entre las cuales se destacan la brutal aceleración del cambio tecnológico y, desde 2003, el crecimiento exponencial de la inversión del Estado argentino en investigación científica. A primera vista parece paradójico: esto debió facilitar la terminación del proceso. Sin embargo, para mí subrayaba la muy diferente dinámica de la investigación realizada frente a la que podría estar realizando en un momento en el cual, como expondré enseguida, mis proyectos de investigación ya no se enfocaban sobre Santa Fe la Vieja. Esta investigación primaria y primitiva se hizo entrando a los archivos con lápiz y cuartillas (Oscar Trujillo y Ana Díaz Serrano son testigos oculares de la segunda vez que fui al Archivo de Indias en esas condiciones); la masificación de los modos electrónicos de captura de imágenes revolucionó el 2

Versiones en microficha fueron entregadas a diversas universidades; la versión publicada por el ANRT de Lille, à l’état, sin una sola corrección, está disponible en línea desde 2007 bajo su título original: Vers une histoire politique configurationnelle. Conquérants, familles et rapports de pouvoir dans une ville aux confins de l´Empire Espagnol (Santa Fe, Río de la Plata, XVI-XVII siècles).



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rendimiento de las visitas a los archivos y además, afortunadamente, la puesta en línea de muchos documentos aquí utilizados pudo ser consultada para las correcciones sin viajar a Santa Fe.3 Esto siempre me hizo sentir que el texto envejecía rápido. Para no perderlo todo, mi estrategia fue la de hacer algunos artículos en español con base en diferentes capítulos o a partir de algunos problemas. Y eso mismo (sumado a mi trabajo en la docencia, en las nuevas investigaciones y en la edición) explica por qué nunca llegaba el tiempo para este libro que, al mismo tiempo, me decía, requería más y más correcciones. Otro motivo que parece importante explicitar está calzado con este: en junio de 2002 nuestro país ya no estaba en llamas, pero caminábamos sobre una herencia de cenizas humeantes y algunas brasas todavía ardientes. Por cierto, el 26 de junio de ese año demostró de un modo triste y palmario la fragilidad de aquel momento.4 Mi situación laboral cabalgaba entre la multiocupación y cuentas que no cerraban para lo mínimo, de modo que, ya doctorado, acepté una generosa oferta de trabajo en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde enseñé muchas horas –y aprendí muchas cosas– entre octubre de 2002 y abril de 2003, cuando regresé para incorporarme como miembro de la Carrera del Investigador Científico a CONICET –algo que no se concretó de manera efectiva sino hasta 2004. Mi inserción en el sistema de investigadores de CONICET tuvo un efecto decisivo en mi vida. Decisivamente benéfico. No había recibido becas para hacer el doctorado,5 por lo tanto para mí significó el ingreso a un universo completamente diferente, donde podía y debía profesionalizarme. En buen romance, fue solamente a partir de entonces –tenía ya 38 años– cuando dejé de autofinanciarme haciendo otras cosas (básicamente 3

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Algunos legajos de AGI (que inicialmente utilicé microfilmados) así como documentación del cabildo santafesino que puso en línea el Gobierno de la Provincia de Santa Fe desde hace algunos años. Mientras que para leer los microfilmes –que ya significaban un progreso, puesto que no había que ir físicamente a Sevilla– debía pedir turnos de una o dos horas en los lectores cuya utilización me facilitaba generosamente Carina Frid en el Parque España a finales de los años 1990s, la puesta en línea del material permite un trabajo intensivo y a destajo sobre el material. Me refiero a los sucesos tristemente conocidos como masacre de Avellaneda, donde fueron asesinados los militantes sociales Maximiliano Kostecki y Darío Santillán. Debo reconocer otros apoyos: Entre 1995 y 1997 viajé a los archivos de Santa Fe y Buenos Aires con viáticos de dos proyectos financiados por CONICET que dirigía Nidia Areces, a quien agradezco por su confianza en aquellos inicios, cuando realicé bajo su dirección mi tesis de licenciatura sobre Hernandarias de Saavedra. A fines de 1996 obtuve una plaza Intercampus en la Universidad de Almería (España); gracias a Francisco Andújar Castillo y Bernard Vincent, desde allí pude viajar a París para comenzar el doctorado en la EHESS. En 1998 obtuve una de las becas de la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe, que consistió en seis asignaciones mensuales de una suma fija que utilicé para viajar a Santa Fe y continuar con el relevamiento de expedientes en el Museo Etnográfico.

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música, lo cual no era desagradable como lavar platos pero sí muy exigente mental, emocional y físicamente) y mis investigaciones, planificadas sobre un ingreso regular, adquirieron un carácter sistemático. Quise y pude pensar proyectos nuevos, elegí una temática y me planteé un camino que –aquí está el quid– no incluía en absoluto volver a revisar este libro, cuya versión en francés avanzaba y seguía un camino que por entonces parecía fluido. Desbordando la intención explicativa, no puedo ignorar que esa inflexión en mi recorrido personal está atravesada por y vinculada con el nacimiento de cambios profundos en las políticas de Estado en la Argentina: no fue entonces el fruto de un esfuerzo basado en valores individuales como la voluntad o el mérito, sino la coincidencia entre la prepotencia del trabajo y ciertos aspectos de las políticas científicas que el Estado nacional encaró desde 2003 para generar un crecimiento de la masa crítica y de la producción científica que no tiene precedentes en la historia argentina. El libro, por último, tenía –y conserva intacto– otro grave problema: antes de publicarlo, yo pretendía cubrir el bache que completa la experiencia de Santa Fe la Vieja. Aunque a veces algunos capítulos desbordan el año 1640, por razones que expliqué al publicar la tesis, no investigué problemas clave de las dos últimas décadas de la vida de la ciudad vieja –como los intentos de expulsión de los portugueses o el traslado de la ciudad: en el momento había otras colegas trabajando estos temas y, por lo demás, la médula de lo que yo quería plantear no exigía contar toda la experiencia de la ciudad vieja. El lector interesado puede remitirse a los buenos trabajos sobre dichos tópicos que encontrará citados a lo largo del libro. Con estos argumentos –que tuve que recordarme a mí mismo una infinidad de veces– decidí no completarlo y renunciar, también, a la pertinaz e inconsciente apetencia de publicar un libro que fuera también una historia de Santa Fe la Vieja. Este libro decididamente no lo es. Conservé las inquietudes, los problemas, los enfoques y miré allí, trabajé en el laboratorio de Santa Fe la Vieja y logré deshacerme del lastre de sentirme obligado a “completar” el análisis hasta el final de su experiencia. En este sentido viejos y nuevos trabajos, que también se citan copiosamente, cumplen el objetivo con creces. Esta renuncia a la completitud se advierte incluso en términos de divulgación cuando compusimos, con otros colegas, una versión para el gran público de la historia de la provincia.6 En las ocasiones en que decidí intervenir el texto más allá de la edición gramatical, con agregados o aclaraciones –que, insisto, son una ínfima proporción de las que el libro requiere– mis notas están precedidas del año de la intervención entre corchetes (por ejemplo, [2012]). El título, si se me permite, debe ser inter6

Nueva Historia de Santa Fe, 12 vol., La Capital, Rosario, 2006.



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pretado como un homenaje a los trabajos de Agustín Zapata Gollán, y sobre todo como una invitación: si lo cortamos en “abrir puertas”, pues pasen, vean y sigan explorando.

Agradecimientos

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a tesis tenía cuatro largas hojas de agradecimientos, y siguen disponibles con ella. Aquí me ciño a gratitudes solo vinculadas con la factura de este libro. François Godicheau, traductor de mis borradores en español al francés, continuó dialogando conmigo durante años sobre el texto ya traducido y promovió, voluntaria e involuntariamente, muchos cambios que mejoraron el libro. De los otros ni él ni nadie tiene responsabilidad, sólo yo mismo. Su trabajo de traductor, pero sobre todo sus preguntas permanentes, su entusiasmo y su bondad me permitieron llegar a la versión acotada y comprensible de un borrador que era experimental y laberíntico. A mis hijos, que siempre están creciendo y que me enseñan tanto sobre la vida en general y sobre el amor en particular. A ellos les agradezco infinitamente la ternura, las críticas y el que me den tanto cariño a pesar de las dolorosas ausencias que seguramente identifican en cada fragmento de este montón de papeles. Al todo el personal de los archivos santafesinos, que me facilitó consultas para chequear datos incluso durante períodos difíciles para sus instituciones –por inundaciones, por los procesos de digitalización de materiales y de reformas edilicias, han pasado tantas cosas…– muy particularmente a Pascualina Di Biasio (directora del Archivo General de la Provincia) y el arq. Luis María Calvo (director del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe), a quien la historia colonial (y no solo la santafesina) debe tanto. A los lectores de diferentes fragmentos del mosaico, tantos que no caben en muchas hojas: el primero de todos, Bernard Vincent. Padre querido, muchísimas gracias por todo siempre. Quizás Griselda Tarragó, José Javier Ruiz Ibáñez, Jean-Frédéric Schaub, Juan Carlos Garavaglia, Rodolfo Richard-Jorba, Mauricio Minotti, Diego Roldán, Valentina Ayrolo, Michel Bertrand, Germán Soprano, Inelén Sanjurjo, Oscar Trujillo, Marta Bonaudo, María Angélica Corva, Paula Polimene, Mañe Barral, Marco Penzi, Carolina Piazzi, Raúl Fradkin, Elisa Caselli y Gaetano Sabatini no lo hayan registrado, pero de diferentes maneras me animaron a terminar esta versión. En este renglón, no obstante, tres personas fueron decisivas: Alicia Talsky (directora del Museo Histórico de la Provincia de Santa Fe) avaló esta edición que Víctor Tau Anzoátegui (director del Instituto Nacional de Historia del Derecho) estimuló insistentemente con palabras serenas después de ver el material crudo en francés. La tercera es en realidad la más importante: nadie me apoyó tanto como Miriam Moriconi, con quien compartimos todas las mañanas del mundo. Su inteligencia, su voz, su humor, sus colores y su amor no podrían tener un efecto más benéfico sobre mis deseos en general y sobre mis ganas de hacer historia en

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particular. Me siento muy afortunado de tenerla por compañera y esposa. Mi gratitud para con ella se expresa en este punto, pero sabe que lo excede. Además comprende como nadie lo que significa cerrar este tipo de trazos de longue durée.7 Por eso, y porque habrá otros libros de este tiempo que es todo nuestro, también sabrá comprender que este, atravesado como está por tantos años de cortes, quebradas, cambios de frente, dolores y partidas, no podría estar dedicado sino a otras dos personas que –aunque tienen que ver con nuestra historia común– vivieron todo el proceso desde el minuto cero. Este libro está dedicado a María Inés Carzolio, mi maestra, a quien agradezco las puertas y las ventanas abiertas. Sabia en su manera de mostrar caminos, sus sugerencias todavía me orientan. Y también a Miriam Barriera, a mi hermana, a quien recuperé sin haberla perdido y cuyos ojos mantienen aún patentes –felizmente para mí– sonidos, imágenes, texturas, sabores y aromas de la infancia, ese material intangible con el cual convivimos para siempre. Rosario, agosto de 2013.

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El suyo tiene existencia material desde hace un año: Política, piedad y jurisdicción. Cultura jurisdiccional en la Monarquía Hispánica. Liébana en los siglos XVI-XVIII, Prohistoria Ediciones, Rosario, 2012, 182 pp. El primer capítulo de este libro es un proemio indispensable para reemplazar lo que aquí fue víctima de la tijera, ya que supo expresar en 30 páginas los trazos gruesos y finos de las discusiones sobre la antropología jurisdiccionalista del estado que están en la base de nuestros trabajos.

Siglas y abreviaturas más utilizadas ACC AGI AGSF ACSF AGN BN GGV DEEC-SF EC EP

Actas del Cabildo de Córdoba Archivo General de Indias, Sevilla, España Archivo General de la Provincia de Santa Fe Actas Capitulares de Santa Fe Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Argentina Biblioteca Nacional, Buenos Aires, Argentina Colección Gaspar García Viñas Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe Expedientes Civiles Escrituras Públicas

CAPÍTULO I El Río de la Plata Construyendo los bordes de la Monarquía Hispánica “Su historia, oscura y marginal en comparación con las realizaciones prestigiosas de Oriente y de Occidente, hierve de héroes, de sabios y de tiranos. En la geografía abstracta de la llanura, en el vacío sin fin del desierto, ciertos actos humanos, individuales o colectivos, ciertas presencias fugitivas, han adquirido la perennidad maciza de las pirámides o de las catedrales. Y si flotan, aéreas en la transparencia de la llanura, revelando su carácter de espejismos, no debemos olvidar que, desde cierto punto de vista, catedrales y pirámides no son otra cosa.” Juan José Saer, El Río sin Orillas Europeos en el Río de la Plata a expresión “…Río de [la] Plata se utiliza tanto para designar el río propiamente dicho como el conjunto que forma la región pampeana y el Uruguay, pero que incluso a veces es una sinécdoque para nombrar a la Argentina entera, e incluso al Paraguay (la cuenca del Plata)...”.1 La observación de Saer es correcta y la fórmula fue, también, el tercer nombre con el cual los navegantes hispanos designaron el camino de agua que, de acuerdo con la visión de los primeros exploradores, los llevaría directo a las entrañas argentíferas de las tierras nuevas. Así como la leyenda de El Dorado provocó que las regiones septentrionales del subcontinente sudamericano fueran conocidas como “la Castilla del Oro”, las informaciones que los primeros navegantes del mar dulce habían obtenido del contacto con los indígenas del lugar, alentaban la posibilidad de arribar por esta vía al “País de la Plata”. Sin embargo, los factores por los cuales los europeos exploraron, invadieron, conquistaron y poblaron los territorios que desde el segundo tercio del siglo XVI ya se conocían como rioplatenses, fueron diversos. Cuando en 1513 Balboa atravesó el estrecho que, en Centroamérica, comunica los océanos Atlántico y Pacífico –al que llamó “Mar del Sur”– los europeos confirmaron que las tierras nuevas no eran las Molucas, ni el Catay ni el Cipango.

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SAER, Juan José El Río sin orillas, Alianza, Buenos Aires, 1991, p. 34.

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No estaban navegando entre los archipiélagos de las buscadas Indias Orientales, sino que habían arribado a una enorme masa continental que obstaculizaba el camino para llegar al destino que buscaban. La pesquisa de un paso hacia el Océano Pacífico camino de las Indias de las Especias, se convirtió desde entonces en uno de los ejes primordiales de los convenios de navegación orientados hacia el sur profundo, y a ellos se deben algunas de las llegadas al estuario platense. Juan José Saer suscribe esta interpretación cuando afirma que el Río de la Plata “[...] fue descubierto a decir verdad por error, porque la expedición de Juan Díaz de Solís, que en 1516 se internó por primera vez en sus aguas, estaba buscando, más allá de la Tierra Firme, un paso hacia las Indias. Lo que esos navegantes querían alcanzar [continúa Saer] eran las islas Molucas, y, como se dice, de paso descubrieron el río, sin saber hasta qué punto, internándose en esas aguas barrosas, entraban al mismo tiempo en las comarcas del desastre.”2 Solís, reemplazante en el cargo de Piloto Mayor del Reino del ya célebre Américo Vespucci, se internaba en aquellas comarcas del desastre sin la posibilidad de advertir la metáfora zoomórfica que Saer nos regaló cuatro siglos más tarde: “habiendo pasado sin novedad por entre las tenazas y a través del cuerpo del escorpión, eligió para detenerse el lugar más mortífero, la cola”.3 El desastre referido por Saer está relacionado con la muerte de Juan Díaz de Solís a manos de los indios –a quienes cierta antropología e historiografía acreditó el estigma de antropófagos.4 Sin embargo, la hipótesis del “error” no debe tomarse muy en serio. Las costas atlánticas de Sudamérica eran exploradas desde comienzos del siglo XVI

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SAER, Juan José El Río…, cit., p. 45. SAER, Juan José El Río..., cit., p. 47. Probablemente charrúas, aunque para Cervera se trataba de “los antropófagos guaraníes”. Vázquez de Espìnosa proponía que los pampas compartían este atributo. Para Díaz de Guzmán, también lo eran chiriguanos y tupís. Uno de los editores de la Historia de Díaz de Guzmán, Pedro de Ángelis, ratifica estos supuestos, descalificando las afirmaciones en contrario del viajero Félix de Azara. DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia Argentina del Descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata escrita por Rui Díaz de Guzmán en el año 1612, en DE ÁNGELIS, Pedro Colección de Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, Tomo I, prólogos y notas de Andrés M. Carretero, Plus Ultra, Buenos Aires 1969 [Imprenta del Estado, 1836], p. 306. Sobre los chiriguanos, véase también la carta del Licenciado Cepeda, referida en PASTELLS, Pablo S. J. Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay (Argentina, Paraguay, Uruguay, Perú, Bolivia y Brasil). Según los documentos originales del Archivo General de Indias extractados y anotados por el R. P. Pablo Pastells, Tomo I, Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1912, p. 25. Véase también la carta del Padre Diego de Torres, escrita desde Córdoba del Tucumán a 17 de mayo de 1609, en Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucumán, de la Compañía de Jesús (1609-1614), en Documentos para la Historia Argentina, Tomo XIX, Iglesia, Buenos Aires, 1929, p. 14. También la relación de Diego García de Moguer.



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también por marinos portugueses,5 y por eso mismo, según una capitulación celebrada el 24 de noviembre de 1514, el objetivo primordial de la expedición encargada a Solís era el de relevar una cartografía costera que permitiera establecer acuerdos claros con la Corona portuguesa.6 Su expedición costeó la entrada del mar dulce hacia 1516. Pocos años más tarde, en 1520, el motivo principal de la capitulación de la Corona con Hernando de Magallanes fue el paso del sur. Esta empresa, que derivó en la primera circunnavegación del orbe concluida por Sebastián Elcano,7 se había orginado en una alianza de la Corona de Castilla con el comerciante portugués y Cristóbal de Haro, un distribuidor “…de productos orientales en Amberes, Lisboa y La Coruña....”, quien fue además el promotor de la creación de la Casa de Contratación de La Coruña.8 En 1525, Carlos V capituló con García Jofré de Loaysa y, hacia finales del mismo año, confirmó un acuerdo con Diego García de Moguer, integrante de las huestes de Juan de Solís. Del mismo participaron también el mencionado Cristóbal de Haro y otros mercaderes coruñeses ligados al tráfico con Amberes. Idéntica intencionalidad mercantil tuvieron los acuerdos firmados con Sebastián Gaboto, quien en 1527 se encontró con los sobrevivientes de la expedición de Solís en costas del río Uruguay como así también con Diego García de Moguer.9

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RELA, Walter Exploraciones portuguesas en el Río de la Plata, 1512-1531, Academia Uruguaya de Historia Marítima, Montevideo, 2002. Se trataría de una expedición que llevaba 66 hombres en tres naos, partida de Sanlúcar de Barrameda el 8 de octubre de 1515. Las referencias provienen de FERNÁNDEZ DE ENCISO, Suma de Geographia (Sevilla, 1519), Edición y estudio de Mariano Cuesta Domingo, Madrid, 1987; y HERRERA Y TORDESILLAS, Antonio Historia General de los hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, edición de Mariano Cuesta Domingo, Madrid, 1991. Las dudas sobre los datos vertidos por el cronista Herrera y su contrapunto con Navarrete, véase MADERO, Eduardo “Descubrimiento del Río de la Plata por Juan Díaz de Solís”, enviado a Emilio Mitre y Vedia y publicado por TRELLES, Manuel Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomo III, Buenos Aires, 1890, p. 56 y ss., donde también discute a Trelles que el primer expedicionario europeo en arribar al Río de la Plata hubiera sido Diego García. Sobre esta expedición, un registro literario reciente narra la historia desde un personaje subalterno (Juanillo, el bufón de la flota). BACCINO PONCE DE LEÓN, Napoleón Maluco, la novela de los descubridores, Seix Barral, Barcelona, 1990. LOBOS, Héctor “Adelantados en el Litoral y exploradores en el Interior”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia [en adelante ANA], Planeta, Buenos Aires, 1999, I, p. 369. Que Saer trabajó en otra novela, El entenado, Folios, México, 1983.

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Dirección de las exploraciones y establecimiento de pueblos y ciudades entre 1528 y 1562 Basado en Nueva Historia de la Nación Argentina, ANA, Planeta, Buenos Aires, 1999, Tomo I, p. 382.



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La costa este del río de Solís y la isla de Santa Catalina se constituyeron en el escenario donde pasaron sus días –de manera involuntaria– sobrevivientes, náufragos o desertores de varias empresas expedicionarias. La primera en adentrarse Paraná arriba hasta el río Paraguay fue la de Alejo García (uno de los náufragos de la expedición de Solís), quien según referencias de alguno de sus acompañantes a otros expedicionarios, habría alcanzado las tierras altoperuanas atravesando el Mato Grosso y la planicie de los Guaycurúes, en un viaje que le habría demandado alrededor de cinco años. Según Héctor Lobos, “los conquistadores posteriores recogieron de los indios numerosas referencias de este personaje envuelto en las nubes de la fábula y responsable de la leyenda del Rey Blanco y de la Sierra de la Plata.”10 Gaboto tomó contacto con sobrevivientes de las expediciones de Solís y Loayza en Pernambuco y luego en Santa Catalina: allí le revelaron la existencia de la Sierra del Rey Blanco, rica en metales preciosos, a la que podría llegar remontando el Paraná y “...otros que a él vienen a dar...”. Hacia 1527 atracó en el sitio nombrado como Puerto de San Lázaro y otro sobreviviente del grupo de Solís le confirmó esas noticias, aunque sin animarlo demasiado a remontar el río, empresa harto difícil por la escasa profundidad que presentaba en muchos de sus tramos. Gaboto no obstante remontó un trecho del Paraná y, en la confluencia de dos de sus brazos (el Carcarañá y el Coronda) erigió el Fuerte Sancti Spiritu, desde donde se lanzó más tarde río arriba, adentrándose en el Paraná y el Paraguay. Las informaciones que Gaboto dejó en Lisboa y Castilla fueron cruciales para las decisiones que se adoptaron luego respecto de la exploración de estos territorios.

10 LOBOS, Héctor “Adelantados...”, cit., p. 372.

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Derrotero de las expediciones de Sebastián Gaboto en el litoral paranaense SOLER, Amadeo Los 823 días del fuerte Sancti Spiritus, Amalevi, Rosario, 1981.



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Con la invasión y saqueo al Cusco por los españoles en 1533, la existencia de la Ciudad de los Césares ganó credibilidad y se constituyó en uno de los argumentos esgrimidos para solicitar el financiamiento de expediciones que ingresarían al corazón minero desde el sur, pasando por la región litoral. El registro que los agentes del proceso de conquista hacían de los metales preciosos es significativo. La adquisición de botines o premios en oro y plata, constituían uno de los horizontes que volvían factible la asunción de los muchos riesgos que tomaban, lo que parece suficiente como para considerar que este elemento era bastante en aquel imaginario. El editor de una de las versiones de la crónica de Aguirre afirma: “Un factor fundamental para el reclutamiento de una hueste o de un contingente de colonos era la promesa del reparto de un suculento botín de guerra o bien, en el segundo caso, de encontrar un maravilloso país abundante en toda clase de comodidades y riquezas.”11 Fragmentos de la tradición antiguotestamentaria se expresaron en los primeros registros toponímicos del lugar: Solís llamó al río Paraná Guazú12 Santa María y la Casa de Contratación lo denominó Jordán.13 La región que se extiende a su levante, espléndidamente regada, se denomina hoy “mesopotamia”. Una chacarera de los Hermanos Ábalos, “Casas más, casas menos...” bromea sobre estas metonimias: “Son el Dulce y el Salado nuestros ríos santiagueños como el Éufrates y el Tigris ríos mesopotameños” 11 ORTÍZ DE LA TABLA, Javier “Introducción” a El Dorado: Crónica de la expedición de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre, Alianza, Madrid, 1989, p. 22. 12 Que en lengua guaraní significa grande, atributo merecido, incluso desde la perspectiva de los nativos quienes convivían con estos ríos que, a los españoles parecían y parecen desmesurados. 13 Paraná Guazú es una de las entradas del estuario, o –visto desde una perspectiva hidrográfica– es un riacho, “[...] el mayor de los brazos por los cuales desemboca el Paraná en el Río de la Plata” LATZINA, Federico Diccionario Geográfico Argentino, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1891, p. 306. El que comunica al Paraná Guazú con el Río de la Plata se conoce como Paraná Miní, mientras que el Paraná Sauce y el Paraná Bravo, son dos riachos que comunican al Paraná Guazú con el río Uruguay. Los datos de Latzina indicarían que Cervera, en este punto, está en lo cierto. También aparece con esta denominación en los mapas lusitanos de 1514 y 1520. Sin embargo, en un párrafo confuso, Cervera sugirió que bajo el nombre de Jordán, el mapa de Chaves de 1527 señala al Río de la Plata y sostiene que la entrada al estuario era conocida desde 1508 o antes. CERVERA, Manuel Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe, Tomo I, Santa Fe, 1979 [1907], p. 55.

La carta atlántica de Giovanni Battista Agnese (ca.1500-1564), basada en el clásico mapamundi de Ptolomeo, incluye mucha información reciente, entre la cual se destaca un volcado importante para el Río de la Plata y las costas patagónicas. Esta carta es una de las primeras de la producción veneciana incluida en su Atlas, publicado en 1544.

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Carta Atlántica de Agnese (1536) – Detalle Río de la Plata

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Durante los años inmediatamente posteriores a la muerte del explorador que lo nombró con el oxímoron de “Mar Dulce”, el actual Río de la Plata fue denominado “Río de Solís”.14 Pero la transmisión oral de la existencia de una región rica en el metal argentífero, basada en el probable contacto de algunos pueblos originarios del litoral con otros que se habían relacionado con la parte sur del Incario, provocó la tercera y duradera inflexión sobre el nombre del ancho río, desde entonces designado con el nombre del metal precioso. A la postre, si bien fue difícil –no imposible–15 de alcanzar remontando el Paraná y el Bermejo,16 la plata ofició como articulador de un espacio económico que conectó por vía terrestre el litoral rioplatense-paranaense con las lejanas tierras dominadas por el Inca.17 El mapa elaborado por Agnese en 1536, ya registraba el topónimo Río de la Plata.18 Las primeras jurisdicciones: una imagen horizontal del territorio El 21 de marzo de 1534, Pedro de Mendoza firmó una capitulación con la Corona que le concedía la titularidad de la gobernación de los pueblos del Río de la Plata. Su gobernación (también llamada de Mendoza, ya que era de uso en la época llamar a las provincias por el apellido de su titular) coexistía con las de Nueva Toledo (Gobernación de Almagro), de Nueva Castilla (Gobernación de 14 De la séptima pregunta del pleito sostenido entre Gaboto y Rojas, se deduce que, mientras los hispanos le continuaban denominando Río de Solís, los lusitanos habían ya optado por la denominación que tiene actualmente: “[...] los portugueses dijeron a Gaboto que en aquella costa había un río que ellos llamaban de la Plata y nosotros de Juan de Solís...”, Historia, Biblioteca Nacional, Buenos Aires 1903, p. 106. Cervera considera también que el río que se llamó de Solís era finalmente el actual Uruguay, sosteniendo que el vocablo guaraní huruai, en castellano, significaría Río de la Plata. CERVERA, Manuel Historia... I, p. 69. Sin embargo, Latzina, siguiendo a Carer, compañero de Azara, sostiene que “...este vocablo se compone de las voces guaraníes urugua e i las cuales, unidas, vienen a significar río de los caracoles.”, LATZINA, Federico Diccionario..., p. 501. 15 Rui Díaz de Guzmán refiere que en tierras guaraníes, Gaboto consiguió “...con facilidad algunas piezas de plata y manillas de oro y otras cosas de las que a Alejos García habían quitado, y él había traído del Perú de la jornada que hizo a los charcas...” DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia Argentina del Descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata escrita por Rui Díaz de Guzmán en el año 1612, en DE ÁNGELIS, Pedro Colección de Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, Tomo I, prólogos y notas de Andrés M. Carretero, Plus Ultra, Buenos Aires, 1969 [Imprenta del Estado, 1836], p. 91. 16 También llamado por los españoles Ipití, recuperando su denominación en lengua indígena: I = agua, pití = colorada. 17 Sobre esta articulación Cfr. sobre todo MOUTOUKIAS, Zacarías Contrabando y Control Colonial, Buenos Aires, 1988; la idea de la articulación del “interior” rioplatense en torno a la producción argentífera potosina como “polo de desarrollo”, se difundió a partir de los trabajos de ASSADOURIAN, Carlos El sistema de la economía colonial. Mercado interno, regiones y espacio económico, Lima, 1982. El desarrollo de esta línea interpretativa en su faceta más rioplatense es deudora de GARAVAGLIA, Juan Carlos Mercado Interno y Economía Colonial, México, 1983. 18 CUESTA DOMINGO, Mariano “Castilla en el dominio del Atlántico”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, ANA, Planeta, Buenos Aires, 1999, I, p. 341.



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Pizarro), la de Nueva León (Simón de Alcazaba)19 y la provincia del Estrecho y la provincia de Chile de la Nueva Extremadura.20 Todos los titulares de estas primeras gobernaciones eran adelantados que contrataban con la Corona.21 En 1540, las gobernaciones de Francisco Pizarro y Diego de Almagro fueron reunidas bajo el gobierno del Licenciado D. Cristóbal Vaca de Castro hasta 1542, cuando se dictaminó la creación del virreinato del Perú. En 1544 se instaló efectivamente la Audiencia de Lima (creada dos años antes). Años después de la muerte de Mendoza, en 1547 la Corona capituló parte del territorio paraguayo y rioplatense con Juan de Sanabria–motivo por el cual la gobernación también fue denominada “de Sanabria.”22 En la cartografía de la Monarquía, hasta 1547, el Virreinato del Perú presentaba una distribución jurisdiccional en gobernaciones que recortaban latitudinalmente el territorio, enmarcadas por la línea de Tordesillas al este y el océano Pacífico al oeste. La salida al sur del Atlántico se ofrecía por las costas rioplatenses, y la provincia de Nueva Extremadura (Chile) comprendía aproximadamente desde los 19º a los 34º de latitud sur y desde la Cordillera al Pacífico (mar del Sur), obliterando la salida a ese océano para la gobernación de Sanabria.23 Sin embargo, a finales de la década de 1540 algunos funcionarios no visualizaban el territorio con este “mapa” de la Corona. Planteaban una diferenciación entre el Paraguay y el Río de la Plata y percibían que las jurisdicciones debían organizarse según los conflictos de intereses y las necesidades de las autoridades locales.24 Por esto, desde la práctica, las jurisdicciones se veían contraídas, ensanchadas y hasta atravesadas por la creación de otras, promovidas por agentes como el Licenciado Pedro de La Gasca o, más tarde, la Real Audiencia de Charcas.25 19 Que habían sido objeto de la capitulación del 26 de julio de 1529. AGI, Indiferente General, 415, I: 120-123. 20 NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio B. La disputa por la tierra: Tucumán, Río de la Plata y Chile, 15311822, Sudamericana, Buenos Aires, 1997, pp. 23-31. 21 Francisco Pizarro había recibido los títulos de adelantado, gobernador, alguacil mayor y capitán general de la Nueva Castilla (capitulación de Toledo, 1529) y Diego de Almagro, a través de una rectificación de la misma capitulación en 1534, los de adelantado y gobernador de la Nueva Toledo. Véase la transcripción de la capitulación en QUITANA, Manuel Josef Vidas de españoles célebres, Libería Europea, París, 1845, pp. 176-80. 22 Sanabria falleció antes de llegar y el adelantazgo recayó en su hijo Diego, una “gobernación” que incluía Asunción, el Guayrá y el litoral pero no, por ejemplo, la actual provincia de Buenos Aires. Llegaba hasta el Pacífico, pero estaba recortada por la capitanía de Valdivia, conservando salida al océano por el norte de ésta. NOCETTI y MIR, La disputa por la tierra…, cit., pp. 49-51. 23 NOCETTI y MIR, La disputa por la tierra…, cit., p. 51. 24 Es el caso de Domingo Martínez de Irala, Nuflo de Chávez y del mismo Licenciado La Gasca, presidente de la Audiencia de Lima. LEVILLIER, Roberto Nueva crónica de la conquista del Tucumán, Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, 1926, Tomo 1, p. 158. 25 La Real Audiencia de Charcas fue creada por Real Cédula del Rey Felipe II el 18 de septiembre de 1559, y sus límites fueron fijados por Real Cédula del 29 de agosto de 1563. Luego ésta se

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Esquema de las gobernaciones asignadas en territorio sudamericano entre 1534 y 1540 – Basado sobre WILGUS, Curtius Historical Atlas of Latin American Civilization, New York, 1946. modificó por un conflicto suscitado en Cuzco con la Audiencia de Lima. Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias [1680], Quinta edición, Madrid, 1845; Ley 9, Título IX, Libro 2, Tomo I.



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El caso de la gobernación de Diego de Centeno ilustra bien esta diferente percepción tanto como el margen de acción de los agentes y la relación entre las jurisdicciones y el impacto de su realización en el territorio. En 1547, en su calidad de presidente de la Audiencia de Lima, La Gasca premió a Centeno –capitán de su bando en la lucha contra los pizarristas–26 con una gobernación que llevaba su nombre y que ignoraba los acuerdos emanados de las capitulaciones entre la Corona y Pedro de Mendoza, Álvar Núñez Cabeza de Vaca o Juan de Sanabria (esta última rubricada el mismo año, 1547). Así, las gobernaciones de Pizarro y Almagro, reunidas como se dijo en 1540, tanto como la del Río de la Plata sufrían una fuerte amputación: Asunción, todo el Chaco paraguayo, la región de los bajos valles calchaquíes (luego tucumana), Charcas, Cuzco y Potosí, quedaban bajo la nueva jurisdicción creada por el Licenciado La Gasca. En Asunción tenía sede el adelantado Domingo Martínez Irala, titular de una gobernación que comprendía buena parte de estos territorios.27 Pero la entrada física de Centeno al Paraguay nunca se realizó y los asunceños descartaron la posibilidad de continuar hacia el Perú.28 La Gobernación de Paraguay y Río de la Plata quedó en manos de Irala hasta su fallecimiento en 1557, cuando fue traspasada por testamento a su yerno, Gonzalo de Mendoza,29 y hasta 1592 su gobierno estuvo en manos de adelantados que capitulaban directamente con la Corona.30 Las gobernaciones y las jurisdicciones que, como las de Centeno, no llegaron a concretarse territorialmente, 26 Sobre las guerras civiles del Perú y la rebelión pizarrista véase los clásicos trabajos de LOCKHART, James El mundo Hispanoperuano: 1532-1560, FCE, México, 1982 [Spanish Peru, 15321560, Madison, 1968], trad. de Mariana Mould de Pease, 328 pp. The man of Cajamarca: a Social and Bibliographic Study of the First Conquerors of Peru, University of Texas Press, Austin, 1972 y TRELLES ARESTEGUI, Efraín Lucas Martínez Vegazo, funcionamiento de una encomienda peruana inicial. PUCP, Lima, 1983, 280 pp. 27 NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La disputa por la tierra, cit., 57-60. 28 En su idea de “pacificar” el Perú, La Gasca incluía el intento de contener la carga de los asunceños sobre la rica región altoperuana, “...bajo pena de vida....” Según el cronista Ulrich Schmidel, el tema se zanjó negociando, ya que “...el dicho gobernador [del Perú, Pedro de La Gasca] hizo un convenio con nuestro capitán y le hizo un buen regalo, de modo que éste quedó bien contento y se aseguró que salvaba la vida....” SCHMIDEL, Ulrich Relación del viaje al Río de la Plata, ed. Lorenzo E. López Historia 16, Madrid, 1985, p. 210. Otras versiones (la del Padre Lozano, la de V. F. López y la de Levillier) descreen de ese testimonio, e indican que Irala se retiró del Perú desconfiado por la demora en la falta de noticias y que Centeno no realizó la “jornada” al Paraguay porque jamás recibió el apoyo prometido. 29 Muerto Gonzalo de Mendoza también prematuramente, un cabildo abierto nombró gobernador a Francisco Ortíz de Vergara, otro de los yernos de Irala, quien de todos modos debió esperar confirmación de la Real Audiencia. AZARA, Félix de Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata (Buenos Aires: Bajel, 1943), 337. 30 BRUNO, Cayetano Gobernantes beneméritos en la evangelización en el Río de la Plata: época española, Didascalia, Rosario, 1993, p. 71.

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demuestran que existían instrumentos legítimos para crear jurisdicciones que no coincidían con las imaginadas por la Corona pero también que una jurisdicción no podía efectivizarse sin la presencia física de su titular en una ciudad designada como cabecera.31 La historia del hacer jurisdicciones –la historia del ejercicio de la jurisdicción– permite ver a los agentes en conflicto y trabajar arqueológicamente, relevando las huellas que dejaron en el terreno. El proyecto de la Corona no siempre presentó en los territorios reales las formas diseñadas sobre el plano, pero las diferencias entre la cartografía administrativa y el real ejercicio de las jurisdicciones no atentaban contra su organización. En todo caso definían las siluetas de la territorialidad en función de los alcances de la potestad, lo que casi siempre daba una forma diferente a la prevista. Hacia mediados del siglo, el diseño latitudinal de las gobernaciones trazadas sobre el mapa por Carlos V en 1534 ya estaba hecho añicos: en la última década del siglo XVI, las divisiones jurisdiccionales que presentaba el virreinato del Perú cartografiaban el peso local de adelantados (su ascenso y también su caída), gobernadores y audiencias, así como el resultado de la presión desde el Alto Perú sobre el Tucumán con el propósito de llegar hasta el Río de la Plata. Estas primeras definiciones jurisdiccionales ignoraban el terreno y, apenas comenzó a desplegarse la conquista, revelaron que daban la espalda al modo real en que el territorio se convertía en un espacio. Mientras que desde la Corona se proponían cortes transversales de este a oeste que no contemplaban siquiera los hasta entonces más evidentes datos de una superficie generosa en sugerencias, los actores, en cambio, diseñaban un recorrido distinto. Caminado de norte a sur desde el Perú, y de sur a norte desde el Río de la Plata, el proceso de espacialización se realizaba sobre los ejes de la comunicación y las condiciones de accesibilidad en sentido amplio: éstas disponían y facilitaban movimientos que en el mapa trazaban diagonales, dejando ver una clara preponderancia del eje norte-sur frente al este-oeste. Así, mientras que en la “teoría” se describían jurisdicciones con salidas a ambos océanos, para los actores estaba perfectamente claro que la cordillera de los Andes o el sistema de ríos del litoral rioplatense, organizaban conjuntos espaciales completamente diferenciados. Por lo demás, la comunicación entre estas franjas longitudinales, tampoco era un asunto sencillo: los ríos afluentes del Paraná que recorren el Chaco paraguayo o que atraviesan los valles calchaquíes,32 no ofrecían condiciones de navegabilidad en todos sus tramos. El camino que conectó la cuenca platense con la región altoperuana, se consolidó tempranamente como el “camino Real”, y fue así que se unieron por vía terrestre puntos extremos distantes entre sí más de 600 leguas. 31 NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La disputa por la tierra, cit., pp. 57-60. 32 Me refiero aquí a los extensos vallados al sureste de comechingonia, denominados como “calchaquíes” por los hombres del siglo XVI y XVII.



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El contraste entre las imágenes “administrativas” y las espaciales, diseñadas por los actores y su agencia se evidencia en todos los planos. Aun existiendo lo que Juan López de Velazco llamaba “caminos buenos”, como los que comunicaban a Santiago de Chile con Serena y Concepción, queda claro que la elección de los flujos por donde se movían los agentes involucraba una serie de factores más compleja que una división administrativa. Sopesaban el objeto de la movilización, el tipo de recursos movilizados y los riesgos que el recorrido implicaba. Los caminos horizontales organizados en base a los tramos navegables y pasajes por tierra paralelos a los ríos Pilcomayo y Bermejo, por ejemplo, no prosperaron. El camino entre Santa Cruz de la Sierra y Asunción se transitaba solo en grandes grupos armados, capaces de resistir las duras condiciones climáticas de la travesía y los ataques de los indígenas que estaban en su espacio y sabían cómo imponer sus pautas de fuerza o de negociación.

Fortificación de Buenos Aires - Batalla con los querandíes (1536) Grabado de Theodor De Bry en SCHMIDEL, Ulrich Viaje al Río de la Plata (1534-1554), Notas bibliográficas y biográficas por Bartolomé Mitre, Prólogo, traducción y anotaciones de Samuel Lafone Quevedo, Cabaut y Cía., Buenos Aires, 1903 - Lámina que ilustra el Capítulo VIII

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NDIO DE BUENOS AIRES

Incendio del fuerte de Buenos Aires, 24 de junio de 1536 Grabado de Theodor De Bry en SCHMIDEL, Ulrich Viaje al Río de la Plata (1534-1554), Notas bibliográficas y biográficas por Bartolomé Mitre, Prólogo, traducción y anotaciones de Samuel Lafone Quevedo, Cabaut y Cía., Buenos Aires, 1903 – Lámina que ilustra el Capítulo XI

Los caminos más seguros y perdurables fueron finalmente los trazados por y para las relaciones de dominación entre distintas culturas indígenas, ya consolidados con anterioridad a la llegada de los españoles.33 Los cronistas, en sus descripciones en apariencia neutrales, señalan que a la provincia de los Charcas y del Tucumán se entraba por el camino real de los Incas: la preexistencia de las relaciones políticas en el interior del incario había montado un orden y los cronistas no tardaron en percibir e incluso de recomendar a los jefes de sus huestes la adopción de elementos estratégicos que ya funcionaban en la sociedad indígena. La franja territorial rioplatense, ubicada al oeste de la línea de Tordesillas, fue capitulada con Pedro de Mendoza en 1534. Frente a la efímera experiencia de Buenos Aires 1536-1541), retratada como desastre por Ulrico Schmidel, el desprendimiento de esa expedición, encabezada por Ayolas primero e Irala a su muerte, asentó en tierra de guaraníes la ciudad de Asunción, “madre de ciuda33 Fenómeno ya señalado por ZAPATA GOLLÁN, Agustín “Caminos de la colonia. El centro económico de América”, en Obras Completas, Vol. IV, Santa Fe 1989, p. 167 y ss.



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des” del corredor paranaense. Esta maternidad, sin embargo, debe ser considerada compartida con la tendencia que, desde el Perú, se proponía poblar tierra abajo hasta la salida atlántica. Los intercambios entre los conquistadores del Perú y los asunceños no se hicieron esperar. Tras la derrota de Diego de Almagro en las guerras civiles del Perú, Vaca de Castro distribuía premios entre sus adeptos, a la vez que los alejaba. Como bien lo expresa Franklin Pease: “las guerras civiles alteraron el cuadro de entradas a la tierra, pero, terminadas aquellas, los abundantes hombres de armas fueron dispersados en expediciones destinadas a ampliar las fronteras hacia el Sur y el Sudeste.”34 Diego de Rojas y Francisco de Mendoza llegaron a las tierras antes visitadas por Gaboto, mientras que Domingo de Irala encaró una jornada al Perú para entablar negociaciones con La Gasca. En esta coexistencia de proyectos en tensión, es importante resaltar que los capitanes que fundaron ciudades a una y otra banda del Paraná y hasta el mismo Río de la Plata durante el siglo XVI –Santa Fe, Buenos Aires y San Juan de Vera de las Siete Corrientes, en 1573, 1580 y 1588 respectivamente–35 aunque partieron desde Asunción, tenían una experiencia anterior como vecinos y soldados en tierras peruanas. Esto es un punto de referencia para pensar las relaciones que establecieron entre ellos y con sus subordinados así como para reflexionar sobre la cultura política que llevaron al campo. En suma, esta experiencia que por entonces apenas se inauguraba configura –y me atrevo a afirmar que prefigura– la constitución política del mismo espacio que Carlos Sempat Assadourian ha pensado como un espacio económico.36 La organización del espacio político diseñó

34 PEASE, Franklin “Los Andes”, en PEASE, Franklin y MOYA PONS, Frank El primer contacto y la formación de nuevas sociedades, Tomo II de la Historia General de América Latina, UNESCO, Trotta, París / Madrid 2000, p. 160. 35 Lo mismo que quienes fundaron Concepción del Bermejo en 1585. 36 Se trata de una categoría que recicla conceptos de François Perroux (La economía del siglo XX, Ariel, Barcelona, 1964) para designar uan zona distintiva, articulada alrededor de la producción minera como producto que orienta el crecimiento “hacia afuera” en torno de la cual se desarrollan procesos de especializaciones regionales del trabajo, integrando un conjunto en en cual “... un sistema de intercambios [...] engarza y concede a cada región un nivel determinado de participación y desarrollo dentro del complejo zonal.” Su interpretación ha planteado que esta unidad, fuertemente gravitante durante la segunda mitad del siglo XVI y gran parte del siglo siguiente, “...se superpone coherentemente con la zonificación política, en tanto se extiende sobre el ámbito real del virreinato del Perú.” Mientras que las importaciones entradas por Lima y saldadas por plata bien se vinculaban al ámbito productivo (negros, hierro, mercurio) bien al consumo suntuario, la satisfacción de una extensa gama de necesidades de bienes y servicios imprescindibles para la reproducción del espacio provenía de “...un conjunto complejo de producciones que se crean y consumen en el interior del dicho espacio.” ASSADOURIAN, Carlos El sistema de la economía colonial. Mercado interno, regiones y espacio económico, Lima 1982, p. 111 y 112.

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algunos de los circuitos por los cuales más tarde se desplazaron los irresistibles efectos de arrastre de la economía minera potosina. Paisajes para un territorio: el imperio de las magnitudes El paisaje es el resultado –siempre provisorio y siempre arqueológico– de una construcción social en la cual participan los observadores, decidiendo qué elementos ubicar en la categoría de datos. Este fenómeno, conocido como la “tesis de Hanson”, implica asumir la carga teórica de la observación:37 aunque emergente de reflexiones teóricas provenientes de las ciencias “duras”, este principio es particularmente importante para las ciencias sociales.38 Los relatos de cronistas y viajeros del siglo XVII han sido utilizados como fuentes proveedoras de testimonios de primera mano que proporcionan datos sobre las realidades que describen. Parece mejor convertirlos en parte de configuraciones históricas: estas narraciones, sus narradores y sus operaciones cognoscitivas nos interesan en tanto que partes activas de una configuración política que las dota de sentido, a la vez que adquiere, de ellas, parte de los materiales con los cuales se construye. El estudio de crónicas sobre las regiones “nucleares” de la América Indígena (dicho brevemente, el Caribe, Mesoamérica y el área andina) es más voluminosa que la existente sobre la frontera sur del Imperio hispánico con la Corona Portuguesa y con los indígenas del área rioplatense durante el período colonial temprano.39 Esta situación, acorde con el volumen de los materiales que existen para las áreas mencionadas, debe ser tomada como parte de las coordenadas de construcción de nuestros propios trabajos. Las narraciones sobre las extensiones y los lugares que la Monarquía Hispánica incorporaba a su dominio, hacen al corpus de imágenes que la Monarquía necesitaba y producía para organizar la extensión, para producir espacios. Crónicas, historias, relaciones y descripciones 37 Véase, por ejemplo, HANSON, Norwood Russell Observación y explicación – Patrones de descubrimiento: investigación de las bases conceptuales de la ciencia, Alianza Universidad, Madrid, 1985 [1977], versión española de Enrique García Camarero y Antonio Montesinos, 310 pp. KNORRCETINA, K. y MULKAY, Michael Science Observed, Sage, London, 1983. 38 Pero este principio es, justamente, uno de los ejes sobre los que pivota la deconstrucción de la distinción entre ciencias “duras” y “blandas” o “exactas” y “sociales”, ilustrado en las obras cuya producción ha sido etiquetada como la de la “tercera cultura”, y que, en este trabajo, forma parte de un presupuesto compartido. Cfr. sobre todo, en clave de resumen, Brockman, John –editor– La tercera cultura. Más allá de la revolución científica, Tusquets, Barcelona, 1996 [The Third Culture. Beyond the Scientific Revolution, Simon & Schuster, 1995], trad. de Ambrosio García, 391 pp. 39 Para Morales Folguera esto puede deberse a que, en algunas regiones de la administración española en Indias, se recibieron las órdenes reales de ejecutar las relaciones, pero se practicó la costumbre se acata pero no se cumple. Cfr. MORALES FOLGUERA, José Miguel La construcción de la utopía. El proyecto de Felipe II para Hispanoamérica, Málaga, 2001, p. 42.



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contribuyeron a crear una imagen de las dimensiones y de los lugares reservados a cada espacio en el proyecto imperial, pero también producían densidad local. Esta densidad no deriva entonces del follaje de las plantas ni de los caudales de agua, ni de las extrañas criaturas existentes en las tierras nuevas. Los agentes de la Monarquía tramaron un nicho de dichos que forjó una imagen de este territorio al uso de un capítulo del retrato transatlántico de todo el Imperio. La densidad del lugar emerge cuando el observador del “paisaje” es despojado por el investigador de su inocencia y, ya objetivado, aparece situado en medio de los flujos comunicacionales que atraviesan su experiencia de construcción del espacio. Así, la reflexión sobre la experiencia como constituyente del espacio es intrínsecamente temporal y no disocia entre espacio y tiempo.40 Sin omitir el valor que tiene una historiografía que colocó al “paisaje” entre las estructuras de mayor estabilidad, o que cambian sólo muy lentamente,41 lo que “la Tierra” tiene para aportar al lugar o la región tampoco ha permanecido inmóvil desde la llegada de los europeos al área. Esto se debe a un concurso de factores, entre los cuales el forzado y violento intercambio biológico al que fuera expuesto el subcontinente no juega un papel menor. Lo que una geografía clásica plantearía como una convergencia de factores naturales y humanos,42 hoy puede ser presentado como el proceso de construcción de un espacio.43 La explicación de tal proceso no debe prescindir de los discursos, de los modos en que fue enunciado desde su propia construcción. Si, como escribió Saer, hoy en día “...la expresión Río de [la] Plata se utiliza tanto para designar el río propiamente dicho como el conjunto que forma la región pampeana y el Uruguay, pero que incluso a veces es una sinécdoque para nombrar a la Argentina entera, e incluso al Paraguay (la cuenca del Plata)...”,44 este uso no se impuso gratuitamente: constituye un resultado de las capas de dichos que sedimentaron el universo de percepciones que los primeros navegantes, funcionarios Reales y 40 DALLA CORTE, Gabriela y FERNÁNDEZ, Sandra Lugares para la historia. Espacio, historia regional e historia local en los estudios contemporáneos, UNR, Rosario, 2001, 245 pp. 41 Claramente ilustradas en Braudel, Fernand El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 2 tomos, FCE, 2a edición, México, 1987 [París, 1949], trad. de Monteforte Toledo, Roces y Simón; 858 y 944 pp; y LE ROY LADURIE, Emmanuel Histoire du climat depuis l’An mil, Flammarion, Paris, 1967. 42 Se piensa aquí en las propuestas pioneras de VIDAL DE LA BLACHE, Paul Principes de Geographie Humaine, presentado por E. De Martonne, París, 1947; Cfr. también LACOSTE, Yves “La Geografía” en CHATELET, François Historia de la filosofía. Ideas, Doctrinas, Espasa Calpe, Tomo IV, Madrid, 1984, pp. 218 a 272. 43 CROSBY, Alfred Imperialismo ecológico. La expansión biológica de Europa 900-1990, Crítica, Barcelona, 1988; GONZÁLEZ LEBRERO, Rodolfo E. La pequeña aldea, Biblos, Buenos Aires, 2002; más recientemente, GALAFASSI, Guido La pampeanización del Delta. Sociología e historia del proceso de transformación productiva, social y ambiental del bajo delta del Paraná, Extramuros, 2005. 44 SAER, Juan José El río sin orillas…, cit., p. 34.

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hombres de la Iglesia tuvieron de esta geografía. Antonio Vázquez de Espinosa, cronista que da cuenta de sus registros en el primer cuarto del siglo XVII, afirma por ejemplo que la ciudad de Santa Fe se ubica, no sobre el Quiloazas, ni siquiera sobre el Paraná –lo que constituiría ya una generalización gruesa pero frecuente– sino sobre el mismo Río de la Plata.45 No se equivoca el cronista al fijar la situación: al contrario, participa del tramado social que se filtra y produce una posición relativa en la situación de una redacción desde la distancia. El estuario platense participa de una configuración que bajo su nombre incluía al más caudaloso de los ríos que van a dar a él. Lo contrario –pero al fin y al cabo lo mismo– sostenía Gonzalo Fernández de Oviedo, quien afirmaba que Río de la Plata era la denominación cristiana del que los indígenas llamaban Paraná, estableciendo una continuidad entre el curso y el cauce de ambos.46 De la misma manera que para designar territorios lejanos la Monarquía se refería a ellos como “sus provincias”, éstas tomaban su nombre de voces que designaban un elemento predominante del conjunto. Se puede decir que Vázquez de Espinosa también había provincializado el objeto de su observación, un sistema fluvial desmesurado y complejo al que desconocía. Nada de esto impidió a los europeos, sin embargo, avanzar en la invasión, conquista y dominación de un terreno al que, con estrategias que incluían, la introducción de cultivos, animales, palabras y el uso de la fuerza, espacializaban la extensión; y, a partir de la introducción de las ciudades, las gobernaciones, los Obispados y las Audiencias, territorializaban los espacios.47

45 VÁZQUEZ DE ESPINOSA, Antonio Compendio y descripción de las Indias Occidentales, transcripción del original de Charles Upson Clark, Washington, 1948, [1627] p. 640 y ss. 46 Jamás estuvo en el Río de la Plata. Se basó en el Islario... de Alonso de Santa Cruz y otros testimonios. FERNÁDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS, Gonzalo Historia General y Natural de las Indias, islas y Tierra-Firme del Mar Océano, publicada por la Real Academia de Historia cotejada con el códice original enriquecida con las enmiendas y adiciones del autor é ilustrada con la vida y el juicio de las obras del mismo por Don José Amador de los Ríos, Imprenta de la Real Academia de la Historia, Vol II, Madrid, 1852, pp. 114 y 165. 47 La diferencia entre espacialización y territorialización que propongo es tributaria de la antropología jurídica del espacio: un espacio puede ser una extensión organizada a partir de diferentes criterios (económicos, culturales, religiosos, administrativos y políticos). Un territorio, en cambio, es tal únicamente a partir de una acción política sobre una porción de tierra y los hombres que la habitan: la territorialización tiene que ver, únicamente, con la presunción y el ejercicio de la jurisdicción de un agente político (es decir, en una relación entre suelo, población y autoridad), sea en un espacio, sea en una extensión a la que espacializa y territorializa al mismo tiempo.



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Diego Gutiérrez y Hieronymus Cock Americae sive Quartae Orbis Partis Nova et Exactissima Descriptio, Amberes, 1562. Diego Gutiérrez fue nombrado cosmógrafo principal del rey de España en 1554. La Casa de Contratación debía elaborar para la Corona un mapa de la llamada “cuarta parte del mundo” con la finalidad de documentar reclamos territoriales contra Portugal y Francia –de allí lo destacado de la información al sur del trópico de Cáncer. El grabador fue Hieronymus Cock (1510-1570).

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La construcción del tipo de conocimiento necesario para la monarquía está en el centro de los aciertos y de los desaciertos de estas descripciones.Unos diez años antes de la primera edición de la obra de Vázquez de Espinosa, Rui Díaz de Guzmán planteaba su descripción desde el interior del espacio. Su mirada era más comprometida no sólo desde la percepción visual sino también desde cierta sensibilidad auditiva, recuperando voces de los naturales de la tierra. Éstas, de todos modos, fueron reordenadas dentro de un universo de categorías descriptivas que, de hecho, las hispanizaba: “...en este territorio hay muchas provincias y poblaciones de indios de diversas naciones, por medio de las cuales corren muy caudalosos ríos, que todos vienen a parar, como en madre principal, a este de la Plata, que por ser tan grande, le llaman los naturales guaraníes Paraná Guazú, como tengo dicho...”48 Si un común denominador caracteriza el horizonte perceptivo de los agentes que dejaron textos sobre lo que ellos nombraban como las provincias del Río de la Plata es la referencia al orden de las grandes magnitudes.49 Los ríos se describen como “...caudalossos...”, los indios charrúas como gente “...muy crecida...”, los piñales “...muy grandes...”, las tierras “...extremadas...”. Incluso los elementos ingresados por los europeos adquirían la magnitud como atributo. Para Vázquez de Espinosa, la fauna prodigiosamente reproducida y la foresta abigarrada se mimetizaban: “...aquellas llanadas están cubiertas de yeguas y caballos cimarrones en tanta cantidad, que cuando pasan a alguna parte parecen de lejos montes, y lo mismo es en parte las vacas...”50

48 DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia Argentina del Descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata escrita por Rui Díaz de Guzmán en el año 1612, en DE ÁNGELIS, Pedro Colección de Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, Tomo I, prólogos y notas de Andrés M. Carretero, Plus Ultra, Buenos Aires 1969 [Imprenta del Estado, 1836], p. 67; resaltado en el original. 49 Pedro Cunill Grau prefiere hablar de las “...magnitudes de las superficies americanas...” en clave de constricciones geográficas que “...han obstaculizado de diversa manera el establecimiento humano.” A diferencia de este autor que plantea la “...tiranía del tamaño y de la distancia...” a manera de dato geofísico, aquí se hurga en las representaciones que los agentes se hacían de la extensión. CUNILL GRAU, Pedro “La Geohistoria”, en CARMAGNANI, Marcello; HERNÁNDEZ CHÁVEZ, Alicia y ROMANO, Ruggiero –coordinadores– Para una historia de América. I – Las estructuras, FHA, Colegio de México, FCE, México 1999, pp. 13, 14 y ss. 50 VÁZQUEZ DE ESPINOSA, Antonio Compendio... cit.



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Nativos y fauna del Chaco boreal durante la entrada de Irala Grabado de Theodor De Bry en SCHMIDEL, Ulrich Viaje al Río de la Plata (1534-1554), cit. Lámina que ilustra el Capítulo IV

Respecto de la fauna originaria, Zapata Gollán indicó que una forma primitiva de las actuales llamas –que llegarían desde el noroeste hasta las tierras del Paraná merced a los intercambios indígenas– provocaron la admiración de Luis Ramírez. El compañero de Gaboto, quien las había visto en las inmediaciones del Carcarañá, las describía hacia finales de la década de 1520 como “...obejas salbajes del grandor de una muleta de vn año y llevaban de peso dos quintales...”.51 Fernández de Oviedo y Valdés las llamaba “....ovejas de las grandes del Perú”. Durante la expedición de Juan de Ayolas en tierras de los mocoretás –sesenta y cuatro leguas al norte de las tierras de los quiolazas, donde se asentaría Santa Fe– Schmidel toma debida nota de un encuentro chocante: “Mientras estábamos con esos Mocoretás, casualmente encontramos en tierra una gran serpiente, larga como de veinticinco 51 En ZAPATA GOLLÁN, Agustín “La fauna y la flora”, en Obras Completas, Cit., Vol. IV, p. 60. El resaltado me pertenece.

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pies, gruesa como un hombre y salpicada de negro y amarillo [...] Cuando los indios la vieron se maravillaron mucho, pues nunca habían visto una serpiente de tal tamaño [...] Yo mismo he medido la tal serpiente a lo largo y a lo ancho, demanera que bien sé lo que digo.”52 Schmidel hace participar de su asombro a los indígenas quienes, según él mismo consigna, ya habían sido víctimas del voluminoso reptil. Otro, no menos impactante, que el cronista registra como “un pez grande” es el yacaré, cuyo “...cuero [es] tan duro que no se le puede herir con cuchillo o con flecha”. Si los Charrúas parecían gente de gran tamaño, el sur del subcontinente deparaba, en materia de anatomías, mayores sorpresas. Magallanes entendió ver gigantes en las costas patagónicas y, hacia finales del siglo XVIII, el Padre Guevara afirmaba que había de éstos, en algún tiempo, sobre el Carcarañá, y gustaba recordarlos todavía como “...torres formidables de carne, que en solo el nombre llevan el espanto y el asombro de las gentes....”.53 Para Schmidel, en cambio “... en toda la tierra del Río de la Plata no hay ni he visto gente más grande que los Yacarés [yaráes – xarayes].”54 Los portentos de esta gente, sin embargo, depararían a los conquistadores algo más en materia de experiencias: en tierras de los Jerus, cuando durante las comidas se tocaba música para hacer bailar ante el cacique a los hombres y las mujeres más bellas de la tribu, Schmidel asegura que, viendo “...bailar esas mujeres, nos quedábamos con la boca abierta...”. Éstas, además de hábiles artesanas, “...son muy hermosas, grandes amantes, afectuosas y de cuerpo ardiente, según mi parecer.”55

52 SCHMIDEL, Ulrico Relación, cit., p. 151. 53 GUEVARA, Padre de la Compañía de Jesús Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, en DE ÁNGELIS, Pedro Colección de Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata, [Madrid, 1762] Tomo I, prólogos y notas de Andrés M. Carretero, Plus Ultra, Buenos Aires, 1969 [Imprenta del Estado, 1836], p. 520. 54 SCHMIDEL, Ulrico Relación, cit., p. 179. “Yacarés” en la edición de L. López – Lafone lo transliteró del original como Xarayes. 55 SCHMIDEL, Ulrico Relación, cit., p. 81.



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Serpiente maravillosa Grabado de Theodor De Bry en SCHMIDEL, Ulrich Viaje al Río de la Plata (1534-1554), cit. Lámina que ilustra el Capítulo XVII

“Scherves” - los yaráes Grabado de Theodor De Bry en SCHMIDEL, Ulrich Viaje al Río de la Plata (1534-1554), cit. Lámina que ilustra el Capítulo XXXV.

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Al norte, las Cataratas hoy denominadas del Iguazú, son descriptas como “... ese extraño salto que entiendo ser la más maravillosa obra de la naturaleza que hay...”.56 En la primera mitad del siglo XVI, Pedro Mártir de Anglería afirmaba: “No faltará […quien…] se burle de mí diciendo: ‘Mira lo que cuenta como un portento, que hay en aquellas regiones ríos muy grandes!’; y después de recordar los más caudalosos de otras regiones del mundo, afirma que los de América son todavía mayores.”57 Zapata Gollán, quien también se refirió al autor antes citado, recuperó además los juicios sobre el Río de la Plata legados por Alonso de Santa Cruz en su Islario –“...uno de los mayores y mejores del mundo...”– o las de Lopes de Sousa “... era tan grande que me nom podia parecer que era rio...”. Del Paraná ha dicho en su hora el Oidor Matienzo que era “...el mayor que se viera en el mundo...”.58 Todos estos discursos obedecen a las reglas retóricas de la laudatio, impuesta a la descripción del lugar. En este proceso, la “naturaleza” ocupa el lugar de las construcciones humanas en torno de las cuales se elaboraron las descriptio civitatis en latín y en lengua vulgar durante el período bajomedieval.59 Respecto del orden de lo magnífico, Paul Zumthor ha señalado el escaso nivel de precisión que caracteriza a los discursos de la amplificatio: ésta, afirmó el filólogo ginebrino, “...acaba en poca cosa: una serie de hipérboles que enmarcan y dan cuerpo a un esquema comodín; un tipo, según la terminología que he propuesto, conjunto de fragmentos descriptivos, al menos parcialmente estereotipados, por medio de los cuales, a través de los cuales y (cada vez más, a medida que se va avanzando en el tiempo) a pesar de los cuales se constituye, en la lengua o en las formas del arte, una representación de la realidad.”60 Estos discursos cuya retórica está vinculada, por otra parte, a unas descripciones que son tributarias de operaciones de persua56 DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia... cit., resaltados míos. En las primeras crónicas esto no difiere, aun cuando se trate del área mesoamericana o de las tierras del Inca. Cfr. las notas sobre las zonas “tórridas” y sus disquisiciones con los “antiguos” del P. J. ACOSTA, Joseph de Historia natural y moral de las Indias. En que se tratan las cosas notables del cielo, elementos, metales, plantas y animales dellas y los ritos y ceremonias leyes y gobiernos de los indios, [1590], edición preparada por Edmundo O’Gorman, FCE, México, 1940, 444 pp. 57 MÁRTIR DE ANGLERÍA, Pedro Décadas Oceánicas, edición de Joaquín Torres Asencio, Madrid, 1892. Este religioso, confesor de Isabel y consejero de los Reyes Católicos, nunca estuvo en América; sus conocimientos provienen de relaciones de terceros a las cuales tuvo acceso por vía personal o a través de correspondencia. La narración del viaje de Solís se encuentra en la segunda de sus Décadas. 58 ZAPATA GOLLÁN, Agustín “El Paraná...”, cit., pp. 11, 21 y 22. 59 ZUMTHOR, Paul La medida del mundo. Representación del espacio en la Edad Media, Cátedra, Barcelona, 1994 [Editions du Seuil, París, 1993], trad. de Alicia Martorell, p. 108 y ss. 60 ZUMTHOR, Paul La medida del mundo... cit., p. 109.



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ción en distintos grados y niveles, están plagados de hipérboles o ditirambos cuya imprecisión no dejan de tener su significado: “Es notable (aunque esta técnica de expresión aparezca en varios sectores del discurso medieval) que la mayor parte de nuestras descriptiones civitatis hasta el siglo XV construyan la imagen por acumulación de calificativos hiperbólicos de sentido impreciso (grande, bello, el más... del mundo) en una especie de balbuceo que parece sugerir que el objeto está fuera del alcance del lenguaje, en la esfera de lo maravilloso.”61 Rui Díaz pudo afirmarse en este lugar de observador encogido frente a un mundo al cual representó como abundante incluso cuando hablaba de lo que no había visto: a orillas de un río “...caudaloso que tiene por nombre Pepirí [...] es fama muy notoria haber mucha gente que poseen oro en cantidad...”.62 Las islas del Delta y las del Paraná, en el testimonio de Luis Ramírez –que sí las conocía– son “... tantas que no se pueden contar...”.63 Los peces, abundantísimos “...y los mejores que hay en el mundo, que creo yo provenir de la bondad del agua que es aventajada a todas las que yo he visto...”.64 Los españoles, ante la bondad y plétora de tan benévolo alimento, comían “a bentregadas”, no habiendo conocido mejor dieta. Siempre de la mano de Ramírez y de su carta, el agua del Paraná “...es la mejor y más sana que se pueda pensar...”. Para Lopes de Sousa, “...he mui sabrosa [...y...] quanta o homen mais bebe, quanto melhor se acha”.65 La amplificatio, claro está, no se limitó al plano de lo laudable. Conquistadores, viajeros y cronistas hicieron que algunos fenómenos naturales tanto como las situaciones que ponían en riesgo la supervivencia –ergo, que exaltaban la “valentía” de los europeos– también fueran ensanchadas bajo el mismo foco. Componiendo su ensayo El río sin orillas, Juan José Saer lo advirtió: “en dos cosas, aparentemente contradictorias coinciden muchos de los numerosos viajeros que han escrito sobre el río de la Plata: en la clemencia deliciosa de su clima, y en las tromentas frecuentes y espantosas que estallan en la región.”66 Tanto como recalcaban las virtudes de una tierra fértil y la placidez de días deliciosos, 61 ZUMTHOR, Paul La medida del mundo... cit., p. 109, resaltados en texto original. 62 DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia... , cit., p. 68. Todos los resaltados me pertenecen. 63 La carta de Ramírez en MADERO, Eduardo Historia del Puerto de Buenos Aires, Buenos Aires 1892, también retomada por ZAPATA GOLLÁN, Agustín “El Paraná...”. 64 SANTA CRUZ, Alonso de Islario general de todas las islas del mundo..., fragmento recuperado en BECCO, Horacio Cronistas del Río de la Plata, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1994, p. 10. 65 Del Diario de Navegaçao, (1530-1532), citado en ZAPATA GOLLÁN, Agustín “El Paraná...”, cit., p. 24. 66 SAER, Juan José El río... cit., p. 23.

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algunos testimonios ubicaron dentro del orden de lo magnífico los temporales que azotaban la amplia zona rioplatense. Desde una perspectiva contemporánea, Saer echa un manto de piedad sobre las percepciones de aquellos hombres: “...es perfectamente comprehensible que los testimonios de los viajeros sobre el clima en el río de la Plata sean contradictorios, ya que el clima mismo lo es.”67 Las tormentas que se formaban en el Río de la Plata o en las inmediaciones del Paraná, fueron objeto de juicios no menos azorados que aquellos emitidos a propósito de las dimensiones de los ríos: en una carta escrita hacia 1556, Francisco de Villalba aseguraba sobre las tormentas del Paraná que “...eran tan abominables y malos los tiempos en esta tierra que visiblemente parecía que en los aires hablaban los Demonios”.68 Los peligros eran tan cuantificables como las bondades de la tierra. De la emboscada tendida por los indígenas a Garay y su gente en las inmediaciones del río Coronda, Guzmán retuvo que “...todo cuanto había a la redonda estaba lleno de gente de guerra, y mucha más que venía acudiendo por todas partes, sin muchas canoas que de río abajo y arriba acudían...”69 Joannes de Laet se refería a los querandíes como “...gente furiosa y acostumbrada a vivir de carne humana, ágiles y valientes, que en tiempos pasados causaron muchos males y pérdidas a los españoles.”70 Frente a la magnificencia verde y voluptuosa de los corredores fluviales que atraviesan y conforman la actual mesopotamia argentina, donde a comienzos del siglo XVII Rui Díaz encontraba una tierra bien poblada, con algunos cultivos, abundante pesca, vegetación exuberante, pasto para ganados y caza de una fauna prodigiosa en su variedad, el cronista construye una primera imagen diferente, dominada por lo horizontal, estableciendo una oposición fuerte: los llanos que van de Mendoza a Buenos Aires, escribió, son “...tan anchurosos y dilatados, que no hay en todos ellos un árbol: es de poco agua [...] de pocos naturales: los que hay son belicosos, grandes corredores y alentados [... y andan ...] de ordinario esquilmando los campos.”71 Lo que poco tiempo después comenzó a denominarse “la Pampa”, nació como un protopaisaje que, por oposición al de los corredores fluviales, representaba la extensión desolada, magra, agreste por definición. Una de las imágenes que heredamos –y que probablemente compartimos, al punto de necesitar revisar permanentemente su genealogía– recupera este zócalo de discursos sobre la pampa: la tradición de su imagen negativa, catapultada a una 67 68 69 70

SAER, Juan José El río... cit., p. 39. Citada por Ulrico Schmidel en Relación, cit.. DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia... , cit., p. 281. LAET, Joannes de Descripción General de la Gobernación o Provincia de Río de la Plata, cualidades de su aire y de su tierra, edición establecida por Marisa Vannini de Gerulewicz, en BECCO, Horacio Cronistas... cit., p. 62. 71 DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia... , cit., pp. 72 y 73.



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presencia importante en la literatura del siglo XX por Ezequiel Martínez Estrada, sintetiza una tradición que suelda la conquista con la mirada sarmientina que opuso civilización y barbarie en el siglo XIX. En la pampa de Martínez Estrada domina la soledad, la discordia, el olvido, la muerte. Esta tradición, montada sobre el supuesto de una soledad que “...convierte al individuo en el centro de la circunferencia infinita que es la llanura y la clave de esa bóveda absurda que es el cielo...”72 fue retomada por Juan José Saer en términos casi calcados: “Las dos planicies de la pampa y del río no poseen en sí ningún encanto particular y [...] también la belleza que a veces la transfigura debemos atribuírsela no al lugar en sí sino a su cielo, a causa de su presencia constante, visible en la cúpula y en el horizonte circular. El hombre de la llanura está siempre en el interior de una semiesfera, en el centro exacto de la base, bajo la bóveda celeste que es como una pantalla...”73 Esta mirada oblicua que el siglo XX proyecta sobre una pampa dilatada y, en su arreglo con el cielo, carcelaria, tiene su genealogía: la sensación que Juan José Saer describió como vértigo horziontal arraiga en una descripción del siglo XVII, cuando se decía que las llanuras al oeste de Buenos Aires eran “…planicies tan dilatadas [que] forman un horizonte parejo y circular, de suerte que uno pierde el rumbo y es necesario recurir a la brújula para no extraviarse por los caminos.”74 La esacasa presencia en estos discursos de atributos positivos –como la fertilidad de la tierra y de sus bondades para permitir la reproducción de ganado vacuno y equino en enorme número, valoraciones que hizo más tarde una sociedad que se vinculó con la tierra productivamente– no ignoró de todos modos que la llanura pertencía al orden de lo magnífico. La fama de las tierras y de la naturaleza platense proviene ante todo de un orden que –como en el medioevo lo habían articulado el bosque, los mares y, después, la mar océano– desequilibra los patrones de mensura peninsulares de los albores de la modernidad. Lo que está en juego detrás de estas miradas es, nuevamente, una manifestación de la experiencia de los límites técnicos y simbólicos de una civilización, en clave de miedo y asombro.75 72 MARTÍNEZ ESTRADA, Ezequiel Radiografía de la pampa, FCE, Buenos Aires, 1991 [1933], p. 77. 73 SAER, Juan José El río... p. 44. 74 “Memoria acerca del establecimiento de una colonia en Buenos Aires o en la orilla opuesta del Río de la Plata”, por el Señor de Sainte Colombe, 1664. Edición de MOLINA, Raúl Alejandro en “Primeras Crónicas de Buenos Aires. Las dos memorias de los hermanos Massiac (16601662)” en Historia, 1, agosto-octubre de 1955, p. 107. 75 Ver los exquisitos trabajos que Le Goff dedicara a los pantanos, el bosque o el Dragón, situado en “lugar” del Bósforo. LE GOFF, Jacques “L´occident médiéval et l´ocean Indien: un horizon

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Los pliegues iniciales de la curvatura occidentalizante del imaginario sobre el espacio rioplatense, están basados sobre esta sensación primigenia que los europeos manifestaron de encontrarse superados por un espectáculo ajeno al tópico cristiano-medieval de la ciudad. Pero el desorden de lo abundante fue reorganizado por los europeos en clave religiosa a partir de la idea de pacificación y doctrina de los naturales, lo cual sólo era posible a partir de la introducción de sus propios dispositivos espaciales: las ciudades, las iglesias y los pueblos indígenas, en primer término. Las magnitudes, que en términos del Padre Guevara provocan el “...asombro y el espanto de las gentes...”, organizan los dichos y la experiencia de los conquistadores en la zona rioplatense y el corredor fluvial que los llevaba hacia el norte. Sus discursos evidencian un impacto sólo posible en una dimensión comparativa,76 pero por sobre todo formalizan un complejo en el cual lo abundante y lo magnífico –amplificatio relacionada a veces con laudatio– se articulan para dar cuentas de un observador maravillado, de un testigo interesado y comprometido que debe hacer notar a otros las posibilidades que estas tierras presentan para el proyecto que está encarnando. En la trastienda, la representación deja constancia de los deseos, los temores y las dudas de los agentes, probablemente la clave del foco que todo lo ensancha.

onirique” en Mediterraneo e Oceano Indiano, Florencia, 1970, pp. 243-263; “Les rêves dans la culture et la psichologie collective de l´Occident Médiéval”, en Scolies, 1971, pp.123-130; “Culture ecclésiastique et culture folklorique au Moyen âge: Saint Marcel de Paris et le Dragon” en Ricerche storiche ed econimiche en memoria di Corrado Barbagallo, Nápoles 1970, T.II, pp.51-90; “Melusine, maternelle et défricheuse”, en Annales E.S.C., 1971, pp. 587-603 et “Le désert et la fôret dans l’Occident médieval”, in L´Imagianire médieval, Gallimard, 1985. Ediciones en español de estos trabajos, recopilados en Tiempo, Trabajo y Cultura en el Occidente Medieval, Madrid 1983 y Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente Medieval, Gedisa, Barcelona, 1985, trad. de Alberto Luis Bixio, 187 pp. 76 Son en este sentido bien conocidos los párrafos de Schmidel estableciendo paralelos entre los Quiloazas y los Gitanos de su país o entre las prácticas de asalto de los indígenas con los “bandidos salteadores” que hay en su tierra. También el “preparado” de los prisioneros humanos que, antes de ser comidos, se tratan “....como se ceba un cerdo en Alemania....”. Cfr. Relación... cit., pp. 139, 152 y 155.

CAPÍTULO II Urbis et civitas La ciudad como dispositivo de conquista y colonización1 “Desde el fuerte Navidad y la Isabela, las numerosas ciudades fundadas por los conquistadores españoles y portugueses constituyeron núcleos destinados a concentrar todos sus recursos con el fin de afrontar no sólo la competencia por el poder sino también la competencia ética y cultural entablada con las poblaciones aborígenes en el marco de la tierra conquistada y por conquistarse. Las ciudades fueron formas jurídicas y físicas que habían sido elaboradas en Europa y que fueron implantadas sobre la tierra americana, prácticamente desconocida.” José Luis Romero2

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l proceso de expansión que condujo a la conquista de los territorios americanos transformó las sociedades y los ecosistemas3 de las Américas y también de Europa. La salida de la crisis feudal que indujo a los europeos a extender sus dominios y a la monarquía agregativa a incorporar nuevos territorios por conquista,

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[2012] Entre la presentación de mi tesis de doctorado y este demorado libro se publicaron La construcción de una ciudad hispanoamericana. Santa Fe la Vieja entre 1573-1660 (2005) y Vivienda y ciudad colonial. El caso de Santa Fe (2011), ambos del arquitecto Luis María Calvo, editados en Santa Fe por la UNL. No aparecen citados en las páginas siguientes porque no introduje modificaciones a este capítulo, pero remito a su lectura, imprescindible para que los temas aquí abordados se comprendan mejor desde el punto de vista del urbanismo y de la arquitectura. En cambio, sí podrá verse reiteradamente reflejado el aporte del director del Museo Etnográfico en sus obras del año 1990 y 1999. ROMERO, José Luis Latinoamérica: las ciudades y las ideas, SXXI, Buenos Aires, 1986 [1976], p. 47. En el sentido de “...comunidades de seres vivientes fundadas en una serie de intercambios recíprocos –cadenas tróficas o alimentarias– que están enmarcadas por un medio abiótico y que a su vez, modifican activamente ese medio”, tal y como lo recupera GARAVAGLIA, Juan Carlos “Las relaciones entre el medio y las sociedades humanas en su perspectiva histórica”, en Anuario del IEHS, VII, Tandil 1992, pp. 41 a 57. La definición proviene de BERTRAND, Georges “L’impossible tableau géographique”, in DUBY, Georges y WALLON, A. –editeurs– Histoire de la France Rurale, PUF, Paris, I, pp. 37 a 111. CROSBY, Alfred Imperialismo…, cit.

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produjo experiencias violentas de diferente grado. La superioridad numérica y, en algunos casos, la mejor estructura organizativa de los pueblos indígenas del Nuevo Orbe, no fue suficiente para superar la tremenda dificultad que significó, en este encuentro desigual, el que los españoles poseyeran y utilizaran armas de fuego.4 Pedro Mártir de Anglería llamó a los primeros asentamientos con el antiguo vocablo de colonia, resaltando su carácter de avanzada militar. Reforzando el mismo aspecto, el primer tipo de ciudad hispanoamericana ha sido denominada como “ciudad-fuerte”.5 La voluntad de avanzar militarmente sobre el territorio existió y fue preponderante a la hora del sometimiento por la fuerza, pero constituyó sólo una de las formas a partir de o a través de las cuales estos espacios fueron violentados. La alianza entre españoles e indígenas, presente desde los inicios de la empresa conquistadora, introdujo desequilibrios en las relaciones de dominación preexistentes en el área.6 Operativa para algunos, en general invirtió las dinámicas políticas locales y, frente a conflictos que no eran comprendidos o zanjables por la vía de la negociación con los caciques de los diferentes grupos indígenas, los jefes militares hispánicos no dudaron en apelar a la superioridad que les confería el uso de las armas de fuego. El desequilibrio que se introducía de cualquier forma (ejerciendo violencia sobre los pueblos americanos o desnivelando la capacidad de negociación o de fuerzas entre ellos) era de gran magnitud.7 José Luis Romero advirtió además acerca de la artificialidad de un elemento que, en algunas áreas, resultaba totalmente extraño a la extensión. En áreas como la rioplatense en sentido amplio, la introducción del patrón urbano de asentamiento actuó como desarticulador de la organización espacial indígena y como dispositivo central de la construcción de una enteramente nueva. Pese a que los europeos encontraron aquí condiciones muy diferentes a las de México o Perú, también consiguieron plantear y sostener un modelo de trazado de los 4

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Cfr. SALAS, Alberto Las armas de la conquista de América, Buenos Aires, 1984. Recuérdese que, de todos modos, para esta coyuntura, se hace todavía referencia a la “hueste indiana”, que no implica el tipo de organización supuesto por la “milicia”, forma cronológicamente asociada con la consolidación de las ciudades. Cfr. al respecto GOYRET, José Teófilo “Huestes, milicias y ejército regular”, en Nueva Historia de la Nación Argentina. 2 – Período Español (1600-1810), cit., pp. 351 y ss. Cfr. ROMERO, José Luis Lationamérica... cit. Puso de relieve ese aspecto STERN, Steve Los pueblos indígenas del Perú frente al desafío de la Conquista Española, Alianza, Madrid, 1986. [1982], Versión Española de Fernando Santos Fontenla. En la crónica de Schmidel, puede verse con claridad además el aprovechamiento que los españoles hicieron de las diferencias y conflictos intertribales. Cfr. SCHMIDEL, Ulrico Relación, cit. STERN, Steve “Paradigmas de la Conquista: historia, historiografía y política”, en Boletín de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, Tercera serie, número 6, septiembre de 1992, pp. 7 a 39, trad. de María Florencia Ferré.



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núcleos urbanos de reminiscencias romanas,8 experimentado en el ámbito de la Corona de Castilla durante las campañas que terminaron por incorporar bajo su éjida a los reinos moros de Andalucía.9 Recuperando también una tradición greco-latina,10 el modelo urbano no se agota en el aspecto físico fijado por las parrillas de hierro y la formalización de la cuadrícula: la espacialidad urbana va de la mano de un tipo de institucionalición de relaciones de poder que le son correspondientes: la civitas. La ciudad indiana, de hecho, representa la reunión formal de dos niveles diferentes de relaciones de poder político que contienen cargas de experiencia histórica potentes: urbis (la forma física organizada como planta hipodámica)11 y civitas (su forma social, organizada como cuerpo político). En la extensión, la ciudad funcionó como un dispositivo que tuerce la flecha del tiempo y, en términos de Ricoeur, gana autonomía, posibilitando la construcción de “...una historia de las acciones [algunas veces] diferente del proyecto de los actores hegemónicos.”12

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Un precedende al “damero” romano son los trazados de Hipódamo de Mileto, quien habría intervenido en la reconstrucción de Mileto hacia 479 a. C. El diseño, que se repite en Rodas, resulta del cruce perpendicular de calles que forman una malla cuadrada o rectangular, de módulos iguales. Alejandro de Macedonia y los Diacos utilizaron profusamente este modelo. El sistema romano proviene “...de la organización de los campamentos militares sobre dos ejes o calles pincipales: el cardo y el decumanus que se cruzan en el centro de la ciudad. Calles paralelas y perpendiculares a ambos ejes, definen manzanas rectangulares o cuadradas. En el cruce de dos ejes principales se sitúan los edificios públicos más representativos y el foro, que combinaba en un solo complejo todos los órganos esenciales de la vida pública: el templo, los edificios cívicos (basílica, tribunal y curia) y los establecimientos comerciales.” AGUILERA ROJAS, Javier Fundación de ciudades hispanoamericanas, Mapfre, Madrid, 1994, p. 30. 9 Situación bien diferente considerando el desarrollo de los territorios controlados por la monarquía omeya. Cfr. GARCÍA DE CORTÁZAR, José Ángel La época medieval, en “Historia de España Alfaguara”, Vol. II, Alianza, Madrid, 1983, 9ª. Edición, [1973] p. 58 y ss. 10 Véase CHATELET, François El nacimiento de la historia, SXXI, Madrid, 1985 [Paris, 1962], trad. de César Suárez Bacelar, especialmente p. 267 y ss. y 344 y ss. 11 Algunos trabajos muestran que el patrón no fue seguido a rajatabla en todas las fundaciones. Cfr. el trabajo sobre Concepción del Bermejo de Susana Conlazzo en CHIAVAZZA, Horacio y CERUTI, Carlos N. Arqueología de ciudades americanas del siglo XVI, UNCuyo, Mendoza, 2009. 12 SANTOS, Milton De la totalidad al lugar, Oikos-Tau, Barcelona 1996, p. 149. En un sentido similar apuntaban las sugerencias de GARCÍA DE CORTÁZAR, José Ángel en “Organización social del espacio: propuestas de reflexión y análisis histórico de sus unidades en la españa medieval”, Studia Histórica, Ha. Medieval, Vol.VI, Salamanca 1988, pp. 195 y ss. [2012] Sobre el problema historiográfico de la ciudad he publicado Instituciones, gobierno y territorio. Rosario, de la capilla al municipio (1725-1930), ISHIR-CONICET, Rosario, 2010, Cap. I y II.

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Dirección de las exploraciones y establecimiento de pueblos y ciudades en las regiones tucumana y cuyana entre 1550 y 1562 - Grafica las tendencias desde el Perú - Nueva Historia de la Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia, Planeta, Buenos Aires, 1999, Tomo I, p. 396. Límites internacionales e interprovinciales actuales presentes en la cartografía de esa obra.



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Dirección de las exploraciones y establecimiento de pueblos y ciudades en las regiones tucumana, cuyana y rioplatense entre 1565 y 1600 - Grafica las tendencias desde el Perú y desde el Río de la Plata - Nueva Historia de la Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia, Planeta, Buenos Aires, 1999, Tomo I, p. 437. Límites internacionales e interprovinciales actuales presentes en la cartografía de esa obra.

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La diferenciación social, así como la de los lugares donde los agentes se relacionan, son procesos durante los cuales, como señala González Alonso, estas distinciones aparecen licuadas: “Hasta épocas muy avanzadas abundaron en todas partes, en Castilla acaso en mayor medida, los núcleos de base campesina a caballo entre el poblamiento rural y la ciudad propiamente dicha. La mención estereotipada a las ´ciudades, villas y lugares´ (habitual en la documentación medieval y moderna) resulta engañosa; aparenta clasificar y distinguir, mas en el fondo diluye la heterogeneidad subyacente a esos tres términos al reunirlos en la misma cláusula.”13 La diferencia entre ciudades, villas y lugares,14 estriba básicamente en una distinta jerarquía jurisdiccional, afectando en consecuencia la posición relativa del Cuerpo y de los actores en las relaciones con otros elementos de la constelación de los poderes de la Península. Detrás de la preocupación por esa indiferenciación, se lee la convicción de una historiografía que ha priorizado el estudio político-administrativo de las ciudades (el municipio) en clave de su aspecto funcional más saliente: el gobierno. Durante la última parte del siglo XX, la historiografía hispánica posfranquista revisó el tema, poniendo en evidencia el problema histórico de la idealización del “municipio castellano medieval” o del “municipio foral” catalán.15 El origen de esta carga quizás proviene de un conflicto de intereses historiográfico que acompañó la disolución del Antiguo Régimen peninsular. A ciertas obras muy importantes de una cultura política definida, escritas durante el Antiguo Régimen –desde la Política para Corregidores de Castillo de Bobadilla (1597), los Discursos de Francesc de Gilabert (1616) hasta El Corregidor Perfecto de Guardiola y Sáez (1785) o la visión idílica de la organización local del medievo barcelonés en las Memorias... de Capmany,16 –en mayor o menor medida identificadas con el absolutismo monárquico, se opone la producción decimonónica, solidaria con el proyecto de un Estado Nacional, cuya característica parece ser la de “...constatar

13 GONZÁLEZ ALONSO, Benjamín Sobre el Estado..., cit., p. 58. 14 Definidos para Castilla, “...de acuerdo con Chatelain, en Francia...” como señoríos domésticos, cuyo centro estaría constituido por la Casa Fuerte, a cargo de un alcaide. Cfr. CARZOLIO DE ROSSI, María Inés “La Casa Fuerte, instrumento señorial”, en Anuario de la Escuela de Historia, núm. 12, Facultad de Humanidades y Artes de la UNR, Rosario, 1986-87, p. 59. 15 PASSOLA TEJEDOR, Antoni La historiografía sobre el municipio en la España Moderna, Lleida 1997, 183 pp. 16 PASSOLA TEJEDOR, Antoni La historiografía... cit., pp. 21 y ss.



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un progreso, siempre entendido como avance continuo de la nación hasta culminar su perfeccionamiento en la época coetánea.”17 De esta manera, siguiendo a Antoni Passola Tejedor, “El estudio histórico de los municipios se vió envuelto en un gran debate sobre el poder local y su lugar en la organización del Estado. Para los más tradicionalistas, la conservación de los fueros y la defensa del feudalismo (que distinguían del absolutismo), eran su bandera. [...] Para los liberales, la libertad imponía la destrucción de cualquier privilegio y diferenciación ya que aquella sólo podía alcanzarse por la igualdad [...] El debate interno entre los liberales [...] se centraba en el punto hasta donde había de llegar la centralización. Los moderados eran partidarios de la centralización máxima, que incluía hasta el ámbito municipal, reducto de progresistas y demócratas. Los progresistas defendían la compatibilidad entre unificación y autonomía del poder local, en el que se había de preservar el funcionamiento democrático para frenar los excesos del gobierno central, normalmente en manos moderadas. Para los federalistas, las peculiariedades locales y regionales eran leyes superiores que no podían ser borradas por decreto...”18 En ese clima, y recordando que el absolutismo, desaparecido de la teoría, permanece bajo la forma de una idea de poder que “...regentea desde arriba la sociedad...”,19 la factura de unas historias locales e historias del gobierno municipal era propicio a la manipulación de los términos del análisis. Distinguida por una polarización que, en la diversidad, encontró el rechazo al absolutismo y el filomedievalismo como puntos de convergencia,20 los intelectuales del siglo XIX echaron mano de la Edad Media para construir una mítica armonía fundacional en la cual el nuevo orden hundía sus lejanas, profundas y prestigiosas raíces. Estas características de la producción decimonónica vaciaron el estudio de la ciudad y el gobierno municipal durante la Edad Moderna.21 Los correctivos de 17 PASSOLA TEJEDOR, Antoni La historiografía... cit., p. 34; véase también PEIRÓ MARTÍN, Ignacio Los Guardianes de la Historia. La historiografía académica de la Restauración, Instituto Fernando el Católico, Zaragoza, 1995. Cirujano Marín, Paloma; Elorriaga Planes, Teresa; Pérez Garzón, Juan Sisinio Historiografía y Nacionalismo Español (1834-1868), CSIC, Madrid, 1985 y Clavero, Bartolomé “Institución política y derecho: acerca del concepto historiográfico de ´Estado Moderno´”, en Revista de Estudios Políticos, 19, 1981, pp. 43 a 57. 18 PASSOLA TEJEDOR, Antoni La historiografía... cit., pp. 34 y 35. Véase también VARELA SUANCES-CARPEGNA, Joaquín La teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo hispánico. Las Cortes de Cádiz, CEC, Madrid, 1983, 434 pp. 19 GUERRA, François-Xavier “El Soberano y su Reino”, en SABATO, Hilda –coordinadora– Ciudadanía política y formación de las naciones, El Colegio de México, Fideicomiso Historia de las Américas y FCE, México, 1999, p. 58. 20 PASSOLA TEJEDOR, Antoni La historiografía... cit., p. 38. 21 Denunciado aún como dificultad metodológica en ARTOLA, Miguel en su prólogo al libro de HIJANO, Ángeles El pequeño poder. El municipio en la Corona de Castilla: siglos XV al XIX, Fundamentos, Madrid, 1991, p. 7.

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la historiografía de la segunda mitad del siglo XX se hacen sentir aún con fuerza y, de alguna manera, las tendencias regionalistas que sucedieron a la caída del franquismo operaron (aunque benéficamente) como cualquier contraofensiva: a la idealización del municipio medieval opusieron la genealogía de la región que, salvo excepciones, quizás realizó una tarea tan creativa como la primera.22 Como escribió Romero, “la ciudad fue europea en un mundo poblado por otras gentes y con otra cultura.”23 En el esquema de conquista y colonización planteado por la Corona hispánica, la ciudad funcionaba como estrategia militar e ideológica que debía permitir “...asegurar la conquista, explotar y dominar las tierras y las personas que se iban incorporando, afirmar la soberanía real y establecer y extender la fe.”24 Pero antes que ciudades, se identifican fuertes. En las Partidas de Alfonso X puede verse la estrecha relación que, en este punto, veía el Rey Sabio entre la tradición de la castramentatio romana, la reflexión y previsión sobre asuntos militares y la implementación de trazados ordenados de campañas que podían y solían rematar en la fundación o en la refundación de una ciudad. Estas prácticas sociales ligaban en los hechos un orden teórico (geométricoideal) con otro político (de los cuerpos, geométrico-real). En este último orden se deja ver con claridad el peso de la función militar de los enclaves urbanos: “La planta de Santa Fe de Granada ha sido considerada como el precedente más inmediato a las ciudades hispanoamericanas, sobre todo por su posible relación con la fundación de la ciudad de Santo Domingo llevada a cabo por Nicolás de Ovando en 1506 y manteniéndose la posibilidad de que la traza de Santa Fe se hiciera a imitación de la de Villarreal, hecho poco probable por la distancia temporal y física entre una y otra. Santa Fe tiene su origen en el campamento militar que mandaron hacer los Re22 En términos de sociología de la ciencia, el movimiento bien puede caracterizarse con lo que Bourdieu ha denominado la “estrategia de subversión”. TORRES ALBERÓ, Alberto Sociología política de la ciencia, Siglo XXI, CIS, Madrid, 1997. El origen de las genealogías de las regiones, sin embargo, no debe buscarse en la historia. La misma puede ubicarse en la resolución de unas polémicas que, hacia finales del siglo XIX, dirimen las líneas hegemónicas de la geografía académica, cuando Vidal de la Blache opone, a la Anthropogeographie de Ratzel su Geographie Humaine en torno del concepto de “género de vida”. Cfr. SIMIAND, François “Géographie humaine et sociologie”, L’ Année Sociologique, 1909, IX, pp. 723-732. KARADY, Victor “Stratégies de réussite et modes de faire-valoir de la sociologie chez les durkheimiens”, Revue française de sociologie, 20 (1), 1979, p. 70; y sobre todo CHARTIER, Roger “L’histoire entre géographie et sociologie”, en Au bord de la falaise, Albin Michel, Paris, 1999. 23 En ROMERO, José Luis Latinoamérica…, p. 47. 24 ARECES, Nidia “Las sociedades urbanas coloniales”, en TANDETER, Enrique –editor– Nueva Historia Argentina. II, La Sociedad Colonial, Sudamericana, Buenos Aires, 2000, p. 148.



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yes Católicos frente a Granada ‘para mostrar su inquebrantable voluntad de adueñarse de la ciudad’. Su planta de origen claramente militar constaba de un rectángulo de 560 por 436 metros (400 por 312 pies) [sic] rodeado de una muralla. Probablemente la idea primitiva consistió en un rectágulo atravesado por tres calles en sentido longitudinal y otras tres en sentido transversal con una plaza centrada. [...] El resultado final no es homogéneo ni en el ancho de las calles ni en el tamaño de las manzanas rectangulares que resultan y tampoco conserva una ortogonalidad perfecta. Tampoco [...] la plaza tiene la forma cuadrada de los modelos americanos del siglo XVI ni la proporción vitrubiana de las Ordenanzas de Felipe II de 1573.”25 La insistencia de Aguilera Rojas sobre el carácter modélico de Santa Fe de Granada contiene los elementos necesarios como para pensar las pistas que nos proponen la evaluación de semejanzas y diferencias: “[...] en la ciudad de Santa Fe de Granada, se recupera, por una parte, el sentido unitario de las actuaciones que tuvieron los campamentos romanos y que se adivina de una manera mucho menos clara en algunas de las fundaciones de carácter regular realizadas en la península Ibérica; y por otra parte se aprecia una clara intención de realizar una estructura regular de manzanas y calles distribuidas ortogonalmente alrededor de una plaza central como componente esencial del conjunto. Sin duda el precedente más contundente de lo que luego sería el modelo utilizado por los españoles para las fundaciones del continente americano a pesar de su formación con una ciudad cerrada, amurallada, frente al carácter de ciudad abierta, sin límites, de las ciudades hispanoamericanas.”26

25 AGUILERA ROJAS, Javier Fundación de ciudades... p. 44. 26 AGUILERA ROJAS, Javier Fundaciones..., pp. 44-46.

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Plano de Santa Fe de Granada DEEC – Santa Fe – Digitalización: Banco de Imágenes Florián Paucke (Provincia de Santa Fe)



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Esta ciudad-fuerte, cuyos terraplenes o parapetos de barro y madera mal podían imitar a las sólidas murallas de su referente europea, era acompañada de manera coetánea o a posteriori, según los casos, con la recreación del órgano de gobierno que le correspondía. Las Instrucciones entregadas a Cristóbal Colón por los Reyes Católicos exhortaban la instalación (aun provisoria o precaria) de municipios y delegaban en el Almirante, capitulación de por medio, los poderes necesarios para hacerlo.27 Bayle subraya la temprana aparición de recomendaciones en este sentido, relacionando la instalación urbana con el reparto de tierras como recurso para asegurar la vinculación de los pobladores con una condición jurídica –la de vecinos– a partir de un complejo de derechos y obligaciones que apuntaban, sobre todo, a asegurar la estabilidad temporal de los asentamientos: “Los Reyes Católicos, por Cédula al Almirante de 22 de julio de 1497, le concedieron facultad de repartir tierras en la Española a su albedrío, con la única condición de que las cercasen con una tapia en alto y tener vecindad y casa poblada en la isla dentro de los cuatro años siguientes. Trataban de fomentar la población y agricultura en la nueva colonia...”28 La prerrogativa del poder para fundar ciudades pertenecía a este conjunto de potestades que se trasladaban, por contrato y delegación, a través de los nudos de unas redes de potestas y auctoritas que, en su parte más ancha, tendían a superponerse y ofrecer un efecto de confusión. Así como el Adelantado nombraba gobernadores y cedía la potestad de fundar ciudades en su nombre –recuérdese el caso recientemente citado de la Zaratina– el Gobernador hacía reposar en su Teniente idéntica facultad y responsabilidad. De ciertos capítulos de las Ordenanzas del Bosque de Segovia (1573), se desprende que “...el fundar equivalía la ocupación definitiva del territorio, y se consignaba entre las obligaciones del conquistador, según su dignidad: el Adelantado ´dentro del tiempo que le fuere señalado, tendrá erigidas, fundadas, edificadas y pobladas por lo menos tres ciudades, una principal y dos sufragáneas; el Alcalde mayor, dos sufragáneas y una diocesana; el Corregidor, una sufragánea y los lugares de su jurisdicción que bastaren para la labranza y crianza de los términos de la dicha ciudad´”29

27 BAYLE, Constantino Los cabildos seculares en la América española, Madrid 1952, p. 16. DURÁN MONTERO, María Antonia Fundación de ciudades en el Perú durante el siglo XVI. Ensayo Urbanístico, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, CCXLVII, Sevilla, 1978, p. 10. 28 BAYLE, Constantino Los cabildos... p. 90. 29 BAYLE, Constantino Los Cabildos... cit., p. 19. Para Romero era “...un acto político que significaba el designio –apoyado en la fuerza– de ocupar la tierra y afirmar el derecho de los conquistadores. Por eso se perfeccionaba el acto político con un gesto simbólico: el conquistador arranca

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En esas ordenanzas se encuentran contemplados aspectos tan diversos como elección del sitio, disposición y delimitación de la cuadrícula. La “ciudad ideal” perceptible en este conjunto presenta, de manera solapada, la tardía aplicación de los ideales renacentistas del orden y la regularidad junto a la influencia de obras más antiguas como la De Architectura de Vitrubio o los escritos de Alberti y Palladio.30 Otros autores, en cambio, señalan “...la semejanza existente entre los preceptos contenidos en De regime principium, de Santo Tomás de Aquino y las Ordenanzas de Población”.31 Otra idea aceptada, encuadrable dentro de la línea del “origen espontáneo” de las ciudades hispanoamericanas, se sustenta en la idea según la cual el modelo damero32 se ajustaba bien a cuestiones de economía en la organización del espacio físico. Puede agregarse que la disposición de los elementos del trazado urbano exhibe el peso asignado a los tres niveles indisociables de la civitas católica: gobierno (cabildo), justicia (plaza y rollo) y religión (Iglesia). Este conjunto, en su presencia, constituye una de las formas físicas y simbólicas desde las cuales el grupo conquistador organizaba las referencias desde donde desplegar su lógica para prevalecer en la dominación.33 Sancionados estos elementos en la rúbrica de un acta fundacional, puede hablarse con propiedad de una ciudad, al margen de una atendible miseria relativa de recursos y de la escasa presencia de hombres y mujeres en número. Al fundador le incumbía señalar los sitios para emplazar las instalaciones políticas y jurídicas –rollo, cabildo e iglesia– procedía al reparto de los solares y de tierras para los vecinos (dentro y fuera del núcleo urbano) y señalaba también el ejido y los “términos”, es decir, la jurisdicción sobre la cual el gobierno de esta ciudad extendería su “señorío civil y criminal”. Al respecto de los términos, escribió Bayle que, en el Libro IV de la Recopilación.... “Al ordenarlo, la ley 13 empieza por señalar ejido, en competente distancia de la población, con miras a que, de crecer, siempre quede bastante espacio para holgar la gente y pacer los ganados.

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unos puñados de hierba, da con su espada tres golpes sobre el suelo y, finalmente, reta a duelo a quien se oponga al acto de fundación.” ROMERO, José Luis Latinoamérica... cit., p. 61. KUBLER, Georges “Ciudades y culturas en el período colonial en América Latina”, Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas de la Universidad Central de Caracas, Caracas, 1964; BENEVOLO, Leonardo Historia de la Arquitectura del Renacimiento, Madrid, 1972 y AGUILERA ROJAS, Javier Fundación de ciudades... cit., especialmente Cap. II. AGUILERA ROJAS, Javier Fundación de ciudades.. cit., refiriéndose al padre Guarda, p. 49. Que, en rigor, debiera denominarse solamente de “trazado en cuadrícula”, en el sentido de “... malla de líneas que determinan los espacios destinados a la edificación y a los espacios destinados a las calles...” AGUILERA ROJAS, Javier Fundaciones... cit., p. 67. Por ejemplo ROJAS MIX, Miguel La plaza mayor. Urbanismo como instrumento de dominio colonial, Barcelona, 1975.



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Un poco más lejos, acótese la dehesa, ´en que pastar los bueyes de labor, caballos y ganados de la carnicería´, y los que los pobladores han de tener a mano; otra parte dedíquese a propios del Concejo; las tierras de labor divídanse en suertes, tantas como solares o vecinos; y lo demás quede baldío, para que el Rey tenga de dónde hacer merced. Hecha la partija y las siembras comience cada cual a sustituir el rancho provisional con casa (ley 15), y dense prisa a sembrar y a multiplicar el ganado (ley 26), a fin de que no falten bastimentos.”34 Se trataba en rigor de una extensión sobre la cual alcanzaría el accionar de sus “justicias”, a semejanza del alfoz de las ciudades castellanas. La presencia de bastimentos y de tierra para ganados es fundamental en el montaje jurídico de este escenario retratado con trazos “naturales”: la existencia de recursos “a la mano”, aparece ya –desde las ordenanzas de Segovia– como un elemento connatural al establecimiento de la ciudad. De esta manera, las primeras percepciones acerca de la ciudad como artefacto de avanzada de milicias, se rodea de las connotaciones que la ligan a su estructuración como espacio que, organizado en torno a la explotación de esos recursos, se erige como centro de administración, mercadeo y de primitivos pero indispensables servicios. La extensión de estas jurisdicciones –como de hecho se trabaja en otro apartado en función de unos conflictos concretos– se realizaba de manera tal que, a pocos años de comenzado el proceso, podían identificarse, a nivel de las gobernaciones, no pocos solapamientos jurisdiccionales. Como señala Bayle, “... la vaguedad y amplitud de las gobernaciones se repetía en los términos municipales; no había quien los disputase.”35 Cuando hubo quien los dispute, los conflictos resolvieron la “vaguedad” que los provocaba. Algunos llegaron a apelarse ante las Reales Audiencias, pero en general fueron negociaciones larguísimas con treguas por acuerdos que duraban algún tiempo. Si se aceptan todavía las hipótesis de Kubler e, incluso las observaciones de sus críticos acerca de la versión “mestiza” que significa la desnudez de las ciudades hispanoamericanas sin murallas,36 los bordes del municipio también eran más o menso fluidos. La apuesta por “las murallas espirituales” era acompañada, 34 BAYLE, Constantino Los cabildos... cit. p. 86. 35 BAYLE, Constantino Los cabildos... cit., p. 97. 36 KAGAN, Richard “Un Mundo sin Murallas: la Ciudad en la América Hispana Colonial”, en FORTEA PÉREZ, José Ignacio –editor– Imágenes de la Diversidad. El Mundo Urbano en la Corona de Castilla (Siglos XVI-XVIII), Universidad de Cantabria, Asamblea Regional de Cantabria, 1997, p. 51 y ss. La tradición medieval y bajomedieval de la construcciones ligadas a la fortificación para la defensa –principalmente pero no exclusivamente desde una concepción militar– no se reduce, por otra parte, sólo a las ciudades. Cfr. CARZOLIO DE ROSSI, María Inés “La Casa Fuerte…”, cit.

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como lo señala Richard Kagan, por mojones y algunas prácticas de protección –en general precarias fortificaciones militares. El primer paso para la instalación de la jurisdicción era la instalación del rollo de la justicia: como recuerda Bayle, “...se alzaba lo primero, para significar la jurisdicción del Soberano: atentar a ella equivalía a desconocerla, y se castigaba rigurosamente. Se consideraba símbolo de la ciudad.”37 En aquel orden antiguorregimental, fue ícono de la ciudad, de su jurisdicción, de la presencia de la justicia del Rey: allí se realizaban las ejecuciones, para aleccionar. Nuestra lengua, pródiga en pervivencia de arcaísmos, ha conservado que estar o ser puesto en “la picota” –sinónimo del rollo de la justicia– connota una situación incómoda, una puesta en cuestión del honor de un sujeto. La instalación de la justicia, acompañada de la distribución de solares y de tierras en el término era simultanea de la creación de una condición jurídica: algunos o todos los soldados de la hueste fundadora obtenían la “vecindad”. Así como la caballería villana se consideraba una “...consecuencia de las necesidades militares provocadas por la reconquista...”, creada por el Fuero de Castrojeriz (año 974), la vecindad es la condición cuyas ventajas derivan de los riesgos y de los costos que el súbdito asumió al integrar el grupo que ha acompañado a su capitán desde la confección del alarde hasta la fundación de una ciudad para beneficiar a su Rey. Las obligaciones, relacionadas con la radicación y la defensa, derivan de la necesidad de asegurar el éxito de la instalación, de asegurar la tierra. La vecindad tiene similitudes evidentes con las condiciones del fuero de Castrojeriz. Siempre según Bayle, “...en los tiempos heróicos, [la vecindad] se adquiría como espontáneamente. Resuelta la fundación por el Capitán, elegido el paraje, efectuada la solemnidad, pregonábase que cuantos quisieran avecindarse dieran su nombre al escribano.”38 Era consecuencia de la convalidación política de cierta acumulación de fuerzas o recursos simbólicos indispensables en el marco de una sociedad basada en las desigualdades jerárquicas. Estos recursos, como se verá en su hora, permitían el acceso a los materiales. A unos vínculos de pertenencia o de identidad jurídica derivadas de la relación entre el hombre y el reino o su príncipe –súbdito, vasallo y vasallo natural, sobre todo– se sobreponía otra condición, a la que no se accedía por vía hereditaria. No obstante, como lo ha notado María Inés Carzolio, ser hijo de vecino o contraer matrimonio con una hija de vecino podía contarse como un buen antecedente a la hora de solicitar la vecindad. El avecindamiento podía ser otorgado o solicitado, pero, en ambos casos, la condición de tener una casa poblada –residencia y matrimonio– era el requisito primordial.

37 BAYLE, Constantino Los cabildos… cit., p. 29. 38 BAYLE, Constantino Los cabildos... cit. p. 61.



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La vecindad implicaba derechos y también obligaciones. Entre los primeros las tierras, la capacidad de participación política en el cabildo, derechos y privilegios referidos “...a ciertas perspectivas y a las posibilidades efectivas de obtener cierto provecho económico.”39 Carzolio afina el trazo y describe que se trata de “....la protección de una legislación propia (fuero, ordenanzas), el disfrute de los bienes comunales y la participación relativa –dependía de la condición personal del vecino– al menos en ciertos niveles del gobierno local...”40. Bayle cita casos del período temprano en las ciudades de Quito y Cuenca (hacia 1550 y 1562 respectivamente), en los cuales las solicitudes de vecindad daba lugar a “...tráficos chalanescos”. Algunos, una vez obtenidas las concesiones de solares y campos de siembra, realizaban su expectativa poniendo en venta los bienes recibidos.41 Esta práctica originó también la insistencia prescriptiva sobre los tiempos mínimos de residencia exigibles a quien quisiera obtener la condición de vecindad. En América generalmente fue de 4 años,42 con variaciones locales que difieren en en función del momento y de la jerarquía del municipio.43 Juan López de Velasco definió a los vecinos como aquellos “...que tienen repartimiento en la tierra, que no los pueden tener si salen della sin licencia, y están obligados a tener armas y caballos para la defensa della”44. Algunas ordenanzas de la primera mitad del siglo XVI, muestran esta tensión inherente a la condición: “Y para sujetar los más e impedir arrebatos de hombre suelto, se los obligaba a edificar casas de piedra, a casarse, plantar árboles de fruta y leña.”, mientras que, en contrapartida, según señala Constantino Bayle, “...eran grandes los privilegios de los vecinos: permitíanseles armas ofensivas y defensivas, las cuales ni los caballos, esclavos, camas, etc., no se las podían ejecutar por deudas, porque equivaldría a imposibilitarlos en sus funciones militares.”45 Las ejecuciones de bienes, que se sucedieron de todos modos, dieron lugar a las airadas protestas de vecinos de distintas ciudades –Bayle señala los casos de Santiago de Chile y 39 ROMERO, José Luis Latinoamérica... cit., p. 60. 40 CARZOLIO, María Inés “Aspectos de continuidad y de discontinuidad entre vecindad y ciudadanía españolas del siglo XVII a la Constitución de 1812”, Buenos Aires 2001, mimeo, gentileza de la autora. 41 BAYLE, Constantino Los cabildos… cit., p. 67. 42 Para el caso peninsular, y siguiento las Ordenanzas de Potes (1468), las de Alcalá, de Monda (1574), Chipiona (1477), María Inés Carzolio señala las diferencias en la exigencia de residencia para estas ciudades, consistentes en 10, 7 ó 10, 12 y 5 años respectivamente. CARZOLIO, María Inés “Aspectos...”, cit. 43 Por ejemplo el caso de Piura, entre otros, donde se exigían 5 años. Referido por Bayle, Los cabildos... cit. 44 LÓPEZ DE VELASCO, Juan Geografía y Descripción Universal de las Indias, cit. El pasaje de referencia está citado en ARECES, Nidia, LÓPEZ, Silvana, REGIS, Élida y TARRAGÓ, Griselda “La ciudad y los indios”, en Poder y sociedad. Santa Fe la Vieja, 1573-1660, UNR-Manuel Suárez, Prohistoria, Rosario, 1999, p. 46. 45 BAYLE, Constantino Los cabildos... cit., p. 68, 69 y 70.

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Villarica, el primero en 1559– que dieron nuevo pregón a la Real Ordenanza de 1537 que guardaba sus privilegios. Las Ordenanzas del Bosque de Segovia (132, 133, 134 y 137) subrayan la exhortación real para construir edificios de carácter permanente, “...criterio orientado sin duda a fijar la población y a conseguir núcleos lo más arraigados y consolidados posibles”.46 Algunas ordenanzas previas dejan ver que se producían situaciones poco claras: Carlos V mandó “que no pueda ser elegido por Alcalde el que no fuere vezino: y donde huviere milicia, lo sea el que tuviere casa poblada.”47 La prescripción, típicamente casuística, parece haber sido promovida por el nombramiento de algún alcalde que no cumplía las condiciones mínimas. Es evidente que algunos asentamientos fueron “milicias” o “fuertes” antes que ciudades pero se trataría de algún caso excepcional, dado el carácter simultáneo que conllevan la sanción del establecimiento de un cabildo con la del estatuto de ciudad para la villa y de vecino para los soldados que acceden a la condición de pobladores con derechos políticos en ella. Más allá de la problemática derivada de la manifestación carolina, la medida subraya la preferencia que debía darse al hombre “...con casa poblada”. Basándose en el capítulo 27 del tercer libro de la Política Indiana de Solórzano, en León Pinelo (Tratado de las Confirmaciones Reales, I, 9), y en ciertos párrafos de la Historia Natural... del Padre Acosta, Bayle introduce una variación de “uso”, que al contrario de algunas afirmaciones anteriores, no puede extrapolarse temporal ni espacialmente a la totalidad del orbe hispanoamericano: “Llamábanse vecinos únicamente a los encomenderos, los que tenían indios; y nació el nombre de la obligación de residir, para llenar las cargas de la encomienda, esto es, la defensa de la tierra y la instrucción y amparo de los indios encomendados, a semejanza, escribe el Padre Acosta, de los colonos romanos, guardadores de las fronteras.”48

46 AGUILERA ROJAS, Javier Fundación de ciudades... cit., p. 132. Los fragmentos de las Ordenanzas de 1573 allí recuperados rezan: “...comienzen [...] con mucho cuidado y valor a fundar sus casas y edificarlas en buenos cimientos y paredes [...] dispongan los solares y edificios que en ellos hicieren de manera que les permitan goçar de ayres de mediodia y de norte [...sic...] con patios y corrales [...] y con mucha anchura [...] y todo lo que fuera posible para la salud y limpieça procuren que cuanto fuera posible los edificios sean de una forma por el ornato de poblaçion [...] de maner quando los indios los vean les cause admiracion y entiendan que los españoles pueblan alli de assiento y no de passo”. 47 R. C. del Emperador D. Carlos y la Princesa, en su nombre, en Valladolid a 21 de abril de 1554, en Sumarios... cit., Libro IV, Título V, ley 12. 48 BAYLE, Constantino Los cabildos…, cit., p. 55. El resaltado me pertenece.



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Estos vecinos-encomenderos constituyen, en realidad, una subcategoría (superior) que aquí se consignará como “vecinos-feudatarios”.49 Es probable que en los primeros tiempos de la conquista, en el área caribeña sobre todo, haya habido identificación entre vecindad y cesión de una merced de encomienda, pero este fenómeno es bastante improbable ya en la conquista peruana, donde se establecen diferencias que estriban en los repartos de botín. Durante las jornadas de Cajamarca o del Cuzco, algunos soldados que recibieron la condición de vecindad, por ejemplo, no necesariamente recibieron en lo inmediato mercedes de encomienda, objeto por el cual tuvieron que dar sus propias batallas personales con los jefes de la conquista y, en algunos casos, hasta abandonar el sitio conquistado para acceder a una de éstas en tierras lejanas, perdiendo así, por ejemplo, la condición de vecino en la ciudad de la que parten o son expulsados.50 Lo que interesa subrayar es estos vecinos fueron quienes tomaron a su cargo el gobierno de la ciudad y, en ese sentido, la administración social de los recursos del común, muchas veces imbricados con los propios: “Todas las ciudades tenían sus gobiernos locales, los cabildos españoles o los senados da câmara portugueses. Estos concejos municipales [...] desempeñaban diversas funciones legales, políticas, fiscales y admnistrativos que incluían la supervisión de la recaudación local de impuestos, la higiene, las obras civiles y la aplicación de la ley, actuando como corte de primera instancia en casos civiles y penales de la zona. [...] Pertenecer al concejo municipal siempre proporcionaba un prestigio adicional a aquellos seleccionados entre la élite local, ya fuese que el cargo en el gobierno se obtuviese por elección, por adquisición o por herencia.”51 Al margen de esta primera y significativa diferencia entre vecinos y habitantes (los moradores, los estantes y los extranjeros, por un lado; los indígenas de distinta condición por el otro), la dinámica urbana en las ciudades americanas permite observar, además, un proceso de diferenciación interna a la “república de los españoles”.52 49 Tal y como es utilizado en el trabajo antes citado de Areces et al, “La ciudad y los indios”, p. 46. 50 Cfr. LOCKHART, James El mundo Hispanoperuano…, cit.; The man of Cajamarca…, cit.; TRELLES ARESTEGUI, Efraín Lucas Martínez Vegazo…, cit. 51 HOBERMAN, Louisa Schell y SOCOLOW, Susan Midgen –compiladoras– Ciudades y Sociedad... p. 11. 52 Serían los europeos y criollos, o lo que Areces y Tarragó, para establecer una primera distinción socio-jurídica entre los grupos indígenas y los conquistadores, sus descendientes y otros inmigrantes radicados en las ciudades hispanoamericanas durante el período colonial temprano, llamaron “la etnía blanca”.

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De todos modos, la principal es la que David Brading describe como la “...división más simple entre la gente de razón, es decir, la comunidad hispánica, y los indígenas...”53 Tanto Hoberman y Socolow como David Brading, plantean por ejemplo la distinción entre la autodenominada “gente decente” y el resto.54 El universo de derechos políticos estaba acotado a un número de sujetos que habían sido premiados (por sus aportes al Real Servicio) con un recurso que podían utilizar en nuevas luchas de derecho o de fuerza. La vecindad formaba parte de ese proceso de acumulación de recursos simbólicos y materiales (ya que en las designaciones coetáneas a las fundaciones, iba acompañada del otorgamiento de solar para vivienda y tierras para chacras o estancias). El acto político anudaba un vínculo entre el conquistador y la figura Regia y pautaba los parámetros de inclusión que funcionarían como elemento diferenciador entre los miembros del grupo conquistador en el espacio americano. La adquisición de esta habilitación en el universo político de la ciudad, creaba una primera identidad entre los sujetos que la compartían. Sus efectos homogeneizantes, en cambio, se vuelven más complejos en la medida en que pasa el tiempo y, se propician nuevos criterios diferenciales. Las ciudades y el número de los hombres Las ciudades fundadas por los españoles en América aumentaban vertiginosamente en número, pero se desarrollaron de manera disímil. “Hacia 1580 había 225 ciudades muy pobladas dentro de los dominios españoles, número que aumentó a 331 alrededor de 1630. Además, alrededor del año 1600 prácticamente 53 BRADING, David Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), FCE, primera reimpresión, México 1983 [Londres, 1971], trad. de Roberto Gómez Ciriza, p. 40. 54 Cfr. con Socolow: “Los habitantes de las poblaciones eran asimismo caracterizados como gente decente (personas respetables, también de ascendencia ibérica y dedicadas a profesiones honorables) o gente plebeya (las masas de gente común). En las zonas de densa población indígena había una clara distinción legal y cultural entre los miembros de la sociedad hispánica (gente de razón) y los indios. En la sociedad urbana, la condición legal y el estatus social regían la posición de los habitantes no hispánicos. El estatus legal se reflejaba en la legislación, que detallaba las desventajas a que estaban sujetos los indios, los negros y las castas (personas de ascendencia racial mixta). Todas las personas libres clasificadas como negras o pertenecientes a una casta debían pagar tributo y estaban legalmente inhabilitadas para ejercer cargos públicos o pertenecer a un gremio de artesanos. Los individuos de piel más clara podían superar estos impedimentos legales entrando en las cofradías de artesanos de menor rango o accediendo a puestos inferiores en el cabildo, y por lo general lograban ‘pasar por’ españoles (personas de ascendencia española o nacidas en España). Todas las personas racialmente mixtas estaban sujetas a incapacidades legales, y en los primeros tiempos de la colonia se presumía que eran de origen ilegítimo. En teoría, ni los negros ni los mulatos (personas de ascendencia mixta, blanca y negra) podían portar armas; pero en tiempos de grandes emergencias a ambos grupos se les permitía servir en milicias especialmente reclutadas....” HOBERMAN, Louisa y SOCOLOW, Susan Ciudades y sociedad... cit., p. 12.



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la totalidad de los grandes centros urbanos de la América hispánica [...] habían sido fundados, aunque no todos eran prósperos.”55 En la parte superior del cuadro siguiente, puede leerse el número de vecinos que se registraron en las ciudades más y mejor vinculadas con los grandes centros administrativos y mineros de los virreinatos españoles en fechas cercanas a 1580 y 1620. El crecimiento de esta franja poblacional, ligada conceptualmente a la reproducción del grupo eurocriollo –entiéndase como vecinos a los hombres españoles y otros de origen europeo, sus descendientes, todos ellos mayores de 25 años con propiedad urbana y derechos políticos otorgados por el cuerpo de gobierno de la ciudad– es marcado. El alza en Potosí, La Plata y Cochabamba, está ligado con el auge de la explotación argentífera. Los problemas producidos en la década de 1630 con la distribución del mercurio, utilizado para el beneficio del metal, pusieron en aprietos a mineros y empresarios, pero el movimiento continuó con otras estrategias y en medio de ríspidos conflictos políticos.56 Como lo sintetizan Hoberman y Socolow, “Si bien la población indígena sufrió una impresionante declinación numérica, el componente blanco [sic] de las poblaciones urbanas se estabilizó durante el siglo XVII, al mismo tiempo que crecía la cantidad de negros y de descendientes de uniones mixtas.”57 En consecuencia, mientras que, en líneas generales, lo que constituye el grupo que prevalece y se organiza para prevalecer en el ámbito de la lucha por los recursos, el principal componente demográfico de la mano de obra que producía efectivamente esos recursos, colapsaba. Las características de las poblaciones indígenas reducidas en torno de estos centros urbanos también diferían de aquellas que los conquistadores habían logrado dominar y orientar hacia sus intereses en las urbes ubicadas en la parte baja del cuadro. Relegados a un papel secundario en la distribución de la renta minera, de la cual obtenían algún beneficio por la vía de la circulación, los vecinos de ciudades como Asunción, Córdoba, Corrientes, Buenos Aires o Santa Fe, se aplicaban al ejercicio de la explotación de comunidades indígenas que, excepción hecha de los grupos guaraníticos, planteaban algo más que una disputa importante en el nivel de las luchas de fuerza. Los indígenas que poblaban el litoral de los ríos, como se lo llamó ya en el siglo XVIII, no tenían patrones culturales de producción que los europeos encontraran maleables; imponer los tiempos de trabajo que, de alguna manera, formalizaran una versión mestiza de la renta feudal les resultó más complicado.

55 HOBERMAN, Louisa y SOCOLOW, Susan –compiladoras– Ciudades…, cit., p. 7. 56 Cfr. ISRAEL, Jonathan Razas, clases sociales y vida política en el México colonial, 1610 - 1670, México 1980 [Londres, 1975], trad. de Roberto Gómez Ciriza, 309 pp. BAKEWELL, Peter Mineros de la montaña roja. El trabajo de los indios en Potosí (1545-1650), Alianza, Madrid, 1989. 57 HOBERMAN, Louisa y SOCOLOW, Susan – compiladoras– Ciudades... pp. 8 y 9.

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Número de vecinos en ciudades hispanoamericanas entre 1580 y 162058 CIUDAD México Quito Lima Potosí Santa Fe de Bogotá Cochabamba La Plata (Chuquisaca) Santiago de Chile Córdoba Buenos Aires Santa Fe Corrientes Asunción

1580 3.000 400 2.000 400 600 30 100 375 70 70 -

1620 20.000 3.000 9.500 4.000 2.000 300 1.100 500 210 205 123 91 650

58 Se tomó como base el propuesto por HOBERMAN, Louisa y SOCOLOW, Susan – compiladoras– Ciudades… p. 10. Las cifras fueron complementadas con otras obras y, en todos los casos en que fue posible, cotejadas con tesis (publicadas e inéditas) más actuales que el libro de referencia. Los datos que se tienen, para Quito en la década de 1570, no son fácilmente confrontables. Mientras que un historiador del siglo XIX atribuye la abultada cifra de 1000 vecinos para esa época, Lara prefiere apoyarse en las apreciaciones del oidor Salazar de Villasante, quien encuentra que, hacia 1571, la ciudad “...será de hasta cuatrocientos vecinos en sus casas, españoles, y las casas son buenas....”. LARA, Jorge Quito, Mapfre, Madrid 1992, p. 90. Para Quito en 1620, se toma “...españoles vecinos, con los mestizos, que son hijos de españoles y de mujeres indias, sin contar los muchos transeúntes...” Vázquez de Espinosa, en 1628, citado por LARA, Jorge S. Quito, cit., p. 93. La cifra correspondiente a Lima en 1580, coincide con la que manejan Günther Doering y Lohmann Villena. Un recuento de “habitantes”, que incluye sólo a unos 400 indígenas, propone para el año 1600 unas 11.059 almas, mientras que otro realizado un siglo después apunta 36.558 moradores. GÜNTHER DOERING, Juan y LOHMANN VILLENA, Guillermo Lima, Mapfre, Madrid 1992, pp. 141, 142 y 314. Los datos que Hoberman y Socolow ofrecen para Santiago de Chile parecen muy fidedignos. Los he cotejado con algunas cifras consideradas por JeanPaul Zúñiga, quien expone las fuentes y el tratamiento que le conduce a esas conclusiones. “En 1614, Antonio Vázquez de Espinoza dénombre 346 maisons à Santiago, dont 285 de ‘fort bonne qualité’ et 61 de ‘peu de prix’...”; “Pour le début du XVIIe siècle, un ensemble de rapports autorisent à évaluer la population hispanique de la ville de Santiago à près de deux mille personnes, en prenant le parti –faute d’une meilleure solution– d’appliquer le facteur cinqu aux nombre de ‘vecinos’ donnés par les documents”, refiriéndose a los 500 vecinos denunciados por Fray Diego de Ocaña en abril de 1602. Cfr. ZÚÑIGA, Jean-Paul Espagnols d’autre mer... cit., p. 113 y p. 116. Las cifras para Santa Fe en 1580 han sido estimadas en función del número de hombres de la hueste fundadora en 1573 y los nombres de “vecinos” que aparecen en las actas capitulares hasta la fecha. La correspondiente a 1620, tiene como punto de referencia el recuento de Góngora de 1622. Susana Frías considera la cifra de 210 para Córdoba en 1620 como población total. Su fuente es un “informe del vicario de Predicadores al Cabildo”, sin signatura. FRÍAS, Susana “La Expansión de la población”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, II, cit., p. 94. No he podido confrontar la fuente pero –en función de comparaciones, número de vecinos registrados en Actas Capitulares, etc.–, me inclino a pensar que podrían ser 210 vecinos; para Buenos Aires en el mismo año las fuentes son la crónica de Vázquez de Espinosa (informa 200 vecinos españoles) Compendio y descripción…, cit., p. 640 y el padrón de Góngora. La cifra para Asunción también proviene de Vázquez de Espinosa, p. 623.

Carta geográfica de las Provincias de la Gobernación del Río de la Plata, Tucumán y Paraguay…, Juan Ramón Koening (Cosmógrafo mayor del reino del Perú), 1685 AGI, Mapas, Buenos Aires, 123

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El “espacio peruano” Coetáneamente con los inicios de las investigaciones de Assadourian, y al abrigo de las líneas de trabajo alentadas por don Nicolás Sánchez Albornoz desde Rosario, en 1962 se publicaba en esta ciudad un trabajo de alcances más modestos que el ya mencionado de Assadourian, pero que funda una historiografía que ha dejado huellas decisivas sobre la comprensión del universo colonial: Estela Toledo encaraba el estudio del recorrido que, durante siglos, habían realizado mulas y mercaderes.59 A partir de un informe de la Junta General de Comerciantes de la provincia de Salta, rubricado en 1852,60 la autora se libra a esbozar la genealogía de este diseño de rutas que, para la fecha estaba consolidado. Retomando la hipótesis de Emilio Coni, quien afirmaba que el movimiento de ganados de Córdoba al Alto Perú se iniciaba desde el año 1600,61 Toledo comoprobó la existencia de estos flujos a partir de documentos (básicamente fletamentos) relacionados con venta e invernadas de mulas en Salta –provenientes de Córdoba– como antepuerta del mercado potosino. Aunque sin generalizar a partir de esto, señaló que la brusca fluctuación ascendente de los precios y del volumen de animales comerciado hacia 1694, estaba estrechamente ligada a un alza en la actividad minera de la cuenca de Jauja, sobre la cual no poseía lamentablemente datos fidedignos.62 Pocos años más tarde, el citado trabajo de Assadourian sobre la economía cordobesa, redactado hacia 1968, mostraba la validez de la reflexión de Estela Toledo y dejaba ver con claridad las dimensiones cuantitativas del tráfico de mulas63 desde comienzos del siglo XVII, tal y como lo había propuesto Emilio

59 TOLEDO, Estela “El comercio de mulas en Salta: 1657-1698”, en Demografía Retrospectiva e Historia Económica. 6to. Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional del Litoral, Dir. Nicolás Sánchez Albornoz, Rosario 1962-1963, pp. 165 a 190. 60 Que reza lo siguiente: “El Comercio de Salta lleva hta. Lima y todo Bolibia mulas qe. viene reuniendo pr. compra desde Buenos-aires, Entre-Ríos, Santafe Cordoba Santiago y Tucuman, con mensaje qe. trahe de Cuyo Rioja y Catamarca: las inverna aquí, y al año siguiente las arrea a Bolibia y Peru. Este trafico es industria en todas sus circunstancias naturalmte Argentino, pr. la propiedad de su teritorio pa. el Pastoreo”; ubicado en la p. 165 del citado trabajo, la autora anota haberlo tomado de BARBA, Enrique “El comercio de Salta a mediados del siglo pasado”, en Trabajos y Comunicaciones, núm. 7, Universidad Nacional de La Plata, 1958, p. 50. 61 La referencia es CONI, Emilio “La agricultura, ganadería e industrias hasta el Virreinato”, en LEVENE, Ricardo –dir.– Historia de la Nación Argentina, Tomo IV, Buenos Aires 1940. 62 TOLEDO, Estela “El comercio de mulas...”, cit., pp. 179 y 180. 63 La mula se produce. Es un híbrido resultante de la cruza de una yegua con un burro. La fortaleza de su complexión y la regularidad de su marcha le otorgaban gran resistencia como animal de carga. Que el estudio de este tráfico conducía a las entrañas de la historia económica americana era una convicción compartida también por Nicolás Sánchez Albornoz, quien ubica el origen de la temprana demanda de mulas en la “...necesidad de disponer de fuerza motriz y de medios de transporte en zonas de topografía escarpada...”. SÁNCHEZ ALBORNOZ, Nicolás “La saca de



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Coni.64 Por su parte, Acarette Du Biscay, señalaba ya a mitad del siglo XVII que la salida de mulas desde Córdoba hacia el Perú, podía estimarse en 28 ó 30.000 al año, lo que puede considerarse como una fuente bastante fiable, en la medida en que el observador mostraba una cierta sensibilidad por este tipo de datos.65 Casi de manera contemporánea a los estudios que Assadourian realizaba en Córdoba, Sánchez Albornoz –también apuntando hacia el tráfico mular, pero en el período tardocolonial– exponía en otra clave lo que el discípulo de Garzón Maceda denominaba el “efecto de arrastre”. En un trabajo que también ha hecho época, el historiador español afirmaba: “A unos cientos de leguas de los centros mineros del Alto Perú se extendían los valles y planicies del Tucumán, y más al sur las amplias y feraces pampas del Río de la Plata, capaces de alimentar enormes rebaños equinos que, hasta entonces, se habían reproducido de manera espontánea formando una crecida hacienda cimarrona de escaso provecho. Para estas tierras, aún no surcadas por labores agrícolas y no holladas por otro ganado, la mula vino a representar una primera forma de racionalizar su aprovechamiento. En virtud de la demanda peruana, desde comienzos del siglo XVI [sic, evidentemente XVII], Tucumán y Buenos Aires, ambos en sentido lato, surtieron de mulas en forma generosa y creciente a todo el virreinato. Criadas en esta región, se llevaban jóvenes a los valles salteños donde invernaban mientras ganaban fuerza y resistencia para la dura jornada que les esperaba, la de trepar los Andes camino del Alto Perú y del Perú meridional. Más adelante, a medida que nuevos distritos mineros reclamaron más recursos energéticos y de carga, y también creció la producción de este ganado, las recuas se internaron en el Perú central (cuencas de Huancavélica, Jauja y Pasco) e incluso llegaron hasta los confines septentrionales del virreinato. Así llegó a integrarse una de las corrientes de tráfico más significativas de Hispanoamérica, no solo por la distancia recorrida que, entre los extremos sobrepasó los cuatro mil kilómetros, sino también por la índole y el volumen de las mulas de Salta al Perú, 1778-1808”, en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional del Litoral, Núm. 8, Rosario, 1965, p. 263. 64 ASSADOURIAN, Carlos Sempat El sistema... cit., p. 45 y ss. 65 DU BISCAY, Accarette Relación de un viaje al Río de la Plata y de allí por tierra al Perú. Con observaciones sobre los habitantes, ya sean Indios o Españoles, las Ciudades, el Comercio, la fertilidad y las riquezas de esta parte de América, Alfer & Vays, Colección El Viajero y la Ruta, [1ª. Parte aparecida en francés en 1663, segunda y tercera en 1666 y cuarta en 1672] Buenos Aires 1943, Prólogo y notas de Julio César González, traducción de Francisco Fernández Wallace, p. 56 y 57.

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operaciones, pues, a cuanto ascendiera el valor de la corriente Sur-Norte, habría que sumar el tráfico que, en compensación, apareció en sentido inverso, formado por metales y mercaderías.”66 La cita se justifica porque explica la construcción histórica y analítica del espacio peruano. Lo que Sánchez Albornoz señalaba varios años antes de que se hubieran publicado investigaciones que permitieran afirmarlo con evidencia en mano, está relacionado con las escasas limitaciones que pueden señalarse al trabajo de Assadourian. Si Assadourian señalaba que los efectos de arrastre del polo de crecimiento potosino alcanzaron, en sus ondas expansivas, hasta las lejanas pampas rioplatenses, su consideración de un Atlántico excesivamente “portugués”, o escasamente interesante desde lo cuantitativo para los siglos XVI, XVII y hasta XVIII, lo condujeron a construir una imagen que, desde la trama empírica, es fuertemente mediterránea (en el sentido de interior). En el concepto de Assadourian, la creación del Virreinato rioplatense y la sanción del Reglamento de Libre Comercio de 1778 siguen operando como momentos fuertes a partir de los cuales se justifica prestar ojos y oidos a un frente atlántico del espacio peruano que, como él mismo lo señalaba, tenía arte y parte en el asunto. La ruta descrita por Accarette du Biscay a mediados del siglo XVII, estaba consolidada. Sus caminos secundarios, conectaban eficazmente puntos más o menos importantes de una red que parecía conducir el flujo de la circulación en dos direcciones principales: de un lado, lo esencial del movimiento regional altoperuano se dirigía a Lima, la sede de operaciones que la Corona había establecido como “oficial” para realizar el tráfico legal ultramarino. Por el otro, el Alto Perú y el Atlántico constituían los extremos de un eje “secundario” pero cuyo volumen fue adquiriendo una importancia creciente en cantidad y en calidad, integrando economías regionales distantes y hasta comienzos del siglo XVII poco conectadas entre sí. Desde los trabajos de Alice Canabrava67 a los de Zacarías Moutoukias, la acumulación de estudios sobre esta suerte de trastienda del Virreinato del Perú durante los siglos XVII y XVIII, acuñó una imagen distintiva que, detrás de la opacidad político-administrativa que la metrópoli había reservado para esta región, descubre un movimiento ingente que diseña rutas fijas y otras más o menos permanentes que unen ciudades, regiones, productos y personas a lo largo y a lo ancho de las gobernaciones sureñas del virreinato peruano.68 66 SÁNCHEZ ALBORNOZ, Nicolás “La saca de mulas...” cit., p. 264. Los resaltados son míos. 67 CANABRAVA, Alice O comercio portugues no Rio da Prata, 1580-1640, Sao Paulo 1944. 68 En este sentido confrontar los trabajos de ASSADOURIAN, Carlos El sistema de la economía colonial, Lima 1982 y GARAVAGLIA, Juan Carlos Mercado interno y Economía Colonial, México 1982. Como es sabido, ambos estudiosos produjeron los trabajos que constituyen el cimiento más firme en relación a la formación y funcionamiento de un mercado interno colonial; pero mientras que los estudios del primero ponen el acento en una dinámica que se basa en las teorías



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El corte de 1776 como hito para explicar las conexiones entre el Alto Perú y el Atlántico, no tiene la misma relevancia que en otros tiempos. Desde posiciones heterogéneas, existe un consenso sobre que aquella fecha otrora clave en la periodización de la historia rioplatense es la sanción de situaciones dadas.69 A partir de finales del siglo XVII se advierte que la bifrontalidad (Pacífico/Atlántico) y la multidireccionalidad de los flujos mercantiles que atraviesan el esquema del espacio peruano es un proceso prácticamente consolidado: el crecimiento de Buenos Aires fue razón y sucedáneo del mismo, donde la emergencia de una “Argentina” litoral hunde sus raíces.70 El desenvolvimiento de mercaderes y comerciantes puede considerarse un factor estructurante: implicó un complicado ciricuito donde se involucraron un amplio abanico de rubros y un recorrido que muestra los hilos conductores del flujo mercantil interregional –los caminos del mercado interno colonial ya señalados por Garavaglia y Assadourian– así como también un buen número de personas que formaban parte además del universo social más cercano y más vital de actores.71 Esta organización, que responde a la integración entre regiones a partir de polos generadores de movimiento y de centros de distribución y de paso, no es anónima: las relaciones parentales (reales de Perroux y el rol de Potosí como polo de atracción que provoca un efecto de arrastre sobre las economías del Tucumán –y cuyo principal problema parece ser la subestimación del lado atlántico para el siglo XVII– Garavaglia se ocupó del circuito de la yerba mate, producto de la región paraguaya a partir de cuyo flujo mercantil se traza la parabólica Asunción–Santa Fe–Córdoba–Salta–Potosí. No obstante, tanto este autor como Jorge Gelman –entre otros– sostienen que Buenos Aires no se afirmará de manera definitiva como centro de arrastre hasta finales del siglo XVIII -Cf. con GELMAN, Jorge Daniel De mercachifle a gran comerciante. Los caminos del ascenso en el Río de la Plata Colonial, Universidad Internacional de Andalucía, UBA, Sevilla 1996, especialmente p. 19. En cuanto al dinamismo del frente atlántico durante el siglo XVII, el trabajo de MOUTOUKIAS, Zacarías Contrabando y control colonial, Buenos Aires 1988, es insoslayable. Al tratarse de investigaciones que perseguían objetivos que permitían prescindir del tema, en ninguna de ellas encontramos una suficiente atención sobre Santa Fe (exceptuando quizás el libro de Garavaglia, quien aborda incluso la problemática del “puerto preciso”), señalada como llave de paso; esta pequeña brecha que dejan los excelentes estudios mencionados son el punto de partida de las contribuciones que pueden hacerse estudiando el espacio local santafesino. 69 Por ejemplo los trabajos de TANDETER, Enrique; MILLETICH, Vilma y SCHMITT, Roberto “Flujos mercantiles en el Potosí colonial tardío”, Anuario del IEHS, 9, Tandil 1994, pp. 97 a 126; MIRA, Guillermo “La minería de Potosí, las élites locales y la crisis del sistema colonial”, en MENEGUS BORNEMANN, Margarita –coordinadora– Dos décadas de investigación en historia económica comparada en América Latina. Homenaje a Carlos Sempat Assadourian, El Colegio de México, México 1999, pp. 401-402. MOUTOUKIAS, Zacarías “Comercio y Producción”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, Planeta, Buenos Aires 1999, pp. 51 y ss. 70 HALPERIN DONGHI, Tulio Revolución y Guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla, edición corregida, SXXI, Buenos Aires 1979. 71 Como un Julián García de Molina, mercader sin vecindad que, como muchos otros, “anudaba” estos espacios concretamente. Véase el trabajo de REGIS, Élida “Julián García de Molina: mercader residente”, en ARECES, Nidia –compiladora– Poder y Sociedad... cit., p. 149 y ss.

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y ficticias), la amistad, el compadrazgo y –para ciertas tareas como el reclutamiento de fleteros, boyeros y peones– el control de las pequeñas clientelas en cada pago, constituyen la argamasa del funcionamiento efectivo y cotidiano del circuito mercantil que integra ese sistema económico del Río de la Plata, Paraná arriba y pampa adentro, hasta la cordillera, la puna y las menas argentíferas. Santa Fe, en la dinámica de la conquista efectiva del subcontinente sudamericano, fue planificada como posta entre Asunción del Paraguay y el Río de la Plata, a la vez que como una llave de paso entre el Paraguay y el Alto Perú. Cuando se logró el objetivo de reponer la salida atlántica en el nuevo puerto de Buenos Aires (1580), la función prevista para Santa Fe se afirmó. La restitución de su experiencia, se espera, aportará también al funcionamiento temprano de esta dinámica del “espacio peruano”.72 El desarrollo del proceso no está exento de matices ni de contradictorias fibrilaciones que hacen aun más interesante la apuesta de enfrentar su reconstrucción comprensiva.

72 Una descripción y una ponderación del enorme valor de la obra de C. S. Assadourian en PALOMEQUE, Silvia “Homenaje a Carlos Sempat Assadourian – Presentación”, en Anuario del IEHS, núm 9, Tandil, 1994, pp. 11-15; también MENEGUS BORNEMANN, Margarita –coordinadora– Dos décadas de investigación…, cit. - [2012] más recientemente, PRESTA, Ana María “Potosí y la minería en la historiografía argentina: El “espacio” de los maestros”, en Surandino Monográfico, Vol. I, núm. 2, Buenos Aires, 2010, en línea: http://www.filo.uba.ar/contenidos/ investigacion/institutos/ravignani/prohal/mono.html y GELMAN, Jorge “Una historia dada vuelta. Los aportes de C. S. Assadourian a la historia económica y agraria rioplatense”, en Nuevo mundo, mundos nuevos, www.nuevomundo.revues.org/64714, puesto en línea el 5/12/2012.

CAPÍTULO III Un lugar para la historia “Y sin embargo ese lugar chato y abandonado era para mí, mientras lo contemplaba, más mágico que Babilonia, más hirviente de hechos significativos que Roma o que Atenas, más colorido que Viena o Amsterdam, más ensangrentado que Tebas o Jericó. Era mi lugar: en él, muerte y delicia me eran inevitablemente propias.” Juan José Saer - El Río sin orillas, p. 17

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os primeros asentamientos urbanos que los europeos establecieron en el Plata no tenían su permanencia garantizada: las ciudades fundadas sobre el litoral de los ríos a finales del siglo XVI, como Santa Fe (1573), Buenos Aires (1580) o Corrientes (1588), se consolidan durante la primera mitad del siglo siguiente, pero conservan un signo de pobreza relativa frente a las paradigmáticas riquezas del Perú, cuya luz había guiado la conqusita europea de la brecha sureste del subcontinente americano. Esta perspectiva quejumbrosa, producida tanto desde dentro como desde fuera, está íntimamente ligada con cierta visión echada sobre el territorio. Aunque los pueblos indígenas que habitaron del litoral dejaron escasos rastros para la arqueología, a partir de ellos se ha inferido la existencia de culturas que ocuparon la zona rioplatense en un período tardío –la registros encuadrables dentro de los últimos 1500 años– que compartían un patrón de asentamiento de tipo esporádico. Se trataba de grupos móviles, que subsistían y se reproducían alternando temporal y espacialmente la caza, la pesca y la recolección.1 Excepción hecha de los guaraníes, de las culturas taquara y tupí-guaraní en el actual nordeste argentino y el actual sudeste brasileño, y de algunos rastros dispersos de cultura Goya Malabrigo –encuadrada dentro del grupo cultural de la Ribera Paranaense– en la actual zona de San Javier y en la desembocadura del Carcarañá (controlada por los Timbúes), no 1

Se trata de las culturas “Esperanza” y “Ribereña Paranaense”, cuyos referentes étnicos son los chaná-timbúes y los querandíes. Ambas registran actividad que data de 1500 a 2000 años y se las denomina de “ocupación tardía”. CERUTI, Carlos y RODRÍGUEZ, Jorge A. “Las tierras bajas del Nordeste y litoral mesopotámico”, en Nueva Historia de la Nación Argentina. 1 – La Argentina aborigen: conquista y colonización, cit., pp. 109 a 133.

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puede hablarse de culturas organizadas en torno a la agricultura, por lo que puede considerarse que la actividad estaba escasamente difundida.2 Los ríos fueron vías de comunicación y de articulación principal tanto para los europeos como para los indígenas, aunque los utilizaron en sentidos diferentes. La ocupación y explotación que los españoles organizaron desde Asunción bajando por el Paraná –la descarga se realizaba por agua y también por tierra, ya que la avanzada con ganado venía por esa vía– resignificó la ecología y el sentido del espacio. La ciudad de Santa Fe fue ubicada a orillas del río Quiloazas,3 en el extremo nordeste de una subregión que geógrafos e historiadores denominan como pampa húmeda, una “...planicie de clima regular, cálido y húmedo, de suelo profundo y equilibrado [...] donde el pasto crece espeso”.4 Pero para los agentes de entonces, el litoral fluvial de la cuenca platense era un espacio bien diferenciado de la llanura pampeana. Fitográficamente, la oposición entre una llanura desarbolada y un litoral pródigo en cantidad y variedad de árboles es de por si ya bastante brutal. Al supuesto eje horizontal que tiene a las barrancas del Paraná como un punto de llegada –donde el billar interminable de la pampa cruje de pronto, hace un pliegue y se zambulle en el río– debe oponerse una organización orientada sobre el eje norte-sur, sobre el cual la ciudad fue asentada para operar como articulador entre el Paraguay, el océano Atlántico y el interior del territorio sudamericano. A partir del tráfico de semillas que comportó a la movilidad del ganado 2

3 4

CERUTI, Carlos “Ríos y praderas: los pueblos del litoral”, en TARRAGÓ, Myriam Nueva Historia Argentina. Los pueblos originarios y la conquista, Sudamericana, Buenos Aires 2000, pp. 105 a 146. Véase también CERUTI, Carlos y RODRÍGUEZ, Jorge A. “Las tierras bajas...”, cit. Cfr. con los datos recogidos en HERNÁNDEZ, Isabel Los Indios de Argentina, Mapfre, Madrid 1992, 335 pp. especialmente p. 75 y ss; véase también OTTONELLO, M. y LORANDI, Ana María Introducción a la Arqueología y Etnología: Diez Mil años de Historia Argentina, Eudeba, Buenos Aires 1987. Carlos Ceruti me ha hecho notar varias cuestiones que modifican este panorama: que hace más de 8.000 años hubo en Laguna El Doce (cerca de Venado Tuerto) un poblamiento que no prosperó (ÁVILA, Juan David “Resultados de los fechados radiocarbónicos del sitio Laguna El Doce, departamento Gral. López, Provincia de Santa Fe”, en Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, XXXVI, 2011). Por otra parte, según fuentes orales, la cultura arqueológicamente conocida como Goya-Malabrigo presentaba semisedentarismo –algo que había sido advertido por Antonio Serrano en los años 1930– y desde siempre una agricultura de maíz, batata, calabaza y porotos. Véase CERUTI, Carlos y GONZÁLEZ, Isabel “Modos de vida vinculados con ambientes acuáticos del nordeste y pampa bonaerense de Argentina”, en Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, XXXII, 2007, p. 115 y pássim. POLITIS, Gustavo y BONOMO, Mariano “La entidad arqueológica Goya-Malabrigo (cuenca inferior de los ríos Paraná y Uruguay)”, en Revista de arqueología, Vol. 25, 1, p. 37. Carlos Ceruti (comunicación personal) sostiene que el giro interpretativo se produjo gracias a los análisis de C13, que permitieron conocer el tipo de alimentación de una persona antes de su muerte –esto aparece en sus análisis y los de Ávila sobre piezas dentales halladas en El Doce. Actualmente río San Javier. GAIGNARD, Romain La Pampa Argentina, Hachette, Buenos Aires, 1989, p. 19.



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(de cría, de tropa y cimarrón) y la práctica de la horticultura, el cultivo de la vid, la agricultura de granos y las franjas de tierra dedicadas a la guarda de ganado o la producción de mulas fue configurándose el perfil ecológicamente transformado de un espacio económico productivamente especializado –en términos de Assadourian, una región económica– que hacia fines del siglo XVI ya estaba articulada al espacio peruano.

Ataque al fuerte de Corpus Christi (hoy Timbúes), 1536 Grabado de Theodor De Bry en SCHMIDEL, Ulrich Viaje al Río de la Plata (1534-1554), cit.

Entonces, a una documentación mezquina en descripciones, se impone solapar concepciones de la comunidad científica con apreciaciones fragmentarias que proporcionan jirones de sentido de aquel pasado durante cual el terreno era dicho, disputado, sufrido, comprendido, vivido. Según la apreciación del arquitecto Luis María Calvo, desde una perspectiva geológica, el corte meridiano indica que la zona es el extremo sur de una vasta región subcontinental formada en el período de los aluviones que se produjeron

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desde el Plioceno y hasta el Holoceno. El primer sitio elegido por Garay para fundar Santa Fe estaba “...elevado sobre el nivel del territorio circundante y cae sobre el río en una barranca de seis a siete metros de altura ofreciendo –como dice Joaquín Frengüelli– una vista de mirador hacia el este donde la zona aluvional del lecho del Paraná se extiende en un ancho de doce kilómetros hasta las barrancas de la costa entrerriana.”5 En resumidas cuentas, se trataría del frente sur del Chaco paraguayo. La silueta que recorta el río sobre el sitio de la ciudad de Santa Fe la Vieja no ha permanecido inmóvil en los últimos cinco siglos.6 Esto se debe al concurso de factores naturales y humanos: el río Salado, por ejemplo, ha variado su cauce en las cercanías de la actual ciudad de Santa Fe, mientras que el San Javier, hacia comienzos del siglo XX, mostraba ya un desplazamiento en la misma zona hacia el oeste.7 La tendencia parece estar señalada por el curso mismo del Paraná, el cual se origina al noroeste de Río de Janeiro, en la confluencia de los ríos Paranaíba y Grande –una zona rica en diamantes– y atraviesa el terreno en dirección suroeste. Sus dimensiones llevaron a algunos contemporáneos a mencionarlo como “el Nilo” de América. Su lecho es de arena en el tramo medio y, en el final, de limo rojizo, debajo del cual se encuentra una capa blanda de barro arenoso de color plomo oscuro. En páginas sin pretensiones científicas, Marcos Sastre señalaba: “En ningún punto de todo el terreno de estas islas puede encontrarse piedra, ni arena sensible al tacto, ni cuerpo mineral alguno que no haya podido estar en estado de impregnación en las aguas o de suspensión en el aire; porque siendo la formación del terreno obra de la lluvia, de un polvo impalpable y del asiento del líquido, y no de violentos aluviones, la suave corriente no

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CALVO, Luis María Santa Fe la Vieja, cit., p. 8. [2012] Para los interesados en un período más largos, acorde con los tiempos geológicos, ver el artículo de CAVALLOTTO, VIOLANTE y COLOMBO, F. “Evolución y cambios ambientales de la llanura costera de la cabecera del río de la Plata”, Rev. Asoc. Geol. Argent. [online]. 2005, vol. 60, n. 2 [citado 2012-05-12], pp. 353-367. “El Salado en todo su curso de más de 436 leguas es río tortuoso, pues debe buscar su curso casi siempre en un terreno poco inclinado y de difícil acceso. La navegación es imposible para embarcaciones algo grandes, y mucho más cuando se halla con poco volumen de agua, teniendo un cauce angosto y poco profundo; en las crecientes provocadas por grandes lluvias, o exceso de agua de los tributarios, se derrama en las tierras circunvecinas formando cañadas y esteros y a veces otros nuevos canales de agua o nuevos cauces como sucedió cerca de esta ciudad en 1655 a 1658. Lo que puede asegurarse es que el río Salado ha cambiado de cauce cerca de Santa Fe, como puede verse en el plano del Chaco del padre jesuita Jolis.” CERVERA, Manuel Historia de la Ciudad y Provincia de Santa Fe, Tomo I, 2a. Edición, Santa Fe, 1979, pp. 29 y 30. Véase también AGSF-ACSF, Tomo III, diciembre de 1655 y 28 febrero de 1658.



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pudo arrastrar ni depositar allí, sino substancias que puede traer desleídas o flotantes.”8 Los suaves aluviones geológicamente modernos originaron un fuerte tronco fluvial, el río Paraná, que define un recorrido de casi tres mil kilómetros, rematando en ramificaciones de regímenes de aguas menores que forman, unos cien kilómetros antes de su encuentro definitivo con el mar, ese tejido filamentoso de hilos de aguas y tierras en islotes que conocemos como Delta. El elemento dominante de este escenario es la presencia imponente y poderosa de los ríos. Del Paraná, sobre todo, pero también de los centenares de riachos interiores, que calan con las islas el trazado de un complicado laberinto, como así también de los más importantes que, venidos de tierra adentro, van a dar con el primero. La ciudad, en consecuencia, fue impuesta por los españoles al “corredor fluvial paranaense”9 que la desconocía, dando comienzo a una relación social históricamente diferenciada entre el terreno y los hombres. El lugar visto, el lugar oído Rui Díaz de Guzmán, quien se ocupa de la población de Santa Fe en el capítulo XIX de su Argentina... relató de esta manera el aspecto del lugar en el momento de la fundación: “Está en un llano, tres leguas más adentro, sobre este mismo río que sale 12 leguas más abajo; muy apacible y abrigado para todo género de navíos; la tierra es un fértil de todo lo que en ella se siembra, de mucha caza y pesquería. Hay en aquella comarca muchos naturales de diferentes lenguas y naciones de una y otra parte del río, que unos son labradores, y otros no.”10 Su apreciación deriva de una visión desde el Paraguay, de alguien que descendió a Santa Fe desde el norte. Quienes lo veían desde el sur, desde Buenos Aires, no podían compartir a finales del siglo XVI y a comienzos del siglo XVII, que todos los tramos del río principal y de los ríos secundarios que deben navegarse para llegar a la ciudad fueran tan “apacibles y abrigados”, como puede percibirlo este cronista. La opinión de Accarette, que se cita poco más abajo, situado en un 8 9

SASTRE, Marcos El Tempe Argentino, Editorial Difusión, Buenos Aires, 1954, p. 24. Expresión que tomamos de ARECES, Nidia; DE BERNARDI, Cristina y TARRAGÓ, Griselda “Blancos e indios en el corredor fluvial paranaense”, en ARECES, Nidia –compiladora– Poder y Sociedad…, cit., p. 13 y ss. Santa Fe la Vieja, 1573-1660, Escuela de Historia de la UNR, Prohistoria & Manuel Suárez editor, Rosario 1999, p.13 y ss. 10 DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia Argentina del Descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata escrita por Rui Díaz de Guzmán en el año 1612, en DE ÁNGELIS, Pedro Colección de Obras..., cit., p. 280.

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punto de vista de sur a norte, subraya en cambio el obstáculo que significaba un banco de arena.11 Guzmán ordena los (escasos) elementos de esta manera: accesibilidad –el río apacible y navegable–, potencialidad del lugar –una pretendida “fertilidad” de las tierras, metáfora temprana que será extendida siglos más adelante a la Argentina toda– recursos inmediatamente disponibles –la mucha caza y pesquería– y sus habitantes “naturales”, en la consignación de estas diferentes naciones de indios a una y otra orilla del río. La única marca edilicia, la única huella urbana, siempre según este cronista, habría sido una “...fuerte tapia, de la capacidad de una cuadra, con sus torreones, donde [Garay] se metió con su gente.”12 Los párrafos que Antonio Vázquez de Espinosa dedicó a la ciudad de Santa Fe en su Descripción… no responden a una experiencia adquirida a partir de la presencia y de la vista. El autor “llegó” a la ciudad fundada por Garay realizando un recorrido imaginario, planteado desde un mirador políticamente significativo: el libro quinto de su Compendio y Descripción..., donde se encuentra el texto que describe la ciudad de Santa Fe, es consagrado a la relación de “todas las provincias” del distrito de la Audiencia de Los Charcas, que se inicia con la de las provincias de Chucuyto y Paucarcolla (Obispado de la Paz) y termina, en el capítulo 47, con la “de la ciudad de la Trinidad y puerto de buenos ayres”.13 El retrato de “la ciudad de Santa Fe, y su distrito”, se encuentra en el capítulo 46, y su texto completo es el siguiente. “La ciudad de Santa Fe está fundada en vna alta barranca, a la ribera del Rio de la plata a la parte del Tucuman, el citio de la ciudad es marauilloso, tendra 150 vezinos Españoles, donde pone el Gouernador de buenos ayres vn teniente, tiene Iglesia parroquial, Conuentos de Santo Domingo, y San francisco Cogese en su distrito abundancia de trigo, mais, y otras semillas con todas las frutas de españa, y algunas de la tierra, ay muchas viñas, de que se haze Cantidad de vinos de los mejores de aquella tierra, la qual es muy regalada, abastesida, y varata. En frente de la ciudad ay en el Rio una isla de tres leguas, donde los vezinos tienen las mulas, y Cauallos de su seruicio con otras cosas de importancia. Tiene en el distrito mucho ganado vacuno 11 DU BISCAY, Acarette Relación..., cit., p. 51. 12 DÍAZ DE GUZMÁN, Rui Historia Argentina del Descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata escrita por Rui Díaz de Guzmán en el año 1612, en DE ÁNGELIS, Pedro Colección de Obras... cit., p. 280. 13 VÁZQUEZ DE ESPINOSA, Antonio Compendio y descripción..., cit., p. 563 y 642 respectivamente.



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de que hazen los vezinos Cantidad de corambre, que embian a españa, y mucho que se lleua a la ciudad de Cordoua del Tucuman, que está a 60 leguas, y a Potosi; vale de ordinario vna vaca en esta tierra dos Reales, y comprando Cantidad vale a menos, ay grandes crias de mulas. Cerca de la ciudad ay algunas reduciones de indios para el seruicio de ella, y la Nacion de los Calchaquies gente de guerra, y desnuda, que tienen llenas aquellas llanadas, y riberas del Rio de la plata de habitaciones, que todo lo hinchen, y andan Confinan con ellos la nacion de los Baguales y otras. Toda aquella tierra está cubierta de ganados siluestres, abestruzes, Capibaras, que son como puercos de agua, que solo los ay en aquellas partes de las indicas, siempre andan en el agua, y salen tambien a comer a tierra, y a dormir, Las hembras tienen su costumbre: ay lobos marinos [lobitos de río] en gran cantidad. Todo lo mas es pampa raza, aunque ay montaña a pedasos, cerca de Santa fé estan las prouincias del Vruguay, Pâpe; y Viaça de gente vestida, todos son labradores y buena gente trato de conquistarlos don francisco de Cespedes Gouernador de buenos ayres. De Santa fé se van a buenos ayres 85 leguas, nauegasse por el Rio; el qual está poblado por la otra vanda de indios Guaranies, con [642] algunas reduciones de paz, tambien se va por tierra en carros, o carretas de buyes, por aquellas llanadas, y a treinta leguas de Santa fe en el camino ay vna reducion que se dice los Chanás, que están de paz, y siruen. Toda esta tierra está cubierta de ganado.” ¿De qué manera aparece ubicada y descripta la ciudad de Santa Fe en la cartografía de Vázquez de Espinosa? Ubicado sobre el río de la Plata a la parte del Tucumán, el sitio es calificado como “maravilloso”. Sus referencias a lo urbano contienen solo marcas políticas. El texto no describe la urbe, si no las huellas que determinan la existencia de una ciudad. Vázquez omitió hablar de los materiales de los cuales estaban hechas las casas (lo había hecho para Buenos Aires) pero nombró los vértices del orden citadino: vecinos españoles (comunidad política), la presencia de un Teniente de Gobernador (agente político que vincula la sede política de la ciudad con la escala de la gobernación) y las sedes del clero secular y regular, todos elementos de primer orden en la organización social y simbólica. Los “frutos de España” –la agricultura– aparecen como un sucedáneo civilizato-

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rio en sentido general y como el primer elemento de continuidad desde el casco urbano hacia fuera, hacia el distrito (la jurisdicción, otra marca política). Esta lectura concéntrica es complementada por una referencia locacional, una suerte de tercer anillo compuesto por la isla de tres leguas frente a la ciudad (la “isla de los caballos”) y el distrito donde se ubicaban los ganados. Dicha isla fue el sitio elegido por los vecinos, desde el momento mismo de la fundación, para la guarda de los caballos y otros ganados del común, incluso de los de algunos vecinos particulares que, por su condición privilegiada, podían usufructuar este espacio de la propiedad común como prolongación del propio. De este “...mucho ganado vacuno...” escribió Vázquez, se hacían ya algunas “industrias” –entre las cuales subrayó el corambre– con salida hacia las rutas peruana y atlántica; esta línea insinúa la articulación santafesina con los dos grandes frentes del espacio peruano, presentando claramente las marcas de Potosí y España. El establecimiento del precio “ordinario” de una vaca en uno de sus puntos más bajos y omitiendo datos coetáneos (ya que por esos entonces una cabeza valía un peso y fue considerada moneda de la ciudad) proporciona de todos modos una comparación comprensible a escala de imperio: “vacas” y “reales” expresaban valores clave del espacio que describía. A pesar de la imprecisión, el cierre con la figura vacuna y de la cría de mulas es significativo: el autor de la Descripción... retenía una parte14 de la médula de los patrones de medida-valor que articulaban a la ciudad con el espacio a escala virreinal. La enumeración de las reducciones de indios que había “para servicio de ella” subrayan la continuidad a escala continental de la conversión de los gentiles a súbditos al servicio de Su Majestad y de sus vasallos en Indias. Pero su conocimiento de las “naciones indígenas” que habían sido reducidas en el área era escaso si se lo compara con otras crónicas coetáneas: Vázquez había tomado nota solamente de la existencia de calchaquíes y baguales, omitiendo la existencia de reducciones de mocoretáes o abipones. El ganado aparece por segunda vez en su texto como ganado salvaje, alzado o cimarrón. Aunque más parecen haberle intrigado otras excentricidades de la fauna, como los capibaras (carpinchos), los avestruces (sic) y los “lobos marinos” (sic, ¿los mismos que le impresionaron en la costa del Pacífico, visitando Arica?).15 Desde Santa Fe, es cierto, se intentó “pacificar” las tierras “del Uruguay”, que para el autor estaban cerca de la villa. La omnipresencia del ganado en su descripción sugiere cuál era la marca identitaria de la extensión que rodeaba a la ciudad santafesina. Las dos primeras líneas del relato, eludidas al comienzo del análisis, tienen sentido si se las ubica en el marco de todo el libro quinto. Lo primero que puede 14 La otra fue el sayal, por años, moneda de la tierra. 15 VÁZQUEZ DE ESPINOSA, Antonio Compendio y descripción..., cit., p. 480.



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leerse en ellas es la dirección de su mirada: el flujo de movimiento va a contrapelo de un viaje “físico”. Esta mirada describe de norte a sur y de este a oeste: el trayecto de su “viaje físico”, el mirador real desde donde Vázquez de Espinosa se construyó una imagen situada de la extensión sudamericana, le imponía seguir “bajando” de noroeste a sudeste, hacia Córdoba y desde allí a Santa Fe. Ese viaje –no realizado– deja lugar en el relato a otro –imaginario– que transita una ruta diseñada por las jerarquías políticas y administrativas de su época. Si se toman los capítulos precedentes a la descripción de Santa Fe, el recorrido “físico-imaginado”, salta de Córdoba de la Nueva Andalucía (capítulo 38) al “Distrito del Obispado y Gouierno del Paraguay” (capítulo 40). El nexo, (capítulo 39, “...las leguas que tiene el Obispado y Gouierno del Tucuman”) es el oriente de las Chichas, los llanos del Bermejo donde comienza el Paraguay: allí, afirmó Vázquez, “...es muy necessaria vna poblazion de españoles...” asegurando, por la negativa, que el camino entre el Perú y el Paraguay no era habitualmente realizado por esa vía (y se podria confacilidad y brebedad abrir Camino del Piru para buenos ayres, dexando los Grandes rodeos que se traen por el Tucuman...), preocupación permanente de los conquistadores del siglo XVI, motivo principal de la fundación de Santa Fe, nudo litoral de ese “gran rodeo” tucumano para llegar al Perú desde el Paraguay o el Río de la Plata. Una vez dejada atrás la ciudad de Córdoba, insinuada ya la dificultad de la vía por la selva chaqueña, el relato deriva subrepticiamente hacia la descripción del Paraguay, afirmando ahora, algo contradictoriamente, que desde la gobernación del Tucumán se “...pasan por las ciudades del rio Vermejo...”, en dirección de la ciudad de Corrientes (camino negado antes y, además, improbable, dado que la ruta Córdoba-Corrientes jamás se realizó por la selva chaqueña, sino por el nudo santafesino). Esta última, por otra parte, fue fundada desde Santa Fe y con hombres bajados de Asunción en 1588, quince años después de la instalación de la primera garatina. Ubicado entonces desde allí, desde la confluencia de los siete riachos con el río grande, la narración de Vázquez despliega un movimiento “corto” que va bordeando el río Paraná (mentado como Río de la Plata) desde “...los Siete Corrientes...”. Desde allí, escribió Vázquez de Espinosa, “...se va a Santa Fe por el Rio auajo de la plata [....] por espacio de setenta leguas desde las Corrientes hazia Santa Fe...”.16 Pero hay que considerar que este trayecto es descrito después de otro, más largo, que abre el capítulo 44, donde los puntos extremos son la ciudad de Asunción y el “...distrito de buenos ayres....”.17 Su descripción de Santa Fe en la secuencia del relato, por lo tanto, es planteada sobre el eje del rio de la plata y desde el norte.

16 VÁZQUEZ DE ESPINOSA, Antonio Compendio y descripción, cit., p. 640 y 641. 17 VÁZQUEZ DE ESPINOSA, Antonio Compendio y descripción, cit., p. 638.

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Si desde el punto de vista de la organización de un viaje físico la ruta Córdoba-Corrientes imaginada era improcedente, en la confección de su geografía de la cuenca platense no había colisión de lógicas: el autor no estaba ubicado físicamente en este espacio al momento de redactar su descripción, y la jerarquía de las sedes periféricas del poder político de la Monarquía le impuso a Buenos Aires y a Asunción del Paraguay como nodos preeminentes respecto de las ciudades contenidas en su distrito. Hacia los años 1620, San Juan de Vera de las Siete Corrientes acababa de ser puesta bajo el distrito del Obispado y la Gobernación de Buenos Aires, y así fue ubicada por Vázquez de Espinosa; pero en el recorrido imaginario, el punto de arranque del “viaje” fue fijado en la ciudad de Asunción: para el autor, Corrientes constituía el primer núcleo “civilizado” de la gobernación de Buenos Aires vista desde el noreste. La continuidad del conjunto reposaba en el omnipresente “río de la plata”, sobre el cual el autor de la Descripción... ubicó no sólo a Santa Fe sino también a Corrientes. El segundo punto relevante de esta ubicación es que Santa Fe refiere a lo que ya hemos desarrollado: para el autor del Compendio y Descripción... hasta la ciudad del Guayrá estaba sobre el Río de la Plata...18 lo cual la incluía en la ya mencionada provincialización del territorio. Accarette Du Biscay, viajero del siglo XVII que tampoco pasó por Santa Fe, publicó a mediados de ese siglo una relación, en la que dice haber recibido estas noticias: “[Santa Fe] Es un pueblito que comprenden venticinco casas, sin murallas, fortificaciones ni guarnición, distante ochenta leguas hacia el norte de Buenos Aires, situado sobre el Río de la Plata: hasta allí podrían llegar grandes buqes si no fuera por un enorme banco que obstruye el paso un poco más arriba de Buenos Aires. A pesar de todo es una posta muy ventajosa porque es el único paso desde el perú, Chile y Tucumán hacia el Paraguay y en cierta manera el depósito de las mercaderías que se traen desde allí, particularmente esa yerba de la cual ya hablé...”19

18 VÁZQUEZ DE ESPINOSA, Antonio Compendio y descripción, cit., p. 637. 19 DU BISCAY, Acarette Relación de un viaje al Río de la Plata ..., cit., pp. 51 y 52; todos los resaltados me pertenecen. Se trata, como se advierte, de una “relación”, pero además tomada o dada en un período que no se consigna. Para Cervera, por ejemplo, el texto de Du Biscay (publicado en francés por primera vez en 1663), corresponde a una visita suya de 1658, y se refiere a la ciudad nueva (es decir, a las casas que ya estaban instaladas del traslado). Cfr. CERVERA, Manuel Historia... Tomo II, p. 17. Lo cierto es que ni la distancia de ochenta leguas, ni las referencias temporales inclinan demasiado la balanza hacia la precisión.



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Sugerir el tamaño y la población de una ciudad indicando el número de casas era habitual en la época y, una de veinticinco casas era una ciudad pequeña.20 Pero sobre todo, nótese que también Acarette nombra al Paraná como Río de la Plata. En otro párrafo, al referirse a “..los países que recorre...” el Río de la Plata, señala: “En aquellas regiones es llamado el Paraguay, aunque más vulgarmente el Gran Paraná, probablemente porque el río Paraná desemboca en él arriba de la Villa de las Corrientes....”, estableciendo una suerte de continuo entre los ríos Paraguay, Paraná y el Río de la Plata.21 Pero aun cuando Acarette también posee una visión desde Buenos Aires –ubica a Santa Fe “...ochenta leguas hacia el norte de...” esa ciudad– e incluso cuando subraya el carácter de “ciudad-posta” del poblado, la impronta de su discurso está señalada por una coyuntura distinta a la de Vázquez de Espinosa. No se trata, de hecho, de una reversión del orden político del orbe peruano, pero sí del paso a un primer destacable en la escena de un elemento que muestra el punto más alto de articulación entre el Perú y el Paraguay. La coyuntura fue señalada y analizada por Juan Carlos Garavaglia, quien indica que, justamente, hacia 1630, se inicia el ciclo durante el cual “...la yerba conocerá ya todo el ámbito geográfico de su máxima expansión.”22 El autor de Mercado interno y economía colonial proporciona cifras para mensurar la entrada de yerba desde las reducciones jesuíticas del Paraguay a la ciudad de Santa Fe desde 1667, señalando la importancia del “oficio” santafesino en este tráfico. No obstante el período para el cual se pueden disponer en los archivos santafesinos para realizar cálculos sobre bases firmes,23 es claro que desde la gobernación de Céspedes (1624) se detecta un giro respecto de la actitud del puerto de la ciudad frente al tráfico del producto, fuertemente combatido por Hernandarias de Saavedra durante todas sus gestiones como gobernador (entre finales del siglo XVI y las dos primeras décadas del siglo siguiente). Vázquez de Espinosa, en su “viaje imaginario”, caracterizaba a Santa Fe como el segundo jalón poblado entre Asunción y Buenos Aires. Pero lo hacía en el marco de la descripción de la Audiencia de Charcas, lo que constituía en rigor el objeto de Vázquez de Espinosa en su libro quinto. Sintetizando, lo relevante de aquella fórmula al comienzo de la descripción radica en que Santa Fe, ya en el primer cuarto del siglo XVII, era percibida como el punto de paso para ir de 20 En 1629, por ejemplo, Lima tenía 4.000 casas en la ciudad solamente. HARDOY, Jorge y ARANOVICH, Carmen “Escalas y funciones urbanas de la América Española hacia 1600. Un ensayo metodológico”, en SOLANO, Francisco de –coordinador– Estudios sobre la ciudad hispanoamericana, CSIC, Madrid, 1983, p. 364. 21 CERVERA, Manuel Historia... Tomo II, p. 30. 22 GARAVAGLIA, Juan Carlos Mercado interno... cit., p. 67. 23 Garavaglia lo hizo a partir de fuentes disponibles en AGN y AGI. Sus referencias son: AGNIX-9-6-4, IX-47-8-4 y AGI, Charcas 282.

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Buenos Aires “al Tucumán”, y no al Paraguay desde donde, en todo caso, el flujo de hombres y mercancías “descendía”. Esta consonancia con la realidad administrativa que, desde 1618, la ubicaba como una ciudad de la Gobernación del Río de la Plata, dependiente de su cabeza en Buenos Aires, articulaba también con esta otra realidad del espacio económico. En este sentido, el registro administrativo real y el percibido por el cronista no era solamente formal: en uno y otro orden expresaba bien la articulación de los nuevos flujos de ese espacio económico y la de una territorialización del espacio político, cuyo desarrollo orientaba estos flujos cada vez más hacia Buenos Aires, ciudad que, desde 1618, era el punto más importante de la constelación administrativa, política y económica del área rioplatense. Por último, la apreciación del Padre Mansilla (datada en 1627) ofrece otro registro visual: “Durante el viaje a las reducciones situadas en el centro indígena, me tuve que detener en Santa Fe, otra ciudad española y sobre la ribera del Paraná. Hay allí cuatro jesuítas de los cuales tres son sacerdotes y el otro es un coadjutor. ¡Pobre gente! Morirían de hambre sino se ingeniaran en buscarse algunos recursos. Esta pobreza es igual en todos nuestros colegios. Las fundaciones son muy escasas lo mismo que las limosnas, por esto, la munificencia real destinó una suma que es repartida anualmente entre las misiones, pero, verdaderamente, es necesario un gran espíritu de inventiva para procurarse lo necesario.”24 Es el mismo tipo de mirada vertida por los Padres Provinciales de los Colegios cabeza de la Compañía de Jesús expresadas desde Córdoba o Santiago de Chile.25 En éstas, predomina la preocupación por el escaso número de religiosos, de “hermanos” consagrados a la evangelización y administración de los Colegios, en el marco de una “pobreza” del entorno que es permanentemente subrayada. Tanto en las Cartas del Padre Diego de Torres como en las de su sucesor, Pedro de Oñate, puede verse con claridad este aspecto “contable” –la referencia al número de hermanos que tienen ministerios en cada uno de los colegios en las distintas ciudades– y, en lo que respecta a Santa Fe, la preocupación por esta suerte de pobreza congénita que, en la opinión entusiasta de Torres, parece compensarse con la abnegada dedicación de quien hace la obra a su costa, “...El señor Hernando 24 En MOLINA, Raúl Alejandro “Primeras Crónicas...” cit., p. 95. 25 Véanse por ejemplo las cartas del Padre Provincial Pedro de Oñate, en Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucumán, de la Compañía de Jesús (1615-1637), en Documentos para la Historia Argentina, Tomo XX, Iglesia, Buenos Aires 1929.



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Ariaz de Saavedra Gouernador q dexo deser deaquella Gouernacion, ytiene su casa yhaciendas en Sta Fee y halatomado con tantas veras, que no contentandose detrabajar el consu persona, y dar indios que trabaxen, haze que sus hijos acarreen tierra con mucha edificacion detodos, y assi seenoja deque le llamen señoria, o, den otro titulo, como otros dequese los quiten, y paresce estima enmas ser peon y trabajador enla Iglesia, queel ser Gouernador=”26 Estos registros del lugar (basados en experiencias visuales o en la recolección de informaciones por vía oral) ofrecen rasgos de la ciudad no en su sentido urbanístico, sino en una clave que prioriza su posición relativa respecto de distintos espacios: fundada por un conquistador que entró por el Perú y que llevó adelante la “descarga” de los grupos asunceños con el propósito de “abrir puertas a la tierra”, la ciudad fue percibida por los observadores coetáneos desde los diferentes corredores hacia los cuales condujeron finalmente esas puertas abiertas. Su valoración deja en un segundo plano la miseria urbanística pintada por Acarette como esas “...venticinco casas, sin murallas, fortificaciones ni guarnición...”, privilegiando su posición como “...posta muy ventajosa.” El lugar redescubierto: el sitio arqueológico de Santa Fe la Vieja (1940-1956) Los restos urbanos de Santa Fe la Vieja –ubicados y relevados definitivamente por Agustín Zapata Gollán entre 1949 y 1951– se conocen hoy como “Parque arqueológico Santa Fe la Vieja”, y se ubica en el km. 78 de la actual ruta 1, que une las ciudades de Santa Fe con Reconquista bordeando la margen derecha del río Paraná.27 Desde hace años, generaciones de niños santafesinos hemos asistido y asisten todavía, en un viaje escolar casi ritual, al sitio donde se exponen los restos arqueológicos de lo que alguna vez fuera la ciudad garatina. El tema de la exacta ubicación del sitio antiguo de la actual capital santafesina despertó acaloradas polémicas durante la década de 1940 y, sobre todo, a comienzos de la siguiente. El punto más álgido lo representan las posiciones 26 Diego de Torres, Carta escrita desde Córdoba del tucumán a 5 de abril de 1611, en Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucumán, de la Compañía de Jesús (1609-1614), en Documentos para la Historia Argentina, Tomo XIX, Iglesia, Buenos Aires 1929, p. 91. Véase también p. 188 y 197, por ejemplo. 27 [2012] El sitio registra muchos y muy importantes cambios desde 2002 (fecha en que se defendió la tesis que está en la base de este libro y 2012, año de esta revisión). Los mismos tienen que ver con trabajos arqueológicos, cambios en la política de conservación del patrimonio óseo, adecuación a las leyes internacionales sobre sitios arqueológicos para conseguir la declaración de Patrimonio de la Humanidad, cambios arquitectónicos en los módulos de recepción de visitantes y de protección de los sitios, etc. Para evitar una extensa explicación sobre estos interesantísimos procesos remito a visitar el sitio oficial del Parque (www.santafelavieja.ceride.gov.ar) y a revisar la legislación provincial y nacional sobre el sitio.

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sostenidas por Nicanor Alurralde, un miembro del Consejo Argentino de Ingenieros que consideraba esta identificación entre las ruinas de Cayastá y el sitio de Santa Fe la vieja como “...un craso error histórico...”, planteando que el mismo correspondería a una antigua población, llamada Cayastá (mencionada en un documento de 1609, citado por varios historiadores pero que no hemos podido consultar directamente) situada a unos 16,7 kilómetros al suroeste de la primitiva Santa Fe.28

Sitio arqueológico de Santa Fe la vieja en su estado y disposición actual Fuente: www.fundacionalbenga.org.ar

Hacia los años 1940, la Historia de la Ciudad y Provincia de Santa Fe de Manuel Cervera, era la máxima autoridad sobre el tema. De hecho, si la obra (a pesar de sus errores) constituye todavía, a casi un siglo de su publicación, un referente para los estudiosos de la historia provincial, no es difícil imaginar el peso que tenía entonces. Alurralde reconocía en Manuel Cervera a un “distinguido historiador”, pero le cargaba la responsabilidad de lo que el ingeniero consideraba la comisión de un “grave error histórico” basado en uno “topográfico”. Según la opinión que Alurralde sostenía a finales de la década de 1940, Santa Fe la Vieja 28 ALURRALDE, Nicanor “Ubicación geográfica de la primera ciudad de Santa Fe”, en La Ingeniería, n. 909, Buenos Aires, 1951; p. 3 de la separata.



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se había asentado en un sitio distante pocos kilómetros al norte del que actualmente ocupa el pueblo de Helvecia, mientras que las ruinas de Cayastá (sitio que había señalado Cervera y que Agustín Zapata Gollán excavaba por entonces, con éxito) correspondían al viejo asiento de Cayastá, que no era tampoco la reducción de Concepción de Cayastá de los Charrúas, creada en 1750, a dos leguas del sitio en discusión.29 Alurralde basó su argumentación en algunos párrafos del capítulo XIX de La Argentina de Rui Díaz de Guzmán considerando la ubicación del Paso del Rey (hoy Paso de la Patria) y de la laguna de los Patos (actual Laguna Blanca) en el relato del llamado “primer Cronista”, en el de Félix de Azara y en ciertos textos de Manuel Cervera. Técnicamente, el problema se situaba en la equivalencia en metros otorgada a la “legua”: mientras que Fernández Díaz, Manuel Cervera y Zapata Gollán acordaban en otorgar a la misma el equivalente de 6350 metros, Alurralde sostenía que “la legua de la época de Garay [...es de...] 7.429 metros, correspondiente a la legua cartográfica de 15 al grado.”30 A partir de esta diferencia, y legitimando su observación en el uso de las planchetas editadas por el Instituto Geográfico Militar entre 1934 y 1948, hacía coincidir las descripciones de Rui Díaz con las representaciones cartográficas, apoyando así su tesis, que avalaba también en el uso de esta legua por Hernandarias de Saavedra. La correspondencia oficial de finales del siglo XVI y comienzos del XVII, deja leer con frecuencia que la distancia entre Santa Fe y Buenos Aires era de unas 80 leguas. La construcción de Alurralde tenía la virtud de reposar sobre fuentes de procedencia heterogénea, que aparecían garantizadas por credenciales de otras características como su inobjetable lealtad al gobierno peronista. Su condición de experto en la materia, lanzado a polemizar sobre un objeto especulable, le otorgaban atractivo a sus intervenciones, que pronto adquirieron una visibilidad que reclamaba de la atención de historiadores y arqueólogos más allá de la órbita local. Manuel Cervera, uno de los blancos de su ataque, sin la posibilidad de contar con pruebas arqueológicas al momento de redactar sus textos, había he29 Augusto Fernández Díaz da como fecha de “fundación” de Concepción de Cayastá el año de 1761. Las ubicaciones latitudinales, serían, siempre según este autor, 31º 9’ 23’’ para ésta, 31º 12’ para la actual Cayastá, fundada hacia 1865 por Patricio Cullen y 31º 12’ 40’’ para el sitio viejo de Santa Fe, fundado por Garay en 1573. FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto “Situación del primer asiento de Santa Fe”, en Anales de la Sociedad Científica, Buenos Aires, 1949, p. 57. 30 Según el autor, adoptada por navegantes españoles en época de Carlos V y vigente todavía bajo el reinado de Felipe II. ALURRALDE, Nicanor “Ubicación geográfica de la primera ciudad de Santa Fe”, cit., p. 4 y 6 de la separata. Cfr su trabajo anterior, “Las antiguas unidades de medidas de longitudes empleadas en el territorio argentino”, en La Ingeniería, n. 883, Buenos Aires, 1948. Idéntica posición sostiene LÓPEZ HERRERA, Héctor “Comentario al estudio sobre la longitud de la legua y su transcripción”, Santiago del Estero, 1942.

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cho coincidir los datos utilizando otro argumento, derivado de su conocimiento histórico y de cierta intuición antropológica: Garay, como buen vecino del Perú, habría utilizado la legua de 17 ½ al grado. Por lo tanto, su cálculo –lo mismo que el de Fernández Díaz– fija la equivalencia métrica de la legua en 6350 metros.31 Junto al uso estas dos medidas, coexistió entonces el de la legua de 20 al grado –la de 5.573 metros, o de camino– y la legua de 60 cuerdas, equivalente a unos 5.016 metros.32 El Diccionario de Autoridades, en su edición de 1734, apoya el cálculo de los 6350 metros que, añade, según el criterio español, equivale también a una hora de “andar a pie”. Sin embargo, reconoce como primera característica de este vocablo (la legua) que se trata de una “...medida de tiera cuya magnitud es muy varia entre las naciones...”. El acierto de Cervera y Fernández Díaz, se monta sobre lo que el mismo diccionario estima es el uso peninsular, ya que, afirma, “...de las leguas españolas entran diez y siete y media en un grado de círculo máximo de la tierra...”33 Pero este fue sólo el aspecto técnico de las disquisiciones y, en consecuencia, el trabajo de Manuel Cervera no era el blanco más apetecido. Los intereses subyacentes a esta discusión eran otros. En mayo de 1953, Alurralde llevó su propuesta más allá de las publicaciones científicas. Dos años después de divulgado su detallado cuestionamiento a las posiciones de Cervera confirmadas arqueológicamente por Zapata Gollán, el ingeniero “...se presentó al Ministerio de Educación [de la Nación, en Buenos Aires, DB], solicitando se decretase el estado de revisión del dictamen de la Academia Nacional de la Historia del 31 de mayo de 1952, publicado en el volumen XXVI del ‘Boletín’ de la entidad [agrego, entre las páginas 229 a 267, DB], por el cual se declaraba que las ruinas puestas al descubierto por el doctor Agustín Zapata Gollán en la localidad de Cayastá, son los restos de la antigua ciudad de Santa Fe, fundada por Juan de Garay.”34 Este pedido fue atendido por el funcionario de turno y, en el marco de la Academia Nacional de la Historia, dio lugar a la confección de un expediente –primera de las metáforas judiciales que se utilizaron entonces para describir el 31 Se trata del resultado a partir del cálculo que estima un grado de latitud en 111.225 metros, aunque lo que se da por aceptado en, por ejemplo, el Diccionario Enciclopédico Americano, sean las medidas de 11.440 y 6368 metros respectivamente. 32 Cfr. las discusiones en ALURRALDE, Nicanor “Las antiguas unidades de medida...” cit. y FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto “La legua de medir en las Provincias del Río de la Plata y de Tucumán”, en Historia, núm. 8, Buenos Aires, abril-junio de 1957, pp. 73 a 82. Ver también “Situación del primer asiento de Santa Fe”, Anales de la Sociedad Científica Argentina, 1949, especialmente p. 71. 33 Diccionario de Autoridades, 1734, IV, p. 380. 34 ANA “Cayastá fue el sitio viejo donde Garay fundó a la ciudad de Santa Fe. Así lo declaró la Academia Nacional de la Historia”, en Historia, núm. 6, Buenos Aires, octubre-diciembre de 1956, p. 13.



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modo en que se desarrolló la discusión, encuadrada por la misma fracción de la comunidad científica que, en ese momento, podía atribuirse tanto la mácula de la ofensa como la capacidad de sancionar un punto final sobre el asunto. Lo que estaba en tela de juicio era, a la vez, “la verdad histórica” y el prestigio de la institución que se erigía en su tutora. Alurralde atacaba desde la prensa, desde los congresos o ante el ministerio, y sus invectivas habían movilizado la comunicación y articulación de los afectados. Agustín Zapata Gollán –a la sazón director del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales y del Museo Etnográfico de la provincia de Santa Fe– envió a la Academia Nacional de la Historia una serie de informes sobre sus excavaciones. Estos fueron discutidos y evaluados por los miembros designados para el caso, lo que dio lugar a una resolución de este organismo, rubricada por el Padre Guillermo Furlong Cardiff y Raúl Alejandro Molina.35 Durante las comisiones destinadas a establecer argumentos para consolidar la posición de Zapata Gollán y la Academia, Furlong indicó que la ubicación que presentan en la actual ciudad de Santa Fe los templos de la Merced, de Santo Domingo y el de San Francisco se corresponden con la ofrecida por los restos de los edificios religiosos encontrados en el sitio arqueológico de Cayastá. La reproducción en el trasiego del orden del núcleo central, por otra parte, se encuentra dispuesta en las Actas Capitulares y otros documentos de la época,36 lo cual dejaba un margen de error casi nulo. Molina hizo comprobaciones del mismo tipo en relación a otros edificios, y además dejó que su informe trasuntara su disgusto con Alurralde, motivado por las expresiones descalificadoras que éste había tenido para con los miembros de la Academia.37 En los párrafos finales del documento, los académicos informantes no escatimaron estiletazos para con el ingeniero Alurralde. El peticionante había pisado en falso, y el consenso en torno a las posiciones de Cervera, Zapata Gollán y la Academia Nacional de la Historia era absoluto. Enorgullecidos por el gran número de investigadores que “...aplaudieron el dictamen de la Academia...”, se refirieron al disidente en estos términos: 35 Un resumen de las discusiones y la fundamentación aparecieron publicados en el órgano oficial de la Academia. Véase “Cayastá fue el sitio viejo donde Garay fundó a la ciudad de Santa Fe. Así lo declaró la Academia Nacional de la Historia”, en Historia, núm. 6, Buenos Aires, octubrediciembre de 1956, pp. 13-32. El mismo año, se fundó la Academia Nacional de Geografía y Fernández Díaz publicaba en Rosario su Fundación de Santa Fe, donde daba por descontada la legitimidad de las tesis de Zapata Gollán, a quien venía siguiendo ya desde sus trabajos de la década de 1940. 36 También señalado ya por Cervera. Cfr. las actas de cabildo entre 1650 y 1660, AGSF-ACSF, Tomo III y sobre todo algunos pleitos sostenidos ya en la ciudad nueva, que contienen referencias al tema del trasiego, en DEEC-SF, EC, Tomo LX. 37 “Cayastá fue el sitio...”, cit., p. p. 14.

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“Sólo hubo un hombre, enteramente desconocedor de las disciplinas históricas y del saber histórico, que levantó su voz de protesta, así contra los miembros informantes como contra la Academia que había rubricado el dictamen de los mismos. Además de escribir en El Orden de Santa Fe y en algún otro órgano publicitario, una serie de artículos, plenos de asertos dogmáticos y de suposiciones gratuitas, cuando no de crasos e inverecundos errores, con lamentables procedimientos de técnica histórica, elevó en 18 de mayo de 1953, al entonces Ministro de Educación, doctor Armando Méndez San Martín, una nota solicitando se decretara en estado de revisión el dictamen de la Academia y que se designara una comisión investigadora para resolver el problema planteado, ya que el dictamen de la Academia era ‘una serie hilvanada de errores’ y ‘un rosario de disparates’”38 El texto de 1956 es lapidario. Sin embargo, sería erróneo pensar que el querellante era un tonto o un exéntrico que se había encontrado un pasatiempo sofisticado: a pesar de que enfrentaba a un grupo cohesionado, Alurralde no iba contra la corriente de manera irracional. Ciertos hechos y su propia posición política parecen haber jugado un papel estimulante para él. Según su propia lectura, su ubicación profesional y personal en una configuración de relaciones de poder que iban más allá de los ámbitos académicos, podía permitirle obtener algunas ventajas. Si esto se suma a una cierta convicción científica y a la posesión de condiciones y de voluntad para batirse en polémica, la asociación de elementos ya no es desdeñable. El ingeniero parece haberse sentido en óptimas condiciones para utilizar sus credenciales científicas en varios planos. La secuencia de sus intervenciones abarca, como se ha visto, desde la publicación de notas periodísticas en medios gráficos locales (segunda mitad de los años 1940), en revistas científicas (entre 1948 y 1951) hasta su presentación ante el Ministerio de Educación, el 18 de mayo de 1953. Poco después, en agosto del mismo año, el Ingeniero expuso una comunicación impugnando las conclusiones de Zapata Gollán y el primer dictamen de la Academia que las había legitimado: el espacio elegido, esta vez, fue el Congreso de Historia Argentina celebrado en Santiago del Estero. El tema de la ubicación del sitio de Cayastá no debía ocupar un lugar umbilical en la reunión, dedicada principalmente a estudios sobre la historia de la provincia sede de la misma. Sin embargo, la elocuencia y acaloramiento del expositor santafesino motivaron que, durante la sesión del 28 de

38 Informe de los Académicos R. P. Guillermo Furlong S. J. y del Dr. Raúl Alejandro Molina, en “Cayastá fue...”, cit., p. 16.



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agosto, los congresistas consideraran el tema en una convocatoria plenaria y se enunciaran conclusiones que dejaban abierta la cuestión: “1º.) Declarar que en el problema en debate no pueden aceptarse conclusiones definitivas, quedando abiertas las puertas a la investigación. “2º.) Invitar a los señores investigadores de las disciplinas históricas a aportar los antecedentes que posean y a contribuir con nuevas investigaciones al esclarecimiento de la verdad.” Según los académicos, estas conclusiones fueron tomadas por el ingeniero santafesino como un triunfo: una comunidad profesional le otorgaba el beneficio de la duda. Nicanor Alurralde, fortalecido, continuó publicando y publicitando sus argumentos en la prensa local, a través de las páginas del periódico El Orden. Las respuestas de Furlong Cardiff o de los ingenieros Fernández Díaz y Víctor Nícoli, en cambio, se publicaban en las fojas de El Litoral, el diario de mayor circulación en la capital santafesina entonces (y ahora). Volviendo a la descalificación elaborada por los Furlong y Molina, puede notarse que no se privaron de echar mano del siempre efectivo recurso de la superioridad gnoseológica que es otorgada solamente por la experiencia empírica: “La superficie del terreno o territorio de las ruinas, la hemos visitado varias veces, la hemos examinado, medido, explorado en todos sentidos, mientras el señor ingeniero fue una sola vez a verla desde lejos para poder decir que había visto las ruinas, pero por confesión de los obreros que estaban entonces trabajando, fue una visita de médico.”39 No menos impactante es la acusación de adulteración de documento histórico. En otro párrafo del informe, se afirma que el ingeniero Alurralde inscribió una leyenda de su puño y letra sobre un plano de la Reducción de Cayastá, conservado en el Archivo General de la Nación. La puja contiene desautorizaciones orientadas hacia cuestiones de método, criterios de cientificidad y deontología. A la provocativa asimilación que Alurralde hacía de los académicos con productores de “literatura histórica”, éstos respondían caracterizando sus cálculos sobre las medidas de la legua como “...artificios numéricos y juegos matemáticos [...] seductores para los ajenos a las intimidades del tema.”40 Quienes sí están en contacto con el punto, sin embargo, no dudan en cerrar el problema haciendo honor 39 Fragmento del informe de Molina y Furlong Cardiff, en “Cayastá...”, cit., p. 19. 40 “Cayastá...”, cit., p. 20.

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a un repertorio lingüístico tributario de la metáfora que asimila a historiadores con jueces. En un pequeño recuadro que se encuentra en la primera página de la comunicación oficial de la Academia, puede leerse: “Hoy, que la luz radiante de la verdad ilumina la obscura historia de tres siglos, ganada en largos y pacientes estudios de los eruditos, se refleja meridiana en este fallo justiciero de la Academia y revela, una vez más, la sólida competencia de sus miembros como el prestigio y la autoridad de la institución.” La Junta de Estudios Históricos de la provincia de Santa Fe enviaba al director del Museo y de las excavaciones, Agustín Zapata Gollán, una nota que enriquece el panorama: “...es oportuno recordar que, [Alurralde] prevaliéndose de sus vinculaciones en las altas esferas nacionales, obtuvo, avasallando nuestro sistema federal y en violación de leyes provinciales, una autorización del Ministerio de Asuntos Técnicos de la Nación para realizar exploraciones arqueológicas en el territorio de nuestra provincia, en base a la cual, el gobierno local dictó el decreto Nº 10.823 en octubre 2 de 1953, ratificando aquella autorización a favor del Ingº Alurralde y del Arqº Bergman, quienes a los pocos días anunciaron grandes descubrimientos. Dentro del orden administrativo, las facilidades acordadas llevan implícita la obligación de presentar al Gobierno de la Provincia un informe sobre el resultado de las exploraciones realizadas, en un plazo prudencial, que ha de considerarse excedido con los dos años transcurridos.”41 El memorandum de las máximas autoridades de la Junta nos pone sobre una buena pista: denunciaba una violación jurisdiccional que, hasta donde tenemos conocimiento, no se cursó como denuncia por vía judicial. La misma apuntaba más allá de las transgresiones al régimen legal: Alurralde y Bergman habían montado este precipitado y revolucionario descubrimiento arqueológico a partir de sus vinculaciones con altos funcionarios del gobierno nacional, probablemente una de las razones de mayor peso a la hora de evaluar el pronto y diligente tratamiento que 41 Fragmento de la comunicación enviada por Monseñor Nicolás Fasolino y José María Candioti, presidente y secretario de la Junta de Estudios Históricos de Santa Fe, al Doctor Agustín Zapata Gollán, 23 de noviembre de 1953. Extractado en “Cayastá...” cit., p. 18. Cabe señalar que en la Revista de la mencionada Junta no se publica esta nota. En el número 19, correspondiente a ese año, había aparecido el artículo de Manuel Cervera “Algo más sobre la primitiva ubicación de Santa Fe”.



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le diera al asunto el por entonces ministro de educación Armando Méndez San Martín. Fernández Díaz, por su parte, en un artículo publicado en 1949, ya había señalado la coincidencia en el tiempo entre la publicación del primer estudio de Alurralde en la revista del Consejo Argentino de Ingenieros y la discusión, en el Senado, sobre el proyecto de “...embellecimiento del histórico lugar...”, presentado por Zapata Gollán y sus colaboradores,42 mostrando las articulaciones entre ciencia y política y la disputa por la asignación de financiamiento de proyectos opuestos. En buen romance, oficialmente no se podía sostener la existencia de dos verdades de este tipo, y se financiaría solo una: por lo tanto, la aceptación de uno de los proyectos implicaba, necesariamente, la desestimación del otro. Pero en la historia siempre hay un lugar para los imposibles y, como se dijo, Alurralde y Bergman obtuvieron de oficinas nacionales lo que no les era accesible siguiendo las vías locales... El actual Parque arqueológico muestra el resultado de las investigaciones y excavaciones iniciadas por Zapata Gollán y un trabajo que todavía continúa. Las investigaciones del arqueólogo y polígrafo santafesino fueron apoyadas por el Gobierno Provincial y, años después, confirmadas por décadas de nuevas investigaciones en el campo.43 Las propuestas de Alurralde permiten ofrecer una visión menos ingenua sobre la articulación entre los niveles científicos y políticos en un período poco estudidado de nuestra historia en ese sentido. Aunque fuera del marco de intereses inmediatos para este trabajo, la búsqueda realizada en torno del probable impacto que la caída del gobierno peronista pudiera haber tenido sobre, por ejemplo, la Academia Nacional de la Historia, ha resultado hasta ahora poco fructuosa. Este grupo nucleaba, además de a los mencionados Furlong Cardiff y Molina, a Roberto Levillier, José María Mariluz Urquijo, Ricardo Zorraquín Becú, Vicente Sierra44 y a José Torre Revello, entre otros, en torno a la emblemática figura de su presidente, Ricardo Levene. La autodenominada “revolución libertadora” de septiembre de 1955 trajo consigo algunos cambios en el escenario científico y universitario, y el último semestre de ese año mostraba la reubicación de los distintos grupos de científicos e intelectuales antes proscriptos por el peronismo. En el marco de la Academia, sin embargo, puede identificarse la continuidad aparentemente poco problemática de estos y otros 42 FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto “Situación del primer asiento de Santa Fe”, en Anales de la Sociedad Científica, Buenos Aires, 1949, p. 59. 43 Entre las cuales, a nivel arqueológico, se destacan los esfuerzos realizados bajo la dirección de María Teresa Carrara. Más tarde avanzaron sobre el mismo terreno los trabajos del equipo de Arqueología Subacuática de la UNR, coordinado en Rosario por Mónica Valentini. 44 Según Halperin Donghi “...un veterano del positivismo anticlerical convertido al catolicismo en su versión más cerradamente integralista...” HALPERIN DONGHI, Tulio “El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional”, en Ensayos de historiografía, El cielo por asalto, Buenos Aires 1996, p. 117.

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miembros notables, fenómeno cuya explicación apenas comienza a ensayarse.45 Para el “ruidoso” Alurralde, en cambio, significó el retiro de la escena.

45 Ricardo Levene fue director de la Academina Nacional de la Historia desde 1934-38 –hasta 1938 Junta de Historia y Numismática– hasta 1959. Martha Rodríguez señala varios elementos importantes: el primero, las diferencias entre Levene y el régimen peronista, durante los años de 1951-52, no serían de naturaleza ideológica, sino que estarían basadas en disputas por espacios de poder entre la institución que él dirigía (la Academia Nacional de la Historia) y ciertas presiones ejercidas por el Ministerio de Educación sobre la entidad, en una suerte de batalla por el monopolio o por la preminencia de una u otra institución sobre la orientación de las líneas maestras de una lectura del pasado nacional. Levene sostuvo este conflicto en tanto que cabeza de la Academia, pero, demuestra Rodríguez, no por eso dejó de representar al “...poder público nacional y provincial en actos y congresos...” manteniendo incluso sus cargos políticos en la Provincia de Buenos Aires. En segundo lugar, Rodríguez subraya la similitud en las imágenes del pasado que el peronismo construía para fundar su tradición con los escritos del mismo Levene y de las posiciones de la Academia y, en tercer lugar, confirma la situación de “estabilidad” que logran los miembros de la Academia (quienes, aun tomando posiciones diversas, tal como por ejemplo Diego Luis Molinari se diferencia en sus actitudes hacia el gobierno peronista respecto de Levene) atravesando las coyunturas de inicio y caída del régimen peronista. Véase RODRÍGUEZ, Martha “Cultura y educación bajo el primer peronismo. El derrotero académico institucional de Ricardo Levene”, en PAGANO, Nora y RODRÍGUEZ, Martha –compiladoras– La historiografía rioplatense en la posguerra, La Colmena, Buenos Aires, 2001, p. 39-65. Cfr. estas páginas con un libro aparecido en 2008, que no había visto para mi tesis. SCHAVELZON, Daniel Mejor Olvidar. La conservación del patrimonio cultural argentino, De los Cuatro Vientos, Buenos Aires, 2008.

CAPÍTULO IV Organizar la extensión Occidentalización y equipamiento político del territorio

L

a extensión que se ofrecía a la orilla derecha del Paraná ante los ojos del grupo de españoles e hijos de la tierra que llegaban del Paraguay para jalonar el camino entre Asunción y la salida Atlántica no tenía nada en común con los paisajes donde, desde el punto de vista de los europeos, se desarrollaba la vida política. No había marcas que pudieran leer como referencias políticas desde su imaginario europeo y católico. Sin embargo, los agentes que realizaban la expansión del cuerpo político monárquico estaban animados por una convicción según la cual, en ciertos sitios, tenían que recrearlo todo: la organización de los grupos indígenas locales, su modo de vivir el espacio, sus patrones de alianza, colaboración y movilidad eran concebidos por los conquistadores como verdaderos obstáculos o anomalías que era necesario encuadrar en sus propias reglas.1 El texto del acta fundacional de Santa Fe es esclarecedor: el escribano inscribe una escena donde un hombre acerca a su capitán una rama, y éste la planta groseramente en el suelo para simbolizar el imperio de la justicia de su rey en este rincón de la Monarquía. El texto presenta personajes edificando un orden cuyo sostén más sólido es intangible, simbólico. En ausencia de organizados imperios a reducir por la fuerza de las armas, sin grandes jefes con quienes negociar para abreviar el tracto, los hombres de cultura católica fundaron una ciudad para instalar lo que ellos comprendían era la política. Esta reinvención de lo político, esta instalación de las tecnologías del gobierno de los hombres en un territorio en una extensión que los ignoraba era quizás el único sustento de un proyecto que, fuera de sus coordenadas culturales, no tenía sentido.

1

Me ocupo del tejido construido por la acción del grupo eurocriollo. Sin embargo, es evidente que el orden que los invasores trataban de instituir tenía como contrapartida la alteración y en muchos casos la destrucción total del orden ecológico existente a su llegada.

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Acta de Fundación de Santa Fe Banco de Imágenes Florián Paucke



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Abrir puertas a la tierra: la llave política “Martin Suarez de Toledo, teniente de governador capitán y justicia mayor de esta governación y provincias del rrio de la plata, en nombre de S. mgd. Etc. Digo:– que por quanto es publico y notorio yo consulte y platique con los señores oficiales de s. mgd. que son el fator Pedro de Orantes y el thesorero Adame de la Varriaga y Geronimo de Ochoa de Saguirre theniente de contador, lo mucho que conviene al servicio de Dios nuestro Señor y de S. Mgd. y al buen rremedio destas provincias que á cosa de su Real hazienda se hiziese un navio para avisar a S. magd. del suceso dellas, y con esto justamente quando consultado y acordado que fueren en compañía de dicho navio ochenta hombres y por caudillo dellos Juan de Garay para que fundasen y poblassen puerto y pueblo de San Salvador o en otra parte en aquella comarca que mas comodo fuese, que tanto s. mgd. desea y conviene para la perpetuación y amparo destas provincias...”2 La fundación de la ciudad de Santa Fe se inscribe en el desarrollo de un proceso complejo. El proyecto, disparado desde el interior del espacio americano, se vinculaba estrechamente con el funcionamiento del conjunto monárquico: porque resolvía tensiones a escala de virreinato y, además, respondía a intereses concretos de grupos locales, de la Corona y de algunos grupos corporativos peninsulares. El gesto vinculante está perfectamente contenido en las palabras registradas por el escribano Márquez: la fundación de la ciudad se hacía por el remedio, perpetuación y amparo de estas provincias. El establecimiento de un puerto y pueblo “... en una de las dichas tres partes...” del Paraná debía hacerse, según lo expresaba Martín Suárez de Toledo, por la inseguridad derivada de la falta de “pueblo e puerto y escala” entre Asunción y el Río de la Plata.3 Por otra parte, ese “puerto” fue fundado, finalmente, como ciudad. Y asegurar la “provincia” fundando otra ciudad, para sumar una fuente de “remedio”, implica desde el punto de vista de la historia del poder, la reproducción de “...una práctica incorporada a cosas: el espacio, los equipamientos y procesos administrativos, las estructuras humanas 2

3

Mandamiento de Martín Suárez de Toledo, Teniente de Gobernador del Paraguay, dado en Asunción a 29 de marzo de 1573, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires, Documentos referentes a las fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires publicados por la Municipalidad de la Capital Federal, administración del Señor Intendente Dr. Arturo Gramajo, prologados y coordinados por el Dr. Enrique Ruiz Guiñazú – 1580-1915, Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1915, p. 26. “Traslado del poder y comisión dada por Martín Suárez de Toledo, Teniente de Gobernador del Río de la Plata, al Capitán Juan de Garay para fundar un pueblo y puerto en San Salvador ó en el Río de San Juan ó en San Gabriel”, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay..., p. 22.

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de la administración, el saber administrativo, la mentalidad administrativa...”. En esta reproducción y en las continuidades que en ella se manifiestan, como lo expresa perfectamente António Manuel Hespanha, es “...el impensado de la historia de ese poder lo que se vislumbra.”4 Un impensado que tuvo vínculos con el orden de lo conciente. En 1572, para los capitanes asunceños, fundar otra ciudad río abajo significaba también solucionar un problema en Asunción. El pequeño grupo de comerciantes y los ingentes cuadros administrativos y políticos de la cabecera de la gobernación del Paraguay habían percibido lo ventajoso de sacar de la cabecera de la provincia a un buen grupo de “mancebos desordenados”. Los beneficios del trazado de una nueva ruta de comunicación que podría funcionar como camino alternativo hacia la región altoperuana y, vía el Río de la Plata, como una posta estable en la ruta hacia y desde la metrópolis,5 eran perfectamente compatibles con quitarse de encima a los revoltosos. La búsqueda de los caminos alternativos era el objetivo más directamente ligado con una fundación río abajo, en función del largo y peligroso trecho que separaba la ciudad de Asunción del estuario platense. De todo esto se trataba el remedio, la perpetuación y el amparo buscado para estas provincias. También el socorro que se tramitaba frente a los funcionarios Reales para el capitán a cargo de la expedición. Pero el problema no era original, ya que la inadecuación de jurisdicciones al aumento del número de hombres con expectativas materiales y políticas insatisfechas, no constituía por entonces una característica exclusiva de la realidad asunceña. Desde la década de 1540, oidores y gobernantes del Perú habían manifestado la necesidad de ensayar el camino hacia la ruta atlántica. Desde el norte, la pretensión era perfectamente sintetizada por Juan Ortíz de Zárate, quien en la década de 1570 proclamaba como un principio: asegurar lo existente, fundar en el intermedio.6 Renovar la posibilidad de asentar un puerto español que se convirtiera en una vía alternativa para unir el Paraguay con el Perú y que, además, estuviera 4 5

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HESPANHA, António Manuel La gracia del derecho. Economía de la cultura en la Edad Moderna, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993, pp. 124 y 125 respectivamente. Así se expresaba Juan de Garay en un memorial enviado al Rey en 1576: “...de todas estas dichas provincias por la magestad real del rey don felipe nro señor y con los dichos poderes saque de la dicha ciudad [de asunción] ochenta soldados para con ellos poblar y fundar una ciudad en servicio de su magestad y en nombre del dicho señor adelantado y ansi la funde y poble en la parte que me parecio mas conveniente e ymportante para poder tratar y conversar con las provincias y governacion de Tucuman y por alli con los reynos del pirú para que su magestad fuesse avisado de las cosas que en estas Provincias uviesse...” DEEC-SF, EC, Tomo LII, legajo 10, f. 419 v. PRESTA, Ana María “Cuando la clave es juntar lo disperso. Fuentes para el estudio de la vida y los tiempos del adelantado Juan Ortíz de Zárate”, en Anuario del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, 1994/95.



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de cara a una definitiva salida atlántica al sur del subcontinente, proyecto en el que se involucraron fuerzas activas de por los menos tres ámbitos bien diferenciados: Asunción, el Perú y los adelantados que accedían por el río de Solís provistos de capitulaciones firmadas con la Corona.7 La problemática era particularmente apremiante para los perturbados grupos asunceños, pero como bien lo señalaba en 1549 La Gasca desde el Perú, en esa tierra también había gente harta y la ocupación de estos nuevos espacios prometía comportarse como la válvula de escape urgente y necesaria para dar salida al creciente número de capitanes que no obtenían en aquél espacio la ubicación social deseada.8 La dinámica expansiva y expulsiva de las gobernaciones planteaba la necesidad de territorializar en nuevas “provincias”, de manera de armonizar en el mismo acto la estabilidad –siempre precaria– de la unidad que necesitaba expulsar hombres, con la satisfacción de demandas sociales de los excluidos y de un proyecto político a escala de imperio. Este carácter de descompresión de huestes de soldados insatisfechos fue constitutivo y constituyente de uno de los rasgos más fuertes de la dinámica fronteriza: los voluntarios del alarde asunceño de 1572,9 en su mayoría hijos de la tierra, se lanzaban con Juan de Garay y otros poquísimos españoles a la aventura de una ciudad nueva, alentando expectativas que en Asunción resultaban inalcanzables. Embarcarse hacia la fundación de una ciudad nueva funcionaba como una inflexión política en varios sentidos: descomprimiendo el agitado orden social asunceño, posibilitaba la modulación en las trayectorias personales de un grupo de hombres que apostaba a obtener una mejora en su rango social pagando el precio de una migración no siempre deseada. Desde el punto de vista de los procesos políticos, el hecho reproduce perfectamente la dinámica expulsiva de la expansión española en Indias, ya experimentada en las etapas caribeña y peruana.10 Por último, el proyecto apuntaba a instalar un nudo necesario a la dinámica expansiva del imperio, más allá de los hombres que lo encarnaran: se esperaba 7

Véanse, por ejemplo, las comisiones y poderes otorgados en la capitulación con Juan Ortiz de Zárate, “...sobre la conquista del Río de la Plata...”, a 10 de julio de 1569. Documento incluido en la colección de RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay..., cit., pp. 11-19. 8 “Relación de La Gasca al Consejo de Indias”, desde Los Reyes, 26 de noviembre de 1548. En ARCHIVO DOCUMENTAL ESPAÑOL, Tomo XXI, Documentos relativos a Don Pedro de la Gasca y a Gonzalo Pizarro, edición de Juan Pérez de Tudela Bueso, Madrid, 1964, especialmente p. 446. 9 Bando del Teniente de Gobernador del Paraguay y Río de la Plata, Martín Suárez de Toledo. Asunción, 23 de noviembre de 1572, en Boletín del Archivo General de la Provincia de Santa Fe, 4-5, 1973, pp. 9-14. 10 Cfr. MOYA PONS, Frank Después de Colón. Trabajo, sociedad y política en la economía del oro, Alianza, Madrid 1986, 195 pp. y de TRELLES ARESTEGUI, Efraín Lucas Martínez... cit. LOCKHART, James “La formación de la sociedad hispanoamericana”, en PEASE, Franklin y MOYA PONS,

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que la ciudad nueva fuera el enlace desde el cual podrían articularse las conexiones con las tierras del oeste y del noroeste, camino de Cuyo o del Alto Perú. De esta manera se esperaba concretar la recuperación de un terreno conocido y hasta entonces, de ocupación fallida, camino del estuario del mar dulce.11 Entre 1540 y 1570, las llanuras al sur y al oeste del Paraná medio, no sólo estaban controladas por los distintos grupos de aborígenes que habían hecho fracasar hasta entonces los intentos españoles, sino que además era un terreno pretendido como potencial jurisdicción por los asunceños y ciertos grupos de conquistadores que iban desprendiéndose del Alto Perú. Desde la perspectiva de estos últimos, lo que se desplegaba era un avance jurisdiccional en virtud de una expansión sobre “el Tucumán”, y el Río de la Plata era concebido como la franja más oriental de esta región. Percepción bien diferenciada de la que tenían los “paraguayos” quienes, en cambio, entendían la configuración fluvial conformada por los ríos Paraguay, Paraná, Uruguay y el ancho estuario platense como una unidad espacial que nada tenía que ver con la tierra de los comechingones.12 Este enfoque permite señalar las raíces de una conflictividad jurisdiccional permanente que, más adelante, constituyó un obstinato en las discusiones capitulares, e incluso fue planteado como el centro de la revuelta política de 1580 que analizamos capítulos más adelante. En los párrafos que siguen ensayo la descripción del proceso configuracional y recursivo del “equipamiento político” del lugar –la organización de la extensión, su transformación en espacio– desde sus marcas territoriales: esto incluye la consideración de acciones tales como el repartimiento y la distribución del espacio en el núcleo urbano, sus términos y Frank El primer contacto y la formación de nuevas sociedades, Tomo II de la Historia General de América Latina, UNESCO, Trotta, París / Madrid 2000, p. 369. 11 Este punto de vista es considerado como excluyente, por ejemplo, para Comadrán Ruiz o Ricardo Zorraquín Becú, quien ubica a Santa Fe, Córdoba, Salta, Jujuy, San Luis y la villa de Nueva Madrid como “...ciudades que se fundaron, principal o exclusivamente, para asegurar las comunicaciones y el comercio entre las distintas regiones...”. Cfr. ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo La organización política argentina en el período hispánico, Emecé, Buenos Aires 1959 y COMADRÁN RUIZ, Jorge Evolución demográfica..., cit. 12 Comadrán Ruiz, en la introducción a su Evolución demográfica... ubica también tres corrientes en el poblamiento del actual territorio argentino, pero omitiendo la descarga paraguaya. Las mencionadas tres corrientes, para este autor, serían: “...una, procedente directamente de la península; otra, del recientemente conquistado Imperio Incaico, y la tercera, del todavía rebelde dominio araucano.” Cabe acotar que, la diferencia, estriba quizás en el período que está considerando (básicamente las décadas de 1530-1550), razón por la cual se justifica en primer lugar la distinción que aquí se realiza. En segundo lugar, mientras que Comadrán está considerando la expansión de los araucanos en el mismo nivel que las entradas desde la península o la descarga peruana, aquí se intenta tomar sólo el registro de los grupos hispánicos. De hecho, si debiera de considerarse también la movilidad indígena, el panorama sería incluso más complicado, puesto que los araucanos no constituyen el único grupo de nativos americanos que realizaba entradas en el actual territorio santafesino.



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la designación de jurisdicciones, hasta la participación, en esa misma configuración, de una arqueología o constelación originaria de los poderes en el nivel local. Luego, el objetivo es mostrar la polivalencia de las tecnologías jurídicas y políticas, bajo la clave de experiencia política en este espacio fronterizo desde las prácticas de los actores –comprendiendo las acciones de la ciudad como cuerpo político tanto como las diferentes estrategias calibradas por sus vecinos con el afán de subsistir, reproducirse y hasta de prevalecer sobre sus pares. Nombrar “Los nombres de lugares así como los apelativos, son mojones de la Historia, Etnología, Filología y muchas otras ciencias más; desde luego mal y muy mal hacen los que los remueven y cambian; pues la verdad es que falsean todos los actos de más trascendencia en la vida social y política del hombre” Samuel A. Lafone Quevedo, 1889 En Andalucía, Santa Fe fue el nombre del sitio montado por orden de Isabel y Fernando en las almenas de Granada: desde allí, los Reyes Católicos habían encaminado su acuerdo con Boabdil, con quien sellaron el 25 de noviembre de 1491 el protocolo que definía “...las condiciones de la entrega de la capital del Estado musulmán”.13 Fue también el nombre de tres pueblos-hospitales creados por Vasco de Quiroga en Nueva España14 y de otras ciudades fundadas por españoles en territorio americano: Santa Fe de Bogotá (1538), otra –que se llama sólo Santa Fe, y que hoy es la capital del estado de Nuevo México, Estados Unidos de América– fue fundada hacia 1609 o 1610 por Pedro de Peralta15 en lo que por entonces era parte del Virreinato de Nueva España. La fundada por Juan de Garay a orillas del río Quiloazas –hoy San Javier– el 15 de noviembre de 1573, en la

13 VINCENT, Bernard 1492, “El Año admirable”, Crítica, Colección Drakontos, Barcelona 1992, p. 14. 14 Santa Fe de los Altos en 1532 en el valle de México (en las inmediaciones de Tacubaya, hoy México DF); Santa Fe de la Laguna en 1533, en tierra de purépechas y Santa Fe del Río en 1539, en tierra de chichimecas. Santa Fe de la Laguna, en Michoacán, ha perdurado en el tiempo y es uno de los testimonios materiales más importantes de la obra de Vasco de Quiroga en el centro de México. 15 Peralta fue quien sustituyó a Juan de Oñate, colonizador de Nuevo México, en 1608. En 1610 Santa Fe pasó a ser la capital del Nuevo México que, antes de esa fecha (entre 1600 y 1610) estuvo en San Gabriel. JENKINS, Myra Ellen y SCHROEDER, Albert A Brief History of New Mexico, Albuquerque, The University of New Mexico Press, 1974, p. 20.

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actual República Argentina es el producto, marco y escenario de la historia de las relaciones entre hombres y mujeres de las que se ocupa este trabajo. Si el nombre es una huella que imprime su marca sobre un sujeto, la toponimia es el texto más lapidario que pueda pesar sobre un lugar y la imagen que de él se construye: las nomenclaturas legadas por el proceso de conquista de los territorios americanos trazan con claridad la intencionalidad de la recreación de un universo: los hombres que encarnaban la invasión y la conquista de estos territorios, nombraban los sitios y ciudades que fundaban a su paso con topónimos que hacían expresa referencia al pago, la región o el reino que, o bien habían abandonado, viniendo a Indias para valer más, o bien los había expulsado, por no valer tanto. Conquistar y nombrar parecen actividades indisociables: no hay conquista sin imposición de nombre. En la extensión sobre la cual el invasor se introduce e intenta fundar o conquistar, el nombre es designado siempre por el conquistador y, en la primera fase de su apropiación, en el topónimo, “nos da a conocer sus propios códigos de denominación.”16 El topónimo asignado nos habla del universo simbólico de quien deja la huella (sus lugares de procedencia, los nombres de las autoridades terrestres o celestes que configuran sus imaginarios, como los nombres de los santos cristianos) y de la relación que quien nombra pretende establecer o está estableciendo con el territorio. Cuando el topónimo evoca el país lejano, casi siempre aparece acompañado del adjetivo nueva o nuevo. El adjetivo denuncia la operación de la extensión sumada a un horizonte de expectativas: será nueva y, para el protagonista de la expansión, mejor. La unidad política antigua, (como Castilla la vieja) incorpora, en el marco retórico de un imperialismo primitivo, la acumulación de extensión en el proceso de construcción de un imperio con patrón territorial discontinuo y emplazado a escala intercontinental. La lista de nombres elegidos por los conquistadores para las tierras nuevas está nutrida de esos textos breves, lacónicos, que habían oído desde su infancia. La secuencia colombina, fundacional, es signiicativa: Cristóbal Colón llamó a la primera de las islas San Salvador, Santa María de la Concepción a la segunda, Fernandina a la tercera e Isabela a la cuarta.17 La línea de homenajes reproduce en su sucesión cronológica la jerarquía de los elementos de su mundo: el Señor, María, el Rey y la Reina. En menos de una semana, en una operación conciente

16 MUSSET, Alain y VAL JULIÁN, Carmen “De la Nueva España a México: nacimiento de una geopolítica”, en Relaciones, 75, 1998, p. 113. Cfr. también con su artículo “La toponimia conquistadora”, en el número 70 de la misma publicación, 1997. 17 Islabela en el manuscrito original.



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y violenta, Colón reemplazó los nombres que él reconocía en las voces de los indígenas del lugar por los que organizaban el mundo desde su perspectiva.18 El repertorio lingüístico de la toponimia se complementa con el de las descripciones.19 El proceso nominativo de la oleada continental de la conquista hispánica no abandona el homenaje, pero la secuencia es conciente del cuarteto fundacional y no lo reitera: las grandes masas de territorio que se designan a efectos administrativos evocan los reinos, regiones y pagos de la Península. Como la anterior, esta sucesión también respeta y reproduce una jerarquía y comienza desde lo superior o “más grande” para aproximarse a la reminiscencia de lo más pequeño: la grandilocuencia de Nueva España se atenúa en las designaciones que aluden a unidades más antiguas pero más pequeñas, parte de la monarquía agregativa: Nueva Granada, Nueva Toledo, Nueva Castilla o Nueva Andalucía. Esta última había sido la escogida para nombrar la franja de doscientas leguas –con costas en ambos océanos, según la Real Ordenanza de 1534– donde quedaba comprendido el sitio de Santa Fe que fuera, en el origen y paradójicamente, Santa Fe de la Nueva Vizcaya.20 Quizás su fundador, Juan de Garay, vizcaíno de villa, rendía homenaje a su familia y a sus mentores; así lo había aceptado y autorizado el Adelantado, don Juan Ortíz de Zárate, paisano, pariente y protector suyo, sin tener en cuenta las designaciones “oficiales” promulgadas por la referida Real Ordenanza en 1534.21 La distancia separa y une al mismo tiempo: estos son los primeros gestos de establecimiento de un orden que pretende organizar el espacio. La elección de “Vizcaya”, contradiciendo la de “Andalucía”, no es superficial: el precepto de los vínculos de “naturaleza” remite, en su

18 Para el relato de Cristóbal Colón, utilizo Los cuatro viajes. Testamento, en la edición establecida por Consuelo Varela, Alianza, Madrid 1986. 19 Operaciones recreativas que apelan a las imágenes de lo inmediato anterior: “...anduve así por aquellos árboles, que eran la cosa más fermosa de ver que otra que se aya visto, veyendo tanta verdura en tanto grado como en el mes de Mayo en el Andaluzía...” o bien “...y aquí y en toda la isla son todos verdes y las yervas como en el Abril en el Andaluzía...”. COLÓN, Cristóbal Los cuatro viajes..., cit., p. 72 y 77 respectivamente. 20 Así aparece “intitulada” la ciudad, hasta 1579 en las Actas de Cabildo. AGSF-ACSF, Tomo I, sesiones del 17 de enero y del 2 de Mayo de 1575; del 1 de enero, 20 de marzo de 1576 y, con una curiosidad que puede verse en el texto, en la del 1 de enero y la del 9 de agosto de 1578, como así también en la del 1 de enero de 1579. 21 El caso es que la “competencia de nombres” no es un fenómeno exclusivo de esta experiencia. Cfr. por ejemplo los analizados por Musset y Val Julián en los artículos citados para Nueva España. Sobre “Garay” como toponímico en sí mismo, debe recordarse que “garay”, en vasco, hace referencia a “lo alto” o “de los altos”, profusamente utilizada como prefijo y sufijo en apellidos muy difundidos todavía. El apellido compuesto (patronímico-toponímico “Ortiz de Garay”) que hace referencia al “término de Garay”, que se encontraba a escasa distancia de la frontera entre los términos de Burgos, Álava y Vizcaya. Cfr. FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto Juan de Garay. Su vida, su muerte, Molachino, Rosario 1973, p. 8 y ss.

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raíz latina natus, al nacimiento. Y el lugar natal, tanto en el medievo como en la modernidad, ocupa el sitio más alto en la jerarquía afectiva de los lugares. Volviendo al primer segmento del nombre que aquí interesa (Santa Fe) y, prescindiendo momentáneamente de su vínculo con el topónimo peninsular, parece claro que su elección se debe menos a la advocación directa de la santa católica22 que a la Santa Fe Católica que repica, permanente, en la corresponencia y papeles oficiales haciendo referencia a la expansión del Orbe Cristiano: tanto en las designaciones colombinas como en esta realizada por Juan de Garay, se reactualizan las evocaciones utilizadas durante el Bajo Imperio para cristianizar los nombres de los territorios conquistados al dominio germánico. En la coyuntura de la fundación de la ciudad de Santa Fe en el Río de la Plata, el nombre y la cruz funcionan como objeto de establecimiento en la fluida frontera de lo Sacro: aunque en ningún caso podría presentarse algo más alejado –en su austeridad– del altar de Conques, engastado en piedras preciosas, la “función” de la ciudad pretende ser la misma. Juan de Garay dice realizar la fundación de esta ciudad “...en el nombre de la Santísima Trinidad y de la Virgen Santa María y de la Universidad de todos los Santos y en nombre de la Real Magestad del rey don Felipe, nuestro Señor....”, continuando luego la lista con su pariente, protector y mentor, el Adelantado Juan Ortiz de Zárate. Cuatro años más tarde, un efímero establecimiento pocas leguas al norte de Santa Fe, llevó el nombre de San Salvador, el mismo con el cual Colón designó la primera de las islas Caribeñas en las que hiciera pie. La advocación de la Iglesia Mayor santafesina, por su parte, fue asignada por Juan de Garay a “Todos los Santos”.23 El procedimiento tañía cuerdas sensibles, en armónica consonancia con las jerarquías del orden celeste, tan presente en el imaginario y en el real del orbe político de la Monarquía. Pero nombrar no alcanzaba. Según el derecho y la práctica política de la época, la ciudad obtenía su calidad de tal si en el territorio se constituía el Cuerpo que la objetivaba: el cabildo –en España, concejo. Sancionado, la ciudad es institución con capacidad de producir su propia palabra, diferente y de otro estatuto de la del fundador. El cabildo, en su reunión, es el cuerpo de la ciudad y las actas labradas por sus integrantes produce enunciados que revisten la calidad de cor22 Me refiero a Sancte Foy: durante el pontificado de San Marcelino y bajo el imperio de Dioceclano, Dacio, un prefecto de Agen, torturó a una mujer tratando de hacerla abjurar de su fe cristiana, hasta que murió en la resistencia. Esta es la mujer que devino Santa Fe, a cuya advocación se acredita la catedral de Barbastro (Pedro, en 1101, convirió la mezquita en catedral) una capilla de Santiago de Compostela (Galicia), y la Chanson de Sainte Foy, historia que circulaba en la primera mitad del siglo XI. Las referencias en ZUMTHOR, Paul La medida del mundo…, cit., p. 23 y ZAPATA GOLLÁN, Agustín “Santa Fe Topónimo Hispanoamericano” en Obras completas, Vol. IV, Santa Fe 1990, p. 10. 23 Acta de fundación de la ciudad de Santa Fe; Santa Fe, 15 de noviembre de 1573. Reproducción facilitada por el Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Ministerio de Gobierno.



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porativos. Revisando las “fórmulas” con las que el escribano Gonzalo Martel de Guzmán comenzaba la redacción de cada una de las actas que tuvo a su cuidado desde la fundación hasta 1584, repetición y diferencia se mezclan y permiten detectar los cambios que el Cuerpo Político hacía de sí y de la ciudad en la redacción del nombre. Como se consignó más arriba, en varias actas hasta la inicial del año 1579 Santa Fe aparece asociada a “Nueva Viscaya”. En las del primer año de sesiones del cabildo que se conservan (1575) puede encontrarse la fórmula “...la ciudad de Santa fee De estas Provincias de la nueva viscaya....”.24 La designación de Nueva Viscaya como provincia se sostiene en algunas del año de 1576. Sin embargo, algo debe de haber sucedido entre marzo y junio de 1576: a comienzos de este mes, las actas consignan: “En la ciudad de Santa fee provincias del Rio de la plata nuevamente intitulada la nueva viscaya...”25 La designación de la “provincia” a la cual pertenecía la ciudad parece haber sido objeto de alguna discusión en la foja correspondiente al nombramiento de diputados de la República de la Ciudad, del 21 de mayo de 1578, cuando aparece aludida como “...la ciudad de santa fe de luyando...”. Luyando era una villa nororiental de las tierras de Álava, alzada en el camino entre Gordejuela y Orduña (la primera, villa natal de Garay, la segunda, de su tío y mentor, Pedro Ortiz de Zárate). La referencia pertenece al topónimo más englobante de Vizcaya y, en lo local, remite a lugares de un territorio que no excede las tres leguas cuadradas. De esa villa era nativo Diego de Mendieta… este es, seguramente, el motivo por el cual dicha denominación no se encuentra sino durante el año que el mismo controló el gobierno de la ciudad. Vizcaína o andaluza –aunque en la década de 1580 ya se la mentaba como rioplatense– pocos cuestionan que la inspiración del nombre fue la propia Fe cristiana y la actitud conquistadora la vincula a la ciudad granadina que ofició de base militar para la anexión del reino moro de Granada y de fuerte nudo simbólico en el proceso expansivo de una Cristiandad que desbordaba el Mediterráneo. Nudo necesario en la trama simbólica de una monarquía que movilizaba hombres, bacterias, animales, plantas, armas y símbolos para ejecutar un proyecto de expansión territorial y de crecimiento de esa otra cara del Imperio que no se medía en leguas sino en almas. Santa Fe (1573), San Salvador (1577) y la ciudad de La Trinidad de Santa María del Buen Ayre (1580) son los nombres que Garay eligió para las tres poblaciones que estableció sobre el corredor fluvial del Paraná y el Río de la Plata. Todas se ubican en una línea física, en una extensión que, hasta el momento, 24 AGSF-ACSF, Cabildo del 17 de enero de 1575, f. 13. 25 AGSF-ACSF, Tomo I, registro correspondiente a la Sesión del 4 de junio de 1576, f. 16, énfasis mío.

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había constituido la geografía física e imaginaria de un fracaso repetido para las intenciones conquistadoras del español: las entradas de Solís en la segunda década del siglo XVI, el asiento de Gaboto a finales de los años 1520 y, por último, el fuerte de Buenos Aires que Pedro de Mendoza erigió en 1536 representaban un baldón para los europeos que habían tratado de asentarse en el área. Para seguir vivo, el proyecto requería de éxitos reales o imaginarios: prueba de esto es la persistente idea de la refundación de Buenos Aires, contumacia de cuatro décadas presente entre los asunceños así como en la pluma de los oidores de Charcas y las tentativas de la Corona. En estos nombres y, sobre todo, en el de la ciudad, la toponimia reforzó el aspecto cristiano al mismo tiempo militar de la conquista: Santa Fe condensa, repone y actualiza aquel desafío lanzado desde el mirador andaluz y sienta las coordenadas del imaginario sobre la extensión considerada bruta y rasa a la cual, se afirma, es preciso organizar como espacio. En el acta de fundación de la ciudad, Garay hizo escribir: “Digo que en el nombre de la Santisima trinidad y de la Virgen Santa maria y de la Universidad de todos Los Santos y en nombre de la rreal magestad del rrey [...] “Fundo y asiento y nombro esta ciudad de Santa fee en esta provincia de calchines y mocoretaes...”26 El fundador recompone el triángulo conformado por la Trinidad, María y el Rey, que presenta las referencias fundamentales del universo religioso y político de la cristiandad occidental, Dios incluido en la Trinidad y en el cuerpo místico del tercer elemento.27 Por otra parte, también hace escribir sus actos-gestos: fundo y asiento y nombro. Acompañadas de su ritualización, dichas acciones son la institución de la primera voluntad de elaborar una espacialidad, acompañada de algunas de las formas más evidentes de la representación, como lo son la instalación de una cruz y el diseño in situ de una traza de la ciudad. Pero en el gesto de nombrar, Garay instituyó de sacralidad –y, como dijimos, de provocación militar al infiel, en este caso, los por él mismo referidos indígenas calchines y mocoretás– al lugar clave de la policía, de la evangelización y del buen gobierno, al tiempo que, a falta de murallas de piedra que contuvieran los ataques externos,

26 Acta de fundación de la ciudad de Santa Fe; Santa Fe, 15 de noviembre de 1573. Reproducción facilitada por el Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Ministerio de Gobierno. 27 Pocas líneas más adelante, de todas formas, aparecerá expresamente la mención al Servicio de Dios.



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confiaba a la Cruz y al nombre la piedra básica de la erección de esas “murallas espirituales” con que las ciudades americanas pretendieron protegerse.28 El nombre condensa y pesa, asociado con la insistencia y resistencia, con un carácter de la conquista que liga de manera indisoluble lo regio y lo católico en lo político. El rito, agente y acción clave en este proceso, expresa la vocación de anudar vigorosamente, en la designación, el emplazamiento y la materia al locus por excelencia de la política. La ciudad es ese nudo gordiano de la policía y la doctrina. En suma, de una política profundamente unida a la teología católica. Las tecnologías de gobierno  Trazar la cuadrícula, crear vecinos, hacer cabildo, designar oficios y señalar la jurisdicción El primer trazado urbano de la ciudad de Santa Fe del Río de la Plata se organizó de acuerdo con el modelo implementado por la Corona, “...que disponía que la plaza de las ciudades ribereñas debían ubicarse a una cuadra de la orilla del litoral marítimo o fluvial...”.29 Dado que el plano original se ha perdido, el paisaje sugerido fue elaborado de acuerdo a las excavaciones realizadas por Zapata Gollán, revisadas por el Arquitecto Calvo con datos de archivo. Las prospecciones del grupo de arqueología subacuática de la UNR han corroborado la existencia de restos de viviendas que fueron literalmente “tragadas” por el río, confirmando las hipótesis de Zapata Gollán y Calvo. La imagen resultante es la de una cuadrícula en sentido clásico de diez manzanas de norte a sur y seis de este a oeste. El diseño expresa el ejercicio efectivo que Juan de Garay, el fundador de la ciudad, realizó de uno de los poderes que le concedió el Teniente de Gobernador del Paraguay. Este último había hecho escribir a su notario: “...en el dicho nombre de su magestad y del dicho señor gouernador Juan Ortiz de Çarate en su rreal nombre como dicho es doy otorgo e conçedo poder comision e facultad cumplida y bastantemente al dicho Juan de Garay para que pueda ir e vaya por capitan e justicia de toda la gente que va como dicho es a la dicha poblacion fundacion e sustentacion del dicho puerto e pueblo...” 30

28 El planteo, que será retomado más adelante, en KAGAN, Richard “Un Mundo sin Murallas: la Ciudad en la América Hispana Colonial”, en FORTEA PÉREZ, José Ignacio –editor– Imágenes de la Diversidad. El Mundo Urbano en la Corona de Castilla (Siglos XVI-XVIII), Universidad de Cantabria, Asamblea Regional de Cantabria, 1997, p. 82 y ss. 29 CALVO, Luis María Santa Fe la Vieja, cit., p. 10. 30 “Traslado del poder y comisión dado por Martín Suárez de Toledo...”, cit., p. 23.

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El “poder y comisión” que Martín Suárez de Toledo otorgó a Juan de Garay, contiene los elementos que configuran las condiciones jurídicas del ejercicio del poder político que el agente local transformará en pragmáticas. El inicio del fragmento expresa la constelación originaria de los poderes delegados a escala de imperio: el Rey, el Gobernador y su Teniente. El esquema no contempla al Virrey, y eso es correcto. Su omisión responde a que hasta 1593, el Paraguay fue gobernado por adelantados, cuyo título estaba vinculado con la potestad de ejercer el gobierno civil y militar en la provincia del Paraguay. Por esta razón, el conquistador que celebraba una capitulación con la Corona, mantenía un vínculo directo, particular y contractual con el máximo vértice del complejo político monárquico. Entre los años 1540 y 1593, la provincia fue gobernada por adelantados, por sus tenientes y, en varias ocasiones, por hombres que (encabezando una revuelta o erigidos popularmente) eran reconocidos en el gobierno de Asunción por un grupo de conquistadores o por el mismo cabildo. La creación del virreinato del Perú suponía que su virrey tenía potestad para designar gobernadores en “provincias”, o capitanes en “capitanías”. Pero dicha potestad (teórica y efectiva, en algunas ocasiones) colisionó con la del monarca que, o bien enviaba adelantados (sobre los cuales el Virrey no tenía preeminencia), o bien designaba a un hombre diferente del nombrado por el Virrey. Ciertamente, aunque había espacio para la negociación, el titular de un nombramiento regio siempre se impuso sobre el titular de una designación efectuada por el virrey. En definitiva, aunque delegado potestades como la mencionada, el Rey raramente resignaba su ejercicio.31 Respecto de la Gobernación del Paraguay, ya se ha señalado el fracaso del licenciado La Gasca en sus intentos de hacer prevalecer sus poderes incluso siendo Presidente de la Real Audiencia de Lima. El “poder y comisión” redactado por Suárez de Toledo expresa delegación de potestas y también de iurisdictio. Dispara el proceso de territorialización del po31 Véase, como ejemplo coetáneo del período que se analiza, la superposición de designaciones en la Gobernación del Tucumán entre el Virrey Toledo y Felipe II. Roberto Levillier pone de manifiesto, en un párrafo no exento de sarcasmo, lo que para nosotros es hoy un comportamiento y unas maneras de proceder absolutamente coherentes con el tipo de razón política inherente a la monarquía hispánica del siglo XVI: Toledo, elegía a su gente: “...con el afán de destacar el más apto y el más digno, en tanto ocurría con frecuncia que las propuestas del Consejo de Indias, naciesen del interés de gratificar con una prebenda ventajosa un reconmendado, o provinieran de la necesidad de conceder una compensación a un desalojado causal, o respondieran al propósito de comprar la voluntad de un poderoso [...] nombramientos con gravedad apodados compromisos políticos imputables además a razón de estado!” LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica..., cit., III, p. 13. Felipe II había concedido a Toledo el derecho de designar los gobernadores del Tucumán, pero siguió haciéndolo él mismo. Al caer preso Aguirre por segunda vez, Felipe II acordó a Gonzalo de Abreu (R.C. 29 de nov de 1570) la gobernación vacante. Toledo, apoyándose en la extensión de facultades que aquél le había otorgado, había designado en el mismo cargo a Cabrera el 20 de septiembre de 1571. Un Real Decreto de fines de marzo de 1573 confirmó a Cabrera como gobernador del Tucumán.



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der, que según António Hespanha consiste “...en que los vínculos políticos no se establecen directamente en base a las relaciones personales; éstas están mediatizadas por el territorio. Con otras palabras, [continúa Hespanha] son las estructuras espaciales las que configuran política y jurídicamente a los individuos.”32 En efecto, la capacidad del gobernador, instrumentalizada por su Teniente, deriva de su condición de jefe político de una cabecera de provincia, la cual le fue conferida a un adelantado bajo la forma de un complejo de derechos y obligaciones. A su vez, estas cargas y potestades estaban subordinadas al efectivo ejercicio de ambas instancias en ese espacio jurisdiccional mentado con el ambigüo término de provincia o con el más preciso de gobernación.33 En el párrafo antes citado se encuentra la disposición específica que presenta esta constelación originaria de los poderes en el ámbito paraguayo como los resortes de la transmisión de las facultades que de estos poderes emanan. “...e alli llegados [escribía Suárez de Toledo] juntos pueda por el mejor horden e forma que le pareciere según la calidad y dispusicion de la tierra asentar e fundar el dicho puerto e pueblo edificando ante todas cosas yglesia en que se celebre los divinos oficios y segundariamente casa fuerte en que al presente puedan biuir e morar hasta tanto que aya dispusicion para hacer casas particulares e aceciorias e otro sy començar a rromper labrar e cultificar las tierras para sus labranças e crianças pues es cosa tan necesaria que se haga para sustentacion y conservacion de sus vidas y pueda asi mismo dar y rrepartir a los dichos pobladores solares para casas de sus moradas e tierras aguas e pastos para sus labranças e crianças...” 34 En este segundo tramo del poder y comisión, el Teniente hizo escribir que el fundador podía hacer las cosas según el “...mejor horden e forma que le pareciere...”. Pero inmediatamente, y omitiendo esta primera intención, indicó cuál era 32 HESPANHA, António Manuel La gracia..., cit., pp. 102 y 103. 33 Aunque de hecho, los términos se emparentan bastante. El primero proviene del vocabulario militar romano, con el que se designaba un territorio vencido por las armas. Para Sebastián de Covarrubias (1611), “Es una parte de tiera estendida, que antiguamente acerca de los romanos eran las regiones conquistadas fuera de Italia, latine provincia, quasi procul victa. A estas provincias embiavan governadores y como ahora los llamamos cargos, este mismo nombre provincia sinificava cargo. En las religiones tienen divididas sus casas por provincias, y los que las goviernan se llaman provinciales.” Mientras tanto, si bien no existe una entrada en este diccionario para Gobernación, “governación” es el oficio que tiene el governador. La etimología latina conduce a “conducción”, según la metáfora que se desprende de llevar el timón: latine dicitur clavus navis. COVARRUBIAS, Sebastián de Tesoro de la lengua..., cit. 34 “Traslado del poder y comisión dada por Martín Suárez de Toledo...”, cit., pp. 23 y 24.

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el orden y la forma que entendía como adecuados. Lo primero, fundar puerto y pueblo –para lo cual fue utilizada la traza cuadricular. Hecho esto, contemplar en primer término la edificación de la iglesia y, acto seguido, una “...casa fuerte...”. De la existencia de la última da cuenta Ruy Díaz de Guzmán en su crónica,35 y también el mismo Garay en un memorial de 1576.36 Este documento es el que permite cotejar lo hecho por el fundador con lo sugerido por el Teniente de Gobernador.37 Idéntico auxilio presta el apretado pero suficiente texto del acta fundacional, en donde consignó al final “Otrosi en la tierra de esta ciudad tengo señalado los Solares para iglesia mayor, la cual nombro la abvocación de todos los santos...”.38 Garay puso al final lo que le había sido encomendado al principio: parece haber estado convencido de que el orden de los factores no alteraba, de todas maneras, el producto. Juan de Garay afirmó haber instalado los artefactos del ejercicio del poder en la escala local antes que una Iglesia. Mencionadas las potestades delegadas que se lo permiten –narrado el itinerario de la de la delegación de potestas– el vizcaíno consignó primero los atributos con que la extensión se le representaba: “...por parecerme que en ella hay las partes y las cosas que convienen para la perpetuación de dicha ciudad, de agua y leña y pastos que quiera...”. Estas particularidades son discursivamente contiguas a las categorías políticas que desde el gesto territorializan a la misma: “...y casas y tierra y estancias para los vecinos y moradores de ella y repartirles como su Magestad lo manda...”. Ante la urgencia, Garay convirtió el último párrafo de su mandato –para sustentacion y conservacion de sus vidas y pueda asi mismo dar y rrepartir a los dichos pobladores solares para casas de sus moradas e tierras aguas e pastos para sus labranças e crianças– en la primera de las acciones. Esto vincula políticamente la dimensión reproductiva con la distribución de los “recursos naturales” (más sociales que nunca): los soldados, devenidos vecinos y moradores, eran los adjudicatarios del reparto. Se trata a todas luces de un proceso recursivo, “...aquél en el cual los productos y los efectos son, al

35 DÍAZ DE GUZMÁN, Ruy Historia..., cit., p. 280. 36 Memorial de Juan de Garay, desde Santa Fe, a 21 de mayo de 1576, en DEEC-SF, EC, Tomo LII, legajo 10, f. 419 v. 37 “Yo el capitan juan de garay teniente general de govor en todas estas provincias y governacion del rio de la plata nuevamente intitulado la nueva viscaya digo que por quanto yo salí de la Ciudad de la assumpcion en el año de setenta y tres a catorze de abril con poderes de martin suarez de toledo que en aquella sazon governava en la dicha ciudad de la assumpcion en nombre del muy illustre siñor el adelantado juan ortiz de zarate governador [v] de todas estas dichas provincias por la magestad real del rey don felipe nro señor y con los dichos poderes saque de la dicha ciudad ochenta soldados para con ellos poblar y fundar una ciudad en servicio de su magestad y en nombre del dicho señor adelantado [...]” Memorial, cit., en DEEC-SF, EC Tomo LII, legajo 10, f. 419. 38 Acta de la fundación de la ciudad de Santa Fe, en Garay..., cit., p. 21.



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mismo tiempo, causas y productores de aquello que los produce”.39 El soldado no podía convertirse en vecino sin solar, morada y casa poblada: en el origen, era necesaria la asignación de al menos el primer atributo para instituirlo de su calidad necesaria. El soldado se convertía en vecino en el mismo momento en que se fundaba la ciudad: en el momento en que se fundaba la ciudad, el fundador distribuía tierras para “poblar casa” a quienes necesariamente debían ser vecinos. La ciudad era imposible sin vecinos y la vecindad lo era sin ciudad. Avecindar al soldado fue el acto que concentró condición y consecuencia de la constitución del cuerpo político. Todo el acto, política y socialmente, es productor y producto. El acta narra los actos del fundador acicateado por lo perentorio que instalaba los atributos propios de la constelación de elementos fundantes del orden político local: “...y porque su Magestad manda a los gobernadores que ansi poblasen y fundasen muchos pueblos ó ciudades y les dá poder y comisión para que puedan nombrar en su Real nombre Alcaldes y Rexidores para que tengan en justicia y buen Gobierno y Policía tales Ciudades y Pueblos: –ansi yo en nombre de su Magestad y de el dicho señor Gobernador, nombro y señalo por alcaldes...”40 El mismo documento contiene, por lo demás, la trasposición de lo que el fundador entiende es el funcionamiento acostumbrado del cuerpo político que acaba de recrear: “Digo que les doy poder y facultad en nombre de Su Magestad para que excerse y ussen los dichos oficios y cargos, desde el día de la fecha de ésta hasta el día de Año Nuevo que vendrá que es el principio del año que Reyna de mil y quinientos y setenta y cuatro; y assi mando y por ordenanza que aquel día antes de missa todos los años tengan de costumbre de juntarse en su Cabildo los Alcaldes y Rexidores con el Escribano de Cabildo y hacer su nombramiento y elección como Dios maxor les diere a entender á la manera y forma que se acostumbre en todos los Reynos del Perú.”41 Esta investidura de varios elementos de espacialización política de la extensión es, en términos de António Hespanha, una cuestión política fundamental: “... la distinción o separación de territorios va seguida de la distinción o separación 39 MORIN, Edgard Introducción al pensamiento complejo, Gedisa, Barcelona, 2000, [Paris, 1990] p. 106. 40 Acta de fundación..., cit., p 20. 41 Acta..., cit., p. 21; los resaltados son míos.

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de esferas políticas, es decir, de la creación de poderes autónomos”.42 Garay, en calidad de agente de una cultura y una práctica política, instituyó ese “poder autónomo” –el cabildo– como forma de poder correspondiente a y requerida por la forma político-territorial de la ciudad. Designando oficios que organizaban el funcionamiento del municipio, desplegaba una tecnología del poder político, una ciencia del gobierno. Además, dispuso que se escribiera qué cosa debía entenderse por costumbre, legitimando una tradición entre varias disponibles. La territorialización del poder se manifiesta en sus instalaciones culturales y el vizcaíno no ha dejado al azar siquiera el pliegue de lo consuetudinario. La opción por la escritura (y registrada por un escribano designado como tal en la misma operación recursiva en la que los soldados fueran designados vecinos) insertaba el evento en el lenguaje político de la monarquía y en un flujo de comunicaciones que reconocía en el rey a su vértice y en el escribano al agente regular de la transmisión de la palabra escrita con carácter oficial. Si la potestas que legitimaba el orden fundado derramaba desde el vértice, la confección del registro letrado de la organización de la extensión apuntaba exactamente hacia ese mismo polo.43 Se dijo antes que, en el acta fundacional, Garay había establecido las bases del equipamiento político del territorio. Esta tecnología –sobre cuyo funcionamiento se volverá más adelante– se completaba por la instalación del rollo y la designación de la jurisdicción de la ciudad.44 Iurisdictio cohaeret territorio o, en palabras de Cravetta, territorium non potest esse sine iurisdictione.45 Y tampoco sin justicia. El rollo de la justicia (o picota), en el centro de la plaza –en el centro del centro– hacía presente el atributo regio por excelencia, la iustitia. Aunque sería administrada por los alcaldes del cabildo, su máximo referente era al momento el fundador, tan polivalente como el espacio que creaba: las potestades que le habían sido delegadas por el teniente de su gobernador le permitían crear el órgano de gobierno y también conservar la calidad de justicia mayor en la ciudad. En Santa Fe, Garay indicaba que 42 HESPANHA, António Manuel La Gracia..., cit., p. 104 y 105. 43 HESPANHA, António Manuel La Gracia..., p. 139. 44 “[habiendo designado alcaldes y regidores, y mandado la escritura de las costumbres de gobierno, Garay hizo anotar] Otro si mando a los Alcaldes y Rexidores vayan conmigo y en el conmedio de la Plaza de esta ciudad me ayuden á alzar y enarbolar un palo para Rollo para alli en nombre de su Magestad y de el Señor Gobernador Juan Ortiz de Zárate se pueda ejecutar la justicia en los delincuentes conforme á las Leyes y Hordenanzas Reales.” […] “– Otro sí nombro y señalo por Jurisdicción de esta ciudad por la parte del camino del Paraguay hasta el Cabo de los Anegadizos y [ríos] chicos y por el rio abajo camino de Buenos Aires veinticinco leguas más avaxo de Santi Spiritus, y assi a la parte de El Tucuman cinquenta leguas a la tierra adentro desde las Barancas de este Rio y de la otra parte del Paraná otras cinquenta...”Acta de fundación... cit., p. 21, todos los resaltados me pertenecen. 45 CRAVETTA, Consilia..., 673, 11, citado en HESPANHA, António Manuel La Gracia... cit., p. 105



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la justicia se administraba “en nombre de su magestad” y “conforme a las leyes y ordenanzas reales”; coetáneamente, en la fundación de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera precisaba que allí “se ejecute la Real Justicia”.46 Dos versiones de la misma institucionalización que ubicaban el epicentro de la ciudad como instalación política: es éste y no otro el sitio exacto de la “ejecución” de una justicia que es ante todo “regia”. Así se desprende también del poder otorgado por Suárez de Toledo, citado párrafos más arriba.47 Pero hasta aquí se ha mencionado al rey como vértice de una constelación jerárquica de los poderes y, en rigor, de lo que se trata es de organizar los datos de un régimen político que es, finalmente, policéntrico. ¿Cómo componer las dos imágenes? ¿Son contradictorias? Es probable que no. El rollo, símbolo de la Real Justicia, es entonces el epicentro de la ciudad. En las Partidas de Alfonso X, la justicia aparece ligada a la “verdad arraigada” en el parecer de los sabios, pero administrada por el Rey, “...puesto en la tierra en lugar de Dios para cumplir la justicia e dar a cada uno su derecho...” ya que “...sólo él ha poderío de facer justicia...”48 En la séptima, título 30, aparece además la función de su ejecución pública –paladina– y pedagógica –por lo que los otros que le vieren et le oyeren reciben ende miedo et escarmiento. Cabildo, iglesia y rollo, conforman la tríada visible de la organización simbólica de la vida en policía, articulados en torno al centro, que es la plaza. Como lo escribió António Hespanha: “...la distinción o separación de territorios va seguida de la distinción o separación de esferas políticas, es decir, de la creación de poderes autónomos”.49 Lo simbólico asiste en el proceso sin contradicción. La enorme distancia entre el “centro” político del imperio y el “centro” del nuevo cuerpo político tiene su papel en la configuración policéntrica ya que esa distancia –de más de 2000 leguas, si cabe consignarlo– implica una comunicación que transita complejos recorridos físicos y administrativos. Gobernar, regir, administrar y, se subraya en los poderes dados a Garay, “usar e administrar la justicia rreal de su magestad civil...” El complejo es completo (o casi, si se señala la ausencia de lo militar), pero ¿dónde podrían ser utilizados estos poderes? El poder otorgado a Juan de Garay por Martín Suárez de Toledo se libró a cuenta de una geografía sin siquiera referencias brutas. Al mo46 Fragmento del Acta de la Fundación de la ciudad de Córdoba del Tucumán, recogido en ZAPATA GOLLÁN, Agustín Obras completas.. cit., II, p. 279. 47 “[...] y otro si [hacía escribir Martín Suárez de Toledo al escribano Márquez] le doy el dicho poder para que como tal capitan e justicia pueda gouernar rregir y administrar toda la dicha gente asi españoles como hijos naturales nuestros [...] e otro sy pueda el dicho Juan de Garay usar e administrar la justicia rreal de su magestad cevil y criminalmente en todos los casos e cosas que se ofrescieren jusgar determinar e sentenciar los pleitos e causas que antel pendieren...” Traslado del poder y comisión dada por Martín Suárez de Toledo..., cit., pp. 23 y 24. 48 Alfonso X, Las Siete Partidas. Edición de la Imprenta de Antonio Bergnes, Barcelona 1843, Tomo I, Partidas II y III, títulos 1 y 5 respectivamente. 49 HESPANHA, António Manuel La Gracia... cit., p. 104 y 105.

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mento de la redacción del poder, Santa Fe no existía. El documento se redactó y rubricó a cuenta de una extensión a conquistar, de la misma manera que en la capitulación, se otorgaba a un almirante potestades y feudos sobre tierras ubicadas más allá de “...la mar océana...”. Pero la sanción escrita del poder contemplaba que las potestades se corporizan –se perfeccionan– en el ejercicio. Buena cuenta de ello puede tomarse de las gobernaciones de Alcazaba (1534) o de Diego Centeno (1548), existentes como concesiones, pero sin consecuencias espaciales.50 Según el teniente de gobernador, las potestades otorgadas a Garay eran “suficientes” para su desenvolvimiento en las tres dimensiones en que se calibra la articulación políltica de un espacio: gobernar, regir y hacer justicia. Conformando esas atribuciones con la naturaleza de las disposiciones espaciales que se realizaban, el acta fundacional muestra también la contigüidad de los elementos necesarios: “...el territorio y la jurisdicción son realidades que se adhieren mutuamente [...] constituyendo la jurisdicción un atributo o cualidad del territorio.”51 Es el momento de volver sobre el segundo párrafo de aquellos que se tomaron del acta fundacional santafesina, para comenzar a pensar las primeras ideas en torno a la jurisdicción de esta ciudad. El texto, cabe reponerlo, reza: “– Otro sí nombro y señalo por Jurisdicción de esta ciudad por la parte del camino del Paraguay hasta el Cabo de los Anegadizos y [ríos] chicos y por el rio abajo camino de Buenos Aires veinticinco leguas más avaxo de Santi Spiritus, y assi a la parte de El Tucuman cinquenta leguas a la tierra adentro desde las Barrancas de este Rio y de la otra parte del Paramá otras cinquenta...”52 La historiografía santafesina elige proporcionar una idea de aquella jurisdicción asignada originariamente a la ciudad por referencia a los actuales límites provinciales (por lo tanto señalan territorios actualmente santafesinos, entrerrianos, cordobeses, santiagueños y norbonaenreses).53 Pero la fuente, repuesta en su contexto, ofrece los datos culturales que explican esas extensiones: la asignación de 25 ó 50 leguas de jurisdicción tiene su origen. Sobre esta jurisdicción se ejercería un tipo de justicia (la justicia de hermandad) cuyo procedimiento era oral y sumario, cara a cara. Exigía la presencia de los jueces en el territorio y, por lo tanto, debían poder visitarlos marchando.

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Véase NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La disputa por la tierra... cit., p. 21 y 69. HESPANHA, António Manuel La Gracia... cit., p. 102. Acta de fundación... cit., p. 21, énfasis mío. NICOLI, Víctor Historia de la fundación de la ciudad y provincia de Santa Fe y sus límites Territoriales, Gobierno de la Provincia de Santa Fe, Santa Fe 1978. ZAPATA GOLLÁN, Agustín Obras Completas, cit., Vol. III, CERVERA, Manuel Historia... cit., Tomo I, ARECES, Nidia –compiladora– Poder y sociedad... cit., p. 40.



Santa Fe de la Vera Cruz (1650-60)

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Santa Fe la Vieja (1573-1650)

Este mapa contiene referencias de Santa Fe de la Vera Cruz porque las autoras lo destinaron a explicar la frontera en el siglo XVIII. Aquí es útil porque da una dimensión de las jurisdicciones y tiene una excelente referencialidad en materia hidrográfica. Fuente: SUÁREZ, Teresa y TORNAY, María Laura “Poblaciones, vecinos y fronteras rioplatenses. Santa Fe a fines del siglo XVIII”, en Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, LX-2, julio-diciembre de 2003.

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El Diccionario de Autoridades refiere que una legua era en la Península el recorrido de una hora de marcha a pie. La distancia de cinco leguas suponía una marcha de ida y vuelta (de diez leguas, de diez horas) que podía realizarse en un día y se relaciona con el accionar de estos jueces castellanos que administraban justicia sumaria, con procedimientos orales e in situ, que “...exigen el contacto personal y esto por fuerza limita el radio de la acción político-administrativa. Por regla general en estos casos las circunscripciones administrativas han de poder ser recorridas en un día.”54 Pero las dimensiones americanas no eran las consideradas por las normativas europeas. Incluso si hubiera terrenos físicamente semejantes, la diferencia de densidad poblacional o las implicancias de la conquista provocaban que las distancias significaran cosas diferentes. Las variables con incidencia eran muchas (desde la orografía hasta la estacionalidad del clima, pasando por los medios de transporte y la coyuntura política). Lo importante es que en términos jurídicos, las veinticinco leguas pensadas por Garay equivalían a las cinco castellanas: fueron pensadas para una llanura que podía correrse casi sin obstáculos y, sobre todo, realizando esa travesía a caballo. La ausencia de poblados estables a los cuales asistir en esos yermos y despoblados completa el cuadro para justificar el cambio de escala. Por lo dicho, no había motivos para preocuparse inmediatamente por la justicia “de hermandad”, en la medida en que no existía aún una población sobre la cual ejercerla; sí existía la especulación respecto de las poblaciones indígenas, reducidas y asentadas en los términos de la villa: ensanchando la jurisdicción de la ciudad, se multiplicaba la potencial cantidad de pueblos indígenas que podrían ser encomendados a los vecinos, a fin de premiar su “real servicio”. Por lo tanto, la dimensión jurisdiccional que diseñaba el fundador puede ser pensada más en función de expectativas que en relación con patrones de experiencias europeas o peruanas. Más problemática se planteaba la jurisdicción “hacia el Tucumán”, que alcanzaba casi toda la distancia que cubría el camino entre Santa Fe y la ciudad de Córdoba. Garay había tomado ya contacto con el fundador de la misma, el capitán Jerónimo Luis de Cabrera, quien de su lado planeaba la extensión de la jurisdicción cordobesa hasta el río Paraná.55 De hecho, la jurisdicción santafesina 54 “Aunque los límites varíen en función de las técnicas de comunicación y transporte y de las condiciones de acceso a los centros administrativos, se puede decir que una circunscripción resultaba demasiado grande cuando su diámetro excedía de las 8 ó 10 leguas (distancia que constituye, dicho sea de paso, un standard frecuente en la literatura jurídica del derecho común).” HESPANHA, António Manuel La Gracia..., p. 101. 55 Como se expresa en uno de los capítulos de la última parte de este trabajo, la avanzada de Cabrera “...hasta ese terreno no formaba parte de las instrucciones que había recibido de Toledo, quien le había encargado se limitara a fundar la ciudad de Salta y regresar inmediatamente al Alto Perú. A casi dos años de su partida, Cabrera no había regresado y Toledo, haciendo coincidir la



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hacia el oeste coincidía en el terreno con la que Cabrera había designado para Córdoba hacia el este. La crónica de Rui Díaz de Guzmán recoge el relato del encuentro entre ambos fundadores a mediados de 1573 en el cual Cabrera aparece socorriendo a las huestes del vizcaíno en medio de una emboscada preparada por indígenas en las inmediaciones de la actual localidad de Coronda, unas veinte leguas al sur de Santa Fe.56 El 17 de setiembre de 1573, Jerónimo Luis de Cabrera “...dixo que en nonbre de la Magestad Real del Rey don Felipe nuestro señor, Su Señoria, avia venido a descubrir puerto para que se traten y contraten estas Provinçias y las del Peru y otras partes con los Reinos de Castilla, por tanto que en el dicho real nonbre, nonbrava y nonbró el dicho sitio e parte dicha a do Su Señoria estava el puerto de San Luis de la Çiudad de Cordova...”.57 Para Ibarguren, este “Puerto de San Luis”, ubicado en la confluencia del río Carcarañá y el Coronda, no es otro que el antiguo puerto de Gaboto.58 Al día siguiente, Cabrera hacía anotar a su escribano Francisco de Torres la toma de posesión de las tierras de los “tinbues, cerca de Corinda”, como “...terminos y juridiçion de la dicha Çiudad de Cordova para que lo sea agora e siempre jamas...”.59 Según el registro del mismo escribano, Cabrera “...le dixo [a Garay] que le pedía e le requería de parte de Su Magestad que no poblase ningun pueblo ni conquistase yndios fuera de los limites y terminos de la Governaçion del Paraguai ni entrase en esta Governaçion [...] sino que se hiziesen buena amistad por que no causase algun escandalo o discordia entre los Governadores o Capitanes que Su Magestad tiene en las dichas Governaçiones...”.60 Estando “...junto al rio grande que llaman de la Plata...” (en el brazo del Paraná que se denomina actualmente Coronda), Cabrera hacía anotar las dimensiones de la jurisdicción de la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía: “...por esta parte de los llanos lo que ay deste puerto el rio grande hasta la dicha Çiudad de Cordoba, que será por camino dere-

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designación de Felipe II a Abreu con su disgusto para con Cabrera, cambia de planes y envía a Gonzalo de Abreu con el título de Gobernador del Tucumán. Este último, era parte también del proyecto que ejecutaba Toledo ya que, por lo demás –como se desprende de la documentación recopilada por Levillier– formaba parte, al igual que Cabrera durante su período “obediente”, de los hombres de confianza del Virrey” Cfr. infra y la obra de LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica... cit. vol. III. DÍAZ DE GUZMÁN, Ruy Historia... cit., pp. 280 y 281. AMC, AC, Libro Primero: 1573 - 1587, Córdoba, 1974, XV y 719 pp; advertencia de Carlos A. Luque Colombres, pp. 53-54. IBARGUREN, Carlos Los Antepasados, a lo largo y más allá de la Historia Argentina, Buenos Aires, 1983. AMC, AC, I, pp. 55-56. AMC, AC, I, p. 57.

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cho quarenta leguas poco mas o menos e de ancho el dicho rio grande arriba desde este dicho puerto de San Luis de Cordova, veinte leguas y desde el dicho puerto el dicho rio grande abaxo otras veinte leguas con todos los galpones de yndios e pueblos e caçiques prinçipales e yndios que ay e a avido e oviere....”61 Este “alargamiento” de los términos y jurisdicción de Córdoba, que se planteaba como todo “...lo demas desta parte de la cordillera...”62 inauguró una relación ambigua entre entre los Garay y los Cabrera: a pesar de que llegaron a un acuerdo (los descendientes de ambos conquistadores se casaron entre sí emparentando los linajes), se siguió un pleito ante la Real Audiencia de Charcas que involucró a varios de los gobernadores que sucedieron a uno y otro en sus respectivas jurisdicciones. En lo que concierne al tema durante los años sucesivos, puede anotarse que la asonada del 31 de mayo de 1580 planteó, entre otras cosas, la incorporación de la ciudad de Santa Fe a la égida del Tucumán y que, en 1588, Juan Ramírez de Velazco solicitaba todavía a la misma Real Audiencia que se diera curso a la extensión de la jurisdicción de la gobernación del Tucumán hasta los puertos de Santa Fe y Gaboto.63 Estas jurisdicciones solapadas sobre extensiones que ninguna de las ciudades en conflicto controlaba efectivamente por la fuerza, aparece conflictiva en coyunturas muy precisas (1580 y 1588, por ejemplo), pero se imbrica en un problema más general, que lo incluye a la vez que lo excede. Como señaló António Hespanha, el “...espacio jurisdiccional no tiene por qué ser un espacio continuo desde el punto de vista geográfico, o un espacio no compartido desde el punto de vista político.”64 Por lo tanto, dicha superposición puede comprenderse en los términos de una práctica jurisdiccional que admitía discontinuidad y superposición. La continuidad jurisdiccional de Santa Fe a la hora de su fundación está dada por lo que emergía del poder de Suárez de Toledo, de los actos enunciados en acta fundacional y por la designación de los términos de la jurisdicción de la ciudad y de los solares de los vecinos. La colisión con la cordobesa no la retrajo ni la anuló, solo que ambas se constituyeron en conflicto.

61 AMC, AC, I, p. 59. 62 AMC, AC, I, pp. 64 y 58, respectivamente. 63 Ver en Biblioteca, Tomo III; y AGSF-ACSF, I. Una ampliación que toma en cuenta las negociaciones posteriores en NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La disputa por la tierra... cit., p. 123 a 128; otra versión, en ZAPATA GOLLÁN, Agustín “La expedición de Garay y la fundación de Santa Fe”, en Obras Completas, II, cit., p. 242 y ss. Los problemas de límites entre las ciudades de Córdoba y Santa Fe, persistieron en la etapa provincial, llegándose a un acuerdo tras el laudo arbitral de la Suprema Corte del año 1881. 64 HESPANHA, António Manuel La Gracia... p. 105.



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La ciudad como urbis: damero, plaza, casas Los títulos de solares y tierras para labranza, como se desprende del memorial que Juan de Garay enviaba al Rey, no pudieron ser “escritos” hasta después de 1576 “...por falta que ha avido de papel nunca hasta agora se hago oido hazer mi cedula ni las de otros particulares...”.65 En la asignación de parcelas en la cuadrícula urbana, el fundador contempló de manera precisa la disposición escénica de las instalaciones del poder político e imprimió la huella de las primeras diferenciaciones sociales al interior de la hueste que le acompañaba: la amorfa “hueste” dejó lugar a la constitución de un grupo de “vecinos”. Los solares comprendían un cuarto de manzana, mientras que las “cuadras”, generalmente destinadas a viñas o frutales, eran manzanas completas ubicadas en la periferia de la villa. Luego de la designación de las autoridades del Cabildo, Garay señaló también las tierras de la ciudad (el ejido), al norte, al oeste y al sur de la misma. Pertenecían a la jurisdicción de la ciudad en calidad de “propios”, recurso de la ciudad. Las tierras que debían de servir de complemento productivo a los solares y viviendas se ubicaban a continuación del ejido y fueron destinadas al cultivo de los viñedos.66 Los terrenos para chacras y labrantíos,67 también repartidos entre los vecinos,68 se ubicaron en la adyacencia más inmediata, aunque más allá de las “cuadras” y fueron llamados “tierras de panllevar”. Allí se dispusieron las labranzas, fundamentalmente cultivos del trigo y más tarde del maíz, frijoles, frutales, algodón e, incluso, también fueron usadas para la cría de ganado menor, destinado al consumo de la ciudad. La alimentación de los pobladores dependía en gran parte del cultivo de la tierra, que requería duros trabajos de preparación. Las de labrantío más accesibles eran escasas y necesitaban de mano de obra, por lo que las primeras reducciones indígenas fueron ubicadas entre las tierras para chacras y las tierras para estancias, donde pacía el ganado.69 Fuera del área de las tierras consideradas como más fértiles y altas, Garay repartió las tierras para estancias, a uno y otro lado del Paraná. 65 DEEC-SF, EC, Tomo LII, legajo 10, ff. 419 v y 420. 66 CALVO, Luis María Santa Fe la Vieja. 1573-1660, Talleres Gráficos Serv-Graf, Santa Fe, 1990. 67 En los originales, en general “chacaras”. Probablemente del quichua “chajra”, la palabra se castellaniza, denotando una parcela rural utilizada para sembradíos. 68 Se cuenta con un detalle preciso, en documento de primera mano, para las realizadas por Juan de Garay en Buenos Aires, no así para las de Santa Fe la Vieja, cuya reconstrucción fue realizada por Augusto Fernández Díaz. RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay... cit. 69 FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto Tierras para chacras y tierras para estancias en la vieja Santa Fe,S Rosario, 1954. Los límites del área para chacras se establecen desde el río San Javier al Este, hasta las márgenes del arroyo Saladillo al Oeste; son las tierras de mejor calidad sobre el albardón fértil y no inundable distribuidas en tres pagos: de arriba (al Norte), del medio (al Oeste) y de abajo (al Sur) teniendo como punto central el ejido. Las islas del Paraná, fueron el espacio ideal para la cría del ganado equino.

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De “esta banda” (desde donde se miraba el río, esto es, desde el actual territorio de la provincia de Santa Fe), las mejores se ubicaban entre el río Quiloazas y el Salado. Las “suertes de estancias” ubicadas a lo largo del Paraná y sobre ambos márgenes del río Salado coinciden con el comienzo de los terrenos donde se hacían las primeras vaquerías de ganado cimarrón. Las repartidas en “la otra banda” (actual provincia de Entre Ríos), abandonadas rápidamente durante la epidemia de 1608 y, tras ella, por una recuperación territorial de los indígenas de la región, se convirtieron en la extensión más propicia para la reproducción del ganado alzado, que devino cimarrón. El reparto de los solares en el trazado cuadricular, ofrece la disposición no sólo de la reproducción del patrón urbano, sino de las marcas de la jerarquía social que ese patrón producía y reflejaba. La línea punteada representa el actual borde de la barranca del río San Javier –entonces Quiloazas–. Como puede verse, la plaza central [16] estaba a tan sólo 100 metros del borde antiguo del Quiloazas tal y como lo mandaban las ordenanzas y como era tradición en la fundación de ciudades a la vera de un río. La plaza era la médula de una organización geométrica del conjuto cuya centralidad, sin embargo, era más simbólica que geográfica. Su epicentro “...no sólo era el lugar donde se ubicaban los poderes ciudadanos y donde se celebraban las fiestas, sino que era el sector desde donde se generaba la construcción del resto de la ciudad.”70 Las nueve manzanas centrales reunen e instalan la teatralidad de las tecnologías del poder político local. La Iglesia Matriz ocupaba los dos solares (media manzana) más alejados del río de la número 15, mientras que el solar contiguo fue destinado en principio al Cabildo que, en 1590, se trasladó enfrente, al que había pertenecido a Francisco de Sierra (teniente de Gobernador hacia 1577, en 1598 comprado por el Licenciado Gabriel Sánchez de Ojeda71 y más tarde en 1644, vendida por éste a la Compañía de Jesús en 58 pesos).72 La manzana número 5 aparece repartida en dos frentes de solar, pero con fondo completo. Daban a la plaza las puertas de las casas del fundador, Juan de Garay y del Adelantado Juan Ortíz de Zárate. La del primero, a la muerte de Garay en 1583, fue a parar a manos de su hija Gerónima de Contreras y de Hernandarias, su legítimo esposo, mientras que la casa del Adelantado perteneció luego al Licenciado Torres de Vera y, más tarde, también a la Compañía de Jesús. Los principales vecinos-fundadores habían logrado recibir sus solares en este mismo segmento: Feliciano Rodríguez ocupó en un principio la mitad del cuadrado designado con el número 6, mientras que Bartolomé Sánchez, Hernando de 70 MORALES FOLGUERA, José Miguel La construcción de la utopía…, cit., p. 34. 71 Obtuvo el grado de Abogado de la Audiencia de Charcas. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, f. 226 v., noviembre de 1625. 72 DEEC-SF, EP, Tomo I, f. 602.



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Osuna, Sebastián de Aguilera, Alonso Fernández Montiel, Cristóbal González o Juan de Cifuentes, fueron propietarios de solares en las manzanas 17, 28, 27 y 26, en el ámbito más inmediato del centro ritual de la ciudad. Tanto el Cabildo como la casa del Teniente Sierra ocuparon luego la parte frente a la plaza de la manzana 17, en una disposición especular respecto de la que ocuparan primeramente sobre la número 15. Fuera de estas nueve manzanas centrales se ubicaban, no muy lejos, la iglesia y convento de San Francisco (manzana 7 completa); un solar fue asignado a la Iglesia destinada a la doctrina de naturales (la parroquia de San Roque, en la manzana 3) y, más alejadas del “centro”, se instalaron las de Santo Domingo viejo y la Iglesia y Convento de Santo Domingo. Durante la experiencia de vida de Santa Fe la vieja (es decir, hasta la década de 1650-1660) ningún descendiente directo del fundador tuvo solar y casa distante más de doscientos metros de la plaza central. Volviendo al primer reparto, siempre según las reconstrucciones realizadas por Zapata Gollán y Luis María Calvo, algunos españoles muy allegados al fundador, poseyeron solares ubicados de todos modos en un segundo plano en esta distribución concéntrica del espacio: Manuel Martín, Hernando de Osuna y Juan de Espinosa recibieron dos o más solares, pero un poco más afuera del proscenio dibujado por la plaza. Desde los primeros ensayos fuera de la Península (las ciudades ortogonales de Santa Cruz de Gomera y La Laguna de Tenerife, en Canarias) a la fundación de ciudades que, como Santa Fe fueron instaladas coetáneamente con la compilación de las Ordenanzas de Felipe II,73 la experiencia urbanística ofrece un plus, un más allá del diseño ortogonal considerado como tecnología política. Las Ordenanzas expresaron y compendiaron “...un conjunto de actividades, derechos, costumbres y normas sobre las cuales había ya tradición en América...”74 La “jerarquía de espacios”, por lo tanto, no fue introducida por las Ordenanzas (como afirma Morales Folguera) sino que, al contrario, resultó del ejercicio de un modelo que, como el mismo autor reconoce, tiene una tradición milenaria. De esta manera, si se considera la ciudad como una configuración que comprende elementos de distinto tipo, la cuadrícula es la parte física que se complementa con el complejo institucional y, por esta razón, es un espacio de confrontación, una tecnología que, en la lucha de fuerzas, unos utilizan mejor que los otros.

73 Conocidas como “Ordenanzas del Bosque de Segovia”, “del bosque de Balsaín”, o bien como las Nuevas Ordenanzas de Descubrimiento, Población y Pacificación de las Indias... 74 SALCEDO, Jaime “El modelo urbano aplicado a la América Española: su génesis y desarrollo teórico práctico”, en Estudios sobre urbanismo Iberoamericano. Siglos XVI al XVIII, Sevilla, p. 9.

Recorte del plano de Santa Fe la Vieja con notas sobre los propietarios de solares CALVO, Luis María Pobladores españoles…, cit.

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5) Del poblamiento a la población Las fuentes para relevar datos demográficos de Santa Fe durante sus primeros años de vida son realmente muy escasas, como lo confirma quien mejor conoce los archivos del período, el arquitecto Luis María Calvo.75 No he visto (si se conservan) libros de la Parroquia de San Roque –dedicada a la doctrina de naturales– mientras que los que se disponen de la parroquia Matriz (fundada bajo la advocación de Todos los Santos) forman parte del Archivo del Arzobispado de Santa Fe de la Vera Cruz.76 Los datos que de allí pueden obtenerse parten del año 1634 (libros de bautismos, 1 y 2) mientras que los libros de matrimonios y velaciones inician su serie con un acta matrimonial de 1642. En consecuencia, lo que puede ofrecerse es una impresión para el número de pobladores hacia el período fundacional y para el año de 1622, mientras que, para 1639, se cuenta solamente con una información realizada por un religioso, citada por otra parte en casi todos los trabajos que abordan la antigua historia santafesina. Estimar la población santafesina desde su fundación hasta la primera mitad del siglo XVII presenta distintos problemas, por lo cual sólo reconsideraré datos e interpretaciones vigentes, tratando de evaluar cantidades mínimas de vecinos, habitantes del grupo eurocriollo (españoles, europeos e hijos de la tierra, lo que incluye a los mestizos), indígenas y población negra, que todavía no han sido incluidos.77 Hacia el momento de su fundación, esto es cuando se realiza el poblamiento europeo del área, podemos hablar que oscila entre los 70 y los 80 vecinos cifra que es difícil exponer a un factor de 4 ó 5 por hombre, en la medida en que se trataba de una “hueste”,78 básicamente soldados al mando de un jefe acerca de los cuales no hay mayores datos –por ejemplo, si trajeron consigo mujeres o familia. Esto es curioso porque para ser vecino era necesario estar casado. Por lo tanto debemos presumir (sin datos en la mano) que aquellos que fueron avecindados par asegurar la tierra y pasar así del poblamiento a la población, venían con sus mujeres o que las tomaron muy pronto.

75 Me estoy refiriendo aquí a Luis María Calvo, en su Pobladores españoles de Santa Fe la vieja (15731660), Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1999, pp. 20 y 21. 76 Que consulté microfilmado en la Biblioteca de Estudios Familiares en Rosario. 77 Las versiones tradicionales, que dominan la bibliografía disponible sobre el tema, dividen en primer término entre “blancos” y “castas”. 78 Calculado a partir del asiento de personas inscriptos para la fundación de una ciudad, encomendada a Juan de Garay, Asunción, 23 de noviembre de 1572. Bando del Teniente de Gobernador del Paraguay y Río de la Plata, Martín Suárez de Toledo. El documento, conocido como “Alarde de Santa Fe”, ha sido publicado en el Boletín del Archivo General de la Provincia de Santa Fe, 4-5, 1973, pp. 9-14.

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Sin embargo, en lo que concierne al “poblamiento”, las intenciones son evidentes por el carácter del equipaje de la expedición que había partido desde Asunción el 14 de abril de 1573: semillas, plantas, caballos, yeguas, vacas (una verdadera biota que consiguieron imponer a la ecología local) y “gente de servicio” (seguramente guaraníes embarcados como trabajadores forzados).79 Las actas capitulares del período más temprano dejan ver también la presencia de un cierto número de hombres que no son consignados como vecinos (en general señalados como artesanos), lo mismo que la de un reducido número de indígenas que se desempeñaban como forzados aprendices de aquellos, casi siempre en oficios vinculados con la construcción. Esta fuente, se sabe, nunca es pródiga informando acerca de las mujeres; algunas aparecen recién en el padrón de corambre de 1622, donde a causa de la muerte de sus maridos o por otros factores que vuelcan derechos en ellas, se comprueba que había una buena cantidad de matrimonios. Con Comadrán Ruiz coincidimos en que “…difícil resulta determinar cuántos quedaron de primera intención, cuántos se fueron definitivamente, cuántos regresaron, etc.”80 Lamentablemente, el alarde de Asunción de 1572 no proporciona información respecto de las “mujeres e hijos” que se encaminarían a la fundación con los soldados de la hueste. Cabe considerar las reiteradas prohibiciones del cabildo santafesino para salir de la ciudad (permanentes entre 1575 a 1580), argumentando el escaso número de habitantes de la misma. En 1577, esta penuria se manifestó en un conflicto cuyo relato capitular vinculaba la ausencia de vecinos y de hombres con armas con la supervivencia misma de la ciudad: a comienzos de ese año, el teniente de gobernador, Francisco de Sierra había autorizado a buena cantidad de hombres para viajar al Perú y a Asunción, mientras que había dispuesto que otros fueran a la jornada de socorro de San Salvador, resultando que, en la ciudad “...no quedaba nadie”.81 No obstante haberse originado en las disposiciones que él mismo había dado, esta idea fue rápidamente revisada y manifestada como una preocupación por los regidores, por el procurador Pedro de Espinosa y por el mimso Teniente cuando, al calor de una rebelión de los naturales solicitaba que no se concedieran permisos para ausentarse de la ciudad a ningún “español”.82 Durante su primera década de vida, la ciudad presenta el cuadro de un poblamiento que corrió riesgos, coexistiendo una tendencia centrípeta (basada en el proyecto fundacional y las prohibiciones capitulares) con otra centrífuga, ya que algunos vecinos trataban 79 Véase CALVO, Luis María “La fundación de Santa Fe”, en América, 11, Santa Fe, 1992. 80 COMADRÁN RUIZ, Jorge Evolución demográfica argentina durante el período hispánico, 1535-1810. Eudeba, Buenos Aires, 1969, p. 6. 81 AGSF-ACSF, Tomo I, Primera serie, f. 11. Sesión del 1º de mayo de 1577. 82 AGSF-ACSF, Primera serie, f. 13.



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de abandonar la ciudad (es el caso del maestro Pedro de Vega, entre otros) o consiguieron enrolarse como hueste a otras fundaciones (tal es el caso de la de Buenos Aires en 1580, realizada con hombres de Asunción pero también con algunos que habían venido a Santa Fe). Los intentos de huida se sancionaban con multas exhorbitantes, que llegaban a los 200 castellanos, precio que el cabildo puso a la trasgresión que suponía abandonar el proyecto.83 Entre 1573 y 1590, el número de vecinos santafesinos osciló entre los 70 y los 100, arrojando una población eurocriolla que en ningún momento debe de haber excedido las 500 almas y que puede haber tocado el piso de unas 250 entre 1576 y 1577. Que no se trataba de hombres solos puede leerse en ciertas situaciones y de otros documentos: en principio, cuando el Cabildo impreca al maestro Pedro de Vega por su intento de fuga menciona la existencia de algunos niños que se quedarían sin la posibilidad de la instrucción; por otra parte, cuando fueron procesados los líderes de la rebelión de 1580, testimonian varias esposas de los rebeldes (que generalmente eran mestizas muy jóvenes).84 Al borde del primer cuarto del siglo XVII la situación no parece muchísimo más próspera. En 1622, la Corona había autorizado una exportación de cueros vacunos para los pueblos del Río de la Plata. En función de esta habilitación, el gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata, don Diego de Góngora, ordenó un empadronamiento de vecinos para distribuir las “cuotas” de la exportación que podrían repartirse entre ellos.85 La lista contiene 127 entradas, de las cuales dos (la tercera y la vigésimotercera) corresponden a dos mujeres, Isabel de Becerra (hija de Hernandarias y esposa de Jerónimo Luis de Cabrera) y Leonor de Brito, casada con Eugenio de Avila, vecino que a la sazón estaba detenido en Chuquisaca. También incluye los nombres de siete viudas, estas últimas con derecho a exportar un cuero más que lo asignado a la gran mayoría (tres en lugar de dos). En un extracto de la relación que Diego de Góngora enviara al Rey, publicado por Cervera, se transcribe que “...se hizo padrón de sus vezinos y moradores [de Santa Fe] que son 126 y también son pobres la mayor parte de ellos.”86 Los vecinos registrados en el padrón de corambre son, 83 AGSF-ACSF, Primera serie, f. 13 y 13 v. 84 BN, GGV, CXXII, BN 2125 a 27. 85 El documento –conocido como “padrón de corambre” o el “padrón de Góngora”– es el “Testimonio de los permisos para exportar frutos a Sevilla de parte de los vecinos de Buenos Aires” BN, GGV, CCIX, BN 4759 y ha sido publicado (y comentado) por Juan Carlos Crespo Naón, “Los vecinos de Santa Fe en 1622”, en Genealogía, 16, RIACG, Buenos Aires, 1976, pp. 51 a 66. Con anterioridad, MOLINA, Raúl Alejandro y FURLONG, Guillermo en Las ruinas de Cayastá son de la vieja ciudad de Santa Fe fundada por Garay. Fallo de la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires 1953. 86 CERVERA, Manuel Historia... cit., Tomo III, p. 384.

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efectivamente, 127.87 Como se dijo, las 127 entradas incluyen a las viudas con calidad de vecinas y las otras dos mujeres aparecen en calidad de “esposas” de un vecino ausente, ejerciendo este derecho en virtud de la situación de saca legal de un número determinado de cueros. Contrastando el dato con las actas capitulares santafesinas de los años inmediatamente anteriores y posteriores al que se realiza el empadronamiento, puede confirmarse que la fuente ofrece una cifra que, considerada de mínima, es fidedigna. La enorme mayoría de los vecinos que tienen presencia capitular durante esos años figuran en este padrón, con la única excepción de Diego de la Calzada –regidor en 1622– quien no ha sido empadronado.88 De esta manera, puede considerarse que en esta coyuntura –si se sigue el factor 5 aplicado por Comadrán Ruiz, a partir del dato equívoco de 162 vecinos– la población hispanocriolla de Santa Fe no sobrepasa en 1622, las 600 ó 650 personas.89 Las cifras de 1639 provienen de un recuento del Padre Durán. Para el religioso, la Santa Fe de 1639 contaba sólo con cien hombres y ciento setenta mujeres “blancos / as”. Como la fuente es ambigua, Mörner omite la categoría de vecinos, e indica que en Santa Fe habría 100 “varones...”. Sin embargo, creemos que podría hablarse de 100 vecinos y no menos: en efecto, la población hispanocriolla disminuyó entre 1622 y 1639 en Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes. En 1639, por ejemplo, Corrientes registraba 91 vecinos, 89 indios en la ciudad y 1292 en dos reducciones de distrito contra 266 indios en la ciudad y 1007 en tres reducciones para Santa Fe, lo que confirma que el corredor litoral entre Asunción y Buenos Aires era una oportunidad pero también una carga y también que la diferenciación entre Corrientes –fundada en 1588– y Santa Fe, no se ensanchó hasta después del traslado de esta última. Según la opinión de Cervera, el atractivo de Santa Fe para la población blanca asunceña no se haría evidente hasta la concesión del privilegio de Puerto Preciso, en 1662.90 Si bien Asunción había sido el centro desde donde los Españoles dispararon la fase exitosa de expedición y conquista del Río de la Plata, hacia mediados del siglo XVII no lograba contener ni a españoles ni a criollos. Corrientes, al ser el único puerto entre Asunción y Santa Fe, detentaba un pequeño privilegio.

87 No pueden considerarse a las siete viudas como “vecinos”, aun cuando, ellas solas, sean jefas de su casa. 88 Confróntense el listado de Góngora con AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo 1, años 1621 a 1625, por ejemplo. 89 Basándose en el mismo padrón, Hardoy y Aranovich estiman 1203 habitantes para Buenos Aires. “Escalas y funciones urbanas…”, cit., p. 356. 90 CERVERA, Manuel Historia..., I, cit., p. 393-395. La designación de Puerto Preciso fue hecha por Real Cédula de 31 de diciembre de 1662.



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Los datos sobre la población indígena provienen de fuentes diversas y casi siempre interesadas. No obstante, es preciso recoger esta información para poder formarnos alguna idea. Por el pleito entre Hernandarias y Juan de Osuna sabemos que una gran epidemia diezmó la población indígena de la otra banda del Paraná alrededor del año 1609.91 El dato coincide con la segunda de las oleadas decenales de epidemia señaladas por Juan Carlos Garavaglia.92 Las dos últimas que azotaron la zona de la Otra Banda (1609-1620 y 1628-1632), fueron durísimas con la población indígena de las reducciones santafesinas tanto como con las pequeñas familias indígenas que estaban a cargo de estancia en esas tierras. La razón es que, durante el desarrollo de la primera de éstas –que, por otra parte, ya he señalado, entiendo que se inicia a fines de 1605 ó 160693– se habría producido un reflujo de la ocupación humana de la región. La epidemia se cobraba también las vidas de animales domésticos y al ganado cimarrón. Las actas del pleito hablan de una desocupación de la región en 1608, con la consiguiente avanzada de los tigres (yaguaretés), el éxodo de españoles, mestizos y criollos y la constitución de una situación en la que estos parajes eran, virtualmente, tierra de nadie. De los 266 indios contabilizados por Góngora en la ciudad de Santa Fe hacia 1622, 168 eran indios de servicio, 78 indias y 20 muchachos.94 La cifra para las reducciones, tomadas de Mörner, hablan de 1273 “individuos” indígenas reducidos.95 Los primeros, a pesar de las ordenanzas de Alfaro de 1611 –confirmadas en 1618 por el cabildo santafesino– servían en casas, chacras y estancias. Los jesuitas durante esta década solicitaron a la Corona la exención de servicio de encomiendas para los indígenas reducidos en sus misiones por diez años más. La posición de los ignacianos en Santa Fe se afirma sustancialmente durante la década de 1620. Los colegios “...basaban su manutención principalmente sobre los beneficios de las tierras que habían adquirido o recibido de donantes privados o de las autoridades”96 y, la apresurada evacuación de la región del Guayrá a causa de las epidemias y las invasiones de mamelucos paulistas en 1630, volcaron el accionar de esta congregación de lleno sobre el lado Este del curso del Paraná bajo y ambas márgenes del Río Uruguay, llevando adelante la concreción de un viejo proyecto de Hernandarias de Saavedra. 91 DEEC, S. F., EC LII, 10, en la declaración de casi todos los testigos. 92 GARAVAGLIA, Juan Carlos Mercado Interno y Economía Colonial, cit., p. 166. 93 Me baso en la observación realizada por el Padre Diego de Torres, para quien esta epidemia llevaría algunos años, según se desprende del brevísimo párrafo que dedica a Santa Fe “...eran muchos los yndios qtenia antesdelapeste que a auido dealgunosaños aestape...”. Carta escrita desde Córdoba del Tucumán a 17 de mayo de 1609, en Cartas Anuas ... cit., p. 18, el resaltado es mío. 94 Góngora al Rey, en CERVERA, Manuel Historia... cit., III, p. 387. 95 MÖRNER, Magnus Actividades... cit., p. 147. 96 MÖRNER, Magnus Actividades... cit., pp. 43 y 45.

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Aunque tampoco hay cifras precisas para considerar la población indígena reducida en Santa Fe, existen algunas consideraciones que ponen en evidencia que problemáticas tales como la “saca” de indios o las disputas por “feudos” sobre indios tenían aristas de relevancia para los vecinos de la ciudad, expresadas en una relevante gama de problemas relevados de las actas capitulares y de expedientes judiciales de los archivos locales.97 Hacia 1625, los vecinos de Santa Fe consideraban que el número de indígenas disponibles para “...el servicio doméstico y otras faenas...”, era insuficiente.98 La coyuntura puede ser confirmada por otras fuentes: relatando los sucesos vinculados al Colegio de la Compañía durante el período 1628-1631, el Padre Provincial Francisco Vázquez Trujillo señalaba que “...de algunos años a esta parte a perdido esta ciudad [Santa Fe] un numero copiosissimo de indios q consumio un incendio de peste, castigo sin duda de sus grauissimos pecados...”99 Lamentablemente, las informaciones de los Padres Provinciales se limitan, para Santa Fe, al número de misioneros o de hermanos que trabajan en sus colegios, ejerciendo los ministerios. Una carta de Pedro de Oñate, deja ver de todos modos claramente la imagen que desde Córdoba o Santiago de Chile tenían de la ciudad: “....han residido en esta residencia dos Padres y vn Hermano Coadjutor y aunquepocos en numero an sido muchos en trabajar excercitando nros ministerios con españoles aunque por ser la tierra corta y pocos y asi no sepuede sacar de ellos el fruto que en otras partes y asi es mayor en los indios, asi porser mas en numero como menos los impedimentos que para su salvacion tienen...”100 La ciudad es pobre y pequeña (“corta”) y hay, en rigor, pocos “españoles”. Una caracterización que, por lo que puede verse en la opinión vertida luego por Durán, no se había modificado llegando a 1640. En cuanto a la percepción más subjetiva que los propios vecinos tenían de la “disponibilidad” de un cierto número 97 Que pueden constatarse en AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomos I, II y III; DEEC-SF, EC, Tomo 53, legajos 20, 27, 28 y 30; 54, legajo 48. Véase ARECES, Nidia; LÓPEZ, Silvana; REGIS, Élida y TARRAGÓ, Griselda “La ciudad y los indios”, en Poder y Sociedad..., cit., p. 39 y ss. 98 ARECES, Nidia et al., cit., p. 46. La documentación de referencia son actas capitulares de 1625, AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 239, 240 y sesión del 19 de noviembre de ese año. 99 Decimotercera carta del Provincial Francisco Vázquez Trujillo, rubricada en Córdoba en 1632, en Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucumán, de la Compañía de Jesús (1615-1637), en Documentos para la Historia Argentina, Tomo XX, Iglesia, Buenos Aires 1929, p. 418. 100 Novena Carta del Padre Provincial Pedro de Oñate, rubricada en Córdoba en 1617, en Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucumán, de la Compañía de Jesús (1615-1637), en Documentos para la Historia Argentina, Tomo XX, Iglesia, Buenos Aires 1929, pp. 98 y 99. El resaltado es mío.



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de indígenas para satisfacer sus exigencias, la cuestión tampoco presenta demasiadas modificaciones hacia 1650, durante la visita de Garavito: “En determinados momentos y por la índole de las actividades económicas desarrolladas, en particular en el medio rural, y teniendo en cuenta lo acontecido con la población indígena de la región les era difícil a los vecinos y pobladores contar con la adecuada cantidad de mano de obra. Estaría reforzando esta apreciación el éxito que tuvo el ‘rescate’ como mecanismo de provisión de mano de obra indígena, o las entradas al Valle Calchaquí para capturar indios....”101 Finalmente, las exigencias de trabajo forzado planteadas por el grupo eurocriollo a los indígenas se cubrieron a partir de un complejo de dispositivos, entre los cuales la encomienda constituyó apenas un elemento, ya que se echó mano a las mitas, los conciertos y los rescates, destinados al mismo fin práctico. La fiereza con la que se discute el “feudo” sobre un indio, o la restitución de “piezas” de rescate, debe relacionarse con las dificultades propias de los vecinos de esta experiencia de ciudad-frontera para disponer de recursos más o menos estables. La disminución de la población indígena por los incendios, epidemias, huidas o “sacas”, juega como un factor de peso en el marco de las condiciones de reproducción de todo el conjunto. Privados de la posibilidad de consultar censos u otras fuentes fiables, aflora la imagen de una población hispánica que apenas si logra reproducirse a sí misma y, en cuanto al número de los indígenas, filtra los reclamos derivados de una ecuación en la cual los últimos juegan un papel clave para la reproducción de los primeros. Sin embargo, más allá del número de hombres y de mujeres, la reproducción “biológica” de esta pequeña comunidad dependió sobre todo del funcionamiento de algunos patrones culturales. A continuación se presenta una ponderación del rol de la dimensión política de esta frontera, clave en la reproducción del conjunto porque es el nivel en el cual se dirimía la distribución social de los recursos. La institucionalización de unas relaciones que no pueden agotarse en el campo de las pruebas de fuerza, implicó la ciudad como el lugar de la instalación política local de un orden político más vasto en el marco del proceso de mundialización que supuso la expansión hispánica.102

101 ARECES et al., “La ciudad y los indios”, cit., p. 48. 102 En el sentido que da a la mundialización que supuso la expansión del imperio hispánico y de la Monarquía Católica durante el siglo XVI según la interpretación de Serge Gruzinski en Les quatre parties du monde – Histoire d’une mondialisation, Editions de La Martinière, Paris, 2004 [2012, hay edición en español del Fondo de Cultura Económica].

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Caminos y comunicaciones hacia finales del siglo XVI - Nueva Historia de la Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia, Planeta, Buenos Aires, 1999, Tomo I, p. 412. Límites internacionales e interprovinciales actuales presentes en la cartografía de esa obra.



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Éste es el nuevo observatorio desde donde voy a plantear el análisis de las relaciones de fuerza y de las pautas reproductivas de aquellos integrantes de una hueste que, devenidos vecinos, instituyeron un cuerpo político, aceptaron y recrearon reglas de juego acerca de la manera en que se dirime la disputa por los recuros materiales y simbólicos en clave política. En un universo signado por la inestabilidad, la incertidumbre y la negociación, la ciudad era la única entidad sólida. Su papel en la configuración es el de un elemento clave del juego: las relaciones que la instituyeron para desarrollarse en su marco la involucran, en este sentido, dentro de un esquema donde predominan no los atributos de la institución, sino los de la configuración.

CAPÍTULO V La dimensión local del gobierno y la justicia “Donde no hay alcalde y regidores, no se puede llamar pueblo” Hernando de Montalvo, 15851 La ciudad como civitas CIVDAD, del nombre Latino civitas, a ciue, civis autem dicitur a coeundo, quod vinculo quodam societatis ciues in unum coeant coetuin,et sub iisdem legibus viuant. Demanera, que Ciudad es multitud de hombres Ciudadanos, que se ha congregado a vivir en un mesmo lugar, debaxo de unas leyes, y un gouierno. Ciudad se toma algunas vezes por los edificios; y respóndele en Latin urbs. Otras vale tanto como el regimiento, ô ayuntamiento, y en Cortes, el Procurador que representa su Ciudad. Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana (1611)

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a definición que proponía Covarrubias a comienzos del siglo XVII tiene la virtud de reunir los significados condensados en la voz castellana con el peso de la tradición latina. Siguiendo este último hilo, la materialidad –las instalaciones y el diagrama de la ciudad física– reenvía la semántica de ciudad a su carácter de urbe. Pero en Covarrubias, el peso fuerte de la definición gravita en cambio sobre la idea de la ciudad como relación social: a ciue, civis autem dicitur a coeundo quod vinculo quodam societatis ciues in unum coeant coetuin,et sub iisdem legibus viuant. Y es gracias a ese realismo político de Covarrubias que se demuestra la confluencia conceptual –bajo la noción de buen gobierno– de policía y justicia. En las ciudades hispanoamericanas –que desde la perspectiva hispánica pertenecían a los Reinos de Indias–, el cabildo –la congregación de vecinos– fue la sede del poder político y también la del ejercicio de la justicia ordinaria en pri1

In LEVILLIER, Roberto Correspondencia de los oficiales reales de Hacienda en el río de la Plata, cit., Tome I, p. 321.

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mera instancia para sus naturales y residentes incluso más allá del período colonial –en Santa Fe conservó esta prerrogativa hasta los últimos días de 1832.2 En el acto mismo de su fundación, se designó para Santa Fe su órgano de gobierno, se especificaron los oficios y las funciones así como se nombró a los hombres que iban a encarnarlas.3 En el documento constitutivo, el cabildo aparece mencionado, la primera vez, como la institución que podía tomar decisiones trascendentes para toda la comunidad, entre las cuales se destacó una que, años más tarde, iba a ser invocada por los interesados en trasladar la ciudad: en el futuro, hizo escribir el fundador, el cabildo podría considerar si continuaba instalada en ese sitio o debía ser movida a otro, “más conveniente y provechoso”. Por poder de Su Majestad al gobernador y de éste a su teniente, el fundador entendía que tenía “poder y comisión” –es decir, potestad y autoridad delegadas– para nombrar en nombre del rey “...Alcaldes y Rexidores para que tengan en justicia y buen Gobierno y Polícía...” en la ciudad nueva.4 De esto, un escribano del cabildo y no mucho más, se compuso el primer cuerpo. Los alcaldes, que hasta 1616 tuvieron conjuntamente la jurisdicción ordinaria y la “de hermandad” (sobre los delitos cometidos en yermos y despoblados),5 se ocuparían de “...todos los negocios á ellos tocantes...” y uno de estos era el de la justicia –representada por el tronco instalado en el medio de la plaza a manera de rollo–. Junto a los regidores, debían entender en cuestiones de gobierno –dar ordenanzas, atributo fundamental de la autonomía relativa de los gobiernos municipales respecto del “poder central”– y “policía”, la cultura urbana que debía ser impuesta a toda la comunidad, preferentemente con su consenso. El registro de toda esta actividad, así como de las sesiones del Cuerpo, correspondía a una figura clave en la introducción de la cultura y las prácticas letradas en este espacio marginal: el escribano “nombrado por la justicia”, el español Pedro de Espinosa.6 El cuerpo fue cambiando de forma, pero no se hará aquí una cronología

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[2012] BARRIERA, Darío “Rediseñando lo judicial, reinventando lo jurídico: el “Reglamento” de 1833 y los orígenes de la Justicia de Paz en la Provincia de Santa Fe”, en AYROLO, Valentina –coordinadora–, Actas de las IV Jornadas de Trabajo y Discusión sobre el siglo XIX - Las Provincias en la Nación, CBediciones, 2011. En efecto, el texto consigna “...ansi yo en nombre de su Magestad y de el dicho señor Gobernador, nombro y señalo por alcaldes a Juan de Espinosa y a Horduño de Arbilio y por Rexidores a Benito de Morales y a Bernardo de Zalas, y á Metheo Gil y á Diego Ramirez y á Lázaro de Viñalbo y á Juan de Santa Cruz...” Acta de la fundación.... p. 20. Acta de la fundación de la ciudad de Santa Fe, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay... cit., p. 20. [2012] Sobre el particular tránsito de esta figura en algunas gobernaciones coloniales véase mi “Justicias rurales: el oficio de alcalde de la hermandad entre el derecho, la historia y la historiografía (Santa Fe, Gobernación del Río de la Plata, siglos XVII a XIX)”, a publicarse durante 2013 en revista Andes, versión en línea en www.scielo.org.ar “de Espíndola” en el acta que aquí se maneja.



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de su “evolución”, sino que esos cambios serán señalados en su hora, cuando sea oportuno y en el marco que les otrogó sentido. La ciudad y las varas En la cultura política hispánica, la ciudad fue el sitio por antonomasia de la política y de la justicia. Su centro (la plaza) fue la sede del ícono de la presencia de la justicia del rey, y por lo tanto ese sitio era el epicentro del buen gobierno, puesto que el ejercicio de la justicia, simbolizada en el centro del centro, era la clave del buen gobierno. La fundación de una ciudad era un acto jurídico que ordenaba y daba sentido a las agencias inmediatas.7 Fray Alonso de Castillo, para quien la ciudad era “la más noble de las compañías”, afirmaba que ésta no podía pensarse disociada de la justicia que, desatendida o abominada, no da cuentas del “concierto de compañía” más perfecto elaborado por los hombres. Introduciendo a Aristóteles, escribía a comienzos del siglo XVI “Y así como el hombre ajeno de la Ley y de la Justicia puede corromper una casa, así una casa puede corromper una cibdad, y una sola cibdad basta para corromper un reino....”8 La metáfora organicista expresa, en ese registro, lo que de todos modos estaba contenido en la letra de las Capitulaciones. “En las Instrucciones entregadas a Colón –escribió Constantino Bayle– se apunta a la erección de municipios ‘... que si fuere menester nombrar regidores e jurados e otros oficiales para administración de la gente o de cualquiera población que se hobiere de facer, que el dicho almirante... nombre tres personas para cada oficio..., e que dellas tomen sus Altezas una para cada oficio...pero que por esta vez los nombre el dicho Almirante..’”.9 Este modelo se reprodujo a partir de Adelantados, Gobernadores y sus Tenientes. Durante varios siglos, el Cabildo de las ciudades coloniales fue la sede del poder político, la sede de la administración de los recursos de la ciudad y también la del ejercicio de la justicia en primera instancia, esta última, normativamente en manos de los alcaldes, portadores de la vara. El término “alcalde” –como tantos otros de la cultura hispánica– echa raíces en el vocabulario político-administrativo de la lengua árabe, ya que, según lo re7 8

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En este sentido son correctísimas las apreciaciones vertidas por ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo Los cabildos argentinos, Buenos Aires 1956, pp. 4 y 5. Fray ALONSO DE CASTRILLO Tractato de Republica Con otras Hystorias y antigüedades: intitulado al muy reverendo señor fray Diego de gayagos Maestro en sancta theologia Provincial de la Orden de la Sanctissima Trinidad de la redemption de los captivos, en estos reynos de Castilla, Nuevamente compuesto por el reverendo padre fray Alonso de Castrillo frayle de la dicha Orden... 1521, Edición del Centro de Estudios Políticos, Madrid 1958, p. 20. BAYLE, Constantino Los cabildos... cit., p. 16.

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conoce el Diccionario de Autoridades... en su primera edición, al-cadi era el vocablo utilizado entre “los árabes” para designar a un juez–gobernador10 o un “juez de aljama”.11 No obstante, y desde el siglo XIII, la voz aparece en obras de lengua española decididamente asociada a la persona (un vecino) a cuyo cargo estaba el ejercicio de la justicia en la ciudad. Una variante significativa –el alcalde mayor, que en América algunas veces se confunde con el corregidor–12 figuró un intento de someter a una justicia menos local –con intencionalidades de control desde la cúspide de la monarquía– a diferentes territorios y poblaciones emplazando jurisdicciones que incluían varios ayuntamientos o cabildos.13 En las Siete Partidas de Alfonso X pueden relevarse cuarenta y cuatro menciones para la palabra “alcalde”, y todas ellas designan el oficio desde el cual se ejercía y ejecutaba la justicia,14 asociación autorizada en idéntico sentido en las obras de Alfonso de Palencia (1472) y Antonio de Nebrija (1492).15 Aunque Covarrubias enfatizaba la relación de este vocablo arábigo con las funciones de

10 Diccionario de Autoridades, Tomo I, p. 176. 11 PI y ARIMÓN, Andrés Avelino Barcelona antigua y moderna. Descripción e historia de esta ciudad desde su fundación hasta nuestros días, Barcelona, 1854, Tomo I, p. 24. 12 En España un alcalde mayor y un corregidor son funcionarios bien distintos y sus atribuciones están perfectamente delimitadas. Sin embargo, el Dr. Guillermo Lohman Villena, quien en un apartado titulado “Los corregidores y los alcaldes mayores” afirma que “Para explicar la coexistencia de este binomio, la razón de ser de tal dualidad, identificar las características propias y las atribuciones peculiares de ambas autoridades se han planteado varias hipótesis, cuya sutileza conceptual escapa del marco de estas páginas. En definitiva, era una distinción accidental, que no afectó ni a la jerarquía ni a las competencias de estos funcionarios. [...] El nombramiento de los corregidores o alcaldes mayores... [...] el distrito de los corregimientos o de las alcaldías mayores...”. LOHMANN VILLENA, Guillermo “La nueva estructura política” en PEASE, Franklin y MOYA PONS, Frank –directores– El primer contacto y la formación de nuevas sociedades, Historia General de América Latina, T. II, Unesco, Ed. Trotta, Madrid, 2000, p. 469, énfasis mío. 13 El alcalde mayor podía ser también un funcionario cuyo nombramiento era de competencia señorial. En el caso del repoblamiento de Chipiona (1480), por ejemplo, era el encargado de defender los intereses del marquesado de los Ponce de León. Allí también funcionó como instancia de alzada, ya que la competencia ordinaria era del alcalde ordinario y, oficiando como segunda instancia, podía ser apelado él mismo a una tercera, la del Señor. Véase FRANCO SILVA, Alfonso Estudios sobre Ordenanzas Municipales (siglos XIV-XVI), Universidad de Cádiz, Cádiz, 1999, p. 256. 14 Alfonso X, Las siete partidas. De todos modos, cabe una inflexión tomando en cuenta lo que Covarrubias registró para el vocablo “alcaide”. Según la acepción dada para este término por el autor del Tesoro... alcaide es “...el castellano de un castillo o fuerça con gente de guarnición, y con el gobierno del lugar vezino, que está debaxo de la protección del castillo; y er caso que aya de salir a campaña haze oficio de capitán. Algunos dizen valer tanto como al y çaide, que es lo mismoque cid. Diego de Urrea dize que el nombre arábico caydun del verbo cade, que sinifica capitanear la gente llevarla delante de sí...” 15 Me refiero a Universal Vocabulario en Latin y Romance de Alfonso de Palencia (1472, impreso en 1491), y el Dictionarium Latino-hispanicum de Antonio de Nebrija (1492).



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mando o de gobierno (alcaide era también un término militar),16 para el período que nos ocupa está claro que en Santa Fe y en toda la América hispánica la función preeminente de este oficio fue la de administrar justicia ordinaria en primera instancia, y que el gobierno local reposaba sobre la reunión de alcaldes y regidores en cabildo, bajo la atenta mirada de un teniente de gobernador. Según el primer diccionario de la Real Academia..., editado a comienzos del siglo XVIII, el “…Alcalde [h]ordinario [es quien] ...tiene la jurisdición radicada y anexa de mismo oficio, u dignidad: sea puesto por el Rey ó por el Señor que para ello tiene potestad comedida por su magestad; ò por los concejos, ayuntamientos ò Cabildos, que tienen esta facultad de nombrar y elegir Alcaldes: y sin que se les añada el distintivo se entiende ser ordinarios, no por otra razón que la de residir en ellos la jurisdicción ordinaria.”17 La jurisdicción y no la justicia. En términos de António Hespanha, es el lugar el que estructura la dignidad y la función que atañe a la jurisdicción, mientras que las mismas, en tanto que tecnologías, organizan socialmente la extensión convirtiéndola en espacio. Sin embargo, nótese que siguiendo este precepto y releyendo el tramo resaltado de la definición de la Academia, las facultades para designar alcaldes eran múltiples y, sobre todo, políticas. Había autoridades, en plural, que podían hacerlo. Lo que se verifica en los hechos, además, es que esas facultades para designar oficios y cargos no se restringían al nombramiento de alcaldes: la delegación de la potestad de investir justicias en sedes locales del poder político, en rigor, no se agotaba en esas designaciones. El alcalde de primer voto fue la pieza clave de la administración de la justicia ordinaria de la monarquía hispánica durante el Antiguo Régimen. Su función estaba íntimamente ligada al buen gobierno de la ciudad, concepto no escindible de la administración de la justicia regia. Pieza clave, sí: pero no siempre preeminente. Mucho menos, excluyente. Veremos de qué manera se produjo la coexistencia de varas de justicia, de justicias, en plural, a partir de normativa que no se agotaba en ni contradecía la producción preeminente del rey, se verá cómo la dinámica política de los reinos producía jurisdicciones múltiples, a veces superpuestas, con competencias concurrentes en lo que se refiere a la justicia en la misma sede y para la misma instancia. El primer cuaderno de las Actas Capitulares de Santa Fe no conservaba, hace ya casi un siglo, las diez primeras fojas. La primera de las actas que pueden consultarse corresponde a la primera sesión del año 1575, y allí se relata el acto 16 COVARRUBIAS, Sebastián de Tesoro... cit. 17 Diccionario de Autoridades, I, p. 177. El resaltado es mío.

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simbólico más importante de la vida capitular: el rito de la cesión de la capacidad de administrar justicia mediante el cual un Cuerpo –el Cabildo– elige a uno de sus integrantes (un vecino) para poner en sus manos la vara, símbolo que lo identifica con la capacidad delegada de administrar la justicia del rey localmente: “E luego yncontinenti hizieron parecer ante sí en el dicho cabildo al dicho antonio tomas y se le dio y entrego la dicha vara de alcalde hordinario y fue rrecibido del juramento en forma devida de derecho que bien y fiel y cristianamente usara el dicho oficio guardando el derecho a las partes y otorgandoles todas E quales quier apelacion o apelaciones que ante el se ynterpusieren por las partes para ante los tribunales superiores el qual a la confusion de dicho juramento dijo si juro y amen y en hecha dicha solenidad se le dio y entro la dicha vara en presencia de mi el dicho escrivano y se le dio poder cumplido en nombre de su majestad para usar y ejercer el dicho oficio de alcalde hordinario este dicho año...”18 Covarrubias relacionó el vocablo latino virgam con la palabra utilizada en el Antiguo Testamento para simbolizar el poder regio. La descripción del encuentro entre Ester y el rey coloca a la aurea virga (traducido en muchas versiones de las Escrituras como “cetro de oro”) en el centro de la escena: de los visitantes del rey, sólo viviría quien hubiera sido apuntado por él con la misma. Obligada a visitarlo por aquellos días, Ester “...obtuvo gracia antes sus ojos; y el rey extendió a Ester el cetro de oro que tenía en la mano...” (Ester: 4 y 5). La vara, entonces, ya en las Letras Sagradas, “se toma por el cetro e insignia real”. Fue, desde antiguo, el objeto que simboliza autoridad y justicia regia.19 Pero siguiendo siempre atentamente al autor del Tesoro de la lengua... –y en total concordancia con lo que deja ver la documentación de la época–, cuando se trataba de cuestiones de justicia, para él también era necesario, desde el vamos, hablar de “varas” en plural. Covarrubias anotó que “...varas son las que traen el día de oy los alcaldes de corte, los corregidores, sus tenientes y alcaldes, los juezes pesquisidores, los alguaziles y los demás ministros de justicia”.20 En esta definición, el énfasis está puesto en los “ministros de justicia”. Ministros de la justicia regia. Su semántica, la carga que la vara portaba como símbolo, era la de una “...insignia y animadvertencia al pueblo que cada una de los susodichos [cada portador de una vara, D. B.] en su 18 AGSF-ACSF, I, f. 1. 19 Pero su opuesto, la capacidad de otorgar la gracia, que es lo que ejerció el rey en el acto de apuntar a Ester, no se transmite: es privativa del rey porque, justamente, está en las antípodas de la justicia. 20 Sebastián de Covarrubias Tesoro... cit., el resaltado me pertenece.



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tanto representa la autoridad real, y assí el más ínfimo destos ministros dize en ocasiones: Teneos al rey.”21 La vara era, en definitiva, el signo del imperio de la justicia del rey y, lo que aquí importa, de la delegación de la potestad de administrar justicia en el regio nombre por parte de quien fuera su portador. A los efectos de la demostración que aquí se pretende y por fidelidad al material del que se dispone, debe decirse: de quienes fueran sus portadores, sobre todo oteando sobre la misma sede. Antonio Tomás, con la vara, recibió del cabildo un poder de Su Majestad para usar y ejercer un oficio que implicaba hacía pesar sobre su persona capacidades (decidiría en pleitos) pero también expectativas: se esperaba que obrase en conciencia. Impartir justicia en conciencia era, se ha dicho, una de las bases del buen gobierno. El alcalde electo juró solemnemente guardar la equidad –“el derecho a las partes”, principio de la justicia distributiva, que daba a cada quien lo que le correspondía según su estatus– sostener su humildad –no podía considerar su palabra como la última, puesto que se obligaba a conceder “apelaciones”– y recibió el pedido encarecido de realizar su labor “bien, fiel y cristianamente”.22 La asociación de fidelidad y cristiandad debe despertar sensibilidad: el imperio de la Iglesia y la incardinación entre religión y política exigían ese vínculo, ya que la monarquía cristiana encarnaba en el mundo terrenal valores trascendentes (celestes) que impregnaban la concepción de las relaciones de poder político en la tratadística23 y en su ejercicio práctico.24 En los tratadistas, la concepción misma de Justicia aparece arraigada en el pensamiento de los Padres de la Iglesia y en las Antigüedades. Traduciendo a Isidoro, Fray Alonso de Castrillo recordaba: “la ley ha de ser honesta, justa, posible según natura, según la costumbre de la tierra, conveniente al tiempo y al lugar, necesaria y provechosa y también manifiesta...”25

21 Sebastián de Covarrubias Tesoro... cit. 22 AGSF-ACSF, I, f. 11. 23 Véase QUEVEDO, Franciso de Política de Dios, Gobierno de Cristo, Buenos Aires 1948 –estudio preliminar de Germán Arciniegas. 24 Lo que está señalado claramente en Tau Anzoátegui, Víctor “Ordenes normativos....” cit., p. 283. 25 FRAY ALONSO DE CASTRILLO, Tractado de Republica. Con otras Hystorias y antigûedades: intitulado al muy reverendo señor fray Diego de gayangos Maestro en sacta theologia Provincial de la Orden de la sanctissima Trinidad de la redemption de los captivos, en estos reynos de Castilla, edición del Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1958, 238 pp., basada en la original impresa en Burgos, 1521, p. 225. La cita que traduce corresponde, según él mismo lo consigna, al Capítulo XXI del libro V de las Etimologías de Isidoro. El texto de Isidoro de Sevilla, además, estaba incluido en los cuerpos legales hispanos desde el Fuero Juzgo a la Novísima Recopilación. Véase TAU ANZOÁTEGUI, Víctor La ley en América hispana: del Descubrimiento a la Emancipación, Buenos Aires, 1992, pp. 37-38.

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El alcalde debía administrar esa justicia distributiva, propia del monarca, que otorgaba a cada una de las partes lo “que le correspondía” según su derecho –según su posición en el cartabón de las desigualdades.26 De manera que “... todo gobernador de república que es puesto por ejecutor de las leyes debe tener las mismas condiciones que tiene la misma ley...”27 Y entonces, ¿qué era justicia? ¿quién era o podía ser un justicia?¿Cuál, en consecuencia, el orden de las diferencias entre el registro del gobierno y el de la justicia? Para Sebastián de Covarrubias, las fuentes del pensamiento occidental en esta materia la constituían –como para Alfonso X, cuatro siglos antes– Cicerón y Aristóteles.28 De todas maneras, deja visible la polisemia del término que, en principio, hacia 1611, apunta a la identificación de la potestad con la persona: llamamos justicia a los ministros della, como dezir: a fulano topó la justicia esta noche y le quitó las armas... Tenerse a la justicia era lo mismo que tenerse al Rey por cualquier ministro suyo. La identificación de persona y potestad en justicia es en esa gramática, también, reconocimiento de la prolongación de la potestad regia en su justicia –en su ministro. Esta identidad entre el hombre y su función, puede leerse en actas capitulares a todo lo largo del período y, como se verá, no sólo en la figura del alcalde: para tomar un ejemplo, cuando Sebastián de Vera Mujica obtuvo un permiso del Teniente de Gobernador de Buenos Aires en Santa Fe, dijo haber sido autorizado por “el justicia mayor”. Lo mismo puede leerse en las excepcionalidades consignadas en las ordenanzas de gobernador ya citadas, desde 1597 en adelante. La posesión de “poder y facultad” los homologaba, en principio, a una encarnación que, aun a la distancia, semeja a la que produce la investidura regia, coincidiendo quizás en que la capacidad –en este caso jurídica– es invisible e inmortal y delegable. Pero siempre es necesario un cuerpo, ya que Su Majestad ante los ojos de la ley está siempre presente en todos sus tribunales, aunque no pueda administrar justicia personalmente.29 Así, la capacidad invisible e inmortal de la administración de una justicia que no puede ser personalmente atendida por el Rey, salva en un registro 26 La relación entre mérito y justicia, desde una perspectiva crítica, en DUPUY, Jean-Pierre “Les affaires sont les affaires”, en BARANÉS, William y FRISON-ROCHE, Marie-Anne La justice: l’obligation impossible, Éditions Autrement, Paris, pp. 135 a 148. 27 Fray Alonso de Castrillo Tractato... cit., p. 225. 28 En este, como en otros casos –por ejemplo el de las armas de fuego– Covarrubias se excusa de tener escasa competencia. De manera que apela tanto a su leal saber y entender como a lo que considera son las autoridades en el tema. En este caso, hace suyo un párrafo de Santo Tomás para redactar la misma excusa. Su entrada para el término “Justicia” está organizada con una primera cita al libro cinco de De Finibus, de Cicerón y luego, al quinto de la Ética de Aristóteles –iustitia est perpetua et constans voluntas, ius suum unicuique tribuens...–. COVARRUBIAS, Sebastián de Tesoro..., cit., p. 724. 29 La cita corresponde a los Commentaries on the Laws of England, de William Balckstone, y ha sido tomada de KANTOROWICZ, Ernst Los dos cuerpos del Rey. Un estudio de teología política medieval,



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perceptivo y enunciativo las distancias entre unas teorías teológicas y unos ejercicios administrativos que se representan así más tangibles y, no por ello, desprovistos de contenido teórico y teológico. Por otra parte, hacer justicia o ajusticiar bien vale por hacer ejecutar a un “ladrón” –es la palabra utilizada por Covarrubias, quien evita hablar de criminal o delincuente– “...vale lo mismo que ejecutaron en él la pena de muerte.” Pena que, además, ha sido ejecutada en razón, si se toma el hilo que continúa con las acepciones del término. Puesto que, no tener justicia “...vale a veces lo mismo que no tenéis razon...”. Tenerla, entonces, se equipara éticamente con la posición de la verdad y la razón, como se ve, mimetizada en ocasiones con la justicia. La otra mimesis, más severa, es con la muerte. Para el ámbito americano, los Sumarios… de 1628 reunieron tempranamente lo que la normativa regia había dicho y mandado en función de los alcaldes y el ejercicio de la justicia. Rodrigo Aguiar y Acuña y Juan Francisco Montemayor y Córdoba de Cuenca compilaron en el título quinto del cuarto libro de ese proyecto lo que pensaban debía ser el corpus de normas que debía conocerse y hacerse cumplir en los reinos americanos (para ellos, las Indias).30 La denominada “ley primera” expresa: “Que en cada pueblo de Españoles, aya, y se elijan dos Alcaldes Ordinarios, en la forma que tienen de costumbre: los quales tengan la jurisdiccion ordinaria, civil, y criminal: y de ellos se apele para las Audiencias, Governadores, ò Cabildos: conforme à lo despuesto.”31 A pesar de su frugalidad, el texto es sugerente: la “ley” compaginada por los recopiladores habla de la costumbre. En efecto, los fundadores de ciudades no traían consigo un manual de procedimientos y su capital de experiencias y saberes previos sobre cómo organizar el gobierno de una ciudad era irregular y mestizo.32 Juan de Garay, quien hizo sus primeras armas en materia de gobierno Alianza, Madrid, 1985 [The King’s Two Bodies. A Study in Medieval Political Theology, Princeton 1957], trad. de Susana Aikin Araluce y Rafael Blázquez Godoy, p. 17. 30 AGUIAR Y ACUÑA, Rodrigo y MONTEMAYOR Y CÓRDOBA DE CUENCA, Juan Francisco Sumarios de la Recopilación General de Leyes de las Indias Occidentales, presentación de José Luis Soberanes Fernández; prólogo de Guillermo F. Margadant y estudio introductorio de Ismael Sánchez Bella, Edición Fascimilar, Fondo de Cultura Económica, México 1994, 792 pp. [en adelante, Sumarios..., D.B.] 31 Sumarios... p. 711, f. 348 en el original; fuente, varias Reales Cédulas, desde una del 20 de abril de 1533, promulgada por Carlos V hasta otra de Felipe III a diciembre de 1609. 32 Esto significa que los había más o menos legos en algún extremo y bien letrados en el otro, i. e. el licenciado don Pedro Ortíz de Zárate, primer Oidor de Lima, nativo de Orduña quien, además, se hizo cargo de la crianza de Juan de Garay (su sobrino) desde niño. Sobre los Ortíz de Zárate

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de la mano de los Ortiz de Zárate entrando por Perú y “bajando” desde allí por el Paraguay hasta el Río de la Plata, utilizó en 1573 una fórmula cuya ritualidad y funcionalidad se confirma con su repetición en 1580, a la hora de formalizar el acto de la fundación de Buenos Aires: “Y luego yncontinente en el dicho Cabildo el Señor Gobernador abiendo visto la eleçion y asetaçion de los dichos eletos en nombre de Su Magestad dio y entrego las varas a los dichos Alcaldes Hordinarios y de la Santa Hermandad para que como tales Jueçes en todo lo que conbiniere en las causas çebiles y creminales hagan justiçia a las partes y acudan a su obligaçion cada uno en los que les toca y tiene la juridiçion que para ello y a los dichos Regidores y demas Ofiçiales se les da por este Cabildo poder y facultad en nombre de Su Magestad para lo poder usar cada uno por lo que le toca.”33 Volviendo a las normativas sobre los alcaldes de primer voto, estos también podían impartir justicia en primera instancia en pleitos sostenidos entre indios y españoles,34 y en el caso de que sus sentencias fueran apeladas, confirmadas en Audiencia, debían serles devueltas para su ejecución.35 Un alcalde ordinario debía saber “leer y escribir”,36 y los primeros Austrias reiteraron su preferencia por los conquistadores antiguos37 para ocupar este oficio. Para evitar situaciones de abuso y para garantizar cierto equilibro local, los monarcas promovieron lo que se conoce como la “ley del hueco”: según sendos expresos mandatos de Carlos V y Felipe II, nadie que hubiera sido Alcalde una vez podía ser elegido nuevamente antes de pasados dos años y haber sido residenciado.38 En las actas del cabildo santafesino puede leerse cómo eran elegidos en la primera sesión del año por los capitulares salientes y de qué manera esto

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véase PRESTA, Ana María Encomienda, familias y negocios en Charcas colonial. Los encomenderos de La Plata (1550-1600), IEP, Lima, 2000, especialmente Cap. 5. BIEDMA, José Juan Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, Tomo II, libros I y II – años 1608, 1609, 1610, 1611, 1612 y 1613; Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional, Buenos Aires, 1907, p. 5. Sumarios... Libro Cuarto, Título Quinto, Ley 18. Sumarios... Libro Cuarto, Título Quinto, Ley 25. Sumarios... Libro Cuarto, Título Quinto, Ley 7, “...que sepan leer y escribir.”, Carlos, Madrid, 26 de mayo de 1536, p. 712, f. 348 en el original. Sumarios... Libro Cuarto, Título Quinto, Ley 8, Felipe, Madrid, 16 de dic. 1565, 712/348. Sumarios... Libro Cuarto, Título Quinto, Ley 11, R.C. dadas por Carlos, Valladolid, 19 de enero de 1537, repite Felipe II en Madrid, a 6 de febrero de 1584, 713/349.



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se instaló rápidamente como una costumbre. Pero tanto Carlos V como Felipe II parecen haber considerado necesario “recordarlo” con sendas Reales Cédulas.39 El alcalde de primer voto era el reemplazante inmediato del teniente de gobernador en sus funciones, y en su ausencia –temporal o por fallecimiento– debía reemplazarlo el regidor más antiguo.40 Su presencia no era considerada necesaria en las ciudades que fueran sedes de corregimientos;41 en caso de que un Corregidor muriera, Felipe II había concedido que pudiera ser repuesto por el Cabildo. El campo de acción para la construcción institucional, que como se sostiene, reposó fundamentalmente en las recreaciones de adelantados, gobernadores, capitanes y huestes, no se limitaba a la convivencia del alcalde con otras justicias en un plano más o menos horizontal en el ámbito local: cuando la ley expresa y de ellos se apele para las Audiencias, Governadores, ò Cabildos: conforme à lo despuesto, puede identificarse que los organizadores de los Sumarios… habían identificado diferencias en la práctica, de manera que el orden jerárquico podía ofrecer alternativas: a la hora de presentar recursos de alzada, las situaciones eran heterogéneas y los agentes tenían opciones según el equipamiento político de cada región. Sin embargo, como se ha avanzado, el ejercicio de la justicia en el orden local no descansaba solamente en el alcalde. También podían administrar justicia los lugartenientes de adelantados o de gobernadores y, residiendo en la ciudad, 39 R.C. de Carlos, Madrid 1536 y otra de Felipe II, desde el Prado, a 26 de noviembre de 1573; recogidas como ley tercera del libro y título antes citado de los Sumarios... 40 “Que A los Alcaldes Ordinarios, se les guarde su jurisdiccion conforme à la costumbre”, RC de Carlos V, desde Talavera a 21 de enero de 1541, Sumarios... Libro Cuarto, Título Quinto, Ley 16, ff. 713/349. “Que los Alcaldes Ordinarios puedan conocer en primera instancia, de pleytos de Indios con Españoles”, Felipe II, Madrid, 12 de enero de 1582, ley 18, ff. 714/349. “Que Confirmandose en la Audiencia, las sentencias de los Alcaldes, y Juezes Ordinarios, se les debuelvan, para que executen”, Carlos, 31 may 1552, Felipe III, en el Pardo, 22 nov 1600, ley 25, ff. 715/350. “Que los Alcades Ordinarios de Lima, no puedan ser presos, sin cosulta del Virrey”, Felipe IV, Madrid, 13 set 1621 y Barcelona a 12 abr de 1626, ley 26, ff. 715/350; “Muriendo el Governador, goviernen los alcaldes ordinarios, cada uno en su distrito, en el interin, que le provee el que para ello tuviere facultad, no avidno el Governador dexado Teniente”, Felipe III, S. Lorenzo a 24 mayo 1600, varios más, hasta una de Felipe IV en 1627, ley 27, ff. 715/350; “Que por ausencia, ò muerte de Alcalde Ordinario, haga el oficio el Regidor mas antiguo y el que se ausentare, no pueda dexar Teniente”, Felipe II, 1587 y 1590, ley 28, ff. 715/350 y ss. Sobre las competencias de Pesquisidores y juezes de comission Cfr. Título Nono del mismo libro, ff. 727/356. P. ej., “Que Ningun juez Pesquisidor, de comission, ni ordinario, pueda conocer de causas, que estuvieren sentenciadas, y passadas en cosa juzgada.”, Felipe II, Madrid, 12 dic 1567, 731/358. En la práctica, durante el siglo XVIII está comprobado que el reemplazo lo realizó quien había comprado el oficio de alférez real. 41 La expresión más extrema de esta postura es de 1573, cuando mandó “...Que Donde huviere Governador, o Corregidor, no entren los Alcaldes Ordinarios en el Cabildo” Sumarios... Libro Cuarto, Título Quinto, leyes 12 y 13 (ley 12, RC, 27 feb 1575 y ley 13, Felipe II, en el Pardo, 26 nov 1573), ff. 713/349.

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ellos mismos. En el acta capitular del Cabildo santafesino del día dos de mayo de 1575, puede leerse “...el muy ilustre señor adelantado Juan ortiz de çarate caballero de la orden de santiago, gobernador y capitan y juzticia mayor y alguazil mayor de estas provincias de la nueva Viscaya por la merced rreal del rrey Don felipe nuestro señor...”, mientras que en otra, la primera del año siguiente, reza “...estando presente el muy magnífico señor capitan Juan de garay teniente general y justicia mayor que es de las provincias y gobernacion de la Nueva Viscaya por el muy noble señor adelantado Juan ortiz de çarate cavallero de la orden del señor Santiago gobernador y capitan general y justicia mayor y alguacil mayor de las dichas provincias de la nueva Viscaya...”.42 Al momento, la jurisdicción de las “provincias de la Nueva Viscaya” coincidía con la de la ciudad de Santa Fe. Este fenómeno –bien que de corta duración, dado que esta denominación no perduró y, pocos años después, Santa Fe fue ciudad de la gobernación del Río de la Plata– muestra la sobreimpresión de dos sedes en un solo sitio (en un único lugar). Santa Fe de la Nueva Viscaya era la capital de una provincia que no tenía otra ciudad, por lo tanto, su inevitable “cabeza”. Vale decir que Ortiz de Zárate, adelantado del Paraguay y Río de la Plata, abrió dos nuevas jurisdicciones (la de la provincia y la de la ciudad) en un solo acto y un solo sitio. Esta es una de las variantes que presenta el impacto de la acción política sobre el tema de las jurisdicciones y de las potestades para ejercer justicia en una sola sede. Pero hay otras. El que la competencia del alcalde no fuera preeminente frente a la del gobernador como “juez” o como justicia en la ciudad de su residencia ha sido señalado tanto por Víctor Tau Anzoátegui como por Zacarías Moutoukias. Tau expresa claramente: “Quien primero conocía desplazaba al otro. La elección de una u otra vía varió de acuerdo con el tiempo y las circunstancias, pero fue más frecuente, según parece, la utilización de la primera [la del alcalde, D. B.]”43 Moutoukias, por su parte, sospecha que la intervención de uno u otro respondía a la “gravedad” del delito en cuestión. Escribió: “...en el estado actual de nuestros conocimientos es difícil establecer dónde se situaba la separación con la jurisdicción del gobernador. Todo hace pensar que en la gravedad de las penas.”44 Las dos situaciones pueden comprobarse durante la vida de Santa Fe la Vieja. Tau Anzoátegui apuntó a la cuestión “circunstancial” en un sentido lato: habiendo entendido primero en la causa el gobernador, el alcalde quedaba fuera de ella. Pero las circunstancias podían ser, ellas también, bien otras que la del inicio del expediente (Tau) o la de la gravedad de las faltas (Moutoukias): en algunos pleitos tenidos en Santa Fe durante la primera mitad del siglo XVII, lo que parece 42 AGSF-ACSF, Tomo I, libro 1º. 43 TAU ANZOÁTEGUI, Víctor “Órdenes normativos...” cit., pp. 309-310. 44 MOUTOUKIAS, Zacarías “Gobierno y sociedad...” cit., pp. 375 y 376.



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claro es que el teniente de gobernador intervenía como primera instancia en los casos que involucraban a los capitulares. Cabe pensar en que la “dignidad” y la situación de las partes en juicio podía jugar un papel determinante a la hora de excusar al alcalde de primer voto de actuar en una causa. No se encuentran casos de excusaciones, en cambio, cuando entre las partes se contaban parientes o amigos: al contrario, esto era motivo corriente de quejas, protestas y hasta de presentación de tachas, que no siempre conducían a la anulación de lo actuado. Estos puntos perfilan la cualidad de problema del ejercicio local de la justicia en clave de jurisdicciones o competencias múltiples y sobrepuestas. Un adelantado, en general titular de una gobernación y, por delegación, su teniente, eran considerados, al igual que el corregidor, “justicias mayores”. Pero esto no quería decir “justicia en segunda instancia”. Coincidiendo dignidad y residencia en un lugar, en una sede, estas figuras reunían, al mismo tiempo, potestades ligadas al gobierno con las implicancias de oficios de justicia sin más: así lo afirma la ley, que nada contradecía, sino que, a lo sumo, sobreindicaba, cuando afirmaba que “donde haya gobernador no entren los alcaldes en Cabildo”. El texto regio expresaba con claridad que, habiendo en el lugar una dignidad superior a la del alcalde –no se trataba de un(a) justicia de segunda instancia–, aquella dignidad superior constituía otra autoridad competente frente a la cual un demandante podía presentar sus peticiones, sus reclamos, o iniciar un litigio. Se le designaba como “mayor” no porque constituyera un tribunal de apelación, sino porque su dignidad se imponía en preeminencia a la del alcalde. “Justicia mayor” no constituía una distinción honorífica: otorgaba jurisdicción que podía ejercerse tal y como lo hacía el juez ordinario (el alcalde). Un acta de la ciudad de Buenos Aires, a 8 de julio de 1608, es más explicativa: nombrando como su lugarteniente a Manuel de Frías, Hernandarias mandó escribir que “...para que como tal su lugar Teniente General acuda a todos los cassos y cossas de justiçia y guerra que al presente ay y adelante hvbiere ...”45 El gobernador o el presidente de Chile era también, además, capitán general y su lugarteniente, el gobernador de Cuyo, llevaba “... además el título de corregidor y justicia mayor al que después se agregó el de alcalde mayor de minas y registros y gobernador de armas”.46 El nombramiento de estos corregidores, al igual que en el caso de los regimientos, era una prerrogativa Real pero, en los hechos, cuando vacaban –por ejemplo en el caso de Cuyo– la designación era hecha el capitán general de Chile en nombre del Virrey del Perú. Como ya se ha expuesto –y como se desprende de las cronologías de autoridades brindadas en el apéndice– la máxima autoridad en el Río de la Plata hasta comienzos de 45 Acuerdos del Extinguido Cabildo de la Ciudad de Buenos Aires, T. II, p. 64. 46 MORALES GUIÑAZÚ, Fernando Los corregidores y subdelegados de Cuyo: 1561-1810, Coni, Buenos Aires, 1936, p. 9

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la década dd 1590 fueron los adelantados, cuya potestad concernía a una gobernación incluida en el virreinato peruano. Tanto el Rey como el Virrey del Perú detentaban el derecho a nombrar gobernador de la provincia rioplatense, pero el Adelantado –que había obtenido su rango de un contrato con el Rey– se impuso a las designaciones virreinales, como cúspide del poder político provincial. Esta situación se sostuvo hasta la muerte del 4to Adelantado del Río de la Plata y la creación de la Gobernación del Paraguay y Río de la Plata (1593-1618), desde entonces claramente identificada como provincia del Virreinato del Perú y, en materia judicial, continuó bajo la jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas, a la cual perteneció desde que ésta fue erigida. 47 Para una monarquía percibida con ojos peninsulares, el lejano litoral paranaense sentó precedentes acerca de excepciones admisibles (por inevitables) respecto de alcaldes que no escribían, que no eran residenciados y que, además, hasta ejercieron durante dos años seguidos.48 En los archivos locales puede verse la anomalía en clave de circunstancia, como fruto de la configuración. Su composición en movimiento ofrece argumentos, casi siempre basados en una prescriptiva prolijísima y consecuente en la redacción de items destinados a crear lo excepcional y el intersticio. No menos normal resulta, desde la lectura de estos documentos locales, la existencia de varias “varas de justicia” y, con ellas, de un universo de potestades y de jurisdicciones (en su primera acepción, de iuriscendi potestas) que excede largamente a la figura del alcalde de primer voto. Adelantados, Gobernadores, Tenientes de Adelantado y Tenientes de Gobernador eran también, todos ellos justicias: ministros que encarnaban un orden policéntrico o, mejor, multicéntrico. Geométricamente, la única posibilidad gráfica es la sobreimpresión de círculos que, representando la territorialidad (segunda acepción de jurisdicción, en calidad de espacialización de la potestad de juzgar), coinciden en tramos de superficie. En el orden de la experiencia, la vida cotidiana del registro de la justicia muestra su incardinación en una negociación constante, que (a 47 [2012] El capítulo versa sobre las tecnologías de gobierno y justicia seculares; sin embargo, el no haber señalado siquiera la existencia de una justicia eclesiástica local se debió a mi ignorancia. Elegí no reparar esta falta y remito al lector a los trabajos recentísimos de Miriam Moriconi sobre esta dimensión judicial a la cual, demuestra para un período posterior, los santafesinos ocurrieron frecuentemente y por cuestiones bien diversas. MORICONI, Miriam “Otra vara de justicia en Santa Fe de la Vera Cruz: los jueces eclesiásticos. Diócesis del Río de la Plata, siglos XVIIXVIII”, en el seminario Nuevos campos de investigación en la historia de las instituciones eclesiásticas y del derecho canónico indiano en el Virreinato del Perú (siglos XVI-XIX), Max-Plank Institut, Lima, 30 de mayo-1 de junio 2012 (Actas, en prensa) y “Usos de la justicia eclesiástica y de la justicia real (Santa Fe de la Vera Cruz, Río de la Plata, s. XVIII)”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Debates, puesto en línea el 27 octubre 2012. URL : http://nuevomundo.revues.org/64359. 48 El caso de Antón Romero, alcalde en 1576 y 1577; Mateo Gil, alcalde en 1576, firmaba con una cruz potenzada o por terceros. No se registran residencias para los alcaldes santafesinos durante el período 1573-1640.



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pesar de la diferenciación ensayada por la normativa) se dirimía políticamente o por la fuerza. Alcaldes y regidores: el cabildo Los Regidores fueron introducidos por el Ordenamiento de Alcalá (1348) como una cuña del poder monárquico en los concejos castellanos.49 La progresiva patrimonialización del oficio sumado a la delegación soberana para la designación de este cargo en los cabildos americanos (que recaía primero en el Adelantado, que a su vez la delegaba en el Gobernador, quien hacía lo propio con sus Tenientes) desdibujan completamente el sentido que animaba al contenido de este cargo en sus orígenes. En cuanto a los avances de la jurisdicción regia sobre las concejiles, ya en el Fuero Real (circa 1225) se preveía la designación de jueces reales para administrar justicia en los concejos.50 Como se ha visto, Colón había dispuesto en territorio americano la conformación de un primer cuerpo con tres regidores: en lo sucesivo, los cabildos americanos presentaron un número mínimo de seis, aunque algunos cabildos fueron conformados solamente con cuatro.51 A diferencia del oficio de Alcalde,52 la regiduría –prácticamente desde el momento mismo de su implantación– se convirtió en el oficio venal por antonomasia.53 49 MONSALVO ANTÓN, José María “Poder político...” cit., p. 117. Idéntico punto de vista para el siglo XVII sostenía LYNCH, John España bajo los Austrias, Tomo II, España y América, Península, Barcelona 1984 [1972], p. 97 y 186. 50 GONZÁLEZ ALONSO, Benjamín Sobre el Estado y la Administración de la Corona de Castilla en el Antiguo Régimen, SXXI, Madrid, 1981, p. 61. Las Audiencias, por ejemplo, fueron institucionalizadas como tal en las cortes de 1371, a fin de actuar como tribunal supremo de Castilla. MONSALVO ANTÓN, José María “Poder político...” cit., p. 122. 51 Panuco y Tampico en Nueva España; Puerto Viejo y Villar de Don Pardo en el Perú. Cfr. BAYLE, Constantino Los cabildos... cit., p. 101. 52 Sin embargo, debo consignar la existencia de un estudio reciente que matiza sino modifica completamente esta convicción desde luego muy arraigada en la historiografía española. Se trata del libro de GÓMEZ GONZÁLEZ, Inés La Justicia en Almoneda. La venta de oficios en la Chancillería de Granada (1505-1834), Comares, Granada, 2000, 258 pp. La autora afirma y demuestra que la prohibición de la venta de las judicaturas, respuesta de Carlos V a las Cortes de Valladolid de 1523, “...tiene fuerza de ley y no se derogará ....”, manteniéndose en vigor durante todo el Antiguo Régimen. “Ahora bien –asienta Inés Gómez– en ocasiones excepcionales la ley se vulneró. No ya porque los titulares vendieran sus puestos a espaldas del poder gubernamental, sino porque éste los vende directamente. Así sucedió, que me conste, en los reinados de Carlos II y Felipe V.” GÓMEZ GONZÁLEZ, Inés La justicia... cit., p. 29. 53 GONZÁLEZ ALONSO, Benjamín Sobre el Estado y la Administración... cit., p. 57 y ss.; “Notas sobre los acrecentamientos de oficios en los municipios castellanos hasta fines del siglo XVI”, en VVAA Centralismo y autonomismo en los siglos XVI-XVII. Homenaje al profesor Jesús Lalinde Abadía, Barcelona 1989, pp. 173 a 194; para el siglo XVII, Cfr. TOMÁS Y VALIENTE, Francisco “La venta de oficios de regidores y la formación de oligarquías urbanas en Castilla (siglos XVII y XVIII)”, en Historia, Instituciones, Documentos, 2, 1975, pp. 525 y ss.; “Venta de oficios públicos

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La experiencia de los gobiernos municipales, tanto en la Península como en América, mal podía ser homogénea: la organización y el funcionamiento de los concejos peninsulares presentaban entre sí no pocas diferencias.54 De tal manera, las razones de los contrastes entre las organizaciones municipales indianas, bien podrían comenzar a indagarse por este rumbo y no por las Ordenanzas del Bosque de Segovia, primera organización de papeles sueltos referidos a “fundación de ciudades” que es bastante tardía, sin ir lejos de nuestro objeto, coetánea a la llegada de Garay a la tierra de Calchines y Mocoretás: 1573. En La ciudad indiana, Juan Agustín García (1862-1923) buscaba establecer las “fuentes” de la legalidad municipal. Recurría a los fueros locales hispanos, buscando coincidencias, pero en el fondo preocupado por el caso bonaerense como una desviación de la norma.55 “Esta era la ley teórica, moderada, dentro del absolutismo monárquico, sensata, justa. La ciudad nombra sus jueces, administra sus propios, ejerce sus modestas atribuciones vecinales. Pero en la práctica la teoría legal fue adulterada y falseada por la misma autoridad que la sancionara, y especialmente por los encaren Castilla durante los siglos XVII y XVIII”, en Gobierno e instituciones en la España del Antiguo Régimen, Alianza, Madrid 1982, pp. 151 a 179; DOMÍNGUEZ ORTÍZ, Antonio “Las ventas de cargos y oficios públicos en Castilla y sus consecuencias económicas y sociales”, en Instituciones y Sociedad en la España de los Austrias, Ariel, Barcelona 1985, pp. 146 a 183; en el caso rioplatense, cfr. las ventas de oficios de regidores del Cabildo de Buenos Aires en Charcas, relevadas por GELMAN, Jorge Daniel Économie et administration... cit., capítulo 1. 54 Ilustran magníficamente este punto FORTEA PÉREZ, José Ignacio Monarquía y Cortes en la Corona de Castilla. Las Ciudades ante la Política fiscal de Felipe II, Cortes de Castilla y León, Salamanca 1990, 516 pp.;” FORTEA PÉREZ, José Ignacio y CREMADES, M. C. Política y Hacienda en el Antiguo Régimen, Actas del II Congreso de la Asociación Española de Historia Moderna, Murcia, 1993; PASSOLA TEJEDOR, Antoni La historiografía sobre el municipio en la España Moderna, Lleida 1997, 183 pp. López Nevot, José Antonio La organización institucional del municipio de Granada durante el siglo XVI (1492–1598), Granada, 1994, 382 pp; HIJANO, Ángeles El Pequeño Poder. El municipio en la corona de Castilla: Siglos XV a XIX, Fundamentos, Madrid 1992, 185 pp. González Alonso, Benjamín Sobre el Estado y la Administración de la Corona de Castilla en el Antiguo Régimen, SXXI, Madrid, 1981. 271 pp. Bernardo Ares, José Manuel de y Martínez Ruiz, Enrique –editores– El Municipio en la España Moderna, Universidad de Córdoba, 1996, 379 pp. BERNARDO ARES, José Manuel de El poder municipal y la organización política de la sociedad. Algunas lecciones del pasado, Córdoba 1998, 607 pp. RIBOT GARCÍA, L. y DE ROSA, L. –compiladores– Ciudad y mundo urbano en la época moderna, Actas, Madrid 1997, LAMBERT GORGES, Martine –éd– Les Élites locales et l´État dans l´Espagne moderne (XVIe–XIXe. Siècle), París, 1993, pp. 129 a 142; Gibert, Rafael “El Derecho municipal de León y Castilla”, en Anuario de Historia del Derecho Español, Tomo XXXI, INEJ, Madrid, 1961. pp. 695 a 754. FRANCO SILVA, Alfonso Estudios sobre ordenanzas municipales... cit. Para un estudio comparativo de los cabildos americanos, continúa siendo una referencia el trabajo de Bayle, Constantino Los cabildos…, cit. 55 Véase GARCÍA, Juan Agustín La ciudad indiana, Hispamérica, Buenos Aires, 1986 [1ª. Ed, 1900], p. 90 y ss.



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gados de vigilar su buen cumplimiento. Nuestro primer Cabildo fue organizado por Garay en uso de las prerrogativas concedidas por el Rey al adelantado Ortiz de Zárate [...y, más adelante, asevera:] La práctica aboninable de vender los oficios concejiles completó la ruina del sistema municipal.”56 Hoy el párrafo podría ser suscrito por cualquier revisionista; manifiesta la búsqueda culpas fundacionales. Sin embargo, aunque mitificante, el aporte de García radica en que reconocía como visible la primacía de la voluntad y la experiencia de los agentes frente al imperio de la norma. Desde otra plataforma epistémica, Ricardo Zorraquín Becú alimenta una filiación que remite, también ella, a órdenes que ya en la Península se presentaban como diversos, ligados fundamentalmente a la provisión de cartas pueblas durante el período de la reconquista.57 Zorraquín destaca el margen de autonomía de esta institución y, por otra parte, la ausencia de “...un cuerpo orgánico de leyes para regular su funcionamiento...”. Este cuerpo, que mal podía aparecer en el marco de una prescriptiva esencialmente casuística, se ajusta bien a la realidad de unas normas especiales “...muchas veces limitadas a una región, para precisar lo que ya existía o imponer reformas particulares. Puede afirmarse –concluye Zorraquín– que la organización del municipio indiano fue un producto jurídico consuetudinario, que la legislación sólo trató de pulir y a veces de modificar, aunque sin alterarlo fundamentalmente.”58 La composición de estos cabildos se realizó, en los casos de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, básicamente de acuerdo al modelo de los que funcionaban en el Perú.59 Por lo tanto, y como se ha dicho ya, dos alcaldes, seis regidores y un escribano, presididos por el Teniente de Gobernador en la ciudad, eran quienes se reunían en ayuntamiento. En Córdoba se indicó expresamente que Alcaldes y Regidores serían “cadañeros” –en Santa Fe, Garay había hecho anotar que la elección debía hacerse “...el día de Año Nuevo que vendrá...”–.60 A diferencia de lo contemplado en esta última, el registro cordobés contemplaba el envío por Su Señoría de regidores perpetuos, casi como una rareza –ya que lo que sucedía, en general, era que los regimientos de hecho se patrimonializaron a partir de la 56 57 58 59

GARCÍA, Juan Agustín La ciudad..., cit., pp. 93 y 95 respectivamente. ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo Los cabildos... cit., p. 5. ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo Los cabildos... cit., pp. 6 y 7. Y no, por ejemplo, como lo había constituído Irala en 1541, con cinco regidores “reunidos en cabildo con la justicia”, con regidores electos por diez vecinos y por un período de dos años. Cfr. Revista de la Biblioteca Nacional, Tomo I, Buenos Aires, 1937, p. 675; LAFUENTE MACHAÍN, Ricardo El Gobernador Domingo Martínez de Irala, Buenos Aires 1939. Zorraquín señala además que en el acta de fundación de Asunción no se mencionan a los Alcaldes. 60 ARCHIVO MUNICIPAL DE CÓRDOBA Actas Capitulares. Libro Primero: 1573 - 1587, Córdoba 1974, XV y 719 pp; advertencia de Carlos A. Luque Colombres, sesión del 6 de julio de 1573; Acta de Fundación de Santa Fe, cit., p. 21.

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venta de estos cargos en almonedas públicas que se realizaban en la ciudad de Charcas.61 Los funcionarios reales que operaban en el marco del Cabildo –oficiales de la Real Hacienda, Alférez Real, Alguacil Mayor de la ciudad, Alcalde Provincial de la Santa Hermandad, Depositarios, Receptor de Penas de Cámara, Fiel ejecutor, etc.– son materia de casuística. Excepción hecha de los Tesoreros de la Real Hacienda, que solían venir desde fuera de la ciudad, incluso desde España, los mismos vecinos que ocupaban alcaldías o regimientos se hicieron cargo, en un principio, de todas esas funciones.62 El aumento del número de vecinos y la complejización del grupo hegemónico hicieron que, pasados pocos años, algunos cargos se fueran creando e, incluso, otorgando a vecinos que sólo cumplieron estos “oficios reales”, descomprimiendo la carga de tareas de alcaldes y regidores, a la vez que abrían el abanico de la oferta de los cargos políticos a un número creciente de vecinos-clientes, a quienes había que ofrecer participación y prebendas. El teniente de Gobernador, justicia mayor: ¿largo brazo de la gobernación o báculo de los vecinos? La complejidad de una pequeña formación política como la que aquí se estudia, fue incrementándose. Esto es evidente incluso si se analiza sólo uno de los vértices intermedios del complejo jurisdiccional al que pertenecía. Hasta aquí, puede presentarse la ambigüa impresión de que, contra lo que marcaba la real prescriptiva en algunos casos, existió en la ciudad de Santa Fe –y en otras ciudades americanas del período hispánico– más de un justicia. Por ejemplo, la ley 22 del título quinto del libro cuarto de los Sumarios –una Real Cédula dada por Felipe II en 1560– consignaba: “Que los Governadores no se entrometan à conocer de las causas civiles, ò criminales, que passaren ante los Alcaldes Ordinarios; conforme à la Ley cincuenta y siete, del titulo antes de este.”63 Sin embargo, ya se ha visto que el lugarteniente del gobernador, representaba en la ciudad al “justicia mayor”. ¿Una sóla justicia en la ciudad? ¿Sólo una vara? Parece prudente prescindir de afirmaciones en singular, y averiguar qué es lo que existe detrás de esta figura, ya no desde la prescriptiva regia, sino desde el registro más localizado de los gobernadores y, por qué no, desde los conflictos que rodearon, en la ciudad de Santa Fe, a los distintos hombres que ocuparon este puesto. Por otra parte, 61 GELMAN, Jorge Daniel Economie et administration... cit., MOUTOUKIAS, Zacarías Contrabando... cit., y en este libro, más adelante, los casos de las ventas de oficios de escribanía y regidurías, trasladados de AGI, Charcas, 64, n. 67; 66, n. 32. 62 Cfr. los nombramientos dobles, a lo largo de todas las actas contenidas, por ejemplo, en la primera serie, que acoje a las más antiguas. AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I y II (1575-1585 y 1590-1595). 63 Sumarios... cit., ff. 714/349.



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el estudio de esta delegación, de este lugar intermedio que supone la extensión del brazo de la gobernación, se inserta en una discusión más amplia, que quizás alcanza cierta relevancia general: ¿produce esta delegación, finalmente, desde el ejercicio, los efectos esperados por la voluntad de la autoridad central que en él comisionaba su potestad? ¿O, por el contrario, como sucedió de alguna manera con los regimientos en el siglo XIV, el rol del teniente de gobernador quedó atrapado en la dinámica de intereses locales, con su consiguiente resignificación a escala espacial e histórica? Si en principio aparece suficientemente claro que este cargo era desempeñado por un hombre de confianza del gobernador de turno, es importante de todos modos escudriñar de qué manera fue cobrando sentido esta función en el marco de su extrema sensibilidad a la coyuntura histórica a causa de que era el borne entre la escala provincial y la escala local de gobierno. El teniente de gobernador fue, a todas luces, un mediador, una verdadera bisagra de la organización política a escala de imperio que tenía diferentes grados de articulación, todos ellos muy concientizados por los mismos agentes. 64 En una carta dirigida por el alguacil mayor Sebastián de Aguilera y el regidor Diego Tomás de Santuchos al Gobernador Fernando de Zárate en diciembre de 1593, la figura del Gobernador fue definida, en su extensión, como “Lugarteniente del Virrey Capitán General y Justicia Mayor de las dos gobernaciones del Río de la Plata y del Tucumán por el Rey....”.65 Este lugarteniente del virrey designaba su propio teniente en las ciudades de la provincia que debían jugar un papel de gozne entre los dos niveles. Es decir que, en este sentido, el modo según el cual el gobernador concebía este rol era tan importante como el modo en el cual lo concebía el cabildo de la ciudad sede del teniente. Este rol de articulador entre horizontes administrativos y de gobierno, no dependía entonces únicamente de las atribuciones conferidas al cargo por la prescriptiva, ni siquiera por los mandatos más informales –y políticamente más operativos– del gobernador de turno: las definiciones emergían al calor de estos factores puestos a negociar con la voluntad de los capitulares dispuestos a ampliar, acotar, delimitar o exigir el cumplimiento de tales o cuales requisitos a un hombre que, por otra parte, en algunos casos era conocido por ellos mucho mejor que por el gobernador a quien representaba.

64 La historiografía funcionalista hizo uso y abuso de esta metáfora: la imagen de “correa de transmisión” y de “bisagra”, fue utilizada por Karen Spalding para caracterizar el rol del kuraka, en su estudio sobre la sociedad indígena altoperuana. Cfr. SPALDING, Karen De indio a campesino. Cambios en la estructura social del Perú colonial, IEP, Lima, 1974, 258 pp. 65 AGSF-ACSF, Tomo II, Primera serie, f. 173 v.

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Durante 1577 un breve conflicto nos permite saber cómo se fue elaborando esta figura: Francisco de Sierra, quien había sido alcalde ordinario el año anterior, fue nombrado “teniente de gobernador” por Garay. Sierra se excusó, pidió regresar a su casa (de donde, afirmó, faltaba desde hacía cuatro años, en referencia a su casa poblada en Asunción) y, arguyendo edad avanzada, descuido de su hacienda y el mencionado tiempo transcurrido, trató de evadir la designación. El cabildo insistió e incluso lo penó con prisión. Sierra trató de evadir también apelando a “tecnicismos”, pero se le conminó a hacerse cargo de las cuestiones de guerra, pacificación y reducción y castigo de todos los naturales que “... contra su Real servicio están Rebeldes....”, lo que fue aceptado por el Teniente Sierra. En medio de esta situación crítica, se le dieron poderes para nombrar “... caudillos y caporales....”,66 pequeños jefes débilmente armados que componían las fuerzas con las cuales la ciudad debía defender sus términos del bandidaje y de los indígenas. Las competencias de este cargo aparecen más largamente comentadas en el poder otorgado por Juan de Garay, en 1578, a su teniente Francisco del Pueyo. Dice el texto: “...el ilustrísimo señor general Juan de garay teniente de gobvernador y capitan general y justicia mayor e alguacil mayor en estas provincias [...] husando de los poderes a su merced dados por el dicho señor gobvernador en nombre de su majestad el Rey don felipe nuestro señor y a tal su lugar teniente según y como mas e mejor puede e debe e de derecho ay lugar: acatando que el capitan francisco del pueyo es cavallero e hijodalgo persona de mucha confianza y que en todo lo que sea ofrecio o ofreciere e serbido e servira a su majestad y que tiene por todos los meritos para lo de yuso contenido E confiando que hara bien y fiel y diligentemente en esta ciudad el oficio de su lugarteninete e terna esta ciudad en paz y sosiego e hara justicia a las partes e lo que en tal caso se requiere dijo que le nombrava y nombro al dicho capitan francisco de pueyo por tal su lugarteniente de governador y capitan general y justicia mayor e le criava por tal en esta ciudad de santa fe y sus terminos e destirto e le dio de su poder cumplido libre llenero e vastante según que se lea y tiene y en tal caso se requiere e a quien lees dado para que govierne esta dicha ciudad e sus terminos como su teniente de governador y capitan general y justicia mayor E oyga en los casos y causas civiles y criminales en las instancias e vias e formas que los tenientes de governadores lo pueden y deven hazer 66 AGSF-ACSF, Tomo I, Primera serie, f. 17.



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e según y como el dicho general lo puede hazer y oyr y conocer de los tales casos e cosas y en lo tocante a cosas de la guerra e yndios pueda criar e crie cabdillos e los nombre eseñale e haga las otras cosas anexas y pertinentes como su misma persona y en el Repartir de las pieças que se tomaron guarde la horden y forma que su majestad tiene y mandare e en los Respartimientos e caciques bacos o que e de nuevo binyeren aservir yn via de deposito los ponga en las personas que le paresciere....”67 Gobierno, guerra, justicia. Las cuestiones relativas a los indios atraviesan los tres ámbitos de su desempeño. En lo que respecta a la justicia entre españoles, la ocasional actuación de los tenientes en pleitos de primera instancia ha llamado la atención de algunos colegas. Sin embargo, la “vara de la real justicia”, destinada en la prescriptiva al alcalde de primer voto, era entregada también a los tenientes de gobernador, como se desprende de las presentaciones de sus títulos y, sobre todo, de los relatos que narran el ceremonial correspondiente.68 Aun dando por supuesto que la mayor parte de los actores pudiera desconocer los detalles de las “leyes de Indias”, la cultura jurídica se filtraba y funcionaba. Una Real Cédula de Carlos V más una pequeña mención en la Ordenanza 4 de Audiencias dada por Felipe II en 1563, forman un pliegue que permitía que las prácticas no contravengan las normas que, en rigor, nunca se contradecían, sino que se sobredecían. Véanse algunos ejemplos. A la lapidaria “...Que todas las apelaciones en las Indias vayan à las Audiencias de sus distritos...”, los papeles citados más arriba acompañan un más permisivo “...excepto las que huvieren de ir à los Cabildos ò Gobernadores, y fenecerse ante ellos....”69 De esta manera, lo que los tenientes podían y debían hacer, era fruto de una casuística –lo que, por otra parte, fue absolutamente constitutivo del funcionamiento de la justicia en esta sociedad–70 que no necesariamente renegaba de la Real Prescriptiva. Sin embargo, el ejercicio de la práctica también ofrece sus matices, apelando a las posibilidades brindadas por un momento constructivo y performativo: así como puede significarse una figura ya consolidada, aparece también la probabilidad de incorporar a la órbita de los oficios municipales a otras que, temporalmente, se dotaban con las prerrogativas de la anterior.

67 AGSF-ACSF, Tomo I, Primera serie, f. 29. Todos los resaltados me pertenecen. 68 Por ejemplo, 31 de enero de 1594, cuando el cabildo acepta el título de teniente presentado por Luis de Abreu y Albornoz se le entrega “la vara de la Real Jza”. AGSF-ACSF, Tomo II, Primera serie, f. 178 v. 69 Recuperadas en Sumarios... cit., 1628. Libro IV, Título XIII, ley séptima. 70 Cfr. por ejemplo, las páginas de TAU ANZOÁTEGUI, Víctor Casuismo y Sistema, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires 1992, p. 15 y ss.

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Cuando Juan de Garay nombró como su teniente al conflictivo flamenco Simón Xaques, le expresó, como lo había hecho con Francisco del Pueyo, que entre sus potestades se contaban las de “remover los cargos del Cabildo” –a excepción de los alcaldes–, “...entender en causas civiles y criminales...”, y en tomar parte en la “..guerra y pacificación de los naturales...”.71 Pero no fue esta la única fórmula elegida por Garay para conceder, en otra ocasión, esta primitiva “suma de poderes”. En 1583, apeló a una figura diferente. Con motivo de su ausencia en enero de ese año, echó mano de la designación de un Alcalde Mayor, en la persona de Antonio Tomás, también él un hombre de su confianza. Este poder, fue otorgado para que “...como alcalde mayor y Justicia riga y administre y haga Justicia En lo civil y criminal apedimento de parte [...] y podais Entrar en Cavildo y hazer el oficio de Justicia mayor y para hablar de indios y determinar los pleytos que sobre ello se rreceviere y para compeler y apremiar a los capitanes caudillos y quadrillas que yo dexo señalados [...]”72 La similitud con los alcances atribuidos a un Teniente de Gobernador de ciudad es tal que hace pensar en un reemplazo liso y llano de una figura por otra, pervirtiendo o resignificando, por otra parte, la semántica que la prescriptiva otorgaba por entonces a la función de Alcalde Mayor, básicamente ligada en el Perú o en México a un sinónimo de “corregidor” de indios. Por otra parte, la superposición de sus poderes con la órbita judicial atribuida al alcalde de primer voto, es además, evidente. La coyuntura en que se hicieron los nombramientos reseñados es bien complicada. Juan de Garay nombró a sus Tenientes de Gobernador e incluso a su “Alcalde Mayor” sin detentar, en ningún momento, el título de Gobernador del Paraguay. Título que, cabe agregar, sencillamente no existía. La gobernación de esa provincia la ejercía en realidad un “Adelantado”, cuya potestad estaba basada en un contrato directo con el Rey, lo que explica de alguna manera la elisión de la figura del Virrey en el complejo que se expone. El Virrey del Perú, no obstante, tenía derecho –según expresos poderes otorgados por Felipe II, por ejemplo, a Francisco de Toledo– a nombrar gobernador del Paraguay pero, como se dijo, este rey no dejó de contratar directamente con adelantados. Juan de Garay –que tampoco era Adelantado–,era lugarteniente, en Santa Fe y en Buenos Aires, de Martín Suárez de Toledo primero (Teniente de Gobernador del Adelantado Juan Ortíz de Zárate que fue electo por los rebeldes que expulsaron a Felipe de Cáceres de Asunción en 1572 y, luego, consuegro de Garay), del Adelantado Juan Ortíz de Zárate73 y luego, hasta su muerte acaecida en 1583, de Juan Torres 71 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, f. 36. 72 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, ff. 51 y 52. 73 Juan Ortíz de Zárate nació en Orduña, Vizcaya, hacia 1515, y llegó al Perú con los vascos que acompañaban a Hernando Pizarro, en 1534. Siguiendo a Presta, “Su padre, Lope Ortiz de Men-



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de Vera y Aragón, quien estaba en camino y para quien el vizcaíno trabajó tenazmente a fin de obtener su casamiento con la hija de su predecesor (sin este matrimonio no había adelantazgo para Torres de Vera). Entre 1573 y 1583, Juan de Garay se movió en una suerte de cono de sombra jurisdiccional: su participación con un alto grado de compromiso con las facciones encarnadas en las más altas autoridades del espacio (los adelantados Zárate y Torres Navarrete) le valieron sus nombramientos en el cargo de Teniente de Gobernador (en rigor, lugarteniente de Teniente de Adelantado primero y Teniente de Adelantado después). Su movilidad, por el otro lado, era la razón de las múltiples argucias creativas que, en coyunturas difíciles (como las vividas en Santa Fe para él y sus allegados durante el ínterin de la gobernación interina de Diego de Mendieta en 1577, o la rebelión de los mancebos en 1580), le mostraban recreando distintas figuras con el fin de contar con apoyo seguro en las ciudades que no lograban retenerlo por demasiado tiempo. Por lo tanto, este Juan de Garay que detentó, ejerció y hasta delegó varas, oficio y ejecución de justicia, nunca fue más que un lugarteniente de adelantado. Su área de desempeño no estaba por fuera de los márgenes de la legitimidad. Sus acciones estaban encuadradas dentro de las capacidades que la normativa le habilitaba. Su experiencia, por lo tanto, enriquece y abona esta hipótesis de una normativa sobredicha y polipermisiva, que generó la implementación de tecnologías de gobierno y justicia sumamente complejas. La historia del territorio es la práctica de la jurisdicción con potestades sobreimpresas, con solapamientos jurisdiccionales, jurídicos y administrativos, cuya complejidad apenas comienza a despuntar.

dieta, había sido capitán de caballería, alguacil del Santo Oficio de la Inquisición, alcalde, procurador general y, también, comerciante en Bilbao. Su madre, Lucía Martínez de Uzquiano fue natural de Orduña y hermana de Diego de Zárate, caballero de Snatiago, escolta de Carlos V durante su coronación en Aquisgrán y, más tarde, contador de la Casa de Contratación. Los cuatro hijos varones del matrimonio Ortiz de Zárate-Martínez de Uzquiano pasaron al Perú y se establecieron en Charcas. Ellos fueron Lope, Pedro y Diego de Mendieta y Juan Ortiz de Zárate.” PRESTA, Ana María “Cuando la clave es juntar lo disperso…”, cit., p. 23. Juan Ortíz de Zárate revistó en las tropas de Gonzalo Pizaro, durante las Guerras Civiles tomó partido por los almagristas y, vencidos estos, se alió al bando de la Corona, junto a Núñez Vela primero y Diego Centeno después. Cuando la rebelión de Hernández Girón, era regidor en el cabildo de la ciudad de La Plata. Fue encomendero, mercader y de los mineros más importantes del Cerro Rico del Potosí. Siempre según el trabajo de Ana Presta, en 1552, su remesa de metálicos representó el 37% del total de lo enviado desde Potosí. (p. 31). Poseyó varias casas en la ciudad de La Plata, y las utilizó bien como viviendas de alquiler, bien para ofrecerlas como residencia a altos funcionarios.

CAPÍTULO VI La rebelión de 1580 Significado y escalas de un acontecimiento “Se originan por tanto las rebeliones no a propósito de pequeñeces, sino a causa de pequeñeces, pero provocan las revueltas con objetivos de importancia.” Aristóteles, Política, libro V.

Revuelta nocturna a madrugada del 31 de mayo de 1580, víspera de Corpus Christi,1 fue particularmente agitada en la ciudad de Santa Fe. Varios vecinos, entre ellos algunos de los considerados notables sobre todo porque integraron la hueste fundadora, habían confabulado para desplazar a las autoridades de la ciudad que respondían a Garay y al gobierno de Asunción. Pretendían imponer otros nombres como alcaldes y regidores del cabildo y colocar a la ciudad bajo la jurisdicción del Tucumán, gobernada entonces por Gonzalo de Abreu y Figueroa. La intentona duró menos de dos días y fue reprimida por una comisión que, paradójicamente, estuvo comandada e integrada por varios hombres que integraban la lista de rebeldes. De los treinta y cuatro vecinos que habían firmado el acta-acuerdo sellando la conspiración, diez fueron sentenciados; pero el nombre de siete de ellos cobró una suerte de trascendencia que permitió cristalizar la denominación del alzamiento como “La rebelión (o la revolución) de los Siete Jefes”. Algunos historiadores la interpretaron en términos de conciencia de grupo y hasta como un intento independentista respecto de la monarquía de Felipe II. Así, durante décadas (y en algún caso, todavía), en los manuales escolares aparece enunciada como el primer antecedente de la independencia nacional. Los amotina-

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La fecha litúrgica estaba asociada, en la historia rioplatense, a un amargo recuerdo: presa del hambre, cuando el fuerte de Buenos Aires era insostenible, tres españoles habían hurtado un caballo y lo habían comido a escondidas. Ajusticiados por el adelantado Mendoza, parte de los cuerpos colgados en la horca fueron comidos por hombres de la hueste. El episodio, narrado en el capítulo IX del Viaje y derrotero… de Ulrico Schmidel, fue ficcionalizado por Manuel Mujica Láinez (“El hambre”) en De la misteriosa Buenos Aires, Sudamericana, Buenos Aires, 1950 y llevado al cine en un mediometraje por Alberto Fischerman (1981).

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dos de 1580 son caracterizados como héroes iniciadores de una línea histórica que culmina en los sucesos de mayo de 1810: es el primero de los “hitos coloniales” de la historia de la Nación argentina.2 Las manifestaciones políticas de la relevancia local asignada al episodio se materializaron en decisiones de distintos gobiernos de la municipalidad de la ciudad de Santa Fe dando su nombre a una avenida y a un barrio (Avenida de los Siete Jefes y barrio Siete Jefes, respectivamente) así como en el escudo de armas de la ciudad: ideado en 1894 por el historiador Ramón Lassaga, su campo superior está dominado por la inscripción del año de la rebelión (1580) y el inferior por el año 1810, formulando icónicamente lo que desde el punto de vista de las políticas de la memoria locales constituirían los “hitos” de la libertad –concepto sugerido por los fragmentos de rotas cadenas abajo– para el pueblo santafesino. Bajo el centro del escudo –y del gorro frigio– Lassaga propuso inscribir las fechas de cinco convenciones celebradas en el edificio del cabildo –que nada tienen que ver con el desorden que suponen las rebeliones: 1828 (Convención Nacional y Tratado con Brasil), 1831 (Tratado o Pacto del Litoral), 1853 (Congreso Constituyente), 1860 (Convención Reformadora) y 1866 (Convención Reformadora y Reforma sobre los derechos de exportación),3 proponiendo así una línea histórica 2

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A título de ejemplo, LASSAGA, Ramón Tradiciones y Recuerdos Históricos, Peuser, Buenos Aires, 1895; CERVERA, Manuel Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe, UNL, Santa Fe, 1979 [1907], Vol. I, p. 192 y ss. ÁLVAREZ, Juan Ensayo sobre la Historia de Santa Fe, Buenos Aires, 1910; BUSANICHE, Julio “Páginas de Historia”, en Nueva Época, Santa Fe, 3 de noviembre de 1923. CABALLERO MARTÍN, Angel S. Historia del primer movimiento separatista en el Río de la Plata, Castelví, Santa Fe, 1939; BUSANICHE, José Carmelo Hombres y hechos de Santa Fe, I, Santa Fe, 1946; ZAPATA GOLLÁN, Agustín “Los siete jefes: la primera revolución en el Río de la Plata”, en Obras Completas, IV, UNL, Santa Fe, 1990; LÓPEZ ROSAS, José Rafael “Cuatro siglos del alzamiento de los Siete jefes”, en El Litoral, Santa Fe, 1 de junio de 1980; SIERRA, Vicente Historia de la Argentina, T. 2, Buenos Aires, 1970. LAMOTHE, Emilio Alejandro La pequeña Historia, Santa Fe, 1987; Livi, Hebe “La revolución de los siete jefes”, Revista de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe, LV, Santa Fe, 1985, p. 87; Rosa, José María Historia Argentina, Tomo I, Granda, Buenos Aires, 1970 y Roverano, Andrés Santa Fe la Vieja, Santa Fe, 1960, 125 pp. La historia del Padre GUEVARA, S. J., Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, edición de Pedro de Ángelis prologada por Andrés Carretero, Plus Ultra, Buenos Aires 1969 [1836], contiene párrafos muy citados posteriormente, en especial, p. 739. Es interesante el caso de la obrita de GARAY, Blas Compendio elemental de Historia del Paraguay, Asunción 1896 cuyo párrafo de la p. 44 –donde relaciona el motín con la instigación de Abreu– fue suprimido en la edición de su Breve Historia del Paraguay publicada en Madrid en 1897. Entre los trabajos académicos, véase los párrafos escritos por Carlos S. Assadourian en ASSADOURIAN, Carlos S.; BEATO, Guillermo, y CHIARAMONTE, José Carlos Argentina. De la Conquista a la Independencia, Hispamérica, Buenos Aires 1986 [1972], p. 37 y ss. y Nocetti, Oscar y Mir, Lucio La Disputa por la Tierra, cit., Sudamericana, Buenos Aires, 1997. La obra literaria más conocida es la de BOOZ, Mateo Aquella noche de corpus. Cronicón poemático, Santa Fe, 1942. La rebelión de junio de 1640 en Catalunia fue inmortalizada también, en una obra literaria, como Corpus de Sangre. El escudo fue aprobado por ordenanza municipal del 7 de diciembre de 1894. Eliminando cualquier duda sobre la conexión entre las fechas de los campos superior e inferior, su artículo prime-



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que elimina toda conflictividad –política e histórica– entre sucesos tan disímiles como la revuelta de marras, los días de 1810 y la firma de acuerdos de muy diferente rango y tipo.

Escudo de armas de la ciudad de Santa Fe (creado en 1894)

ro reza: “en la parte superior, se destacará la fecha de 1580 como recuerdo del primer esfuerzo de libertad, que repercute eficazmente en Buenos Aires en 1810, fecha esta última que se destacará en la parte inferior.”

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La bibliografía sobre la Rebelión comprende algunos trabajos donde se señala la vinculación del suceso con el proyecto de expansión peruano-tucumano sobre el área litoral; pero el alzamiento es interpretado mayoritariamente como el síntoma de un madrugador espíritu independentista, en el marco de la construcción deliberada de una genealogía para la nación argentina que se presume existente desde (casi) siempre.4 La alianza de los mancebos con el gobernador del Tucumán (Gonzalo de Abreu) y la rebelión misma son atribuidas a una polarización entre españoles e “hijos de la tierra”, basándose en dos supuestos: que los “españoles” habrían monopolizado el control del cabildo santafesino y en la existencia de una desigualdad flagrante en la distribución de los recursos económicos (básicamente la tierra).5 Estos planteos –además de tener debilidades a la hora de documentar la comprobación de sus tesis– no han notado que la polarización que colocan en el seno del disgusto funcionaba solo localmente, ya que para

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Las obras citadas de Lamothe, p. 9, Caballero Martín y Julio Busaniche; también MADERO, Eduardo Historia del Puerto de Buenos Aires, Buenos Aires, 1892, p. 215. Documentalmente se apoyan en maximizar cierto párrafo contenido en el acta capitular de la ciudad de Córdoba del 29 de junio de 1580: “Se ha sabido que los vecinos de la ciudad de Santa Fe de la Gobernación del Paraguay se habían rebelado contra la Corona Real del Rey Don Felipe Nuestro Señor”, CABILDO DE CÓRDOBA, Actas Capitulares. Sin embargo, Hebe Livi ya había notado que en los bandos de los rebeldes la mención a “Su Magestad” no cuestionaba el orden monárquico. Así lo entiende también Agustín Zapata Gollán, quien ubica el problema en el plano de una inquietud por autonomizarse de la pesada carga de las autoridades locales, vinculando esta opresión de Garay y sus allegados con las ambiciones expansionistas de Abreu sobre el Río de la Plata. Este argumento está apoyado claramente en las declaraciones del rebelde Diego Ruiz (GGV, CXXII, BN 2127), que avalan la hipótesis del cambio de jurisdicción pero no de cuestionamiento al orden imperial. ASSADOURIAN, Carlos “La conquista...” cit. p. 33 y 35; BUSANICHE, José Hombres y hechos... cit., pp. 14 y 15. El remate de bienes de los cabecillas procesados ofrece algunas pistas que no los presentan justamente como unos miserables desheredados. Cfr. CERVERA, Manuel Historia..., cit., II, pp. 107 a 110; LIVI, Hebe “La revolución...”, cit. y ZAPATA GOLLÁN, Agustín “Los siete jefes”, cit., pp. 59-60. La relación de la noche de Corpus de 1580 con el proceso y proyecto de ampliación de la jurisdicción tucumana aparece encuadrada en general como una “causa externa”, siguiendo cierto modelo de historia del derecho. Así lo apuntan algunos párrafos de las obras de Blas Garay, Juan Álvarez, Cervera, Zapata Gollán, José María Rosa, Caballero Martín y Busaniche. Sostenía lo contrario el Padre José Guevara. En su Historia del Paraguay... propone que son los amotinados quienes “...procuraron ganar para sí a su mayor enemigo [de Garay], Gonzalo Abreu, gobernador de Tucumán, sujeto bullicioso con demasía, que tenía sentimientos antiguos contra Garay; y le ofrecieron la ciudad, si con gente fomentaba sus intentos: y aunque no consta la intención de Abreu, se carteaba con los rebeldes, y se dice que escondía su correspondencia.” GUEVARA, José S. J., Historia del Paraguay... ed. cit., p. 739. Lo que el Padre Guevara utiliza con suspicacia es el material recogido en el juicio de residencia realizado de Lerma, a quien caracteriza de “sacrílego” y hombre capaz de maldades inenarrables, p. 750 y ss.



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derrocar a Garay los mancebos habían pactado con otro peninsular, el sevillano Gonzalo de Abreu y Figueroa.6 Para los interesados en comprender las sociedades utilizando como puerta de entrada la justicia, el episodio tiene un valor agregado: su estudio es posible gracias a felices coincidencias entre los modos que utilizaba la Monarquía para controlar a sus funcionarios y el interés de los vasallos más humildes. El material para estudiar esta rebelión –que incluye el relato de procesos orales, por ejemplo– nos llega a partir del juicio de residencia incoado al gobernador del Tucumán. Esta fuente es muy compleja: es en sí misma una lección de microanálisis, ya que hurga en los circuitos de las acciones del examinado sin respetar delimitaciones territoriales previas y, al reunir en un solo legajo declaraciones, testimonios y actas levantadas en diferentes lugares del virreinato peruano, permite la visualización de la conjura en diversas escalas al mismo tiempo. Aunque concretada en una jurisdicción –la gobernación del Paraguay y Río de la Plata– el proceso judicial que desgrana la rebelión se sustancia en la capital de otra –la gobernación del Tucumán–: el juicio favorece el estudio del diseño de las jurisdicciones y facilita la percepción conjunta del funcionamiento del gobierno, la justicia, de la articulación de los intereses de la Monarquía con los de algunos súbditos de posición muy marginal, la organización del territorio y la asignación de identidades. En este capítulo se examina lo dicho y lo no dicho en las Actas Capitulares de la Ciudad de Santa Fe, pero también relaciones de servicio, epistolarios, poderes y, fundamentalmente, algunos legajos de la Residencia que Hernando de Lerma levantó contra Gonzalo de Abreu –gobernador del Tucumán entre 1574 y 1580. 7 Las jurisdicciones a la hora de la Rebelión El primer cuerpo político europeo en la cuenca rioplatense fue la ciudad de Asunción del Paraguay. Desde la creación de su cabildo (1541) fue el centro administrativo y político de la Gobernación del Paraguay y Río de la Plata –llamada por sus coetáneos la gobernación gigante. En esa extensión, desde el abandono del fuerte de Buenos Aires (1541) y hasta la fundación de Santa Fe (1573) Asunción fue la única ciudad en el este de la Sudamérica hispana y en el diagrama de comunicaciones europeo, su posición distaba de ser óptima. Las expediciones que habían rematado en su fundación 6 7

En las últimas líneas de Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata (La Argentina) [1612], Globus, Madrid, 1994, p. 274. Conservado en el Archivo General de Indias. AGI, Escribanía de Cámara, Libro I, 873-0. Existe copia en Biblioteca Nacional, Buenos Aires, Argentina, conservada en la Sección Tesoro, Colección Gaspar García Viñas. Se cita como BN, GGV, Tomo y número de documento. Se utilizaron las dos versiones, confrontadas.

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estaban debilitadas y se habían detenido allí sin haber llegado al destino buscado, la tierra de la plata. Sus primeros pobladores siguieron enfocados en el tramo que faltaba remontar para alcanzar el objetivo como en volver sobre lo andado y poblar otro puerto que les permitiera hacer pie en un camino de regreso al Atlántico, lo que podían imaginar allí donde había estado Sancti Spiritu (1527-32) o el fuerte de Buenos Aires (1536-41).8 Las grandes figuras administrativas que involucraban este lugar como territorio de un cuerpo político mayor, el de la Monarquía hispánica, fueron señalándose y modificándose. Esto significó cambios para Asunción en su relación con las Audiencias o los virreinatos.9 Hacia 1580, el tribunal de alzada para las gobernaciones del Paraguay-Río de la Plata y del Tucumán era la Real Audiencia de Charcas. Durante los primeros años, el panorama parece algo confuso y enmarañado porque no era infrecuente que las jurisdicciones surgidas de ciertos contratos acordados por el Rey se superpusieran o contradijeran con otras realizadas por los nuevos funcionarios que la Monarquía había establecido en América con potestad para hacerlo.10 Pero lo que interesa subrayar de dicho proceso es que entre los intereses de la Corona y los de sus contratados (en este caso los adelantados) había tanto contradicción como complementariedad: si bien la primera imponía condiciones y retenía derechos, lo firmado en las Capitulaciones institucionalizaba una delegación de potestas y auctoritas que dejaba un amplio margen de acción a sus portadores. 8

Una manifestación temprana de esta conciencia puede leerse en los relatos de Pero Hernández sobre la segunda parte de los Naufragios.... de Alvar Núñez Cabeza de Vaca; véase especialmente “En tierras del Paraguay”. 9 Asunción, madre de ciudades, nunca fue sede de Real Audiencia. La primera Audiencia creada en territorio sudamericano fue la de la Ciudad de los Reyes (Lima), por R. C. de Carlos V –Barcelona, 20 de noviembre de 1542 (Recopilación, Ley 5, Tit. XV, libro II). Por R. C. del 4 de septiembre de 1559, Felipe II creó la Real Audiencia de La Plata (Charcas) a la cual estuvo sujeta la gobernación paraguayo-rioplatense hasta al creación de la R. A. de Buenos Aires (1661) y nuevamente después del cierre de ésta (1671/72). Cuando ésta volvió a erigirse como Audiencia pretorial en el siglo XVIII (1782-83), Buenos Aires ya era cabecera del virreinato del Río de la Plata. En Chile existió una con sede en la ciudad de Concepción (1565-1575); la de Santiago fue creada a comienzos del siglo siguiente. El Virreinato del Perú (creado por una Real Cédula firmada en 1542, designado el primer virrey en marzo de 1543 y en funcionamiento efectivo desde el año siguiente) comprendía las gobernaciones de la Nueva Castilla, de la Nueva Toledo, la provincia del Estrecho, la de Chile de la Nueva Extremadura y la Gobernación del Paraguay-Río de la Plata, creada en las instrucciones de la capitulación de 1534 entre la Corona y Pedro de Mendoza, a quien había sido concedida. Véase la movilidad de las demarcaciones de las gobernaciones de Nueva Castilla, Nueva Toledo y de Sanabria en el período que va de 1541 a 1547 en NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La disputa por la Tierra... cit. cap. I a III. 10 Por ejemplo, el caso de la gobernación de Centeno, cfr. cap. 1, ut supra. y LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica de la conquista del Tucumán, Tomo I, Madrid 1926, p. 158.



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Esto significa que el rey delegaba en el virrey o en el adelantado (por contrato) no solamente el fundamento divino de las capacidades sino también los de la autoridad, atributo que correspondía a la cabeza (caput) del cuerpo. Como lo ha explicado hace décadas Walter Ullmann, este principio transitaba el Antiguo Testamento y es muy probable que la Vulgata lo haya reformulado a partir de la experiencia jurídica romana, de modo que influyó sobre toda la cultura política del Occidente cristiano. No obstante, el dispositivo que hacía funcionar esta delegación sin explicitación es cierto principio de la gracia regia, del mismo origen, que subrayaba el anclaje divino de su potestas y de su auctoritas pero que le permitía derramarla sin renunciar a ella. La teoría descendente de la “soberanía” (supremacía) se consolidaba de este modo.11 La Monarquía hispánica funcionaba bien no a pesar de estas contradicciones sino gracias a ellas: sin esas amplias facultades –por ejemplo la de otorgar poder para fundar ciudades pero también el poder de delegar esa potestad– la incorporación a sus dominios de un territorio lejano y desconocido no hubiera sido posible. En definitiva, la Monarquía ponía en manos de particulares instrumentos que permitían variar los proyectos conforme se presentaban las oportunidades y la búsqueda de diferentes vías para asentar nuevas sedes –a veces surgida de una desobediencia– era una de ellas.12 La frecuente modificación de las divisiones administrativas durante el período formativo del sistema colonial se explica, en parte, por la dinámica de los intereses en juego: existía un diagrama concebido “desde arriba”, facturado por la Corona y expresado en las primeras capitulaciones que dejaba entrever una concepción latitudinal de las jurisdicciones; pero la dinámica territorial de la conquista consolidaba los movimientos efectivos de los hombres, imponiendo trazos más realistas.13 Durante el siglo XVI hubo tantas “Gobernaciones” como cesiones jurisdiccionales pactadas por la Corona con Adelantados puedan contarse. Puestas 11 “Así como el otorgamiento de poderes al rey por parte de la divinidad era el ejercicio de la voluntad y el placer de Dios, de la misma manera era la voluntad y el placer del rey otorgar favores a los demás. Para esta aplicación práctica del punto de vista descendente, el Antiguo Testamento ofrece numerosos ejemplos. Es igualmente interesante que muy frecuentemente la designación ‘desde arriba’ de los ocupantes del cargo (real) está conectada con funciones judiciales, lo que no es sorprendente, ya que la dignidad real estuvo aparentemente en todo tiempo estrechamente ligada al ejercicio de poderes judiciales.” ULLMANN, Walter Escritos sobre teoría política medieval, Eudeba, Buenos Aires, 2002, p. 117. 12 GUÉRIN, Miguel Alberto “La organización inicial del espacio rioplatense”, en TANDETER, Enrique –director– Nueva Historia Argentina, Tomo II, La Sociedad Colonial, Sudamericana, Buenos Aires, 2000, p. 40. 13 Así, los tres primeros “espacios políticos” (territorios) del subcontinente fueron las Gobernaciones Nueva Castilla; Nueva Toledo y del Río de la Plata, fueron conocidas también coetáneamente como las gobernaciones de Pizarro, Almagro y de Mendoza (o Sanabria) respectivamente.

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a funcionar en el terreno, las acciones que debían consolidar efectivamente el dispositivo jurisdiccional (en este caso, la conquista militar) y su organización política y social a partir de ciudades generó un excedente de hombres que acumulaban mérito para recibir premios. Según las reglas de juego planteadas por la Corona para asegurarse la colonización después de la conquista, los integrantes de las huestes ameritaban espacio físico y simbólico: prerrogativas –la vecindad, que suponía también obligaciones–14 y honores –títulos y grados militares– que a su vez en ocasiones eran el paso previo para solicitar con arreglo a derecho mercedes de tierras (solares, cuadras, estancias) o encomiendas. En cada una de las áreas donde la Monarquía planteó continuar la conquista tierra adentro, se forjó un número de capitanes nuevos que presionaba sobre los jefes más antiguos de la saga conquistadora e incluso sobre la misma Corona: los jóvenes no encontraron en estos agentes la mejor predisposición para ser premiados liberalmente, de modo que esta población configuró como un contingente molesto y preocupante. Este fenómeno tuvo pesadas consecuencias: influyó directamente en la velocidad y eficacia con que fueron ocupados, poblados y sometidos a la jurisdicción monárquica enormes territorios indígenas –como los que se extendían entre los altos valles calchaquíes y las costas rioplatenses– y demostró una nueva coincidencia de intereses: los conquistadores más antiguos del área peruana y de Asunción, con el acuerdo tanto del Consejo de Indias como de Felipe II, vistieron la expulsión de premio. La ocupación de las tierras de la cuenca del Plata y el litoral paranaense, además de ser un proyecto deseado por y alimentado desde la Corona –con entradas por el Río de la Plata desde la década de 1510– fue un sucedáneo de la descompresión de capitanes “peruanos” sobre el área tucumana y también de la descompresión asunceña. Todos buscaban la salida atlántica y todos habían procedido expulsando a lo que La Gasca identificaba como una población excedente (“gente harta”). Los poblados instalados en la línea de descarga desde el Perú fueron más numerosos, y más estables que los ensayados por quienes entraban desde el Río de la Plata: no solo por la continua descarga de españoles desde el Perú, sino porque aquella región estaba ocupada por pueblos más densamente organizados que sirvieron de botín de guerra y de mano de obra para organizar el espacio, lo que puede considerarse la base del éxito de su permanencia a pesar de las múltiples dificultades que enfrentaron. 14 Como el tener casa poblada, aun si no había mediado un casamiento formal, ya que lo que se esperaba del “casado” era arraigo en el lugar. El compromiso a la defensa de la ciudad con su propio cuerpo y armas era una de las obligaciones derivadas de la vecindad, lo mismo que el cuidado de la limpieza física y moral de la ciudad. En circunstancias de conquista, la asignación de vecindad conllevaba la asignación del solar de tierra donde establecer la casa poblada, así como tierras para la manutención –más allá del ejido.



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Entre 1540 y 1580, la extensión al sureste de Lima y al oeste de la línea de Tordesillas ofició de inmenso botín de repartos y de sitio de ensayo para asentar jurisdicciones nuevas. La subordinación en lo judicial de los territorios paraguayo-rioplatenses al inconmensurable distrito de la Audiencia de Charcas (1563) incluyó la institución de una gobernación del Tucumán, (denominada en la Real Cédula como la de Juríes y Diaguitas),15 sugerida desde la Real Audiencia de Lima para terminar con los conflictos jurisdiccionales entre “los de Chile” y el Cuyo, intencionalidad refrendada en la Real Cédula de 1563 –los conflictos, ciertamente, no solo no desaparecieron sino que se multiplicaron.16 Este proceso de poblamiento –de noroeste a sureste– estaba alentado por las más altas autoridades de la mencionada Real Audiencia, que de este modo conseguían también “sacar gente del distrito y premiar en alguna forma la que aguardaba recompensas por haber combatido contra Gonzalo Pizarro”.17 Esta descarga estaba presente en los planes de Francisco de Aguirre, del Oidor Matienzoy del virrey Toledo quien desde 1569 encaró este aspecto con determinación. Para ello contó con militares peninsulares dispuestos a probar mejor suerte en esta terra incognita.18 El jalonamiento de asentamientos estables, sostenía Toledo, solucionaría uno de los principales inconvenientes de la circulación económica en el sur del Virreinato, atribuido por los conquistadores a la acción de los grupos indígenas. La consigna era fortalecer lo existente y fundar en el intermedio. Desde Asunción se intentaba todavía encontrar el mejor camino posible de comunicación con el Perú coexistiendo con planteos que priorizaban “...poblar abajo para que tuviesemos puerto y navegacion de España”.19 Los conflictos allí habían sido importantes en 1571 y 1572, cuando se reprimieron algunas noveda15 Recopilación de las leyes de los Reinos de Indias, Madrid, 1681, Ley 9, Tít. XV, Libro II. 16 P. ej. el célebre conflicto Villagra-Núñez de Prado; LEVILLIER, Roberto Chile y Tucumán en el siglo XVI, Praga 1928. Véase también LOPE DE TOLEDO, José María Presencia y acción de La Rioja en América, en Berceo, núm. 49, 1950. 17 LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica..., I, cit., p. 164. En la misma dirección va la lectura que hacen algunos vecinos: Véase la “Probanza de los Vecinos de Santiago del Estero”, en Nueva Crónica…, I, cit., p. 168. 18 Para el proyecto de Aguirre Cfr. LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica... III, p. 4. El reclamo de Matienzo es también conocido: pensaba en la reconstrucción de Buenos Aires como el camino hacia un sistema de circulación que suplantaría el de Portobello-Panamá. Cfr. un buen planteo en GUÉRIN, Miguel A. “La organización...”, cit., especialmente p. 46 y ss. Los empresariosmilitares fueron Zorita, don Gerónimo Luis de Cabrera y Gonzalo de Abreu en 1573, Pedro de Zárate en 1574, Pedro de Arana en 1578. Hernando de Lerma lo hizo en 1579 no sin sostener diferencias con el virrey, documentadas en tres cartas publicadas en LEVILLIER, Roberto Nueva Crónica..., cit., III, pp. 251, 253 y 256 respectivamente. 19 Opinión ésta sostenida por ejemplo por el factor Dorantes, AGI, Charcas, 42; para un resumen de estas posiciones al interior del grupo español en Asunción véase ZAPATA GOLLÁN, Agustín “La expedición de Garay y la fundación de Santa Fe” (1970), en Obras Completas, II, UNL, Santa Fe, 1989, p. 191 y ss.

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des, de donde fue reclutada la hueste que acompañó a Garay a fundar un puerto hacia el sur en 1573. Ese año, Garay se encontró, sobre el Paraná y pocas leguas al sur de Santa Fe, con una avanzada que provenía “del Tucumán”, al mando de Jerónimo Luis de Cabrera, quien había fundado pocas semanas atrás, la ciudad de Córdoba. Las corrientes de la descarga peruana y asunceña no se habían encontrado a mitad de camino: la fuerza de la corriente peruana era visiblemente más fuerte y estaba a un tris de alcanzar la salida al Río de la Plata.20 El Paraguay fue gobernado por Adelantados hasta 1593, cuando el cabildo de Asunción eligió por primera vez un gobernador y la gobernación del Paraguay y Río de la Plata, enorme, fue una única jurisdicción con cabecera en Asunción hasta finales de 1617; desde entonces se fragmentó en dos provincias.21 Cuando se produjo la rebelión, el 31 de mayo de 1580, Garay se hallaba camino de la fundación de Buenos Aires, en vías de ejecutar el ansiado reasentamiento de cara al Atlántico. Por esos días, su posición era la de lugarteniente de un teniente Adelantado con capacidad de fundar ciudades –así lo había hecho en Santa Fe, cuando recibió el poder de Martín Suárez de Toledo, más tarde su consuegro– y del mismo Juan de Torre Vera y Aragón, quien debía a sus gestiones el título de Adelantado. Por esos días, Santa Fe era la única ciudad sujeta a Asunción en la enorme gobernación del Paraguay y Río de la Plata. Las gobernaciones del Tucumán, con cabeza en Santiago del Estero y la del Paraguay, con la suya en Asunción, tenían desde 1563 por tribunal de alzada la Real Audiencia de Charcas. Las fronteras puertas adentro: jurisdicciones que expresan proyectos en pugna El proceso de descompresión de las novísimas élites coloniales es coetáneo con el de la organización político-administrativa de las Colonias. En parte, la produce. Si el objeto de la Rebelión de 1580 parece ser la toma de una ciudad, el epicentro del acontecimiento es que los agentes locales hacen coincidir las insatisfacciones de hombres que se consideraban marginados en una ciudad con las ambiciones del titular de una gobernación vecina. Por lo tanto, su escala es la de la organización interna del virreinato. Por esta razón, la rebelión es un elemento local de la construcción de un proceso que tiene otras escalas: su preparación, su ejecución, su represión y su judicialización permiten conocer un proceso político que anuda bien las diferentes escalas de la Monarquía. 20 Diferentes versiones de este encuentro en el citado Rui Díaz de Guzmán y en AZARA, Félix Descripción e historia del Paraguay y Río de la Plata, Madrid, 1847, cap. XXX. 21 Sin embargo, a pesar de que su división efectiva no se produjo hasta ese año, desde muy pronto se pensó que podían ser gobernaciones separadas: el licenciado La Gasca, a cargo del gobierno del Perú, lo había propuesto ya en la década de 1540. La Real Cédula fue firmada por Felipe II el 16 de diciembre de 1617.



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Una presentación posible de los hechos que rematan en el acontecimiento es la siguiente: hacia comienzos de 1574, el Gobernador de la Provincia del Tucumán, Jerónimo Luis de Cabrera es reemplazado en su cargo y residenciado por su sucesor, Gonzalo de Abreu y Figueroa. Cabrera, ignorando las instrucciones recibidas del virrey Toledo, quien le había encargado fundar una ciudad donde hoy está Salta y regresar al Alto Perú, había avanzado hasta orillas del río Paraná, donde tomó contacto con Garay. Cabrera había sido designado por Toledo, contra la decisión del rey, que se había orientado a otro candidato: cuando Aguirre fue por segunda vez a prisión en 1570, Felipe II –que había concedido al virrey el derecho de designar los gobernadores del Tucumán– otorgó esa gobernación a Gonzalo de Abreu y Figueroa (R.C. del 29 de noviembre de 1570). Pero Toledo, apoyándose en la extensión de facultades que le había hecho el rey, designó un año después a Jerónimo Luis de Cabrera. Llegado al Perú, Abreu interpuso un recurso y un Real decreto de fines de marzo de 1573 confirmó a Cabrera en sus funciones, pero durante el tiempo que llevó la llegada del decreto a Lima, Toledo ya había decidido capitalizar la designación de Abreu para terminar con el díscolo Cabrera, y envió al portador del título firmado por Felipe II con capacidad para residenciar al gobernador saliente (Cabrera), quien murió en el proceso a causa del apasionado interrogatorio y de ese modo despejó el terreno. En su sede de gobierno en la ciudad de Santiago del Estero, Abreu fue contactado en 1578 por algunos vecinos de Santa Fe, supuestamente marginados por Garay y perjudicados por el nombramiento del flamenco Simón Xaques como Teniente de Gobernador en la ciudad. En 1579, cuatro de ellos escribieron al gobernador tucumano ofreciéndole apoyo incondicional a su propósito de extender la jurisdicción del Tucumán hasta Santa Fe, con tal que no sea el pago y galardon que Joan de Garay nos a dado que es dar lo mejor a los que vinieron a manera de dezir ayer y los que venimos a poblar tierra estamos a la mira como badajos pobres y abatidos.22 “Los paraguayos” –tal era la designación de este grupo en la correspondencia que Abreu sostenía con su teniente de gobernador en Córdoba, Diego de Rubira– se comunicaban con el Gobernador del Tucumán a través de Diego Ruiz, hombre que contaba con la confianza de Abreu y de los descontentos vecinos de Santa Fe. Juan de Garay –fundador de Santa Fe y, a la sazón, teniente de gobernador en la misma y objeto de las quejas de los representados por Diego Ruiz– había atado nudos de una configuración que atentaba claramente contra los intereses del virrey Toledo y del gobernador Abreu: durante 1577 viajó a Charcas como

22 GGV, CXXI, BN 2092.

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albacea testamentario de Juan Ortíz de Zárate23 para interceder ante su pariente Fernando de Zárate,24 de modo de concertar el casamiento de Juana –hija del recientemente fallecido Adelantado– con el Licenciado Juan Torres de Vera y Aragón. Juana aportaría al matrimonio –entre otras cosas– el título de Adelantado y Gobernador de las Provincias del Río de la Plata; el trámite fue tortuoso, pero llegó a buen término y en abril de 1578 Garay fue recompensado con el cargo de Teniente de Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata, honor que reposaba hasta entonces en Diego de Mendieta y Zárate, animador de conflictos que ponían en cuestión su autoridad.25 Visto desde el ángulo opuesto, los movimientos de Garay amenazaban a la facción de Mendieta en el Paraguay y a los intereses del virrey Toledo sobre el litoral, al punto que afianzaban su propia posición y la de sus familiares, ahora titulares de la gobernación del Río de la Plata gracias al título que Juana portó al matrimonio por vía testamentaria de su padre. Lo nítido es que Garay se ubicaba en las antípodas del proyecto toledano y obturaba los planes de Abreu. 26 El desplazamiento de Mendieta en 1577 no fue gratuito para Garay; dos vecinos de Santa Fe, Pedro Villalta y Diego Ruiz, se encargaron de anudar la enemistad de los partidarios del desplazado Mendieta con el proyecto de extensión jurisdiccional alentado por Toledo y Abreu. Tras idas y vueltas que llevaron casi dos años de comunicación, mensajeros provenientes de Santiago del Estero llegaron a Santa Fe con una minuta de acciones a seguir y la madrugada del 31 de mayo de 1580, los amotinados apresaron a las autoridades locales27 y tomaron el gobierno de la ciudad. Al amanecer, los rebeldes se reunieron en la casa de 23 “Información hecha á petición de Tomás de Garay como apoderado del General Hernán Arias de Saavedra, Gobernador de las provincias del Río de la Plata, y por ante el Capitán Diego Núñez de Prado, Alcalde ordinario de la Asunción, de los servicios del Capitán Juan de Garay, fundador de Buenos Aires”, en Asunción, a 23 de julio de 1596. En RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique, Garay, fundador de Buenos Aires... cit., pp. 148 a 219. Original en AGI, Patronato, 1-6-47/10, Colección E. Peña. Véase particularmente la p. 189. También en el testimonio de Pedro Sánchez Valderrama, ídem, p. 201. 24 Recuérdese que Garay entró a América por Perú de la mano de su tío Pedro Ortiz de Zárate, Primer Oidor de la Audiencia de la ciudad de Los reyes. ALZUGARAY, Juan José Vascos universales del siglo XVI, Encuentro, Gipúzcoa, 1988, p. 260. 25 [2012] Publiqué un análisis detallado de las articulaciones entre el levantamiento de 1577 y las acciones de Garay en “La tierra nueva es algo libre y vidriosa. El delito de traición a la Corona real: lealtades, tiranía, delito y pecado en jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas (15801581)”, en Ley, Razón y Justicia, núm. 11, Córdoba, 2010. 26 Véanse las declaraciones de Garay en la presentación realizada por Torres de Vera en Santa Fe, 1583; transcripción en CERVERA, Manuel Historia... Volumen III, Apéndice XI, particularmente p. 292. 27 Simón Xaques (Teniente de Gobernador), Pedro de Oliver (alcalde ordinario), Bernabé Luján (alguacil Mayor), Alonso Fernández Montiel (escribano del cabildo) y el sobrino del Adelantado (Alonso de Vera y Aragón).



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Lázaro de Benialvo, uno de los vecinos organizadores de la acción, y redactaron un acta (firmada por treinta y cuatro hombres) donde designaron a las nuevas autoridades.28 Paradójicamente, uno de los firmantes encabezó la represión que puso fin al efímero movimiento: Cristóbal de Arévalo, que había sido designado Capitán General y Justicia Mayor por los rebeldes, arengó a los recientemente depuestos para acabar con “la farsa”. Si el motín preveía una pequeña masacre contra las autoridades legales, su represión despachó otra que no por improvisada dejó de ser efectiva. Benialvo, anfitrión de los rebeldes, fue asesinado en su propia casa. En la misma faena, los guardianes del orden terminaron con la vida de Diego de Leyva y Pedro Gallego, esta vez en la vía pública. Más ejemplarizantes fueron las ejecuciones de Domingo Romero, en medio de la plaza, y del movedizo Diego Ruiz, ejecutado en la picota, tras brevísimo juicio sumario y oral. Rodrigo Mosquera y Pedro de Villalta, consiguieron escapar hasta Córdoba; mejor suerte parece haber corrido Pedro Gallego el Mozo, de quien sólo se sabe que huyó.29 Mientras los apresados relataban su versión de los hechos, los hombres leales a Garay y “al orden” montaban la escena pedagógica: debidamente trozados, los restos físicos de quienes en vida habían tramado la revuelta, eran expuestos en la plaza y amojonaban los caminos por los que se entraba o salía de Santa Fe. Rebeldes y leales montaron en menos de dos días la escena de una obra digna de Shakespeare, donde los actores apresaban hoy a los propios de mañana y ejecutaban mañana a los propios de ayer. Las rebeliones y contra-rebeliones ocurridas en otros puntos del imperio, incluso en las no tan remotas “guerras civiles del Perú”, son pródigas en ejemplos de este tipo.30 En Córdoba, Diego de Rubira –teniente de Gobernador y hombre de confianza de Gonzalo de Abreu en esa ciudad– dispuso el arresto de Rodrigo Mosquera y Pedro Villalta, y los envió a Santiago del Estero para que Abreu resolviese. Pero lejos de gozar del beneficio que podría haber significado para ellos ser 28 Entre las cuales se encuentra a varios vecinos que Garay consideraba sus aliados, como Diego Ramírez y Juan de Santa Cruz (nuevos alcaldes) y Cristóbal de Arévalo (Justicia Mayor y Cap. Gral). El anfitrión de la reunión se reservó el título de Maestre de Campo. 29 El tratamiento sumario –y el castigo ejemplar e inmediato– estaba contemplado en las leyes hispánicas al encuadrarse la rebelión dentro de lo que se denominaba en la época delitos notorios. Aquí también es interesante la conexión con la tradición judeo-cristiana. En las Decretales recopiladas en el Teatro de la legislación universal, se cita a San Agustín para capitular que “Sobre los delitos notorios proceda el Juez de oficio aunque no haya acusador.” Teatro de la Legislación Universal de España e Indias por orden cronológico de sus cuerpos y decisiones no recopiladas y alfabético de sus títulos y principales materias, Tomo IV, Madrid, 1792, p. 213. 30 Basta recordar las idas y vueltas de algunos soldados devenidos capitanes, encomenderos y, sobre todo, hábiles en el hábito del cambio de bando como Lucas Martínez Vegazo. Véase el vívido relato de aquellas circunstancias en TRELLES ARESTEGUI, Efraín Lucas Martínez Vegazo. Funcionamiento de una encomienda peruana inicial, PUCP, Lima, 1982.

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juzgados por su propio jefe político, quedaron a disposición del residenciador de su jefe: Hernando de Lerma había llegado a Santiago del Estero como Gobernador y –tal como había sucedido con Abreu– con la potestad de incoar el juicio de residencia al gobernador saliente, a quien encontró culpable en cincuenta y cuatro de los cincuenta y cinco cargos que se le imputaban. El largo brazo de la monarquía permite agitar las manos de sus más humildes vasallos El conflicto santafesino de 1580 se comprende gracias al juicio de residencia realizado al gobernador del Tucumán porque entre los cincuenta y cinco cargos imputados a Gonzalo de Abreu, cinco apuntaban a probar sus relaciones con esta revuelta, presentada como un acto en desserviçio de Su Majestad –traición a la Corona.31 En el caso del delito de traición al rey o a la corona, las Partidas preveían que podían presentarse como acusadores incluso aquellos que no hubieran podido hacerlo de tratarse de un proceso ordinario –esto es todo tipo de sujetos jurídicamente dependientes.32 Sumado esto a la circunstancia de ejecución de la “secreta” (la presentación de testimonios era confidencial) el juez conseguía rescatar durante la pesquisa un registro de voces desusadamente variopinto. Abreu fue condenado por Lerma a pagar numerosas multas en dinero por maltratos de palabra, parcialidad en pleitos, por “...haber examinado a los testigos con demasiada persuasion....” e, incluso, por haber promovido la pérdida de respeto de algunos vecinos y de sus mujeres.33 En la pesquisa, realizada en Santiago de Estero y Córdoba, se secuestró correspondencia del gobernador con varias personas. Este epistolario permite reconstruir el proceso de la vinculación del gobernador con los “paraguayos” y también la forma en que el mismo había trabajado sus relaciones en el espacio tucumano. Desde su llegada a Santiago del Estero, Abreu trabajó sin descanso en la confección de un tejido de relaciones que pudiera reportarle lealtades de diferente tipo durante todo el período que duró su gobernación: comenzó el mismo día que llegó a Santiago del Estero, modificando el Cabildo de la cabecera –luego haría lo propio con el de Córdoba. Conceder oficios capitulares era, sin duda, uno de los recursos más importantes con los que un gobernador contaba al llegar 31 GGV, CXXII, BN, 2125, varias declaraciones. Véase también la confesión de Ruiz, BN 2126 y el doc. 2127. 32 Partida VII, Tít I, ley 2. 33 GGV, CXXI, BN 2112; en otro de los documentos incorporados por esta vía a la causa, Garci Sánchez, Hernán López Palomino, Alonso Abad, Gonzalo Sánchez Garçon, Juan Serrano y Luis de Gallegos, vecinos, conquistadores y pobladores de Santiago del Estero, se quejan en su descargo del 6 de julio de 1580, por apremios y falsificación de documentos contra Bartolomé de Sandoval, en un pleito sostenido entre éste y Hernán Mexía de Miraval. GGV, CXXI, BN 2113.



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a una nueva sede, pero no el único. Abreu se granjeó la lealtad de algunos hombres de maneras diversas: bien pronto comenzó a repartir favores materiales con bienes que quitaba a otros y torció la balanza de la justicia de manera ostensible, beneficiando a los que convertía en sus partidarios con fallos arbitrarios y rápidos, lo que constituía otra prenda valiosa. Movilizó estos recursos en varias direcciones: consiguió la incondicionalidad de un antiguo vecino de Santiago del Estero, Diego de Rubira, a quien situó como su teniente en Córdoba.34 Este hombre cubría compromisos que Abreu tenía a la sazón con Francisco Velázquez, quien fue luego el proveedor de los caballos y avíos para los hombres que se levantaron en Santa Fe.35 Rubira también movilizó recursos propios para Abreu cuando se lanzó la persecución de Cristóbal de la Chica, una oveja perdida del rebaño que poseía demasiada información acerca de la relación entre Abreu y los paraguayos.36 El teniente ejecutaba para su gobernador todo tipo de servicios, desde pago de deudas hasta de favores judiciales, pasando por la persecución y expulsión de la ciudad de Córdoba de personas que le resultaban non gratas al gobernador.37 Por otra parte, Abreu limpiaba el terreno –para sí y para su deudos– de enemigos reales y probables. Ejerciendo su calidad de Justicia Mayor ejecutó la condena a muerte de un vecino en el momento en que se encontraba presentando su apelación; la muerte de algunos encomenderos le brindó recursos para premiar a sus allegados: así lo hizo con su hermano y con quienes le ayudaron a controlar el camino que bajaba de Charcas a partir de 1578, y con más fuerza desde que tuvo noticias de la llegada de Lerma. Superpuso su autoridad a la jurisdicción eclesiástica, y mandó apresar a indias por hechiceras, quienes en realidad terminaron como concubinas del gobernador y los hombres de su entorno, como objeto de premios o cazadoras de información en los lechos de los hombres que no eran completamente confiables. Durante la “plenaria” se recogieron los testimonios que permitieron declararlo culpable de haber procedido apasionadamente contra los partidarios de su predecesor, Cabrera, como también de “...aver dado ofiçios y cargos de justicia a ombres baxos y muy humildes...”. Los vecinos que presentaron cargos en su contra afirmaron todas estas cosas así como también 34 Véanse las cartas de Gonzalo de Abreu a Diego de Rubira, desde Santiago del Estero, a 15 de mayo de 1580. GGV, CXXI, BN 2102. Carta de Diego de Rubira a Gonzalo de Abreu, desde Córdoba, el 9 de junio de 1580. GGV, CXXI, BN 2090. Carta de Gonzalo de Abreu a Diego de Rubira, desde Santiago del Estero, a 23 de abril de 1580; GGV, CXXI, BN 2100. 35 Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 3 de junio de 1580, GGV, CXXI, BN 2103. 36 Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, el 27, 28 y 29 de marzo de 1580. GGV, CXXI, BN 2094, 2095 y 2096. Otra carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 11 de abril de 1580. GGV, BN 2098. Carta de Abreu a Rubira, desde Santiago del Estero, a 19 de abril de 1580; GGV, BN 2099. 37 Como es el caso de doña Luysa Martel y de su marido Godoy, quienes habrían ayudado a ocultar a Cristóbal de la Chica, poseedor de la comprometedora información.

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señalaron que manipulaba las elecciones capitulares de las ciudades de Santiago del Estero y Tucumán y hasta que cambiaba los alcaldes cuando no eran de su agrado.38 Este punto de vista, claro está, era el de los vecinos “viejos” de Santiago del Estero que en 1574 se habían visto desplazados con el advenimiento de esta nueva camada de hombres a los que consideraban de una calidad inferior. Sin embargo debe reconocerse que, si las acusaciones, contenían algo de estereotipo, porque cuando Juan Ramírez de Velasco residenció a Hernando de Lerma recogió acusaciones calcadas y, a ojos del gobernador entrante, el pesquisidor de Abreu era un “bellaco” al que debió imputarse la nada desestimable cifra de 105 cargos. La reiteración se debe tanto al modo en que se implementaba el juicio –el tipo de preguntas con las que recoge información el juez pesquisidor– como al modo en que se articulaba el funcionamiento de la dinámica política de la Monarquía con la coincidencia coyuntural de intereses entre actores muy distantes entre sí. Los partidarios de Jerónimo Luis de Cabrera, otrora desplazados y perjudicados por Abreu, encontraron en el Juicio de Residencia iniciado por Hernando de Lerma en 1580 la posibilidad de solicitar resarcimientos por vía de derecho,39 y lo mismo sucedió con los desplazados por Lerma cuando fue residenciado por Ramírez de Velasco. Así, la intencionalidad de control contenida en la prescriptiva, se realizó durante estos primeros años de vida del territorio contando con recursos intangibles: la lejana Audiencia no enviaba Jueces de Comisión,40 y la residencia era ejecutada por quien llegaba a radicarse como Gobernador. Esto favorecía el que los perjudicados por el gobernador saliente pudieran pedir resarcimiento y, a los damnificados del día, la previsión de una situación que se revertiría con la llegada del próximo. El gobernador recientemente llegado, aunque arribaba con una comitiva estrecha, contaba en el sitio de destino con el tácito pero invalorable apoyo que le sería brindado por quienes habían visto lesionados en sus intereses por el administrador anterior. Observadas desde cerca, las constelaciones del poder político muestran su movilidad y fragilidad. El enfoque desde la fuente judicial –aun cuando está cargada de estereotipos– permite elaborar con una mirada desde abajo las razones de un equilibrio montado sobre cambios continuos y vibrantes. La dinámica que explica esa continuidad es puro movimiento: el orden es comprensible si se admite que la turbulencia es una forma de organización.

38 GGV, BN 2112. 39 Véanse por ejemplo declaraciones de Mexía Mirabal, en GGV, CXXI, BN 2114. 40 Lo cual estaba previsto en algunos de los capítulos compilados por Aguiar y Acuña en los títulos octavo y noveno del libro y recopilación mencionadas ut supra., luego incluidos en la Recopilación…



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Hilvanando silencios Las actas capitulares de la ciudad de Santa Fe no se hacen eco en absoluto del motín de la noche de Corpus de 1580: por el contrario, en ellas predomina un silencio lacerante. Esta sordina es llamativa porque Santa Fe –y su cabildo– continuaron siendo el escenario de muchos de los actores del bullicio.41 El silencio de las actas del cabildo santafesino no es el único silencio, ni siquiera el único “tipo” de silencio: casi terminando el siglo, a diez de julio de 1599, Cristóbal de Arévalo –nombrado comandante de la rebelión, cabecilla de la contra-rebelión y aún vecino de la ciudad de Santa Fe, aunque se reconoce como natural de Asunción– enviaba al Rey un Informe de Servicios, pidiendo recompensa. No obstante los treinta años de agitada vida, su memoria, a los efectos de relatar sus méritos, parece prodigiosa.42 Al evocar la Rebelión de la noche de Corpus de 1580, resaltó su servicio como represor de la misma y, lógicamente, omitió haber sido electo como la máxima autoridad por los rebeldes; antes de cerrar la carta, de su larga foja de servicios sólo subraya este episodio: “...embio de todo esto [...] y de cómo la ciudad de Santa Fe qués la que quite al tirano, y puse en serbicio de Vuestra Magestad, es la mejor que ay en estas provincias...”. ¿Condice la magnitud del hecho con el lugar que Arévalo le asignó en su foja de servicios? Para los coetáneos locales parece que sí: en las “informaciones” de los testigos de oficio que comparecieron frente al Alcalde Pedro de Oliver en Santa Fe, los “leales” (es decir, los que se alinearon con Arévalo en la contra-rebelión) reputaron el hecho como “...uno de los mas calificados seruiçios que se .an hecho a su magestad por auerse atajado un daño tan grande como esperaua...”43 En la cultura política católica pocas cosas cotizaban más que terminar con algún Judas, y esto no requería de la lectura de ningún tratado erudito. En las sesiones del cabildo, el silencio inicial fue rasgado solo a comienzos del año siguiente. El recuerdo de la rebelión fue puesto sobre tablas soslayadamente, sin mentarla, el 9 de enero de 1581. El nombramiento del primer Alférez de Ciudad que se realizó en Santa Fe, registrado ese día, escapa a las fórmulas consagradas hasta entonces en las actas del organismo, y hace hincapié en la experiencia reciente.

41 Similar al que envolvió a las Comunidades de Castilla, por ejemplo. 42 Informe de Cristóbal de Arévalo al Rey, en 10 de julio de 1599; en CERVERA, Manuel Historia... Vol. III, pp. 301-2. 43 “Contenido de la Instrucción sumaria con motivo del motín efectuado el 30 de mayo de 1580 en Santa Fe, remitido al Gdor. Lic. Hernando de Lerma, en sobre cerrado, por el Alcalde Pedro de Oliver. Se acompaña del bando del cap. Cristóbal de Arévalo, prohibiendo la salida de gente de la ciudad sin licencia.” AGI, Escribanía de Cámara, Libro I, 873-0, recogido también en GGV, CXXII, BN 2125.

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“...por quanto en otro cabildo pasado nombraron para este año al dicho pedro de oliber [vecino que actuó como juez en la causa, en su calidad de Alcalde] para alferez desta ciudad y sobre ello no se escrivio asunto alguno y en lo qual desde agora le nombravan y nombraron por tal alferez de la ciudad y le mandavan y mandaron que si se ofreciere alguna alteracion o levantamiento que sea de la parte de su majestad para lo qual le tomaron juramento en forma de vida de derecho....”44 Tampoco es casual que el elegido para portar el estandarte Real fuera el alcalde de segundo voto del año 1580, a cargo de las sumarias levantadas a los conjurados, parientes y aliados. Una década más tarde, en una carta remitida por el Cabildo a la Real Audiencia de Charcas, la referencia parece reactualizarse haciendo alusión a 1580 como un momento de grandes cambios políticos.45 El relato de la revuelta, silenciado por el Cabildo, circulaba en noticias de viajeros y en informaciones enviadas al rey; pero además de la designación de Pedro de Oliver, el Cuerpo deja ver otras señales, menos asordinadas: en 1581 ordena que anualmente el día de Corpus se haga fiesta de desagravio al Real estandarte, lo que no era habitual en esta fiesta. Alonso Torres de Vera, una de las autoridades apresadas durante el motín, no dejó pasar oportunidad sin relatar que aquella noche su vida corrió riesgos por lealtad al Real Servicio: el edificante recuerdo parece latente todavía en 1601, cuando las ordenanzas sobre elecciones en Cabildo del Gobernador Valdés y de la Banda, incluían el ítem “...que los condenados e indiçiados y sospechosos en tiranías no sean elegidos en oficios de regimientos ni justicias...”46 Conociendo el final de la historia y teniendo en cuenta las temporalidades de las relaciones interpersonales, algunos registros capitulares anteriores a 1580 pueden volverse significativos. Durante 1578, Rodrigo Mosquera (uno de los conjurados de 1580) se desempeñaba nada menos que como Procurador de la ciudad de Santa Fe; digámoslo ya, un lugar nada secundario para un vecino marginal. Durante la sesión del día 17 de junio, Mosquera presenta una información, seguida de una petición, parte del cual nos interesa en función de los sucesos posteriores.

44 AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, f. 56, subrayado mío. 45 “Carta para la Real Audiencia, del Cabildo de Esta Ciudad”, 5 de marzo de 1590, en AGSFACSF, Tomo I, Libro tercero, f. 56v. 46 AGSF, Reales Cédulas y Provisiones, Tomo I. Provisiones sobre elecciones en el Cabildo dadas por el Gobernador Valdés y de la Banda a 12 de febrero de 1601.



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“...tambien Esab ynformado que francisco de sierra y Juan despinosa y diego bañuelos se querian venir y salir de la ciudad de la asumpcion con ciertos amigos furtivamente á la ciudad de Santiago del Estero por verse con el governador o general que para esta governacion viniere [el por entonces fantasmático sucesor de Abreu] para le informar falsas ynformaciones como ansy lo han hecho en la asumpcion y para esto pido y suplico a vuestras mercedes que si es necesario se despachen dos hombres abonados y de grandes prendas deste pueblo con despachos de vuestras mercedes para que sepa el gobernador o general que viniere en la gran lealtad en que estamos sirviendo...”.47 Hilvánese este escrito en la trama política de la coyuntura: hacia 1577, Juan de Garay, albacea del fallecido Adelantado Juan Ortíz de Zárate viajó, como se dijo, a Chuquisaca, a fin de concertar la alianza matrimonial entre su hija heredera Juana y Juan Torres de Vera y Aragón, hombre de su confianza y partido. Francisco de Sierra, a quien Mosquera señalaba como un hombre del cual el cabildo no debía fiarse porque podría llevar al próximo gobernador del Tucumán informaciones desafortunadas, había sido designado Teniente de Gobernador de Santa Fe por Garay ese mismo año. Juan de Espinosa y Diego Bañuelos eran también beneméritos y partidarios de Garay, hombres de la primera hora. Cuando Mosquera presentó su informe y petición Garay se encontraba fuera de Santa Fe (regresó a la ciudad recién a comienzos de agosto de ese año) y el poder que le había otorgado Juan de Vera y Aragón data del 9 de abril; en su viaje de Charcas a Santa Fe, Garay eludió primero la presión (y la persecución) de Toledo y luego la de Abreu, quien tampoco se veía beneficiado con el nuevo statu quo paraguayo. Lerma, por su parte, no podía hacer efectivo su nombramiento, del cual en 1578 todos estaban informados, y era sometido a diversos cuestionamientos por la Audiencia de Charcas y por el mismo Toledo. Fue en este contexto que Mosquera se mostraba indignado ante la posibilidad de que los hombres elegidos fueran a dar información a Santiago del Estero o al camino hacia el norte, para entrevistarse con Lerma –seguramente también para apoyar logísticamente el regreso de Garay. Su presión fue exitosa y obtuvo el nombramiento de otras “...dos personas para que fuesen a la ciudad de santiago a traer despachos si los hubiere y nuevas del governador y general Juan de garay...”: los designados fueron Amador de Benialvo y Miguel de Rute, hombres que no llevarían información al entrante Lerma sino que contactarían con Abreu para fortalecer su posición en Santa Fe.

47 AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, f. 42., subrayado mío.

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¿Quiénes eran los mancebos? Sangre, territorio y buen gobierno en la construcción de una identidad conflictiva Los historiadores han sostenido que los rebeldes de 1580 conformaban un grupo social y hasta étnicamente diferenciado (los hijos de la tierra), políticamente subordinado (mancebos), sociológicamente marginado (de la propiedad de la tierra y del control del Cabildo, desposeídos del poder material y simbólico) e incidentalmente agraviado por el nombramiento de un lugarteniente “extranjero” que les era adverso (Simón Xaques). Para ajustar estas hipótesis con la participación de Abreu en la instigación del conflicto, basta con echar mano de una teoría conspirativa de la historia y atar nudos con los hilos que saltan a la vista. Pero el problema es más denso. A siete años de su fundación, las relaciones entre los miembros del grupo de europeos y criollos de la ciudad de Santa Fe se habían construido con base en algunas relaciones previas –las tramadas durante la etapa asunceña– pero debían mucho, sobre todo, a un puñado de decisiones fuertemente constitutivas. Como lo ha dicho claramente Susan Ramírez Horton, en una ciudad recién fundada el primer grupo hegemónico se origina por decreto48 en el acto de concesiones de vecindad, solares y tierras en el término urbano. Volvamos imaginariamente a la casa de Lázaro de Benialvo. Allí, el día martes treinta y uno de mayo de 1580, se juntó mucha gente a elegir justicia mayor... La elección recayó en Cristóbal de Arévalo, vecino de la ciudad; sin guardar un lógico orden de preeminencias y seguramente imponiendo la urgencia a las formas, en la misma línea del acta aparece mencionada la elección del dueño de casa como “maese de canpo”. El acta está rubricada por treinta y cuatro firmas de los que constituyen esta “junta” que se arroga la capacidad de otorgar el poder.49

48 RAMÍREZ, Susan “La élite terrateniente de la costa norte peruana: una historia económica y social de Lambayeque en la época colonial, 1700-1821”, en FLORESCANO, Enrique –coordinador– Orígenes y desarrollo de la burguesía en América Latina, 1700-1955, Nueva Imagen, México, 1985, pp. 251-279. 49 Acta de nombramiento de las autoridades por los Rebeldes; GGV, CXXII, BN 2124. Puede constatarse que dos de los cabecillas que fueron procesados, Domingo Romero y Francisco Alvarez Gaytán, no la firmaron. La palabra “junta” aparece utilizada para designar la reunión en el juicio sumario seguido por Pedro de Oliver.

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Abrir puertas a la tierra Conjura de mancebos

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Tabla 1 1 de mayo de 1580 Firmantes del actaTabla del 31

1

X

1

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X

X

X V

X X X X X X

Contrarrevolución

Arrestado

Marcas ganado

X X

Ejecutado

XX XX X X X

Juzgado

1 4 2 1 3 1 2

Fundador

Capitular 1579/1580 ∇

Cargos Cabildo *

Firmantes del acta del 31 de mayo de 1580

Cristóbal de Arévalo Lázaro Benialvo Gabriel de Hermosilla Alonso Hernández Romo Diego de Leiva Diego Ramírez Pedro Gallego Domingo Vizcaíno Bartolomé Figueredo Diego de Sosa Francisco de Vergara Juan de Santa Cruz Pedro de Villalta Pedro Gallego –el Mozo Francisco de Burgos Sebastián Correa Diego de la Calzada Diego Ruiz Juan Román Felipe Juárez Sebastián de Aguilera Francisco Ramírez Juan Sánchez Pedro Martínez Juan de Ovalle Rodrigo Mosquera Cristóbal Pérez Antón Rodríguez Rodrigo Álvarez de Carrillo Juan de Vallejo Antonio Martín Sebastián de Lencinas Encinas Gabriel Sánchez Lorenzo Gutiérrez

X X

V #

X

X

X

X

X X X

X X

X X #

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X X

X X X

X X X X X X X

1 X 1

X # X

2

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X X X X X X X

X X

NO FIRMARON EL ACTA PERO FUERON ARRESTADOS O PROCESADOS Domingo Romero Francisco Álvarez Gaytán Salvador de Orona X Juan Correa X Pedro Sánchez X (*) Cantidad de años que ejerció un cargo capitular entre 1574 y 1580. (∇) X significa que fue capitular uno de esos años; XX que lo fue ambos. (#) Presentó hierros en 1577. (V) Presentó hierros en 1584.

X

X X

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Del pequeño elenco de rebeldes hay que decir algunas cosas: la mitad de estos hombres reunidos en casa de Benialvo integró la hueste fundadora. Más precisamente, 18 de estos hombres acompañaron a Garay desde Asunción.50 Tres de los cabecillas de esta rebelión –Lázaro Benialvo, Pedro Gallego y Diego de Leyva– y algunos que después de firmar se volvieron “leales al rey” –como Cristóbal de Arévalo y Antón Romero– o leales desde siempre como Felipe Cristal– habían sido además “soldados” de Garay a comienzos de la década de 1570.51 Según el testimonio de Felipe Juárez todos estos hombres habían sido gente de “...su compañía de mucha presuncion fee y crédito...”,52 dado el lustre y el prestigio con el que contaba Garay en Asunción. Para entonces, los soldados de Garay eran considerados por el mismo testigo “baquianos” en el uso de las armas y en la práctica de la guerra contra el indígena. Siempre en el mismo testimonio, la memoria le dictaba a Felipe Juárez que, volviendo del Perú para casar con Torre a su prima Juana, Garay “...avia travajado por el camino según tiene declarado que fueron Juan de Santa Cruz Sebastian de Aguilera y Luis Gaitan y Pedro Gallego y Lazaro Benialuo soldados de fee y credito y otros que con el fueron...”.53 Varios de los rebeldes habían sido hombres de confianza del vizcaíno desde comienzos de la década de 1570 hasta muy poco antes de tramarse la rebelión. Pero la caracterización de los hombres rebeldes como mancebos no surge de la nada. La historiografía (incluso la más partidista) no los menciona de este modo caprichosamente. La condición está atrapada en un significante que hace referencia sobre todo a la juventud y a la dependencia. Pero en el Río de la Plata (más correctamente en el Paraguay) está relacionada con una trama localizada, que revela cuestiones culturales relacionadas con la marcha del proceso de conformación de un orden colonial. Era bastante corriente que los mancebos se lanzaran precozmente a una vida militar con la expectativa de obtener algún tipo de privilegio en un mundo

50 El alarde en AGSF, Reproducción de testimonios históricos en adhesión al Cuarto Centenario de la Fundación de la Ciudad de Santa Fe, Argentina I.C.S.A, Santa Fe, 1973, sin foliar. 51 Los testimonios de la “Información....” no coinciden. Baltazar Carvajal, por ejemplo, asegura, como aparece en alguna bibliografía, que el “socorro” fue en San Gabriel. Véase p. 215 de la misma. Los tres primeros son mencionados en el testimonio del Capitán Juan Fernández de Enciso, mientras que los tres últimos, en el de Pedro Sánchez Valderrama. Ambos corresponden a “Información...” cit., p. 195. y pp. 200-201 respectivamente. Original en AGI, Patronato, 1-6-47/10, Colección E. Peña. El testimonio de Felipe Suárez –de vista, además, puesto que participó de la fundación de Santa Fe y era soldado de Garay–, enumera además de los nombres consigandos el de Juan de Santa Cruz y el de Mateo Gil, quienes también estuvieron en Santa Fe a la sazón de la Rebelión de los Siete Jefes. 52 “Información....” cit., testimonio de Felipe Juárez, p. 208. 53 “Información...”, cit., testimonio de Felipe Juárez, p. 209.



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particularmente mezquino en ese rubro.54 Desde edad temprana los mancebos (hijos de indias y españoles que, reconocidos o no por sus padres, constituían un estrato inferior al de los “peninsulares” e incluso al de los españoles nacidos en América, esto es, los hijos de padre y madre española) ofrecían su apoyo a los capitanes y desde luego alimentaban expectativas que no siempre podían ser satisfechas. Un bando del Teniente Felipe de Cáceres pregonado en Asunción en 1571 prohibía “...el uso de armas y el montar á caballo, ni juntarse de dos ó tres para arriba, so pena de muerte corporal...”. Según su entender, estos hombres trataban de abandonar la ciudad “...llevando todas las armas y caballos que pudiesen...”. El bando enumeraba a “...los siguientes mancebos desordenados, hijos de la tierra: Pedro Moran, Alvarez, Santiago de Ribera, Juan Martin Herrero, Francisco de Esquivel, Pedro Gallego, Arcamendia, Rodrigo Mosquera, Leiva, Amador de Venialvos, Santiago Mendez, Polo Sandoval, Manuel Antonio Herrero, Richarte, Rivero, Martin de Peralta, Luis Calafate y Anton Alonso.”55 El hilo del nombre importa: varios de los integrantes del motín de Santa Fe habían sido sospechados de sedición en la cabecera de la gobernación una década antes: y por eso habían sido embarcados con Garay en 1572. En la escala más alta de la constelación de los poderes en el área, el Virrey Francisco de Toledo no disimulaba su horror ante el crecimiento de la población que él llamaba “mestiza” y que encontraba muy notable sobre todo en las gobernaciones “monstruas” de Tucumán y del Paraguay. Su diagnóstico era alarmante: “Aquello esta en punto de perderse si vuestra magestad con breuedad no manda poner el remedio mediante la rrelacion que tengo que tengo de lo que ha hecho digo ortiz de zarate mendieta sobrino del dicho adelantado Juan ortiz de zarate que entretanto que yba la hija de la yndia que aca dexo a gouernar ella o quien con ella se casase, gouernase aquel mozo...”56.

54 Juan de Bernardo Centurión comenzó sus aventuras militares a la edad de 16 años; Hernando Arias de Saavedra lo hizo a los 15 y, antes de los 20 había sido designado como Teniente por Juan de Garay. 55 TRELLEZ, Manuel Ricardo Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomo V, Buenos Aires, 1892. Todos los resaltados me pertenecen. 56 Carta del Virrey Don Francisco de Toledo a S. M. sobre distintas materias de gobierno, justicia, hacienda y guerra..., desde Los Reyes, a 12 de diciembre de 1577, en LEVILLIER, Roberto, Gobernantes del Perú. Cartas y Papeles, siglo XVI. Documentos del Archivo de Indias, Tomo VI, “El Virrey Francisco de Toledo, 1577-1580”, Madrid 1924, p. 12, el resaltado es mío.

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Toledo estaba espantado con lo que podría hacer Diego de Zárate y Mendieta, los santafesinos, también. En esto –y quizás solo en esto– coincidían; sobre los caminos a seguir tenían diferencias bien profundas. Juana de Zárate, la portadora del título de Adelantado para su marido, era hija natural del fallecido Adelantado Zárate con Leonor Yupanqui, una princesa inca del Perú; Juana fue legitimada recién en 1572. Muerto su padre, había quedado a la cura de don Hernando de Zárate, quien la tenía en “depósito” por mandato de la Audiencia de la ciudad de La Plata. La mediación de Garay la convirtió en esposa de Juan Torres de Vera y Aragón, y el casamiento transformó a éste en Adelantado.57 La lógica del disgusto del Virrey queda expuesta en unas cartas: sabiendo de las tratativas de Garay para concertar aquella unión,58 Toledo escribió a Felipe II advirtiendo que, siendo Juana “hija de vna yndia y conforme a la criança que ellas tienen seria pozible casase con algun meztizo o mulato o con alguno de los que han sido muy traidores a vuestra real corona.”59 La última categoría, que aquí se resalta, es obviamente aquella que incluye al candidato de Garay para esta alianza matrimonial que tanto disgusta a Toledo. El Virrey la relaciona con el peligro que implica dejar en personas de tales calidades como “...encargados de sus vasallos y la conuerssion y doctrina de los naturales...”: permitir el gobierno en manos de traidores o de hombres que se alejan del cristianismo por la impureza de la sangre, contaminación derivada de aquellas mujeres con las cuales se amanceban y, a veces, hasta se casaban, era mal ejemplo para la reproducción de una sociedad que debía emular los principios fundamentales de la Monarquía Católica. Estas “mezclas”, siempre según Toledo, estaban íntimamente vinculadas con el ejercicio de una “cultura de los motines” –escribió “la única que aprenden”– y los alzamientos contra cabezas y caudillos, vejando el buen gobierno con tiranías.60 La alineación de ideas expresadas en esa carta es clara: sangre india, barbarización, tiranía: igual, mal gobierno. Las del Tucumán y del Paraguay eran para el Virrey provincias “mal asentadas”; albergaban demasiado número de mestizos y mancebos. Ellos no eran “puros” y por eso no podían ser hombres buenos. Para el virrey, la sucesión del gobierno de la provincia paraguaya cubría 57 Poder al General don Juan de Garay, en AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, f. 33, a 26 de julio de 1578. 58 Garay no sólo era un hombre muy cercano a Juan de Torres de Vera y Aragón, sino que era su deudo al punto tal que, en algunas cartas al Rey, reconoce debía éste poco menos que su supervivencia. Véase, entre otras, su Carta al Rey de abril de 1582, transcripta por Manuel Cervera en el Tomo III de su Historia..., cit. 59 Carta del Virrey Don Francisco de Toledo a S. M. sobre distintas materias de gobierno, justicia, hacienda y guerra..., desde Los Reyes, a 12 de diciembre de 1577, en LEVILLIER, Roberto Gobernantes del Perú. ...cit, p. 16, resaltado mío. 60 Carta del Virrey Don Francisco de Toledo a S. M... cit., p. 17.



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de oprobio el recto sentido del buen gobierno y la justicia, llevando a un grado inadmisible la incardinación en el máximo nivel del gobierno provincial del fruto de una de esas uniones resultantes de los amancebamientos entre españoles e indias. Aquí se ubica una nueva línea de la construcción del sentido histórico (de la semántica) del concepto de mancebo: Juana era el resultado de un “amancebamiento”61 y fue legitimada como hija y heredera de los derechos y oficios de un prominente servidor de Su Majestad. Por su vía, se legitimaba el envilecimiento de un alto oficio de gobierno y, con ello, advertía el Virrey, se enviciaba la jerarquía regia y se cultivaba el caldo de posibles próximas revueltas. Su indignación le hace subir el tono cuando, en 1578, se dirige a Su Majestad de la siguiente manera: “...no se como se puede satisfazer a la real conciencia de vuestra magestad nombrandolos gouierno dellas a la boluntad de los que aca vienen y estan tan cargados de hijos hijas mestizas y mulatas y quedarian vuestros subditos y vasallos con tener a estos por superiores y ser gouernados dellos y como reconoceran y ternan ellos la fidelidad que se deue a vuestra magestad especialmente que aun sin esto nos desuelamos tanto en buscar medios como se quite el peligro de los mestizos desta tierra y casi todo lo del paraguay es dellos...”62. Toledo no podía ser más políticamente explícito: legando Juana el título de adelantado se subvertía y se erosionaba un orden jerárquico que se debía al bien común, lo cual podía relajar la lealtad a la Corona. Para Toledo era incomprensible que el Rey no tomara cartas en este asunto, porque sus vasallos caerían en la confusión al reconocer como gobierno al producto de esas uniones fruto de amancebamientos. Pocos años después, cuando expiraba 1585, Hernando de Montalvo, Tesorero de la Gobernación del Plata, se dirigió al Rey en estos términos: “La gran necesidad que estas provincias de presente tienen, es gente española, porque hay ya muy pocos de los viejos conquistadores; la gente de mancebos, así criollos, como mestizos, son muy muchos, y cada dia van en mayor aumento; hay de cinco partes las cuatro y media de ellos; hará de hoy en cuatro años casi mil mancebos 61 Impugnado desde luego forma poco virtuosa de unión entre un hombre y una mujer. Cfr. Diccionario de Autoridades... (1734) y COVARRUBIAS, Sebastián de Tesoro de la lengua Castellana, (1611). 62 Carta del Virrey Don Francisco de Toledo a S. M., desde Los Reyes, a 8 de marzo de 1578, en LEVILLIER, Roberto Gobernantes del Perú... cit., p. 25.

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nacidos en esta tierra; son amigos de cosas nuevas; vánse cada dia mas desvergonzado con sus mayores...”63 El Oficial diagnosticaba y calculaba: quedaban ya pocos conquistadores y, los mancebos –gente poco afecta a la autoridad– sumaban casi nueve décimos de la población. Prefigurando el arbitrismo –aunque no en el sentido cervantino– también ofreció soluciones: “[...] así que conviene al servicio de nuestro Señor y de V. M. que entren en estas provincias cuatrocientos españoles, para que haya así en los pueblos que están ya poblados, como en los que nuevamente se poblaren, las dos partes de españoles y la una de estos mancebos de la tierra, y así andarán humildes y corregidos, y harán lo que están obligados al servicio de nuestro Señor y de V. M...” 64 Para el Contador se trataba de guardar proporciones numéricas entre “españoles” y estos “mancebos de la tierra” que, caracterizados ya por el bando asunceno de 1571, eran recordados de una manera entre amedrentadora y preventiva en la carta del Tesorero: “porque si nuestro Señor no remediara lo que sucedió en la ciudad de Santa Fé, víspera de Corpus Cristi, el año ochenta, saltara alguna centella en el Perú...”. 65 Los hechos de la víspera de Corpus de 1580 resumían lo que significaban para el gobierno de la tierra estos mancebos que, según Montalvo, debían ser puestos en inferioridad numérica para convertirlos en humildes súbditos obligados al servicio de Dios y del Rey. El recuerdo de la rebelión aparece esta vez en la pluma de un funcionario Real. Los hechos de la santafesina víspera de Corpus de 1580 circulaban en testimonios larvados de los protagonistas y otros menos oblicuos de testigos y relatores ocasionales. En el orden del lenguaje, se asentaban ciertas formas de identidad que la lexicografía local atrapaba con matices ligeramente distintos al de sus acepciones originales. El vocablo mancebo, asociado desde tiempo inmemorial con la corta edad, la dependencia y la soltería de un hombre, se cargaba históricamente con atribu63 “Carta del tesorero del Río de la Plata, Hernando de Montalvo á S. M. refiriendo varios sucesos acaecidos en aquella gobernacion, fecha en la ciudad de Buenos Aires a 12 de octubre de 1585”, en TRELLES, Manuel, Revista Patriótica del Pasado Argentino, Vol. IV, Buenos Aires 1890. Todos los resaltados me pertenecen. 64 “Carta del tesorero del Río de la Plata, Hernando de Montalvo á S. M....”, en TRELLES, Manuel Revista Patriótica del Pasado Argentino, Vol. IV, Buenos Aires 1890, resaltados míos. 65 “Carta del tesorero del Río de la Plata, Hernando de Montalvo á S. M....”, en TRELLES, Manuel Revista Patriótica del Pasado Argentino, Vol. IV, Buenos Aires 1890, resaltados míos.



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tos tales como un temperamento levantisco, el entusiasmo por las cosas nuevas,66 rasgos de “poca amistad” por el orden, condensados en la imagen “paraguaya” de unos jóvenes armados con “palos y macanas” listos para rebelarse.67 Porque aquellos mancebos manejaban también las armas de fuego, y no siempre para hacer frente al grupo peninsular: el mismo Garay consiguió que cincuenta y dos de los mancebos hijos de la tierra que embarcaron con él desde Asunción hacia Santa Fe asentaran entre sus pertenencias “un arcabuz”, mientras que él mismo –en lo que para el contexto era una verdadera ostentación– proveía de 23 por su sola cuenta.68 Y esto es interesante porque en su acepción castiza, mancebo es un hombre que por cuya condición jurídica (debe ser tutelado) no podía –legalmente– manejar este tipo de armas. A pesar de esto, el factor Dorantes afirmaba que “...los mancebos hordinariamente son buenos arcabuceros en poco tiempo que lo usan...”. Toledo, Dorantes, Cáceres o Martín de Orúe –todos, como Garay, peninsulares– mentaban a los hijos de españoles con indias como mancebos o mancebos de la tierra, atando los atributos de la escasa edad, la soltería y el poco apego a las autoridades. Otra carta escrita por dos oficiales reales en mayo de 1580, afirmaba que Garay había partido desde Asunción con “...algunos españoles y setenta mancebos naturales de la tierra...”, encadenando las categorías en lugar de condensarlas: no funden “mancebos” con “naturales”. Justicia sumaria: el orden político, teoría y práctica Somos dueños de todo, gritaban los rebeldes cerca del encarcelado Alonso de Vera. La noche anterior habían estado mostrándose unas cartas que acababan de traer Ruiz y Villalta. Esa noche, los conjurados se movieron dinámicamente, tratando de amedrentar e intercambiar promesas por fidelidades con otros vecinos. No lo hacían, como se ha planteado, desde una marginalidad absoluta: los rebeldes más activos tenían una probada participación en el cabildo.69 La revuelta fue alentada por un pequeño grupo de vecinos muy integrados al organismo municipal. En rigor, Lázaro de Benialvo, su principal cabecilla, fue 66 Sinónimo de “revueltas”. 67 De cualquier modo, es correcta la advertencia de Alberto David Leiva cuando indica que eran “jóvenes si tuviéramos que atender a las estadísticas actuales, pero vivían una época en que se alcanzaba la madurez muy rápidamente.” LEIVA, Alberto D. “La Revolución de los Siete Jefes”, en Boletín del Instituto Genealógico Heráldico de Rosario, 31, Rosario, 1997, p. 82. Este texto es curioso porque acierta perfectamente en negar el carácter “separatista” de la rebelión, pero la enlaza con la rebelión de Túpac Amarú y concibe la intentona de los mancebos como una “alborada de la libertad”, en cuyo extremo opuesto, hay que imaginar, se ubicaría el mal gobierno representado por Garay (pp. 83 y 84). 68 FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto Garay. Su vida y su obra, Tomo I, Rosario 1973, p. 473. 69 También se ha dicho que eran marginales económicamente, lo que es difícil de demostrar.

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regidor en 1574, 1577, y 1580; en 1579 había sido alcalde de segundo voto. Diego de Leyva lo había sido en 1576, 1578 y 1580, Rodrigo Mosquera fue regidor en 1577 y procurador en 1578; Pedro Gallego había sido alcalde de segundo voto en 1575 y regidor en 1578 y Bartolomé Figueredo alguacil menor el mismo año de la revuelta. Si tomamos en cuenta al resto de los firmantes del acta del 31 de mayo, incluidos los contra-revolucionarios, la participación de los rebeldes en el órgano de poder local se amplía todavía más. La rebelión se reprimió con muertes inmediatas, a filo de cuchillo, al grito de “viva el rey” y estigmatizando a los rebeldes a viva voz como “traidores” o “tiranos”, lo que justificaba las decapitaciones.70 Enseguida se procedió a la exhibición de sus cabezas en lugares públicos como parte de una pedagogía política del castigo profundamente judeocristiana71 pero también de la infamación de la memoria de los traidores.72 Tras haber acuchillado él mismo a uno de los cabecillas, Cristóbal de Arévalo recuerda haber dicho “....vuestras merçedes sigan y hagan Justiçia de los demas agresores como de personas que .an quebrantado la fee a su rrey...” Para estos hombres no había crimen en la restitución del orden. Arévalo, por lo demás, graficó esta restitución relatando un gesto en primera persona: “...y este testigo entrego la uandera al señor teniente en nonbre de su magestad de alli adelante quedo como vn soldado cençillo como de antes solia estar...”.73 La lealtad de los traidores En el discurso de la Monarquía Católica –y en el de otras formas del poder político– las muertes de quienes se rebelan su contra siempre son justas. Pero en el caso que aquí se analiza, el mejor ejemplo de esto lo constituye la de Diego Ruiz (o mejor, el testimonio que de ella conservamos), puesto que el relato transita por 70 “...la ley Julia sobre el crimen de lesa majestad, que comprendía a las personas que atentaban o maquinaban contra el emperador o contra la república. Su pena es la pérdida de la vida, y la memoria del culpable era infamada aun después de su muerte”, Instituciones de Justiniano, Libro Cuarto, Tít. XVIII: 3. 71 Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante (Deuteronomio, 19:20) 72 La traición a la corona era considerada desde luego un crimen de lesa majestad y, según la tradición romana así como la tratadística de la época, debía ser juzgada de manera breve y castigada de modo ejemplar. Cfr. CASTILLO DE BOBADILLA, Jerónimo Política para Corregidores, 1601, II, libro V, capítulo III; VILLADIEGO, Alonso de Instrucción política y práctica judicial, Madrid, 1766. Carlos I de Inglaterra fue juzgado por el delito de traición, encontrado culpable y decapitado el 30 de enero de 1649. Durante su gobierno había hecho lo propio con sus ministros Strattford (1641) y Laud (1645). Por estas tierras, muchos años después, en noviembre de 1863, la cabeza de Vicente “el Chacho” Peñaloza fue cortada y exhibida en una pica en la plaza de Olta, La Rioja. La exhibición de las cabezas de traidores, no obstante, no es una exclusividad de la cultura occidental. 73 Testimonio de Cristóbal de Arévalo, en GGV, BN 2125, cit.



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la ortodoxia de las justicias transicionales y antirrevolucionarias, afirmando que el movedizo articulador entre santafesinos y tucumanos fue ajusticiado al pie del rollo después de un brevísimo juicio oral. También interesa este relato porque recoge las últimas palabras de Ruiz, que son creíbles porque trasuntan su punto de vista sin beneficiar en absoluto a quien lo registró: desde su punto de vista, Ruiz no moría como traidor sino como un leal sirviente de Gonzalo de Abreu, a la sazón legítimo Gobernador del Tucumán nombrado por Su Majestad, Felipe II: en consecuencia, moría convencido de haber hecho un Servicio a Su Majestad, puesto que no había roto su cadena de lealtades, que terminaba también en el Rey. Antes de ser ejecutado, Ruiz dijo conocer a todos los alzados y reconoció a Abreu como su jefe, señalando que el Gobernador del Tucumán “...quería tomar posesion desta zivdad [Santa Fe] con toda la tierra.” Afirmó saber que “...cantaban liuertad vsurpando la juridiçion rreal [...] e que saue por donde vino hordenado este motin levantamiento y deseruiçio de su magestad e que esto venia hordenado por mandado del governador gonçalo de abreu...”74 El joven Ruiz, de apenas 22 años, convertido en delator de Abreu gracias a una hora de garrote frente a escribano y pluma, alcanzó a escribir de puño y letra un mensaje para su patrón: orgulloso, le aseguró haber hecho lo que le había encargado (traer las cartas); se reconoció como su criado y le pidió disculpas... Ruiz consideraba que moría por vuestra señoría, y le pidió, ignorando que la suerte del destinatario de su pedido no era distinta de la suya, haga bien por mi anima pues tan justamente merezco la muerte [...] bueluo a suplicar a vuestra señoria no se oluide lo que le encomiendo de anima nuestro señor guarde la muy ilustre persona de vuestra.... 75 Desde el punto de vista de los rebeldes, está claro que nada podía estar más alejado de la verdad: el verdadero servicio estaba de su lado, de quienes habían acabado con la vida de los “tiranos”.76 El grupo contrarrevolucionario estaba integrado por un minúsculo patriciado peninsular (compuesto por Juan de Garay, Pedro de Oliver, del Pueyo,77 Sierra, Alonso Fernández Romo y seis o siete hombres más) pero también por varios jóvenes provenientes en su mayoría de Asunción, varios de estos mancebos hijos 74 Confesión de Diego Ruiz. Santa Fe, 1 de junio de 1580. GGV, CXXII, BN 2127. Comparando nuevamente con lo sucedido en lugares centrales de la Monarquía, es interesante destacar que tampoco al estudiar a los comuneros de Castilla de 1520 se haya enfatizado en este aspecto, clave en las reivindicaciones de tipo antiguo que, con la de nuestra conjura, no cuestionaban en absoluto el orden monárquico. 75 Carta de Diego Ruiz a Abreu. Santa Fe, 1 de junio de 1580. GGV, CXXII, BN 2126. 76 Por ejemplo el testimonio de Juan de Ovalle. 77 Garay lo proveyó encomienda sobre dos pueblos de indios hacia el 16 de agosto de 1578; copia de este documento en Anales de la Biblioteca, Introducción y notas de Paul Groussac, Coni, Buenos Aires 1912, Tomo X, p. 126.

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de conquistadores con indias del Paraguay. Estos hijos de la tierra se constituyeron a partir de allí en cabezas de las familias renovadamente beneméritas que entre 1580 y 1600 conformaron la aristocracia de hecho que esta ciudad tuvo para darse a sí misma. En adelante, los mestizos integrantes de la hueste contra-revolucionaria se vieron progresivamente beneficiados con más repartos de tierras –sobre todo en la “Otra Banda” del Río Paraná, a comienzos de la década de 1590– la asignación de licencias para vaquear ganado y, eventualmente, controlaron el acceso a los cargos capitulares. La reversión del estigma en capital simbólico está íntimamente relacionada con la reconfiguración del orden social inmediatamente posterior a la revuelta. Esta nueva aristocracia surgió de las entrañas de la conjura: los rebeldes arrepentidos asesinaron a sus propios camaradas de revuelta en nombre de “...la honra de su rey” y se aliaron con los provisoriamente deplorados “españoles”. Examínese la lista de los contra-revolucionarios: Cristóbal de Arévalo (abanderado “forzado” del poder por los revolucionarios), Diego Ramírez, Juan de Santa Cruz, Sebastián de Aguilera, Antón Rodríguez, Antón Martín, Francisco Ramírez, Domingo Vizcaíno... Ninguno de estos hombres dejó de ser “natural” de Asunción después del restablecimiento del orden en la tarde del primero de junio de 1580: pero de ninguno de ellos se volvió a decir que fuera o hubiera sido un “mancebo”, un “hijo de la tierra”, ni siquiera un “criollo”. Al menos no con una carga negativa. Cristóbal de Arévalo, según se desprende de su Relación de Servicios de 1599, nunca dejó de prestar apoyo al grupo dominante en Santa Fe. Gabriel de Hermosilla Sevillano, Alonso Fernández Romo, Felipe Juárez, Sebastián de Aguilera, Francisco Ramírez, Juan de Vallejo y Gabriel Sánchez, entre otros, son los nombres más repetidos de las composiciones capitulares que van del año 1581 a 1590. Durante esta década, comienza a advertirse con mucha claridad el funcionamiento de algunos mecanismos interesantes por su crudeza: a) Juan de Santa Cruz y Diego Ramírez –dos de los contrarrevolucionarios que participaron de la reunión sediciosa en casa de Benialvo–, fueron en 1578 los fiadores de Simón Xaques, el Teniente de Gobernador supuestamente cuestionado por los rebeldes.78 b) Tras la rebelión, Xaques –sospechado de una vinculación nunca probada con Abreu– fue reemplazado por Gonzalo Martel de Guzmán, quien llegaba desde Asunción designado como Teniente de Gobernador, cargo que ejerció desde julio de 1580. Sus fiadores fueron Diego de Santuchos 78 AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, sesión del 30 de diciembre de 1578.



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y Pedro de Yllanes, quienes hasta entonces no habían aparecido como figuras de la vida política de la ciudad. Santuchos obtuvo una banca de regidor en 1584, cuando Martel de Guzmán fue electo Alcalde de Primer voto. Éste, ahora vecino de la ciudad, era un candidato seguro del nuevo Teniente de Gobernador, don Juan de Torres Navarrete: una semana antes de esta elección, el 23 de diciembre de 1583, Martel de Guzmán había ofrecido su fianza al nuevo Teniente.79 Cuando Juan de Torres Navarrete tuvo que ausentarse de la ciudad, extendió un curioso y específico título de “Teniente de Gobernador de la Ciudad de Santa Fe” a Martel de Guzmán: el fiador, nuevamente, Diego Tomás de Santuchos. Los nombres de dos testigos complementan la lista de este pequeño círculo que trabaja sobre su propia solidificación: Feliciano Rodríguez y Juan de Vallejo, rebeldes firmantes, contrarrevolucionarios fieles y, poco después, beneméritos indiscutidos de esta ciudad. c) Feliciano Rodríguez comenzaba por entonces su carrera hacia la notabilidad con algunos movimientos precisos, consolidando alianzas en un pequeño grupo: en 1583, junto a su amigo y compadre Diego Ramírez, se presentaron como fiadores de los Alcaldes Antonio Tomás y Juan Sánchez, dos figuras con mucha presencia en el ámbito capitular desde la fundación de la ciudad. En 1585 Rodríguez hizo lo propio con todos los cabildantes de ese año; en el grupo de fiadores vuelve a aparecer Juan de Vallejo, acompañado esa vez por Francisco Hernández y Alonso Fernández Romo, este último tres veces regidor entre 1580 y 1584. Entre los descendientes de este último y de Rodríguez se concertaron varios matrimonios a comienzos del siglo XVII.80 d) Tras la contra-rebelión, Diego Ramírez –otro que apresurada y acertadamente se alineó con los “leales”– comenzó a ocupar oficios capitulares importantes y aparece como fiador reiteradamente. Participante de la hueste fundadora de Garay, integró como regidor el primer cabildo. El capitán Diego Ramírez era hijo de españoles, venidos con Cabeza de Vaca, pero nació en Asunción hacia 1546. Tenía entonces ciertos vínculos con los nacidos en esa ciudad, pero se cuidó bien de entablar relaciones cordiales y de reciprocidad con los pocos españoles que había en

79 AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Segundo, f. 60; sesión del 23 de diciembre de 1583. 80 Se trata del matrimonio formado por Leonor de Encinas (hija de Juan Fernández Romo y María de Encinas) con Esteban de Vergara. Esta familia siguió emparentándose muy endogámicamente, ya que una de sus hijas, Bernardina de Espinosa, casó con Alonso de Vergara, otro descendiente de la familia de Feliciano Rodríguez. CALVO, Luis María “Vecinos encomenderos de Santa Fe...”, cit., p. 102.

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Santa Fe. Fue regidor en 1574, 1579 y 1582; alcalde en 1581 y 1585.81 En 1581 sus fiadores fueron Pedro de Oliver y Juan Sánchez, de quien él mismo fue fiador el año siguiente. En 1585 sus fiadores fueron Feliciano Rodríguez, Juan de Vallejos, Francisco Hernández y Alonso Fernández Romo. Junto a Feliciano Rodríguez fue fiador de Juan Sánchez y de Antonio Tomás. He aquí varios gestos que demuestran el apoyo mutuo y la consolidación del grupo capitular surgido de la contra-rebelión.82 e) Gabriel de Hermosilla Sevillano, uno de los vecinos importantes que participó de la reunión rebelde en casa de Lázaro Benialvo, había sido alcalde en 1579 y era regidor en 1580. Volvió a serlo en 1582, 1585 y 1588 y en 1585 la ciudad lo nombró su Procurador. Durante esos años también se le confió el Real Estandarte (fue Alférez Real) y cumplió turnos como Fiel Ejecutor; cuando en 1584 Gonzalo Martel de Guzmán fue designado teniente de Santa Fe, Hermosilla asumió como Alcalde en su reemplazo y su fiador fue Juan Sánchez. No parece haber estado a la altura de quien puede ofrecer fianzas, pero las recibió de Pedro de Oliver, de Juan Sánchez (varias veces), Diego Sánchez Ceciliano, Feliciano Rodríguez, Juan de Vallejo, Francisco Hernández y Alonso Fernández Romo.83 f) El varias veces mencionado Pedro de Oliver fue un hombre de mucho peso en la reorganización posrebelión. Entre 1578 y 1588, ocupó cargos capitulares durante siete años, y entre los años de 1578 y 1581, lo hizo consecutivamente. Fue el primer Alférez de la Ciudad y, en su nombramiento –le mandavan y mandaron que si se ofreciere alguna alteracion o levantamiento que sea de la parte de su majestad...– parece estar contenida la reacción institucionalizada al movimiento de mayo anterior.84 Para completar la evaluación es conveniente dar un nuevo giro y volver a observar detenidamente a los rebeldes: revolucionarios y contrarrevolucionarios compartían buena parte de los rasgos identitarios, y lo que parece diferenciarlos definitivamente es su posición respecto de la autoridad de su jurisdicción. Entre los rebeldes se contaban varios capitulares y, como se dijo, los cabecillas participaban activamente en el gobierno de la ciudad. Los mancebos no eran mayoría en el cabildo, como no lo eran en ninguna de las ciudades recién 81 AGSF-ACSF, Tomo I, Libros Primero, Segundo y Tercero. 82 AGSF-ACSF, Tomo I, Libro Primero, sesión del 3 de diciembre de 1578. 83 AGSF-ACSF, Tomo I, Libros Primero y Segundo, sesiones del 1 de enero de 1582, de 1584, f. 63 y de 1 de enero de 1585. 84 AGSF-ACSF, cabildo del 9 de enero de 1581, Tomo I, Libro Primero, f. 56.



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fundadas en la América colonial, y puede asegurarse que la información que manejaron y la presión que pudieron ejercer sobre otros vecinos, fue posible por una situación que está en las antípodas a la que les asigna la historiografía: los rebeldes no solo no estaban marginados del gobierno local, sino que además controlaban lugares de importancia. También se ha dicho que eran económicamente marginales o “pobres”, lo que es incomprobable –se puede documentar que alguien es rico, pero lo contrario es sumamente difícil porque la ausencia de pruebas no puede aseverarse eternamente, ya que la aparición de un simple testimonio tuerce la flecha. Algunas pistas, además, permiten sostener que no estaban en la miseria extrema. En un estudio de Manuel Cervera se examina la rendición de cuentas que el escribano Alonso Fernández Montiel realizó con motivo de la ejecución en remate de los bienes de los rebeldes.85 De allí se desprende que casi todos ellos eran propietarios de alguna cuerda de tierra en las afueras de la ciudad e, incluso, de solares que les había entregado el fundador, Juan de Garay, para avecindarlos.86 Hacia 1580, la distribución de tierras en “la otra banda” del Paraná apenas si ha comenzado y, en cuanto a los ganados, es todavía muy temprano para establecer quiénes serían los propietarios principales.87 Así, las posibilidades de una diferenciación económica importante en el interior de la hueste conquistadora es meramente especulativa. No hay constancias de provechosos repartimientos de 85 Puesto que a las ejecuciones sumarias siguieron, claro está, las confiscaciones. Esto sucede con los rebeldes cualquier parte de la Monarquía. Véase BERMEJO CABRERO, José Luis Poder político… 86 Lázaro de Benialvo era propietario de una suerte de tierra en el Saladillo y tenía una estancia en tierra de Calchines. Francisco Alvarez Gaytán poseía una chacra, otra con casa, un solar, un carretón, yunta de bueyes y además, una estancia en el Viliplo. Mosquera era dueño de chacra y casa, estancia en el Viliplo, tierras en el Saladillo y ganado. Pedro Gallego poseía casas y chacra, estancia en los Calchines y algo de ganado. Pedro Gallego el mozo y Juan Correa eran dueños de una cuerda de tierra; Domingo Romero de chacra y solar, Pedro Sánchez al menos de un solar, Diego de Leyva de una chacra y Bartolomé de Figueredo poseía una estancia en el Saladillo y un solar. Este documento, cuyo original no he visto, aparece recuperado en CERVERA, Manuel Ubicación de la ciudad de Santa Fe... s/d, pp. 107 a 110 y en LIVI, Hebe “La revolución…”, cit., p. 97. 87 El Cabildo otorgó licencias de vaquería recién unos quince años más tarde. Aún así puede afirmarse que Bernabé Luján, Juan Martín, Antón Romero, Pedro de Espinosa y Hernán Ruiz de Salas poseían hacia 1577 sus hierros. Cuadernos de Registro de Marcas de Ganado, en AGSF-ACSF, Tomo I. Estas primeras marcas pudieron también haber sido obtenidas por varios de los rebeldes que, efectivamente tenían presencia capitular por entonces: en una sesión de dicho año, se sugiere que no se marquen hasta no “avisar” a quienes tienen ganados en las islas. La práctica de la “marca”, con todo, no iba de la mano con criterios a priori de la “propiedad”, sino que era aquélla la que, una vez legitimada en el cabildo, señalaba quién era el derechohabiente sobre ese ganado que pastaba en una extensión sin otros límites que los ríos, arroyos o la dirección impuesta a los animales por las tormentas, los accidentes geográficos insalvables o sus propios derroteros gregarios.

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indígenas y en cuanto a los solares de la ciudad, es obvio que Garay había distribuido los mejores entre sus allegados; pero la situación de la hueste era la de un mejoramiento respecto de su situación en Asunción.88 Querían más y eso no era posible en una configuración como la que Garay había conseguido consolidar. Y lo notable es que, tras la rebelión (y sobre todo tras la contra-rebelión) muchos de los rebeldes consiguieron instalarse precisamente donde querían a partir de enrolarse en la contra-revuelta impulsada por Arévalo. Según lo muestran con claridad los hechos posteriores a la represión de la revuelta, sofocar la rebelión que habían organizado –es decir, el ser dos veces traidores en dos días– es lo que los instaló en la elite local por una treintena de años. Quienes participaron en la rebelión de la víspera de Corpus como cabecillas y no optaron por la vía del arrepentimiento, lisa y llanamente desaparecieron de la vida santafesina –en la mayoría de los casos, de la vida sin más. Sus familias quedaron completamente marginadas de cualquier posibilidad de participación en la vida política de la villa.89 Identidades, territorio y justicia Todos los hombres avecindados en Santa Fe entre 1573 y 1580 provenían de Asunción del Paraguay y conformaban la descarga de la cabeza de la gobernación después de los incidentes de 1572: el bando de Cáceres los había llamado mancebos desordenados y la fundación de Santa Fe los había convertido, en 1573, en vecinos de Santa Fe del Río de la Plata. Al rebelarse contra la autoridad de quien los había investido, al relacionarse con autoridades de otra jurisdicción, pudo verse que desde Santiago del Estero o desde Córdoba, Villalta, Rodrigo de Mosquera, Diego de Leyva y Lázaro de Benialvo eran mentados como paraguayos: no porque fueran naturales de allí, sino porque “lo de Santa Fe” hacía parte “del Paraguay”. Por otra parte, hacia 1580, los vecinos de Córdoba y Santiago del Estero eran percibidos como “del Tucumán”, expresión anterior a la creación de la gobernación (1563) que designaba con un vocablo indígena una región difusa, es decir, la provincializaba. La documentación muestra que la pertenencia a una jurisdicción es parte inequívoca de la invocación en la asignación de identidades, pero designan realidades cualitativamente vagas: del Tucumán, del Paraguay o, incluso, del “Río de la Plata”, se dirá ora que son Gobernaciones, ora que son provincias –territorios lejanos que han sido incorporados a la Corona. 88 Para confirmar este punto me he servido de numerosas entradas del índice de nombres publicado por Trelles en su “Diccionario de Apuntamientos”, cit., Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomos II, III, IV y V –Buenos Aires 1890 en ad. 89 “Probanza de Méritos de Juan de Espinosa (1596)”, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay – Fundador de Buenos Aires, cit.



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Es imposible comprender esta revuelta desde un paradigma donde todas las formas políticas se llaman y son un “Estado”. Haciendo un esfuerzo antropológico, tratando de comprender las formas políticas en los términos de su época –sin renunciar a categorías actuales, pero evitando utilizar aquellas que para emplearse deben violentar la gramática que se estudia– el aparente desorden lexicográfico no es tal: el repertorio lingüístico que aparece es propio de quienes estaban haciendo el proceso de organización política del territorio, estaban realizando el equipamiento político del territorio.90 Así, la lógica de las denominaciones múltiples y confusas de los vecinos o hasta de los mismos gobernadores, fragua bien con la que desplegaba la Monarquía y con las identidades que se asignaban los agentes. Lo mismo sucedía con las designaciones estampadas en la cartografía o en los relatos de viajeros y cronistas. Antonio Vázquez de Espinosa publicó en 1627 una relación donde ubicó a Santa Fe en una alta barranca a la rivera del Río de la Plata a la parte del Tucumán... El caso también permite afirmar que la asignación de identidades no se agotaba en la naturaleza –el territorio y las jurisdicciones. Algunos hijos de la tierra mancebos paraguayos se convirtieron en integrantes de la elite santafesina y allí operó una reformulación de pactos y acuerdos que impacta en lo que los agentes dicen ser y en cómo consiguen ser percibidos por otros. El alineamiento que encuadró la represión de la revuelta detrás de las voces de “viva el rey” en una dimensión hispánica de la justicia, se valió de la dimensión romana y católica del delito de traición (lo convirtió en crimen laesae majestatis) cubriendo de este modo la ejecución y el destierro de los mancebos que fueron designados como tiranos (Ovalle) o traidores y ubicándose a sí en la vereda de la lealtad. Los que decidieron integrar la contrarrebelión, a través de los procedimientos descriptos, hegemoni90 El concepto de equipamiento del territorio es una adaptación que realizo del de ordenamiento territorial, propuesto por la geografía francesa (p. ej., BRUNET, Roger L’aménagement du territoire en France, LDF, París, 1997) y de mucha inspiración que proviene de todos los libros de António Hespanha, sin que ahora pueda indentificar cuál ha influido más que otro. El concepto original ha sido utilizado en su primer estado por las escuelas de gubernamentabilidad socialdemócratas y preeminentemente para señalar discontinuidades o inequidades territorialmente localizables con el propósito de cartografiarlas para formular estrategias que permitan corregirlas. Dado que en geografía designaba originalmente tanto el proceso como el resultado y se orientaba a relacionar la acción política con las modificaciones impresas en el territorio, he recuperado su característica recursiva para analizar el proceso por el cual la Monarquía hispánica instaló en los territorios que conquistaba (en nuestro caso, en el rioplatense) las relaciones sociales, jurisdiccionales y judiciales –expresadas institucionalmente– que desde el punto de vista del europeo organizaban la extensión en territorio (lo convertían en un espacio político). Por ello el proceso de equipamiento político de un territorio incluye las acciones de diversos agentes y de distinto tipo –que tienden a conseguir un resultado orientado por esta voluntad de ordenamiento– y las expresiones simbólicas o físicas que este accionar va imprimiendo tanto en el terreno como en la concepción de su relación con las instituciones políticas.

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zaron el control del cabildo e hicieron pesar el atributo de la antigüedad de radicación en el área (lo que les había expulsado de Paraguay, probablemente) como requisito para integrar el Cuerpo. Al mismo tiempo, el cabildo fue el sitio que los legitimó frente a residentes, estantes, extranjeros y vecinos de otras ciudades. Mantener buenas relaciones con las familias que controlaban la institución era prácticamente una estrategia de supervivencia. Los jefes de familia cuya intervención del lado del orden fue destacada (Bernabé Luján, Feliciano Rodríguez, Pedro de Oliver y el Cap. Diego Ramírez entre otros) más los que desde un principio estuvieron alineados con Garay, conformaron el grupo de los “Beneméritos”, constituyéndose en el núcleo que controló el gobierno municipal sin inconvenientes hasta los años 1620. La rotación en los cargos capitulares fue menor después de 1580 y muestra la consolidación de algunos miembros de la comunidad que no eran precisamente “españoles”. A partir de estos gestos de apoyo como las fianzas o la celebración de alianzas matrimoniales, lograron imponer a los nuevos miembros que eran hombres de confianza: de 87 cargos capitulares elegibles entre 1581 y 1590 (sólo contabilizo aquellos de los cuales hay datos fiables), 46 (más de la mitad) fueron ocupados por hombres que ya habían intervenido en el ámbito capitular antes de 1580: y esos cuarenta y seis oficios fueron usufructuados solamente por dieciséis vecinos, a quienes es justo tener en cuenta como la estrecha élite triunfante del reordenamiento de 1580.91 Desde ese año, se integran nuevos miembros que ingresan justamente con el aval de hombres como Diego Ramírez, Juan Sánchez o Pedro de Oliver, y repitieron también como capitulares entre 1580 y 1589: Diego Sánchez Ceciliano, Sebastián de Aguilera, Feliciano Rodríguez, Gonzalo Martel de Guzmán y Juan Xaques constituyen lo que podría llamarse el elemento de “recambio generacional”, avalado por los más antiguos capitulares antes mencionados. El mancebo ya no era mentado ni siquiera como “hijo de la tierra”: ahora es “hijo de conquistador antiguo” y aparec perfectamente integrado con los pocos peninsulares que integran la lista. El episodio cierra de alguna manera el ciclo de las primeras pujas en la construcción de una modesta pero efectiva aristocracia de mérito que se adueñó del control de los resortes políticos de la ciudad de Santa Fe: en este sentido, la naturaleza de la fuente de origen del mérito continuaba siendo el Real Servicio pero éste ya no radicaba en las jornadas expedicionarias de peninsulares recién llega-

91 Mateo Gil, Diego Ramírez, Pedro de Espinosa, Antonio Tomás, Hernán Ruiz de Salas, Alonso Fernández Montiel, Juan Sánchez, Francisco Hernández, Felipe Juárez, Hernán Sánchez, Pedro de Oliver, Simón Figueredo, Gabriel de Hermosilla Sevillano, Antón Rodríguez, Alonso Fernández Romo, Rodrigo Alvarez Holguín, a quienes debe agregarse los de Juan de Espinosa y Cristóbal de Arévalo, alineados aunque distanciados de Santa Fe.



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dos, sino que ahora lo esgrimían los hijos de conquistadores92 que se habían dado a la tarea de sofocar una rebelión retratada –gracias a la coincidencia del cambio de gobernación en el Tucumán y la consiguiente residencia a Abreu–como una traición a los intereses reales. Los agentes supieron vestir su segunda traición de lealtad al rey y consiguieron articular la satisfacción de sus pretensiones locales con el orden más vasto de una Monarquía que, todavía y por mucho tiempo más, podía otorgarles sentido de cuerpo y razón política a escala de comunidad y a escala de Imperio. En materia judicial, el proceso seguido contra los conjurados de la noche de Corpus de 1580 (primero en Santa Fe y más tarde en Santiago del Estero) no tiene mucho de excepcional. Al contrario, frente a rebeldes y traidores –en la Monarquía la rebelión era una de las máximas manifestaciones de la traición– los agentes posicionados del lado de la auctoritas tomaron medidas ejemplificadoras para desalentar estas actitudes y preservar el statu quo desde tiempos remotos.93 Además de que las penas impuestas en estos casos eran de máxima (incluyendo la pérdida de la vida, de los bienes y de la fama), los tratadistas aconsejaban al Rey que no lo hiciera “solo y en secreto” sino públicamente, lo que era emulado por sus delegados en distintos puntos de la Monarquía.94 En el pensamiento político y jurídico hispánico la traición tuvo un tratamiento específico95 y, todavía en el siglo XIX, Martínez Marina consideraba que era “…el mayor delito, el más funesto a la sociedad y el más digno de escarmiento…” y en esto se apoyaba el célebre fundador de la escuela de historia del derecho español para justificar la dureza de las Partidas al respecto.96 Por lo demás, muchos son los elementos comunes con otras rebeliones que se dieron dentro de la Monarquía: la invocación al nombre del rey, el cambio 92 Como se desprende por ejemplo de la Nueva Recopilación..., los “hijos de conquistadores” debían ser preferidos para ocupar los cargos de gobierno municipal, tanto como para recibir cualquier otro tipo de beneficio. Esto es considerado en la prescriptiva Real muy tempranamente, con la aparición de la primera generación de hijos de conquistadores nacidos casi siempre de uniones jurídica y religiosamente poco ortodoxas. 93 Los historiadores del derecho hispano en general acuerdan en que, durante la época moderna, no hubo novedades jurídicas en torno al castigo de este tipo de delitos. BERMEJO CABRERO, José Luis Poder político y administración de justicia en la España de los Austrias, Ministerio de Justicia, Secretaría General Técnica, Madrid, 2005, p. 106. 94 Martínez Marina escribió que hasta el siglo XII, siguiendo la tradición gótica “…aunque las leyes recomendaban a los príncipes la virtud de la clemencia, con todo eso no les otorgaron facultad de perdonar á los reos convencidos de traición o infidelidad contra el soberano y la patria…” MARTÍNEZ MARINA, Francisco Ensayo histórico-crítico sobre la legislación y principales cuerpos legales de los Reinos de León y Castilla: Especialmente sobre el Código de las Siete Partidas de D. Alfonso el sabio, Tercera Edición, Sociedad Literaria y Tipográfica, Madrid, 1845, p. 63. 95 IGLESIA FERREIRÓS, Aquilino Historia de la traición: La traición regia en León y Castilla, Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, 1971, pp. 147 y ss. 96 MARTÍNEZ MARINA, Francisco Ensayo…, p. 387.

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de jurisdicción (Catalunia, 1640), el “juntismo”, las posturas cambiantes, el que se las juzgara como traición, su enjuiciamiento rápido y sumario, los castigos ejemplares, el reclamo de una mayor participación en el gobierno de la ciudad (Sicilia, 1646), los castigos excepcionales y la exhibición de las cabezas cortadas (Nápoles, 1647).97 El análisis de unos pocos aspectos del Juicio de Residencia que Lerma sustanció contra Abreu facilitó la percepción conjunta de la administración de la justicia en distintos niveles (el virreinato, la gobernación y la ciudad), distintas modalidades (administrativa, ordinaria y sumaria) y la articulación de los intereses de la Monarquía con los de algunos súbditos que no ocupaban lugares centrales: en este caso, saber cómo fueron juzgados aquellos hombres, fue la piedra de toque para comprender la relación entre asignación de identidades, intereses políticos, administración de justicia y equipamiento político en territorios jóvenes y turbulentos. Tanto lo eran que Hernando de Lerma les aplicó el sambenito de tierra libre y vidriosa.98

97 VILLARI, Rosario La revuelta antiespañola en Nápoles. Los orígenes (1585-1647), Alianza, Madrid, 1979. AA.VV. 1640. La Monarquía en crisis, Crítica, Barcelona, 1992. 98 [2012] En 2010 publiqué un trabajo justamente titulado La tierra nueva es algo libre y vidriosa. El delito de “traición a la corona real”: lealtades, tiranía, delito y pecado en jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas (1580-81)”, Ley, Razón y Justicia, Año VIII, Núm. 11, Córdoba, 2010, pp. 281-305 donde se abordaron otros aspectos de esta cuestión, inclusive la diferencia entre rebelión y conjura.

CAPÍTULO VII Una organización política sensible: el cabildo santafesino entre 1573 y 1595

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ste capítulo registra y analiza las transformaciones que presentó la conformación capitular santafesina en un período corto, atravesado por algunos sucesos significativos: dos fuertes rebeliones (1577 y 1580), la muerte del fundador (1583) y el ascenso al primer plano del nivel político de su yerno, Hernandarias de Saavedra (1592/94). Esta reconstrucción presenta los elementos necesarios para analizar cómo la complejización de los problemas que enfrentaba la ciudad se inscribieron institucionalmente y enriquecieron el equipamiento político local, desarrollando tecnologías políticas que se acompasaban con el proyecto monárquico de una “vida en policía” a escala de imperio. El corte en 1595 se debe, no obstante, al ya mencionado hecho de que no se conservan las actas entre 1596 y 1615. Durante este breve período, la sencilla organización inicial de un cuerpo con dos alcaldes, seis regidores y un escribano presididos por un teniente de gobernador fue adquiriendo otra estructura. En algunos casos, los nuevos oficios o cargos que se agregaron y coadyuvaron en esta complejización, tuvieron como referencia ciertos acontecimientos o bien algún tipo de situaciones que interpelaron al Cuerpo exigiéndole la adopción de “medidas correctivas”. En otros, se trató de la llegada de hombres portando títulos comprados, en general vinculados con la administración de la Real Hacienda, el ejercicio de escribanías o de otras funciones vitalicias. A menos de dos años de fundada la ciudad, la misma tenía ya su Procurador, cuya función era “representar” y gestionar para la ciudad determinados pedidos frente a autoridades de otra jurisdicción; aparte de esta tarea, el Procurador, como miembro del Cabildo, podía presentar denuncias y exigir el cumplimiento de ordenanzas a otros vecinos. Desde 1576 puede observarse la presencia de la figura de un alguacil –probablemente alguacil mayor, aunque no aparece todavía especificado–; sus funciones, ligadas seguramente al “poder de policía” dentro de la ciudad, no fueron objeto de textos prospectivos. Se sabe que en Granada, por ejemplo, los alguaciles mayores fueron auxiliares de justicia, designados por el Corregidor de la ciudad. Era el mismo corregidor quien lo presentaba al cabildo y, según Castillo de Bo-

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badilla, actuaba en virtud de las comisiones que el Corregidor le diere.1 En Santa Fe del Río de la Plata, no revistió desde los comienzos las características de un oficio sólo de justicia. Este cargo de Alguacil fue esgrimido, en principio, por un Capitular –ese año, por el Procurador Romero–, pero en adelante, fue un oficio desempeñado por más de un año y, en general, por una persona que no ocupaba otro cargo sino excepcionalmente. Este alguacil debía de estar al tanto de las cuestiones relativas a revueltas y desobediencias, y fue incorporado como oficio capitular, justamente, al calor de los malestares producidos entre 1576 y 1577 por los excesos del gobernador Diego Ortíz de Zárate y Mendieta y de su gente.2 Los primeros capitulares, como ya se ha dicho, debían tener cierto comportamiento polivalente. No había funcionarios específicos para la recolección de ciertas imposiciones o “servicios”. Un ejemplo de este último caso lo constituye la designación del regidor Diego de Leiva como colector de las cobranzas de los servicios del “padrillo de la ciudad” –que era el caballo del alcalde Francisco de Sierra.3 El tema del “control interno” de las “novedades” en la ciudad apareció con crudeza cuando las novedades más gravesya habían ocurrido: en 1581, el año posterior a la rebelión de los “siete jefes”, cuando, creándose el cargo de Alférez de la Ciudad –en adelante, Alférez Real–, se le subrayaba a éste que “...si se ofreciere alguna alteracion o levantamiento que sea de la parte de su majestad....”.4 Esta era una manera de “reforzar” las cosas en la República, encomendando sobre un oficial la responsabilidad de esgrimir la presencia del Real Estandarte como investidura de la autoridad regia, en nombre de la cual se había realizado la represión de la mencionada revuelta. Otra manera de representarse el asunto bien podía ser la propuesta por el teniente de gobernador Juan de Torres Navarrete quien subrayaba, por ejemplo, la necesidad de producir el reemplazo generado por su ausencia. Escribiendo desde la Laguna de los Patos, un 21 de enero de 1584, recomendaba que “...porque aya mas fuerça en la republica” Gonzalo Martel de Guzmán lo reemplazara como Teniente de Gobernador y, sobre todo, alentaba a los vecinos a “...que no falten al cabildo...”, dejando instrucciones precisas para realizar los reemplazos en orden de precedencia.5 De hecho, Martel de Guzmán lo reemplazó por cuatro años y, al regreso de Navarrete, el mismo Martel se ofreció como su fiador, razón que hace presumible la solidez de vínculos entre estos

1 2 3 4 5

LÓPEZ NEVOT, José Antonio La organización institucional del municipio de Granada... cit., p. 74 y ss.; allí citado, CASTILLO DE BOBADILLA, Jerónimo Política... cit. II, 1601, libro V, cap I. AGSF–ACSF, Tomo I, 1ª- serie, f. 5 y ss. AGSF-ACSF, Tomo I, 1ª- serie, f. 8. Sesión del 21 de octubre de 1576. AGSF-ACSF, Tomo I, 1ª- serie, f. 46. AGSF-ACSF, Tomo I, 1ª- serie, f. 74.



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peninsulares y varias familias de “hijos de la tierra” radicados en Santa Fe que, entre 1580 y 1590 permiten argumentar la continuidad de un delicado equilibrio. A lo largo de esta década se constata la aparición del Alcalde Mayor (1583, oficio que devenía de un título otorgado por Garay, luego presumiblemente patrimonializado, ya que era ejercido durante varios años) y el de Mayordomo de la Ciudad (1584), desempeñado por un vecino que no ocupaba en general otro asiento. El título que el Cabildo aceptó a Antonio Tomás en 1583, el de Alcalde Mayor, muestra, como ya se expuso, otro pliegue en materia de justicias y varas. Éste expresaba, claramente, la potestad de “Justicia Mayor”, de la misma manera que lo expresaba la designación que, pocos años antes y, aun en vigencia, detentaba el Teniente de Gobernador, Gonzalo Martel de Guzmán, también designado por Juan de Garay. Así, a la justicia ordinaria y de la hermandad contenida en los alcances del oficio del Alcalde de Primer Voto, se solapaban en este momento otras dos justicias mayores in situ, la del Teniente de Gobernador y, ahora, la del Alcalde Mayor –ambos residentes en la ciudad–, más una tercera, la del Gobernador, también él Justicia Mayor a todo lo largo y lo ancho de su jurisdicción. Probablemente, en este caso, Garay estuviera jugando una carta de control sobre Martel de Guzmán, en la medida en que, como se ve por la transcripción de los alcances de ambos títulos, prácticamente los homologó. Otra función de importancia puede relevarse en las actas de la década de 1580: la adopción de patrones de medida y su vinculación con el poder político se encuentran condensadas en la figura del Fiel Ejecutor. Su función –controlar el respeto de los precios fijados por el cabildo, efectuar lanzamientos, ejecutar medidas y ordenanzas del cuerpo, en general– está asociada a la inspección de los contenedores físicos de la medida de la arroba, la media arroba, de los barriles de vino, el peso de los panes y, también, de las romanas (balanzas) de la ciudad y de los particulares. En principio, fue una carga ejercida de manera rotativa entre los regidores, que se ocupaban de estas cuestiones dos meses cada uno. Perohacia el primer cuarto del siglo XVII, se había convertido en un oficio de carácter anual, siempre practicado por un miembro del ayuntamiento que, generalmente, detentabauna regiduría. Tanto esta función como el asentamiento en la ciudad de un Tesorero Real, estaban estrechamente relacionadas con la consolidación de las primeras cosechas exitosas, la fabricación de vino de la ciudad y, sobre todo, con la puesta a punto de un lenguaje común (las medidas) para permitir el comercio con las ciudades vecinas.6 Las funciones de un importante capitán –que de hecho venía a la ciudad con la perspectiva de ser su teniente de gobernador, puesto que no se avecindó

6

AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, f. 52 y ss.

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en la Santa Fe–7 podían rozar cuestiones alejadas del gobierno, la justicia y la guerra. Cuando Felipe de Cáceres llegó desde Asunción en 1592, recibió de los capitulares un pedido muy particular: le solicitaron que el domingo “...dé plática a los vecinos de esta ciudad de cómo se hace una casa de depósito para ponerse las trujas que cada uno pudiese dar....”.8Los servicios pedagógicos que le pedían al baquiano asunceño, a la sazón, eran fundamentales para una tierra que “... apenas andaba...”. En 1595 se designó por primera vez en Santa Fe un juez de menores. El oficio (que por entonces se nombraba como padre de menores) fue conferido ese año a Alonso Fernández Romo, quien ya lo venía desempeñando.9 Identidades y oficios Si, como se dijo, el cuerpo desde los inicios de su historia estaba conformado por sólo seis regidores, la fórmula de las elecciones realizadas a comienzos del año 1594 parece reveladora en algunos aspectos que permiten ir más allá de los números: el escribano asentó que “...hizo el nombramiento por su memoria de las personas que han de ser alcaldes nombrados por la dicha memoria a seis vecinos de esta ciudad conviene a saber nacidos en Castilla y de españoles nacidos en la tierra de los cuales por tener copia de todo salieron...”.10 Puede interpretarse que,hacia la década de 1590, las sillas de regidores eran ocupadas por tres regidores “nacidos en la tierra” y tres “castellanos”. Esto tiene varias lecturas: por una parte, podría identificarse que los hijos de la tierra (después de la rebelión de 1580) habían ganado un espacio; pero, sin negar totalmente la posibilidad de un orden que contemplaba esas negociaciones, y recordando que muchos “hijos de la tierra” participaron efectivamente de la pacificación de la rebelión, este parece ser un aspecto fuerte de la transición abierta en esta década de 1590 en cuanto al peso que los mestizos tuvieron entre los hombres con derechos políticos avecindados en la ciudad. ¿Pero podría haber sido de otra manera? Hacia la primera mitad de la década de 1590, los “beneméritos” ya no son necesariamente castellanos. Dicho de otro modo, los “hijos de la tierra”, que tal y como sostengo en el análisis del conflicto de 1580 no estaban completamente postergados antes de esa fecha,tampoco vieron sensiblemente mejorada su participación en clave étnica. Muchos “hijos de la tierra” obtuvieron vecindad e intervinieron en el cuerpo capitular santafesino, en mayor o menor grado según cada caso, pero las bases de la discriminación en 7

Como de hecho lo será desde el 12 de octubre de 1593; AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo II, ff. 167 y 168. 8 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo II, f. 130. 9 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, f. 208. 10 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo II, f. 174, énfasis mío.



Abrir puertas a la tierra

201

materia de derechos políticos tenía menos que ver con el componente étnico que con la posición social, con la diferenciación que habían establecido respecto de sus pares en función de articulaciones de alianzas concretas. La “naturaleza” (es decir, la procedencia) y “la sangre” (concretamente la presencia de sangre indígena en la biología del candidato) no eran criterios completamente excluyentes, pero formaban parte de la “composición social” de los vecinos que accedieron a los oficios capitulares. Y pueden detectarse algunos patrones: hasta la década de 1590, todos los oficios de Alcaldes de primer voto fueron ejercidos por Españoles Peninsulares –incluido aquí Antonio Tomás, que era Portugués, alcalde de primer voto en 1575, 1580 y 1583, antes y después de la unión de las Coronas. [Cfr. cuadro Capitulares Santafesinos 1574-1595]. El cargo de Alcalde de primer voto estuvo reservado, durante los 15 primeros años, sólo a peninsulares. La fórmula de la elección de 1594, analizada retrospectivamente, arroja una mirada distinta si se cargan las tintas sobre las sillas destinadas a regidurías: puedo afirmar con certeza que, sólo durante los años de 1580, 1582, 1583, 1588, 1589, 1590 y en el citado año de 1594, las regidurías se repartieron, por partes iguales, entre peninsulares e “hijos de la tierra”. El resto de los años muestra un predominio de estos últimos que, en muchos casos, alcanzaron incluso cuatro o cinco regidurías y hasta el oficio de alcalde de segundo voto. La funcional dicotomía entre peninsulares e hijos de la tierra, debe ser revisada. Las claves de alineamiento, desde mi punto de vista, pasaron por coincidencias de intereses mucho más puntuales y concretos, que no siempre incluyeron el origen o la “patria” de los actores. Las genealogías, la pureza de sangre hispanizante fue, en todo caso, un elemento más de un cuadro de representaciones donde se configuraban diferentes puntos. Si como sostiene la historiografía más nacionalista y la más liberal, los conflictos por el poder político traducidos en las rebeliones de 1577 y 1580 reposaban en esta diferencia de “nacionalidad” de los actores, habría que agregar que esto es así en el orden discursivo. Por lo tanto, debe ser tomado en cuenta, pero sin cargar al orden del discurso con el pesado rótulo de “la verdad”. Al contrario, parece conveniente atender a otros registros de la realidad que, más allá de la primera letra del discuro, ofrecen las prácticas, los hechos y, por ejemplo, una lectura atenta de las composiciones capitulares del período. La fuerza de la evidencia ofrecida por una visión “nacionalista” de aquellos conflictos no desaparece del todo, pero se diluye: el elemento de la procedencia formaba parte de la trama, de una trama de situaciones imbricadas en un equilibrio inestable y móvil, que aparece solamente si se echa una mirada configuracional sobre el orden político. Véase entonces el siguiente cuadro:

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Juan de Santa Cruz Pedro de Espinosa Lázaro de Benialvo Francisco de Sierra Antonio Tomás

Juan Martín Hernán Ruiz de Salas Pedro Gallego Antonio Rodríguez Alonso F. Montiel Cristóbal de Arévalo Sebastián Caravallo Juan de Garay Juan de Salazar Juan Sánchez Diego de Leiva Juan de Carvajal Diego de Bañuelos Bernabé de Luján Antón Romero

X X F X X X X X .? .?

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Juan de Espinosa Horduño de Arbildo Mateo Gil Bernardo de Salas Benito de Morales Diego Ramírez

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Ejecutado tras la rebelión de los siete jefes (1580) Participó de la deposición de Mendieta; enviado preso a Asunción

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Participó de la deposición a Medieta; enviado preso a Asunción – 1588 vecino fundador de Corrientes – 1595 A1 en Asunción

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1576 1577 15782 1579 15803 15814 1582 1583 1584 1585 15865 1587 1588 1589 1590 1591 1592 1593 1594 1595

Capitulares de Santa Fe: 1574 a 1595. Rótulos superiores: al: si figura en el alarde de 1572 - Nat: naturaleza1

202 Darío G. Barriera

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Ejecutado tras la rebelión de los siete jefes (1580) Se asienta en Asunción7

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Deportado a Córdoba para ser enjuiciado por la Rebelión de 1580 R Alg. Mayor R R R A1 A1

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Ref: *No es vecino de Santa Fe - A: Alcalde; R: Regidor; E: Escribano; P: procurador; -a: Alguacil Menor; AM: alguacil mayor; Prot: protector de naturales; Tes: Tesorero Real; M: mayordomo 1 Donde Pen: peninsular – Par: natural del Paraguay () – E: natural del Paraguay de padre y madre peninsulares – Epe: natural del Perú, hijo de padre y madre peninsulares; Port: portugués – Amb: natural de Amberes, Países Bajos. 2 Asume Juan de Garay nuevamente como Tte. De Gobernador del Río de la Plata, a 26 de julio; a 9 de agosto el Tte. De Gdor, designado por Garay es Cap. Francisco del Pueyo. A 3 de diciembre asume en el mismo cargo Simón Xaques. 3 El 20 de junio asume como teniente de gdor. Gonzalo Martel de Guzmán. 4 En el acta del 1 de enero de 1581 hay una nota aclarando que la elección de los alcaldes se efectuó ese año por “sorteo”, mientras que los regidores fueron elegidos. 5 Para este año, los datos han sido tomados de varios documentos y contrastados con los ofrecidos en la edición corregida del Tomo III de la de Cervera, p. 212. Lo mismo sucede para el año 1597 (ya sin datos), 1588, 1589 y 1591. 6 Este año recién presenta el título, extendido por Torres Navarrete, de “Escribano Público del Cabildo, Registros y Sacas....”. Su fiador es Pedro Martínez. ACSF, I, f. 66. Sesión del 11 de enero de 1584.

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Francisco Hernández Juan de Orantes Rodrigo de Mosquera Felipe Juárez Hernán Sánchez Pedro de Oliver Miguel de Rute Simón Figueredo Francisco de Vergara Gabriel de Hermosilla Sevillan Francisco del Pueyo Simón Xaques Alonso Fernández Romo Rodrigo Alvarez Holguín Bartolomé Figueredo Pedro De Yllanes Juan de Vallejos

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Ref: *No es vecino de Santa Fe - A: Alcalde; R: Regidor; E: Escribano; P: procurador; -a: Alguacil Menor; AM: alguacil mayor; Prot: protector de naturales; Tes: Tesorero Real; M: mayordomo 7 Lafuente Machaín, es... p. 322. 8 Hacia 1590 es el administrador de Diego Bañuelos, desterrado en Asunción. 9 Hacia el 23 de enero, Martel de Guzmán va a quedar nuevamente como Teniente de Gdor de Santa Fe –extendido el título por Juan de Torres Navarrete, Tte. De Gob. Del Río de la Plata– y su fiador vuelve a ser Diego Tomás de Santuchos. Testifican Feliciano Rodríguez y Juan de Vallejo. ACSF, Tomo I, f. 70 a 72. Como alcalde asumirá en su reemplazo Gabriel de Hermosilla Sevillano; el Fiel Ejecutor será Juan de Vallejo. El fiador de Gabriel de Hermosilla será Juan Sánchez. Este año, en abril, hay un registro de marcas de ganado, casi entermaente son o fueron capitulares. Un mes después, Diego Sánchez asumirá como Fiel Ejecutor.

Diego Sánchez Ceciliano Sebastián de Aguilera Domingo Viscaíno8 Feliciano Rodríguez Alonso Ramírez Juan Jaques Gonzalo Martel de Guzmán Diego Tomás de Santuchos Juan Rodríguez Vancalero Gabriel Sánchez Juan De Torres Navarrete* Hernando de Osuna Cbal Matute de Altamirano Felipe de Montoya Bartolomé Sánchez Pedro Alvarez Martínez Francisco Muñoz Holguín

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Ref: *No es vecino de Santa Fe - A: Alcalde; R: Regidor; E: Escribano; P: procurador; -a: Alguacil Menor; AM: alguacil mayor; Prot: protector de naturales; Tes: Tesorero Real; M: mayordomo

Hernando de Garay Pero Hernández Juan Ramírez Manuel Martín de la Rosa Alonso de San Miguel Diego de la Calzada Francisco Ramírez Antón del Pino Luis Hernández de Morales Felipe Cristal Felipe de Cáceres * Manuel Luis de Salas (ojo) Alonso Álvarez Delgadillo Felipe Ramos Pedro Arias de Mansilla Antón de Vallejos Hernán López Juan Giménez Agustín Cantero Francisco Sánchez Antón Martín

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La información que figura en la tabla, aunque fragmentaria, es elocuente. Para interpretarla, hay que hacerse algunas preguntas, que permitirán reflexionar sobre la naturaleza de las identidades políticas presentadas en clave étnica durante este primer período de la antigua Santa Fe.11 Las primeras cuestiones a responder son: ¿qué era un español en la Santa Fe 1573 y 1590? ¿Qué tipo de exclusión era, entonces, la declamada por peninsulares en el conflicto con Diego Mendieta y Zárate en 1577 y por los hijos de la tierra durante la rebelión de 1580? ¿Cuáles, al fin, las categorías clasificatorias no pervierten en sentido que tuvieron coetáneamente? Luis María Calvo define como grupo poblacional español, desde lo “étnicosocial” “...al conformado por europeos y americanos que alcanzaron la calidad de vecinos...”, incluyendo dentro del mismo “...a portugueses y otros extranjeros que adquirieron el carácter de vecinos al arraigarse con casa y esposa, y también a mestizos que integraron estos grupos familiares.”12 La perspectiva de Calvo apunta a la condición jurídica: los vecinos, para él, son españoles. Es lo que en este libro se llama los “eurocriollos”. El acuerdo es total en cuanto a la consideración de portugueses o flamencos (como son los casos de Antonio Tomás y Simón Xaques) como componentes de ese grupo, definido no solo por comunidad lingüística sino sobre todo por comunidad de intereses y de posicionamiento como grupo hegemónico. Sin embargo, el objetivo perseguido por Calvo le habilita a la homologación entre “españoles” y “vecinos” –se trata, en definitiva, de relevar la población con derechos políticos–, pero este objetivo no es el que aquí se persigue. La presencia de conflictos como los arriba mencionados, implica la adopción de estrategias para localizar pliegues de diferencia y, al contrario de la investigación realizada por Calvo, estar más atentos a la aparición de matices y matrices de diferencia, dado que es sobre éstas que se asienta, desde luego, el conflicto. De esta manera, mi intención ha sido diferenciar, por una parte, a los españoles nacidos en la Península –denominados así Peninsulares, (Pen)– junto a los cuales se agrupa a nativos de Amberes o Portugal, en la medida en que estos fueron reconocidos como hombres de calidad y confianza por los propios peninsulares, quienes les asignaron alcaldías de primer voto o tenencias de go11 En principio, fue durísima la tarea de determinar la “naturaleza” de los capitulares, en función de que, como se avanzó en la introducción, no se dispone de sus actas de bautismo y, por lo tanto, la reconstrucción fue realizada a partir de una documentación tan variada como desgraciadamente dispersa. Al momento del cierre de este trabajo, he podido consultar la utilísima obra de CALVO, Luis María Pobladores españoles... cit., que me permitió corregir algunos datos y afirmarme en otros. En los casos en que disponía muy a mano de referencias directas sobre datos que, en su obra, presentan diferencias con los míos, he optado lógicamente por atenerme a lo que he recogido de primera mano. 12 CALVO, Luis María Pobladores españoles... cit., p. 19.



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bernación. De otra parte, existe un segundo nivel de precedencias, basado en la preferencia, el cual estaría compuesto por los “Españoles peruanos” (Epe), es decir, hijos de padre y madre española que, nacidos en Santa Cruz de la Sierra, Charcas u otra ciudad peruana, “bajaron” al Río de la Plata con un estatuto de “españoles” inferior al del Peninsular, pero a todas luces superior a un “español” del mismo tipo nacido en Asunción del Paraguay. Esta superioridad del vínculo de naturaleza, ya americano, reproduce de alguna manera la jerarquía interna de la constelación originaria de los poderes en América, dado que la centralidad del espacio peruano –ya descentrada, puesto que no hablamos de Lima sino de sus confines meridionales, en el Alto Perú– expresa una superioridad de este último espacio sobre la gobernación paraguaya, su cabecera –Asunción–, incluida. Pensar la identidad, como se ve, implica pensar en unos criterios de agrupación –en un legein: disponer, ordenar, contar, agrupar elementos– que está absolutamente atravesado por las disposiciones entrecruzadas que estos mismos actores realizan. Entonces, nuevamente ¿qué era un español? En este caso, he adoptado la designación de Español (E) en función de una diferenciación con nativos del Paraguay (Par), “hijos de la tierra”. Para el caso de los nacidos en tierras paraguayas, podía decirse con certeza español aquél hombre nacido en el Paraguay pero como hijo de padre español y de madre peninsulares. En cambio, el hijo de padre español y de madre no consignada –es decir, de madre indígena– fue sindicado siempre como “hijo de la tierra”. Si hacemos caso a Comadrán Ruiz, quien consigna que para comienzos del siglo XVII, Asunción presentaba una población de 2000 almas, un 90% de las cuales eran mujeres y no precisamente españolas, y se asocia este dato con la escasa cantidad de mujeres europeas ingresadas con los primeros españoles al área en 1537, es evidente que, hacia 1570, la mayor parte de los hombres jóvenes –los mozos o mancebos– que se embarcaron con Garay a la fundación de un puerto (60 sobre 70), eran hijos de madres indígenas. Eran, y esto es lo pesado, “hijos de la tierra”. En aquella sociedad, la adopción del apellido materno entre los hijos de españolas no sorprende, entonces, como elemento simbólico de exhibición de identidad legitimadora –de vinculación con un pasado español por las dos vías. Tampoco debiera sorprender, entonces, la mímesis entre los vientres indígenas y la tierra. Se presenta de esta manera una suerte de recreación “criolla” del mito de la “madre tierra húmeda” de ciertas culturas de raíz indoeuropeas y eslavas.13 13 Por otra parte, fantásticamente analizados en INGERFLOM, Claudio Sergio “¿Olvidar el Estado para comprender a Rusia? Siglos XVI-XIX, Excursión Historiográfica”, en Prohistoria, 1, Rosario 1997, pp. 47-58. “El pasado es imprevisible. Entre los archivos y la hermenéutica: elementos para pensar la experiencia comunista”, en Prohistoria, Rosario 2000, pp. 11 a 26. INGERFLOM, Claudio Sergio y KONDRATIEVA, Tamara “¿Por qué debate Rusia en torno al cuerpo de Lenin?”, en Prohistoria, 3, Rosario 1999, pp. 81-109.

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Ser hijo de padre español de nada valía a la identidad política deseable para ocupar una alcaldía de primer voto hasta los años 1590s., si la madre no portaba el mismo vínculo de naturaleza. Esta discriminación, entonces, entre españoles (E, como hijo de padre y madre peninsulares) e “hijos de la tierra” (Paraguayos, Par) resulta verdaderamente operativa. Pero no se condice, desde mi punto de vista, con la representación historiográfica de una relegación absoluta por parte de los peninsulares y los primeros en contra de los segundos. Esta merece otras explicaciones e, incluso, cuestionamientos. Lo que aparece cuando se analizan las cualidades identitarias de los capitulares del período más antiguo, es una presencia necesariamente importante de hombres nacidos de madres indígenas, hijos naturales o bien, de hombres de la tercera generación de conquistadores del Paraguay. Su presencia se designa como necesaria en la medida en que, de otra manera, no hubiera existido posibilidad alguna de sostener cierto equilibrio político, aunque fuera este precario. La dominación no puede ejercitarse sin consenso: hasta Maquiavelo se había preocupado por esto, aconsejando al Príncipe conservar siempre el favor de las mayorías. Llevado este plano al análisis más íntimo del grupo hegemónico, lo que puede afirmarse sin faltar a la verdad es que el nivel de negociaciones entre los “puros” y los “contaminados” estuvo presente desde el primer momento: si la administración de la justicia ordinaria y del ejercicio de la justicia mayor no fueron dimensiones resignables para los peninsualeres, la asignación de regidurías por partes iguales o, incluso, en cuotas mayoritarias para el grupo de hijos de la tierra, declama claramente la adopción de unas estrategias de acuerdo que, a pesar del rimbombante motín de 1580, precedieron y sucedieron al acontencimiento, en clave de una característica constitutiva del orden político santafesino. A la salida del motín de 1580, la afirmación del grupo triunfante fue la paradójica afirmación de los que, identitariamente, aparecen alineados con los “derrotados”. Son varios hijos de la tierra, convertidos en beneméritos por razones de antigüedad (formar parte de la hueste) y precedencia social (posesión de solar, vecindad, propiedades y encomiendas) quienes tomaron el control del cabildo santafesino. El criterio de conservación de los dos cargos más altos en peninsulares, que duró a lo sumo unos siete años, no parece realmente un argumento sólido para plantear prácticas de exclusión insostenibles: bien al contrario, formaban parte de la normalidad más acabada a todo lo largo y todo lo ancho de las provincias de Indias. Y como lo mostró la historia, los hijos de la tierra hicieron pie con firmeza desde los inicios, subrayando su presencia y preminencia cuando, tras reprimir la rebelión que ellos mismos habían planteado en 1580, se alinearon detrás de la bandera de la honra de su rey.

CAPÍTULO VIII La dimensión política de la medida de las cosas

N

ada más lejos de la neutralidad ni más cerca de la política que decidir sobre la medida de las cosas. Dos notables experiencias de centralización previas a la emprendida por la Monarquía Católica dejaron muy claro que todo proyecto político de unificación territorial intentó imponer uniformidad en el uso de unidades de pesos y medidas. A finales del siglo VIII, Carlomagno lo expresó en su Admonitio Generalis de 789; para los hispanistas, son bien conocidos los párrafos consagrados a la cuestión por el Rey Sabio en sus Partidas hacia mediados del siglo XIII. Por fin, entre los siglos XVI y XVIII, los ordenamientos jurídicos hispanos incluyen numerosas Reales Cédulas y Pragmáticas1 disponiendo la utilización de las medidas de Castilla en las provincias americanas de la Monarquía. Los Reyes Católicos unificaron medidas para todo el Reino de Castilla –en realidad, pretendían la unificación para este y para los reinos agregados a la Monarquía. Si en todos estos intentos pueden identificarse algunos avances (la imposición de los criterios castellanos sobre algunas ciudades o reinos antes regidos por sus propias tradiciones) nunca se consiguió la completa anulación de las prácticas locales ni la homologación a estos patrones de la totalidad de los territorios jurisdiccionalmente agregados. Una única moneda común, un patrón de pesos y medidas prescripto jurídicamente como el único válido dentro del marco de un territorio, de una jurisdicción no son realidades comprobables durante el período sobre el cual tratará este trabajo. El encuentro entre un territorio, una ley, un poder y un metro tuvo lugar en Europa recién en la tercera década del siglo XIX, con la adopción del Sistema Métrico Decimal por un conjunto de Instituciones Políticas que se reconocieron a sí mismas, además, como Estados. En América, de hecho, la cita tuvo lugar algunas décadas más tarde. La “extensión americana” (que, desde luego, era para los pueblos originarios de este continente un espacio altamente organizado y significado) fue moldeada,

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Repertoriadas, por ejemplo, en Manual del Ingeniero Hutte, Gustavo Gili, Barcelona, 1938 [2da. Ed.; traducida de la 26ª alemana por Rafael Hernández y Manuel Company], Vol I, 1443 pp. (metrología). La reunión de documentos relativos a la legislación hispánica sobre sus provincias americanas para el período que abarca este estudio (los Sumarios de 1627) preveían un capítulo sobre “pesos y medidas” en el sexto libro que se publicaría en el por entonces proyectado segundo tomo, incluido finalmente en la Recopilación de 1680.

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por los europeos, bajo la preponderancia de la Monarquía como forma de poder político. Sus formatos, y no los del joven Estado decimonónico, imprimieron los rasgos fuertes de la relación entre territorio y política. La manera en que la Monarquía extendía físicamente su dominio era trabajosa; sus agentes tomaban decisiones basándose menos en un rimero de papeles que en sus propias experiencias. Estas acciones remataron, por ejemplo, en que durante un lapso de muy pocas décadas se crearon en América cabildos compuestos de formas muy diferentes, lo que delata la pluralidad constitutiva de los “reinos de España”: conglomerado de cuerpos políticos distintos cuyo correlato se manifestaba en las diferencias culturales portadas por sus habitantes. El de Santa Fe adoptó, desde la fundación de la ciudad, el formato de los consejos burgaleses, integrado por dos alcaldes, seis regidores y presidido por un teniente de gobernador (justicia mayor que se parangonaba a la presencia de los tenientes de corregidor en la Península). La extensión bruta se territorializaba por la fuerza de las armas de fuego y de las instalaciones culturales: creando virreinatos, gobernaciones y tribunales de justicia, otorgando encomiendas y mercedes de tierras; se convertían en virreyes, gobernadores, alcaldes, regidores. Los hombres de la Iglesia Católica, regulares o seculares, se ponían al frente de Iglesias Matrices, parroquias, órdenes, reducciones y colegios. Los Tenientes de los Adelantados fundaban ciudades y para ello creaban cabildos e instalaban picotas: se designaban alcaldes que impartían la justicia del rey; regidores de una ciudad. Daban ordenanzas y tomaban decisiones sobre quienes podían entrar o salir según el interés de la república (nombre frecuente con el que se designaba a la entidad compuesta por la ciudad, sus capitulares y los intereses de la comunidad como cuerpo político). Los agentes de la Monarquía practicaban su reproducción y su fortalecimiento como institución política. Convertidos en vecinos y reunidos en cabildo, los conquistadores sabían que era imprescindible medir, tasar, pesar y valorizar conforme a un criterio que pudieran acordarse con otras ciudades con las que se tenía trato. Este capítulo pretende mostrar la relación existente entre la práctica política de los agentes de la monarquía agregativa y el equipamiento político del territorio reflexionando a partir del contenido socialmente localizado que presentaron las cuestiones relativas a pesos, medidas, aranceles y valores en un teatro preciso. Medir la tierra La legua tenía en la provincia del Río de la Plata una extensión diferente de la que se le atribuía en la del Tucumán.2 El asombro del observador actual ante el 2

FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto “La legua de medir en las Provincias del Río de la Plata y de Tucumán”, en Historia, núm. 8, Buenos Aires, abril-junio de 1957, pp. 73-82. Las diferencias registradas por Fernández Díaz hacen alusión a los siglos XVI y XVII, pero sabemos que durante el



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hecho que el mismo nombre de una unidad de medida pueda designar extensiones diferentes, denota la distancia antropológica existente entre las sociedades preindustriales y las posteriores. El sistema métrico decimal3 hoy en vigencia es en realidad bastante reciente y fue el primero en tomar en cuenta fenómenos astronómicos independientes del hombre.4 Es también el primero en toda la historia de la humanidad que puede caracterizarse como resultado de una convención que se pretende universal e inextinguible.5 El carácter de esa convención es político, inter-nacional y muy contemporáneo. Está vinculado con la existencia de un sistema de Estados Nacionales que la reconocen –el acuerdo honrado entre instituciones políticas pares hace a su legitimidad– y la convierten en patrón (en ley) dentro de sus territorios. Sin embargo, a finales de siglo XVI y comienzos del XVII, el panorama que se presentaba al respecto en las gobernaciones del Virreinato del Perú, era bastante diverso al gestado durante el siglo XIX. La documentación original sobre los primeros repartos de tierra para chacras y estancias en Santa Fe no se conserva;6 las reflexiones acerca de qué legua utilizó el fundador de Santa Fe se han apoyado sobre el repartimiento de Buenos Aires (el padrón de Garay, 1580), sobre las mercedes y títulos otorgados en Santa

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siglo XIX la extensión de la legua de 5000 varas todavía era utilizada en ciudades que pertenecieron a la Gobernación del Tucumán, como Santiago del Estero. Idénticos problemas (diferencias en la extensión de la legua entre territorios no muy lejanos entre sí) constata para la Península el clásico libro de BRUMONT, Francis Campo y campesinos de Castilla la Vieja en tiempos de Felipe II, Siglo XXI, Madrid, 1984, 362 pp. Para Europa Oriental KULA, Witold Las medidas y los hombres, Siglo XXI, México, 1980, [Miary i ludzie,Varsovia, 1970], 482 pp. Sobre finales del siglo XIX, el polígrafo francés Louis Grégoire reconocía en la legua una medida itineraria antigua utilizada todavía en algunas naciones y registraba estas diferencias: “La legua común de Francia es de 4445 mts. y la legua marina de 5556. En Suiza, la legua vale 4800 mts; en España, 4177; en Portugal, 6173 mts., etc.” GREGOIRE, Louis Diccionario enciclopédico de historia, biología, mitología, geografía 3ª. Ed., París, Garnier, 1884, Vol. II, p. 202. Único que amerita denominarse “sistema” y cuya “universalidad”, es justo recordar, fue trabajosamente impuesta a partir del primer cuarto del siglo XIX, por lo cual le va mejorel adjetivo de “contemporáneo” que el de moderno. La adopción del Sistema Métrico Decimal de pesas y medidas en la República Argentina fue sancionada por una ley del 10 de septiembre de 1863. Una ley del 13 de julio de 1877 estableció que su uso sería obligatorio para todo el territorio nacional en todos los contratos y transacciones comerciales, quedando sin efecto el uso de pesos y medidas de otros sistemas, desde el 1 de enero de 1887. LATZINA, Federico Geografía Argentina, París, 1887, p. 604. Ante el terror que supuso la pérdida del inalterable y fuertemente custodiado metro patrón, desde 1961 se ha consensuado que un metro “…equivale a 1.650.763,73 longitudes de onda en el vacío de la radiación, equivalente al paso del nivel 2p10 al nivel 5d5 de un átomo de criptón 86; lo que puede ser recreado en cualquier punto de la esfera terrestre, contando con un laboratorio convenientemente equipado…” KULA, Witold Las medidas…, cit.,p. 108. La Conferencia General de Pesos y Medidas celebrada en 1983, sirviéndose del rayo láser, definió al metro como la longitud recorrida por la luz en el vacío durante 1/299732458 segundos. Existen, sí, algunos traslados de los títulos de tierras otorgados por Garay en 1576 y 1580, por otra parte publicados por Manuel Cervera en su Historia…, cit.

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Fe después de la muerte de Garay y sobre las mensuras realizadas en Buenos Aires en 1608, bajo la gobernación de su yerno, Hernandarias de Saavedra. Manuel Cervera, quien publicó varios de estos documentos, resolvió el problema de definir la legua apoyándose en el Diccionario de Autoridades.7 Fernández Díaz, con base en el texto de las mercedes y los repartimientos otorgados por Garay en Buenos Aires (1580), planteó que el uso de la medida de 3000 varas para los frentes de estancia avalaba la equivalencia entre esas 3000 varas y la “media legua”, expresión que designa una misma extensión en mercedes de tierras y escrituras de la época.8 Así, coligió que la legua utilizada por Garay fue de 6000 varas –18000 pies, 3600 pasos geométricos o 7.200 pasos comunes–, una quinta parte más extensa que la “legua jurídica”, de 3000 pasos geométricos (tres millas) y un diez por ciento más corta que la castellana (de 4000 pasos).9 Las referencias para repartos en Córdoba y Santiago del Estero para la misma época indican que en esas ciudades se utilizó la legua “jurídica”, de 6000 pasos o de 15000 pies, lo que equivale a 5000 varas lineales –y no a 6000 ni a 6666.10 Ambas leguas se utilizaron en las gobernaciones al sureste de Charcas durante el resto del siglo XVII. Su coexistencia no generó demasiados conflictos entre vecinos; estos sometían sus diferencias ante el cabildo y en cada uno de ellos primaba un criterio. Durante los primeros años de la conquista, por el contrario, las delimitaciones jurisdiccionales fueron imprecisas y generaron algunos conflictos entre cabildos. Fernández Díaz opinaba que, al margen de las diferentes 7

Cervera asigna 6000 varas a la legua legal; indica que estas 6000 varas serían equivalentes a 3000 pasos y no a 3600 (sin indicar si estos eran geométricos o comunes, lo que está muy claro en la misma fuente que consultó) y consigna que en cada grado entraban 21 y ½ leguas. 8 Lo que puede comprobarse en las escrituras del área del Salado o los Cululú, DEEC-SF, EC LII, legajos 2, 7, 9 y 10; Tomo LX, legajo 181, entre otros. En estos expedientes, reconstrucciones de títulos a causa de compras del Colegio Jesuita en el XVII, se utiliza la expresión “media legua de frente” y no las “3000 varas” utilizada por Garay en los repartimientos en Buenos Aires. Por lo demás, mientras que la extensión tipo de una suerte de estancia fue idéntica en ambos repartos, –una media legua de frente “con fondo al río”– los lotes destinados a chacras eran diversos: en Buenos Aires Garay repartió tierras para chacras de trescientas cincuenta, cuatrocientas y quinientas varas de frente por una legua de fondo. “Repartimiento de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Aires entre sus primeros pobladores, hecho por Juan de Garay” con fecha del 24 de octubre de 1580, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires. Documentos referentes a las fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires publicados por la Municipalidad de la Capital Federal, administración del Señor Intendente Dr. Arturo Gramajo, prologados y coordinados por el Dr. Enrique Ruiz Guiñazú – 1580-1915, Buenos Aires, 1915, p. 59 y ss. 9 Las equivalencias, también consignadas en Diccionario de Autoridades, voz “Pas(s)o”, edición de 1737. La legua de la Pragmática de 1587, 6666,6 varas –4000 pasos geométricos, cuatro millas– fue establecida como la legua española moderna por una Real Cédula de 1801. 10 AGSF-ACSF, 8 de agosto de 1573. Allí puede verse la correspondencia entre pies y varas “…que se entiende de a tercia de vara cada pie de solares y calles, guertas y heredamientos…”, p. 219. Falta, no obstante, la que consideraban entre varas y leguas. En 1576, Gonzalo de Abreu declaró inválida la traza de Cabrera.



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procedencias de los conquistadores y, por ende, sus disímiles bagajes culturales, el nudo de la diferencia de extensión entre las leguas tenía que ver con “...la poca seguridad existente sobre el verdadero valor del paso, y contando en cambio, con un patrón de la vara de medir lienzo –la vara de este tejido era la moneda corriente entonces, además de la cuña de hierro– se zanjó la dificultad aplicando la legua jurídica en varas en lugar de aplicarla en pasos.”11 Aquí se plantea un problema que fue central para el período: la coexistencia de unidades de medida antropométricas (pies y pasos) con las denominadas “itinerarias”, “agrarias” o “geométricas” –que cubrían la insuficiencia de las primeras para medir grandes extensiones, tales como las varas y las leguas– y su relación de proporcionalidad, siempre discutida. Sin embargo, el que las unidades de medida utilizadas en los territorios de las gobernaciones del Tucumán, del Paraguay y luego del Río de la Plata no fueran homogéneas se debió sobre todo a que los organizadores de estos territorios en clave hispánica provenían de una monarquía que no había resuelto el problema, a pesar de la intención de normalizarlas según las medidas de Castilla. Las extensiones correspondientes a “paso” o “pie” –lo mismo que las de “codo” o las “manos”, utilizada esta última sobre todo para el papel– fueron objeto de intentos de homogeneización para todo el territorio de la Corona castellana desde el reinado de Alfonso X. En las Siete Partidas puede leerse la voluntad de crear equivalencias entre medidas locales y las que el Rey Sabio pretendía para todo el territorio de su reino. Lo que el documento no deja ver –por su carácter dispositivo– es el proceso conflictivo que desata cualquier esfuerzo tendiente a homologar medidas en un ámbito políticamente organizado (en este caso, unos territorios agregados, los reinos que incorporaba la Monarquía Castellana). Entre estos esfuerzos, quizás el más importante haya sido el realizado bajo los Reyes Católicos, cuando en 1496 propusieron la unificación de algunas medidas de peso, longitud y superficie que, en algunos rincones de la Península Ibérica, perduraron más allá de la adopción del sistema métrico decimal y fueron utilizadas hasta mediados del siglo XX. Sin embargo, durante el siglo XVI, la “vara” castellana había sido adoptada en Burgos y Córdoba, pero no en Toledo ni en Almería; menos aún en Castellón, Valencia o en Catalunya, donde existían medidas completamente diferentes. La Pragmática de 1587 condenaba el uso de medidas itinerarias heterogéneas dentro de la Monarquía Hispánica y sus provincias.12 Al gobernador del 11 FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto “La legua de medir...”, cit., pp. 81-82. 12 Diversidad registrada en el Diccionario de Autoridades (1734). Allí se define la legua como “…magnitud muy varia entre las naciones…”, vol. IV, p. 380. De las españolas, sentencia el registro de la Real Academia “...entran diez y siete y media en un grado de círculo máximo de la tierra, y cada una es lo que regularmente se anda en una hora...” En 1611, Sebastián de Covarrubias sostenía que la palabra “legua” no proviene del latino, sino del francés y la definía como el “espacio de

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Río de la Plata se le ordenó la utilización de la “legua vulgar” (o lineal) en lugar de la “legal” (o “jurídica”, o “de cordel de corte”, vigente en Castilla desde las Partidas de Alfonso X).13 Fernández Díaz entendió que la aplicación de la Pragmática de 1587 consistía en reemplazar la legua jurídica de 5000 varas por la de 6000 y no por la de 6666,6 –la “castellana” de 4000 pasos geométricos– argumentando sobre esta base que, al tratarse de una consolidación de la legua que era de uso en el Río de la Plata, no se registraron conflictos en Buenos Aires y Santa Fe.14 Sin embargo, la legua cuyo uso restablecía como oficial para la monarquía la Pragmática de 1587 era la de 4000 pasos geométricos (es decir, de 6666 varas), por lo tanto más extensa que las de práctica en las provincias del Tucumán y del Río de la Plata: no podía estar consolidando el uso de ninguna de ellas. En segundo término, un estudio sobre mediciones de caminos en Granada en el mismo período, muestra bien de qué manera los funcionarios católicos de ese reino tampoco encontraban claridad en la Pragmática al no saber cuál era la vara de referencia… acabando por hacer mensuras que trasuntan la influencia musulmana en la materia.15 La legua que en los estudios sobre la historia agraria rioplatense del siglo XIX aparece denominada como “legua lineal” equivale a su vez a 6000 varas lineales.16 Sobre la extensión de la “legua de Garay”, finalmente, hay una gran coincidencia incluso si no todos atinan a denominarla burgalesa, y tenía como

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camino que contiene en sí tres millas [y] según Budeo tiene treinta estadios”, en clara referencia a la legua de 3000 pasos geométricos, incluso cuando había pasado cuarto de siglo tras la sanción de la Pragmática de 1587. Es interesante, además, ver cómo en Covarrubias (1611) predominan las medidas itinerarias utilizadas desde el Imperio Romano y, a comienzos del siglo XVIII, la naciente Real Academia Española hacía énfasis en su adscripción “española”. Sobre la Pragmática de 1587 y también sobre la de 1568, relativa a la “vara de Burgos”, puede consultarse SALVADOR PELÁEZ, Federico Los pesos y medidas en la Monarquía Hispana de los siglos XVI y XVII. Fuentes, normas y usos metrológicos, Tesis Doctoral, Universitat de Valencia, Departamento de Historia y de la Ciencia y Documentación, Facultad de Ciencias Matemáticas, Valencia, 1998. 564 pp. FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto “La legua de medir...”, cit., p. 77. Para el siglo XIX, Latzina registraba el uso de diferentes extensiones para las leguas del área litoral respecto de Tucumán y Santiago del Estero. También difería la medida de cuadras y varas. LATZINA, Federico Geografía…, cit., p. 605. En el clásico libro de Prudencio Mendoza sobre la historia de la ganadería argentina no hay absolutamente nada sobre la cuestión de las medidas de la tierra. JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio y MAROTO MARTOS, Juan Carlos “Estado, distancia y control social: reflexiones en torno a una medición de caminos en la Granada de mediados del Siglo XVI”, en Geo Crítica / Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales, UB, Barcelona, 1 de junio de 2004, vol. VIII, núm. 166. En Castilla, incluso si el propósito manifiesto del reemplazo de la vieja legua por la nueva estribaba en ordenar y solucionar problemas jurisdiccionales entre ciudades, los conflictos sobre el particular sí fueron frecuentes. Cfr. GARAVAGLIA, Juan Carlos “Intensidad del uso de la tierra y tasas de ocupación ganadera en la pradera pampeana (1816-1852)”, en Quinto Sol, núm. 2, Santa Rosa, 1998, pp. 5-23.



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correspondiente, a su vez, la vara del mismo origen ratificada por Felipe II en la Pragmática de 1568.17 La existencia de usos diferenciados de las medidas itinerarias (la legua jurídica, aparentemente adoptada en Tucumán y Santiago del Estero y la legua utilizada en el Río de la Plata), sugiere que las prácticas de los cabildos trasponían en los territorios nuevos las tradiciones del reino de origen de los conquistadores de cada área. En el caso de Garay, además, existía una experiencia previa “americana” en Santa Cruz de la Sierra –donde incluso fue regidor– y en Asunción del Paraguay.18 Por esto es importante retener que Juan de Garay se crió entre Gordejuela, Villalba de Losa, Luyando y Orduña: la ubicación cartográfica de las cuatro villas permite trazar un rombo cuya superficie incluye territorios de las provincias de Vizcaya, Álava y Burgos.19 La unidad de medida de la tierra formaba parte de los instrumentos con los cuales se realizaba una operación capital: delimitar las tierras asignadas en propiedad. Conflictos de este género son frecuentemente registrados por los escribanos en actas de cabildo o en clave de pleitos civiles. En Buenos Aires, a principios diciembre de 1608, el gobernador Hernandarias de Saavedra mandó medir tierras y amojonar el ejido. El acta reza que la mensura se realizó porque muchas personas tenían chacras y estancias sin títulos, orden ni razón alguna; también porque algunas tierras habían sido otorgadas en nombre de Su Majestad pero que los otorgantes no tenían potestad para hacer esas mercedes. Como era de uso, se hizo un pregón citando a los vecinos para que se presentaran a la medición y amojonamiento con sus títulos. El escribano no registró problemas con las unidades de medida, pero sí que no se hallo claridad del rrunbo por donde se an de medir las dichas tierras y la resolución del asunto se difirió para el lunes siguiente. Dos días después, considerando que los términos del reparto de Juan de Garay contenían ambigüedades, el Cuerpo resolvió diputar personas peritas que, ynformados de las personas antiguas desta çiudad fueran con ellos

17 Corrobora la equivalencia GONZÁLEZ LEBRERO, Rodolfo Eduardo La pequeña aldea. Sociedad y economía en Buenos Aires (1580-1640), Biblos, Buenos Aires, 2002, p. 119 –y allí, nota 35. Del mismo autor, con anterioridad, “Chacras y Estancias en Buenos Aires a principios del siglo XVII”, en FRADKIN, Raúl –compilador – La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos, (II), CEAL, Buenos Aires, 1993, pp. 70-123. 18 He consultado la edición de las Actas Capitulares del Cabildo de Asunción del Paraguay. Siglo XVI, Municipalidad de Asunción del Paraguay, Asunción, 2001, sin poder encontrar referencias a las equivalencias que aquí trabajamos. 19 FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto Juan de Garay. Su vida y su obra, Molachino, Rosario, 1973, Tomo I. La hipótesis que sugiere Luyando como ciudad natal de Garay fue expuesta por Manuel R. Trelles en “¿Cuál fue la patria de Juan de Garay?”, en Revista Patriótica del Pasado Argentino, Buenos Aires, 1888.

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a señalar los lindes “a conciencia”, sin agraviar a nadie.20 La discusión sobre el rumbo se zanjó dejando que el criterio fuera decidido por los alcaldes, dos vecinos reputados y testigos antiguos (los depositarios de la memoria de la ciudad), según ésta y la costumbre, por vista de ojos. La mirada de las personas más antiguas de la ciudad, sumada a la de los alcaldes, administradores de la justicia, constituía toda la autoridad de la operación. Los cuerpos políticos de las ciudades rioplatenses (sus cabildos) fueron ajustando su composición y funcionamiento a las demandas de la realidad. Durante la década siguiente, el cabildo de Buenos Aires designó un “medidor de tierras”, que en 1614 recayó en Lázaro Quintero por ser ducho en el uso de la aguja y en entender sobre “rumbos”. Cada año se arrendaba la “moxonería”. La intervención del “medidor de tierras” o amojonador generaba un arancel que no siempre era pacíficamente pagado por el interesado.21 En coyunturas particularmente conflictivas (como las vividas en Santa Fe a finales de la década de 1620 o durante la década del trasiego, 1650-1660) los vecinos reclamaron reamojonamientos, nuevos repartos, compensaciones y hasta nuevas mediciones a las que, en ocasiones, debió asistir el mismo alcalde ordinario –lo que confería al acto el estatuto de un auto judicial.22 Amojonar la ciudad estaba ligado a marcas jurisdiccionales y al cobro de ciertas rentas: el “derecho de mojón” (una tasa a la entrada de vino), uno de los principales ingresos del cabildo santafesino.23 Medidas de tierra y marcas en el terreno hacían a la determinación de las jurisdicciones de las ciudades (los problemas de límites no se zanjaron hasta finales del siglo XIX). Los pleitos con vecinos de otras jurisdicciones por incursiones de vaqueo en la santafesina fueron moneda frecuente.24 A las diputaciones para medir tierras por peritos designados 20 BIEDMA, José Juan Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, Tomo II, libros I y II, Buenos Aires 1907, sesión del 6 de diciembre de 1608, pp. 106 y 107. Los nombrados para la tarea, Manuel de Frias y Francisco de Salas (a la sazón los Alcaldes), Victor Casco de Mendoza y Antón de Ygueras de Santana, juraron a Dios en forma de derecho de que vien e fielmente daran y declararan los dichos rrunbos... como hallaren convenir por la vista de ojos e ynformados de las personas mas antiguas los que an llevado y deven llevar sin haçer agravio.... Acuerdos…, II, 8 de diciembre de 1608, pp. 108 y 109. 21 Acuerdos…, Tomo III, ff. 134-35 y f. 194, respectivamente. 22 Ilustran las situaciones enumeradas AGSF-ACSF, II, III, y IV, pássim., sesiones de 1627, 1647, 1648, 1651, 1655 y 1658. Acerca de la intervención del alcalde, presenta particular interés la del 27 de noviembre de 1651. Cabe reiterar que no se conservan las actas de los períodos 1596-1614 y 1628-1636. 23 Cuando no se arrendaba, el Fiel Ejecutor era el encargado de cobrarlo. AGSF-ACSF, III, 112-13, sesión del 23 de marzo de 1649. El punto fue trabajado por CERVERA, Manuel Historia…, cit., II, p. 67 y, más recientemente, por MANAVELLA, Analía y CAPUTO, Marina “De Santa Fe la Vieja a Santa Fe de la Vera Cruz. Hacia una configuración territorial conveniente, 1640-1660”, en ARECES, Nidia Poder y sociedad..., cit., p. 191. 24 AGSF-ACSF, Tomos II, III, IV y V, passim. También lo señaló CERVERA, Manuel Historia…, cit., I, p. 151.



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por el Cabildo25 o los conflictos entre vecinos por “invasión” de cabalgaduras y ganado suelto sobre los bordes de sus chacras,26 la coyuntura del traslado de la ciudad a un nuevo sitio avivó una pequeña ola de reclamos compensatorios por parte de quienes se designaban a ellos mismos como “afectados” o “con necesidad de reparación” por la traza y el reparto en el nuevo sitio. No estuvo a la zaga el número de quejas por imprecisión en los amojonamientos de las estancias.27 Durante la década de 1590, varios vecinos de Asunción del Paraguay presentaron quejas y pleitos a causa de la relación entre los amojonamientos de la ciudad y las áreas consideradas lícitas o ilícitas para el pastoreo del ganado.28 La voluntad que intenta homogeneizar pesos y medidas es infaltable en los proyectos de unificación política, incluso en los pre-estatales. Se percibe en los intentos de Alfonso X y de Sancho IV en la Castilla medieval, durante los reinados absolutistas, en la Revolución Francesa, en la mencionada ley del 13 de julio de 1877 en la República Argentina o con ciertos capítulos de la Constitución rusa de 1924.29 La Pragmática de 1587 –incluida luego como Ley VIII, Título XXI, Libro XV de la Recopilación de 1680– debe contarse entre los esfuerzos por establecer equivalencias entre las medidas antropométricas y las agrarias, por instaurar una validez territorial de patrones de medida vinculados a una unidad política supone por lo menos contemplar las fricciones en el marco de la imposición de –o la resistencia a– un orden político. En el terreno de las prácticas, en el de las artes de hacer, los agentes ejercitaban mensuras y establecían jurisdicciones según la tradición del reino del que provenían, pero seguían señalando los lindes entre las propiedades, por ejemplo, con las típicas marcas del paisaje a la que eran sensibles los ojos: los puntos de referencia para los vecinos de las ciudades rioplatenses eran, como para los del área andina, aguadas, arroyos, árboles llamativos, una punta en la ribera… 30

25 P. ej., en el pleito por deslinde entre Diego Ramírez y Juan de Espinosa (1622), la solicitud de Hernán López en 1627, AGSF-ACSF, II, p. 317; la del alcalde a 27 de noviembre de 1651, entre otras. 26 Sesiones del 4 de junio de 1647 y del 1 de septiembre de 1655, por ejemplo. 27 CERVERA, Manuel Historia…, cit., II, pp. 9 y 10, registra algunos entre 1627 y 1647. 28 Actas Capitulares del Cabildo de Asunción del Paraguay. Siglo XVI, Municipalidad de Asunción del Paraguay, Asunción, 2001, Tomo IV. 29 KULA, Witold Las medidas..., cit., especialmente pp. 23 y 29. 30 Sobre este tema MERCADO REYNOSO, Adrián Tierras, cosas, consuetudes. Formas disociadas de propiedad inmobiliaria en la ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioxa (Siglos XVI-XVIII), UNR Editora, Rosario, 2003. ZUMTHOR, Paul La mesure du monde, Représentation de l’espace au Moyen Âge, Du Seuil, Paris, 1993.

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Para vivir en razón Los hombres reunidos en “cabildo” estimaban la adopción de criterios municipales referidos a “pesos y medidas” como un síntoma civilizatorio. Así lo manifestó, por ejemplo, el propio Procurador de la ciudad de Santa Fe en 1575, cuando exigía a sus alcaldes y regidores “...que aya esta ciudad peso y medida con que vivamos en rrazon...”31 Entre los edictos y bandos que un corregidor podía proveer solo, sin necesidad del ayuntamiento, contábase el que mandaba: todos traigan a refrendar y concertar sus pesos y medidas dentro de quince días.32 Su incumplimiento sería severamente multado. No obstante la urgencia del pedido del Procurador, el Cabildo santafesino designó por primera vez un Fiel Ejecutor en 1584. Este oficio fue ocupado rotativamente por un capitular –en general un regidor, aunque también lo hizo el alcalde de segundo Voto.33 La designación de 158434 no precisa las funciones que competían al cargo,35 pero las describen un buen número de ordenanzas desde el siglo XV y algunos pleitos entre cristianos y andalusíes en Granada.36 En pleno proceso de cristianización, las funciones ejercidas por el muhtasib andalusí, fueron cubiertas por unos “fieles” –denominación significativa– que se repartieron en diferentes ámbitos el contralor de pesos, medidas y precios en un espacio sumamente complejo (tanto por su carácter fronterizo como por el enorme movimiento de producción e intercambio que fluía por el área granadina). En Guadix el almotacén fue puesto bajo las órdenes del nuevo “fiel” cristiano, reproduciendo con algunas modificaciones la modalidad andalusí. En Málaga, 31 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, f. 2. Sesión del 2 de mayo. 32 “…so pena de ejecutarse contra ellos las penas de las leyes reales”. CASTILLO DE Bobadilla, Jerónimo Política para corregidores y señores de vasallos, en tiempos de paz y de guerra, y para jueces eclesiásticos y seglares, y de sacas, aduanas, y de residencias y sus oficiales…, Amberes, 1704 [1597], Libro V, Cap. 1. 33 Zorraquín, atento a la normativa, menciona solamente a los regidores. ZORRAQUÍN BECÚ, Ricardo Organización Política Argentina en el Periodo Hispánico, Perrot, Buenos Aires, 1967 [1959], p. 349. 34 Cabildo del 7 de enero de 1584; la misma recae en el regidor Gabriel de Hermosilla Sevillano, veterano de varias trifulcas, hombre ligado estrechamente a la hueste fundadora de Juan de Garay. AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, f. 64. 35 Al menos esto no consta en las designaciones de Hermosilla Sevillano y sus reemplazantes, Juan de Vallejo, Diego de Sánchez y luego a Alonso Fernández Romo (actas del 7 y 28 de enero, del 28 de abril y del 30 de junio de 1584 respectivamente). 36 “A partir de 1500 los Reyes Católicos obligaron al concejo a nombrar dos únicos almotacenes, mientras que las labores que ejercía el muhtasib andalusí pasaron a ser desarrolladas por los fieles, entre los que descubrimos al fiel ejecutor, el de las carnicerías, el del contraste y los pesos, el del peso de la harina, el fiel de la alhóndiga Zayda, el del repeso de la carne y el pescado, el de la limpieza, el del matadero, el de la seda y el de la Alcaicería, etc.”DE CASTRO, Teresa “El comercio alimentario en el reino de Granada: ¿una deuda con Al-Andalus?”, en Anuario de Estudios Medievales, XXXI, 2, 2001.



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el Fiel Ejecutor se ocupó de los pesos y medidas hasta 1490, cuando fue creado un fiel específico para el tema. En Motril, otra población andaluza cercana a la ciudad de Almería, el cargo se confundía con el almotacén, subsistencia de la organización andalusí, e incluía cuestiones relativas a la limpieza de la ciudad.37 Si considerando solamente ciertos casos detectados en Andalucía puede registrarse tal nivel de variaciones, no debe extrañar entonces que la experiencia santafesina fuera tributaria de esta propensión al “uso local” de los atributos de un oficio relativamente nuevo.38 Entiéndase por uso local conferido al oficio aquello que, a las tareas realizadas en la Península, era menester añadirle de acuerdo con las necesidades propias de la nueva villa en su fase organizativa. El Fiel Ejecutor fue en el Río de la Plata, como en la Península, una suerte de inspector de pesos y medidas, encargado de controlar los precios en tiendas y mercados así como los aranceles fijados por el cabildo sobre los trabajos que realizaban los artesanos. Si bien las ordenanzas dictadas por el Virrey Francisco de Toledo durante la década de 1570 arribaron algo tardíamente a la ciudad de Santa Fe,39 lo que el Cabildo comisionó a quien ocupaba el cargo permite observar, desde la práctica, qué alcances se asignó al oficio en esta ciudad. Por lo demás la totalidad de la hueste conquistadora de la que surgieron los primeros capitulares santafesinos provenía de Asunción del Paraguay: en esa ciudad, la normativa referente al Fiel Ejecutor existía ya en los documentos entregados al Cabildo por el Procurador Martín de Orué el 13 de abril de 1556.40 La carga fue ejercida bimestralmente, rotando los regidores y hasta el alcalde de segundo voto. Desde 1621, y por unos pocos años, la ciudad tuvo un Fiel Ejecutor elegido por pluralidad de votos y a quien se consignó el oficio anualmente, exigiéndosele fianza, lo que supone el pago de una media annata. En 1624 hubo un acalorado conflicto en torno de la venta de este oficio; hacia el final de la década, las actas registran nuevamente la fórmula rotativa.41 La primera comisión específica que recayó sobre esta figura fue la de rellenar un pozo existente en la plaza, a comienzos de 1590.42 Diego de la Calzada 37 DE CASTRO, Teresa “El comercio alimentario en el reino de Granada...”, cit. 38 En el caso de las villas burgalesas, por ejemplo, puede observarse algunos procesos similares en cuanto a la complejización de las atribuciones de los fieles. Véase FRANCO SILVA, Alfonso Estudios sobre Ordenanzas Municipales (siglos XIV-XVI), Cádiz, 1999, p. 187. 39 Las referentes al Fiel Ejecutor aparecen transcriptas en el acta correspondiente a la sesión del 27 de julio de 1616. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, f. 69. 40 Orué entregó al Cabildo de esa ciudad una serie de documentos entre los cuales se contaba una Real Provisión que ordenaba la existencia permanente de un Fiel Ejecutor en la Provincia. ANA – SNE, v. 319, ff. 32-33, reproducido en ACAP, Tomo I. 41 Para ambas cuestiones véase, respectivamente, AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, f. 341 a 343 (sesión del 2 de enero de 1621); f. 326 a 333 (sesión del 14 de diciembre de 1624) 42 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo II, f. 101 v.

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ocupó el puesto ese año, y no hubo rotación. Sus “misiones” fueron varias y, como en otras ciudades, estaban relacionadas con funciones de policia, en el sentido antiguo de guardar el orden del trazado urbano: se le encargó el mentado rellenado del pozo así como la construcción de una casa para cabildo en menos de seis meses. En una sesión de finales de junio, los capitulares le ordenaron “haga cumplir todas las sentencias” aplicadas por el cabildo –multas, sobre todo. Años más tarde los fieles ejecutores fueron los encargados de los lanzamientos de ocupantes “ilegales” en estancias o de la persecución de algunos cuatreros. Si bien esta última tarea presentaba coincidencias con las funciones que desempeñaron también algunos “diputados” de la ciudad, la práctica de la diputación no se suspendió, y su contenido fue definiéndose a partir de comisiones específicas. Tanto diputados como fieles ejecutores tuvieron a su cargo, en numerosas oportunidades, el cobro de las multas impuestas por el Cuerpo, lo que en algunos concejos peninsulares estaba bajo la égida del receptor de penas. Pero además de todas estas funciones, el área de incumbencia del fiel ejecutor santafesino incluyó cuestiones relacionadas con el problema que aquí se aborda: el 9 de abril de 1590, Diego De la Calzada presentó ante el Cabildo un registro de varas y medidas, confeccionado por él mismo, que pidió fuera inspeccionado. El cabildo postergó la cuestión.43 El tema fue ganando importancia y urgencia conforme la ciudad se involucraba más en el intercambio mercantil, y se vio obligada a ponerse a tono con las otras, justamente para “vivir en razón”: en buen romance, para participar de ciertas convenciones mínimas que permitieran a sus vecinos comerciar con los de otras ciudades. La preocupación de los capitulares por la fijación de pesos y medidas creció lentamente, acompañando la complejización de la producción, el incremento del flujo del intercambio y de las oportunidades para que la cuestión de las cantidades en su justa medida presentara aristas conflictivas. La arroba, definida en el Diccionario de Autoridades como “...pesa de veinte y cinco libras de a diez y seis onzas...”, según también lo contemplaba el título I del libro 5 de la Recopilación,44 a pesar de su definición pensada a partir de materiales sólidos, fue una medida aplicada tanto a estos como a líquidos –además, el peso de los líquidos que se medían con ella también variaba, según las provincias. Durante los primeros años, el cabildo santafesino no definió precios de líquidos; aunque viñas y algodonales fueron los primeros cultivos, las heredades demora43 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo II., f. 117. De la Calzada fue alejado del cargo en julio, encarcelado por “negocios graves”. La misma expresión se usó para destituir a Manuel Martín de su cargo en 1619, cuando se le había denunciado por concubinato con una india (el delito era “mancebía”). 44 “Item que toda cosa que se vendiere por arroba en todos mis Reinos y Señoríos que haya en cada arroba veinte y cinco libras, y no más ni menos” Diccionario de Autoridades, cit., 1726, p. 415.



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ron algunos años antes de que se produjera a partir suyo algo de vino (y, en consecuencia, de vinagre). Hacia 1616, el cuerpo estableció como unidad de medida para el vino y el vinagre la media arroba –suerte de tonel que había hecho enviar el Gobernador Hernandarias de Saavedra– que se recibió del Cabildo de Asunción, junto con una consulta de este cabildo para tener la misma medida. Luis de Lencinas (fiel ejecutor de ese año) fue comisionado para confeccionar una réplica y se fijaron penalidades para quienes utilizaran otras medidas.45 Al año siguiente, se denunció que los barriles de vino estaban “mal construidos” y se comisionó al fiel ejecutor la inspección de la correcta construcción de unos nuevos.46 A comienzos de 1617, la entrega del barril de la media arroba al Alguacil Mayor se realizó conjuntamente con la “caja de la vara de medir”, el sello y una balanza rota. Una comisión dada al capitán Hernando de Rivera Mondragón en enero de 1621, prueba que los patrones y medidas utilizados en la ciudad de Santa Fe no eran idénticos a los empleados en Buenos Aires, motivo por el cual el comisionado viajaba a esa ciudad para avanzar en el plano de las convenciones.47 Para el mes de abril, según lo registraba el escribano, los capitulares porteños hicieron llegar su informe acerca de pesos y medidas, acompañado por las respectivas muestras: una media fanega de madera y un cuartillo de cobre fueron, materialmente, los objetos que desde entonces regularon las medidas en las transacciones realizadas en Santa Fe, cuyo cabildo sancionó su uso obligatorio en la sesión del 19 de abril de ese año.48 Las indefiniciones parecen causar problemas todavía en 1648, cuando el Cuerpo sancionó como de la ciudad una nueva media arroba de madera y se adoptaron pesos de hierro y sellado.49 La necesidad tuvo, aquí también, caras heréticas: en 1656 el Fiel Ejecutor fue severamente amonestado por el Cabildo, que le prohibió “prestar” a particulares las cuartillas de cobre que, supuestamente, debían utilizarse sólo en asuntos comunes. No obstante la indignación de los capitulares, se llegó a una solución creativa, autorizando la confección de “réplicas de barro” para esta medida.50 La cuestión de la “balanza de la ciudad” está estrechamente ligada, como en el relato evocado por Kula, con la estafa. Aunque sin demasiado detalle, la documentación muestra que la preocupación era constante, tanto en lo concerniente a la venta al menudeo como a las entradas de mercaderías provenientes de otros puertos, encargadas por vecinos o mercaderes estantes. La ciudad tenía casi 18 años cuando su procurador, Hernán López, solicitó al Cabildo le comprara al 45 46 47 48 49 50

AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 65 y 66. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 104 -108. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 343 y 344. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 349 a 352. CERVERA, Manuel Historia…, II, cit., p. 245. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo III, ff. 489v-490.

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mercader Juan Cabrera Cortez una romana que traía consigo. Hasta entonces, la ciudad no tenía la suya propia quedando, por lo tanto, a merced de las mediciones de origen o la realizada por algún particular.51 El cabildo local reclamaba su “tercio” a quienes entraban a comerciar en la ciudad sin declarar sus mercancías. En la sesión del 7 de septiembre de 1615, el escribano asentó la designación de Maro Gatro como encargado de la romana y de las ventas al menudeo, debido al “gran desorden habido” en las ventas.52 Desorden que, además, ofendía a Dios: El peso falso es abominación a Jehová, mas la pesa cabal le agrada… (Proverbios, 11: 1) El encargo de esta comisión generaba aranceles y se subastaba, exigiendo licencias y fianzas. La renta de la romana fue uno de los principales ingresos de la ciudad vieja.53 En 1616 se encargó el arreglo de la balanza de la ciudad porque estaba quebrada desde tiempo atrás y, poco después, Diego de Prado, ex fiel ejecutor, volvió a repararla.54 En 1620 el Cabildo autorizó la compra de una nueva balanza, que se pondría a remate para generar recursos.55 Durante muchos años, como se dijo, ese arriendo produjo ingresos importantes: en 1640, bastó y sobró para agasajar al Gobernador con pan y vino, pagar cercos, corrales y hasta para aderezar el libro del Cabildo, muy deteriorado.56 Jacinto de Lariz dictó el auto que aplicaba a Santa Fe la Real Providencia de marzo de 1647, que suspendía el cobro del derecho de romana. La ciudad apeló esto inmediatamente y, en 1650, a través de su procurador, pidió la restitución de aquél derecho al visitador Garavito…57 Aunque no se ha dado con los autos de este proceso, el clima de la década de 1650 –marcado por las necesidades y urgencias que se desprendían del traslado de la ciudad al nuevo sitio– permite suponer que constituyó una constante en los reclamos a la gobernación. Aranceles y precios y moneda de la tierra Para esta pequeña reunión de vecinos convertidos en Alcaldes y Regidores, medir y vivir en razón implicó, entre otras cosas, fijar algunas equivalencias, que incluían desde luego a esa tan especial medida de las cosas –de una simbolización del valor de las cosas y de los servicios– que es la moneda. Desde sus comienzos, el Cabildo estableció precios y aranceles en moneda de la tierra. Las tasaciones fijaban los aranceles máximos que el Cabildo autorizaba cobrar a los artesanos y oficiales por su trabajo. Dos capitulares eran designados 51 52 53 54 55 56 57

AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo II, f. 154. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 37-38 v. CERVERA, Manuel Historia…, II, cit., p. 66. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 102 y 111; I, 112-13 respectivamente. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 331-32 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo III, ff. 37-38. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo III, ff. 37-38 y 161-162, respectivamente.



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anualmente para controlar el cumplimiento de estas tasaciones, que tenían carácter de ordenanza.58 En 1581, los artesanos parecen haber ganado un poco de terreno, logrando que entre los dos tasadores uno fuera de los “oficiales”.59 Al igual que en Asunción del Paraguay, la principal moneda en la que se fijaban las tasaciones era la vara de lienzo, aunque había “monedas más pequeñas”, como las gallinas o los pollos. Esto no constituye una peculiaridad santafesina. Al contrario, como lo ha señalado Jorge Gelman, la circulación física de monedas acuñadas era diferenciada espacial y socialmente.60 La adopción de “monedas de la tierra” no sólo no constituye ninguna anomalía, sino que fue el modo más corriente de resolver esta cuestión de representación de las equivalencias sociales del valor. A la escasez casi permanente de moneda metálica –de la que escapaban algunas áreas tales como las regiones inmediatamente contiguas a los centros de acuñación o las comercial y fiscalmente privilegiadas, como Buenos Aires–, se agregaba la ausencia de moneda chica en los patrones de acuñación, lo que implicó “...la falta de moneda de baja denominación para las transacciones de la vida cotidiana...”61. El “boom” metálico potosino, desde el último cuarto del siglo XVI hasta comienzos del siglo XVII, no provocó un aluvión de monedas de plata para los vecinos santafesinos. Santa Fe era una escala obligada en la ruta Asunción – Córdoba – Potosí ó Buenos Aires – Potosí. Esta situación comportaba oportunidades para algunos productores (sobre todo de mulas), para ciertos comerciantes y especialmente para los fleteros, que casi siempre fueron estantes o forasteros allegados a algún vecino, pero casi nunca vecinos de la ciudad.62 El punto magnético de esta ruta lo constituía el puerto bonaerense, mientras que, con la creación de la Aduana Seca de Córdoba en 1623, el flujo de metálico parecía cortarse a mitad de camino tanto para Buenos Aires como para Santa Fe (aunque la ciudad porteña contaba con mecanismos bien aceitados para que el metal potosino llegara 58 Véase por ejemplo el acta del 1 de enero de 1575, AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, f. 8 v. 59 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, f. 46. 60 GELMAN, Jorge “El régimen monetario”, en ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, Nueva Historia de la Nación Argentina, vol. III, pp. 31-50. 61 GELMAN, Jorge “El régimen monetario”, cit., p. 35. Las razones, agrega Gelman, son diversas. “Tienen que ver con el interés de la Corona de favorecer el envío del metálico hacia España, con el interés de los comerciantes de disponer de grandes monedas para el comercio internacional, pero también era estimulada por el propio sistema de funcionamiento de las cecas que dispuso la Corona. [...] De esta manera, siendo más rápido y menos costoso en términos relativos producir una moneda de plata de 8 reales que 16 monedas de medio real (por las cuales recibían [el personal de la Ceca] en total el mismo pago), aparece como bastante comprensible la tendencia de la ceca de Potosí de acuñar sobre todo monedas grandes.” p. 36. El fenómeno aparece señalado también por ÁLVAREZ, Juan Temas de historia económica argentina, Junta de Historia y Numismática, Buenos Aires, 1929, p. 50. 62 Véase REGIS, Élida “Julián García de Molina: mercader residente”, en Poder y sociedad…, cit.

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hasta ella).63 Como se dijo, la circulación del metálico era también socialmente restringida, por lo que sus portadores fueron principalmentecomerciantes que la destinaban al comercio de productos de Castilla con factores de Buenos Aires.64 En junio de 1577, el Cabildo santafesino, advirtió que no se disponía incluso de ciertas monedas de la tierra. La falta de lienzo impedía el intercambio con Asunción; para reservar a tal efecto lo poco que había, decidió que, en la ciudad, fueran aceptados como medio de pago vacas, ovejas, cabras, caballos, puercos, pellejos de nutrias “...o de otros qulquier generos de animales y cueros crudos asi de vacas como de siervos adovados como por adovar... conforme al valor que a la sazon valieren...” Los aranceles y los derechos para el cura y el sacristán, habían sido fijados en Asunción por el Arcediano Martín del Barco Centenera. En una sesión de 1594, el cuerpo santafesino estimó que los montos eran excesivos para la realidad local. El arancel era una reproducción del ordenado por el Tercer Concilio Provincial celebrado en Lima en agosto de 1583 y, aunque para Asunción representaba una reducción de los derechos, se solicitaba una nueva reducción para su implementación en Santa Fe: la pobreza de la tierra requería una rebaja mayor, como debiera ser comparativamente.65 Incluso si podían abonarse en frutos de la tierra, los aranceles eclesiásticos resultaban gravosos. Las ordenanzas de Alfaro muestran la manera en que la tasa sobre los indígenas encomendados ponía a rodar la moneda de la tierra, como si se tratara de un paliativo o un estímulo para que los tributos fueran pagados en especie. En rigor, es cierto que la tasa estaba expresada, siempre, en pesos y reales; pero no menos cierto es que Francisco de Alfaro no había sido el primero en dictar Ordenanzas que permitían a los indígenas seguir tributando con algunos de sus productos, sin pasar por la monetización (proceso que de todos modos, a la luz de la escasez de circulante, sobre todo de moneda menuda, era poco factible).66 Las equivalencias ofrecidas por el visitador contemplaban la producción de los indígenas de las regiones más cercanas a Asunción, así como las temporalidades 63 Véase al respecto MOUTOUKIAS, Zacarías Contrabando y control colonial, CEAL, Buenos Aires, 1988. 64 Testamentos e inventarios del siglo XVII mencionan moneda de plata solo excepcionalmente. Al contrario, los “créditos” de los comerciantes, conforman casi siempre de dos a tres cuartos del patrimonio inventariado. 65 AGSF-ACSF, Tomo II, Primera serie, ff. 182-183. 66 “...a los que son de tasa conforme a lo dicho en este titulo que cada uno pague a su encomendero çinco pesos corrientes en cada vn año en moneda de la tierra con que las dichas monedas como esta dicho se ayan de reduçir y reduzgan a cosas que se ubiesen de vender a Reales de plata baliese seis Reales de plata lo que en moneda de la tierra es un peso y asi el yndio a de ser obligado a pagar en cada un año çinco pesos de tasa en moneda de la tierra o en seis Reales de plata por cada peso o en espeçies...” Ordenanzas de Francisco de Alfaro, Ordenanza 60, BN-GGV, CCII, BN 4577.



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de las cosechas en ese mismo contexto.67 Si los indígenas planteaban dificultades para el pago de sus tributos aun en especies, Alfaro contemplaba –y habilitaba con ellas una práctica de hecho– el reemplazo de la tributación en productos por tiempo de trabajo, también según unas equivalencias bastante precisas. De todos modos, el patrón de referencia era la moneda-dinero, expresada en pesos y reales. Para los santafesinos, el tema de la escasez de circulante no fue una característica privativa del último cuarto del siglo XVI. En el ocaso del primer cuarto del siglo siguiente, Hernandarias de Saavedra, entonces Procurador de la ciudad, recibía instrucciones para realizar algunas peticiones ante Alonso Pérez de Salazar, Oidor de la Real Audiencia de La Plata a cargo del gobierno rioplatense. El Cuerpo solicitaba se permitiera a Santa Fe –al igual que a Córdoba (desde 1622)– la entrada de plata acuñada a la ciudad, considerando que ésta podía ser un lenitivo para su pobreza. El mismo día de la redacción de las instrucciones (16 de abril de 1624) se tomaron algunas medidas complementarias. El año se presentaba particularmente mezquino. Ante la falta de lienzo, sayal y acero –desde antiguo moneda de la ciudad– los capitulares permitieron el arrendamiento de los diezmos en hierro y reales por mitades y no solamente en plata. A los jueces y escribanos, debía pagárseles como era habitual, en hierro y plata, por mitades, “...que es la moneda acostumbrada...”, salvo cuando ellos mismos aceptaran cobrar en productos de la tierra.68 En 1638, se accedió a un pedido del procurador Cosme Damián Dávila, quien había solicitado se le pagara nada menos que al Juez de Residencia, Licenciado Gaspar Álvarez Monroy, con frutos de la tierra.69 Con solvencia desigual, según el trato y la coyuntura, desde gallinas hasta el lienzo servían como moneda de pago. Nadie, ni Arcedianos, ni letrados ni funcionarios Reales, nadie, escapaba de los alcances del discreto encanto de la economía local. En el cabildo, las discusiones sobre los precios del trigo, del pan y del vino eran periódicas y seguían a los períodos de cosechas o acompañaban las estaciones de carestía. También las que tenían por tema las dificultades en el abasto 67 “...de maiz trigo algodon hilado o texido çera garabata o madres de mecha y porque no halla dificultad en las dichas espeçies declaro las dichas espeçies = vna hanega de maiz vn peso = vna gallina dos Reales vna madre de mecha que tenga 16 palmos vn peso tres libras de garabata vn peso vna arroba de algodon desta tierra sin sacar la pepita quatro pesos y del Rio bermejo o la Gouernaçion de Tucuman çinco vna bara de lienço de algodon vn peso vna fanega de frijoles tres pesos – En las quales dichas espeçies puedan pagar y paguen los yndios la tassa con que en un año no tengan obligaçion el encomendero Reciuir mas de vna hanega de maiz y dos gallinas en los preçios que ban puestos y la demas tasa aya de ser en las demas espeçies o moneda de castilla o tierra como va declarado la qual dicha tasa se a de pagar la mitad coxidas las cosechas por Navidad y la otra por San Juan” Ordenanzas de Francisco de Alfaro, BN - GGV, CCII, BN 4577. 68 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 146 a 147 v. 69 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo III, f. 16.

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de la carne dentro de la ciudad. Esta última adquirió una relevancia tal que, no habiendo carniceros a comienzos de 1626, fueron los mismos capitulares quienes se hicieron cargo ese año de las carnicerías.70 Los precios del trigo y del pan se fijaban en las primeras sesiones del año. Cuando la fanega de trigo llegó a duplicar su valor en dos años (ver Anexo, precios de 1583 y 1585) –una feroz manga de langostas había hecho estragos en las sementeras–71 el cuerpo limitó el precio del pan. Ante otra coyuntura crítica (las sequías de 1617), se autorizó la fabricación y la venta de pan en casas particulares.72 Durante 1618, el precio del trigo fue tema álgido para el Cabildo en sesiones de enero, marzo y mayo; en 1621 las cosechas fueron muy “cortas”; en 1624, el cuerpo solicitó al Fiel Ejecutor que estudiara y proveyera la posibilidad de vender mayor cantidad de pan que la habitual, al mismo costo (un peso).73 La violación de los precios máximos fijados por alcaldes y regidores suponía una multa para el infractor, cuyo monto se aplicaría a paliar las situaciones de “pobres, conventos y viudas”.74 Así como la escasez del trigo (también registrada en 1637, 1640, 1657, 1658 y 1661) incrementó el valor de las fanegas de cereal, las abundantes cosechas de 1639 y 1650, entre otras, hicieron bajar tanto el precio del trigo como del pan.75 La relación, de todas maneras, no debe leerse en términos de “oferta y demanda”, como en una moderna economía de mercado, sino como menos mediada y más concreta, que tiene que ver con la disponibilidad o la indisponibilidad de productos culturalmente imprescindibles para la alimentación y el consumo cotidiano, características de sistemas productivos precapitalistas donde el cuerpo político siempre garantiza la subsistencia. Cervera señaló con criterio que la idea del intercambio se hallaba entonces supeditada a la de necesidad inmediata y al interés del común.76 La fijación del precio del vino fue motivo de no pocas discusiones. Durante 1625, el Cabildo discrepó con el precio establecido para ese producto por el Fiel Ejecutor, encargando al Alcalde Juan de Osuna la sanción de un precio diferente. Durante la sesión del 22 de agosto del mismo año, se comisionó al alcalde Pero Hernández para que obligara a Pedro de Valdés a rebajar el precio del vino que vendía y facultando a aquél para penalizarlo con fuertes multas si no lo hacía. A comienzos de 1626, se determinó que el vino importado de otras ciudades podía venderse sólo cuando se acabara el facturado en la ciudad.77 Ese año se fijó por 70 71 72 73 74 75 76 77

AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 249 a 251. AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, f. 83. AGSF-ACSF, Tomo I, ff. 98 v a 100. AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 119 v. a 121. AGSF-ACSF, Tomo II, f. 302. AGSF-ACSF, Tomo III, ff. 21 v. a 22 v. CERVERA, Manuel Historia…, cit., II, p. 238. Este tipo de precedencias que trata de proteger la producción local era corriente en aldeas españolas.



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vez primera un precio diferente para las ventas al por mayor y al menudeo.78 El pedido de autorización para vender el vino que traía de un tal Juan Martín, fue asunto de justicia ordinaria.79 El 4 de mayo se volvió a fijar el precio de vino al menudeo, y del que no se producía en la ciudad, teniendo éste un costo más alto. En la sesión del 25 de agosto aparecen identificados quienes vendían vino de Mendoza y de otras procedencias (Andrés Pérez y Mateo de Villarreal)80 y poco después se prohibió a los mercaderes vender antes de haber traído la mercancía a la ciudad, así como tampoco la que no hubiera sido declarada ante el cabildo.81 Con sus ordenanzas, decisiones voceadas en la plaza por pregonero, el cabildo local intentó regular la circulación de mercaderías y, paralelamente, obtener algunos “propios” bajo la forma de habilitaciones o de multas. También era obligatoria la exhibición de precios y aranceles en la puerta de algunos establecimientos; el “Pregón de Buena Gobernación” redactado por Castillo de Bobadilla para los Corregidores incluía un ítem dedicado al punto, que encontraría eco en Santa Fe.82 Hacia 1619, el precio de la carne se fijó, en la sesión del 15 de julio, según la edad el animal, manifestando cierto criterio de apreciación de calidad respecto del producto.83 La última sesión de 1620, muestra a los regidores intentando establecer un orden y una periodicidad en el control del abasto, logrando ordenar, como último acto de gobierno de ese año, que las pulperías se inspeccionen cada cuatro meses y que los precios de venta de cada artículo se coloquen en forma visible.84 El tema de la carne nos conduce, directamente, a evaluar cuestiones relativas a un punto sensible. El valor tiene cuatro patas En la primera mitad del siglo XVII, la tierra no valía mucho en la extensión rioplatense. Al menos, no tanto como el ganado. Así lo manifiesta la constante preocupación por regular cuestiones relativas a la reproducción y explotación del ganado cimarrón y quieto. El vínculo entre ganado y riqueza se compendia en páginas notables de la literatura y la historiografía argentinas.85 78 79 80 81 82 83 84 85

AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 197, 216-217 y 263 a 264 respectivamente. AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 264 y 264 v. AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 270 a 271. AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 149 v. y 150. CASTILLO DE Bobadilla, Jerónimo Política…, cit., loc. cit. AGSF-ACSF, Tomo I, f. 265. AGSF-ACSF, Tomo I, ff. 335 a 336 v. Son célebres las páginas que Estanislao Zeballos dedicó al caballo como elemento civilizatorio. Explican ese papel en la historia de Santa Fe los trabajos de Agustín Zapata Gollán. Para Emilio Coni, lo que él denominó “vida pastoril” tuvo pesadas consecuencias políticas, sociales y económicas, calificando como revolucionarias las modificaciones causadas en las costumbres por la

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Si bien Sebastián Gaboto había ensayado el cultivo de cereales en su temprana empresa de 1527,86 la explotación más o menos continua del ganado cimarrón fue la primera en prosperar en la zona. Con la expedición del Adelantado Pedro de Mendoza entraron, hacia 1535, las primeras cabezas de ganado yeguarizo, que se reprodujo casi sin obstáculos. Se trataba de animales de raza andaluza87 con los cuales los querandíes hicieron buenas migas. En cuanto al vacuno, la entrada al Paraguay de siete vacas y un toro por los hermanos Göess en 1555, funciona, entre el dato y el mito fundacional, como el disparador de la reproducción de aquellos en el norte de la zona.88 Aunque Cervera propuso considerar también la reproducción de las tropas que Almagro llevaba en la década de 1540, cuando pasó a Chile atravesando el Tucumán, para Prudencio Mendoza, el bovino no se conoció en el Plata propiamente dicho –es decir, en los alrededores de la ciudad introducción del vacuno en el Plata. Para Horacio Giberti, cuya obra también es una referencia obligada en este tema, la ganadería no sólo fue “...factor preponderante en el desarrollo nacional, sino causa de la estructura económica”. Menos entusiasta respecto de la importancia del estudio de la ganadería pero más atento a ciertos aspectos descuidados por los anteriores es el texto el Alfredo Montoya sobre la contribución de Manuel de Lavardén al desarrollo de la ganadería. Una obra señera se publicó al cabo del primer cuarto del siglo XX: el veterinario y Profesor de Higiene y Policía Sanitaria de la Universidad Nacional de La Plata, Prudencio Mendoza, ya había señalado el maridaje entre el desarrollo de la ganadería cimarrona, la riqueza del país y los tipos sociales generados en esas circunstancias. ZEBALLOS, Estanislao La concurrencia universal y la agricultura en ambas Américas, Peuser, Buenos Aires, 1896 [2da edición, revisada y mejorada] ZAPATA GOLLÁN, Agustín El caballo en Santa Fe en tiempos de la Colonia, Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe, Santa Fe, 1947, 107 pp.; CONI, Emilio A. Historia de las vaquerías en el Río de la Plata, 1555-1750, Platero, Buenos Aires, 1979, p. 7. GIBERTI, Horacio Historia económica de la ganadería argentina, Hyspamérica, reedición, Buenos Aires 1986 [1ª. Ed, Solar – Hachette, Buenos Aires, 1970], p. 10; MONTOYA, Alfredo Juan Cómo evolucionó la ganadería en la época del virreinato, Plus Ultra, Buenos Aires, 1984, 391 pp.; MENDOZA, Prudencio Historia de la Ganadería Argentina, Buenos Aires, 1928, 326 pp. 86 Sobre ésta puede verse la información sumaria levantada por Caboto en San Gabriel; acerca de los intentos de Mendoza, FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto “Los primeros agricultores del Río de la Plata”, en Revista de la Sociedad Rural de Rosario, XXXV, julio-agosto de 1955, núm. 401-402. 87 Que P. Mendoza describió como de “…alzada mediana, cuerpo largo y redondo, cabeza fuerte y un poco acarnerada, el pescuezo arqueado, el pecho ancho, la cruz alta, los encuentros largos y derechos, el lomo algo sillón, anca angulosa, muñecas largas, talones altos, color zaino bayo por lo general, de andar excelente y suave, debido a la buena conformación del casco y de la cuartilla, es considerado como el tipo ideal de caballo de paseo, como el árabe, de donde deriva. El caballo andaluz no es resistente para el trabajo”. MENDOZA, Prudencio Historia…, cit., pp. 14-15. 88 CERVERA, Manuel Historia…, cit., II, p. 144. Al respecto, Montoya afirma –siguiendo a Leite y a Lafuente Machaín– que la identidad de los hermanos Góis “...hijos de Luis de Góis, miembro de la expedición colonizadora de Martim Afonso de Sousa que en el año 1532 fundara la Villa de San Vicente en el Brasil” estaría resuelta. MONTOYA, Alfredo Juan Cómo evolucionó la ganadería...,cit., p. 13. Véase también CONI, Emilio “Las siete vacas de Goess”, La Nación, 8 de noviembre de 1925 y “La aparición del bovino en el Plata”, La Nación, 8 de agosto de 1926. El origen del relato sobre los hermanos Goess y Gaete (de ahí que también se las conozca como las vacas de Gaete) es, siempre, el capítulo XVI de La Argentina de Rui Díaz de Guzmán (1612).



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de Buenos Aires y el bajo Paraná– hasta que fuera introducido por Juan de Garay en las fundaciones de Santa Fe (1573) y Buenos Aires (1580).89 El ganado cimarrón que hacia 1630 poblaba las tierras de la Otra Banda del Paraná –actual territorio de la provincia argentina de Entre Ríos– no pudo haberse originado, como pensó Gaignard, en las cabezas introducidas por Corrientes.90 El cruce de ganado desde Santa Fe hacia la Otra Banda fue coetáneo o anterior a la fundación de Corrientes; por otra parte, el ganado alzado migraba de sur a norte, escapando de los temporales; por lo tanto, los animales hallados al norte de Entre Ríos sólo pudieron ser fruto de la reproducción de los vacunos cruzados a esas tierras por Hernandarias hacia 1590.91 Varios testimonios aseguran que los ganados fueron llevados allí con el propósito de afirmar el aquerenciamiento de algunos indios de encomienda.92 La relación entre la introducción de vacunos y bovinos con la creación de sementeras cumplía con la doble finalidad de constituir lo esencial de la actividad productiva de la estancia y la de aquerenciar a los indígenas reducidos. La primera encomienda fue la de los calitones, pueblo que Garay redujo a la fuerza en su estancia de la Laguna de los Patos. Los otros propietarios de suertes de estancia en la “otra banda”, las poblaron con mepenes que movilizaron del norte de Corrientes –algo que también hizo Hernandarias a finales de la década de 1590. Estos mepenes habrían sido diezmados por la gran epidemia de 1607/1620 –ver más arriba, cap. IV– o por los ataques de “indios cimarrones”, que serían los charrúas de las islas.93 La evangelización y el sometimiento a trabajos forzados debían ir acompañados por recursos que permitieran la satisfacción de las necesidades inmediatas de los pobladores. Raúl 89 En 1573, bajando a la fundación de un puerto camino del Plata, Garay –quien ya había llevado ganado a la fundación de Santa Cruz de la Sierra en 1561 y luego llevó también a Asunción, en 1568– trajo consigo desde la cabecera del Paraguay 500 cabezas de vacunos y mil caballares, lo que constituyó el rodeo fundacional para Santa Fe. Lo mismo sucedió quince años más tarde, cuando se estableció el puerto de Corrientes, al que su yerno –a cargo del arreo a Buenos Aires–, llegó precedido de 1500 vacunos. Estos habrían sido traídos a Asunción en 1568 desde las haciendas que Ortíz de Zárate tenía en Charcas y Tarija. 90 GAIGNARD, Romain La Pampa…, cit., p. 63. 91 Ese criterio es avalado también por Juan Faustino Salaberri en Los Charrúas y Santa Fe, Montevideo, 1926, p. 88. El memorial de Hernandarias sobre el que me apoyo en DEEC-SF, EC LII, 10, f. 390 a 392. En el mismo pleito, los herederos de Feliciano Rodríguez, uno de los primeros pobladores santafesinos, testimoniaron que también él había introducido ganado a la Otra Banda antes de 1590; Diego Ramírez y Hernando de Osuna, querellantes beneficiados con mercedes de tierra otorgadas por Juan de Garay entre 1576 y 1580, aseguraron haberlo hecho personalmente. 92 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 395 y f. 438 v, alegatos de Pedro Alcaraz y Diego Ramírez. No descartamos que en otros casos (como en la estancia del propio Alcaraz) sucediera lo contrario, es decir, que se llevaran indios de encomienda para cuidar ganados. 93 Las referencias en CERVERA, Manuel Historia…, III y en CERUTI, Carlos N. “La cerámica de Santa Fe la Vieja: hacia una revalorización del componente indígena. La macroetnía chaná-timbú”, en CHIAVAZZA, Horacio y CERUTI, Carlos N. Arqueología…, cit., p. 373 y ss.

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Molina escribió que, tanto en la fundación de Buenos Aires (1580) como en la de la ciudad de Corrientes (1588), nada se hizo hasta no llegar los ganados.94 El vaqueo fue, durante décadas, la fuente de recursos más importante de la ciudad y de sus vecinos. “En Castilla se usa llamar a la carne que se pesa en la carnicería vaca, aunque en realidad de verdad sea buey.”95 La mimesis de la carne de bovino con la de “...la hembra en el ganado vacuno...”, atrapa la tradición cultural de su consumo en el hábito instalado. Como se ha dicho ya, la carne vacuna y ovina, junto al trigo, el pan y el vino, fueron los productos básicos del consumo urbano. Las carnicerías se remataban anualmente; entre 1573 y 1660, dicho remate quedó desierto en varias ocasiones y el abasto se asignó a capitulares o vecinos. La yerra aparece regulada por el Cabildo muy tempranamente. En noviembre de 1576 se abrió en las casas del cabildo el cuaderno de marcas de ganado,96 único elemento a partir del cual podía fijarse algún criterio de propiedad sobre animales que, en función de sus características y del tipo de recursos disponibles, resultaba difícil contenerlos. Si las recogidas de cimarrones generaron buena parte de los conflictos entre los vecinos y las ciudades, las amonestaciones del Cabildo hacia los vecinos por no herrar sus ganados no tardaron en hacer su aparición.97 Hacia finales de la segunda década del siglo XVII, cuando la agricultura gozaba ya de una presencia sostenida, los ganados representaron otro tipo de preocupaciones, tales como el daño que hacían a las chacras. Por el bien de toda la República, el Cabildo ordenó la construcción de corrales para la guarda nocturna obligatoria de los animales.98 El período es rico en conflictos que muestran que la cuestión de la primitiva explotación del cimarronaje en los espacios de la otra banda y, sobre todo, de los corredores interiores del vasto valle Calchaquí, a lo largo del Salado, formaba parte de la agenda del Cabildo.99 Las licencias para vaquear (incluso las solicitadas cuando había prohibición) podían ser emitidas por el Cabildo, un Gobernador o su Teniente. Si regía la prohibición de matar ganado, un vecino podía de todos modos obtener una licencia o la habilitación 94 MOLINA, Raúl Hernandarias, el hijo de la tierra, Buenos Aires, 1948, pp. 63 y 82. 95 COVARRUBIAS, Sebastián de Tesoro..., cit.,edición de 1987, cit., p. 988. 96 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, f. 10, insertas en el margen izquierdo. Otros registros en 1577, 1582 y 1584. 97 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, f. 18. Cabildo del 17 de octubre de 1577. 98 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 114 v a 116. Sesión del 3 de abril de 1617. 99 En 1619, Juan Cano de la Cerda, vecino de Santiago del Estero, hacía vaquerías en jurisdicción santafesina sin licencia de la ciudad, y se le cuestionaba la propiedad de 1.000 cabezas. En esta ocasión, fue comisionado para viajar a Santiago del Estero el vecino Juan de Arce. La diligencia tenía como costo para la ciudad un monto idéntico al de la cuestión que se discutía: los gastos de la comisión de Juan de Arce se sufragaban con una vaquería a cargo del cabildo, de 1000 vacunos. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 270 v. a 271 v.



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para utilizarla y negociar su uso efectivo en el ámbito local, de acuerdo a la conformación del cuerpo ese año. Un recurso frecuente fue transferir el derecho de vaquear (a título oneroso) a una persona con más posibilidades de conseguir las habilitaciones o con menos escrúpulos, es decir, a alguien que estuviera dispuesto a hacer las vaquerías de todos modos y, luego, ir a probar que estaba en su justo derecho. La institución no obviaba, ella tampoco, el poder de los refranes: quando te dieren la vaquilla, acude con la soguilla.100 El 23 de junio de 1625 el cabildo santafesino decretó un precio mínimo para el ganado vacuno, y ese año se le consideró moneda de la ciudad. Según la letra del texto, el propósito de la medida era evitar excesos por parte de los mercaderes que llegaban a Santa Fe y sacaban ventaja de la pobreza de la ciudad.101 Si, como afirma Grenier, el valor atribuido a una “mercancía” depende sobre todo del proceso económico que la produce y de su inscripción en un conjunto jerarquizado de valores sociales, en el caso que aquí se analiza, el establecimiento de precios, equivalencias e, incluso, la sanción de una equivalencia entre producto-unidad de moneda y moneda de la tierra, puede decirnos algo sobre los valores sociales atribuidos. Decidir que una cabeza de ganado fuera la moneda de la ciudad, puede resultar clave respecto de lo que Grenier denomina, siguiendo a Mercier, el hecho económico que alumbra la lectura de un hecho social total.102 Esa determinación fue fruto del proceso regular de toma de decisiones vinculantes que repercutían sobre la vida de todos los sujetos de la ciudad como comunidad política. Fue, por lo tanto, secuela e insumo de relaciones sociales territorializadas. En el Anexo II puede encontrarse una tabla de precios y equivalencias fijadas por el cabildo santafesino durante sus primeros años de vida. La escasez estacional del lienzo provocó, en varias oportunidades, su abandono como unidad de valor monetario para los aranceles. Lo mismo sucedió con el hierro. En 1594, por ejemplo, una visita de indios se pagó en lino y sayal. Aunque no se puede realizar una comparación que incluya el costo de los instrumentos de molienda (morteros, molinos o atahonas), ya que no se dispone del tipo de datos que, por ejemplo, Rodolfo González Lebrero ha encontrado para Buenos Aires durante el mismo período,103 puede verse el costo del trabajo 100 En COVARRUBIAS, Sebastián de Tesoro..., cit., ed. de 1987, cit, p. 988. 101 Se envió copia a la Real Audiencia de Charcas solicitando la confirmación de este cambio. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 204 v. a 206. 102 Sus reflexiones sobre la “representación social” o sobre el “valor social” de los productos clave de una economía me han resultado estimulantes. GRÉNIER, Jean-Yves L’économie d’Ancien Régime. Un monde de l’echange et l’incertitude, Albin Michel, Paris, 1996, pp. 60-62. 103 GONZÁLEZ LEBRERO, Rodolfo E. “Producción y comercialización del trigo en Buenos Aires a principios del siglo XVII”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio

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aplicable sobre el cereal (la molienda) respecto del precio del cereal mismo. En 1584, moler una fanega de trigo costaba lo mismo que la fanega.104 Esa relación no reproduce en absoluto la planteada en el caso de los oficios, (cfr. ut supra) donde el trabajo de un talabartero o de un carpintero excede largamente el costo de los materiales que le son entregados. Esto es inclusive más intrigante si, siguiendo a González Lebrero, se acuerda con que “...eran las harinas y no el trigo en grano el objeto principal de la demanda”.105 El precio de los cereales, del maíz y de los productos considerados importantes por el cabildo, hace buen contrapunto con la fijación de los aranceles de los artesanos: los trabajos vinculados a la ganadería, como la confección de aperos para realizar vaquerías (provistos de silla y fuste), resultan comparativamente altos frente al de una fanega de trigo (cereal que escaseó muy frecuentemente). La tasación de aranceles de enero de 1575 permite ver esta suerte de valor socialmente jerarquizado del que gozaban los trabajos referidos a los enseres para vaqueos respecto de los vinculados a la agricultura: mientras que el precio de una fanega de trigo variaba entre uno y dos pesos (y su molienda, realizada en molinos de mano al menos hasta 1594,106 acompañaba esta variación), y la factura de un arado con su timón de laurel se tasaba en dos varas de lienzo, la factura de un fuste y una silla jineta, costaba exactamente el doble, cuatro varas, lo que equivalía a doce cabezas de crías de vaca o de yegua e, incluso, a tres docenas de ovejas.107 Por otra parte, la “estabilidad” de algunos precios (como el de la cabeza de ganado bovino en un peso, después del primer cuarto del siglo XVII), constituye otro dato significativo. Hasta 1625, la información que puede recogerse de las crónicas como de las actas capitulares, indican una oscilación que iba de 2 a 6 reales por cabeza, según la edad, estado y modo de selección del animal. Los pleitos judiciales y los contratos de flete, que brindan el grueso de la información posterior a 1625, presentan en cambio un panorama en el cual, si bien no desaparecen los criterios antes mencionados, muestra una cierta estabilización del precio del animal en pie, adulto y escogido, en un peso por cabeza (incluso hacia la época del trasiego de la ciudad, una donación de 30.000 vacas es tomada Ravignani”, Tercera serie, núm. 11, Buenos Aires, 1995, pp. 7-37. 104 Medida sobre la que no hay muchas precisiones. Covarrubias la definió a comienzos del siglo XVII como “medida con que se mide el trigo y la cevada y las demás semillas: las nuezes, las habas secas, castañas, bellotas y otros frutos y legumbres y la sal; y la media hanega se llama en muchas partes de Castilla almud. Fanegada o hanegada de tierra, la que tiene de sembradura una hanega, y en partes cuentas por almudadas, que es la mitad”. COVARRUBIAS, Sebastián Tesoro..., cit. 105 GONZÁLEZ LEBRERO, Rodolfo E. “Producción...”, cit., p. 19. 106 Durante ese año se presentó la tasación del costo de un molino de agua para reemplazar a los de mano. 107 Ver anexo en este capítulo.



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como equivalente a 30.000 pesos).108 El valor, de todas maneras, suele indicar el precio del derecho a recoger ese ganado cimarrón (es decir: 30.000 pesos podía designar también, en muchos casos, el valor de un derecho de recogida de 30.000 cabezas, dicho de otra manera, el precio de una licencia para vaquear 30.000 piezas). Es cierto que 30.000 vacas en pie y escogidas significan, concretamente, mucho más que el derecho a recoger 30.000 vacas: sin embargo, la equivalencia del número de cabezas (podría decirse, reales o hipotéticas) con la cifra en pesos, parece omitir por completo el drenaje que implicaba el hecho de contratar vaqueadores (que se llevaban “el quinto”), sufrir pérdidas por huidas y muertes, etc. Creo que esta “imprecisión” fortalece todavía más la sanción social del valor: en términos simbólicos, una cabeza de bovino (costara lo que costara tenerla realmente) equivalía –valía– en Santa Fe (entre 1625 y 1670 aproximadamente) un peso. Fue, durante algo más de medio siglo, la medida de las cosas. Las inundaciones de 1594 introdujeron una inflexión duradera: ante una nueva escasez de “cuartas de lienzo” con las que hacer frente a sus obligaciones con esa moneda de la tierra, el Cabildo solicitó autorización a la Real Audiencia de Charcas para pagar las mandas graciosas al Juez Juan de Betancur con bueyes y caballos, mentados como moneda corriente de la ciudad.109 De las Ordenanzas de Alfaro antes citadas (1611) se deriva que la vara de lienzo de algodón equivalía (al menos en Asunción) a un peso, lo que puede ser un valor más o menos estable para esa época también en Santa Fe.110 Pero que “bueyes y caballos” fueran considerados moneda corriente de la villa en 1594 o que la “cabeza de ganado” haya sido sancionada como moneda de la ciudad desde 1625 y su equivalencia se fijara en un peso por unidad, no puede vincularse única y mecánicamente con la “oferta” de ganado.111 Hacia el primer cuarto del siglo XVII, el número de las cabezas de ganado cimarrón, por ejemplo, en la “otra banda del Paraná”, era estimado por un baquiano contemporáneo como de “cien mil” más o menos.112 En transacciones que involucraban tierras y ganados (como en las ventas 108 La información mencionada en DEEC–EC, LII, leg. 2, 9, 10, 11; varios en el Tomo LIII, Tomo LX, leg. 181; cfr. también el testamento de Jerónima de Contreras, entre otros, publicado por Zapata Gollán en “La hija de Garay”, en ZAPATA GOLLÁN, Agustín Obras Completas, Tomo II. DEEC–EP, varios tomos y papeles (fletamentos, inventarios y dotes). Algunos casos se citan a continuación, en cuerpo de texto. 109 AGSF-ACSF, Primera serie, II, f. 194-195. 110 El dato puede corroborarse en las actas de los últimos años del siglo XVI en Asunción, donde la vara de lienzo también era tasada a un peso. Actas Capitulares del Cabildo de Asunción del Paraguay. Siglo XVI, Municipalidad de Asunción del Paraguay, Asunción, 2001, passim. 111 En algunos tratos y contratos por deudas aparece también la misma equivalencia; cfr. cómo reconvienen el arreglo de una cuenta de cien pesos en cien vacas “escogidas”, de dos años arriba (es el tipo de vaca que vale un peso, la vaca elegida y ya criada) en el trato entre Juan Gómez Recio y Julián García de Molina, DEEC-SF, EP, I, leg. 33 ff. 57-57 v., escritura del 8 de agosto de 1641. 112 DEEC–EC, LII, 10.

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de estancias) se hablaba siempre, y sobre todo, del derecho a realizar vaquerías sobre un determinado número de cabezas y, lo que se tasaba en las ventas o en las donaciones era el costo de ese derecho, más que el de precio de cada cabeza o el costo de la tierra. Para la década de 1640, parece bastante claro que la equivalencia entre un peso y una cabeza de vaca escogida (de más de dos años) es algo consolidado.113 El pago en vacas de una deuda en pesos era frecuente: no se mencionaba siquiera la equivalencia entre pesos y vacas, lo que parecía innecesario.114 Por otra parte, lo que se convenía en los tratos eran porcentajes por el usufructo de ese mismo derecho de vaquear (los quintos, que podían variar de un 20 a un 10 % de las cabezas vaqueadas, como pago al titular del derecho). Los arrieros percibían como pago, normalmente, el excedente de un piso fijado en la mitad de los animales llegados vivos a destino, cantidad que podía resultar –en el caso de que todos los animales llegaran con vida– en un costo de traslado que podía alcanzar el 50% de la tropa, absorbiendo el fletero las pérdidas.115 Observando de esta manera las preocupaciones capitulares, los contratos entre particulares, la documentación generada por diferencias que fueron llevadas a la justicia, parece bastante claro que el ganado bovino jugó un papel central no sólo en una dimensión física y material, sino también en el orden de lo simbólico. Las bestias fueron, incluso, objeto de disputas, alimento para los cuerpos y materia prima de especulaciones y hasta de alucinaciones varias: la geografía litoraleña las acogió cálida, con sus verdes pastos y montes tupidos, seguros refugios para las tormentas inclementes; con sus ríos y arroyos atravesables, también ellos fuente generosa para la hidratación del cimarronaje. Vacas y toros también hicieron, sin voluntad, lo suyo: trasladando semillas frescas con sus excrementos, arruinando sembradíos o abonando tierras otrora no muy fértiles, cambiaron para siempre el paisaje y marcaron a fuego, sin lugar a dudas, las representaciones de unos hombres que, en aquellos tiempos, lejos de las minas potosinas, hasta acuñaron una vaca por moneda para la ciudad.

113 Así lo reconocía el mismísimo Alférez de la ciudad. DEEC-SF, EP, I, leg. 149, f. 311, enero de 1642. EP, I, leg. 158 ff. 321-321v, 10 de abril de 1642. 114 Por ejemplo en un acuerdo por cobro de cierta cantidad de pesos del 8 de agosto de 1641 entre Andrés Maciel, vecino de la ciudad de San Juan de Vera de la Siete Corrientes y Manuel Pérez de Freytes y el Padre Rector de la Compañía de Jesús de Santa Fe, Pedro de Argueta. DEEC-SF, EP, I, leg. 33 ff. 57-57v. En otro del año siguiente, la equivalencia se menciona, pero también se hace referencia a cierta “normalidad” de esta operación. Obligación de Gregorio Benítez para con Cristóbal Fernández, DEEC-SF, EP I, leg. 149 ff. 311-311v., escritura del 23 de enero de 1642. 115 Fue el caso de algunos fletes contratados con Domingo de Maidana. DEEC-SF, EP I, 11, ff. 22 a 22v, 19 de enero de 1641; de todas maneras, los contratos de flete no presentan demasiada homogeneidad, siendo algunos de ellos muy complejos. Cfr. REGIS, Élida “Julián García de Molina…”, cit.



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El carácter social y cultural de las discusiones sobre la extensión de una legua, la fijación del precio de una vaca, los criterios de amojonamiento o la relación entre el precio y el peso de una pieza de pan, permiten apreciar la centralidad de estas discusiones en el proceso de constitución de un tipo de poder político observado localmente. El cabildo santafesino fue la arena donde los vecinos de la ciudad recrearon un cuerpo político con el propósito de afianzar su capacidad de controlar el área que territorializaban –subyugando física y simbólicamente a los pueblos originarios y, con ellos, a sus representaciones– y, para esto, en el marco de la disputa por los recursos materiales y simbólicos, fueron equipándolo para poder participar de los intercambios (con otras ciudades), para poder regular los intercambios internos (penalizando usos que fijaron como indebidos, intentando satisfacer la reproducción mínima de los pobladores en tiempos de escasez o crisis) y, sobre todo, para hacer parte de una unidad política mayor, que les otorgaba sentido y a cuya expansión contribuían. Haciendo y deshaciendo en el terreno de las lides de Caín, legaron registros que nos permiten apreciar la manera en que fueron jerarquizando sus propios recursos, asignándoles valor y creando equivalencias. La supuesta existencia de un estado absoluto que nada dejaba fuera de su control parece discutible, culturalmente, desde este como desde otros escenarios: las consultas a la Real Audiencia de Charcas sobre cambiantes monedas de la tierra, las amonestaciones a fieles ejecutores que prestaban sus “pesas”, la utilización de medidas antropométricas e itinerarias que no respondían al mismo “sistema” ni a la Pragmática de 1587, las vacilantes medidas de medias arrobas o la morosidad de la ciudad para comprar y hasta para reparar su propia balanza (de uso obligatorio según las leyes), el incumplimiento de las Pragmáticas sobre la legua o la imposible sujeción de las prácticas locales a las leyes de Castilla en varias materias no parecen deber leerse como actos de rebeldía o de resistencia a un omnímodo poder absoluto. Antes bien, esta flexibilidad parece haber sido una de las claves para que, a expensas de las débiles resonancias de las voluntades absolutas, la Monarquía se fortaleciera como institución política, permitiendo sobre todo que se desplegara su lenguaje, sus modos de hacer, su equipamiento del territorio y, desde luego, su propia antropología. Medir, pesar, fijar aranceles y determinar qué cosas eran dignas de ser denominadas monedas de la tierra fueron actividades sin duda imperativa y localmente establecidas: este aspecto del equipamiento político del territorio nos introduce, quizás de una manera poco transitada, en una lectura de la vida política de una ciudad que, de este modo, aseguraba los confines de la monarquía hispánica; así, también, se ha podido relevar lo que para aquellos hombres iluminaba con un aura particular su propio mundo social. Respondían al imperativo de vivir en razón. Nada más lejos de la neutralidad, nada más cerca de la política.

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ANEXO I Tasación de aranceles (1576) “...[herrería] echura de un fierro para errar vacas y yeguas dos varas de lienzo y de echura de un ierro para errar ganado ovejuno una gallina...” [carpintería] “...y de un arado otras dos [varas de lienzo] ... de una llave sencilla un pollo y doblada una gallina y de un candelero una gallina....” [sastrería] “...unos calsones media vara de lienzo y de unas medias un pollo....” [zapatería] “...unos çapatos doblados una vara de lienzo dandole hylo y vendiendolo el oficial tres varas de lienzo y de unos çapatos censillos un pollo [...aperos...] una silla gineta cinco varas de lienzo...”116 ANEXO II Precios (1577 a 1584) • Precios fijados por el cabildo, tomado de la transcripción de la edición de las Actas de Manuel Cervera. • (1577) cabildo de marzo o junio “...una cría de vacas y de hiegua una quarta de lienzo y de todo ganado menudo una libra de algodón o su valor...”117 • (1577), 3 de dic. una cria de baca ......................... una quarta de lienzo una cria de hiegua....................... una quarta de lienzo una cabeza de hoveja.................. una libra de algodón una cabeza de burra ................... media libra de algodón una vara de lienzo....................... tres libras de lana una vara de lienzo....................... tres libras de algodón118 • (1577), 3 de dic. una cria de baca ......................... una quarta de lienzo una cria de hiegua....................... una quarta de lienzo una cabeza de hoveja.................. una libra de algodón una cabeza de burra ................... media libra de algodón una vara de lienzo....................... tres libras de lana una vara de lienzo....................... tres libras de algodón119 116 AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, ff. 6 y 7, sesión del 22 de junio de 1576. 117 AGSF-ACSF, Tomo I, f. 24. 118 AGSF-ACSF, Tomo I, f. 29. 119 AGSF-ACSF, Tomo I, f. 29.



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• (1581) precios de los bastimentos, sesión del 9 de enero una fanega de trigo..................... quatro varas de lienzo una fanega de frisoles.................. quatro varas de lienzo una fanega de maiz..................... tres varas de lienzo120 • (1583) precios fijados en la sesión del 1 de enero una fanega de trigo..................... un peso una fanega de maíz..................... un peso una fanega de frisoles.................. un peso y medio. Un quintal de algodón................ ocho pesos Un quintal de lana...................... ocho pesos Una fanega de sal . ..................... cuatro pesos Una fanega de harina.................. tres pesos “...que den de rehechas por una caveza de vaca dos tomynes – y de una yegua tres tomines – y de una caveza de oveja y cabra medio tomín...”121 • (1584) 30 de junio una fanega de trigo . ................... un peso y medio una fanega de maiz..................... un peso y medio una fanega de frisoles.................. dos pesos una fanega de sal........................ seis pesos moler una fanega de trigo............ un peso y medio122 • (1584), sesión del 16 de noviembre que el hierro y el plomo se vendan sin tasación. “...como pudieren”123 • (1585), sesión del 20 de mayo una fanega de trigo..................... dos pesos una fanega de maiz..................... dos pesos una fanega de frisoles.................. dos pesos y medio una arroba de lana...................... dos pesos y medio una fanega de sal........................ seis pesos y medio124

120 AGSF-ACSF, Transcripción Cervera, cuaderno 1, f. 56. 121 AGSF-ACSF, cuaderno 2, f. 75. 122 AGSF-ACSF, cuaderno 2, f. 95. 123 AGSF-ACSF, cuaderno 2, f. 1 [posterior a la 100]. 124 AGSF-ACSF, cuaderno 2, f. 8.

CAPÍTULO IX La encomienda y los encomenderos Constricciones y oportunidades, derecho y fuerza

E

n 1594, los capitulares santafesinos tuvieron un fuerte enfrentamiento con el principal cura de almas de la ciudad, el vicario Francisco de Andrada: el titular de la parroquia de españoles pretendía cobrar por velaciones, matrimonios y entierros bastante más de lo que señalaba el arancel que el cabildo, a regañadientes, había aceptado e inscripto en sus libros dos años atrás, después de negociarlos con el arcediano a cargo del obispado de Asunción en sede vacante, Martín del Barco Centenera.1 El cura manifestó al Cuerpo que de no accederse a su exigencia, dejaría la ciudad, pero se le respondió que “…no se fuese de ella y que se conformase con la moderación que hizo el arcediano don Martín Barco de Centenera, pues era en quien estaba la suprema jurisdicción de este obispado como dean de cabildo en sede vacante…”2 El argumento, expuesto en la sesión del 5 de octubre, residía en que el Arcediano había moderado los aranceles “…viendo la pobreza de la tierra.”3 Este tópico de la tierra pobre, se dijo, es reiterativo: fue evocado en la pluma de un Garay que lamentaba la elemental carencia de papel para redactar el acta fundacional allá por 1573, en la de Hernandarias dirigiéndose al oidor Pérez de Salazar en 1624, en la del Padre Mansilla describiendo la vida de los jesuitas santafesinos en 1627 y en tantas otras oportunidades… El tópico, por lo demás, siempre prologa un pedido material o la solicitud de la excepción de alguna carga. Lo cierto es que, fuera un ardid, una fórmula o un dato a veces objetivo –después de tres años de sequía en los años 1590 la pobreza generalizada no parece una situación fingida–  funcionarios hispanos o criollos dejaron letra para que cualquier cronista sensible a sus reclamos construyera una visión de Santa Fe la Vieja como esa ciudad “pobre” que, dentro de una jerarquía de los emplazamientos provinciales de la monarquía, podría considerarse un espacio relegado, marginal, poco interesante para los intereses metropolitanos y escasamente atractiva para los propios pobladores. Esta versión, reproducida más o menos

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El arancel de Centenera (que no había parecido “blando” a los santafesinos) trascripto en ACSFAC, Tomo II, 1ª Serie, ff. 139-140; la discusión con el padre Andrada en la sesión del 15 de marzo y del 5 de octubre de 1594, ACSF, Tomo II, 1ª Serie, ff. 182 y 195-96 respectivamente. ACSF-AC, Tomo II, 1ª Serie, ff. 198-199. ACSF-AC, Tomo II, 1ª Serie, f. 196.

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acríticamente por muchos historiadores del siglo XX, fue matizada por otra que tomó cierta distancia crítica. Areces y Tarragó, por ejemplo, señalaron que los primeros pobladores “bien pronto comprendieron que la ventajosa posición de Santa Fe como enclave de intercambio y de paso, si bien no ofrece riquezas comparables a las del Perú, proporciona una cuota nada despreciable de enriquecimiento que resulta necesario recortar y conservar en un contexto social restringido.”4 Mirar más allá de la superficie y pensar “relativamente” los parámetros de riqueza o pobreza de la ciudad vieja se lleva bien con nuestra posición según la cual los agentes libran una disputa por los recursos localmente disponibles y no por posiciones teóricas. En esa dinámica, algunos agentes se imponen sobre otros y, temporalmente, se destacan en sitios de liderazgo social, económico o cultural. Entre éstos últimos las autoras citadas designan a un actor colectivo, “los encomenderos”. Para ellas, en aquel marco de pobrezas y riquezas relativas, “las encomiendas […] se convierten en un sustrato básico para la economía de la región así como en un cimiento del poder político de los vecinos feudatarios locales.”5 Estos entonces habrían prevalecido sobre el resto en términos de notabilidad y poder a partir de la posesión de este recurso que, aseguran las autoras, los ubicaba “...en el pináculo de esta sociedad [...] durante el siglo XVII podemos decir que el grupo encomederil, el que prácticamente se hallaba confundido con el mercantil/ganadero, constituía el sector de mayor relevancia.”6 Desde una perspectiva configuracional y microanalítica, el juego de articulaciones que configura el grupo hegemónico en la ciudad de Santa Fe sugiere que la posesión de una encomienda reforzaba la condición de notabilidad y proporcionaba recursos materiales y simbólicos (cuyo peso hay que ponderar en cada caso), pero dada la polivalente composición de los atributos que distinguían a los miembros con mayor capacidad de participar exitosamente en circuitos económicos, políticos y simbólicos, no parece que la posesión de esta merced fuera el elemento preeminente al punto tal de ameritar ser el elegido para designarlo. En el Río de la Plata, el primer reparto de encomiendas lo había hecho Irala en 1556.7 Las encomiendas santafesinas formaban parte de las promesas que se habían hecho a la hora de convocar hombres para ir río abajo en Asunción en 4 5 6 7

ARECES, Nidia y TARRAGÓ, Griselda “Los inmigrantes portugueses en Santa Fe la Vieja: estrategias parentales, económicas y sociales de integración”, en Rábida, 14-15, Huelva, 1997, p. 69. Aunque, de manera algo contradictoria, en la misma página afirman: “En Santa Fe, la encomienda no es la base de la organización del sistema económico…”, resaltado mío. ARECES, Nidia y TARRAGÓ, Griselda “Los inmigrantes portugueses…”, cit., p. 69. Más de veinte mil hombres entre 320 conquistadores. CALVO, Luis María “La fundación de Santa Fe. Ocupación del territorio y contacto hispano-indígena”, en América, 11, Santa Fe, 1992.



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noviembre de 15728 y comenzaron a concretarse en los repartimientos coetáneos a la fundación: en 1576, Juan de Garay señaló que, tras la erección del fuerte había salido con parte de su gente “...a visitar y empadronar la tierra y ansi luego repartí entre los dichos soldados que conmigo vieron a servir a su magestad los naturales que en esta provincia ay para que mejor se pudiesse sustentar los dichos pobladores y conquistadores y servir a su magestad como parezera por un registro y memorial firmado de mi nombre...”.9 Aunque el registro anuda vigorosamente el repartimiento de indios al sustento de los pobladores, no se omite el “servicio” a Su Majestad, ni sus implicancias en las dos dimensiones: la de dar –“pacificación” y policía de los indígenas– y la de recibir –la recompensa10– implícitas en la cesión de la merced. La encomienda indiana, lo han señalado muchos autores, presenta discontinuidades respecto de su homónima peninsular.11 Los repartimientos se hacían en las “cabezas” de los líderes étnicos: esto puede leerse en el único reparto fundacional cuyo texto se conserva de Santa Fe (el encabezamiento de pueblos encomendados a Francisco del Pueyo)12 así como en el reparto de Buenos Aires, hecho por el mismo agente.13 El repertorio lingüístico utilizado registró –y de allí lo

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Véase el “Bando del teniente de gobernador del Río de la Plata, Martín Suárez de Toledo, mandando asentarse o registrarse a las personas que concurrirán a la fundación de la ciudad encomendada al capitán Juan de Garay. Asiento de las personas inscriptas para dicha Fundación conocido como Alarde de Santa Fe. Asunción, 23 de noviembre de 1572”, en Boletín del AGSF, 4-5, Santa Fe, 1973, pp. 9-14. DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 419 v. En coincidencia con el párrafo del poder dado por Martín Suárez de Toledo que expresa: “e otro si en nombre de su magestad y del dicho señor gouernador y mio en su nombre pueda rrepartir y encomendar y encomiende a los vecinos e pobladores del dicho puerto e pueblo todos los yndios y generaciones a el comarcanas y en todo el distrito que se tiene de costumbre por mandado de su magestad rrepartirlos y encomendarlos para que sirva e contribuyan a todos los dichos vecinos e pobladores al tenor de las hordenanças que en esta ciudad e provincias estan fechas en nombre de su magestad por su gouernador e oficiales rreales a que me rrefiero” . Traslado del Poder y Comisión... cit., p. 23. Expreso casi siempre, como en los repartos que Garay realiza en Buenos Aires, donde, anota el escribano, “...repartió todos los indios que habia en las provincias de la ciudad de la Trinidad, en alguna recompensa de los muchos gastos y trabajos que han tenido [los soldados-vecinos] en la dicha población...”, “Repartimiento de los Indios de Buenos Aires...”, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay... cit., p. 94. ZAVALA, Silvio La encomienda indiana, Porrúa , México, 1973; Garay puso “en cabeza el pueblo Canilitón con los caciques Mycarechit y Quiluchit y Chucalyt y otro pueblo Chiyapuista con los caciques Ypanali, Yaguilaba y Lujas y Consusal, con todos los caciques e indios a ellos sujetos que al presente son y serán”. Véase el documento transcripto como “Juan de Garay adjudica al capitán Francisco del Pueyo la encomienda de las tribus Canilitón y Chiyapuista”, fechado en Santa Fe el 16 de agosto de 1578 y publicado en Boletín del AGSF, 4-5, p. 60. “Repartimiento...”, cit., p. 94 y ss.

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rescató la historiografía local– a los encomenderos como “vecinos feudatarios”,14 para algunos una impropiedad, pero convertida en uso por la costumbre.15 A finales del siglo XVI algunos de los vecinos capitulares de la ciudad dispusieron de una encomienda. Pero esta amalgama –hija del corto número de vecinos y de las dos inflexiones que establecieron el grupo hegemónico: la fundación y la represión de la rebelión de 1580– no posa en la encomienda el soporte de la notabilidad. Otorgaba alguna “riqueza” –habilitaba el acceso a mano de obra forzada–16 y cuando los bienes simbólicos ya no se distribuían como en los primeros años, su carácter de relación directa con el Rey confería un prestigio cierto. Sin embargo, estos honores y aquellas potencialidades sólo volvían fuerte a su titular en combinación con otras capacidades, siendo preciso ver su disposición en el arco de recursos esgrimidos en situaciones concretas. Para visualizar qué pudo significar la posesión de una encomienda es preciso ver de qué manera se configuraba normativamente el recurso y, luego, cómo fue utilizado por quienes lo poseían y por quienes tuvieron acceso a la mano de obra que proporcionaba quienes no poseían la encomienda. De esta manera podrá ponderarse el atributo (la encomienda) dentro de una configuración local donde la titularidad de la capacidad de movilización de los encomendados y la

14 El Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe conserva cuatro pleitos por “feudo” sobre indígenas para el período de Santa Fe la Vieja; véase también la utilización de esta expresión en las Ordenanzas de indios dadas por Hernandarias, transcriptas en CERVERA, Manuel Historia... cit., Tomo III, sobre todo pp. 305 y 306. También en el Tomo I, p. 260 a 269. Véase también AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I. Volviendo al registro documental, nótese la permanencia lexicográfica en esta decisión favorable al otorgamiento de una encomienda en Salta durante el año... ¡1712!: “...como su gobernador y capitan general, hago merced y encomienda real al Mre. De campo do [...] del pueblo é indios Colalaus y sus anexos [...] para que gocen sus tributos según y como los gozaron, pudieron y debieron gozar vuestros antecesores, y los demas aprovechamientos, conformes á las ordenanzas, las cuales habeis de guardar, cumplir y ejecutar como estatutos feudales...”. Concesión de encomienda al Mtre. De Campo don Antonio de Alurralde, en TRELLES, Manuel Ricardo Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomo IV, Buenos Aires, 1890, p. 134; los resaltados me pertenecen. Bibliográficamente, subrayo el tratamiento dado al punto por ARECES, Nidia; LÓPEZ, Silvana; REGIS, Élida y TARRAGÓ, Griselda en “La ciudad y los indios”, en Poder y Sociedad... cit., p. 39 y ss. 15 Para Antonio Domínguez Ortíz, los encomenderos del Nuevo Mundo “...no ligaban su encomienda a la de las Órdenes Militares, sino al señorío [...] y solían llamarse feudatarios con notoria impropiedad; los indios no eran sus vasallos...”. DOMÍNGUEZ ORTÍZ, Antonio La sociedad americana y la Corona española en el siglo XVII, AFLG-Marcial Pons, Madrid, 1996, p. 56. 16 Lo que era percibido de esta manera desde el otorgamiento de poderes al fundador, cuando se le indicaba “...pueda rrepartir y encomendar y encomiende a los vecinos e pobladores del dicho puerto e pueblo todos los yndios y generaciones a el comarcanas y en todo el distrito que se tiene de costumbre por mandado de su magestad rrepartirrlos y encomendarlos para que sirva e contribuyan a todos los dichos vecinos e pobladores...” Traslado del poder y comisión dada por Martín Suárez de Toledo, cit., p. 23.



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efectiva posibilidad de movilizarlos para un fin concreto y rentable podían no derivarse mecánicamente. Los vecinos no hacen trampas La posesión de derechos sobre una merced de encomienda agregaba un plus a los atributos de la vecindad, que ya eran algo: mayoría de edad, casa poblada –ergo propiedad urbana– casi siempre propiedad en los términos de la ciudad, tierras para chacras o para estancias. Esto está bien demostrado por los trabajos de Tarragó y Areces. Pero los vecinos santafesinos, encomenderos o no, se las arreglaron para hacer prevalecer en la práctica (lo que yo llamo el nivel de las pruebas de fuerza) una explotación del trabajo indígena que fue más allá del límite puesto por la legislación colonial pero, en muchas ocasiones, disponiendo de elementos legales o jurídicos que avalaban y legitimaban estos actos imprevistos o prohibidos por la norma. 1) Limitaciones habilitantes El gobernador Hernandarias hizo conocer un conjunto de ordenanzas sobre indios para la gobernación del Paraguay en 1598. Hacia 1603 debió repetir algunas e incluir otras nuevas “...por cuanto en esta ciudad de la Asunción cabeza de Gobernación y los demás de estas provincias hay y ha habido gran desorden y descuido por los encomenderos por lo que toca á la doctrina y buena enseñanza y conservación de los naturales á ellos encomendados...”.17 La preocupación dominante pasaba por el “descuido de las almas”, al punto que, denunciaba, “... lo peor y que con mas veces se debe sentir es que han muerto sin confesión y sin ser catequizados...”. El criollo también ponderaba la cuestión fronteriza: entre los principales objetivos de sus ordenanzas figuraba el de “poner a los dichos indios en policía”, lo cual tampoco le parecía un renglón en el cual se destacaran los “desordenados” encomenderos: el mismo adjetivo aplicado pocos años antes a los “mancebos”18 (desordenados) se adhería a comienzos del siglo XVII a los “hombres buenos” que habían ameritado una merced Regia. Pero, ¿es esto realmente extraño? ¿no habían sido premiados con encomiendas algunos de aquellos desordenados mancebos, gracias a sus servicios militares, proporcionados a un general, suegro de este gobernador, que había solicitado que esos mismos mancebos embarcaran con arcabuces? La restitución de contenido a un repertorio lingüístico que es 17 Ordenanzas de indios por Hernandarias, en CERVERA, Manuel Historia... cit., Tomo III, p. 305. Las de Pedro Ramírez de Velazco en p. 321 y ss. 18 Véase la entrada “mancebos” en TRELLES, Manuel Diccionario de apuntamientos... cit. Cfr. también el tratamiento que se dio al tema en el Capítulo VI, en este libro.

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producto y productor de ese proceso, como el pasado, es imprevisible: la “reactualización semántica del pasado”,19 brota especialmente en el registro de la adjetivación. Para cargar contra los encomenderos –lo cual era en este caso coincidente con un discurso que declamaba protección para los indios encomendados– Hernandarias dictó ordenanzas destinadas a regir pautas culturales –en sentido amplio– de los hombres sobre los cuales la institución otorgaba derechos.20 Reguló sobre el comportamiento que debían observar los encomenderos con los indígenas y también sobre el que debían tener los “naturales”. Ordenó que fueran puestos en reducciones, “...de manera que tengan tierras aguadas, montes y lo demas necesario para su buena conservación...”, y los sacaba de este modo de la órbita de los particulares poniéndolos –como fue en Santa Fe en el caso de las reducciones de San Lorenzo de los Mocoretás (1615) y San Miguel de los Calchines (1617)– bajo el cuidado de misioneros franciscanos.21 El gobernador sugería no obstante que los indios ponían lo suyo para hacer fracasar el modelo reduccional, inspirado en las “dos repúblicas”: su actitud en las cosas de la doctrina, escribió, era de “poco fervor” y mientras los encomenderos fueron los responsables del adoctrinamiento por la carga que suponía el beneficio, la amenaza de cara al incumplimiento de las ordenanzas revestía el carácter de un aciago futuro: debían observar estas normas “...sopena de perdimiento de su feudo...”, esto es, de la encomienda.22 El diagnóstico temprano alude a lo mal que funcionaba la combinación de los repartimientos bajo la dirección de los encomenderos. En 1603 Hernandarias escribió: “…por esperiencia se vé que los repartimientos se van acavando y consumiendo en esta provincia por el desorden que los encomenderos han tenido en sacar las piezas de ellos contra lo que S. M. manda por tanto para remedio de ello ordeno y mando que ningun vecino ni encomendero de toda esta gobernacion sea osado de sacar de los repartimientos ninguna pieza nueva ni vieja por cul19 INGERFLOM, Claudio S. “El pasado es imprevisible...”, en Prohistoria, Año IV, núm. 4, Rosario 2000, p. 11 a 26. 20 Lo que incluía, por ejemplo, la prédica por la preservación de las jerarquías existentes al interior de las comunidades indígenas, la represión y castigo por parte de los encomenderos del consumo de alcohol o del juego de la güeca, hasta regulaciones matrimoniales que intentan propiciar la “monogamia”, léase bien, tanto en indígenas como en españoles... Cfr. las citadas ordenanzas en CERVERA, Manuel Historia... III, pp. 305 a 131. 21 Lo mismo hizo Góngora cuando creó la de San Bartolomé de los Chanás en 1619, por lo cual en esto el nuevo gobernador continuó la política de su predecesor. 22 Ordenanzas de indios por Hernandarias, 1603, cit., p. 306.



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quier camino que sea bajo las penas en las dichas reales cedulas contenidas...”23 Por un lado, admitía el desmedro en que se encontraba la población indígena –considerada como un recurso perecedero–; del otro, los desordenados encomenderos eran tenidos por culpables del citado deterioro; por último, el vértice más elevado del triángulo, el bien común, representado en las Reales Provisiones de Su Majestad y en las ordenanzas dictadas por el gobernador, sufría el mayor perjuicio. La orden del fragmento es clara: so color de proteger a los primeros, se prohibió a los segundos que los sacaran de los repartimientos. La saca de “piezas” (indígenas) para trabajos que se desarrollaban a varias leguas del repartimiento terminaba casi siempre con “piezas descaminadas”, es decir, con la huida de algunos indios. En esto convergían los intereses del Rey, de la monarquía, del gobernador, los doctrineros y los encomenderos: ninguno quería “perder una pieza”, ya que el indio para ellos cotizaba como un súbdito, un alma o un trabajador, según el caso. Pero el tono admonitorio de las ordenanzas no refleja esto, sino que presenta la coincidencia bajo la forma de un enfrentamiento ¿por qué? La normativa hernandariana –como la de sus predecesores y sucesores– pinta la situación de una manera sospechosamente polarizada, pero si se hurga en los diferentes niveles de producción de norma (lo legislado por el Rey, los gobernadores y los cabildos) aparecen pliegues que permiten matizar esa aparente dicotomía. Algunas regulaciones locales –los bandos de los de cabildos o las ordenanzas de los gobernadores– favorecieron en ciertas coyunturas a los encomenderos y contradijeron a las mismas Reales Cédulas. Esto lo señaló hace ya más de un siglo don Manuel Cervera: “...las primeras ordenanzas de indios dadas por Irala [1556], eran sólo en beneficio de los encomenderos y contra los indios, que debían su trabajo y sumisión. Igualmente las citadas y otras de Abreu, fueron seriamente criticadas posteriormente, en los informes del Padre Menacho de la Compañía de Jesús y domínicos, donde se declaran injustas dichas ordenanzas, pues obligaban a los indios debían dar a los encomenderos servicio personal por día de tarea, cuando ya en Reales Cédulas de 28 de Marzo del año 1549 y 19 de Enero de 1553, se había ordenado, se fueran quitando los servicios personales de indios...”24 23 Ordenanzas de indios por Hernandarias, 1603, cit., p. 308, subrayado mío. 24 CERVERA, Manuel Historia... I, p. 269. El “Parecer del P. Juan Perez Menacho, sobre el servicio personal de los indios del Tucuman, con motivo de las ordenanzas del gobernador Gonzalo de

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Ahora bien, el contenido de las ordenanzas sobre indios que dieron gobernadores o visitadores entre 1580 y 1610,25 apuntaban claramente a preservar y favorecer la reproducción de las comunidades indígenas bajo parámetros que no prohibían su explotación, sino que la regulaban supeditándola a favorecer la “quietud” de las poblaciones a las cuales se pretendía someter a un modelo de vida occidentalizado y católico. La letra de las ordenanzas, de todas maneras, trasunta que la explotación real y efectiva superaba los umbrales recomendados como máximos por estas normativas (en lo que concierne al tiempo de trabajo o a las especies exigidas)26 y que se los “movía” de las reducciones, lo cual se consideraba francamente inconveniente porque favorecía la huida de los indígenas, uno de los recursos que tenían para resistir la explotación. Ciertas situaciones de sobreexplotación fueron consideradas atendibles incluso en la letra de las ordenanzas, que preveían como situaciones excepcionales los períodos de cosecha agrícola: el número de indios que se permitía “sacar a las chacras” durante la cosecha del trigo o de las vides se ampliaba de “un tercio” a “la mitad” de “…los indios que tuvieren en sus repartimientos...”,27 techo que, por otra parte, Ramírez de Velazco había fijado en ¡un cuarto!28 En esos capítulos de excepción, se consideró incluso que en tiempo de cosecha del trigo los indios que quisieran contratarse “...de su voluntad...”29 pudieran hacerlo: el trabajo “libre” era aceptable para la prescriptiva y, de este modo, abría una grieta incon-

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Abreu” en TRELLES, Manuel Ricardo Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomo IV, Buenos Aires 1890, pp. 153 a 162. Lo mismo refuerza la segunda ordenanza del Virrey Luis de Velazco (1608), también recogida en esa revista, pp. 163 y 164. Considero aquí las de Gonzalo de Abreu (1579), las dadas por Pedro Ramírez de Velazco (1597), las citadas de Hernandarias (1598 y 1603), ó las de Francisco de Alfaro (1611), en BN, Col. Gaspar García Viñas, GGV, Tomo CCII, BN 4577. Los cuatro primeros conjuntos, editados en CERVERA, Manuel Historia... III, cit. Varias ordenanzas hacen referencia a aspectos cuantitativos –número de indios, cantidad de tiempo de trabajo exigible al servicio del encomendero: “...que ningun encomendero saque de los repartimientos y pueblos de sus encomiendas para la mita mas de la tercera parte de lo que hubiere en dichos tales pueblos so pena que por cada pieza que sacare mas pague seis pesos...” [...] “...en lo que toca al tiempo que ha de estar la mitad de los dichos indios sirviendo á sus encomenderos no haya confusión sinó que con claridad se sepan lo que han de hacer y el tiempo que han de estar....”. Otras apuntan a criterios de tipo cualitativo. Tales las referidas al trabajo de las indias: “...que los encomenderos de esta gobernacion ni otra ninguna persona traigan ninguna india de mita para ningun genero de servicio...”. Ordenanzas de indios por Hernandarias, 1603, cit., p. 308-309. Ordenanzas de indios por Hernandarias, cit., p. 309. La disposición reaparece frecuentemente en los años siguientes. Cfr. la sesión capitular del 12 de diciembre de 1619, cuando el Teniente de gobernador es interpelado a disponer “que los naturales de las reducciones que andan dispersos se ocupen de levantar las cosechas” AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 290. Ordenanzas de Pedro Ramírez de Velazco, en CERVERA, Manuel Historia... III, p. 319. Ordenanzas de indios por Hernandarias, cit., p. 309.



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trolable para drenar como “libres” trabajadores cuyo carácter “forzado” pasa a ser entonces indemostrable, puesto quien declara la situación es el movilizador y no el movilizado. Las ordenanzas de gobernadores, entonces, limitaban a los vecinos pero eran pródigas en excepciones que facilitaban trasgredir las prohibiciones que establecían tomándose de la letra de la misma norma. De cualquier modo, solían colisionar con la Real Prescriptiva30 en más de un punto31 y, en consecuencia, en ocasiones parecen no tener un alineamiento claro ni con los vecinos, ni con la normativa regia. Muchos años después de las llamadas “leyes nuevas” –que ponían fuertes limitaciones a la cesión de encomiendas en el virreinato peruano–  el régimen seguía funcionando: en Salta se otorgó una encomienda nueva en 171232 y en Santa Fe, como en muchos territorios americanos, las “vidas” de las primeras encomiendas otorgadas seguían prolongándose33 de manera conjunta con el desplazamiento de encomenderos por reducciones a cargo de religiosos. Otro punto donde el interés de las ordenanzas coincidió con el de los vecinos a los cuales se suponía que “limitaban” se localiza en la explotación ganadera. Varias Reales Cédulas indicaban claramente que los indígenas no debían ser utilizados en trabajos con el ganado: sin embargo, el asentamiento de la población indígena y su reducción en los comienzos de la colonización estuvo ligado a lo largo y a lo ancho de la América colonizada por los españoles a la introducción de los ganados que los invasores consideraban prioritarios para su organización del espacio, como el bovino, el ovino y los cerdos. Como lo ha planteado magistralmente Nancy Farris en su libro sobre Yucatán, los españoles no hacían nada si no ponían cientos de cabezas de ganado bovino por delante y, como se 30 Compuesta por, entre otras piezas, Reales Ordenanzas y Provisiones de Gobernadores en el Real Nombre, como la R. C. de 1583, 1586 y 1598 trasladadas en las actas capitulares santafesinas y cordobesas, donde también se asientan las Provisiones del Gobernador Velazco. 31 En principio, en cuanto a la duración de las encomiendas. Desde 1542, con las “Leyes Nuevas”, la Corona trató de limitar el control directo de la renta indígena por parte de los encomenderos, suspendiendo la cesión de mercedes y declarando vacas muchas encomiendas en el virreinato del Perú; mientras tanto, con ordenanzas, los gobernadores –que necesitaban continuar distribuyendo premiso y favores para construir sus lealtades políticas–  “alargaban” estos períodos, contradiciendo la normativa regia. Cfr. SIMPSON, Lesley Los conquistadores y el indio americano, Península, Barcelona, 1970, [California, 1966], trad. de Encarnación Rodríguez Vicente, 282 pp., LOCKHART, James El mundo hispanoperuano.. cit., ASSADOURIAN, Carlos Sempat Argentina... cit., “La crisis demográfica del siglo XVI y la transición del Tawantinsuyu al sistema mercantil colonial”, en Sánchez Albornoz, Nicolás –comp.– Población y Mano de Obra en América Latina, Alianza, Madrid, 1985, pp. 69 a 93. DOMÍNGUEZ ORTÍZ, Antonio La sociedad americana... cit., y, de manera transversal, en varios de los textos contenidos en la compilación de PEASE, Franklin y MOYA PONS, Frank El primer contacto y la formación…, cit. 32 Véase la cesión de encomienda al maestre de campo don Antonio de Alurralde citada más arriba. 33 Lo cual es notado por Cervera como uno de los puntos más importantes entre los “abusos” de los encomenderos, en Historia… Tomo I, p. 271-273.

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demostrará, en Santa Fe poner indios a cargo de los rodeos de ganado fue un elemento clave para “asentarlos” en el territorio, estrategia explicitada sin ambages por los propietarios rurales del último cuarto del siglo XVI.34 Entonces ¿cómo desvincular el procedimiento de la utilización del ganado como elemento de asentamiento con prescripciones que inhibían los servicios indígenas en el dominio de la ganadería? Hernandarias lo expresó en estos términos: “...habiendose de reducir los dichos indios en toda esta gobernacion sucederia que los ganados asi mayores como menores se perdiesen de que se seguiría gran daño y perjuicio á los encomenderos por tanto ordeno y mando de que sin embargo de que se hagan los dichos reducciones, los encomenderos y cada uno de ellos no obstante las ordenanzas en contra de estos puedan sacar y saquen de las dichas reducciones dos indios casados con sus mujeres é hijos para la guardia y custodia y si tuviesen necesidad de sacar mas piezas para el dicho objeto han de ser obligados á pedir licencia al gobernador que les gobernare....”35 En primer lugar, nótese que Hernandarias habla del ganado quieto –y no del trabajo de los indios en la recogida del cimarrón. Estos animales eran custodiados en corrales que, aunque abiertos, se complementaban con rodeo, cuya técnica dominaban los naturales. Pero lo atractivo del párrafo es la reiteración de un mecanismo ya señalado: nada se prohibía completamente. Por una parte, se regulaba el número y el tipo de indio encomendado que podía vincularse con la actividad (podía disponerse de dos matrimonios de indios y sus hijos en la estancia, de modo que oficiaran de guardacorrales –cosa que, de hecho, Hernandarias al igual que Feliciano Rodríguez, Diego Ramírez, Pedro de Alcaraz y otros propietarios de estancias en la Otra Banda hacían desde finales de siglo XVI).36 Pero por la otra, se indicaba que había una manera de “sacar más piezas” que las permitidas: la vía para concretar el “abuso” sin trasgredir la ley era política, ya que el agente que quisiera trascender los alcances designados por la normativa sin

34 FARRISS, Nancy La sociedad Maya bajo el Dominio Colonial, Alianza, Madrid, 1992 [1984] ; ver también las consideraciones sobre la introducción del ganado como parte de la biota conquistadora en CROSBY, Alfred W. Imperialismo ecológico. La expansión biológica de Europa, 900-1900, Crítica, Barcelona, 1988; [2012] recientemente publiqué: “Derechos, justicia y territorio: asignación de derechos sobre ganado cimarrón en la justicia ordinaria santafesina (Gobernación del Río de la Plata, siglo XVII)”, en MADERO, Marta y CONTE, Emanuele –compiladores– Entre hecho y derecho: hacer, poseer, usar, en perspectiva histórica, Manantial, Buenos Aires, 2010, pp. 135-154. 35 Ordenanzas de indios por Hernandarias, cit., p. 309. 36 DEEC-SF, EC, LII, 10.



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violarla debía solicitar una licencia al gobernador que, graciosamente, suspendía el límite que él mismo había impuesto. Este criterio es central para comprender la cultura jurídica de la época –y por eso, su cultura política–, pero también para calibrar el lugar de gozne que el gobernador cumplía como productor de la normativa y de su suspenso: ubicado en la plaza local, producía reglas que atendían a situaciones particulares y no es improbable que, reforzando el carácter imprescindible de su gracia, utilizara la prescriptiva para reforzar la dependencia que quería hacer sentir a los más notables de sus súbditos: aquellos que tenían tierras, ganados y encomiendas. De una manera que puede parecer paradójica, su capacidad como negociador se expresa allí donde su rol debiera caracterizarse como inflexible: en efecto, reforzando la prescriptiva regia en algunos aspectos, el gobernador-legislador enfrentaba y amenazaba a los vecinos pero, gozando de las ventajas del casuismo, la peculiaridad y lo perentorio –contradiciendo finalmente las mismas normas que había utilizado para ajustar las tuercas– les ofrecía excepciones y les mostraba caminos alternativos para organizar una explotación prohibida por su propia letra. Las ordenanzas de los gobernadores gozaban de las mismas características que la normativa producida en cualquier nivel del Antiguo Régimen: eran constrictivas y habilitantes a un tiempo. La habilitación que supone la licencia de un gobernador o de su teniente se reconoce en el marco de la relación de fuerzas, de la configuración, del estado de las relaciones de las que goza el equilibrio político en el momento de la presentación de la misma ante un Cabildo. La licencia, que debía ser escrita, no requería ser prevista como recurso para permitir su incumplimiento: este artificio formaba parte de los saberes políticos del período y funcionaba estuviera preanunciado por escrito o no. Las leyes no eran violadas, solamente se utilizaban las puertas que las mismas dejaban abiertas. Parafraseando el ingenioso título utilizado por Zacarías Moutoukias para rotular uno de sus artículos sobre el contrabando colonial,37 los vecinos y los encomenderos santafesinos, tampoco hacían trampa –lo cual es más claro aún, como se verá más adelante, en el caso de las vaquerías. 2) El trabajo forzado: renglones de una plástica legalidad La documentación muestra que los indígenas encomendados prestaban servicio desde el ámbito de lo doméstico hasta trabajando durante las cosechas en 37 MOUTOUKIAS, Zacarías “¿Por qué los contrabandistas no hacen trampa?: redes sociales, normas y empresa en una economía de no mercado (el Río de la Plata en la segunda mitad del siglo XVIII”, mimeo, s/d, 30 pp.

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las tierras de panllevar o las heredades de sus encomenderos pero también de los allegados de éstos. Por lo demás, algunos no estaban encomendados a particulares: varias parcialidades y también “piezas sueltas” fueron asignadas a las encomiendas “de la ciudad”, actor que tampoco se ajustaba completamente a las normas vigentes. Como se desprende de las Ordenanzas de Alfaro (1611), uno de los trabajos que no podía imponerse a los indígenas encomendados era “ir a las vaquerías”. Esto estaba muy relacionado con la prohibición –ya expresa y explicada– de “sacar” indígenas a los caminos, por el temor a la pérdida de piezas. Aunque existen registros anteriores a 1624, después de este año las Actas de Cabildo muestran un registro continuo de denuncias sobre esta situación: algunos vecinos, titulares de acciones de vaquear, sacaban indios de encomienda y los llevaban a recoger ganado a las vaquerías. En la sesión del 4 de enero de 1624, Hernandarias de Saavedra, en su calidad de Protector de Naturales, presentó copia y solicitó acatamiento de una Real Provisión que lo prohibía. La presentación se condice con la función que debía desempeñar por entonces el yerno de Garay, pero es evidente que a la sazón había sido interpuesta persiguiendo un objetivo específico: el exgobernador quería poner palos en la rueda a Diego Ramírez, quien en la sesión del 29 de enero de ese mismo año había solicitado una autorización para llevar indios “a los ganados”. Avisado de la situación, el criollo llevó al cabildo la copia de la mencionada Real Provisión para poner un escollo a Ramírez, con quien tenía pésimas relaciones,38 logrando que el cabildo denegara la petición de su rival. En la reunión del 12 de agosto de 1624, en medio de una discusión por la invasión de vecinos de Santiago del Estero que vaqueaban sin licencia en el valle calchaquí –donde los intereses afectados eran particulares pero también del común– volvió a recordarse la prohibición. El 17 de octubre, otro capitular denunció que aquellos mismos forasteros, además de continuar con la actividad, lo hacían utilizando indígenas de encomienda, reforzando el carácter ofensivo de la entrada.39 El 12 de mayo de 1625, el alcalde de primer voto Pero Hernández –quien había recibido tierras y encomienda en la fundación de Buenos Aires40– también solicitó que no se permitiera llevar indígenas a la vaquería al ex‑regidor Sebastián de Vera Mujica. Éste exhibió ante el cabildo una licencia del Gobernador Céspedes que lo habilitaba a tal efecto, obteniendo así la autorización expre38 Los motivos se reexponen en un próximo capítulo, ya que los analicé en “Las razones de la lealtad en un pleito entre notables”, incluido en ARECES, Nidia Poder y sociedad…, cit. 39 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 125 a 156. 40 Es uno de los vecinos que vuelve con Garay a Santa Fe en 1582; durante el mismo año, registra en el cabildo su marca de hierro para sus ganados. AGSF-ACSF, Primera serie, Tomo I, Cuaderno de Marcas de Ganado, inserto a f. 10.



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sa del teniente de gobernador, presidente del Cuerpo. Vera Mujica detentaba la autorización ynescriti de un Gobernador y de su Teniente, es decir, de dos justicias mayores en el área y entendía que estaba correctamente habilitado. No obstante, una nueva intimación de Pero Hernández, apoyada en la Real Provisión publicada meses antes por Hernandarias, motivó que el cabildo prohibiera a Vera Mujica la saca de indios para vaqueo. ¿Por qué ahora no valía la licencia que antes sí había servido de salvoconducto para trasgredir la norma? El argumento del cabildo dio un nuevo giro y se basó en que los ocho indígenas que Sebastián de Vera Mujica pretendía disponer no sólo eran indígenas de encomienda sino que, además, pertenecían a una reducción de la ciudad, que se los había asignado para la construcción de una casa y para ningún otro objetivo.41 Vera Mujica, entonces, había tratado de utilizar para un trabajo no habilitado no solamente indígenas encomendados, además pertenecían a una encomienda que no era suya, sino de la ciudad. La misma se los había cedido para un objeto específico, y la licencia del gobernador así como la del teniente, no podían cambiar ese designio –podía suspender el efecto de una prohibición, pero no modificar la dirección de la cesión inicial. El cabildo, en esta ocasión, cerró filas con la prescriptiva Real y no con la promovida desde la Gobernación, pero lo hizo encontrando los argumentos no en la trasgresión a la norma sino en el carácter de titular de una excepción que había consignado concretamente. Aquí pueden percibirse perfectamente varias cosas: por una parte, de qué manera alguien que no poseía una encomienda o que necesitaba más indígenas de encomienda de los cuales podía disponer, podía conseguirlos sin ser el titular de la merced; pero por la otra, es nítido cómo la configuración de un acuerdo del cabildo podía asignar indios de las encomiendas del común para trabajos destinados a un propósito particular de un vecino y de qué manera podía desempolvar normativa regia para sacar de ella partido a la hora de suspender el beneficio. Lo que se le cuestionaba a Sebastián Vera Mujica no era la utilización de indígenas “del común” para fines propios, sino que lo hubiera cambiado a la realización de una vaquería. El recurso del común había sido asignado al notable para satisfacer su necesidad de mano de obra sólo para construir una casa; el vecino torció la dirección de esa fuerza, llevando los indios a las vaquerías (porque todo esto ocurrió con los hechos consumados). La prescriptiva regia lo condenaba, un gobernador lo habilitaba... ¿fuera o dentro de la ley? Para el análisis configuracional esto no importa: lo que interesa es que lo regulado se utilizó como recurso cuando un agente interpuso su interés para beneficiar o perjudicar a otro. La apelación a la normativa depende de la 41 AHSF-ACSF, sesiones del 12 y 13 de mayo de 1625, Segunda serie, II, 198 a 200.

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ubicación y de los intereses de los actores que, escogiendo, la hacen intervenir como parte del juego. Decidir qué nivel de lo prescripto es preeminente formaba parte de dicho juego: Vera Mujica, fuera del cabildo en 1625, fue despojado de lo que había sabido conseguir en 1624, cuando fuera regidor. El equilibrio había cambiado y, ese año, le tocaba al joven capitán sufrir lo que él y algunos miembros de su familia habían hecho sufrir al viejo Pero Hernández el año anterior (cuando protestando desde el llano no conseguía ser oído ni para obtener concesiones ni para evitar excesos). Un episodio que involucra a Hernandarias es doblemente interesante: él, quien se había ocupado de hacer prevalecer las Ordenanzas de Alfaro y que diera las propias, en franca contravención con su labor como Protector de Naturales, tenía entre sus baquianos de la estancia de la Otra Banda algunos indígenas “...de su encomienda...”, mientras que Juan de Osuna y Diego Ramírez aseguran que sus ganados eran pastoreados por indios de la misma condición (encomendados).42 Es verdad que las ordenanzas permitían afectar a algunos indígenas al trabajo con “ganado quieto”, es decir, en estancias que poseyeran pocas cabezas en corrales de palo a pique. Pero Hernandarias –quien admitió en 1627 poseer algunas parejas de indios a quienes había hecho casar cristianamente y llevado a la Otra Banda para el cuidado de su estancia– contaba sus cabezas en dichas estancias en decenas de miles... Sus relatos –y los de los testigos que llevó en ocasión del juicio con Juan de Osuna– confirman que utilizaba indígenas como baquianos de caminos, llevaba y traía cantidad de ellos río arriba y río abajo haciéndolos cortar madera, cruzar el río con varios miles de cabezas de vacunos, caballos y cerdos, y de utilizar los animales con el fin de “asentar” a los indígenas de su encomienda. En el mismo pleito, Osuna y Ramírez, tratando de demostrar sus derechos sobre unos ganados cimarrones, incurrieron en el mismo lapsus. Hernandarias fue más atrevido aún, pues llevó a testificar a los mismos indígenas, objeto y sujetos de su trasgresión.43 La reiterada invocación de la Real Provisión que prohibía llevar indígenas a las vaquerías ilustra una práctica frecuente: las denuncias como las realizadas por Hernández están atravesadas por el estado cotidiano de los conflictos entre los que se jugaban recursos. Sebastián de Vera Mujica no estaba en las mismas con42 Estos no son más de una docena en total, lo cual no se contradice con la opinión consensuada acerca de la escasa cantidad de hombres necesarios para las actividades pastoriles. Una expedición de vaquería realmente muy imponente podía contar, a lo más, con cuarenta o cincuenta hombres, gran parte de los cuales eran mancebos de la tierra, pero casi siempre acompañados por un número variable de estos indígenas que se desempeñaban como mano de obra permanente en las estancias. DEEC-SF, EC, LII, 10. 43 DEEC-SF, EC, LII, 10.



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diciones que el denunciante Hernández en 1625, porque no ocupaba un cargo en el Cabildo; pero lo estaba en 1624, cuando Hernández intentaba hacer pesar inútilmente su condición de “vecino antiguo”. En 1625, el viejo Hernández usó su capital relacional y su posición en el poder político que, en ese momento era mucho más potente que el año anterior. La oposición entre ambos data de 1619: Sebastián de Vera Mujica había sido nombrado Procurador ante el Gobernador, cuando Pero Hernández no participó de la composición del cuerpo estable del Cabildo; lo mismo sucedió en 1624, cuando Vera Mujica fue primer regidor y alférez Real.44 Uno y otro connotan extremos generacionales. Hernández ejerció por primera vez un cargo de regidor en 1595, y transitaba en 1625 el final de su vida política activa; Sebastián de Vera Mujica representaba el advenimiento de nuevas familias, nuevas generaciones y nuevas alianzas que hablaban de la reconversión del grupo benemérito. La evidencia no permite asegurar que existían facciones nítidas y de composición rígida, pero sí que estos vecinos operaban haciendo coaliciones móviles,45 incluso planteadas desde alianzas un poco más duraderas –como las familiares– a las cuales apelaban e interpelaban ocasionalmente desde distintos registros. Cualquiera haya sido la forma efectivamente adoptada en aquellos días, resulta evidente que se perseguían intereses muy concretos y que, para satisfacerlos, se apelaba a articulaciones de fuerzas que, en su versión óptima, debían incluir la sanción en la arena política local, ámbito de la toma de decisiones vinculantes en aquella comunidad. Sebastián Vera Mujica y Pero Hernández manejaban la normativa del mismo modo: como recursos compaginables válidos y legítimos en la coyuntura. La política local se regía por una suerte de precioso arte de la comprensión y el aprovechamiento del orden de lo inestable: la audacia y la paciencia, el atrevimiento y la serenidad, constituían virtudes cardinales. Intermezzo: política, identidades políticas y alianzas familiares Entre 1615 y 1618, los hombres más estrechamente ligados a la familia del fundador –que, como Pero Hernández, se aglutinaban en torno de la figura de su yerno, Hernando Arias de Saavedra– vieron flaquear los argumentos sobre los cuales habían apoyado su preeminencia en el ámbito del poder político. Este proceso había comenzado con el fenomenal movimiento de mercaderes que, durante la primera década del siglo XVII, localizaba en la ciudad de Buenos Aires un incipiente nicho de negocios cuyas asociaciones chocaban con los intereses de las familias vinculadas con el gobernador Hernandarias y con su estilo de gobierno. 44 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I. 45 En el sentido otorgado al término por Boissevain, Jeremy Friends of friends. Networks, Manipulators adn Coalitions, Basil Blackwell, Oxford, 1974, 285 pp.

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Con la llegada de Diego Marín Negrón al gobierno de Buenos Aires, las arribadas forzosas se incrementaron, dando inicio a lo que se denominó el contrabando ejemplar.46 Para 1610, el enfrentamiento entre un grupo dinámico articulado alrededor del comercio directo y quienes habían participado de su persecución hasta 1609, era una realidad palpable; el desgaste judicial al que fue sometido el yerno de Garay entre 1608 y 1616 muestra una movilización de energías y recursos relacionales impresionante. La designación de Diego de Góngora en la nueva Gobernación del Río de la Plata –ordenada por Real Cédula del 18 de diciembre de 1617, desagregándola de la del Paraguay–47 aisló a Hernandarias (política y físicamente) al tiempo que consolidó la posición en el cabildo de Buenos Aires de una coalición que articulaba a pujantes mercaderes locales, comerciantes portugueses, funcionarios de la Corona y vecinos de la ciudad que se beneficiaban de las múltiples formas del comercio directo.48 Hacia 1620, la dirección de las tramas mercantiles y políticas de la ciudad que constituía ahora la nueva cabecera a la cual respondía Santa Fe estaba firmemente orientada por un conjunto de criollos, españoles e inmigrantes portugueses y holandeses que con sus excedentes económicos compraron regidurías y escribanías en el cabildo de Buenos Aires (y en otros, como el de Santiago del Estero) y sentaron en esas sillas a sus parientes y aliados, desplazando el peso de 46 MOUTOUKIAS, Zacarías Contrabando… cit. Baravalle y Peñalba señalan que “Cuando se hace referencias a las mercaderías o a los negros llegados en esta condiciones, se los califica como descaminados; a los negros vendidos sin licencia, se les llama desorejados, por carecer de la marca real. Cuando de hace referencia a los hombres que se dedican al tráfico, casi siempre se los llama portugueses o extranjeros.” BARAVALLE, María del Rosario y PEÑALBA, Nora Liliana, “El tráfico ultramarino y la ciudad de Santa Fe durante la primera mitad del siglo XVII”, ponencia presentada a las Primeras Jornadas de Historia regional del Cesor, Rosario, 2000. 47 El fenómeno aparece –analizado en clave facciosa– consignado en todos los estudios clásicos sobre el tema. Cfr. MADERO, Eduardo Historia del Puerto de Buenos Aires, Buenos Aires, 1892, 379 pp. Cervera, Manuel Historia…, cit. Salaberry, S. J. Juan Faustino Los Charrúas y Santa Fe, Gómez y Cía Impresores, Montevideo, 1926, 289 pp. Molina, Raúl Hernandarias. El hijo de la tierra, Ed. Lances Tremere, Buenos Aires, 1948. CASTRO, Manuel de Hernandarias y la Banda Oriental, Austral, Montevideo, 1957, 96 pp. Roverano, Andrés Santa Fe la Vieja, Ministerio de Educación y Cultura - Dirección General de Cultura, Santa Fe, 1960, 125 pp. Aranguren, Carlos Hernandarias. Primer gran estanciero criollo del Río de la Plata, Ed. Nueva Impresora, Paraná 1963. Rosa, José María Historia Argentina, Tomo I, Granda, Brasil 1970. SIERRA, Vicente Historia de la Argentina. II: 1600-1700, Editorial Científica Argentina, Buenos Aires, 1981 [1957]. Tiscornia, Ruth Hernandarias Estadista. La política económica rioplatense a principios del siglo XVII, Eudeba, Buenos Aires, 1973, 257 pp. Véase también nuestro “Las razones de la lealtad en un pleito entre notables. Santa Fe la Vieja, primera mitad del siglo XVII.”, en Poder y Sociedad…, cit., pp. 107 a 130. 48 Ya mostrado y analizado por los trabajos de GELMAN, Jorge Daniel Économie et administration locale dans le Rio de la Plata du XVIIeme siècle, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Paris, 1983 y MOUTOUKIAS, Zacarías Contrabando... cit.



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la “antigüedad” en el territorio –lo que se identificaba como la condición benemérita– por el de una riqueza reciente vinculada con la introducción de productos de ultramar no permitidos a través del puerto de Buenos Aires hacia el interior y el Brasil. No obstante, no todos los beneméritos –por ligados que estuvieran políticamente a Hernandarias y sus allegados– hicieron de su antigüedad en el área un inconveniente para reconvertirse: bien al contrario, algunos la transformaron en un recurso y la vendieron al mejor postor. Esta situación puede ejemplificarse con la modificación a la hora de pautar las alianzas matrimoniales que observaron algunas familias “de las primeras” en el curso de dos vidas:49 mientras que entre 1580 y 1610 los vecinos “viejos” o fundadores se esforzaron por concertar los matrimonios de sus hijos e hijas con descendientes de conquistadores  –locales o de ciudades cercanas– los varones de la segunda generación, también ellos “vecinos beneméritos”, variaron el esquema. Convirtiendo el lustre en un atributo dotal, casaron a sus hijas con recién llegados –casi siempre mercaderes portugueses– que, aunque desprovistos del honor o del prestigio que –aporte de las jóvenes esposas– arrimaban a la familia capacidad de movilidad, algún dinero y relaciones en Buenos Aires. La historia de Sebastián de Aguilera, hijo de uno de los integrantes de la hueste de Cabeza de Vaca, fundador de Santa Fe, vecino, benemérito, capitular y encomendero, es la excusa que utilizaré para volver a remover conjuntamente las aguas del análisis configuracional sobre la encomienda, las identidades, las capacidades económicas, la familia y la política. Historia de un joven asunceño que fue “río abajo” para valer más Sebastián de Aguilera nació en la cabecera de la gobernación paraguaya en 1552, y constituye un caso indiscutido de notabilidad en el seno de la sociedad santafesina del primer cuarto del siglo XVII. Su recorrido combina –sincrónica y diacrónicamente– las diferentes sensibilidades a las cuales recurrió para mantenerse a sí mismo y a su familia en una posición de privilegio al menos en el ámbito local. Su padre fue Pedro de Aguilera, quien llegó al Paraguay con Alvar Núñez Cabeza de Vaca. En 1540 recibió una regiduría, que hizo efectiva al año siguiente, con la composición del primer cabildo y luego –tras el encarcelamiento de Núñez– se mantuvo entre las huestes de Irala. Es altamente probable que el “Aguilera” a secas que figura en el alarde de 1572 no sea Pedro sino el mismo Sebastián, quien habría recibido una educación y sabía escribir, puesto que ya en 1574 –cuando tenía 18 años– rubricó un acta capitular “a ruego de Mateo Gil” 49 “En estilo curial y forense dos vidas son 20 años: y una vida es un plazo curial de diez años relativo a prescripciones, contratos etc. A eso se llamaba una vida forense ó curial”, BIEDMA, José Juan Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, Tomo II, libros I y II, presentación, p. 20.

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–quien no sabía firmar.50 Por lo tanto, aunque menor de edad, formó parte de la hueste fundadora en Santa Fe y ocupó cargos capitulares –incluyendo los importantes, como alcaldías de segundo y primer voto– durante 1582, 1583, 1584, 1585, 1590, 1594, 1607 y 1617, año en que fue teniente de gobernador –el último de Hernandarias, reemplazado por Alonso de Ávalos Corvera, primero de los enviados por Diego de Góngora.51 Se casó en primeras nupcias con María López (hija de Julián López) con quien tuvo una hija a la cual llamaron como a su madre. Ésta fue casada con Miguel del Corro, un capitán de la expedición garatina a la fundación de Buenos Aires, donde fue propietario de solar y tierras para chacras en dicha ciudad. Del Corro no era peninsular –tampoco Sebastián de Aguilera lo era, buena razón para considerar que la “naturaleza” de su yerno no representaba problema alguno– y recibió de Garay tres mil varas en el valle de Santa Ana y no más: no fue de los vecinos mejor dotados por el fundador.52 Este primer cuadro muestra la adopción de un criterio en la elección del cónyuge de la hija que es más o menos horizontal y endogámico, modelo cuya reproducción se alentaba durante todo el último cuarto del siglo XVI y los primeros años del XVII.

50 Este acta del 12 de marzo de 1574 no está en el AGSF. Se conserva una copia en AGI y su transcripción fue publicada en Boletín del AGSF, núm. 4-5, pp. 25-26. 51 AHSF-ACSF, Primera serie, Tomos I y II, Segunda serie, Tomo I. 52 Listado de los primeros repobladores de Buenos Aires, publicado por Eduardo Madero y “Repartimiento de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Aires entre sus primeros pobladores, hecho por Juan de Garay”, documentos compilados en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay... cit., p. 55-67.



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Primer matrimonio de Sebastián de Aguilera y casamiento de su primera hija

El segundo matrimonio de Sebastián de Aguilera fue con Constanza Ramírez, hija de otro fundador de Santa Fe, en este caso el asunceño Luis Ramírez. De este matrimonio nacieron en Santa Fe un hijo varón y tres mujeres, casados con descendientes de los miembros más notables del grupo que, entre 1580 y 1590, se consolidó al calor de las solidaridades posteriores a la represión de la rebelión de 1580. Luis –llamado Luis Ramírez de Aguilera– contrajo matrimonio con Victoria Rodríguez Bracamonte, hija del fundador Feliciano Rodríguez (natural de Santa Cruz de la Sierra) y de Beatriz de Espinosa. El linaje de esta consuegra, emparentaba a Sebastián de Aguilera con los Centurión,53 y aportaba a la familia bastante más prosapia que el casamiento de la hija que hubo en primeras nupcias. Los esposos de sus hijas no fueron a la zaga: los tres provenían de buenas familias locales. Teresa Ramírez fue casada con Pedro Arias de Mansilla, regidor en los años 1590 y Ana de Aguilera con Francisco de Sierra hijo, descendiente del primer teniente de gobernador de Santa Fe, a quien su padre conocía desde Asunción.

53 Beatriz de Espinosa era hija de Juan de Espinosa el viejo (fundador y primer alcalde de la ciudad) y de Ginebra Centurión.

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Pero el caso de su cuarto yerno, Agustín Álvarez Martínez, es diferente: el hombre casado con Petronila de Aguilera en 1625 fue regidor en 1615, alcalde de la hermandad en 1616 y 1626, alférez real en 1619 (año durante el cual fue primer regidor, alguacil mayor por turno y, al final del año, alcalde de segundo voto por reemplazo). Por otra parte, fue fiador del teniente Manuel Martín en 1618, del teniente Gonzalo Carbajal (1623), del corregidor de los chanáes Pero Gómez y de Pedro de Oliver, corregidor de los calchines (1624) y en 1625 del teniente de gobernador capitán Juan de Zamudio.54 De esta manera, el casamiento de Petronila había sumado a la familia una posición que, al apellido, agregaba acciones de vaquear, algunas propiedades,55 dinero y deudores influyentes. Algunos de los hombres a los cuales Agustín Álvarez Martínez prestó fianza fueron designados desde Buenos Aires por Diego de Góngora, el mismo que había desplazado a su suegro como teniente de gobernador de la ciudad. Las fianzas del consorte de Petronila Aguilera permiten ilustrar que no hubo un desplazamiento de un grupo por otro en los términos de un recambio de actores, sino una transformación de las relaciones que parece buscada conscientemente por los antiguos miembros de la elite –lo que Zacarías Moutoukias llamó el proceso de autotransformación de las elites.56 De su lado, Sebastián Aguilera había dotado a Petronila con un solar en una de las manzanas principales, junto a la plaza central, lindero con la Iglesia de la Merced.57 Así, la elección matrimonial para la más pequeña de las hijas de Sebastián de Aguilera y de Constanza Ramírez, anuncia con claridad la dirección de lo que se consideraría durante el segundo cuarto del siglo XVII en Santa Fe una alianza matrimonial expectable, tendencia que se confirma en los casamientos que su hijo Luis de Aguilera concierta para las nietas del viejo Sebastián así como en las que el benemérito pergeñó para las hijas de su tercer matrimonio, progenie habida con doña María Matute de Altamirano –hija ella también de un viejo vecino de Santa Fe y fundador de Buenos Aires.58

54 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, f. 195; Tomo II, f. 78; f. 159 v. y f. 160 respectivamente. 55 Poseía una estancia en Las Salinas, camino del Calchaquí. También era titular de una licencia para vaquear 5000 cabezas en dicha estancia. En 1624 donó 600 cabezas para la reedificación de la iglesia mayor. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 140v-141v. 56 MOUTOUKIAS, Zacarías “Burocracia, control y auto transformación de las elites: Buenos Aires en el siglo XVII”, en Anuario del IEHS, 3, Tandil, 1988, pp. 213-248. 57 Véase la manzana núm. 26, en el plano del Cap. IV en este libro. 58 Cfr. los documentos recogidos en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay... y la entrada ALTAMIRANO en el Diccionario de Apuntamientos... cit., editado por Manuel Trelles.

Segundas nupcias de Sebastián de Aguilera Descendencia y alianzas matrimoniales

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Matrimonios de la descendencia de Sebastián de Aguilera en terceras nupcias

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Comencemos por su tercer matrimonio. Dos de las tres hijas que tuvo con doña María Matute de Altamirano fueron casadas (en primeras nupcias) con naturales de Portugal: Francisca con Amaro Araújo (de Camina) y Juana con Domingo Hernández (de Setúbal). Su condición de “portugués” no refiere, como es claro, al perfil de “comerciante advenedizo”: desde 1615 tuvo actividad en el cabildo (como alcalde de la hermandad, como fiador) y se registró en el padrón de corambre de 1622, es decir que si no era un hombre de la primera línea, sí parece un vecino completamente integrado.59 Veamos el de su hijo: cuando despuntaba el segundo cuarto del siglo XVII, Luis de Aguilera, hijo del segundo matrimonio de Sebastián, casado como se dijo siguiendo el patrón de la endogamia antigua, eligió para sus hijas destinos similares a los que su padre daba a sus hermanas menores: dos de las hijas que tuvo con Victoria Rodríguez fueron casadas con comerciantes naturales de Lisboa y Lanzarote (Luis Montero de Espinoza –el lisboeta– fue el esposo elegido para Costanza Ramírez y Francisco Xuarez para Águeda Rodríguez). De Lázaro Coronel, el marido de la pequeña Beatriz de Aguilera, no tenemos datos. Los varones de esta familia notable muestran una sensibilidad aplicada a la construcción de alianzas matrimoniales que no parecen responder a un único criterio sino a una orientación más general que asociaba atributos aquilatados en el territorio –antigüedad, prestigio, algunos bienes raíces– con riquezas medianas y relaciones en el área de los negocios. La “tercera vida” de la encomienda de los Aguilera La encomienda del primero de los Aguilera, Pedro, el peninsular, se transmitió entre los varones y, en un momento crítico para la ciudad –en la coyuntura del trasaldo– devino prácticamente un botín de guerra –aun cuando, como se afirmaba en el cabildo, ninguna de las encomiendas declaradas tuviese a la sazón más de “20 tributarios”.60 Cuando hacia 1652 el gobernador Jacinto de Lariz declaró la vacancia de las encomiendas que tenían los santafesinos, mandó realizar en la ciudad un listado de vecinos que podían oponerse a la disposición, demostrando la vigencia de sus derechos.61 Un hombre de la tercera generación americana de los Aguilera –otro Sebastián, nieto de su homónimo y bisnieto de Pedro– se presentó a reclamar tal 59 Cfr. CRESPO NAÓN, Juan Carlos “Los vecinos...”, cit., entrada 18, p. 53 y CALVO, Luis María Pobladores españoles... cit., p. 482. De cualquier modo, su condición de “portugués” le valió por ejemplo ser reemplazado como alcalde de la hermandad por el mismo Álvarez Martínez, que el tiempo transformó en su concuñado. 60 ACSF-AC, Tomo III A, f. 188. 61 DEEC-SF, EC, Tomo LIV, legajo 52. Existe una edición que presenta el listado alfabéticamente, con comentarios y filiaciones, publicada por CALVO, Luis María “Vecinos encomenderos...” cit. No obstante la extrema confiabilidad de este trabajo, se ha consultado también el original.

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derecho, y su presentación permite reconstruir algunos detalles de la historia de esta encomienda y de las tecnologías jurídicas y de gobierno de la época. La “segunda vida” de la merced había recaído en Pedro de Aguilera, hijo del tercer matrimonio del benemérito Sebastián de Aguilera y, por disposición testamentaria de Pedro otorgada en 1654,62 la “tercera vida” recaía en su hijo, Sebastián de Aguilera –a quien para no confundir con su abuelo llamaremos “el mozo”. Pero el testamento –como salta a la vista– es posterior a la fecha del reclamo: ¿por qué no se presentó Pedro mismo en 1652 para oponerse a la disposición del visitador Lariz? En el momento del reclamo, Pedro estaba jurídicamente inhibido, lo que derivó en un pleito entre su hermano –también llamado Sebastián de Aguilera (como su padre y su hijo)– y Sebastián de Aguilera “el mozo”, el hijo que realiza el reclamo. El proceso fue ocasión propicia para el alineamiento de este hermano de Pedro –casado con María de la Rosa– con los varones Cabrera, descendientes del fundador de Córdoba emparentados con los Garay y grandes dolores de cabeza para Hernandarias de Saavedra, quien tuvo a dos de ellos por yernos que lo endeudaron y traicionaron en repetidas oportunidades. En 1646, Jerónimo Luis de Cabrera (uno de estos yernos que a la sazón era gobernador interino del Río de la Plata) privó a Pedro de Aguilera de la administración de los indios de su encomienda: “...por cuanto Pedro de Aguilera vecino encomendero de la ciudad de Santa Fe [...] padece algunos defectos irreparables que no se especifican por respeto de parientes y deudos principales, seculares y religiosos, que tiene la dicha ciudad y provincia [...] es persona conocidamente inhabil para la administración de los indios de su encomienda, pues siendo de las mejores de la dicha ciudad, no solo no tiene disposición y forma para acudir a las obligaciones de tal encomendero, pero ni se aplica al sustento de su persona antes bien los dichos indios andan por orden suya sirviendo unas y otras personas y a él es necesario le sustenten y visiten sus deudos...”63 En la sentencia, fungiendo como juez ordinario en su calidad de justicia mayor, Cabrera nombró coadjutor del inhábil Pedro a Sebastián, hermano del inhabilitado. Pero Pedro, aún desposeído de capacidad jurídica por el gobernador, nombró

62 DEEC-SF, EP, Tomo II, ff. 475-476. Testamento de Pedro de Aguilera, dado en Santa Fe a 16 de abril de 1654. 63 DEEC-SF, EC, Tomo LIV, legajo 48, ff. 297 y ss. El resaltado es mío.



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como su sucesor frente a escribano a su hijo Sebastián,64 y este recurso fue el que prevaleció y permitió a Sebastián el mozo presentarse ante Lariz como legítimo derechohabiente sobre la merced. La disputa judicial, además de mostrar la alineación entre miembros de dos familias que tuvieron un pasado de oposiciones –Sebastián de Aguilera padre aliado a Hernandarias, los Cabrera, aunque emparentados hasta ser yernos, políticamente enfrente– testimonia además una utilización “maleable” de los argumentos para poseer derechos sobre la encomienda. Por otra parte, esta denuncia también señala los indios de Pedro de Aguilera andaban “sirviendo para otros”. El denunciante agregaba que el encomendero titular de la misma “no los asistía” y, en concordancia con los elementos de la conformación del complejo merced-carga-beneficio, afirmaba que la parte correspondiente a las obligaciones derivadas de la concesión las cumplía su hermano, quien era efectivamente Sebastián de Aguilera hijo. El juez había transformado el “servicio” del hermano de Pedro en moneda de cambio (la carga) para otorgarle el beneficio.65 Sin embargo, como se dijo, Sebastián el mozo aparece en el padrón de encomenderos de 1652. Por entonces, es un vecino notable: fiador de un miembro de la familia Vera Mujica –enfrentada con los Cabrera y con su propio tío en otros pleitos66–, está casado y bien establecido67 y hasta fue alcalde de primer voto en 1656.68 En la coyuntura, su posición en la configuración local parece más fuerte que la de Pedro, quien solamente contaba con una sentencia. La preminencia de su derecho frente a un instrumento judicial también viable se explica por la sumatoria de recursos –herencia testamentaria, filiación probada, participación activa en una composición capitular que le tenía como fiador y elemento destacado del cuerpo. Esto, en lenguaje de la época, también componía un mejor derecho. En este capítulo se intentó arrojar una mirada sobre cuestiones jurídicas y políticas que tuvieron a la encomienda como referencia pero a los agentes como 64 DEEC-SF, EP, Tomo II, f. 475. 65 “...porque quien mas de ordinario acude a esto [los servicios] es Sebastián de Aguilera su hermano [de Pedro], persona que sin obligación de feudo ha acudido puntualmente al socorro del Puerto de Buenos Aires y demás ocasiones que se han ofrecido del Rey nuestro Señor...” DEECSF, EC, Tomo LIV, legajo 48, cit. También en CALVO, Luis María “Vecinos...” cit., p. 96. 66 DEEC-SF, EC, Tomo LX, leg. 181. 67 Su mujer, María de la Rosa, con la cual se casó el 1 de diciembre de 1644, recibió de su padre Pedro Martín de la Rosa una dote con estancias en el Salado, chacras en el Pago de abajo, esclavos, la mitad de la acción de ganado de su abuelo Cristóbal González y otros bienes que montaron 4609 pesos, una dote extraordinaria para la época. Véase DEEC-SF, EP, Tomo I, ff. 395 y 396 v. También CALVO, Luis María Pobladores Españoles... p. 62. 68 AHSF-ACSF, Segunda serie, Tomo III.

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protagonistas. Se planteó un análisis microanalítico y configuracional, donde lo jurídico y lo judicial constituyeron un elemento más del juego, de la lucha de fuerzas, y siempre se ponderaron en vinculación con la capacidad relacional que los agentes exhibieron en cada coyuntura. La elección de un eje como el de la encomienda pareció un buen dispositivo para disparar contra los enfoques que plantean una dicotomía entre “prescriptivas” y “prácitcas”. La producción policéntrica de derecho (provenía de dos o más generadores) era la manifestación de unos conflictos que traducían campos de lucha en el espacio jurídico (y jurisdiccional) pero que dejaban en manos de los agentes elementos cuya utilización era bastante imprevisible. La producción de normas, además, era ella misma acumulativa y permisiva; dicho banalmente, si cada ley consideraba la manera legal de no ser cumplida, o bien abría brechas de excepcionalidad, la razón de la aplicación de uno u otro segmento de la producción de derecho no debe buscarse en las jerarquías de los ordenamientos –que no fueron concebidos como un sistema– sino en la configuración local de la disputa que los esgrimía a favor suyo o en contra de sus rivales. En las arenas locales –generalmente un cabildo o la gobernación– se resolvía de acuerdo con Provisiones, Reales Cédulas y Ordenanzas, pero en clave de acción política. Allí se jugaban capitales relacionales, influencias, criterios de autoridad y se planteaba una economía de la circulación de favores que, parafraseando a Jean-Yves Grenier, podría denominarse la configuration de la dette. La coyuntura de la década de 1620, por lo demás, constituye un observatorio precioso para estudiar la movilidad social y política tratando de eludir las perspectivas facciosas: tras la muerte de Góngora (1623) y la llegada de Francisco de Céspedes a la gobernación del Río de la Plata, las elites locales se transformaron a partir de mecanismos sutiles. Las buenas relaciones de Céspedes con Hernandarias de Saavedra restituyeron parcialmente un equilibrio dentro del cual algunos viejos vecinos (como Pero Hernández), pudieron recuperar espacio en el cabildo. Vacas y vaquerías, encomiendas e indios, títulos y oficios, fueron piezas de un juego inteligente e inteligible donde cada uno de los actores se jugaban su supervivencia o su reproducción ampliada, para lo cual organizaba sus movimientos conforme a un complejo repertorio de recursos. Respecto de la posesión de encomiendas,69 constituyó un elemento que, para resultar eficaz en la canalización del flujo de recursos, debía configurarse con 69 Es grande la diferencia que existe incluso con las peores encomiendas otorgadas a los conquistadores peruanos que debieron probar suerte en ciudades nuevas. Por una parte, las proporciones de relación entre encomendero y encomendados, vistas del lado santafesino, parecen mezquinas. Durante las Guerras Civiles peruanas, Lucas Martínez Vegazo, un veterano de a caballo de Cajamarca, recibió de Francisco Pizarro una encomienda de 1637 indios tributarios que incluía mitimáes residentes en Arequipa y moradores de Ilo, Azapa, Lluta y Tarapacá, todos en el área arequipeña, hacia la década de 1640, frontera sur de la expansión hispánica en el Perú. Si bien la excepción respecto de las concesiones a otros conquistadores era notable en cuanto al número



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otras disponibilidades. En Santa Fe una encomienda no proporcionaba acceso a una mano de obra ni cuantiosa ni disciplinada:70 los recursos que podían generarse a partir de la explotación de aquellas prestaciones de servicios no eran rutilantes. Por último, los encomenderos no conformaban un grupo, no se comportaron como tal salvo en una ocasión muy precisa, cuando fueron interpelados por el gobernador Lariz: otros criterios de pertenencia articularon la construcción de un campo de solidaridades basados en intereses complejos. Sintetizando, si la posesión de una encomienda atribuía un título en el juego de las pruebas de derecho, la única instancia en que dicho recurso verdaderamente se realizaba era, no obstante, en las pruebas de fuerza: no utilizaba los indígenas encomendados quien quería, sino quien podía, incluso si no tenía encomienda propia. Este ámbito concierne a las capacidades para transformar relacionalmente la condición formal en condición real. En aquella economía, la renta no se obtenía por declamación de títulos: se requería ponerlo en juego, negociarlo, debía esgrimírselo para provocar un resultado; al contrario, el uso práctico del recurso daba lugar luego al reclamo del titular del derecho. Ambas situaciones son caras de la misma moneda. La acumulación de recursos simbólicos producía condiciones originarias para el éxito en la acumulación material strictu sensu y, al revés, la movilización material de los recursos en algún momento era interpelada desde los recursos simbólicos, y podía ser cuestionada.

de indígenas, la misma expulsaba al encomendero hacia una región que percibía como marginal. Más notable fue que, de hecho, ni el cesor ni el concesionario conocían a ciencia cierta el potencial económico que esto significaba. TRELLES ARESTEGUI, Efraín Lucas Martínez Vegazo…, cit. p. 35. Y cuál será nuestra impresión si la comparamos con las concesiones santafesinas: la cifra de indios tributarios encomendados a Vegazo supera ampliamente la totalidad de indígenas encomendados a particulares que encontramos en Santa Fe hacia 1622, repartidos en un muy escaso número de encomiendas... Cuando el Gobernador Jacinto de Lariz, en 1652, decretara vacas las encomiendas de los santafesinos, tan solo veintinueve vecinos comparecen ante la justicia para oponerse a la medida. CALVO, Luis María “Vecinos Encomenderos de Santa Fe en 1652”, cit. 70 Por dificultades planteadas por el medio, por las características de los grupos indígenas pero quizás sobre todo por la elección de estrategias poco eficaces por parte de los invasores, la ocupación y dominación de este espacio tuvo un carácter inestable, lo mismo que el patrón de asentamiento de los grupos indígenas encomendados. Esta inestabilidad –siempre de acuerdo con la óptica del grupo hispánico en sus diferentes registros– es invocada como parte de las dificultades que los grupos indígenas presentaban a los colonizadores.

CAPÍTULO X Clero regular ordena mundo secular Los jesuitas en Santa Fe

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urante la primera mitad del siglo XVII los Jesuitas se convirtieron en los mayores poseedores de tierras en la “otra banda del Salado”, la zona de los arroyos Cululú, adquiriendo los derechos por vía de donaciones, compras o mercedes.1 La Compañía se estableció en Santa Fe a partir de 1610, año de la canonización de Ignacio de Loyola. Para solventar sus ministerios, buscó la manera de generar recursos genuinos y la Orden –que en Europa obtenía sus ingresos de actividades urbanas– ya había ensayado en el Nuevo Mundo una experiencia en explotaciones rurales antes de llegar al Río de la Plata.2 Como lo hicieron en la Nueva España, se convirtieron a la vez en los misioneros de frontera por excelencia y en uno de los grupos precursores de la actividad agropecuaria en el Río de la Plata.3 La tierra no sólo fue su soporte económico, sino también el escenario de puestos de avanzada como evangelizadores en la frontera del Imperio: la estrecha relación entre el inicio de las actividades del Colegio y el establecimiento de las estancias puede advertirse entonces en etapas previas al establecimiento en el Rio de la Plata. Por lo demás, en 1564, el Padre Diego Láinez, organizador de Colegios Jesuíticos, ya había consagrado una cierta fór-

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2 3

Tema que hemos investigado, de manera conjunta hace algunos años con mis compañeras y amigas María del Rosario “Tatato” Baravalle y Nora Peñalba; buena parte de la documentación que aquí se maneja la hemos relevado conjuntamente en los archivos santafesinos durante los años de 1996 y 1997. Un resultado de nuestras investigaciones en “Estrategas competentes. La incorporación de las estancias del Cululú al patrimonio del Colegio de la Compañía de Jesús. Santa Fe la Vieja, 1610-1640”, en ARECES, Nidia –compiladora– Poder y Sociedad…, cit. Les agradezco enormemente me hayan habilitado a utilizar aquellos documentos en una nueva puesta de este tema para realizar mi tesis primero y este libro, ahora. KONRAD, Herman W. Una hacienda de los Jesuitas en el México Colonial. Santa Lucía, 1576-1767, FCE, México, 1989 [1980] En esto coinciden las investigaciones de Herman Konrad, (cf. la cita anterior) y CUSHNER, Nicholas Jesuit Ranchs and the agrarian Development of Colonial Argentina, 1650-1767, New York, 1983; al comienzo de la obra, el autor —quien ha trabajado anteriormente sobre haciendas jesuíticas de México y Perú, y elogia el trabajo de Konrad— afirma que “The American innovation, non practiced by jesuit colleges in Europe but started in Mexico, saw Jesuits themselves administering and managing landed estates instead of simply receiving accrued revenues” , p. 2

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mula de correspondencia entre el tipo de Colegio que se instalaba y los recursos económicos necesarios para sostenerlo.4 Los informes vertidos por el Padre Diego de Torres durante la segunda década del siglo XVII, subrayan que los Padres de la Compañía de Santa Fe trabajaban en una pobreza rayana en la miseria. Según las informaciones que recogió por la correspondencia que le enviaban de Francisco del Valle, Sotomayor, Morelli o el Padre Juan Darío, el Colegio de Santa Fe “...sufre gran falta de cosas materiales y de afecto a la Compañía, tanto que ni limosnas ay...”.5 No se distinguía el Padre Oñate de su predecesor quien hacia 1616 escribió “...En lo temporal seapadezido y padeze alguna nezesidad porq los aso. Ansido trauajosos...”.6 Sobre las tierras, la primera noticia que aparece en las Cartas Anuas referidas a la compra de tierras en Santa Fe es de 1618.7 Los archivos santafesinos permiten generar una cronología diferente. Ya en 1590, durante la sesión del 9 de enero, se registra en actas una donación de solares al Padre A[r]minio de la Compañía de Jesús: “...dos solares qu eestán alinde de Diego Tomas de Santuchos que fueron de Diego Bañuelos que se le haga donación de ellos al Padre Armiño de la Compañía de Jesús para que éste fije en ellos su casa y convento, la cual dicha donacion de los dichos dos solares se obliga este cabildo al saneamiento de ellos a cualquiera persona que a ellos pareciere tener derecho en algun tiempo con aditamiento que se edifique y pueble en ellos y se haga la iglesia del nombre de Jesus y para la tasacion de los dichos dos solares este Cabildo nombro de su parte a Simon Figueredo regidor, y de parte de su majestad al factor Juan de Torres Pineda, por cuanto los dichos dos solares estan embaragados por parte de la Real justicia y por entederse de pertenecer a su majestad; y 4 5 6 7

FURLONG CARDIFF, Guillermo Historia del Colegio de la Inmaculada de la ciudad de Santa Fe y de sus irradiaciones culturales, espirituales y sociales. 1610-1962, Tomo I, 1610-1681, Buenos Aires, 1962, p. 53. Sexta Carta de Diego de Torres, escrita desde Córdoba del Tucumán rubricada a 12 de junio de 1615, en Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucumán, de la Compañía de Jesús (16151637), en Documentos para la Historia Argentina, Tomo XIX, Iglesia, Buenos Aires 1929, p. 470. Octava Carta, del Padre Provincial Pedro de Oñate, rubricada en 1615 y 1616, en Cartas Anuas... Tomo XX, cit., p. 37. “Han residido eneste Collegio dos P.es y vn hermo. Coadjutor, que aunq pocos en numero hasidomuchos enel fruto que han cogido delos ministerios especialm.te delos indios, de quienes siemprese saca mayor y porser semejante al de otros años no deciendo enespecial y por q no ha llegado aû el anua solo digo q lotemporal sea entablado desuerte convunaestanc.a yviña q se anconprado se podra sustentar los q alli residieren.” Décima Carta, del Padre Provincial Pedro de Oñate, rubricada en 1618, en Cartas Anuas... cit., Tomo XX, Iglesia, Buenos Aires 1929, p. 158. Los resaltados en el original.



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asi mismo se señala para la dicha tasacion de los dichos solares a Domingo [Vizcaíno] vecino de esta ciudad como a persona que es depositario de los demas bienes del dicho Diego Bañuelos y los tiene en administracion, para que todos tres los tasen en lo que fuere su valer y que en la tasacion...”8 Diego Bañuelos había sido deportado a Asunción por su participación en un conflicto contra Diego de Mendieta y Zárate en 1577, y sus bienes quedaron como propiedad de la ciudad. Su solar fue “donado”, pero también tasado (en 90 pesos). En 1616, Pero Hernández contradijo la donación de ganado vacuno que Alonso de Roxas hizo a favor de los jesuitas: la consideraba perjudicial para los intereses de la ciudad,9 ya que se trataba de propios del cabildo que estaban siendo vaqueados por el donante. Entre 1615 y 1630 la Compañía sumó propiedades entre el Cululú de Bernardo de Centurión –hoy arroyo San Antonio– y el Cululú Caytú –hoy arroyo Las Conchas–. En principio aparece el título de una donación hecha por el Licenciado Gabriel Sánchez de Ojeda en octubre de 1615.10 Otro de los títulos sobre las tierras del Salado Grande fue cedido a la Compañía a través de una merced otorgada por Hernandarias en agosto de 1617. En 1618, Diego de la Calzada recibió otra merced de Hernandarias en la misma zona y, algunos meses después, vendió esta propiedad a la Compañía.11 Durante ese mismo año, Alonso de León –escribano mayor del cabildo– también recibió una merced de tierras de parte del gobernador criollo.12 Esto ocurrió un 31 de octubre de 1618, y Alonso de León las donó a la Compañía de Jesús exactamente 8 días más tarde.13 En julio de 1619, el Gobernador Diego de Góngora concedió por la misma vía otra 8 9 10 11

AGSF-ACSF, 1ª. Serie, Tomo II, f. 103. AGSF-ACSF, 2ª. Serie, Tomo I, f. 68. FURLONG CARDIFF, Guillermo Historia… cit., p. 55. DEEC–SF, EC, LII, 2, f. 4 y 8. a f.6. “........Diego de la Calzada, María Bri su legítima mujer vecinos que somos de esta ciudad de Santa Fe, [...] vendemos en venta real ahora y para siempre jamás al muy Reverendo Padre Joan de Salas Rector de Colegio y casa del Nombre de Jesús de esta dicha ciudad [...] unas tierras de estancia que al frente tenemos y pobladas ganado en el Río Salado en término y jurisdicción de la dicha ciudad según y de la forma y manera que por el Don Hernandarias de Saavedra [...] me hizo merced [...] que por la una parte son y lindan con la estancia de los otros Padres de la Compañía de Jesús que al presente tienen poblada y por la otra parte desierta y esta a la de dichos Padres con vecinos sin que haya tierra de persona entre las dos la cual dicha tierra es media legua de frente y de largo como las demás [...]del susodicho tenemos recibido de su mano a las nuestras y están en nuestro poder que es lienzo y sayal, hierro y acero, por medio que nos damos por contentos [...] dichos cien pesos que así tenemos por recibidos [...] en las dichas cuatro monedas [...] en la ciudad de Santa Fe en doce días de mes de junio de 1618 por ante mí escribano público y del Cabildo García Torrejón”. 12 DEEC-SF, EC, LII, 2, f. 14. 13 DEEC-SF, EC, LII, 2, f. 18.

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media legua de tierra al escribano García Torrejón,14 también donadas a la Compañía de Jesús por el beneficiario en el mes de octubre del mismo año.15 A partir de 1620, la Compañía adquirió derechos sobre tierras entre el Cululú Grande y el Cululú Pequeño –hoy Arroyo Arismendi– a través de la compra de una legua a Alonso Fernández Montiel. El 13 de setiembre de 1625, Agustín Álvarez Martínez y su mujer, doña Petronila de Aguilera, vendieron al entonces Padre Rector del Colegio, Padre Hortensio, dos leguas de la otra banda del Salado, que lindaba río arriba y río abajo con las tierras de la Compañía, por ochocientos pesos pagados con dos esclavos de Guinea. Estas tierras habían pertenecido antes a Alonso Fernández Montiel –el mozo– quien las vendió en setiembre de 1618.16 Dos meses después de esta compra, los jesuitas adquirieron una legua desierta, en la otra banda, por doscientos cincuenta pesos en plata, que pagaron con doscientos cincuenta vacas escogidas. Esta legua lindaba por arriba con la legua de Francisco Ramírez y por la parte de abajo con las dos leguas que el Colegio había comprado a Agustín Álvarez Martínez: los vendedores de esa legua desierta eran Pedro Ruiz de Villegas y su mujer doña Bartolina Espinosa.17 Un tercer grupo de tierras fue incorporado por el beneficio de una merced del gobernador Pedro Esteban Dávila en 1632 y la compra hecha a Isabel de Vega en 1635. El resultado de este rápido proceso de acumulación de tierras por los Jesuitas ya ha sido señalado por Zapata Gollán en la obra citada. Por encima del 14 DEEC-SF, EC, LII, 2, f. 19. 15 DEEC-SF, EC, LII, 2, f. 25. Puede pensarse, siguiendo la sugerencia del P. Furlong, que algunos de estos títulos estuvieran designando tierras que, de hecho, estuvieran superpuestas. Este autor lo sugiere para las propiedades del mencionado Alonso de León y títulos presentados por Ruiz de Villegas y Bartolina de Espinosa. 16 DEEC-SF, EC, LII, 2. En el libro ya citado de Furlong Cardiff, el historiador del Colegio y la Orden ofrece otra versión, según la cual los jesuitas habrían pagado por estas tierras “..250 cabezas de vacas de ganado escogido a nuestro contento, a peso cada cabeza”, FURLONG CARDIFF, Historia...., p. 52. Según el documento que se citará enseguida, esa transacción corresponde a la venta de Pedro Ruiz de Villegas y su esposa. Sin embargo más adelante, p. 60, se registra una venta de Álvarez, en 1625, a 800 pesos. 17 DEEC-SF, EC, LII, 2, f. 39. “....el Capitán Pedro Ruiz de Villegas y doña Bartolina Espinosa, su legítima mujer, vecinos que somos de esta ciudad de Santa Fe, de la una parte y de la otra el Padre Juan de Zereceda, Rector de la Compañía de Jesús [...] media legua de tierra que el Capitán Juan Ramírez, Catalina Centurión mis legítimos padres, difuntos, [...] me dieron en dote y casamiento, y el derecho que tenemos los susodichos a las tierras que compramos por venta real a los herederos del Capitán Gabriel de Hermosilla [...], y el que tenemos a media legua de tierra que a Juan Ximenez de Figueroa dio Alonso Ramírez en dote y casamiento [...] y que las dichas tierras fuesen en la otra banda del río Salado entre los dos Cululús [...] todo por razón de que tenemos recibido del dicho Padre Rector en remuneración de los dichos derechos de las dichas tierras y están en nuestro poder y con efecto doscientos pesos, los cientos de ellos en reales de a ocho el peso y el resto en yeguas de dar y recibir a tres pesos cada una...”



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Cululú de Bernardo de Centurión se formaron la Estancia Pequeña de San Antonio y la Estancia Grande de Jesús del Salado, dedicadas a la producción de mulas.18 Furlong asegura que la estancia de San Antonio mantenía 3000 cabezas de ganado vacuno hacia 1619 y que desde 1620 proveía las necesidades del Colegio y dejaba excedentes que se dedicaban a la edificación de una nueva casa, otra iglesia e inclusive, para colaborar con la fundación de reducciones de los guaraníes.19 Los cultivos de trigo y maíz no parecen importantes todavía en esta etapa. En las dos estancias se criaba ganado vacuno, se fijaron corrales de palo a pique y se construyeron algunos ranchos. La zona era estratégica, muy cercana al camino que unía a Santa Fe con Córdoba, Santiago del Estero y el Alto Perú: allí se concentraban las tropas de haciendas y carretas antes de marchar a Tucumán, Cuyo o Buenos Aires. La estancia de San Antonio fue abandonada alrededor de 1712, por las permanentes incursiones indígenas. La documentación muestra que los Jesuitas accedieron a la ocupación y propiedad de estas tierras por recepción de donaciones, de mercedes y por compra. A primera vista, ocupación y legitimación de la propiedad se dieron de una manera casi simultánea en casi todos los casos. Sin embargo, tanto por las características disímiles de los títulos como por las prácticas usuales de la época, aún cuando los títulos muestran que los beneficiarios de las mercedes cumplían con los rituales de ocupación efectiva de sus parcelas, varios de los hombres que donaron tierras a los Jesuitas jamás dispusieron del tiempo físico necesario para ocuparlas. Por lo tanto, algunas ocupaciones no se realizaron efectivamente ni se cumplieron otros tiempos –como los mínimos de permanencia en posesión de una merced– lo cual sugiere que las donaciones podrían estar encubriendo otros fenómenos. Debiera considerarse al menos como posibilidad que, más allá de su profunda devoción por la Orden, algunos de estos personajes actuaran como factores del Colegio, que quizás no podía establecer el mismo tipo de relaciones con todos los propietarios. Examinando los expedientes relativos a las tierras de Jesús María, Cushner sostiene una hipótesis similar: hacia fines de 1617, Gaspar de Quevedo había comprado unas leguas de tierras a Alonso de la Cámara, quien además, acababa de comprarlas. El 15 de enero de 1618, Quevedo vendió las mismas tierras al Colegio en ocho mil pesos.20 En los casos de mercedes otorgadas por el gobernador de turno que se convertían, en pocos días, en títulos habilitantes para una nueva donación o venta a los Jesuitas, hay que pensar en la misma dirección, ya que, como se adelantó, 18 ZAPATA GOLLÁN, Agustín Las Estancias del Salado, Santa Fe 1975. 19 FURLONG CARDIFF, Guillermo Historia… cit., p. 60. 20 “Quevedo may well have played the role of jesuit agent in the purchase. Over the following years, the farm increased its landholding through grants, donation and purchases...” CUSHNER, Nicholas Jesuit Ranches ... Cit., p. 13.

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contravenían una disposición que impedía enajenar dichas tierras por un plazo mínimo de cuatro años.21 Esta práctica fue constante, no constituyó una preocupación para los actores pero siembra el interrogante en torno a cierto mecanismo de mediación entre los agentes. Las formas a través de las cuales los Jesuitas ocuparon estas tierras escapan a la adopción de un modelo. No todos los beneficiados con mercedes de tierras pertenecían, strictu sensu, al grupo de beneméritos iniciales; Alonso de León, por ejemplo, estaba casado “con hija y nieta de pobladores y conquistadores”, lo que tiene que ver más con los modos de sancionar la legitimidad de una segunda y tercera generación que con criterios para asignar mercedes a los de “la primera hora”. García Torrejón la vendió luego de hacerse acreedor a la merced “por haber servido a su majestad por más de 16 años como escribano público y del Cabildo”; estos y otros casos no son excepcionales más que teóricamente: la existencia de beneficiarios que no tenían demasiados mérito para recibir mercedes y que realizaron trámites muy cortos sugieren que esto fue una suerte de ruta entre las mercedes y los jesuitas donde ellos jugaron el papel de una estación. Las donaciones y las ventas, pero sobre todo las primeras, provienen casi siempre de concesiones recibidas por vecinos que ni son de los más antiguos ni constituyen las familias más fuertes de la sociedad santafesina. El caso de Ruiz de Villegas –uno de los vendedores que pactan con el Colegio– tiene otras connotaciones, ligadas a una serie de litigios suscitados entre éste y la Compañía, cuya resolución legal debió esperar a 1627. Como se dijo antes, este hombre era hasta entonces el más importante poseedor y explotador de estas tierras; incluso había arrendado su usufructo a Gil de Lezcano, vecino de Santiago del Estero. El primer incidente se originó cuando el Colegio intentó tomar posesión de la Estancia comprada a Diego de la Calzada en 1618. El Rector del Colegio se vio obligado a pedir el lanzamiento de Ruiz de Villegas, a quien encontró con hacienda y población en los terrenos adquiridos. Como se ve, en este caso, el ocupante de facto intentó esgrimir esta situación –la ocupación inmemorial, junto a otros materiales– como mecanismo legitimador de sus derechos de propiedad. El por entonces Rector del Colegio, Padre Salas, se presentó ante el teniente de gobernador Sebastián de Aguilera, quien hizo lugar al desalojo. En 1620, el mismo Padre Salas tomó posesión de la suerte de estancia comprada a Alonso Fernández Montiel y tuvo que seguir el mismo procedimiento de lanzamiento, también contra Ruiz de Villegas, instalado allí con peones y hacienda. Sin embargo, poco tiempo más tarde, Ruiz de Villegas exhibía títulos de propiedad en el Salado arriba. Aunque la imprecisión y vaguedad de las escritu21 KONRAD, Hermann Una hacienda… cit.



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ras se prestaban a confusiones, lo cierto es que en 1622 Villegas recibía de Diego de Góngora, por sus importantes servicios a S. M. en el Reino de Flandes y por estar casado con hija y nieta de conquistadores (dos circunstancias que le hacían persona benemérita) una merced de una legua de tierra donde había tierras vacas que lindaban por la parte de abajo con los herederos del Capitán Antonio de Acevedo y por la de arriba con las de Diego Resquín. Al casarse con Bartolina de Espinosa, quien recibió en dote media legua de tierra, Villegas anexaba tierras con título. Su patrimonio se vio más enriquecido con la compra de otra media legua a los herederos del Capitán Gabriel de Hermosilla primero, y con la permuta de otra media legua con el Capitán Juan Ximenez de Figueroa después. Estos son los títulos que se mencionan en la venta que realizó a favor de la Compañía de Jesús en 1625. El Colegio no tuvo inconvenientes en comprar estas propiedades al mismo personaje que muy poco tiempo antes había hecho lanzar de otras estancias vecinas: Ruiz de Villegas, ocupante efectivo de las tierras hasta la llegada de los Padres del Colegio, se apresuró a legitimar las propiedades con títulos diversos valiéndose de sus relaciones con el gobernador Góngora. Una vez en posesión de los títulos, manejaba al menos dos variantes para hacerse de dinero: vender las tierras con escritura, o vender lo que declamaba como su propiedad por ocupación inmemorial. El alejamiento de Hernandarias de la Gobernación en 1618 obligó a los Padres a modificar su estrategia y, quizás, elevó los costos de las operaciones. Finalmente, la Compañía logró obtener la Estancia Grande o Jesús del Salado no sin dificultades, pero mostrando una elasticidad en la elección y ejecución de las estrategias que denotan una enorme capacidad de ubicación en el entramado de esta sociedad. Las vías de acceso a la propiedad de las tierras por parte de los jesuitas muestran que sus alianzas se dieron con una base social amplia, heterogénea, que incluyó no solo a los notables de la villa y a algunos funcionarios, sino que apuntó también hacia actores menos acomodados en el área. Aquí, como en otras partes del mundo indiano, los Jesuitas se manifestaron como rápidos, hábiles y agudos lectores de la realidad local. Los distintos estratos de la sociedad que colaboraron con ellos hicieron, seguramente, una evaluación no menos perspicaz: si bien quedan por evaluar los modos efectivos de la correspondencia entre unos y otros, la tarea de la Orden como punta de lanza en las fronteras con indígenas y portugueses parece seguir ocupando un plano de privilegio en la inteligencia de estas colaboraciones que incumbieron a todos los sectores de la sociedad santafesina de comienzos de la colonia. Esta veintena de transacciones, realizadas bajo condiciones disímiles –como lo eran también los estatus sociales de sus partes– permiten sugerir que, frente a un panorama social poco homogéneo, los Jesuitas supieron hacer una rápida

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lectura, de la cual resultaría la ejecución de modalidades diferenciadas en el tratamiento de cada acuerdo que, finalmente, acababa en la incorporación patrimonial de tierras acompañadas por títulos que certificaban su propiedad. Tres reflexiones antes de continuar. En primer lugar, si bien la Orden tuvo en el ámbito europeo pautas de funcionamiento y reproducción básicamente urbanas, en el espacio americano se insinuó y consolidó como una misión de frontera por excelencia, cuyas actividades “urbanas” (la instalación del Colegio y la administración de los sacramentos en la ciudad, por destacar las más importantes) eran sostenidas a partir de actividades económicas desarrolladas en el ámbito rural. Lo destacable es, en este caso, la inmediata y acertada percepción que tuvieron acerca del valor estratégico que significaban, por ejemplo, las tierras de la región de los Cululú, las cuales además de encontrarse entre lo que por entonces podía denominarse como un espacio de riesgo, pero potencialmente productivo, constituían un paso obligado en la ruta que, camino de Córdoba, llevaba al Potosí. En segundo, aunque se instalaron en Santa Fe gracias al apoyo de Hernando Arias de Saavedra, los jesuitas supieron relacionarse con toda la comunidad y no se limitaron a los notables. Sus contactos incluyeron hasta miembros de esta pequeña comunidad que hasta estaban enemistados con su principal mentor y mecenas. Los fuertes lazos de amistad y parentesco que Hernandarias sostenía con miembros de esta corporación religiosa tenían origen en la experiencia asunceña que éste y su padre –Martín Suárez de Toledo– habían construido y afianzado lentamente. Sin embargo, estos lazos no se tradujeron en un complejo cerrado e inhibitorio: tanto como el gobernador mantenía también una buena relación con franciscanos, benedictinos y el clero en general, los Jesuitas adoptaron una actitud muy abierta con toda la comunidad, realizando alianzas y transacciones en las que el único norte evidente eran sus intereses en sentido amplio. El Colegio, entonces, se dio pautas bastante flexibles en cuanto a la base social de los actores con que se relacionaba y operó activando nudos de distintas redes de acuerdo a los requerimientos de cada situación. De esta manera, los Jesuitas se convirtieron en un “punto de paso”, en un nudo por el cual transitaron hilos de redes diferentes, actores de facciones enfrentadas. Esto los convierte en actores destacables cuando la materia de la lectura son las relaciones sociales. En tercer término, su presencia modificó los juegos de relaciones en el ámbito local y, por ende, la configuración del espacio en todos sus niveles. Si bien esta afirmación exige una explicación compleja, a la hora de destacar algún elemento, se impone destacar sobre todo un factor crucial: desde 1615, el Colegio instaló y dinamizó la preocupación formal por que la ocupación lisa y llana de las tierras debía complementarse con títulos que avalaran su propiedad. El Colegio no



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introdujo los primeros títulos, pero sí una modalidad de transacciones inter vivos que planteaba la exigencia de papeles que, acreditando la posesión como propiedad, fueron cada vez más “necesarios” a la hora de realizar una compra o venta de parcelas de tierra. No se afirma aquí que antes de la llegada de los Jesuitas nadie tuviera o guardara los papeles que le acreditaban como propietario de tierras –sin importar los contornos difusos o precisos de las mismas. Las mercedes y donaciones fundiarias fuera del trazado urbano –para chacras o para estancias– se implementaron desde el momento de la fundación, casi siempre señalando un frente (de media, una, dos o más leguas) sobre el río (el Paraná, o el Salado), sin establecerse la medida que correspondía al fondo –se decía con fondo al Uruguay pero desde luego el aprovechamiento para pastar chocaba mucho antes con los montes. Cuando las mismas se realizaban en los pagos de abajo o de arriba (sur y norte de esta banda), sin referencia al río, las coordenadas para la localización se realizaban tomando en cuenta los propietarios linderos. Por otra parte, aún cuando a partir de la intervención de los jesuitas el celo por los títulos se incrementó, esto no derivó en una inmediata transformación de los cánones de la época –como se verá en el último capítulo– en cuanto a la validez de estos papeles en instancias judiciales. Pero es indudable que los Jesuitas oficiaron como un actor fundamental a la hora de instalar esta preocupación por los títulos en este espacio, lo cual tuvo consecuencias que atravesaron el período colonial: algunos legajos judiciales originados en filiaciones de títulos por compras de tierras que el estado provincial de Entre Ríos realizó en el siglo XIX, confirman que la tensión entre pruebas de derecho y ocupación efectiva de tierras fue muy usual en el campo de la experiencia. Hasta aquí se ha presentado un panorama sobre la adquisición de tierras sobre el Salado durante el primer cuarto de siglo de vida de la orden en la ciudad. ¿Qué surge de considerar una escala temporal y espacialmente más amplia? La vida del Colegio en función de sus relaciones puede periodizarse para el siglo XVII de esta manera: la época hernandariana (1587 a 1615), los años de acumulación (1615 a 1640) y la época de la reconfiguración (1640-1700), en el contexto dado por el traslado al sitio nuevo en el marco de la redefinición espacial de Santa Fe, la concentración de los esfuerzos misionales y económicos sobre la otra banda del río Paraná y el innegable protagonismo de la Orden en la arena de los procesos judiciales ligados a propiedades raíces y derechos de vaqueo.

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Llegada y celebración: la edad hernandariana, 1587-1615 Monseñor Francisco de Victoria (dominico que fue obispo del Tucumán entre 1582 y 1592) gestionaba hacia 1587 la venida de algunos hombres más para sumarlos a la tarea misionaria en su jurisdicción. Fue de esta manera que, camino de Córdoba, el caballero Diego de Palma y el presbítero Francisco Salcedo pasaron por Santa Fe, señalando la primera presencia (esta vez ocasional) de jesuitas en la ciudad vieja. Poco después, el paso del italiano Leonardo Arminio –menos fugaz y mejor aprovechado por los vecinos santafesinos– se convirtió en el punto de partida de insistentes gestiones para facilitar la instalación del colegio. A su ida, un grupo de vecinos compraron los solares que fueran de Diego Bañuelos y, en su ausencia, los donaron a la Orden. Arminio fue notificado de la decisión a su regreso de Brasil; aunque nada sucedió hasta la invitación al padre Romero en 1595, hacia 1610, en el cruce de los pedidos anteriores, mas las gestiones del propio Romero en Roma y otra iniciada por Hernandarias en 1607, 18 misioneros jesuitas estaban ya instalados en la ciudad. Hernandarias, los capitulares, el gobernador Marín Negrón y algunos vecinos que ofrecieron su casa para alojarlos, habilitaron los primeros recursos para que los Jesuitas radicaran su ministerio en Santa Fe.22 Este largo proceso, signado por lentas negociaciones y recursos nada ostentosos, señala el derrotero de los primeros contactos personales entre miembros de la orden y los vecinos de Santa Fe. En algunos casos, como en el de los anfitriones de los primeros oficios religiosos (la casa de Diego Hernández de Arbasa y María de Luján), señalaron el comienzo de actitudes de solidaridad y apoyo fueron continuadas por su descendencia: Francisca de Bracamonte, hija de Arbasa, destechó la parte de la casa paterna cuando los Padres necesitaron tejas para la construcción de la iglesia nueva. Estos años, ubicados entre los primeros pedidos y la fundación del Colegio, parecen signados por la hospitalidad y el entusiasmo de los vecinos quienes, abriendo sus casas, proveyeron del soporte mínimo necesario para los primeros pasos del asentamiento de la orden en la ciudad. El escándalo originado en torno al Padre del Valle (primer encargado de la orden, entre 1610 y 1612, quien abandonó la ciudad en razón de ciertas calumnias que habían tomado estado público) y la feroz manga de langostas que diezmó los campos durante 1614, no parecen haber amilanado un ánimo que, al año siguiente, dio muestras de un despegue en donde la prosperidad de la ciudad y la del colegio fueron de la mano. La colaboración que Hernandarias prestaba en el auxilio y socorro de los Padres, aparece vivamente relatada en la carta del Padre Diego de Torres:

22 FURLONG CARDIFF, Guillermo S. J. Historia del Colegio... cit.



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“Avise a V. P.d el año passado la instancia que me hicieron en Sta Fee, para queles diesse Padres, ylas muchas conueniencias, que auia paque alli sepusiesse una Residencia luego que llegue a Buenos ayres emuie aqula comencasse el Pe Fco. Del Valle yal Ho. Jhoan de Sigordia, yaunq dos solos, ybien ocupados conla obra de casa, e Iglesia, no dexan de acudir anros ministerios. Haze la obra asu costa El señor Hernando Ariaz de Saavedra Gouernador q dexo deser deaquella Gouernacion, ytiene su casa yhaciendas en Sta Fee y halatomado con tantas veras, que no contentandose detrabajar el consu persona, y dar indios que trabaxen, haze que sus hijos acarreen tierra con mucha edificacion detodos, y assi seenoja deque le llamen señoria, o, den otro titulo, como otros dequese los quiten, y paresce estima enmas ser peon y trabajador enla Iglesia, queel ser Gouernador=”23 La conquista del oeste (1615-1640): expansión económica y consolidación social Durante este período se produjo la incorporación al patrimonio del Colegio de las estratégicas tierras del Cululú. Aquellas transacciones –que incluyen ventas directas, utilización de factores, y donaciones hechas contra la ley y dentro de ella– muestran que los Padres Rectores poseyeron una especial capacidad para constituirse en los dueños de las tierras del Salado.24 Cuando incorporaron la primera parte de lo que luego fue la estancia de San Antonio, un observador avisado aseguraba que el sustento del Colegio era cosa segura gracias a las granjerías que los padres tenían en las “tierras del Cululú”.25 El período que va de 1615 a 1626 fue de franca expansión: durante esos años se añadieron por compra (en 800 pesos) las tierras linderas a las que poseían junto al arroyo Arismendi, consolidando la estancia grande de San Antonio, y la agricultura del trigo y cría de mulas habían experimentado un crecimiento sostenido.26 Eran prácticamente los únicos vaqueadores de la región y, exceptuando la posibilidad de pleitos perdidos o acuerdos extrajudiciales nunca mencionados, no parecen haber tenido grandes problemas con los vecinos cordobeses o de Santiago del Estero. Tampoco fueron estos años particularmente agobiantes en cuanto a la presión de los indígenas que, como veremos, se hicieron sentir de manera 23 Diego de Torres, Carta escrita desde Córdoba del Tucumán, 5 de abril de 1611, en Cartas Anuas ... cit., Tomo XIX, Iglesia, Buenos Aires 1929, p. 91, los resaltados son míos. 24 DEEC-EC, Tomo LII, legajos 1, 2, 3, 10 y 11. 25 Carta de Pedro de Oñate, 17 de febrero de 1620, transcripta en FURLONG, Guillermo Historia…., cit., p. 60. 26 Cfr. “Estrategas...”, cit., pp. 98 y 99.

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decisiva en la última mitad de este período. En 1626 se creó la Congregación de Nuestra Señora que, sumada a las dos Procuradurías y el Colegio, completaban un complejo institucional que tuvo un peso decisivo en el tramado de relaciones sociales con el resto de los actores. También durante este año, inflexivo en varios sentidos, el Colegio decidió apoyar económicamente a sus pares en las reducciones junto al río Uruguay, destinando dinero y hombres de doctrina. Entre 1626 y 1631 una serie de invasiones de grupos calchaquíes remató –entre 1638 y 1640– en la destrucción completa de la estancia de San Antonio y muchas de las haciendas ubicadas en este perímetro, hasta cinco leguas de la ciudad. Ya en 1629, una carta del Jesuita belga Justo Van Suerk, sugería una imagen poco alentadora respecto del sostenimiento de la explotación de estas tierras, caracterizando la situación como de destrucción y pobreza. De todas maneras, los Padres continuaron anexando tierras en la zona hasta 1635,27 mientras que hacia 1640 retiraron la mayor parte de su gente. La era de los pleitos: expansión en la “otra banda” del río Paraná (1640-1700) Aquella inserción en la cuenca del Salado fue acompañada por un incremento de sus posesiones en la ciudad y su hinterland inmediato. La compra de algunas parcelas, donación de solares y la compra de una viña plantada a doña Lucía de Lencinas son algunos ejemplos. Si bien la relación entre los Padres de la Compañía y algunos vendedores durante aquél proceso no fue, como veremos más adelante, totalmente armoniosa, la incorporación de las tierras de la otra banda (actual provincia de Entre Ríos) se dio en un contexto bien distinto, caracterizado por una recurrencia cada vez mayor a la justicia –ordinaria y de segunda instancia– como modo de resolver las diferencias entre actores que se arrogaban idénticos derechos. Las décadas de 1670 y 1680 constituyen como un momento central. A lo largo de la misma, el Colegio sostuvo varios y tediosos pleitos con vecinos de Santa Fe y Santiago del Estero, con el fin de clarificar y consolidar sus títulos sobre las tierras de la otra banda. Aún después de haber conseguido varias sentencias definitivas que señalaban al Colegio como único dueño de las acciones y las tierras de la otra banda, hacia 1685, el P. Jorge Suárez solicitaba un nuevo amparo, esta vez nada menos que frente al Cabildo (es decir, pedía al Cabildo que le amparara en su derecho frente al propio Cabildo), por una cesión de esos derechos que entendía era indebida,28 ya que ocultaba la compra y venta de este colegio, sus concilios y decretos alegando el otro podatario [Pablo de Aramburu, quien había vendido acciones y tierras al Cabildo] que su parte ha comprado memorialmente, esto 27 Reciben una merced del Gdor. Pedro Esteban Dávila en 1632 y compran la estancia de Isabel de Vega en 1635. 28 DEEC–SF, EC, LII, 10, ff. 375 y ss.



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es de memoria o por tradición fabulosa... [...] donde es de advertir que dice memorialmente porque no precedió manifestación de t(tulos y que hizo dicha compra solo por el parecer algun contrario a este colegio que intenta pertubar la paz y quieta posesión de su derecho, con introducción de pleitos. El apoderado del Cabildo había comprado dichas tierras y acción a herederos de Ramírez quienes, según prueba el P. Suárez con la transcripción de otro pleito en el segundo cuerpo de este legajo, no habían accedido a este derecho, como lo indican las dos sentencias (1629 y 1640) dadas por los administradores de la justicia en el pleito sostenido por éste y Juan de Osuna contra Hernandarias de Saavedra primero y su viuda después.29 Dos miembros de la segunda y tercera generación de la descendencia de Ramírez (Diego Ramírez hijo y Sebastián Resquín) tampoco habían tenido éxito cuando tuvieron pleito ante el alcalde ordinario Antonio Suárez contra doña Gerónima de Contreras viuda mujer que fue del dicho gobernador Hernando de Arias por lo cual, para Suárez, consta que la dicha compra se ha hecho sin títulos que cuando los tuvieran lo debían presentar para que probase su derecho contra la posesión del dicho colegio de donde consta la nulidad de dicha venta. En este contexto, los jesuitas apelaban menos a la instancia de negociación extrajudicial –evidentemente agotada– que a sus capacidades en el conocimiento de los aspectos procesales, señalando que por no ser citado la parte del colegio [omisión de la contradicción, parte esencial de cualquier proceso] es contra inmunidad eclesiástica contra la ley del reyno pues hablando aún de las personas que no están excentas la Ley 2 y 3, tit.13 libro 4 de la nueva recopilación manda [376] que a ninguno se le quitan los bienes de que tienen posesión sin ser oídos y por derecho venciendo ante juez competente y esto aunque se haya ganado cédula y provisión real contra el poseedor manda a los jueces que no quiten la posesión si constare que no han sido oídos y que si le han quitado la posesión que se les vuelva hasta que sea oído, todo lo cual consta de la dicha ley citada.30 Amén de un conocimiento minucioso de los derechos que le amparaban, el produrador exhibía señales de la consolidación de la validez de los títulos y también del significado de la convivencia de dos formas socialmente aceptadas a la hora de realizar las transacciones de tierras. Aunque basada en “memoria o tradición fabulosa”, había sido posible que otros, incapaces de demostrar ante la justicia su mejor derecho, vendieran al mismísimo Cabildo de la ciudad unas tierras que, por ahora, conviniendo con el marco adoptado por el jesuita, y convalidado por las sentencias, se dirá que no les pertenecían. En efecto, estas mismas tierras habían sido ya compradas o recibidas en donación en otras oportunidades.31 Esta denuncia es interesante, ya que muestra 29 DEEC–SF, EC, LII, 10, cuerpo 2, ff. 385 y ss. 30 DEEC–SF, EC, LII, 10, ff. 375 y 376. Cfr. los dos últimos capítulos de este libro. 31 Como parece desprenderse de varios pleitos contenidos en DEEC-SF, EC, LX, 181, y en AGI, Escribanía, tomo 906, varios legajos. Lo señala también Cervera, en varios párrafos de los tomos

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un aspecto de las vinculaciones que revelan estas situaciones: los herederos de Ramírez (a través de Pablo Aramburu) vendían “al bien común”, acusa Suárez, a sabiendas de que enfrentaban el privilegio eclesiástico con un poder menos endeble que el de unos particulares aludiendo derecho inmemorial. El Cabildo, como defensa, alegaba pobreza, un patrimonio exhausto y consumido, y todo en virtud del bien común, argumentos que Suárez no aceptó tranquilamente. Además de alegar una situación tan precaria como esa para el Colegio, descargó los motivos de la pobreza sobre las empresas militares emprendidas por el gobierno de la villa: “Y que sea falsa la proposición del bien común de esta ciudad ni aún utilidad suya se aprueba que a la vista de tanta sangre derramada y de ochocientos mil pesos gastados en tantos años de guerra como finge el podatario no hubiese habido esta pretensión y bien común y al presente que este pobre colegio tanta costa suya tiene y posee veinte leguas de tierras y acción de vacas en la otra banda del río Paraná quedando más de ochenta a cien leguas a los demás accioneros a pretendido con los bienes de este colegio pagar la sangre vertida y la plata gastada...”32 En cuanto a las maniobras entre los particulares y el Cabildo, Suárez dejaba ver la construcción de una verdadera “coalición” estratégica conformada para lograr el objetivo: nadie podía dudar de la legitimidad de los títulos que el Colegio tenía sobre dichas veinte leguas33 como consta de la escritura pública de compromiso y transacción. Apelando a la pública voz y fama argumentaba: no se ignora en un pueblo tan corto que el dicho Pablo de Aramburu para el despojo de los bienes de este colegio es solo en utilidad del alférez real Francisco Moreyra Calderón regidor de cánon que pretende abstraerse y eximirse de la satisfacción del derecho del quinto a los accioneros que por una tropa de treintamil vacas que ha recogido y está pasando a esta parte de la otra banda del río Paraná.34

I y II de su Historia...; Suárez también hace referencia a un título reciente, denunciando que “…en término de tres años el mismo juez venga y consienta en que se venda lo mismo que por sentencia confirmó [...] y querer reducir otra vez a que pruebe este colegio su derecho jurídicamente ante juez inferior en lo que determinó y sentenció la Real Audiencia de La Plata este caso no tiene más excusa que el decir VM extrajudicialmente que no supo que la compra y venta que dicho cabildo hizo con su asistencia fuese en perjuicio de la posesión y mensura de VM aprobó…”, DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 379. 32 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 376. 33 Por lo demás, mensuradas y amojonadas con espinillo según consta en un acta del año 1684, aparentemente perdida, pero citada en parte de este legajo (f. 378) y en varios pasajes de Cervera. 34 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 377.



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La coalición reunía, entonces, a un apoderado de los herederos de Ramírez –propietarios de una parcela al norte del río Feliciano objeto de varias transferencias–al Gobernador Antonio de Vera Mújica y a Moreyra Calderón, jueces y partes. El regidor Moreyra, parte interesada en la subversión del título de marras, acababa de vaquear y traer desde aquellas tierras, nada menos que 30.000 cabezas de vacunos. Sin embargo, Suárez deslizó junto con su disgusto y maldición (no tarda la ira de Dios [en caer] sobre los que han hecho concilio y venta y echado suertes sobre los bienes de este colegio) que lo improcedente no había sido realizar el vaqueo, sino negarse a satisfacer el quinto, es decir, en pagar al Colegio la proporción del producido en la vaqueada. La cuestión indignaba particularmente a Suárez quien completaba su idea: “…no hay persona por pobre que sea que deje de ir a recoger vacas de que ase sustenta esta ciudad pagando los quintos a sus dueños...”35 Sobre la pista de las relaciones sociales y de la cultura jurídica Y esta falta del pan espiritual no se considera que es en bien común.... No obstante la argumentación referida, el jesuita involucró otros niveles: el daño infringido al Colegio no era solamente económico. O mejor, lo económico afectaba profundamente la sagrada tarea de administrar la Fe entre aquellos que vivían apartados de la ciudad y, tocados por la pobreza, no podían acercarse a ella. La vinculación de la Orden con el ámbito rural era fuerte, y esta fortaleza no procede solo de la explotación económica: los Jesuitas eran, en esta sociedad, los misioneros rurales por antonomasia. Suárez agitaba esta condición y vinculaba eficazmente arqueo de caja con capacidad para ejercer los ministerios.36 Suárez denunciaba que el Cabildo, ensayando esta maniobra para acceder a tierras del Colegio, no sólo quebrantaba sus derechos, sino que distorsionaba la idea de bien común, escindiendo el pan espiritual de los intereses terrenales. El primero, objeto tan caro en las argumentaciones y alegatos producidos por los vecinos de la villa en la fase de instalación de la Orden, no sólo pasaba a un se-

35 DEEC-SF, EC, LII, 10, cuerpo I, ff. 378 y 379. 36 “... estando como está tan pobre que se halla sin iglesia, sin viviendas y sin forma de sustentarse y tan apretadas de la necesidad hasta llegarse a consultar el dejar este colegio. Y teniendo mi sagrada religión instinto de salir todos los años a missión por los muchos que se quedan sin confesarse no solo de gente de servicio sino también de españoles imposibilitados de la pobreza para venir al pueblo desde sus estancias y chacras a quienes acude la Compañía a costa porpia despachándolos sugetos cuyo bien les ha faltado este año por la pobreza del Colegio y les faltara no teniendo posibilidad para costear los sugetos de la misión y aunque el cabildo que ha solicitado este pleito reconoce el daño que se le sigue a los pobres que están por las estancias y chacras de no ir los padres de la Compañia a esta misión y de la mucha juventud que ha de quedar sin cultivo ni escuela a faltan la asistencia de mi sagrada religión no se lesda nada ni halloa que estos sea en bien común de la República sino solo el aumentar sus interreses particulares...” DEEC-SF, EC, LII, 10, cuerpo I, ff. 378 y 379.

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gundo plano, sino que era ubicado –desde la perspectiva de Suárez– fuera de la órbita de los principios de la convivencia. Volviendo al plano procesal, el jesuita recordaba al Cabildo la inmunidad eclesiástica que los Emperadores y Reyes tienen concedidos al establecimiento eclesiástico de Privilegios e inmunidades con magnificencia y largamano. Este Cabildo, [continuaba Suárez] ignora los privilegios de los bienes Eclesiásticos escentos de la jurisdicción secular por derecho divino canónico y sus concilios por derecho Civil en tiempo de los Emperadores..., emulando a paganos e idólatras que ignoran las leyes de Uno y otro reino, como personas que no reconocen superior ni obediencia a la sede Apostólica han echado la hoz en mies ajena... 37 Consecuentemente, Suárez insistía en aquel pleito sobre la legitimidad de los herederos de Hernandarias –los Cabrera, hacia 1670 representados por Cristóbal de Sanabria– lo cual, visto desde la perspectiva ofrecida por la incómoda situación que los había enfrentado en 1683, observada en otros pleitos, no deja de poner en evidencia una situación que llama la atención. En efecto, como ser verá más adelante, los Jesuitas y los Cabrera están bastante lejos de sostener una relación amistosa. Este proceso, analizado en el último capítulo, muestra en la última foja del legajo que contiene los pleitos del marido de Isabel María de la Cruz (hija de Feliciano Rodríguez) que los Jesuitas, en la imposibilidad de lanzar de aquellas tierras a estos “poderosos” ocupantes, resuelven (unilateralmente) que los mismos se constituyen por sus inquilinos thenedores y poseedores y se obligan al saneamiento de la dicha accion...38 En definitiva: Vega tenía los derechos, los transfería, pero no estaba allí. Con los Padres parece haber sucedido lo mismo: por aquellos años, según el amargo alegato del Padre Suárez tantas veces referido más arriba, el Colegio había solicitado al Cabildo, en repetidas oportunidades y sin éxito, la cesión de una carreta para ir a dar doctrina, lo que –sumado a sus propios lamentos por la ausencia de misioneros que administraran los últimos sacramentos a las víctimas de la viruela–39 sugiere que los Jesuitas tampoco tenían presencia efectiva en ese espacio. En cambio, sí estaban los Cabrera, cabales herederos de las acciones y las tierras ubicadas al sur del río Feliciano. Las tierras al norte, por lo tanto, todavía debían ser saneadas de la tosuda presencia de estos vaqueadores con tradición y persistencia. Hermanos en la paz y en María Desavenidos y desamistados La preocupación por la composición entre los hombres que son enemigos formó parte de varios de sus informes anuales: el trabajo de los jesuitas residentes en 37 DEEC-SF, EC, LII, 10, cuerpo I, ff. 378 y 379. 38 DEEC-SF, EC, LX, 181, f. 319. 39 Epidemia que diezmó la población rural en los primeros años de la década de 1680.



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Santa Fe, era transmitido prolijamente al Padre Provincial que, entonces, rendía cuenta de estas intervenciones a Roma. La relación entre la amistad y la vida política echa raíces en la antigüedad clásica, y transita la cultura política hispánica a través del legado alfonsino.40 El Rey Sabio recuperaba de Aristóteles una clasificación de los tipos de amistad: de natura, “por uso de luengo tiempo por bondat que ha en él” y, la tercera, “... la que ha home con otro por algun pro o por algunt placer que ha dél o espera haber.”41 La amistad era un sentimiento bastante más complejo y de alcance más amplio que el que le otorgamos actualmente. Según Alfonso, amicitia –en latín– significa tanto romance como amistad. Así, sólo en el primer tipo, por ejemplo, la amistad de natura, aparecen comprendidos tanto los sentimientos que la modernidad designó como amor filial y “amor” –a secas– hasta designar, en las últimas líneas, al vínculo que antropológicamente designamos como paisanaje. “... es la que ha el padre et la madre a sus fijos, et el marido a la muger [..] Et amistad han otrosi segunt natura los que son naturales de una tierra, de manera que cuando se fallan en otro logar extraño han placer unos con otros, et ayúdanse en las cosas que les son meester, bien asi como si fuesen amigos de luengo tiempo.” La segunda manera de amistad que Alfonso recuperó de Aristóteles, es la que puede darse entre dos hombres que “...hayan bondad entre si...”, razón que la hace más noble y mejor que a la primera, no mediando en este caso la relación de “deudo de naturaleza”. La tercera se asemeja a lo que denominamos “alianza”: en ésta, que para Alfonso “...no es verdadera amistad....”, uno ama a otro por un placer que espera haber de él (interés de obtener un beneficio), vínculo que desfallece –cuya traducción más literal al moderno español sería tanto que muere o desaparece como “se deshace”– cuando la satisfacción ha sido obtenida. Alfonso ubicaba una cuarta categoría de amistad, nacida de la “costumbre de España”, relacionada con la deuda de un honor mutuo entre hijosdalgo. Habiendo mediado problemas, podía retarse al otro a un desafío, procedimiento legítimo para deshacer “honrosamente” el vínculo amistoso. Igualmente elocuente resulta la enumeración de las razones por la cual el mismo se disuelve: porque un hombre puede desheredar a los que descienden de él; por manifiesta enemistad de un hombre para con otro de su tierra o del señor que la gobierna (el vínculo de naturaleza opera como un alineador inmediato 40 Las Siete Partidas, cit., especialmente Partida Cuarta, Título XXIVV “El debdo que han los homes entre sí por razón de amistad”. 41 Misma partida y títutlo, ley cuarta.

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frente a la presencia de una enemistad que, en uno, amenaza al todo). El amigo que yerra gravemente contra su amigo y no puede ni quiere enmendar el yerro que hizo, no puede seguir siendo considerado amigo. Pero nunca por enfermedad, pobreza o malandancia “...se debe desatar la amistad que era entrellos, ante se afirma et se prueba en aquella sazon mas que en otro tiempo la que es verdadera et buena.”42 Para Alfonso, la amistad se diferencia de la concordia en que esta última puede darse entre muchos hombres que inclusive no tengan entre sí el primer vínculo, y está más relacionada con el buen gobierno. La sentencia aristotélica recuperada por Boltansky y Thévénot43 había sido ya capturada también por el Rey Sabio: la presencia generalizada de verdadera amistad hace innecesaria la administración de la justicia y la existencia de los alcaldes. La existencia del vínculo de la amicitia “...les farie complir et guardar aquello mesmo que quiere et manda la justicia.” Tanto la teoría política antigua (preocupada por establecer las pautas del buen gobierno) como la moderna, que agrega a estas preocupaciones las cuestiones relativas al consenso y la autoridad, identifican en sus diferentes versiones una tríada que, gramaticalmente, permanece: política es igual a buen gobierno y el buen gobierno es la búsqueda del bien común. ¿Qué rol juegan, en este esquema, el amor –la amicitia– y la justicia? ¿Por qué la presencia del primero funciona, en el marco de los antiguos, como propedéutica para una inexistencia de la segunda? ¿Es el pacto social de los primeros modernos una expresión universalizada de una amicitia que cede su lugar a la justicia como ente regulador del cumplimiento? ¿Por qué, aun en Hobbes, el garante del cumplimiento de este pacto es, finalmente, el temor a Dios? Volviendo a Santa Fe, el Provincial Diego de Torres relataba en su informe de 1613 que “En la casa de Sta fee estan dos delos nros unPadre y Vnhermano.44 [...] el Pe Juan dario [...] con su mucho feruor, los alento atosdos alseruicio de nr sr, y hizo muchas cosas enpocotpo demucho seruiciosuio, componinedo algunas Personas desauenidas, y enemistadas, entreotras supoq auia muchos a[ñ]os, q dos hombres de la ciudad estaua enuna graue enemistad, auiendoRecebido el Vno del otro muchas ynjurias, y como nayde les pudiesse hazer amigos el se determino de hablarlos, y despues de dares 42 Partida IV, ley séptima. 43 BOLTANSKI, Luc y THEVENOT, Laurent De la justification. Les économies de la grandeur, Gallimard, Paris, 1990, 483 pp. 44 Juan Darío y Horacio Morelli; el primero falleció en 1628, el segundo en 1638.



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y tomares, acauoConelVno la amystad, fue alotro, y bramaua de que le tratasse de esso por estarcomofrenetico, co laPasion, ynsto el Pe quatro Vezes endiuersos dias, y no auiaremedio: encomendolo muy deueras a nr sr, y auiso al uno delos dos q ya tenia couencido, q fuese atal hora a casa, del otro q aun estaua terco, y a lamesmafue, el pe., y derrodillas Se echo asus Pyes, pidiendolepor amor denr sr. Qu perdonase a suContrario, pero no aprouechaua antes se enojo de q tomase aquel modo dehazer pa([ss])-(z)es, pero despues voluiendo Vn poco en si Vencido denr sr. Y de la Caridad, y humilldad del Padre abraço con mucho amor, al que antes tenia, porenemigo, y sehizieron las pazes con muchafirmeza y muestras de amistad...”45 El informe no da nombres, pero sobresale la similitud en las fórmulas entre estos tramos casi obligados de las cartas annuas y los que Bernard Vincent releva de las Litterae Quadrimestres en Roma o los relatos de la crónica de Henríquez de Jorquera. Estudiando estas mismas cartas enviadas por los rectores de los colegios al superior de la Orden, Vincent ha probado que esta presencia percusiva demustra que “hacer paces” era parte prioritaria del apostolado jesuita, tal y como lo expresan las constituciones ignacianas.46 Como afirma Vincent, casi no existen cartas sin referencias a este tipo de situaciones e intervenciones. Si en las ciudades españolas el accionar jesuita era relevante en el dominio de las rivalidades entre partidos urbanos, enfrentamientos entre bandas de jóvenes y espectáculos taurinos, la forma que adoptan en las ciudades rioplatenses tienen en común el carácter provocador de los escenarios: en éstos, las enemistades entre notables –que bien pueden haber pertenecido en ocasiones a distintas facciones–47 las “curaciones” públicas y las intervenciones en cuestiones de adulterio y mancebía, ocupan sin duda el primer rango en la batalla contra la violencia y el escándalo moral. Los hermanos de esta orden contrarreformista se constituyeron rápidamente en mediadores abocados a la composición y la solución de las desuniones. Según 45 Cuarta Carta escrita por Diego de Torres, desde Santiago de Chile, en febrero de 1613, en Cartas Anuas..., Tomo XIX, cit., p. 190. Todos los resaltados son míos. 46 “En las obras de misericordia corporales también se emplearán quanto permitieren las espirituales que más importan, y quanto sus fuerzas bastaren, como en pacificar los discordes...” Constituciones de San Ignacio de Loyola; citado en VINCENT, Bernard “Hacer las paces. Les Jésuites et la violence dans l’Espagne des XVIe et XVIIe siècles”, en DUVIOLS, Jean-Paul et MOLINIEBERTRAND, Annie La Violence en Espagne et en Amérique, XV-XIX siècle, Paris, 1997, p. 191. 47 Así parece indicarlo esta aclaración “...de aquí anacido laq han tenido pa hacer muchas amistades entre personas discordes delas qles expecificare solas dos casos de los mas principales deste pueblo.” Undécima carta escrita por el Padre Provincial Pedro de Oñate, desde Córdoba, rubricada a 17 de febrero de 1620, en Cartas Anuas..., Tomo XX, cit., p. 199.

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sus propias palabras, su llegada entre la gente es tal que “...no ay cosa deymporta. qtoque alas conciencias enel pueblo q no traten conla Compa y la pongan ensus manos...”48 Acabar con los conflictos domésticos –afirma Vincent–  significaba para los Jesuitas la prolongación ó la condición de la administración del sacramento de penitencia.49 “Tenian entre si gran odio y capitales enemistades deq se recrecian grandes pelitos pesadumbres y escandalos y aunque muchas personas de calidad hauian puesto lamano enreducirlos apaz todos hauian ya desistido de cosadesauciada. Tomo lamano vno delaCompa yhiço las amistades, estimo en mucho elpuelbo yedificose mucho delas yngeniosas trazas qtienelaCompañia pavnir los discordes. Estaua elpueblo abrasandose enodio y rencor devnos conotros sobre vno delos negoos mas graues q hauian sucedido muchos aos ha y por medio del miso Pe delaCompa se conpuso con granfacilidad, quedando todos dando muchas gras aDios porlapaz dequ goçan.”50 Los Padres y hermanos de la Compañía intervenían en este punto crucial de la vida en policía: las personas compuestas constituían el fundamento del precario equilibrio real y, congruentemente, un punto nodal de la teoría política de la antigüedad, repuesto en primer plano por la teología de la contrarreforma. Los Jesuitas podían tratar con todos y comprar sus tierras, se abocaban a componer a los más enemistados y, por lo demás, a devolver a su camino a las adúlteras y extirpar de los cuerpos el mal, produciendo arrepentimientos convulsos o “arreglando” miembros deformes y restableciendo otros inutilizados. En Santa Fe lo eran todo: mediadores, curadores por la fe, guías espirituales, señal, marca, camino. Estancieros, ganaderos, agricultores y letrados. Cultos en la frontera. Vanguardia allí donde nadie se atrevía a sentar sus reales. Sólo faltaba un milagro... Ex Deiparoe icone sudor prodigiosus emanat: milagro y congregación Que no se hizo esperar. Como se mencionara más arriba, el milagro de la virgen que sudaba, en 1638, parece haber provocado no poca agitación. Según relata un Provincial Jesuita “La gran concurrencia y el entusiasmo religioso, con que esta población acude a las funciones sagradas de nuestra iglesia, re48 Undécima carta escrita por el Padre Provincial Pedro de Oñate, desde Córdoba, rubricada a 17 de febrero de 1620, en Cartas Anuas..., Tomo XX, cit., p. 199. 49 VINCENT, Bernard “Hacer las paces...” cit., p. 191. 50 Undécima carta escrita por el Padre Provincial Pedro de Oñate, desde Córdoba, rubricada a 17 de febrero de 1620, en Cartas Anuas..., Tomo XX, Iglesia, Buenos Aires 1929, p. 199.



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cibió gran auge a consecuencia de algunos prodigios que se produjeron. El primero de ellos, y al mismo tiempo el origen de los demás, fue el de la imagen de la Virgen Inmaculada.51 Habíala pintado, no hace mucho tiempo a esta parte, nuestro Hermano Luis Berger. Un día, estando orando delante de ella el rector del colegio, notó que estaba ella sudando, tan copiosamente, que las gotas del líquido estaban mojando los lienzos y el altar (o armatoste) puestos debajo de ella. Estaba a la sazón el cielo completamente sereno, y seco el cielo raso de la iglesia. Con extrañez se acercó él a la imagen, para indagar este suceso maravilloso. Dióse cabal cuenta, que la humedad salía del mismo cuadro, y la recogió respetuosamente con un paño. Al instante notó también la concurrencia los fieles esta novedad, y se la supo luego en toda la ciudad. [...] Atestiguó también el teniente gobernador haberlo visto, y su propio hermano en recompensa de este celo, alcanzó la curación de su larga enfermedad.”52 La Congregación de Nuestra Señora de los Milagros53 fue un nuevo espacio de convergencia para la consolidación de las relaciones de la Compañía en este espacio. El papel de las cofradías en los siglos XVI y XVII está ligado directamente con las políticas contrarreformistas elaboradas por el Concilio de Trento. Fueron un modo de difusión –fundamentalmente dirigido hacia el mundo campesino– de los modelos de cristiano y de comunidad de fieles formulados por Trento. El comensalismo colectivo, la fraternidad y, en resumen, el modelo de fidelidad y solidaridad que proponían, las constituyeron en un agente centrípeto que aglutinaba, en torno a un motivo religioso, fuerzas sociales cuya homogeneidad en otros niveles era al menos discutible.54 Las formas de la solidaridad propuestas desde la Congregación son varias: asistencia en caso de enfermedad, acompañamiento al enfermo para ayudarle a “bien morir”, oficios religiosos, erogaciones pecuniarias regulares. La puesta en escena en el espacio público, incluía la exhibición y legitimación de un orden 51 El comentarista de la edición, D. Ricardo Caillet-Bois, anota “El hecho es que, en los meses de invierno se puede observar repetidas veces dicha destilación producto de una excesiva humedad atmosférica.” Cartas Anuas…, Tomo XX, cit., p. 772. 52 Decimocuarta carta Anua, rubricada a 13 de agosto de 1637, en Cartas Anuas…, XX, pp. 519 y 520. 53 María, se sabe, fue el eje preferido por Trento para centrar la prédica. 54 Cf. Le Goff, Jacques La baja edad media, SXXI, México, 1985 [1965], trad. de Lourdes Ortiz, 336 pp.; Las Religiones constituidas en Occidente y sus contracorrientes, Siglo XXI, Madrid, 1981 [1972], trad. de Manuel Mellofret, 503 pp. y Le Goff, Jacques –presentador– Herejías y Sociedades en la Europa Preindustrial, siglos XI-XVIII, SXXI, Madrid, 1987 [1968]; MANTECÓN, Tomás Contrarreforma y Religiosidad Popular en Cantabria, Santander, 1990.

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jerárquico. El modelo tridentino, por lo demás, apuntaba al equilibrio social: “... forjar un hombre nuevo, ejemplar, que se edificase a sí mismo y a sus prójimos mediante un modo de vida no conflictivo y participativo en el ritual religioso que se organizaba colectivamente en hermandad.”55 El núcleo activo de la cofradía –en Santa Fe, la Congregación– estaba conformado por los oficiales, encabezados por un Presidente. Si ésta reflejaba la jerarquización social, el hecho de que casi la totalidad de los presidentes de la Congregación hayan tenido rango militar no debe asombrarnos. De hecho, Santa Fe era sobre todo una frontera siempre precaria: con los indígenas, con el imperio Portugués y también en relación a las pretensiones jurisdiccionales de otras ciudades dentro del Virreinato (Córdoba, Santiago del Estero y Buenos Aires), razón por la cual la proporción de vecinos que tenían títulos militares se ajustaba al tipo de comunidad en la cual vivían. La presidencia de la Congregación debía recaer en un hombre justo, modelo de cristiano y de buen sentido. Solo en 1648 no se eligió a un militar sino a un sacerdote, el maestro Rodrigo de Cabrera. Capitanes, generales, maestres de campo y tenientes de gobernador son los títulos que anteceden al nombre de todos los presidentes de esta Congregación desde 1626 hasta finales del siglo XVII. La evidente encarnadura de la misión de frontera con la idea de pacificación de los indios, aparece condensada sin ningún tipo de metáfora. La fusión de la Congregación con vecinos encumbrados como principales miembros y donantes responde sin embargo tanto al modelo “antiguo” (bajomedieval), que al contrarreformista.56 El modelo del “perdón público”, la prédica en torno a María, la exhibición de la jerarquía y la organización de la ayuda mutua, se corresponden nítidamente con los principios tridentinos. Facilitada su difusión por sucesivas concesiones pontificias, las cofradías o congregaciones regulaban y redistribuían la administración de las indulgencias. El carácter propagandístico del ritual católico era eficazmente reproducido por esta institución: “las cofradías se integraban dentro de una concepción jerárquica de la Iglesia tridentina, situándose en una posición intermedia entre Iglesia y sociedad”57 Los listados preparados por Furlong proporcionan material para primeras consideraciones sobre sus integrantes: durante los primeros veinticinco años aparecen, entre algunos pocos más, los nombres de Diego y Juan Resquín, Gerónimo de Rivarola, Juan de Ávila Salazar, Alonso de León, Cristóbal González, Alonso Fernández Montiel, Juan y Bernabé de Garay, Cristóbal de Sanabria y Juan de Osuna. El grupo es fácilmente ubicable: se trata de vecinos, todos con 55 MANTECÓN, Tomás Contrarreforma...., cit., p. 38. 56 MANTECÓN, Tomás Contrarreforma..., cit., p. 41 57 MANTECÓN, Tomás Contrarreforma..., cit., p. 80.



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título militar y capitulares durante uno o más períodos. Los Resquín vendieron tierras a la Compañía; también Alonso de León y Alonso Fernández Montiel. 58 Algunos figuran en la lista de vecinos feudatarios de 1652.59 Este grupo, que no es completamente homogéneo, muestra puntos de coincidencia más allá de la extracción social: si bien las alianzas y las pertenencias a facciones políticas son móviles por definición, la Congregación parece facilitar la convergencia en un espacio de grupos familiares con intereses decididamente contrapuestos. Cristóbal González, los Resquín, los Garay y Juan Arias de Saavedra, emparentados y otrora socios, clientes y frecuentes visitantes de la casa del ex gobernador Hernandarias, cuando éste fue desplazado de la gobernación redefinieron su ubicación en función de intereses inmediatos. El incremento de las relaciones comerciales con Buenos Aires, la progresiva importancia de Santa Fe como punto de paso de la producción yerbatera –antaño combatida por Hernandarias– y la apropiación de diferentes parcelas de la herencia del gobernador –que en materia de derechos de acción de vaquear y tierras fue copiosa y conflictiva– aflojaron aquella tensión “bipolar” de los primeros años, desplazando los ejes de conflicto sobre cuestiones menos ligadas al honor de los linajes que a intereses concretos e inmediatos, relacionados con recursos materiales. Un vistazo a los beneficiados por los “milagros” de Nuestra Señora indica una dirección más redistributiva: conforman una lista de gente que, aunque con menos lustre que los integrantes de la Congregación, no está totalmente desvinculada de los vecinos. Mujeres60 y niños parecen ser preferidos de una Virgen que sanaba a través de las manos de estos militares-congregados en torno suyo. Si bien los nombres proporcionados por Furlong confirman presunciones anteriores respecto del papel que podían tener en la sociedad, los criterios de selección y la movilidad al interior de la Congregación en un período temporal amplio permitiría establecer un nuevo campo de confrontación de datos para la lectura de las relaciones sociales al interior del grupo hegemónico. Un estudio igualmente detallado ameritaría el funcionamiento de las Procuradurías de Santa Fe y Buenos Aires: privados de la posibilidad de ejercer el comercio por mano propia, los Padres se sirvieron de esta institución como agente intermediario entre la producción de los indígenas en las reducciones y sus vinculaciones en la ruta comercial que unía las misiones guaraníticas con las reducciones santafesi-

58 DEEC-SF, EC, LII, 2. 59 CALVO, Luis María “Vecinos encomenderos...”, cit. 60 Desde 1655, las mujeres, además, pueden asistir y votar en la junta directiva, aunque no pueden ser votadas –lo que sí ocurrió desde 1722.

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nas y los mercados del Potosí y el puerto atlántico. Puntos pendientes, para los cuales será necesario acceder a una documentación que no he trabajado.

CAPÍTULO XI La política local como espacio de negociación La ley y su interpretación por el cabildo entre dos gobernaciones (1615-1625)

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l recorte temporal abordado en este capítulo tiene al menos dos características que lo hacen extraordinario: por una parte, incluye la ya mencionada división de la gobernación del Paraguay en dos; por la otra, la documentación disponible sobre los años del último gobierno de Hernandarias y de sus primeros dos sucesores –que exige una investigación colectiva y de largo aliento– es extraordinariamente cuantiosa y rica. Una pequeña muestra de este material, originado en Buenos Aires y en su mayor parte provisto por procesos judiciales librados entre los actores más notables de esta etapa de la historia rioplatense, es examinado aquí en relación con lo que ofrecen los archivos locales. La creación de la gobernación del Río de la Plata con cabecera en Buenos Aires ratificaba a finales de 1617 lo que los agentes percibían como una verdad a gritos desde finales del siglo XVI. La nueva sede del poder político bien pronto se fortaleció con la creación del obispado del mismo nombre (desprendido en 1620 del de Asunción) y la consolidación de la situación central de Buenos Aires –a la cual había quedado sujeta Santa Fe desde diciembre de 1617– se consolidó en 1661 con la erección del primer Alto Tribunal en rioplatense, la Real Audiencia de Buenos Aires.1

El reacomodamiento jurisdiccional –se ha dicho ya– significó un duro golpe para Hernandarias de Saavedra, quien el 13 de agosto de 1620, lo relataba en primera persona en una carta a Felipe III en estos términos: “Por fin de Agosto proximopassado di quenta a Vm de la llegada del Governador don Diego de Gongora misucessor destepuerto de buenos ayres y decomo meprendio y quito los autos dela comision en quemehallo occupado inpidiendo el castigo ynfor1

[2012] Para una consideración más actualizada de la relación entre Buenos Aires y sus ciudades sufragáneas remito a mi propio trabajo: “Tras las huellas de un territorio (1513-1794)”, capítulo 2 de FRADKIN, Raúl (director) Historia de la Provincia de Buenos Aires – Tomo II – De la conquista a la crisis de 1820, colección dirigida por Juan Manuel Palacio, UNIPE-EDHASA, Buenos Aires, 2012, pp. 53-84.

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macion que V. M por ella manda se haga delos desordenes de la navegaciondel, prissiones destierros y diversoscastigos que hasta entonces se avian hecho en los ministros della...”2 Hernandarias relataba al Rey su versión de los hechos: el nuevo gobernador lo había desplazado impidiéndole perseguir y castigar a los responsables de “los desórdenes de la navegación”, es decir, del contrabando o comercio directo con naves de bandera no autorizada.3 Pero no omitía la dimensión política que sustentaba esa incardinación a nivel local, demostrada acabadamente en los trabajos de Jorge Gelman y Zacarías Moutoukias para el puerto de Buenos Aires. Hernandarias, relegado a cumplir su mandato en la gobernación de Asunción –pero virtualmente impedido de hacerlo, puesto que Góngora lo había puesto en prisión– afirmaba que el gobernador entrante lo había detenido para conformar los cabildos “...eligiendo paratodo alcaldes asuporpossito y delos mas culpados en ella [en la causa sobre la “navegación” iniciada por él mismo en Buenos Aires desde 1615. D. B.], estando por sentencia que les di condemnados en mucha suma de plata y pribacion de officio real siendo el Govº del dicho Governador Diego de Vega mercader portugues y juan de Vergara anbos honbres muy poderossos y el origen y causa de todos desordenes deste puerto...”4 ¿Cómo se había logrado esto? El exgobernador sugiere cuál fue el camino de la construcción de las coaliciones: conocía al dedillo los efectos de un papel librado pocos meses antes en Charcas. Juan de Vergara, continuaba Hernandarias, tenía “...todo el cuerpo del cavildo por aver traydo delpiru donde hiço fuga por sus delitos, conpradoslos regimientos del para sí y para sus deudos, con 2 3

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AGI, Charcas, 27, R. 10, n. 113. Clave que atraviesa todos los análisis del período. El fuerte de esta documentación se encuentra transcripto en la Colección Gaspar García Viñas, de la Biblioteca Nacional, y comprende más de 8000 fojas sólo en lo que refiere a expedientes relevados que involucran directamente a estos tres actores (Hernandarias, Juan de Vergara y Diego de Vega). Por otra parte, he relevado la existencia de documentación asociada en el Archivo de Indias, en las Secciones Escribanía, tomos 880, 892, 963, 965, 1186 y 1188, más los que aquí trabajo, casi todos ellos tomados de la Sección Charcas e Indiferente 421. El volumen del material –que incluye el famoso “juicio de las 30000 fojas”, pleito en el que se enfrentan Hernandarias y Vergara, es a tal punto intimidante que, en rigor, no parece abordable a partir de un trabajo individual. En cuanto a la bibliografía más accesible sobre el tema, Cfr. por ej., MADERO, Eduardo Historia del Puerto de Buenos Aires, Buenos Aires, 1892. CERVERA, Manuel Historia... cit.; Cfr. MOLINA, Raúl Alejandro Hernandarias.... cit;, SIERRA, Vicente Historia de la Argentina, T. 2, Buenos Aires, 1970. Rosa, José María Historia Argentina, Tomo I, cit.; Roverano, Andrés Santa Fe la Vieja, cit.; TISCORNIA, Ruth Hernandarias Estadista…, cit.; y La política económica rioplatense de mediados dels siglo XVII, E.C.A, Sec. de Cultura de la Presidencia de la Nación, Buenos Aires 1983, 485 pp. GELMAN, Jorge Daniel Economie et administration locale… cit. y MOUTOUKIAS, Zacarías Contrabando y control colonial... cit. AGI, Charcas, 27, R. 10, n. 113.



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que [...] es dueño destarepublica, para conseguir la vengª suya y de los demas pesquisados...”.5 Vergara había logrado comprar las regidurías de Buenos Aires, pero otra persona –que a priori podemos considerar muy allegada a Hernandarias de Saavedra– se ocupaba en La Plata de los mismos negocios para la gobernación del Tucumán: hacia 1621, Gerónimo Luis de Cabrera, yerno del gobernador del Paraguay, compró las regidurías de la ciudad de Santiago del Estero en la misma almoneda en que, un año antes, Juan de Vergara había adquirido las de Buenos Aires, donde sentó a los enemigos de su suegro. 6 Pero el yerno de Hernandarias, se verá, no tenía en sus planes colaborar con su suegro; no sólo no le brindó apoyo desde el cabildo santiagueño sino que, en más de una oportunidad, contrajo cuentas en tiendas de Santa Fe que dejó como presente griego a su suegro.7 Sobre esta base se ha caricaturizado una imagen que presenta dos bandos: los beneméritos (ligados al la condición de boni homini, descendientes de conquistadores, que accedieron a los cargos capitulares por mérito, honor y prestigio) y los confederados, cuyo acceso a la vida política rioplatense se vincula con el contrabando, el rápido enriquecimiento y la adquisición de cargos venales para controlar el poder político.8 Como toda caricatura, se basa en algunos datos que son incontestables, pero que calibrados desde el análisis configuracional, pueden mostrar otras caras. Por este motivo expondré las diferentes y complejas direcciones que tomaron las relaciones entre –por una parte–  la venalidad de los cargos capitulares y su aprovechamiento desde cualquiera de los supuestos bandos en pugna y –por la otra– entre la gobernación de Buenos Aires (donde aparentemente ascendían los “confederados”) y la ciudad de Santa Fe (también aparentemente, bastión de los “beneméritos” en retaguardia). La patrimonialización de los oficios capitulares: diferentes caras de la venalidad La historiografía santafesina no registran trabajos sobre “cargos venales”. La deuda es comprensible, en la medida que los archivos locales no ofrecen demasiada información al respecto. El problema, aunque difícil, puede abordarse de todas maneras considerando que ciertos oficios se patrimonializaron sin pasar por la almoneda. En efecto, tomando en cuenta la circulación de favores en5 6 7 8

AGI, Charcas, 27, R. 10, n. 113, ff. 1 y 2. AGI, Charcas 67, n. 54. Véanse las agrias quejas de la viuda de Hernandarias, Jerónima de Contreras, al redactar los codicilos a través de los cuales disminuía lo que podía dejaba a su desamorado yerno. DEEC–EC, LII, 10, también publicado en ZAPATA GOLLÁN, Agustín Obras Completas... cit., Vol. IV. Me refiero a los trabajos de Raúl A. Molina, Ruth Tiscoria, Carlos Aranguren y José María Rosa, entre otros. Actualmente es la posición que agita un mediático mitificador serial. Véase PIGNA, Felipe Los mitos de la historia argentina, Vol. I, Norma, Buenos Aires, 2004, p. 111 y ss.

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tre gobernadores y sus hombres de confianza, puede constatarse la existencia de oficiales que tienen presencia prolongada en el cabildo porque representaban intereses concretos de su patrón político y mentor. Fueron instalados en oficios vendibles del cabildo santafesino pero sin mediar pregones en la plaza potosina ni precios en pesos de plata. Por otra parte, se verá, la presencia de estos agentes en el ámbito capitular no está exenta de conflictos, y gracias a ellos puede leerse la configuración que, en algunos casos, alcanzó los más altos niveles del gobierno colonial. La “venalidad” de un oficio –o su patrimonialización por otras vías– no deben vincularse, como lo hizo la historiografía antes citada, con la corrupción. Esto era moneda corriente en la monarquía de los Austrias, que apelaron a la venta de oficios capitulares para recaudar fondos. Por este motivo se la llamó una “monarquía en venta”.9 El tema de la venta de oficios está contenido también en las “cartas de audiencias”10 y Reales Cédulas sobre oficios:11 entre 1624 y 1628, la correspondencia entre la Real Audiencia de Charcas, el Consejo de Indias y Felipe IV abordaba la discusión de los oficios vendibles y renunciables,12 tratando como siempre de evitar la venta de los oficios jurisdiccionales (esto es, los de jusitica) y de establecer algún tipo de normativa más o menos homogénea para el virreinato. Ahora bien ¿cómo funcionaba la venalidad? Una explicación clara puede extraerse de la compra que Juan de Vergara hizo de las regidurías de Buenos Aires. En marzo de 1619 se sacaron a la almoneda (a remate público) en Potosí los seis regimientos de Buenos Aires. Vergara, quien parecía comprar al comienzo sólo el primer asiento (el documento dice “de primer boto”), tras los treinta pregones y algunas negociaciones, acabó por adquirir todas las sillas: había comprado “...seis regimientos que en aquella civdad se elegian y nombravan cada año con termino [...] aviendo echo postura juandevergara a los dichos seys regimientos para las personas que señalase se le admitio...”.13 El texto del escribano es claro: los “regimientos” eran elegibles, pero los asientos serían ocupados por las personas que su titular señalase. La desnaturalización del oficio no debe cuestionarse en función de valores extemoporáneos: su “venalidad” ponía en manos del mejor postor la elección de agentes locales 9

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[2012] El problema es denso en contenido jurídico. Expuse in extenso sobre esta cuestión en “Ordenamiento jurídico y política en los bordes de la Monarquía Católica. Reflexiones en torno al oficio de alguacil mayor (Santa Fe, gobernación del Río de la Plata, 1573-1630)”, en Revista de Historia del Derecho, Núm. 39, Buenos Aires, 2010. AGI, Charcas, 16, 17, 18, 19, 20, 21 y 32. AGI, Indiferente, 429, Leg. 37, f. 100, por ejemplo. AGI, Charcas, 67. AGI, Charcas, 66, n. 32.



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en contra de lo que había sido la regiduría en sus orígenes en el siglo XIV, esto es, la creación de un cargo municipal donde el Rey podía colocar sus candidatos para controlar a las oligarquías locales. Cabe aclarar que, de cualquier modo, la venalidad de las regidurías no fue el origen de la pérdida del poder regio en las ciudades sino al contrario, la transformación de esa situación de hecho en una nueva fuente de ingresos para las alicaídas arcas regias. El Archivo de Indias resguarda uno de los pocos títulos que se conservan sobre venta de oficios de la ciudad de Santa Fe: la venta del título de “...escribano publico y de cabildo de la ciudad de santafe de la gobernacion de paraguay...” extendida a nombre de García Torrejón. La venta de este oficio no representaba ningún problema: a pesar de su importancia (los escribanos eran los portadores de la cultura jurídica y de los saberes judiciales de la ciudad), no se trataba de un oficio electivo ni jurisdiccional, y su puesta en almoneda no era objeto de discusión. Este título fue otorgado en la ciudad de La Plata, en el año 1603, y lo rubricó Alonso Navarro como Escribano de la Audiencia de los Charcas.14 El título costó a García Torrejón 1850 pesos15 que, como había sido informado en el pregón de la almoneda y era usual, podía pagarse en tres veces y hasta en dos años. La entrega fue de un tercio del precio (627 pesos) y, el resto, a pagar en los dos años siguientes. García Torrejón –como muchos– compraba un cargo en una ciudad que abandonaba inmediatamente. En ella quedaba, obligado a pagar, su fiador, Hernando Alonso Truxillo, quien aseguró que debía a García Torrejón una suma similar por conciertos anteriores.16 Con todo, el flamante escribano de Santa Fe –lo fue hasta 1627– inició su viaje desde el Alto Perú a comienzos de 1604 con título y copia rubricada por el escribano del Rey. Indicios de una venalidad velada El último día del año 1621, el cabildo comisiona a un tal Alonso Navarro para que “...contradiga ante la Real Audiencia de La Plata...” la venta de oficios, de manera especial el de Fiel Ejecutor.17 Ningún precedente permite pensar que este oficio hubiera sido venal en Santa Fe hasta la fecha. De hecho, como ya se ha dicho, hasta 1620 fue ejercido rotativamente entre los regidores electos (o “sorteados”). Pero en la sesión del 7 de junio de 1621 el Cuerpo dio traslado a una

14 AGI, Charcas, 64, n. 67. 15 Piénsese que el arancel por hoja de saca (copia) era en Santa Fe, hacia 1627 y hasta en 1640, de un peso por cada una. DEEC-SF, EC, LII, 10. 16 AGI, Charcas, 64, n. 67. 17 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 364 a 365 v. Curiosamente, las fojas están casi en blanco: solo tienen el encabezado y los testigos, pero no el traslado del texto del poder.

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Real Cédula que mandaba la venta de este oficio en la ciudad y, como se dijo, a fin de año se resolvió cuestionar la iniciativa regia. Finalmente, las actas no registran muchas discusiones sobre el asunto y durante 1624 el cuarto regidor, Diego Hernández, ejerció el oficio todo el año y al año siguiente la elección recayó nuevamente en el cuarto regidor, Francisco Ramírez de Gaete. En 1628 fue electo Lencinas, regidor segundo. El oficio de Fiel Ejecutor, cuyos alcances y funciones ya fueron señalados, resultaba a primera vista más una carga que un privilegio. Quien recibía “el turno” no siempre quería hacerse cargo de todo cuanto se le exigía. En 1618, no habiendo quien se ocupara del abasto de carne, se decidió que fuera el fiel quien controlara la rotación semanal de los capitulares para hacerse cargo del faenamiento de carne para toda la ciudad.18 En la primera sesión de 1620, quizás conociendo que un título sería puesto en venta, el Cabildo resolvió que el cargo de Fiel Ejecutor, en adelante, tuviera carácter anual.19 Durante la extraña elección de 1621 –en varios sentidos, si se considera, por ejemplo, que se da la re-elección de un Alcalde de Primer voto, lo que no estaba permitido y es verdaderamente excepcional–,20 el fiel ejecutor fue electo –por vez primera–  por pluralidad de votos. En este sentido, la petición del cuerpo respecto de que no se venda especialmente el oficio de fiel ejecutor y una elección reñida despiertan sospechas: la coincidencia del pedido con el cambio en la duración del oficio y la pérdida de unanimidad en lo que hasta entonces era un trámite, sugiere que el título efectivamente pudo haber sido comprado por alguien influyente –de Santa Fe o de Buenos Aires– y que los capitulares, como en tantas ocasiones, eran inducidos verbalmente a elegir al propietario del título.21 Pero lo que es verdaderamente curioso –y desde el itinerario del curso de la investigación, fue además azaroso– es ver a quién se extendió el poder para contradecir la venta de oficios frente a la Real Audiencia de Charcas: se dijo que Alonso Navarro, pero ¿quién era este escribano que aparece en Santa Fe hacia 1621, mientras el cargo de Escribano Público y del Cabildo era ejercido, en la ciudad, por García Torrejón? Se trataba del escribano que escrituró en La Plata la venta del título de aquél a quien reemplazaba... Promediando la primera 18 19 20 21

AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, f. 175. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 304 v. a 307. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 336 a 341 v. La queja por presiones obligando a realizar ciertas elecciones es frecuente. Por ej., el 1 de enero de 1619 el alcalde de primer voto entrante, Bernabé Sánchez, denunció al Alcalde Juan de Arce por presionar sobre los electores para que voten a Antonio Tomás de Santuchos, defensor de naturales, de quien Arce era pariente (AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 211 y ss.) Las instrucciones dadas por el cuerpo a Domingo de Leyva en 1625, dan cuenta en cambio de las presiones de otras autoridades, tales como el mismo teniente de gobernador (AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 239 a 240 v.)



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mitad del siglo, Navarro recibió el curioso mandato de contradecir aquello que él mismo certificaba. Esta situación, como tantas otras, no eran extraordinarias. Breves apuntes sobre la patrimonialización del oficio de alguacil mayor Poco después del remate del alguacilazgo mayor de Buenos Aires en Cristóbal Ortiz de Riquelme (Potosí, 1603), una Cédula dirigida al gobernador rioplatense en 1604 recuerda la prohibición vigente para la venta de oficios de pluma y de república.22 Dirigiéndose a Hernandarias de Saavedra, Felipe III decía que no tenía ya oficios para premiar a los conquistadores por sus servicios y, obligarlos a comprarlos –cosa que evidentemente sucedía– acarrearía serios agravios para los vecinos, ya que por una parte podría empobrecer a los vecinos más “cortos” de bolsillo y por la otra facilitar el acceso a lugares de influencia local a “portugueses y extranjeros”, quienes eran identificados como aquellos que disponían de mayor capacidad para adquirirlos.23 En esta Cédula –copiada en el libro del cabildo santafesino el 27 de julio de 1605 y vuelta a transcribir el 22 de mayo de 1660, a pedido del Sargento Mayor Antonio de Vera Mujica– el monarca listó los oficios que suplicaba que no fueran vendidos, y allí figuran los regimientos –de cuyas ventas como se vio hay constancia– así como el oficio de alguacil mayor. El Rey mandaba también “…que si alguno de los tales oficios se hubieren vendido de tres o cuatro años a esta parte, sin particular orden y licencia mía, no pase adelante la venta, ni sean admitidos al uso dellos, y porque quiero saber si en esas provincias se han vendido algunos oficios y cuándo y cuáles son y con qué orden y a qué personas y por qué cantidad, y si es justo venderlos o no, y de lo que conviene proveer cerca dello, os mando me enviés relación dello con vuestro pareces, para que visto se provea lo que convenga, y en el entretando guardaréis las leyes, premáticas y cédulas Reales que sobre esto están dadas.”24

22 Real Cédula – Al gobernador del Río de la Plata que informe sobre que aquellas provincias se mande que ningún oficio de pluma, ni de república no se venda – en Lerma, el 26 de agosto de 1604. En la copia que recibió el cabildo santafesino y que fue trasladada al copiador en 1660, puede leerse con toda claridad: “...que ningún oficio de Republica, pluma regimiento, alguacilasgo maior ni menor no se vendiesse...” AGSF, Cédulas Reales y Provisiones, Tomo I bis, f. 38. 23 Sobre esta situación en América, en general, véase GARCÍA BERNAL, Manuela Cristina, “Las elites capitulares indianas y sus mecanismos de poder en el siglo XVII”, en Anuario de estudios americanos, Sevilla, Tomo LVII, no. 1, 2000, pp. 89-100; sobre Buenos Aires, Gelman, Jorge Daniel, “Cabildo y élite local...”, cit. 24 Konetzke, Richard Colección de Documentos para la Historia de la Formación Social de Hispanoamérica (1493-1810), Volumen II – Primer Tomo (1593-1659); Segundo Tomo (1660-1690), CSIC, Madrid, 1958 – Doc. 70, pp. 111-112.

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En Santa Fe el oficio de alguacil (sin más) fue creado en 1575, en el contexto de un levantamiento indígena y una apremiante situación defensiva por falta de hombres armados. El oficio fue ejercido ese año por el procurador Romero, pero en adelante fue desempeñado por una persona que no ocupaba otro cargo sino excepcionalmente y, además, en todos los casos lo retuvo por períodos mayores a un año. A partir de 1578 se realizó la distinción entre alguacil mayor y alguaciles menores; éstos podían ser elegidos por el cabildo o designados por el alguacil mayor, quien, dependiendo de los alcances del título, podía tener o no derecho a hacerlo. Si bien en las leyes castellanas y en las dadas para “Indias” estaba previsto que el nombramiento de los alguaciles mayores debía realizarlo el alcalde ordinario, en la gobernación rioplatense (tanto en Asunción como en Santa Fe, ciudad sufragánea) los títulos fueron emitidos por los gobernadores o sus tenientes, lo que también era procedente; el alcalde de primer voto, en cambio, realizaba la ceremonia y la entrega formal de la vara del alguacilzago.25 Otra sutileza que permiten verificar las actas capitulares es que, durante el período para el cual tenemos documentación,26 el oficio de alguacil mayor fue desempeñado por unos pocos hombres muy relacionados entre sí. Bernabé Luján presentó ante el Cabildo un título extendido por Juan de Garay y asumió el 18 de agosto de 1578. El título aseguraba que Luján era un hombre en el cual concurrían “las calidades que se requieren para lo de yuso contenido y de buena fama y bida en la mejor forma yvia que de derecho abia lugar.”27 A la muerte de Garay, en 1583, el Licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón –adelantado, gobernador, capitán general y justicia mayor de la provincia del Río de la Plata– nombró como su lugarteniente a Juan de Torres Navarrete. Éste, que había sido designado como capitán general, justicia mayor y alguacil mayor en nombre del adelantado,28 extendió a su vez un nuevo título de Alguacil Mayor a Sebastián de Aguilera, mancebo en 1572, contrarrebelde en 1580,29 y regidor en 1583.30 Ese año fueron recibidos como alguaciles menores Juan Rodríguez Vancalero 25 De hecho, cuando Garay asumió como Alguacil mayor en Asunción, tomó la vara de la mano derecha del alcalde de primer voto, por entonces Martín Suárez de Toledo (quien luego fue su consuegro) 26 Cono se ha señalado, sólo están disponibles las actas de los períodos: 1575-1595, 1615-1628 (solo alguna del último año), 1636-1640 y desde 1646 en adelante. 27 AGSF-ACSF, Tomo I, Primera serie, ff. 31-32, sesión del 18 de agosto de 1578. 28 AGSF-ACSF, Tomo I, Primera serie, f. 54, sesión del 23 de diciembre de 1583. 29 Uno de los contrarrevolucionarios del movimiento de 1580, ligado a Garay desde Asunción, integrante de la hueste fundadora de la ciudad y, tras la revuelta de la noche de Corpus, miembro notable del incipiente grupo de los beneméritos santafesinos. Véase Darío Barriera, “Conjura de mancebos…”, cit. 30 El recibimiento de Sebastián de Aguilera como Alguacil Mayor fue el 11 de enero de 1584. AHSF–AC, Tomo I, Primera serie, ff. 67-68.



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(designado por el teniente Gonzalo Martín de Guzmán)31 y Felipe de Montoya.32 Sin embargo, el 4 de enero de 1585 Felipe de Montoya presentó un título de alguacil menor pero extendido por el alguacil mayor Aguilera.33 En los títulos que se extendieron en Santa Fe, figuraba expresamente que el fiador se obligaba a presenciar el juicio de residencia que se incoaría al alguacil al final de su mandato y se comprometía a no huir de la ciudad desde el día en que se pregonara hasta su finalización, así como también se obligaba a pagar los daños e intereses que resultaran de la misma. El 18 de mayo de 1584 Juan Rodríguez Vancalero fue nombrado macero del cabildo y el año siguiente, Montoya fue recibido nuevamente por el Cuerpo como alguacil menor, pero –como se dijo– con un título extendido por el alguacil mayor Sebastián Aguilera y con la fianza de Pedro de Espinosa: todos estos hombres pertenecían al grupo ligado a Garay y a la represión de los rebeldes de 1580, conformado como “benemérito”.34 Poco después, en 1590, Sebastián de Aguilera fue nombrado finalmente alcalde ordinario y Juan Ramírez (quien había sido uno de sus alguaciles menores) gozó del título de alguacil mayor, y se le encomendó representar a la ciudad ante la Real Audiencia de Charcas. Esta sucesión no refiere a un cursus honorum sino a una rotación entre hombres que se repartían roles guardando alguna jerarquía conforme a sus edades, su riqueza, su disponibilidad para el movimiento y su preparación para las funciones que asumían en la conducción del gobierno de la ciudad. Cuando se realizó el recibimiento como alguacil mayor de Felipe Juárez el 18 de junio de 1592 se corrió traslado del título en el libro, se le entregó la vara de la justicia y se recibió su juramento así como el de su fiador, Alonso de San Miguel. En la copia del título puede leerse con claridad que el oficio estaba “vaco” porque su anterior titular se había ido de la ciudad. El Cuerpo realizaba el nombramiento hasta tanto su Majestad proveyera otra cosa. “…por lo que conviene al real servicio del Rey Nuestro Señor y buena ejecución de la real justicia, conviene nombrar una persona que sea de confianza que en esta dicha ciudad use y ejerza el dicho oficio de Alguazil Mayor para todo lo que tocare a la buena Administración de la real justicia, por tanto por el presente confiando de vos Felipe Suárez, vecino de esta ciudad que como hijo idalgo y que habéis servido en todas estas provincias del Río de la Plata acudiendo a todas las ocasiones que se han ofrecido al real servicio, 31 AGSF-ACSF, Tomo I, Primera serie, ff. 76-76v. 32 AGSF-ACSF, Tomo I, Primera serie, ff. 78 v y 79, sesión del 1 de junio de 1584. La fianza es de Alonso Ramírez. 33 AGSF-ACSF, Tomo I, Primera serie, f. 90 v., sesión del 4 de enero de 1585. 34 AGSF-ACSF, Tomo I, Primera serie, f. 90 v., sesión del 4 de enero de 1585.

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todo a vuestra costa y misión, con vuestra persona, armas y caballos como bueno y leal vasallo de su majestad atento a lo cual y que bien y fielmente haréis y usaréis lo que por mi os fuere encargado como es [roto]”35 Del nombramiento también se desprende el vínculo entre el oficio y la administración de la justicia –esto es, que se trataba de un oficio jurisdiccional– así como el hecho de que entre los méritos suficientes del vecino no era menor el de haber servido al Rey en estas provincias tomando a su cargo los costos que esto implicó –seguido de la promesa de continuar haciéndolo. A cambio, el nuevo título proporcionaba a su poseedor ventajas, las cuales quedan libradas al conocimiento y posibilidades de aplicación local de la siguiente sentencia, presente en el título que había recibido Garay catorce años antes: “…y llevaréis los derechos anexos y pertenecientes al dicho vuestro oficio conforme al arancel de su majestad de Indias…”36 El texto también manifiesta la capacidad que su titular tendría para nombrar alguaciles menores y alcaldes de cárcel, con el solo requisito de elegir para ellos a personas de “calidad y suficiencia”. Sus subordinados tendrían por función hacer las “…ejecuciones, rondas, atalayas, que viereis que conviene y en ello pondréis gran solicitud y cuidado como de vos tengo confianza…”.37 El voto del alguacil mayor Cuando Bernabé Luján asumió su vara el 18 de agosto de 1578, su título indicaba que era “alguacil mayor desta ciudad con boz y boto en el cabildo como cada uno de los otros regidores...”38 El título de Sebastián de Aguilera (1584)39 nada dice sobre su capacidad de “voz y voto”, y se verifica que votó en todas las sesiones de las cuales participó. En un acta de mayo de 1584, donde se asienta la elección del Alférez de la ciudad, se lo nombra después de los alcaldes y antes de los regidores, “juntos en su cabildo y ayuntamiento” y se hace expresa mención a que todos han votado y hecho alférez real a Diego Tomás de Santuchos, un regidor; lo mismo cuando recibieron a los alguaciles menores en junio del mismo año, o 35 Felipe de Cáceres, 17 de junio de 1592. AGSF-ACSF, Tomo II, Primera serie, f. 141 v (presentación) f. 143 (copia del título). Sesión del 18 de junio de 1592. Todos los énfasis me pertenecen. 36 Felipe de Cáceres, 17 de junio de 1592. AGSF-ACSF, Tomo II, Primera serie, f. 141 v (presentación) f. 143 (copia del título). Sesión del 18 de junio de 1592. 37 Felipe de Cáceres, 17 de junio de 1592. AGSF-ACSF, Tomo II, Primera serie, f. 141 v (presentación) f. 143 (copia del título). Sesión del 18 de junio de 1592. 38 AGSF - Actas Capitulares del Cabildo de Santa Fe [en adelante ACSF], Tomo I, Primera serie, ff. 31-32, sesión del 18 de agosto de 1578. 39 AGSF-ACSF, Tomo I, Primera serie, ff. 67-68.



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cuando se realizaba la designación de un fiel ejecutor. Aguilera, como alguacil mayor, participó incluso en la elección de capitulares del año siguiente. El título de Felipe Juárez (junio de 1592) habla de recompensa y costos asumidos; nada se dice de su capacidad de voz y voto, pero en las actas consta que ejerció ese derecho, asumiendo que se contaban entre “…los derechos anexos y pertenecientes al dicho vuestro oficio conforme al arancel de su majestad de Indias…”40 Sin embargo, antes de que finalizara el siglo se presentaría la primera diferencia expresa en un nombramiento: el 2 de abril de 1593, Felipe de Cáceres extendió el título a otro vecino, Pedro de Medina; la circunstancia fue nuevamente la de cubrir una vacancia dejada por el anterior alguacil mayor, ausente atendiendo asuntos de la ciudad fuera de ella –la mencionada comisión. La primera particularidad reside en que el Alguacil comisionad no dejó un lugarteniente, lo cual era posible; la segunda residía en que el título expresaba que no tenía derecho a voto en el cabildo: “…os nombro, elijo, creo y señalo por tal Alguacil Mayor de su magestad según que es uso y su magestad manda, de esta dicha Ciudad, sus términos y juridicción, y mando a todas las justicias ordinarias, vecinos y moradores, Cabildo y Regimiento de esta dicha Ciudad, que juntos en su Cabildo y Ayuntamiento como lo han de uso y costumbre, os reciban y admitan al uso y ejercicio de tal Alguacil Mayor en la dicha Ciudad excepto es el voto…”41 Cuando Sebastián de Aguilera volvió a ser nombrado alguacil mayor en 1593 por Fernando de Zárate, gobernador y justicia mayor del Paraguay y Tucumán (sic) su título consignaba que se le nombraba con voz y voto.42 Lo mismo sucedió cuando asumió el nuevo teniente de gobernador (Luis de Abreu de Albornoz): el 28 de junio de 1594 nombró como alguacil mayor a Alonso de San Miguel (fiador de Felipe Juárez), lo hizo también en nombre del gobernador de ambas gobernaciones y con voz y voto en el cabildo.43 Este participó de las elecciones de 1595 y su voto está claramente asentado. El título que presentó Alonso de San Miguel estaba expedido en Córdoba, por Fernando de Zárate, el 20 de junio de 1594.44 40 Felipe de Cáceres, 17 de junio de 1592. AGSF-ACSF, Tomo II, Primera serie, f. 141 v (presentación) f. 143 (copia del título). Sesión del 18 de junio de 1592. 41 AGSF-ACSF, Tomo II, Primera serie, f. 156, sesión del 2 de abril de 1593, su fiador fue Francisco Fernández, el énfasis me pertenece. 42 “…vos nombro, crio y señalo por alguacil mayor de la dicha ciudad de Santa Fe y de todo su distrito y jurisdicción con voz y voto en cabildo, primero que los regidores de él…” AGSF-ACSF, Tomo II, Primera serie, ff. 170-171 v., sesión del 25 de octubre de 1593. Fianza de Francisco Resquín. 43 AGSF-ACSF, Tomo II, Primera serie, ff. 189-191v., sesión del 28 de junio de 1594. Fiador Antonio Tomás de Santuchos. 44 La copia en AGSF-ACSF, Tomo II, Primera serie, f. 192.

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Hasta finales del siglo XVI, los alguaciles mayores, entonces, ejercieron su oficio en el cabildo santafesino con voz y voto, salvo una primera excepción expresa.45 Pero hacia el primer cuarto del siglo XVII, el alcance que sus titulares y quienes los apoyaban pretendían dar al oficio generó fuertes controversias, y su capacidad de intervenir en las reuniones capitulares con “voz y voto” se convirtió en el ojo de la tormenta.46 Tres episodios muestran que los mismos agentes, en diferentes configuraciones, hacen disímiles interpretaciones de las normas para conseguir diferentes objetivos. Un alguacil indignado El 1 de enero de 1617 Cristóbal González abandonó ofuscadamente su oficio de alguacil mayor: furioso, arrojó su vara de la justicia porque se le había privado de voz y voto. El detonante de la escena fue la lectura de una ordenanza por parte del alcalde Bartolomé de Angulo, de cuyo texto se colegía claramente que el alguacil mayor no podía votar en las sesiones, como lo venía haciendo. Tras la rabieta, el Cabildo conminó a González para retomar la vara que traía desde 161547 bajo las condiciones que imponía la citada ordenanza: no le daban voz y voto. El alguacil pretendía conservar las prerrogativas que había tenido hasta el presente e hizo constar que elevaría una queja al Gobernador; pronto cumplió con lo prometido. 45 En Buenos Aires, idéntico problema se había planteado a Antonio Bermúdez, quien también tuvo un conflicto con el cabildo cuando le negara la prerrogativa de voz y voto en 1590; en este caso, el cuerpo le pidió que presente una “cédula particular del Rey Nuestro Señor” que se lo diera. LÓPEZ, Vicente Fidel Acuerdos..., Tomo I, cit., p. 97, sesión del 12 de noviembre de 1590. 46 Las actas capitulares santafesinas de los años 1596 a 1614 inclusive no se conservan. Manuel M. Cervera, tratando de reconstruir la composición capitular de esos años a partir de otros documentos, sugiere que Alonso Fernández Romo fue Alguacil Mayor en 1606 (a partir de un acta del Cabildo de Buenos Aires) y, partir de una escritura, que Lázaro Antonio Guzmán lo fue en 1610. CERVERA, Manuel Historia…, it., , Tomo III, p. 215. Bayle cita algunos casos que, si estuvieran estudiados detalladamente, podrían compararse con lo sucedido en Santa Fe. Bayle, Constantino, S. J. Los cabildos seculares..., cit., p. 131. 47 Lo había precedido Juan Bautista de Vega (falta el acta del día en que fuera recibido por el cabildo; copia del título extendido por el Gobernador Francés Beaumont en AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, ff. 9-9v, sesión del 19 de enero de 1615 ). Para cubrir un breve período de ventana entre su ¿renuncia? y la asunción de Cristóbal González, el 10 de mayo Hernandarias (quien había confirmado a Vega el 3 de abirl de 1615) expidió un título de Teniente de alguacil mayor a favor de Blas de Benencia. El título de alguacil de Cristóbal González tiene fecha del 16 de mayo. AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, ff. 23 y 30-32, y en la sesión del 16 de mayo asumen ambos, el alguacil y el teniente, designados por el gobernador. El 19 de junio de 1615 se registran las copias de los títulos. Cristóbal González ese año es regidor y en las sesiones posteriores a la de su asunción (el 10 de mayo) está presente y firma como tal. Los fiadores de Cristóbal González fueron Sebastián de Aguilera y Antonio Tomás de Santuchos, AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, ff. 26v.-27v., sesión del 27 de mayo de 1615.



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La firmeza del Cuerpo se debilitó el 29 de enero de 1617, cuando acató un auto del gobernador Hernandarias solicitando la restitución del uso de “voz y voto” al alguacil mayor Cristóbal González.48 El gobernador torcía el brazo del cabildo volviendo a instalar un uso que había sido descontinuado, hasta donde ha podido constatarse, por segunda vez. ¿Por qué el cabildo había prohibido el voto a González de pronto? ¿por qué había intervenido el Gobernador? ¿Quién era el hombre que había decidido abandonar la vara de alguacil mayor si el cabildo no aceptaba que ejerciera su oficio con el uso de voz y voto? La primera pregunta tiene una respuesta jurídicamente simple: el Cabildo lo había prohibido porque podía hacerlo. A pesar de los años de uso y práctica, existían piezas normativas (no solo la citada ordenanza, también provisiones y Reales Cédulas) que avalaban a los capitulares para realizar tal prohibición. Lo único que hizo el Cuerpo fue utilizarlas, ponerlas de manifiesto en ese momento. De cualquier modo, tal condición de posibilidad no agota la explicación. Subsiste el interrogante por las motivaciones de los agentes. Si podían hacerlo: ¿por qué no lo hicieron antes? ¿Por qué ese cabildo frente a este alguacil mayor? ¿Por qué en ese momento y, no, por ejemplo, el año anterior? Para ofrecer un intento de respuesta, entonces, debe al menos intentarse caracterizar quién era Cristóbal González, lo cual –en el lenguaje del mundo que tratamos de comprender– quiere decir tratar de conocer cuáles eran sus vínculos, sus relaciones y hacia dónde y con qué intensidad fluía el contenido de sus lealtades familiares y políticas en el contexto en el cual se produce la suspensión del uso de voz y voto para el oficio cuyo título detentaba. Este Cristóbal González era hijo de un extremeño homónimo que no había formado parte de la hueste que acompañó a Garay en la fundación de la ciudad de Santa Fe, pero que había recalado con una importante foja de servicios –la cual incluía el haber hecho parte de la armada que fue a la población del estrecho de Magallanes con Alonso de Sotomayor en 1581.49 A juzgar por la ubicación de su solar en la planta de la urbis (frente a la plaza), su rápida integración al cabildo –como regidor en 1592– y su tarea como poblador de estancias en la otra banda (hacia 1590, cuando el yerno del fundador cruzaba ganado a la tierra de su suegro),50 se trataba de un hombre muy bien posicionado entre sus pares. Hernandarias contaba con los González, padre e hijo, entre sus hombres más cercanos: el título que acreditaba a Cristóbal González (h) como alguacil mayor había sido extendido a su favor en 1615 por el mismo Hernandarias de Saavedra, inmediatamente después de haber sido nombrado nuevamente gobernador, en el 48 AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, ff. 110v-111v. 49 Véase Calvo, Luis María, Pobladores españoles…, cit.,, p. 245. 50 Ver el último capítulo.

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momento en que comenzaba a anudar lazos con las familias que podrían serle leales en caso de malos tiempos.51 González presentó como fiadores a Sebastián de Aguilera y Antonio Tomás de Santuchos, vecinos de los antiguos, titulares de encomienda y, hasta entonces, de la confianza de Hernandarias.52 Antonio Tomás Santuchos, además, era cuñado de Cristóbal González53 y ambos fiadores habían tenido ya la vara de alguacil mayor en años anteriores. Cristóbal González colaboró con Hernandarias en “...traer de casa de sus padres y deudos algunas doncellas...”, para la casa de Recogidas que el gobernador organizaba hacia 1615.54 Blas de Benencia, otro hombre del mismo grupo, había sido nombrado por el mismo Hernandarias como teniente de alguacil mayor (unos días antes de que asumiera González) y todo ante Manuel Martín, escribano de la gobernación que, en 1618, presentó a su vez un título de Teniente de Gobernador de Santa Fe también otorgado por Hernandarias, donde firmaron como testigos Blas de Benencia y Sebastián de Aguilera.55 El flamante alguacil mayor pertenecía entonces al núcleo duro de las relaciones del partido que se denominaba de los beneméritos –por oposición a los confederados ligados a los comerciantes portugueses instalados en Buenos Aires que consiguieron controlar el cabildo porteño durante el primer cuarto del siglo XVII. Como en un caleidoscopio, las piezas cambiaban de lugar y daban distintas imágenes, pero los elementos que giraban para componerlas eran los mismos. Hernandarias sostenía a Cristóbal González con un oficio venal. No puede comprobarse el pago de un canon en dinero (por lo menos no tenemos manera de documentarlo) pero el título del oficio es parte de lo que su propietario a cambio de una participación proactiva en la coalición defensiva que el gobernador intentaba en un cabildo que, desde 1615, no le era incondicional. El eje familiar sobre el cual había girado esa construcción de lealtades –con sus correspondientes enemistades y, desde luego, con sus traiciones– se había organizado en torno de la familia del fundador.56 Durante su última gobernación, Hernandarias había intentado –el tiempo diría que con éxito desigual– fortalecer una serie de relaciones muy puntuales: para cubrir los oficios de teniente de gobernador, de alguacil

51 Copia del mismo en AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, ff. 30 a 32 v. 52 AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, f. 26 v a 27 v. 53 Antonio Tomás de Santuchos estaba casado con Isabel González, hermana menor de Cristóbal González, el alguacil mayor. El testamento de Isabel González en DEEC - SF, EP, Tomo II, ff. 341 a 344. 54 “Testimonio sobre las casas de recogimiento que fundó Hernandarias en las ciudades de Asunción y Santa Fe”, en Molina, Raúl Alejandro, Hernandarias…, cit., p. 502. 55 AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, ff. 191 a 196 v., sesiones del 2 y el 7 de noviembre. 56 Ver el último capítulo.



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mayor, de teniente de alguacil mayor57 y de escribano de gobernación, eligió a hombres muy próximos y trató de reforzar esta proximidad (algunas veces basada en relaciones parentelares, otras en amistades que llevaban dos generaciones) demostrándoles apoyo y exigiéndoles lealtad en numerosas oportunidades. En el caso de Cristóbal González hijo, Hernandarias se manifestó rápida y efectivamente a favor suyo en el asunto de la restitución del derecho a voz y voto en su función de alguacil mayor cuando el Cabildo había decidido negársela en un momento en que el Cuerpo intentaba disminuir la injerencia que el gobernador tenía sobre sus decisiones. El episodio y la jugada de Hernandarias (exitosa, ya que González continuó ejerciendo su derecho a voto durante dicho año) puede comprenderse mejor si se amplía la coyuntura: el gobernador ya sabía de la división en dos de la enorme gobernación de Paraguay y Río de la Plata. Él mismo lo había propuesto una década antes. Si en la coyuntura tenía un significado negativo para él, ya que lo confinaba al norte y le quitaba de su égida Santa Fe, la cual consideraba “su” ciudad, y lo dejaba a merced del grupo de mercaderes y funcionarios a los cuales había enfrentado en Buenos Aires.58 Hernandarias sembraba lealtades y plantaba recursos relacionales en una ciudad y un cabildo que, suponía con razón, en poco tiempo podían serle hostiles.59 Delegado propio, alguacil ajeno El 1º de diciembre de 1621, los vecinos de Santa Fe decidieron establecer en Buenos Aires un hombre que atendiera allí “...todos los negocios y asuntos...” de la ciudad, una suerte de procurador destacado en la cabecera de la gobernación de manera permanente. Eligieron a Juan García Ladrón de Guevara, vecino de Santa Fe casado con Bartolina Rodríguez de Cabrera, hija de uno de los integrantes de la hueste fundadora de la ciudad.60 El flamante Procurador se desempeñaba como alguacil mayor de la ciudad desde 1619, cuando obtuvo el título con el

57 Una RC de Felipe III del 24 de agosto de 1619 prohibió que los alguaciles mayores nombren en las ciudades más tenientes de los que estuvieren instituidos en cada Ciudad. Ley II del Tít. 17 del Libro IV de los Sumarios. 58 Al respecto de las consultas iniciadas por el Rey y el Consejo de Indias sobre el particular, Cfr. Carta al rey de don Francisco de Salas, desde Buenos Aires, 1608, en BN-GGV, CLXXXIV, BN 3842; Representación a Su Majestad del Arcediano de la Iglesia Catedral don Pedro Enrique de Mendoza, desde Asunción, el 18 de enero de 1610, BN-GGV, CXC, BN 4075; Carta a Su Majestad del Virrey del Perú, Marqués de Montesclaros, a 18 de mayo de 1610, en BN-GGV, CXCI, BN 4080. 59 El título presentado por Diego de Góngora a finales de 1618 databa del año anterior. Copia en AHSF-AC, Segunda serie, Tomo I, sesión del 8 de enero de 1619, ff. 206 v a 209 v. 60 Antón Rodríguez, quien además ocupó varias veces bancas capitulares, incluyendo alcaldías de primer y de segundo voto.

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cual reemplazó al saliente Cristóbal González.61 Dos semanas después, el 13 de diciembre de 1621, el hombre se presentó ante el cabildo con un título de “alguacil mayor propietario”, extendido por el gobernador Góngora, frente al cual supuestamente tenía que representar los intereses de la ciudad.62 El 19 de enero de 1621 el cabildo había instruido a Hernando Rivera de Mondragón como Procurador ante el Gobernador Góngora y le había encargado solicitar licencias para hacer corambre y sebo de toros, y a fin de aliviar el estado de pobreza de la ciudad, agravado por las pocas cosechas de trigo y vid. También le había solicitado que trajera a la ciudad réplicas de las medidas de volumen que se utilizaban en la cabecera y que discutiera algunas cuestiones relativas al cumplimiento de las Ordenanzas de Alfaro.63 Góngora anunció su visita a la ciudad a comienzos de septiembre.64 Su paso por Santa Fe era una posta en el camino que seguía por las ciudades de Corrientes y Concepción del Bermejo, las otras que incluía la gobernación a su cargo.65 El gobernador pretendía que la ciudad de Santa Fe le facilitara 50 hombres para acompañarlo en su viaje, pero el Cabildo –so pretexto de que estas ciudades de río arriba nunca habían socorrido a Santa Fe– se los negó.66 Aunque le negara el apoyo en hombres, el Cabildo solicitó a Góngora que aquellas ciudades permanecieran bajo la jurisdicción de la gobernación del Río de la Plata para facilitar la defensa en común.67 El tema reflota algunas de las cuestiones importantes implicadas por la pertenencia jurisdiccional (la asistencia y socorro) que muestran un diseño muy diferente al de 1580, cuando desde Santiago del Estero, Gonzalo de Abreu se proponía alargar la jurisdicción del Tucumán hasta el Atlántico. 61 62 63 64

AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, f. 224. Sesión del 2 de enero de 1619. AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, ff. 360-363. AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, ff. 343 v y 344. Sesión del 18 de enero de 1621. Su visita había sido anunciada a los capitulares por el Teniente de Gobernador, Sebastián de Horduña el 6 de septiembre. AGSF-ACSF, Tomo I, f. 344 v. 65 No es improbable que fuera a ellas con la idea de consensuar con las autoridades de dichas ciudades su posible transferencia a la gobernación del Guayrá, ya que los cabildos de ambas poblaciones también consideraban más criterioso quedar vinculadas con la gobernación del norte. Sierra, Vicente Historia de la Argentina…, cit., Tomo II, p. 127. 66 En el ínterin, había designado como su nuevo Teniente de Gobernador a Sebastián de Orduña, venido también de Buenos Aires. 67 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 358 v. a 359. De hecho, Góngora se proponía algo que era tentador para la ciudad –que de este modo se libraba de la obligación de “socorrer” a dos ciudades que poco la asistían– pero esto suponía también dar un golpe de gracia contra Hernandarias y los beneméritos, ya que éstos todavía controlaban aquellas ciudades además de la de Asunción. Hernandarias, que había sido residenciado, puesto en prisión y despojado materialmente por Góngora, no estaba completamente maniatado: en parte por lo que había sembrado, pero en parte porque la ciudad tenía intereses que coincidían con los suyos en un punto: no permitir que la gobernación avanzara más sobre el cuerpo.



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Hacia 1621 parecía claro que las atribuciones de alguacil mayor no sólo dependían de lo que dijeran las leyes de indias y otras piezas normativas (ordenanzas, reales provisiones y cédulas) sino también del vínculo entre el titular del oficio, su superior y su rol como garante del cuidado de las posiciones de su representado en la toma de decisiones en la sede capitular –sin que hubiera sido suprimido el lugar del teniente de gobernador en el Cabildo. En el caso de Ladrón de Guevara, “propietario” del oficio, es muy probable que haya mediado un precio –lo que desde 1591 era legal y en 1604, como se ha visto, fue prohibido…– pero si no puede comprobarse la existencia de tal pago, sí puede colegirse que el valor del título formaba parte de los recursos desplegados en el marco de una estrategia de cooptación por parte del gobernador hacia el receptor del título en propiedad, cuya razón de ser era la debilitación del vínculo entre el delegado y su ciudad: el vecino de Santa Fe debía representar a la ciudad frente al gobernador y éste (Diego de Góngora), lo ataba de pies y manos extendiéndole a favor suyo un título que conllevaba prestigio, poder y contenía potenciales pero verificables posibilidades económicas. Los hechos que vinculan a Ladrón de Guevara con el oficio –su elección como Procurador, su viaje a Buenos Aires y su regreso con el título de Alguacil Mayor Propietario extendido por Góngora– se produjeron entre el 1º y el 31 de diciembre de 1621, después de que el gobernador pasara por la ciudad. Ese año, como se vio, se cerró con otro episodio llamativo: el Cabildo santafesino pidió al escribano Alonso Navarro que presentara una contradicción ante la Real Audiencia de La Plata por la venta de oficios capitulares –especialmente por el de fiel ejecutor.68 El modus operandi de Góngora, de cualquier modo, no debió tomar por sorpresa ni a propios ni a extraños: había hostigado a Hernandarias con herramientas judiciales (la residencias) y trató de cooptar hombres que hasta entonces habían sido leales al yerno de Garay desde comienzos de 1620, cuando designó como su teniente en la ciudad al hasta entonces alcalde de primer voto Antonio Tomás de Santuchos,69 vecino y benemérito que también había sido comisionado por la ciudad en 1619,70 lo que supuso que Agustín Álvarez Martínez dejara su regiduría para reemplazar a Diego Ramírez, quien pasaba a ocupar la alcaldía de primer voto dejada por Antonio Tomás. ¿Quién había sido el fiador de todos ellos? Cristóbal González, hombre al cual Hernandarias había sostenido a capa y espada para que, como alguacil mayor, tuviera voz y voto en el cabildo. Góngora

68 AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, f. 364-365, sesión del 31 de diciembre de 1621. 69 AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, ff. 283v-286, sesión del 11 de diciembre de 1619. 70 AGSF-ACSF, Tomo I, Segunda serie, ff. 246-268, sesión del 19 de mayo de 1619. Lo reemplazó Sebastián de Vera Mujica.

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iba por todas las relaciones de Hernandarias: la reconversión de las elites era una tarea que se realizaba física y concretamente. El nuevo gobernador tenía la firme intención de modificar el sentido del flujo de lealtades del mismo tejido de hombres de confianza que Hernandarias había tramado cuidadosamente desde su regreso en 1615, sin deshacerlo. Trabajaba con los mismos métodos que su antecesor, pero en lugar de optar por el reemplazo de personas que ya estaban relacionadas entre si trató de cooptarlas por todos los medios. Contaba con ventajas competitivas que lo dejaban en una posición dominante: Góngora había sido comisionado también juez residenciador de Hernandarias en la gobernación para la cual había sido designado titular (la del Río de la Plata) y apoyado en esa prerrogativa encerró a su predecesor, le decomisó sus bienes y lo puso en una situación de inferioridad con métodos que, además, infundían temor e indefensión entre quienes componían su circuito de relaciones más próximas: ante cualquier manifestación de fidelidad temían (con razón) caer en desgracia frente al nuevo gobernador. Usos diferenciales de recursos jurídicos en conflictos similares: la dinámica política Si los capitulares santafesinos eran tentados y se mostraban receptivos a las prebendas ofrecidas por Góngora, conseguían de todos modos que el cabildo no quedara expuesto; mientras que ciertas conductas personales parecen permeables a las ofertas de Góngora, el Cuerpo no le demostraba incondicionalidad. Al contrario –como se verá más adelante– en 1622 rechazó a dos de los tenientes propuestos y se mantuvo firme sobre todo en cuanto a la inconveniencia de aceptar al Capitán Manuel Martín, resistencia extraña si se considera que se trataba de un hombre de la ciudad muy bien relacionado que había sido escribano de la gobernación e incluso teniente de gobernador en ella por Hernandarias de Saavedra. El deceso de Góngora en mayo de 1623 facilitó o permitió –según se pondere el peso de su presencia en la gobernación– una rápida recomposición de la relación entre Hernandarias (que volvía a vivir en la ciudad) y el cabildo santafesino, que lo designó como Procurador ante el Oidor Pérez de Salazar.71 El gesto era un doble guiño al ex gobernador: lo ponía en contacto con el reemplazante de Góngora y lo respaldaba frente a quien ahora quedaba a cargo de su juicio de residencia. Así como la coyuntura del final de la gobernación de Hernandarias había puesto en el tapete un conflicto con el oficio de alguacil mayor cuando lo detentaba Cristóbal González, el ocaso del gobierno de Góngora fue el escenario para una curiosa reposición de la obra en el cabildo santafesino: durante la cesión de 71 AGSF-ACSF, Tomo II, Segunda serie, ff. 92-93; el poder, 93-96.



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asientos del 1º de enero de 1623, el regidor saliente Diego de la Calzada solicitó el cumplimiento de la provisión Real que establecía que los alguaciles mayores no tienen voz ni voto en el Cabildo. El Alcalde Francisco Hernández hizo lugar al pedido y ordenó al alguacil mayor Juan García Ladrón de Guevara retirarse de la sala. Ladrón de Guevara no acató la orden del Alcalde.72 De hecho, permaneció en el oficio durante todo el año y, aunque no se registran sus “votos”, firmó las actas por lo cual su presencia en el lugar es indudable. La escena se repite durante la primera sesión del año siguiente (1624): Juan Sánchez y Francisco Ruiz presentaron un petitorio de obediencia de una Real Provisión que prohibía el uso de voz y voto por alguaciles mayores y agregaron la lectura de otra que recordaba que para los cargos capitulares debía otorgarse preferencia a los hijos de conquistadores. El último recurso esgrimido por Sánchez y Ruiz no debe soslayarse, ya que combinaba el uso de elementos jurídicos con un fino encono que estaba nutrido de rumores (secretos a voces) sobre las calidades sociales de las familias de los recién llegados: Juan García Ladrón de Guevara, sintiéndose aludido y perseguido, presentó su renuncia. El cuestionado alguacil, como lo hiciera otrora Cristóbal González, arrojó la vara –gesto tremendo, serio agravio contra la Justicia del rey– y abandonó el recinto. Pero el pedido de algunos presentes que lo contaban entre los suyos hizo que reflexionara sobre su impulsiva resolución y, en la misma sesión, reasumió su cargo. El cuerpo resolvió “…que no se lean más provisiones ni cédulas reales…” –lo que, como es obvio, acortaba los tiempos de la sesión precipitando el momento de la elección. Llegado el momento de los votos, Ladrón de Guevara insistió en emitir el suyo, pero no fue tomado en cuenta por el cabildo.73 El 8 de enero de 1624 volvió a votarse la obediencia a la Real Provisión que ordenaba que los alguaciles mayores no tenían voz ni voto en el cabildo y en noviembre de 1625 se encargó a Domingo de Leyva que solicitara a la Real Audiencia de Charcas la ratificación de dicha prohibición.74 El recambio de autoridades de 1624 no modificó sustancialmente las alineaciones con el grupo de la ciudad porteña, pero sí la percepción de la táctica a seguir: Ladrón de Guevara, excluido de la votación, quedaba en desventaja y, con él, la voz y el voto de algunos hombres influyentes de Buenos Aires que lo habían cooptado. Antonio Tomás de Santuchos y Cristóbal González ocuparon las alcaldías; Diego Ramírez fue electo procurador y Antón Martín, el mozo, mayordomo. Los antiguos beneméritos parecían recuperar la compostura y el control del dispositivo municipal de toma de decisiones, cerrando filas con Hernandarias al nombrarlo para negociar en nombre de la Ciudad con el oidor Pérez de Salazar. El yerno de Garay, cuya 72 AGSF-ACSF, Tomo II, Segunda serie, ff. 54 a 62 v. 73 AGSF-ACSF, Tomo II, Segunda serie, ff. 97 v. a 106, sesión del 1 de enero de 1624. 74 AGSF-ACSF, Tomo II, Segunda serie, f. 121 y ff. 239-240.

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sola mención había estado vedada durante el gobierno de Góngora, recuperaba posiciones en la ciudad en la que volvía a asentarse, donde cumplió funciones de procuraduría y representación de los intereses de la ciudad frente a gobernadores o la Real Audiencia de Charcas y fue nombrado protector de naturales (en 1625). Sin embargo, lo que interesa aquí es la postura de Hernandarias sobre este tema: mientras que cuando fuera gobernador presionó al cabildo para que Cristóbal González tuviera voz y voto como alguacil mayor, en el caso de Ladrón de Guevara no hizo absolutamente nada. Es difícil argumentar el por qué de una “no acción” –es tan difícil como probar la salud– pero resulta nítido que Ladrón de Guevara no era aliado de Hernandarias sino al contrario, un hombre que, habiendo sido diputado por la Ciudad para defender sus intereses, había aceptado el título de alguacil mayor en calidad de propietario de manos de Góngora, con lo que esto significaba para Hernandarias. Pero aún más interesante es que quienes quisieron sostener al alguacil mayor Ladrón de Guevara con la prerrogativa del voto –dado que estuvo en el cargo durante la gobernación de Góngora e incluso durante los primeros meses de la de quien lo sucediera interinamente– tampoco utilizaron el precedente hernandariano, ni apelaron a la siempre útil memoria de los usos de la ciudad –recuérdese que desde su creación hasta 1595, salvo una excepción, los títulos de alguacil mayor de la ciudad de Santa Fe incluían expresamente el derecho a voz y voto de sus titulares en el cabildo. Lo mismo puede ser diferente: la aparente esquizofrenia del cuerpo político La situación fue diferente a las anteriores cuando a comienzos de 1625 Antonio Calderón presentó su título de alguacil mayor: sus competencias volvieron a discutirse con la enjundia de una primera vez. Hernández presentó las objeciones de uso –ordenanzas, Reales provisiones, Reales cédulas y ratificaciones de la Real Audiencia– pero en esta ocasión, estos argumentos recientemente exitosos fueron desoídos por el Cabildo, que apoyó a Calderón, quien juró y asumió como alguacil mayor con voz y voto.75 Las contradicciones se extendieron desde los últimos meses de 1625 hasta finales de 1627. El 7 de septiembre de 1627, los capitulares recopilaron y pusieron sobre la mesa todo lo que sobre esta materia tenían en el archivo del cabildo: una Real Provisión de la Audiencia de La Plata de 1591 ordenando que los alguaciles mayores (designados por gobernadores o sus tenientes) no tenían voz ni voto en el cabildo;76 la copia de una súplica enviada en enero de 1609 Hernandarias a la 75 AGSF-ACSF, Tomo II, Segunda serie, ff. 185 v. a 189 v., sesión del 14 de enero de 1625. 76 Constantino Bayle cita una de 1585 que fue dada para evitar el voto del Alguacil Mayor Luis de Abreu Albornoz en el cabildo de Córdoba. Para el historiador jesuita, “no se entiende por qué”. Los cabildos seculares... cit., p. 192. El próximo alguacil, nombrado por el gobernador Juan Ramírez de Velazco el 15 de noviembre de 1586, lo fue con voz y voto.



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misma Real Audiencia solicitando que sí lo tuvieran; otra en que el Alto Tribunal refrendaba el que los alguaciles mayores no podían tener voz y voto en el cabildo; la petición de Calderón, más Provisiones de la Real Audiencia en el mismo sentido (una muy reciente, del 14 de mayo de ese año) y –finalmente– la copia del testimonio de obediencia que el Cabildo había hecho el día anterior.77 Cuando en 1626 Antonio Calderón había presentado su título de alguacil mayor y pretendió gozar de voz y voto en el Cabildo, sí aludió al precedente de Cristóbal González y a la autorización de Hernandarias: pero, recusado por el alcalde Juan López de Vargas –hombre de peso que pronto se constituyó en fiador del teniente de gobernador Manuel Martín, aquél que en su momento no fuera recibido por el Cabildo cuando lo había nombrado Góngora– el cuerpo le dio seis meses para que consiguiera una provisión de la Real Audiencia que lo apoyara.78 En las discusiones sobre el mismo tema sostenidas el año siguiente, López de Vargas hizo notar la contradicción en la que había incurrido el ex gobernador Hernandarias de Saavedra.79 Pese a la claridad con la que se había expedido la Real Audiencia ya desde finales del siglo XVI, y a la nítida pertinencia que tenían los instrumentos normativos invocados por el alcalde en 1627, el cabildo siguió registrando reclamos del mismo tenor a lo largo de todo el siglo XVII.80 En suma, el oficio de alguacil estaba claramente ligado a la administración de la justicia en su faz ejecutiva; no obstante, en la ciudad de Santa Fe, las discusiones y los conflictos en torno de este oficio no se produjeron por cómo se ejercía la jurisdicción delegada, sino por un aspecto ligado a la toma de decisiones, la disponibilidad de voz y voto. Los vecinos que ejercieron este oficio eran portadores de ciertos recursos culturales escasos en la ciudad: Juan Ramírez podía manejarse como comisionado ante la audiencia de Charcas, Sebastián de Aguilera era capaz de escribir una carta describiendo el estado de la tierra; no todos los vecinos de Santa Fe manejaban la tecnología de la escritura y los lenguajes judiciales con soltura. Se ha visto que aunque Reales Cédulas y Provisiones emitidas por la Real Audiencia de Charcas negaban voz y voto en algunos cabildos a los alguaciles mayores (los casos citados por C. Bayle suman ejemplos) los títulos se extendieron regularmente con ese derecho. También pudo documentarse que el uso de esas prerrogativas se practicaba y que el cabildo, aun recibiendo y obedeciendo varias 77 78 79 80

AGSF-ACSF, Tomo II, Segunda serie, ff. 334 v. a 340. AGSF-ACSF, Tomo II, Segunda serie, ff. 251 a 253 v., sesión del 19 de enero de 1626. AGSF-ACSF, Tomo II, Segunda serie, ff. 334 v. a 340. El caso más próximo en el tiempo al que tratamos es el de la recepción del Alguacil Mayor Juan de Sosa en 1639. AGSF-ACSF, Tomo III, Segunda serie, ff. 23 a 25.

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Provisiones y hasta amonestaciones emitidas por la Real Audiencia de Charcas –el máximo tribunal de justicia y máximo órgano de gobierno residente en América del cual dependía– las cumplía solo cuando lo consideraba necesario, de manera que no cerraba del todo el camino a los candidatos: en una oportunidad (caso Cristóbal González), utilizó las prohibiciones pero pronto accedió a la presión de un gobernador que todavía podía influir sobre el cabildo; en otra (Ladrón de Guevara), las utilizó para impedir que un alguacil mayor de otro gobernador con el cual tenían una relación contradictoria tuviera voz y voto en el Cuerpo; y en una tercera (caso Calderón), el cabildo primero recibió al alguacil con voz y voto y pocos meses después hizo lugar a los pedidos de un miembro del cuerpo que, basándose en la normativa invocada en las ocasiones anteriores, rechazó la recepción del oficio con uso de voz y voto pero dejó abierta la posibilidad de que el candidato consiguiera una provisión habilitándolo –es decir, un camino de excepcionalidad. Estas discusiones y los hechos permiten ver en funcionamiento una buena cantidad de polos desde los cuales se producía normativa jurídica (el rey, la Audiencia, los gobernadores, sus tenientes, los cabildos, sus usos y costumbres) y los laberintos (o las dilaciones) a las que podía ser sometido el nombramiento o las competencias del nombramiento de una persona en un oficio simplemente montando una conversación entre piezas normativas que eran legítimas, criterios que se basaban en obtener confirmaciones de esa misma vigencia e innovaciones –o contradicciones– sobre esas normativas produciendo otras que, localmente –por la calidad de su productor, por ejemplo, un gobernador– eran admisibles, eran legítimas y producían legitimidad. Para el cabildo, discutir –incluso inútilmente, a sabiendas de que la respuesta jurídica era clara y negativa– si un alguacil mayor debía tener voz y voto implicaba debatir sobre el margen de acción que el estaba dispuesto a ceder frente a los “más grandes” de la gobernación –en el Río de la Plata, recuérdese, el título de alguacil mayor era emitido por un gobernador o su teniente y la ciudad no designaba sino que recibía y aceptaba al oficial.81 Mientras aquellos pretendían introducir una cuña en el cabildo, éste defendía a capa y espada su autonomía. Que se diera voz y sobre todo voto a este oficio en un cabildo estrecho en número de sillas como el santafesino, donde aparentemente ni siquiera los seis regimientos habían sido vendidos –como sí lo habían sido los de Buenos Aires y Santiago del Estero, por ejemplo– reflotaba cuestiones sensibles para la primera mitad del siglo XVII. La ciudad había sido pasada de una jurisdicción a la otra y, aunque se designara en estos oficios hombres que podían ser vecinos y viejos conocidos 81 Véase por ejemplo el nombramiento de Francisco de Areco como alguacil mayor de Buenos Aires por Juan de Torres Navarrete (capitán del adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón) en 1589. Acuerdos... cit., Tomo I, pp. 1-2, sesión sin fecha del año 1589.



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de los capitulares –como Cristóbal González, Ladrón de Guevara o Calderón– el Cuerpo siempre percibió esa alineación como externa y, a priori –con o sin razón– como contraria a sus intereses. El análisis desde el observatorio santafesino, secundario en términos de jerarquía territorial, permite mostrar la plasticidad con la cual fueron interpretadas y puestas en práctica algunas de las formas institucionales involucradas en el equipamiento político del territorio: la movilidad (social y espacial) de alianzas y coaliciones que los agentes realizaban para disputar, conservar y obtener algunas posiciones ventajosas en las relaciones de poder político a escala local hacía que pusieran en juego vínculos y movimientos a escala de la gobernación o de la Real Audiencia. Los conflictos analizados permiten comprender las formas de concepción y el significado de los oficios de justicia y gobierno a partir de un cruce entre leyes, costumbres, normativas y vida política (lealtades, luchas facciosas a nivel local y de la gobernación) que se vuelven contradictorias solamente si ponerlas en contradicción era útil para algunos; los consensos en torno de lo que podía hacerse o no tuvieron diferentes formas, y quizás una de las más interesantes sea la del silencio que rodeaba la práctica del ejercicio del oficio con voz y voto durante largos períodos (en tal caso, los conflictos permiten leer los momentos en que esa muda complicidad es interesadamente interrumpida). De la rotación de candidatos durante los dos períodos (1575-1595 y 16151628) puede notarse la reiteración de dos rasgos que caracterizan a los conflictos que giran alrededor del oficio: el mismo circula entre un grupo de hombres que se mantenían muy próximos entre sí (a partir de las fianzas y también de otro tipo de alianzas y relaciones) y la prohibición del derecho a voto es esgrimida casuísticamente: el cabildo no tiene una posición “fija” al respecto, al contrario, moviliza distintos tipos de argumentos en función de quién sea el portador del oficio. La manera en que fue ejercido en Santa Fe el oficio de alguacil mayor desde la práctica política nos devuelve una radiografía, pequeña pero significativa, del modo en que se pensaba y se hacía el equipamiento político, la política y la justicia en estos bordes geográficos de la Monarquía. El que estas discusiones se focalizaran sobre una capacidad política y no jurisdiccional demuestra que no se fundaban en cuestiones meramente doctrinales (la teórica inconveniencia que suponía la patrimonialización de un oficio de vara) sino que expresaban conflictos surgidos de la realidad inmediata donde, en contextos críticos, la injerencia de las proximidades espaciales y relacionales de los agentes así como la dirección del flujo de sus lealtades era altamente significativa para la dinámica local de la toma de decisiones.

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El proceso está relacionado con el incremento del tráfico ultramarino que vinculaba, básicamente, el comercio de negros –con Brasil, Países Bajos, Portugal y sus colonias africanas– y el asentamiento –en gran cantidad de casos con avecindamiento– de portugueses en las ciudades de Buenos Aires y Santa Fe. El tráfico de negros era, desde un punto de vista fáctico, uno de los pocos que generaban verdaderamente circulación de metálico. Se los entraba por Buenos Aires –a partir del método de las arribadas forzosas82– y, vía Santa Fe o Córdoba, eran llevados hasta el Alto Perú, donde se comercializaban, con el consiguiente reembolso en plata fresca. Estos portugueses recién llegados, actuaron “...como socios de los españoles en las transacciones comerciales, como comerciantes itinerantes en el comercio interregional, llevando los productos locales hacia el Alto Perú y trayendo a cambio metálico que cambiaban en el puerto por mercaderías europeas y por esclavos, para recomenzar los circuitos ya establecidos.”83 La llegada masiva de portugueses a Santa Fe y al Río de la Plata en general se corresponde sobre todo con el período de la gobernación de Góngora, y con la extensión de unas redes relacionadas con el comercio de efectos provistos por el “comercio directo”84, introduciendo en Santa Fe, por ejemplo, un buen número de esclavos, que no siempre tenían a esta ciudad como destino definitivo.85 Hernandarias había enfrentado directamente a este grupo desde muy temprano, haciendo coincidir sus intereses con la Real Prescriptiva, que identificaba, a comienzos del siglo XVII, a portugueses con contrabandistas.86 Cuando en 1615 Hernandarias fue designado nuevamente Gobernador del Río de la Plata por Felipe III, aquél trató de 82 Ya expuesto por MOUTOUKIAS, Zacarías Contrabando... cit., y aun antes por los trabajos de MOLINA, Raúl Alejandro “Una historia desconocida...” cit.; ROSA, José María Historia... cit. SIERRA, Vicente Historia Argentina... cit. 83 BARAVALLE, María del Rosario y PEÑALBA, Nora Liliana “El tráfico ultramarino y la ciudad de Santa Fe durante la primera mitad del siglo XVII”, ponencia presentada a las Primeras Jornadas de Historia Regional del CESOR, Rosario 2000, miemo; cfr. también REGIS, Élida “Julián García de Molina...” cit. 84 Cfr., por ej., ZAPATA GOLLÁN, Agustín “Portugueses...”, cit.; ARECES, Nidia y TARRAGÓ, Griselda “La élite santafesina y los inmigrantes portugueses”, cit., y los trabajos de la cita anterior. 85 Tal y como lo demuestra claramente el trabajo que realiza Tatato Baravalle, un avance del cual puede leerse en BARAVALLE, María del Rosario “La esclavitud en el siglo XVII: estado de la cuestión y primeras reflexiones”, Jornadas Inaugurales de Africanía Rioplatense, UNL, Santa Fe 2000, mimeo. Agradezco a la autora haberme facilitado este material. 86 BN-GGV, CLVIII, BN 3885. Los enfrentamientos de Hernandarias con el grupo ligado al comercio directo datan, entonces, de comienzos del siglo XVII. Véase, por ejemplo, lo contenido en la correspondencia sostenida entre el gobernador y el rey en BN-GGV, CLXXXIV, BN 3849; CLXXXV, BN 3874 (documentos de 1607); para los años inmediatamente posteriores, BN-GGV, CLXXXIV, BN 3858 y 3868, CLXXXV, BN 3871 y 3874, CXC, BN 4035, 4056, CXCI, BN 4085, 4094; CXCII, BN 4121, 4124 y 4153, CXCIII, BN 4163 al 4183.



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recomponer su tejido de lealtades en los sitios clave de la gobernación. Pero, por otra parte, volvió a la carga contra el grupo de portugueses ligados al comercio directo, básicamente radicados en el puerto de Buenos Aires. Juan de Aguinaga, alguacil menor de ese puerto, informó al flamante gobernador de una nueva arribada de negros de Angola, subastada entre los allegados del tesorero Real, Simón de Valdés y el teniente de gobernador, Mateo Leal de Ayala. Nicolás de Ovando Saavedra, denunciante de la situación, era sobrino de Hernandarias: fue encarcelado por orden del teniente y “rescatado” por el gobernador.87 El episodio derivó en que el Gobernador, haciendo uso de sus facultades de Justicia Mayor, encarceló a Simón de Valdés, a Diego de Vega, a Mateo Leal de Ayala y a Juan de Vergara, todos ellos confederados en contra del interés de su majestad, según lo entendía el propio gobernador.88 Éstos, desde 1614, habían copado el cabildo de Buenos Aires, tras asesinar a Diego Marín Negrón, gobernador que precedió a Hernandarias de Saavedra y que les había enfrentado no frontalmente –a partir del contrabando– sino persiguiéndolos por judaizantes.89 Encarados ahora por Hernandarias como contrabandistas, éstos movieron sus influencias que, según se desprende de la correspondencia citada, alcanzaba a los más notables miembros del mismo Consejo de Indias y hasta en la Corte.90 En Buenos Aires, los confederados asesinaron o deportaron a quienes se les oponían91 pero, en la ciudad de Santa Fe, intentaron hacer las cosas a partir de relaciones que, como se verá, no les resultaron del todo sencillas. La autonomía relativa de la configuración santafesina se muestra en toda su dimensión: hacia la década de 1620, no beneficiaba totalmente ni a los unos, ni a los otros.

87 Un relato más detallado del episodio en BARAVALLE, María del Rosario y PEÑALBA, Nora Liliana “El tráfico...”, cit. 88 BN-GGV, CCII, BN 4541, Proceso contra Simón de Valdés; CXCVIII, BN 4354, Memorial del Gobernador Hernandarias para informar sobre lo acontecido el día de San Marcos, 24 de febrero de 1615.; BN 4353, Testimonio contra el tesorero Valdés y demás culpados en los excesos del puerto de Buenos Aires durante el año de 1614 y 1615; BN 4360, Declaración del testigo Jerez en la investigación hecha por Hernandarias sobre los fraudes cometidos en Buenos Aires; otros testigos en BN 4360, 4358, 4359, 4361, 4362. La orden de prisión de Valdés, Vergara, Diego de Vega, Mateo Leal de Ayala y de Acevedo en BN-GGV, CXCVIII, BN 4363; el reclamo de Valdés, misma colección y tomo, BN 4366; su recusación de testigos y alegación de nulidad en BN 4400; la recusación de Vergara en BN 4364. 89 BN-GGV, Tomos CXCVII y CXCVIII; también CXC, BN 4112, CXCI, BN 4194 y CXCIII, BN 4194. 90 Como por ejemplo Antonio León Pinelo, mientras que, Hernandarias, en un documento que se trabaja en otro apartado, exhibe el apoyo explícito de Solórzano y Pereira. Lo cual es, realmente, tener relaciones en niveles verdaderamente altos. 91 BN-GGV, CXCVII, BN 4309, 4310, 4311, 4312 y 4313. Informes y cartas de los Cabildos a Su Majestad.

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Desde 1621, el cabildo presentaba el oficio de alguacil mayor alejado de las funciones de policía o asistencia de justicia que presentaba durante el último cuarto del siglo XVI. Ahora, parecía tener unas atribuciones conforme a los tiempos y a las relaciones establecidas entre el propietario del cargo y la configuración política del momento. El tiempo de “cocción” parece acompasarse, también en este caso, entre el cabildo santafesino y las disposiciones del Gobernador Góngora, residente en Buenos Aires: en la sesión del 1 de diciembre de 1621, los santafesinos decidieron el establecimiento en la ciudad de Buenos Aires de un hombre que atendiera allí “...todos los negocios y asuntos...” de la ciudad. Juan García Ladrón de Guevara presentó, exactamente dos semanas después, un título según el cual Góngora lo confirmaba en ese cargo como “propietario” del oficio de Alguacil Mayor.92 No por azar sucedía todo esto: el gobernador había estado en Santa Fe al menos hasta dos días antes de esta sesión del 13 de diciembre, y no se habían discutido con él cosas menores. 93 Góngora estuvo en la ciudad, desde septiembre, de paso hacia Corrientes y Concepción del Bermejo94. El Cabildo le “contradice” –le negó– 50 hombres de Santa Fe que había solicitado para ser acompañado en su viaje, por estimar que estas ciudades, río arriba, nunca habían socorrido a Santa Fe.95 De hecho, esto se debía en buena medida a que, tras el cisma de 1618, las mismas estaban bajo jurisdicción de Asunción, provincia del Paraguay, gobernada por un Hernandarias preso pero no maniatado. El cuerpo le propuso a Góngora –quien no parece haber mostrado disgusto alguno frente a la idea– que ambas ciudades pasaran a la jurisdicción de Buenos Aires, gobernación del Río de la Plata, para poder así, pese a la gran distancia, defenderse en común.96 La propuesta, de hecho, quedó en eso –Asunción era un reducto en donde Hernandarias, hacia 1621, contaba todavía con vínculos robustos, igual que en Corrientes– pero reflotó las cuestiones relativas a las implicancias jurisdiccionales (la asistencia y socorro) tanto como a las políticas: como con el Tucumán de Abreu contra la Santa Fe de

92 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 359 v a 362 v. 93 El contacto se remonta, de todos modos, a una visita del procurador, a comienzos de año. A 19 de enero de 1621 pueden leerse las instrucciones para Hernando Rivera de Mondragón como Procurador de la ciudad ante el Gobernador Góngora, en Buenos Aires: solicitar licencias para hacer corambre y sebo de toros por la mucha cantidad que de estos animales hay, y a fin de aliviar el estado de pobreza de la ciudad, agravado por las pocas cosechas que se han tenido de pan y vino; se le solicita traiga réplica de las medidas de volumen y discusión sobre el cumplimiento de las Ordenanzas de Alfaro. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 345 v y 346. 94 Su visita había sido anunciada al Teniente de Gobernador, Sebastián de Horduña, quien se la transmitió a los capitulares en la sesión del 6 de septiembre. AGSF-ACSF, Tomo I, f. 344 v. 95 En el ínterin, había designado como su nuevo Teniente de Gobernador a Sebastián de Orduña, venido también de Buenos Aires. 96 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 358 v. a 359.



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Garay, esta vez se oponían una Buenos Aires “atlantizada” y confederada, contra una Asunción recluida y benemérita. Sin embargo, el paso de Góngora permite que pueda enlazarse la reflexión sobre los oficios con el hilo del tiempo. El año de las exequias de Felipe III, se decía, fue curioso y trémulo. Y constituyó un punto nodal en las configuraciones políticas de las gobernaciones rioplatenses. El hilo del tiempo cose, a caballo de dos gobernaciones y una intervención, los conflictos suscitados siempre alrededor de los mismos oficios y, variando éstos, alrededor de los mismos nombres. Si 1621 había sido un año agitado, el siguiente no lo fue menos: llegó al Río de la Plata el oidor Pérez de Salazar, con instrucciones y poderes para residenciar a Hernandarias y a Góngora. Debía poner un corte definitivo en las cuestiones suscitadas desde 1615, que originaran tantos pleitos entre confederados y beneméritos. Mientras que durante 1620 el cabildo de Buenos Aires ensalzaba los procedimientos del Gobernador Góngora,97 Hernandarias se quejaba amargamente por su “inmerecido” encarcelamiento desde la llegada del mismo gobernador.98 En el ínterin, los confederados introducían cuñas en la ciudad asentada sobre el Quiloazas: a comienzos de 1619, el cabildo santafesino aceptó el título del Juez Oficial (Contador) de la Real Hacienda, presentado por Pedro Ramírez. Se establecieron sus prerogativas dentro del Cabildo99 y se trasladó copia del título, que correspondía a un oficio extendido en Buenos Aires, a 18 de diciembre de 1618, y estaba firmado nada menos que por el Capitán Simón de Valdés...100 Sin descuidar este aspecto, Góngora había tratado de captar para sí algunas relaciones que, hasta 1618, formaban parte de la órbita del gobernador criollo. A comienzos de 1620, el alcalde Antonio Tomás de Santuchos presentó un título de de Teniente de Gobernador extendido por Góngora, Agustín Álvarez Martínez quedó como alcalde de segundo voto y Diego Ramírez, pasó a ocupar el de primero. ¿Quién fue el fiador de todos ellos? Cristóbal González. El mismo tejido de hombres de confianza que tendiera Hernandarias desde su regreso en 1615, era tentado ahora por el gobernador confederado. Pero el cabildo, si bien alineado con Góngora, no percibía estas estrategias como convenientes: en 1622 rechazó a dos de los tenientes de gobernador que Góngora envió a la ciudad, y puso sobre el tapete sobre todo la inconveniencia de aceptar al Capitán Manuel Martín, ya designado en otras ocasiones por Hernandarias y, como dejan ver las actas, acérrimo atacante de Juan García Ladrón de Guevara, el hombre bisagra entre este cabildo santafesino, el confederado capítulo de Buenos Aires y la gobernación de Gón97 BN-GGV, CCVII, BN 4696, Carta del Cabildo de Buenos Aires. 98 AGI, Charcas 27, R. 10, n. 113. 99 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 226 a 229. 100 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 232 a 233 v.

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gora.101 Pero Góngora falleció en el invierno de 1623 y, Hernandarias fue designado por el cabildo santafesino como Procurador ante el Oidor Pérez de Salazar, quien estaba a cargo de ejecutar el juicio de residencia del fallecido Góngora y del mismo Hernandarias...102 De esta manera, el oidor tenía que residenciar a un gobernador ya muerto y a otro, un ex gobernador que, poco a poco, recomponía sus relaciones y mejoraba su posicionamiento al interior de la gobernación. Acabando su período de regidor, durante la cesión de asientos en el Cabildo el 1 de enero de 1623, Diego de la Calzada solicitó el cumplimiento de la provisión que establece que los Alguaciles Mayores no tienen voz ni voto en el Cabildo: el Alcalde Francisco Hernández ordenó que el mismo se retirara: durante 1622, el cargo había sido otrogado a Juan García Ladrón de Guevara, procurador en Buenos Aires durante 1621. Ladrón de Guevara no hizo caso de la orden del Alcalde.103 Y de hecho, ejerció el cargo durante todo el año. La primera sesión del año siguiente (1624), desplegó una escena repetida: Juan Sánchez y Francisco Ruiz presentaron un petitorio de obediencia de la Real Cédula que prohibía el uso de voz y voto por alguaciles mayores y, de paso, agregaron la lectura de otra filipina, que recordaba la preferencia de los hijos de conquistadores para los cargos capitulares. Juan García Ladrón de Guevara, harto, y sintiéndose perseguido, renunció. Ante el pedido de los presentes, vaciló y, en la misma sesión, reasumió. Votó, pero no se tomó en cuenta su voto, que fue firmado.104 Verdadero y extemporáneo culebrón que, como tuvo su capítulo siguiente.105 Resistir al teniente con la letra del Rey Cuando el 29 de diciembre de 1618, Alonso de Ávalos Corvera presentó ante el cabildo santafesino el título de teniente que le había extendido el gobernador Diego de Góngora, los santafesinos tuvieron frente a sí un teniente que no solamente era extraño a sus intereses sino que lo era, en sentido lato, a la ciudad toda: no era, como los anteriores tenientes, un vecino de Santa Fe o un hombre de confianza de las familias asunceñas que habían participado de la fundación de la 101 En la elección de capitulares de 1616, Ladrón de Guevara no fue electo como alcalde de hermandad gracias al “desempate” que sancionara Juan de Garay hijo en una elección por paridad de votos, haciendo recaer el oficio en Agustín Álvarez Martínez. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 242 a 249. 102 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 92 v. a 93. El poder, en las ff. 93 a 96. 103 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 54 a 62 v. 104 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 97 v. a 106. 105 El 8 de enero de 1624 se obedece la provisión que ordena que los alguaciles mayores no tienen voz ni voto en el cabildo mientras que en noviembre de 1625 se encarga a Domingo de Leyva solicite a la RALP la ratificación de la prohibición de voz y voto de los Alguaciles Mayores. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, f. 121 y ff. 239-240.



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ciudad.106 Con él, Santa Fe sintió el cambio de gobernación: aunque Asunción era geográficamente más lejana, los vínculos que unían a los santafesinos con los hombres provenientes de la madre de ciudades, en términos de historias familiares y lealtades políticas, eran mucho más firmes. Pero no todas las funciones del teniente de gobernador provenían de lo mandado por el gobernador: la asignación de poderes especiales –en el sentido de específicos o para una comisión específica– eran otorgados por el Cabildo. Para representar a la ciudad frente al gobernador u otras instancias, el Cuerpo normalmente designaba a un vecino en la figura de procurador. Pero, algunas veces, esta función podía ser depositada en el mismo Teniente, quizás aprovechando una coyuntura –por ejemplo un viaje a Buenos Aires. Esto sucedió en diciembre de 1619, cuando el teniente Alonso de Ávalos fue comisionado por la ciudad para reclamar ante su jefe, el gobernador Góngora, sobre licencias de vaquería y ordenanzas de vaqueo. El regidor Cristóbal de Arévalo, por razones que no están explícitas en la fuente, impugnó su designación y solicitó –con éxito– que la misma recayera en otro vecino.107 La protesta de Arévalo (hombre cercano a Hernandarias desde antiguo) bien podía tener el carácter de una actitud solidaria (facciosa) y aislada; pero otras suspicacias despertadas por los tenientes designados por Góngora muestran de qué manera el interés del común pudo prevalecer en determinadas coyunturas autonomizándose respecto de las diferencias facciosas a nivel local y de su articulación con el centro más influyente que, a la sazón, se erigía en Buenos Aires. Desde los comienzos de la década de 1620 –y sobre todo durante los años centrales de ésta– apareció reiteradamente un tipo de conflicto que permiten visualizar con bastante claridad el tema del “uso” de la prescriptiva en el marco de los recursos a los que podían echar mano los capitulares, envueltos en luchas facciosas a escala local y de la gobernación, como así también en otros que, como se planteaba, desbordan esta primera dicotomía. En principio, se relatan algunos datos sobre los cuales se ha construido esta hipótesis. El primero de los ruidosos conflictos que giran alrededor de un Teniente de Gobernador puede detectarse a finales de 1622. El 2 de noviembre de ese año, el Capitán Manuel Martín –vecino feudatario y de los primeros fundadores de la ciudad– presentó un título de Teniente de Gobernador dado por el Gobernador Góngora, en Buenos Aires, una semana antes. Los capitulares lo recibieron, pero exigiéndole la aprobación de la Real Audiencia de la Plata para ponerlo en posesión de su cargo. Dos semanas después, el mencionado capitán presentó una petición contradiciendo la negativa del cabildo, en la medida en que esto 106 AHSF - ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 200 a 203 v. 107 La misma finalmente será corrida a cargo de Sebastián de Vera Mujica. AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo I, ff. 274 y 275.

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era considerado una “formalidad”.108 Un hecho aparentemente curioso parece dar sentido a las reticencias que el cabildo manifestara el día 14 de noviembre. La fecha es significativa pues es el mismo día en que el Gobernador Góngora expedía, a favor de Juan Bautista de Vega, el mismo título que había otorgado poquísimos días antes a Manuel Martín. Si Góngora jugaba con varias cartas a la vez, es probable que para los capitulares no estuviera demasiado claro cuál era la carta que más convenía a su propio juego. De la misma manera que lo hicieron con Manuel Martín, supeditaron la presentación de Juan Bautista de Vega a la aprobación que de su título debía llegarle desde la lejana Real Audiencia.109 La sesión del 12 de diciembre del mismo, muestra una escena en la cual se repiten el guión y los primeros actores, pero con algunas líneas más pulidas. A menos de un mes de haber intentado con su título de Teniente de Gobernador, Manuel Martín se apersonó munido de otro, más acotado y novedoso. El mismo lucía el rótulo de “Capitán a Guerra de Santa Fe”, título que le habilitaba para asistir al Cabildo y entender en causas de gobierno, aunque no de justicia. Por entonces, era indiscutible que la capitanía de guerra resultaba imprescindible para el mantenimiento del orden y la seguridad, al menos como un horizonte simbólico. Mientras tanto, resolvía el Cuerpo, el Procurador debía entender en cuestiones de Justicia (el hombre, entre paréntesis, no estaba en esta sesión ni estuvo en la mayor parte de las sesiones del año, lo que deja realmente en manos del alcalde de primer voto el alfa y el omega de la justicia ordinaria ese año).110 El título también había sido dado por Góngora y también fue rechazado provisionalmente, con los argumentos que ya se han consignado. Góngora le había investido con este honor el 29 de noviembre del mismo año, a tan sólo 15 días que hubiera designado como Teniente a Juan Bautista de Vega. El asunto se simplificó –aunque no se resolvió– de manera “natural”, cuando el pobre de Vega, la jornada siguiente de la designación de Martín en funciones de Guerra, falleció. Pero, muerto el perro, no se acabó la rabia. El problema no sólo no esta irresuelto sino que irradió con su onda expansiva la totalidad de las sillas dispuestas en torno de la mesa capitular. En la jornada del día 1 de enero del año siguiente, 1623, tras la designación de las nuevas autoridades municipales, el escribano asentó que se espera la confirmación en su cargo de todos los capitulares por el Gobernador, en un plazo no mayor de cuatro meses. Desde luego que este “requisito” no era nuevo, pero no resonaba de esta manera (ni siquiera figuraba) en las actas de los años anteriores. Como en el caso de los Tenientes, la confirmación por el gobernador de alcaldes y regidores era considerada también una mera formalidad. 108 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 40 v. a 44. 109 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 45 47. 110 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 47 v. a 50.



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Durante ese año, Juan García Ladrón de Guevara –a estas horas un viejo conocido– solicitó copia de los argumentos que él mismo había presentado cuando rechazó los títulos de Manuel Martín. El 6 de junio de 1623, el Cabildo aceptó como teniente a Gonzalo de Carbajal, designado por Góngora el 21 de mayo anterior. Se le admitió a pesar de no tener la aprobación de la Real Audiencia, argumentando que ésta demoraría demasiado en llegar, en virtud del peligroso estado en que se hallaban los caminos a la ciudad de Charcas. Sus fiadores, conviene retener los nombres antes bien que el argumento sobre el mal estado de los caminos, fueron Antonio Tomás de Santuchos y Agustín Álvarez Martínez. Para terminar de embarrar el cuadro, cuando Carbajal asumió, Góngora había muerto. Enterado de esto, Sancho de Figueroa Solís solicitó al Cabildo que lo cese en su cargo.111 Sin embargo, el Teniente pisaba fuerte en el Cabildo y Figueroa Solís debió echar mano de artillería pesada. Contactó al Visitador Pérez de Salazar, Oidor de la Audiencia de Charcas, y obtuvo de éste un auto que decretaba el cese del Teniente hasta que, como en los anteriores casos, fuera presentada la aprobación de la Real Audiencia.112 En una jornada particularmente generosa en la oferta de motivaciones obvias, pueden leerse con claridad las razones del excesivo celo puesto por Figueroa de Solís en el cumplimiento de la Real Cédula tantas veces invocada: la sesión del 16 de abril deja expuesta la intención de Solís de asumir el cargo, con un nuevo título, que ha sido extendido a su nombre por el gobernador entrante, don Francisco de Céspedes. El Cabildo, haciendo gala de criterio para sacar partido del desgaste que iba sufriendo la figura, desautorizó a Carbajal, tal y como lo mandaba el Visitador, pero no aprobó el título de Figueroa Solís, dejando el gobierno en mano de los alcaldes ordinarios. El Cuerpo –alegó– tiene justas y graves causas para no admitirlo, dadas las “amenazas que hizo antes que llegase a esta ciudad como después de ella”, instruyendo al eternamente dispuesto Hernandarias para ir donde el Visitador Salazar a resolver el asunto.113 A mediados de mayo, el cabildo dispuso de una carta firmada por el Oidor, entregando el mando a los Alcaldes. Nada se dice acerca del estado de los “caminos” utilizados por el Oidor para llegarse hasta Santa Fe. Nada se dice pero parecen haber estado malos, sino en su textura, en su función de conducir los flujos necesarios para zanjar los problemas. En 1624 Juan de Zamudio, designado por el nuevo gobernador Francisco de Céspedes, tuvo los mismos inconvenientes que sus predecesores. Hasta tanto llegó su confirmación por la Real Audiencia –en agosto de 1625–, se lo aceptó sólo como “Capitán a Guerra”.114 111 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, sesión del 2 de diciembre de 1623, ff. 141 a 144. 112 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, sesión del 29 de marzo de 1624. 113 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 144 a 146. 114 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 160 a 161.

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Las actas capitulares de la primera semana de ese año muestran nuevamente cómo la complejidad local se imponía por sobre cualquier otra dimensión: el 3 de enero de 1625, el teniente Zamudio –ejerciendo como juez de comisión– puso en prisión a Juan de Osuna, alcalde electo. Los capitulares se expidieron inmediata y corporativamente, determinando que como Zamudio aún no había sido aceptado como teniente, mal podía apresar a un alcalde. El teniente debía liberarlo inmediatamente y ponerlo en ejercicio de su cargo:115 en menos de una semana Zamudio recibió la aprobación del Cuerpo y el alcalde Osuna, rehabilitado, parecía ahora bien predispuesto para con el teniente, desestimando la necesidad de esperar la aprobación de marras: el argumento invocado en esta ocasión, fue la situación de peligro en que se encontraba Buenos Aires. Era necesario tomar disposiciones impostergables: en consecuencia, el teniente presentó a sus fiadores, entre quienes se alistó nuevamente don Agustín Álvarez Martínez, como se vio antes, garante aceptable de Tenientes y Alcaldes ordinarios.116 Zamudio también había entrado pisando fuerte a Santa Fe, pero lo mejor de sus credenciales se convirtió en materia de controversia, a manos de quienes estaban bien informados. En noviembre de 1625, Gregorio Sánchez Ceciliano exigió el cumplimiento de la Real Provisión por la cual los gobernadores no podían nombrar “a personas de su casa” en cargos públicos.117 Al día siguiente, el alcalde Pero Hernández exigió a Zamudio que dejara su cargo y Juan de Osuna salió esta vez en su defensa. El Licenciado Gabriel Sánchez de Ojeda, abogado de la Real Audiencia de Charcas presentado por Osuna para que diera su “opinión de letrado”, afirmó que, como esa Real Provisión fue dirigida a los alcaldes de la Provincia del Tucumán, no tenía valor para el Río de la Plata. ¡Brillante! Zamudio, agregó que su designación fue aprobada por la Real Audiencia de Charcas con posterioridad a la redacción de esta Real Provisión.118 En la copia que extendió a pedido de Sánchez Ceciliano, el Cabildo no incluyó el parecer del letrado, ni el del teniente de gobernador que, a ojos de los capitulares, infringía la ley.119 En la sesión del 8 de noviembre, Sánchez Ceciliano caracterizó a Zamudio como “criado” de Céspedes120 y dos días más tarde, Pero Hernández pidió copia 115 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 169 a 171 v. 116 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 177 a 182. (1625), 7 de enero, Agustín Alvarez Martínez y Juan Ruiz de Atienza. 117 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, f. 226. 118 Que es en realidad una Real Cédula, dada por Felipe III, en Madrid, a 12 de diciembre de 1619. 119 AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 226 v. a 228 v. 120 Idéntica actitud asume en la sesión del 29 de diciembre de 1626 el Regidor Pedro Ruiz de Villegas. El 2 de enero de 1627 solicita el cese de Zamudio, por ser paniaguado de Céspedes. AGSFACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 272 a 275. Y, efectivamente, tenía razón. El asunto se analiza más adelante, bajo la lupa de cuestiones de justicia, pero es justo señalar que nada de esto apareció en los archivos santafesinos, sino en Sevilla. Allí he encontrado el expediente que incluye



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de los pareceres faltantes en la transcripción de las actuaciones, pero el cabildo dispuso se le diera nomás “pie y cabeza”. Si con anterioridad la cuestión había sido la del cumplimiento de la famosa Real Cédula de Felipe III, ahora la polémica colocaba en el centro de la escena la relación demasiado estrecha, a juicio de los capitulares de 1626, entre Juan de Zamudio y el gobernador Céspedes. En este sentido, los nuevos capitulares de 1627 decidieron insertar en el libro una copia del documento filipino121 pero, respecto de los cuestionamientos que recibiera Zamudio, el nuevo Cabildo rechazó la petición del procurador Alonso de León, por estimar que el teniente “...cumple con eficiencia y prontitud...” las obligaciones de su cargo.122 ¿Qué podría motivar una conducta a primera vista tan esquizofrénica? La renovación de plazas no basta para explicarlo, pero contiene lo esencial del argumento. Durante la gobernación de Céspedes, los enfrentamientos característicos del período de Góngora (que denotaban cierta polarización) dejaron paso a la decidida composición de nuevas alianzas familiares y de negocios que fundaron un equilibrio más complejo. Las disputas por recursos de toda índole no desaparecieron, pero el cuerpo mostró una tendencia hacia posiciones que atendían a criterios de gobierno en función de medir tácticamente sus fuerzas respecto del gobernador de turno. El fuerte cuestionamiento a Zamudio dejó lugar a la lisonja en función de que el alcalde de primer voto –y hombre fuerte en Santa Fe– Manuel Martín, tenía en su bolsillo el título que le acreditaba como sucesor de Zamudio desde hacía unos dos meses, tomando como referencia la jornada del prodigio o la esquizofrenia. En este sentido, el Capitán Martín, –Teniente desde el 12 de marzo– difícilmente quisiera sembrar enemistades con el funcionario saliente quien, por lo demás, era un allegado íntimo del hombre que le acababa de otorgar el más alto cargo en su cursus honorum. Ya le había costado sus idas y vueltas aquella designación del cambiante Góngora, que resignara laureles de teniente en una “capitanía a guerra” durante los últimos días de 1622. Siempre muy cerca del centro de la escena, Manuel Martín aparece en Santa Fe más cercano al universo de relaciones de Céspedes que de Góngora. De hecho, es muy probable que este último desistiera de sostenerlo (cuando como se reseñó lo reemplazara por Bautista Vega primero y Gonzalo de Carbajal después), cuando supo de su lealtad con el grupo hernandariano, principal obstáculo a los intereses de Góngora en Santa Fe. Volviendo a 1627, momento que muestra a Manuel a Juan de Zamudio, embarcado con Francisco de Céspedes, como gente de su casa, nombrado como criado en primer término. AGI, Contaduría, 5388, n. 74, 23 de septiembre de 1624. 121 Real Cédula dada por Felipe III en Madrid, a 28 de diciembre de 1619. Transcripta en AGSFACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 285 a 298 v. [289 a 298 v. ilegible] 122 Véanse las sesiones del 8 y del 22 de febrero de 1627, en AGSF-ACSF, Segunda serie, Tomo II, ff. 306 v. a 308.

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Martín teniente de gobernador, el otrora ensañado Alonso de León testificó gustoso en su asunción sin exigir cumplimiento de Reales Cédulas ni mensura de distancias afectivas, mientras que el “excarcelado” Juan de Osuna, ofendido por Zamudio en las buenas y defensor del mismo Zamudio en las malas, asumió el 23 de marzo en reemplazo de Manuel Martín como Alcalde de Primer voto. Los “hombres buenos” de la ciudad estaban, los partidos mezclados, los honores repartidos, en paz. Interesa señalar ahora un contraste ya esbozado pero que termina de configurarse con otro punto: en la específica relación que sostienen el cabildo y los tenientes de gobernador (una de las bisectrices que pueden trazarse como lectura de lo que se expuso en este apartado) parece haber un desplazamiento del peso de una “institución” hacia la otra. En efecto, el enorme grado de concentración de potestades y de influencia que el teniente de gobernador tenía sobre el ámbito capitular durante el último cuarto del siglo XVI sufrió un franco deterioro a lo largo del cuarto de siglo siguiente, y sobre todo durante el período crítico que se abre en 1618. El cuerpo santafesino se mostró mucho más “agresivo” o demandante en sus planteos para con la gobernación al tiempo que, como se ha visto, el incremento del número de negociaciones y la subida del tono en las mismas, muestran una mayor integración, contrastando con los años anteriores, cuando no ocupaba tanto espacio en las discusiones capitulares. La adaptación que los vecinos santafesinos –y su reunión en cabildo– demuestran frente a los cambios impuestos por la sanción de la nueva gobernación y su adaptación a la nueva cabecera (Buenos Aires) a partir de 1618 no derivó en una subordinación real de todos los intereses de la ciudad a de una supuesta facción que se movía e intentaba desplegarse a escala de gobernación: los tenientes de gobernador de este período (1618-1630) ya no eran hombres fuertes. Si, como antes, mantenían la cualidad de ser hombres de confianza de su gobernador, habían perdido la calidad de compartirla con la de la ciudad. Y ésta, quiérase o no, tenía su sensibilidad. Los tenientes del período 1573-1595 fueron hombres completamente incardinados con el proyecto fundacional. A la muerte de Garay (1583), la figura de su yerno perfiló la continuidad de un proyecto en el marco del orden instalado sólidamente después de la revuelta de 1580. Esta relación entre la autoridad y lo inmemorial –construcción recursiva de la autoridad y de la continuidad de la vida de la ciudad en las figuras directamente ligadas a la hueste fundadora– pudo dejar una marca en lo que respecta al peso que presentan las figuras del teniente de gobernador o del alcalde mayor. El interés común expresado por la ciudad en el siglo XVII, no obstante, no era sino un cerrar filas de los vecinos de la ciudad más allá de las diferencias internas.



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Los Tenientes quedaron atrapados en los usos locales de normativas monárquicas durante largo tiempo desatendidas. El cabildo de la ciudad utilizó esas normas (siguió la letra de la ley de la monarquía) como un recurso para resistir al largo brazo del gobernador. Cuando los tiempos indicaron que esta resistencia no era necesaria, la letra de las Reales Cédulas volvió a caer en el olvido. Claro está, provisoriamente. Los motivos de estas exitosas resistencias y hasta de este firme avance de las prerrogativas de un cuerpo que, en su heterogeneidad, se fue autonomizando políticamente sobre las potestades y sobre los dominios del gobernador y su teniente, se condice con el acercamiento entre familias de ambas ciudades que, como se mostró, cambiaron patrones de relación y vehiculizaron mejor la complementariedad de sus negocios: como lo muestran los trabajos de Moutoukias y de Garavaglia, en 1630 Santa Fe era una plaza consolidada como llave de paso entre Asunción, la ruta al Potosí –que pasaba por Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy– y, sobre el Atlántico, Buenos Aires, incipiente válvula de escape de la plata potosina no declarada. El diseño de las relaciones políticas no podía ir en contra del flujo de los circuitos económicos: al contrario, es muy probable que las primeras fueran el particular aceite gracias a el cual funcionaron los segundos.

CAPÍTULO XII La familia del fundador Tejido de lealtades, espacio de confrontación

E

ntre las relaciones que son imprescindibles para explicar el surgimiento y el desarrollo de la sociedad santafesina ­–como en cualquier otro caso– las familiares ocupan un lugar de primer orden como factor de organización. Sin ellas difícilmente el territorio se hubiera transformado en un espacio. Ya se ha señalado el beneficio que la historia del poder político ha obtenido de los aportes de la demografía histórica, la antropología estructural francesa, de la antropología social y simbólica anglosajona o del network analysis.1 Lo que sigue es una composición de lugar de las tramas familiares organizadas alrededor de la figura del fundador de la ciudad para, a través de este hilo, comprender los primeros trazos fuertes de la configuración política santafesina durante sus primeros años de vida. Los esfuerzos del fundador por crear una familia y construir una parentela, en este caso, constituyen una saga de ultramar que liga lugares, carreras, culturas jurídicas, desplazamientos geográficos y expectativas, alianzas, estrategias, tácticas, éxitos y fracasos que, en el capítulo final, son puestos en relación por última vez desde el ángulo de las experiencias judiciales de algunos agentes. Este capítulo se prolonga entonces en el próximo donde, juntando redes, se intentará de brindar una última imagen dinámica del vasto tejido que encontramos bajo la epidermis de esta comunidad y de su lugar en la constelación de las sedes de poder político en la monarquía católica hasta mediados del siglo XVII. Juan de Garay, de un continente al otro El proceso peninsular de expansión ultramarina entre los siglos XV y XVI es incomprensible al margen de la materia viva de su ejecución, encarnada por integrantes de algunas tramas sociales que, desde los tiempos de Vasco da Gama o de Cristóbal Colón, aparecen visibles y vitales detrás del nombre retenido por la memoria colectiva.2 Aunque no tan rutilante como los mencionados, uno de estos nombres es el de Juan de Garay, fundador de las ciudades de Santa Fe (1573) y Buenos Aires (1580). Fue uno de los capitanes que articuló energías y recursos en 1 2

BARRIERA, Darío y DALLA CORTE, Gabriela Espacios de Familia: ¿tejidos de lealtades o campos de confrontación?, Jitanjáfora, México, 2003. Por ejemplo en VINCENT, Bernard “Les univers des Gama et des Colomb”, en Biographies: Arquivos do Centro Cultural Calouste Gulbenkian, Volume XXXIX, Lisboa–París 2000, pp. 3 a 8.

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la empresa de la construcción de sitios, fuertes y ciudades que jalonaban la instalación política de la monarquía hispánica en esta parte del continente americano. ¿Qué vínculos permitían y sostenían la trama de los recorridos activos de este agente? ¿Qué relaciones interpersonales sustentaban sus movimientos, su agencia? En esa sociedad donde los derechos –aunque no todas las posibilidades– derivaban de la pertenencia a un colectivo, una manera posible de reconstruir las tramas de aquellas agencias consiste en elegir un hilo conductor y orientar la búsqueda hacia la familia, el grupo social, la comunidad o la corporación. Esta veta ha sido copiosamente ensayada para el ámbito peninsular, donde la acumulación de investigación básica proporciona a estas alturas un material suficiente como para hablar de una plataforma bien explorada.3 La elección, aquí, responde a una realidad diferente y a una estrategia ligeramente distinta de la adoptada en aquellos estudios: el punto de arranque lo constituye el fundador de la ciudad, cargando el interés biográfico sobre lo que, parafraseando a Levi, podría llamarse su “racionalidad selectiva”. En rigor, lo que se persigue en este capítulo es describir y analizar el sentido de algunas decisiones tomadas por conquistadores del área –y el fundador de la ciudad de Santa Fe es nuestra mejor excusa para saber cómo construyeron su prestigio (sobre el cual se basaba en parte su autoridad y ciertos aspectos de la acumulación de recursos), planificaron sus emparentamientos y trabaron relaciones con pares y subordinados a lo largo y a lo ancho del sur del virreinato peruano para calibrar la metamorfosis material y política de estas extensiones. La elección del agente reposa sobre la idea de que la interacción entre la extensión, la agencia y la cultura constituyen los puntos básicos para un análisis constructivista del proceso de construcción del espacio político que la monarquía hispánica promovió en estos territorios. De esta manera, de la biografía del agente escogido retendremos sobre todo las relaciones que entabló, a sabiendas de que buscaba su reproducción y la de los suyos y la creación de sentido de una comunidad política. La publicación de los Catálogos de Pasajeros a Indias...4 permitió un incremento geométrico de los estudios sobre los grupos de “migrantes” del viejo al nuevo 3

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Véase CASTELLANO CASTELLANO, Juan Luis –editor– Sociedad, Administración y Poder en la España del Antiguo Régimen, Universidad de Granada, Granada 1996, 396 pp. CASTELLANO CASTELLANO, Juan Luis; DEDIEU, Jean-Pierre y LÒPEZ CORDÓN CORTEZO, María Victoria La Pluma, la mitra y la espada. Estudios de Historia Institucional en la Edad Moderna, Universidad de Burdeos-Marcial Pons, Madrid-Barcelona 2000, 362 pp. IMÍZCOZ BEUNZA, José María –director– Redes familiares y patronazgo: aproximación al entramado social del País Vasco y Navarra en el Antiguo Régimen (siglos XV-XIX), Servicio Editorial de la UPV, Vitoria, 2001, 301 pp. BERMÚDEZ PLATA, Cristóbal –director–  Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII, 3 volúmenes, Sevilla 1940-1946; BOYD-BOWMAN, Peter Índice geobiográfico de



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mundo. Permitió realizar programas de investigación que se volcaron inicialmente sobre cuestiones cuatitativas o prosopográficas, vale decir, que intentaron dar respuesta a la pregunta por los cuántos, quiénes, desde dónde y con qué destinos.5 Como bien lo señala Jean-Paul Zuñiga, su preocupación era la de determinar la importancia numérica del fenómeno migratorio así como su aporte regional específico.6

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más de 56 mil pobladores de la América Hispánica, FCE, México, 1985; existe edición anterior, Indice Geobiográfico de 40000 pobladores españoles de América en el siglo XVI, 2 Tomos, Bogotá 1964 (Tomo I), México 1968 (Tomo II). Puede leerse en las publicaciones resultantes de importantes congresos mundiales. Es el caso de CHIAPPELLI, Fred –editor– First Images of America, University of California Press, Berkeley, 1976 y de “History, Models and Methods in Migration Research” Eighth International Congress on Economic History Budapest, 1982. Otras obras generales que incluyen el ámbito hispánico: GLAZIER, Ira y DE ROSA, Luigi Migration Across Time and Nations: Population Mobility in Historical Contexts, Holmes & Meier, New York 1986, 384 pp. COHEN, Robin –editor– The Cambridge Survey of World Migration, Cambridge, 1995, 570 pp. Para el área sudamericana, los trabajos de GÓNGORA, Mario Los grupos de conquistadores en Tierra Firma, 1509-1530, Santiago de Chile, 1962; ROSENBLAT, Ángel “Base del español de América: Nivel Social y Cultural de los Conquistadores y Pobladores”, en Revista de Indias, 125-126, 1971 y LOCKHART, James The Men of Cajamarca: a Social and Biographical Study of the First Conquerors of Peru, University of Texas Press, Austin, 1972, 496 pp., devinieron clásicos y establecieron los puntos de partida de la polémica en torno a la cuestión de la extracción social de los conquistadores llegados a estas tierras. Una excelente valoración y puesta al día de estos problemas para el caso chileno en ZÚÑIGA, Jean Paul Espagnols d’outre-mer. Emigration, reproduction sociale et mentalités à Santiago-du-Chili au XVIIe siècle, Thèse de Doctorat, Institut Universitaire Européen, Florence, janvier 1995, 561 pp et annexes. Comparto su diagnóstico: gran parte de los estudios de emigrantes realizados sobre todo en España, están basados en aproximaciones monográficas de carácter regional. Si bien este recorte no es novedoso –cfr. BOYD-BOWMAN, Peter “The Regional Origins of the Earliest Spanish Colonist of America”, Publications of the Modern Language Association, LXXI, 1956, pp. 1152 a 1172– el fenómeno de un análisis facturado regionalmente no es privativo a este tema, ya que la historiografía hispánica posfranquista estuvo marcada por políticas de investigación y fomento a la producción científica sufragadas con presupuestos provenientes de las Comunidades Autónomas, con la consiguiente formulación de estudios que debieron legitimar (hasta genealógicamente) la existencia de formaciones políticas concretas según intereses contemporáneos. Así, considerando “las españas”, pueden citarse trabajos concretos como los de TORRES RAMÍREZ, Bibiano Los conquistadores andaluces, Madrid, 1978; VVAA III Jornadas de Andalucía y América, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1985. ALTMANN, Ida Emigrantes y sociedad. Extremadura y América en el siglo XVI, Alianza, Madrid 1991. Sobre los vascos, y más recientemente, Cfr. Escobedo Mansilla, Ronald; Zabala Beascoechea, Ana de y Álvarez Gila, Oscar –editores– Emigración y Redes Sociales de los Vascos en América, Vitoria 1996. El asentamiento vasco en Santa Fe fue abordado por CALVO, Luis María “El asentamiento vasco en el actual territorio de Santa Fe. 1573-1713”, en Investigación sobre asentamientos vascos en el territorio argentino, siglos XVI-XIX, Buenos Aires, 1993, T. II. FRÍAS, Susana y GARCÍA BELSUNCE, César De Navarra a Buenos Aires, Buenos Aires, Instituto Americano de Estudios Vascos, 1996. GARMENDIA ARRUEBARRENA, José “Cádiz, los vascos y la carrera de Indias”, en América y los Vascos, Eusko ikaskuntza, 1992. ZUÑIGA, Jean-Paul Espagnols... cit., p. 6.

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El movimiento, claro está, era más complejo que una simple movilidad geográfica, y excede al rótulo de “pautas migratorias”: ciertos testimonios epistolares,7 como así también relaciones o relatos que se encuentran en los archivos locales, muestran que aquél adagio de venir a indias para valer más... indujo la adopción de la migración como estrategia de movilidad social. Pero este fenómeno está lejos de ser válido sólo para el grupo de migrantes a Indias durante el siglo XVI. La movilidad espacial, entonces, fue un sucedáneo de estrategias para lograr movilidad social ascendente, y esto también tuvo su expresión una vez que los migrantes llegaron a territorio americano. Es que muchos de los peninsulares llegados a Indias no vieron cubiertas sus expectativas donde arribaron originalmente, y debieron movilizarse dentro de las Indias para valer más, lo que implica que algunos “conquistadores” de las áreas periféricas –como la que analizamos– llegaron a su momento de mayor autoridad y éxito en la empresa conquistadora después de haber experimentado algunos fracasos o de haber sido desplazados en sus primeros destinos. En este sentido, se ve, existe ya una primera limitación a la idea de “estrategia” o “racionalidad selectiva”, en el sentido que la dinámica de la “expulsión” de los malditos –los molestos, los que allí y entonces están sobrando– funcionó en el espacio americano como un promotor de decisiones, motor que favoreció, provocó y alimentó la colonización de los espacios nuevos, concebidos como válvulas de escape.8 Esta situación queda probablemente bien ilustrada con el análisis de la revuelta de 1580: los complejos procesos de alineamiento y exclusión producidos en torno al episodio político, fueron de utilidad para señalar, precisamente, la construcción de las bases del nuevo orden posterior a la rebelión. Lo mismo había sucedido en Asunción durante los meses previos al enrolamiento de esos sesenta y tantos mancebos que resultaban urticantes para la autoridad local. Según Franklin Pease, desde Lima se diseñaba la dispersión hacia el sur de hombres de armas que, en su abundancia, resultaban una pesada carga para las novísimas élites hispanoperuanas. En el caso de Santa Fe, ese orden posterior a la rebelión, al que aquí se denominó como orden benemérito sin el peso de la expresión facciosa, encontraba sus fundamentos en el establecimiento de un pequeño puñado de familias que accedieron a los cargos capitulares, algunas encomiendas, a las principales acciones de vaquear y suertes de estancia fuera de la ciudad y en la Otra Banda del Paraná.

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Cartas privadas de emigrantes a Indias, 1540-1610, FCE, México 1996 [1988], 611 pp. Cfr. MOYA PONS, Frank Después de Colón... cit. También aparece esta interpretación en el clásico trabajo de ASSADOURIAN, Carlos Sempat La Argentina... cit. y, más recientemente, en PEASE, Franklin “Los Andes”... cit.



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La diferencia entre éste espacio y los “centrales” como el peruano o el novohispano reside en la posición relativa que tuvieron respecto de la provisión de recursos materiales y simbólicos en los espacios virreinales: mientras que México, Lima o Asunción (“madre de ciudades”) se comportaban como centros expulsores, Santa Fe fue una de las ciudades “hijas” de la maternal Asunción que, faltándole pechos, alimentaba la clonación de nuevas lobas. El grupo de familias instituido en Santa Fe como el primer status quo de la política de la ciudad tuvo como cabezas a Juan de Garay y a algunos de los hombres que llegaron con él a la fundación en 1573. Las relaciones que trabaron explican los fundamentos de ese orden tanto como su disolución. El foco se orienta primero hacia la construcción de los vínculos primarios, y luego hacia el funcionamiento de esos vínculos en ámbitos de alianza y negociación. La acumulación originaria del mérito: “valer más” en Indias Para comprender la construcción de una “posición” en este proceso, es necesario visualizar varios ejes del recorrido. Primero, Juan de Garay no partió de un vacío absoluto: entró al Perú de la mano y protección de su tío, el licenciado Pedro Ortíz de Zárate, primer Oidor de la ciudad de los Reyes, llegado a Lima en 1545 con la comitiva del Virrey del Perú Blasco Núñez de Vela.9 Hacia 1556 sirvió como soldado en las jornadas de población del Valle de Tarija con Juan Núñez de Prado y, en 1561, integró la hueste de Ñuflo de Chávez en la fundación de Santa Cruz de la Sierra, donde fue nombrado regidor.10 Allí residió por casi ocho años y contrajo matrimonio con Isabel de Contreras o de Becerra (su apellido paterno, no siempre utilizado por la dama); en su casa, comían usualmente “...diez y doce soldados a su mesa...”, también recibió –por mandato de su primo segundo, Juan Ortíz de Zárate– a Felipe de Cáceres, quien venía desde Charcas como avanzada del Adelantado.11 Garay tuvo conflictos con algunos hombres del lugarteniente de su pariente, lo que le determinó a trasladarse con su mujer a la ciudad de Asunción, en el 9

ZAPATA GOLLÁN, Agustín Obras Completas, Tomo II, Las Puertas de la Tierra, Santa Fe 1989, p. 227 y ss. FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto Garay..., op. cit. CERVERA, Manuel Historia..., cit., Tomo I, p. 134. 10 Colección Juan de Garay, documento 35, cit. en CERVERA, Manuel Historia... Tomo I, p. 124. 11 “Información hecha á petición de Tomás de Garay como apoderado del General Hernán Arias de Saavedra, Gobernador de las provincias del Río de la Plata, y por ante el Capitán Diego Núñez de Prado, Alcalde ordinario de la Asunción, de los servicios del Capitán Juan de Garay, fundador de Buenos Aires”, en Asunción, a 23 de julio de 1596. En RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires, Documentos referentes a las fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires publicados por la Municipalidad de la Capital Federal, administración del Serño Intendente Dr. Arturo Gramajo, prologados y coordinados por el Dr. Enrique Ruiz Guiñazú – 1580-1915, Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1915, p. 149.

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Paraguay. Pero, a pesar de un traslado encarado seguramente a disgusto y a pesar suyo, allí encontró apoyos a la postre determinantes. En 1568, desde Santa Cruz de la Sierra, Felipe de Cáceres le nombró lugarteniente suyo en Asunción, donde Garay iba “...con su gente...”.12 Una vez llegado Cáceres a Asunción en calidad de teniente de gobernador del Paraguay, le brindó un nuevo reconocimiento nombrándolo alguacil mayor de las Provincias del Río de la Plata.13 El acto formal reunió a dos hombres que poco tiempo más tarde anudaron sus historias familiares para siempre: la vara sobre la cual Garay apoyaba su mano derecha para jurar era sostenida por el alcalde ordinario Martín Suárez de Toledo,14 padre de un joven que devino yerno del nuevo alguacil mayor, constituyéndose en el hombre más controversial de la política rioplatense de todo el primer cuarto del siglo XVII.15 Aunque las relaciones entre Cáceres, Suárez de Toledo y Garay no eran malas, el alineamiento de estos últimos con el obispo Pedro de la Torre en su conflicto con el gobernador16 produjo cambios: la condición del joven capitán vizcaíno mejoró en el nuevo ordenamiento. Con el aval del ex-gobernador Ruy Díaz de Melgarejo, Cáceres fue apresado –imputado de malos tratos a los amigos del Obispo como así también de los consabidos actos de mal gobierno– lo cual dejó el campo libre para la reorganización política propuesta por el tercer Adelantado del Paraguay y Río de la Plata, Juan Ortíz de Zárate, primo segundo de Garay.17 El vizcaíno desilusionó a Cáceres –que había sido pródigo con el joven 12 “Traslado del poder y comisión dada á Juan de Garay por Felipe de Cáceres, General del Paraguay por nombramiento de Juan Ortiz de Zárate, para llevar su gente á la dicha provincia y gobernarla en su nombre”, dado en Santa Cruz de la Sierra, a 2 de febrero de 1568, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires... cit., pp. 3-5. 13 “Provisión de Felipe de Cáceres Teniente de Gobernador....”, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires..., cit., pp. 5-7. 14 Quien era, además, el hombre de confianza de Felipe de Cáceres, que le había designado como Teniente de Gobernador durante su ausencia. Suárez de Toledo, por su parte, encabezará el complot para sacarlo del Gobierno en 1572. Cfr. CERVERA, Manuel Historia... Tomo I, p. 129. 15 ZAPATA GOLLÁN, Agustín Obras Completas, Tomo II, Las Puertas..., cit., p. 230. 16 “Representacion que hace don Juan Alonso de Vera y Zárate á S. M. para que, en atencion á los servicios de sus antepasados, se le recompense conforme á lo estipulado con aquellos.”, en Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomo III, Buenos Aires, 1890, p. 88. 17 El desfasaje temporal que parecen ofrecer los datos no se debe a otra cosa que los movimientos a uno y otro lado del Océano: Ortíz de Zárate había partido desde el Perú hacia España en 1568, en pos de la ratificación de su nombramiento, realizado por Lope García de Castro. La capitulación con Felipe II fue firmada en Madrid, hacia julio de 1569; este documento le nombraba Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata y, otro de 1570, le otorgaba, como se ha dicho ya, el adelantazgo por tres vidas. Traslado del documento en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires... cit., pp. 11 a 19. También en los testimonios incluidos en la “Información hecha á petición de Tomás de Garay como apoderado del General Hernán Arias de Saavedra, Gobernador de las provincias del Río de la Plata, y por ante el Capitán Diego Núñez de Prado, Alcalde ordinario de la Asunción, de los servicios del Capitán Juan de Garay,



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capitán– pero fue leal con su familia y con la dirección que tomaba en conflicto en Asunción. Juan de Garay ya no podía obtener beneficios de un hombre que había caído en desgracia con el obispo y con sus propios parientes: para mantener la lealtad no bastaba el peso de los favores proporcionados. Cáceres, como patrón, había perdido coordinación horizontal, las relaciones con sus pares habían empeorado: mal podía esperar sostén de vínculos que no eran exclusivos y que, desde su debilitada posición, no podía alimentar verticalmente. La presentación de sí mismo, ejercicios interesados de autobiografía A comienzos de 1583, año de su muerte, Garay fue testigo de la información que elaboraba su amigo y pariente, el adelantado Licenciado Juan Torres de Vera y Aragón. En este documento se presentó como “...natural de la villa de Villalva que es en los Reynos de españa y vecino de la ciudad de santa fee que es en las provincias del rrio de la plata...”.18 Al filo de la muerte, Garay se veía a sí mismo no sólo como un hombre de dos mundos, sino como hombre de dos pagos de los reinos de una Monarquía agregativa que le habilitaba sendas condiciones identitarias: naturaleza, en el primer caso, vecindad en el segundo. Identidades definidas, al fin y al cabo, en espacios bisagra: puede afirmarse que, desde la cuna, Garay fue un hombre de fronteras. Villalba de Losa, tal el nombre de la villa de la cual Juan de Garay se dijo natural, se ubicaba en un radio que, en tan sólo tres leguas a la redonda, comprendía poblaciones de los reinos de Burgos, Vizcaya y Álava. Pero al referirse a aquélla como la villa de su naturaleza, según puede deducirse de los recorridos hechos por sus biógrafos, no hacía referencia al lugar de su nacimiento sino al de su crianza. De hecho, sus familiares más cercanos residían en varias de las villas del área. Indagando sobre las razones de la designación de Santa Fe como “Santa Fe de la Nueva Viscaya”, se hizo referencia ya a las cuestiones que conciernen a la relación entre el apellido, su composición y la toponimia. Así, siguiendo a Augusto Fernández Díaz, se señalaba la inicial doble composición del apellido que, en su acepción patronímico-toponímica fuera “Ortiz de Garay”. Según la afirmación de Del Valle Lersundi, en la parroquia de Mijala (término de Villalba de Losa) se conservan documentos que sindican que una familia Ortíz de Garay, desprendida de las casas de Gordejuela, se habría radicado allí a comienzos del fundador de Buenos Aires”, en Asunción, a 23 de julio de 1596. En RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires... cit., pp. 148 a 219, particularmente el de Diego López de Ayala, encarcelado con Cáceres por el mismo asunto. 18 “Información de Torres de Vera en Santa Fe, a 24 de marzo de 1583”; copia del manuscrito original certificada por la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (1936), editada en CERVERA, Manuel Historia...Tomo III, Apéndice XI, pp. 283 a 297. La cita corresponde a la p. 286, testimonio de Juan de Garay.

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siglo XVI. En ese período, las familias de nombre “Garay” se encontraban casi todas ellas en el partido de Valmaseda, Vizcaya. A la salida de Villalba de Losa, la existencia de una “calle de Garay”, una “barrera de Garay” y un “término de Garay”, delinean los trazos dejados por una familia no muy rica, pero sí propietaria de algunas heredades y, al menos, de algunos celemines de sembradura. Gordejuela era una villa vizcaína que distaba de la provincia de Álava poco más o menos una legua y a tres de Orduña, donde se avecindaba otra rama familiar, la de los Ortíz de Zárate. Ciertas escrituras de finales del siglo XVI, que muestran la venta de unas tierras por las herederas de Juan Ortíz de Garay y María Pérez de Ribas, señalan a estos últimos como vecinos de Mijala para mediados de siglo, a la vez que informan de su actividad como pequeños productores rurales.19 El asentamiento de este núcleo familiar en Villalba de Losa podría estar señalando un acercamiento espacial hacia los Ortíz de Zárate de la villa de Orduña –donde también es posible que hubiera nacido Garay antes de que su familia se trasladara a Villalba de Losa. En Orduña estaba avecindado Pedro Ortíz de Zárate, el tío a cuyo lado Juan de Garay pasó sus primeros años mozos. Este hombre era letrado y, en varias informaciones del propio Garay y de otros soldados de la conquista, se destaca el vínculo. Tío y sobrino compartieron entre cuatro y seis años de convivencia entre Villalba y Orduña, antes de sus respectivos embarcos a las Indias. Pero la primera vez que Juan de Garay redactó su historia de vida desde Santa Fe, fue el 21 de mayo de 1576, cuando dirigió al Rey un extenso alegato en primera persona con el objeto de probar sus méritos y obtener un premio. El texto no es muy conocido –al menos no ha sido publicado completamente hasta ahora– y lo extraje de un expediente judicial. La razón que promovió 19 En la declaración de Garay citada más arriba, en 1583, se dice nacido en Villalba de Losa, villa donde vivió y fue “naturalizado”. A esta conclusión llegan Groussac, Del Valle Lersundi y Fernández Díaz. Personalmente, pienso que si se acepta que nació hacia 1527 o 1529 y que se embarcó a América a la edad aproximada de 15 años, resulta imposible admitir que se trate del mismo Juan de Garay que, entre 1553 y 1556, se desempeñaba como Mayordomo lego de la Iglesia de San Pedro y que en 1557 figurara como “fabriquero” de la Iglesia. Como se ve, el establecimiento definitivo de las informaciones sobre los primeros años de su vida presentan dificultades. Aquí se rescatan los trabajos de FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto Juan de Garay. Su vida y su Muerte, Tomo I, Rosario, 1973. Un testimonio de Francisco González de Andía e Irarrázabal, Marqués de Valparaíso, presentado hacia 1648 por la familia Cabrera, asegura en la primera respuesta ofrecida en su declaración “...que conoçio este tto en la ciudad de Santa Fee en las indias a el Gl. Jno de garay natural de gordejuela en las encartaciones de Vizcaya....” citado por MOLINA, Raúl A. en “Don Jerónimo Luis de Cabrera y la Caballería de Santiago”, en Genealogía, 14, Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Buenos Aires, 1974, p. 32. En el mismo artículo, (p. 38) Molina aporta el dato de que los registros parroquiales de Gordejuela comienzan en el año de 1530, unos tres años después del nacimiento de Juan de Garay.



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su confección es jurídicamente sencilla: constituía la prueba o los títulos de las propiedades que Juan de Garay había señalado, como él mismo escribió, para sí y para sus herederos. Con él, desafiaba e interpelaba a la dinámica meritocrática: conocía los alcances de las potestades de que disponía y a su uso se abocaba. El gesto de presentarse a sí mismo, en esta ocasión, coincide con la autoasignación de la propiedad de algunas suertes de tierras e islas para sí y para sus herederos. Incluye créditos y una historia que genera más créditos. En la primera línea, dejaba claramente sentada su posición en la constelación originaria de los poderes: “Yo el capitan juan de garay teniente general de govor en todas estas provincias y governacion del rio de la plata nuevamente intitulado la nueva viscaya...” 20 Posición relativa si las hay dado que, como se ha señalado ya, Garay nunca fue técnicamente un Teniente de Gobernador: fue lugarteniente de adelantado e, incluso, teniente de lugarteniente de adelantado. Hasta 1593 la gobernación paraguayo-rioplatense estaba encabezada en un adelantado y este movedizo lugarteniente (poco amigo del sedentarismo) se autodesignaba operativamente como teniente de gobernador, algo más cierto de hecho que de derecho, con las atribuciones del caso. No dejó de embellecer estas atribuciones añadiendo otras, conferidas por su condición de fundador de una ciudad nueva: en medio del plan expansivo de la administración Filipina, éste se consideraba un acto de gran servicio a Su Majestad, motivo por el cual, Garay encontró pertinente narrarlo in extenso “…digo que por quanto yo salí de la Ciudad de la assumpcion en el año de setenta y tres a catorze de abril con poderes de martin suarez de toledo que en aquella sazon governava en la dicha ciudad de la assumpcion en nombre del muy illustre siñor el adelantado juan ortiz de zarate governador [v] de todas estas dichas provincias por la magestad real del rey don felipe nro señor y con los dichos poderes saque de la dicha ciudad ochenta soldados para con ellos poblar y fundar una ciudad en servicio de su magestad y en nombre del dicho señor adelantado…” La constelación originaria de los poderes queda más clara: Garay había sido designado (había recibido potestad) de un lugarteniente de adelantado que gobernaba en Asunción en nombre de este último. Su tenencia, al fin y al cabo, es

20 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 419.

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polvo ligero ante el peso del servicio: “poblar y fundar una ciudad en servicio de su magestad...”. Los motivos, según sus propios dichos, no eran menudos: “…y ansi la funde y poble en la parte que me parecio mas conveniente e ymportante para poder tratar y conversar con las provincias y governacion de Tucuman y por alli con los reynos del pirú para que su magestad fuesse avisado de las cosas que en estas Provincias uviesse con ansi se ha hecho y ydo y venido despachos a los reyno sdel el Pirú…” El relato de Garay induce la línea de lectura que debe adoptarse y, en buena medida, la línea en que se desarrollaba efectivamente la ocupación de estos territorios: su alegato muestra que aquella metáfora con la cual Assadourian bautizó la articulación económica del sur subcontinental –el espacio peruano– había sido percibida por los actores antes de que estuviera económicamente organizado, muy tempranamente, articulado en términos de circulación de la información y de la autoridad. La obsesión por unir los reinos del Perú con los del Paraguay aparece ligada al mantener a Su Majestad avisado: la comunicación –más allá de los contenidos, la comunicación como redes de flujo– precedió y articuló este espacio peruano económico como un espacio político: esa es la lectura que Garay pretende se haga de su servicio y, no siendo el nuestro el ojo del rey que debía cancelar la deuda, parece bueno captar el guiño. Este sujeto conectaba carriles de una extensión a la cual concebía y construía como espacio político. Volviendo a la trama del servicio, de la deuda y del derecho (del mérito), el vizcaíno estaba lejos de agotar el relato de sus prendas que, por regla, debía ser más extenso que los párrafos que luego iba a consagrar a la descripción de su recompensa: “…después que la dicha ciudad de santa fe –continuaba el fundador– poble y ansi luego como poble y funde la dcha ciudad de santa fe y hize un fuerte sali con parte dela gente a visitar y empadronar la tierra y ansi luego repartí entre los dichos soldados que conmigo vinieron a servir a su magestad los naturales que en esta provincia ay…” Emulando decisiones colombinas, urgido por circunstancias semejantes, Garay arroja abigarradamente el complejo meritocrático adoptando la pose del primero excluido: fundó, pobló, hizo un fuerte y salió con gente a empadronar la tierra, en buen romance, a repartir indígenas en precipitada y precaria encomienda. Merced ameritada por los soldados que con él servían a Su Majestad. Quedaba tiempo –en realidad, algo más de foja y media de papel– para hacer constar lo acreditable



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a su servicio, motivo por el cual suceden, todavía, tres o cuatro líneas dedicadas al reparto para otros, “…para que mejor se pudiesse sustentar los dichos pobladores y conquistadores y servir a su magestad como parezera por un registro y memorial firmado de mi nombre y ansimesmo les tengo señaladas y dadas tierras para sus labrancas y criancas y solares y quadras para sus viviendas…” Y, continuaba “…entre los quales repartamientos y señalamientos tome y señale para mi algunas de las tierras y quadras que parezera en esta cedula firmado de mi nombre lo qual por falta que ha avido de papel nunca hasta agora se hago oido hazer mi cedula ni las de otros particulares…” La falta de papel –lamento distintivo que aparece incluso en el acta fundacional, registrada tiempo después de realizadas las ceremonias– aparece vinculada con otro servicio, realizado a una autoridad más cercana: “…y despues estando yo assi poblado en la dicha ciudad de santa fee como arriva digo tuve noticia como avia llegado el dicho señor Adelantado al puerto de san Gabriel con su armada y que le avian desbaratado los yndios charruas y quedava engran necessidad de socorro y ansi luego yo tome treynta vezinos de esta dicha ciudad conveynte cavallos y le fue a socorrer y alli el dicho señor adelantadomedio sus poderes muy copiosos de su teniente general de todas estas provincias y governacion como es publico y notorio para poder repartir y hazer merced en nombre de su magestad y suyo a todos los dichos pobladores y conquistadores conforme a las mercedes, que su magestad con el tenía capitulado y despues por fallecimiento del dicho señor Adelantado quedo por governador de todas estas dichas provincias el muy ilustre señor Diego ortiz de Zarate medieta el qual me confirmo los dichos poderes de la forma y manera que el dicho señor Adelantado me los avia dado y ansido hago destos dichos poderes y en estos dichos tiempos atento a los gastos y trabajos que en servicio de sumagestad en esta dicha población y jornada como es publico y notorio…” Habiendo poblado Santa Fe, subrayaba Garay, se lanzó al socorro del Adelantado Juan Ortiz de Zárate, que llegaba a estas tierras entre finales de 1574 y comienzos de 1575 (en febrero de este año fue reconocido en Asunción) y se encontraba en problemas con su flota en las inmediaciones del Puerto de San Gabriel, asediado por los Charrúas. Allí, anota etnográficamente el narrador, emplazando una ima-

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gen en la cual coinciden el servicio y la recompensa, el Adelantado gozó de su socorro, que tiene como datos de la medida tanto a los treinta vecinos como a los veinte caballos movilizados (lo que implicaba, a la sazón, la mitad de los vecinos de la ciudad y un buen número de caballos que no se indica si son de los vecinos, suyos o del común). El adelantado le correspondió otorgándole sus poderes muy copiosos, nombrándolo su teniente general de todas estas provincias y governacion como es publico y notorio para poder repartir y hazer merced en nombre de su magestad y suyo a todos los dichos pobladores y conquistadores conforme a las mercedes, que su magestad con el tenía capitulado: el último tramo concierne al contrato que liga al mismo Garay con la economía regia de favores. Los “copiosos poderes” que Zárate le otorgaba provenían del contrato directo entre éste y su Rey; la naturaleza del flujo de la potestad quedaba, de esta manera, refrendada nuevamente y, en el mismo acto, vinculada con la naturaleza del contenido de ese flujo. El poder transmitido le permitía, a él, el premiado por el Adelantado, legitimar los premios que ya había asignado a sus soldados: esta primitiva clientela (de todos modos, como se ha visto, insatisfecha) recibía de su mano lo que, en su Real Justicia, el Príncipe mismo hubiera otorgado. La confirmación de los poderes dados por el Adelantado a manos de un Diego de Zárate y Mendieta díscolo (pero apto en la ocasión) no cumple otra función, en el texto, que la de anudar cronológicamente la continuidad del proceso de transmisión de la potestas: muerto el Adelantado, su lugarteniente encandena, con vida, lo que de todos modos aquella muerte no hubiera interrumpido: seguro de la lógica de su trama, el vizcaíno cierra la sentencia que precede al inventario, vinculando potestad, motivos y publicidad del asunto: hago destos dichos poderes y en estos dichos tiempos atento a los gastos y trabajos que en servicio de sumagestad en esta dicha población y jornada como es publico y notorio. El trozo de documento que describe la recompensa que ha guardado para sí es, como se anticipaba, tanto o más extenso que el destinado al desarrollo de su antesala legitimante.21 Los elementos de los que se rodea el fundador no se 21 Véase completo y en nota, para evitar la referencia a un apéndice: “...he tomado y señalado para mi y para mis herederos primeramente en una punta que haze el Rio que viene consteando la tierra firme veniendo del assiento de una [v] una legua poco mas o menos mas abajo que el dicho assiento un pedaco de tierra de media el agua de frente por vera del rio abajo y a tierra adentro hasta topar con el saladillo = otrosi a la otra vanda deel parana donde dezimos la laguna de los patos que es por debajo de la angostura de la punta del yeso una legua poco mas o menos de donde sale el riachuelo de esta dicha ciudad de santa fe rio arriva, por el Parana en la qual dicha laguna de los patos he tomado y señalado para mi una legua de frente por la vera del parana y dos leguas de largo por la tierra adentro y entiende se que esta legua de frente que tomo e señalo para mi en esta dicha laguna ha de tomar enmidio la boca dela dicha laguna y correr rio arriva la media legua y rio abajo la otra media = otrosí tengo señalado y tomado y señalo para mi y para mis herederos otro pedaco de tierra camino de los chupiacas donde al presente tengo mi labor y por la parte del río arriva tengo por lindero a Domingo viscayno por la vanda de abajo hacia la dicha ciudad a joseph dorantes vezinos de la dicha ciudad econ ver a la tierra adentro conforme a las demas tierras, que tengo dados a los demas vezinos =



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agotan en el paisaje: su descripción de la ubicación de las tierras da buena cuenta también de los vecinos con los que lindan las porciones de terreno que se asigna. Domingo Vizcaíno, Josep Dorantes, Francisco de Sierra, Sebastián de Aguilera y Antón Martín forman parte de ese otro paisaje, el de las gentes de bien (los vecinos premiados por él mismo) que conforman, de cara al Rey y al corazón de sus expectativas más íntimas, una suerte de puntos en el arco originario de las lealtades: a falta de certezas absolutas, ellos constituían la garantía –anónima para el Rey, concreta para el vizcaíno– de la construcción de un yo cuyos recursos no se agotaban en su propio nombre, ni en sus propios títulos. Garay, además de un hombre de fronteras, jugaba un rol de bisagra y, consciente o inconscientemente, lo sabía y lo hacía saber: los vecinos que nombró en su expediente eran la garantía de la existencia de un orden que necesitaba todavía más garantías. Aquello que se había asignado a sí mismo como premio por poblar era necesario, además, para seguir poblando. En la apertura, Garay ubicó perfectamente los nombres de los resortes más visibles del poder, los nombres de sus apoyos en la constelación de puntos visibles (de conquistadores, militares otrosí tengo tomado y señalado par ami y para mis herederos por donde sale desta ciudad el camino de los calchines otro pedaco de tierra el quael en pieza dende donde este unalgarrobosolo donde al presente micorral de bacas dende alli hasta lindar con Francisco de sierra en la qual tierra tengo al presente parte de mi labor y ha de correr a la tierra adentro como las demas tierras que tengo dadas a los vecinos = otrosí tomo y señalo para mi y para mis herederos una quadra dende una vega de unanegadizo que haze por el gajo de esta dicha ciudad la qual dicha quadra ha de estar y ser sobre en altos ano el mas alto que ay camino desta dicha mirosa que esta por el camino de los calchines = otrosí tomo y señalo para mi y para mis herederos otro pedaco de tierra que esta como venimos de los calchines hacia esta dicha ciudad donde se acaba la primera barranca y empieza u anegadizo pequeño y ha de empezar esta tierra desde lindes de sabastian de Aguilera tomando cien passos de barranca hasta donde se acaba rio arriva el dicho anegadizo y ha de tomar otros cien passos por la parte de arriva de la otra barranca y esta dicha tierra hemos de partir el campitán francisco de sierra y yo y ha de correr a la tierra adentro como las demas en aquellas parte tengo dadas = otrosí tomo y señalo para mi y para mis herederos en el salado grande un pedaco de tierra la qual dicha tierra hare empeza desde como vamos de las taperas del archamin rio abajo yendo poresta vanda del Rio y damos en unas lagunas yendo por el rio abajo una legua poco mas menos de las dichas taperas y ade tomar de aquellas dichas lagunas rio abajo medialeguas rio arriva otra media que se entiendo que ha de tener por todo una lengua de frente or el dicho rio y dospor la tierra adentro hacia esta dicha ciudad otrosi tomo y señalo para mi y para mis herederos un aysla, que esta por debajo deste dicha ciudad [v] frontero de un pedaco de isla que tengo dado a anton martin rio en medio. La qual dicha ysla cerca dos bracos de rio que haze abajo de esta dicha ciudad el rio que passa de esta dicha ciudad, las quales dichas tierras y estancias y yslas tomo y señalo como dicho tengo por virtud de los dichos poderes y en nombre de su magestad atento a mis grandes gastos y trabajos y en lo mucho que he servido y pienso servir a su magestad para que yo y mis herederos podamos en las dichas tierras y en cada una dellas edificar casas y hazer lasbrancas y corrales y plantar qualesquier arboles y hazer en ellas como cosa propia mias y de mis herederos y para poder las vender y en agenar como cosa propia fecha en la ciudad de santa fee a veynte y uno de mayo de mil e quientos y setenta y seys años juan de Garay, por mandado del sñor capan teniente genera pedro de espinosa escrivano publico ...” DEEC-SF, EC, LII, 10, ff. 420 y 421.

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y burócratas) sobre los cuales se apoyaba la Monarquía más allá del Atlántico: ofrecer también las señas de quienes continuaban el tejido, promovía la imagen ensanchada de unas relaciones que Su Majestad, como buen señor de señores, sabría comprender al punto. A la hora de cerrar el escrito, frente a la necesidad de reeditar por vez última su argumentación, Garay anotó: “…como dicho tengo por virtud de los dichos poderes y en nombre de su magestad atento a mis grandes gastos y trabajos y en lo mucho que he servido y pienso servir a su magestad para que yo y mis herederos podamos en las dichas tierras y en cada una dellas edificar casas y hazer lasbrancas y corrales y plantar qualesquier arboles y hazer en ellas como cosa propia mias y de mis herederos y para poder las vender y en agenar como cosa propia…” El Servicio no estaba agotado, pero el ámbito para continuar desempeñándolo, consideraba Garay, necesitaba de algunas pinceladas regias. Esperaba contradon y beneficio. La presentación de los otros En julio de 1596, Tomás de Garay –hijo de Juan de Garay– se dirigía al alcalde ordinario de Asunción con el objeto de levantar una información de los servicios de su padre. Lo hacía como apoderado de su cuñado, el General Hernandarias de Saavedra, a la sazón Gobernador de la Provincia del Paraguay y Río de la Plata y de su hermana, Jerónima de Contreras, legítima esposa del gobernador. El procedimiento es bien conocido, pero lo que interesa ahora es recuperar la medida social que se utilizó para considerar esos méritos del fundador de Santa Fe y de Buenos Aires que, esta vez, fue elaborada por alter y no por ego. Estos juicios, emitidos por miembros de su grupo que no eran sus pares sino sus exsubordinados –ya que los testimonios que aquí se recogen han sido brindados en su mayoría por los hombres que, bajo su mando, le acompañaron en una u otra empresa conquistadora– se producen en un contexto jurídico para presentarse, por vía de derecho, al Rey y al Real Consejo de Indias.22 ¿Qué deciden recordar a beneficio de inventario estos hombres que depusieron solemnemente su palabra ante un escribano, a fin de consolidar la posición 22 “Información hecha á petición de Tomás de Garay como apoderado del General Hernán Arias de Saavedra, Gobernador de las provincias del Río de la Plata, y por ante el Capitán Diego Núñez de Prado, Alcalde ordinario de la Asunción, de los servicios del Capitán Juan de Garay, fundador de Buenos Aires”, en Asunción, a 23 de julio de 1596. En RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires..., cit., pp. 148 a 219.



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de un tercero –ya fallecido– padre de la esposa de quien solicita la memoria? ¿De qué manera realizan el registo en vista que, de lo que se trata, es de favorecer al heredero? En la presentación del memorial que inicia la “Información...”, Tomás de Garay menciona que su padre prestó cuarenta y cinco años de servicios al Rey en los reinos del Perú como en las provincias del Río de la Plata, “...con sus armas y cauallos y a su costa y mision sin jamás aver desservido en cosa alguna...”. Los testigos, dice, serán de las provincias rioplatenses –“...distantes desta corte más de quinientas leguas...”–por lo que solicita le autoricen una “receptoría de forma” a los cuestionarios que serán enviados para recoger las informaciones en los pagos de residencia de aquéllos. Entre los testigos presentados por Hernandarias y Tomás de Garay se contaba Simón Xaques, cuya designación como lugarteniente provocara parte del malestar que llevó al alzamiento de 1580. En 1596 Xaques residía en Asunción, y se presentó junto a otros dos “conquistadores antiguos” de estas provincias, el regidor Diego López de Ayala y el Escribano del Cabildo, Juan Cantero. Otros tres testigos pertenecían en 1596 al cuerpo capitular asunceño: Diego de Olaverrieta (alcalde ordinario y de la hermandad), Pedro Sánchez Valderrama y Antonio de la Madrid (regidores). El único vecino de Santa Fe era Felipe Juárez, quien fuera alguacil menor durante 1577, firmante del acta de los rebeldes de 1580, contrarrevolucionario del mismo movimiento, procurador de la ciudad en 1582 y que alcanzaría el cargo de regidor en 1588.23 Casi un mes después se agregaron los testimonios de Juan Fernández de Enciso y Baltasar de Caravajal, conquistadores antiguos y vecinos de Asunción. La composición del grupo de testigos no podía ser más adecuada: todos acreditaban la condición de “conquistadores antiguos”, lo que, en 1596, significaba haber participado de alguna de las jornadas encabezadas por Garay desde Asunción hacia el sur, bajando por el Paraná. La antigüedad es un valor relativo y el parámetro de relatividad aquí pasaba por haber compartido ese “tiempo de servicios” de Juan de Garay, que se extendió desde la década de 1550 hasta su muerte, en 1583. De esta manera, los cuarenta y cinco años de servicio, como se puede notar, incluyen la franja temporal que va desde la llegada de Garay a América y se prolongaba más allá de su muerte, hasta la fecha en que se toma la declaración, que es solicitada por Hernandarias de Saavedra: la operación, claramente, subsume en un mismo expediente los servicios prestados por el joven Gobernador y por el padre de su esposa, en una suerte de presentación de servicios de la Casa o del linaje, en donde la justificación de la continuidad no debe 23 La presentación de los testigos en “Información hecha á petición de Tomás de Garay...”, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires..., cit., p. 153; los datos consignados para Felipe Juárez, en AGSF-ACSF, pássim.

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ser explicada, ya que resulta innecesario desarrollar el criterio. Hernandarias entendía que la presentación de testigos de visu –prueba suficiente y acabada para las formas judiciales de la época–24 sustentaban desde sus relatos la continuidad de estos servicios. Uno de los testigos, sin embargo, testimonió de “oídas”: mientras tenían lugar muchos de los sucesos por los cuales se interrogaba a Diego López de Ayala, éste se encontraba preso en una estancia cerca de Asunción, donde pudo escuchar, de todos modos de gente de mucho crédito, la mayor parte de los dichos que sostiene, en la creencia de ser todos ellos “...cossa muy publica y notoria en esta ciudad.”25 Los testigos fueron consultados por las generales de la ley, pero se utilizó una cláusula que, al menos en los expedientes santafesinos, es infrecuente: se les preguntó si “...a rreceuido dádiuas o soborno para hacer esta declaracion....”26. Tras la esperable negativa, los testigos no sólo consolidaron la afirmación de los servicios ofrecidos desde ya como un dato dado desde el interrogatorio, sino que también se encargaron de ennoblecer la figura del conquistador.27 Así, Garay fue presentado por ellos como “...capitan de muchos soldados...”, hombre que “... metio ganado y sustento armas y cauallos....”, hombre “...que paso muchos y excesivos travajos y calamidades en seruicio de su magestad....” y que “...gasto gran suma de pesos de su hacienda propia en la dicha conquista sustentando de hordinario en su casa y mesa doce o quince soldados y este testigo era uno dellos....”.28 Juan de Espinosa subrayó que “...mando bautizar muchas criaturas...”29 y que hizo entrar “...sacerdotes y rreligiosos de que se ha seguido mucho bien y fruto para el bien de las almas y que en hacer las dichas poblaciones hizo muy calificados servicios a Dios nuestro señor y a su majestad...”.30 En los incisos correspondientes a las ayudas que prestara a Ortíz de Zárate, los testigos dicen que éste 24 Motivo por el cual se encuentra permanentemente en cada inciso de las deposiciones frente al escribano “...y que lo saue como testigo de vista....” o bien “...y esto vido este testigo...”, “..este testigo lo saue como testigo de vista porque a todo se hallo presente...”. Al respecto, cfr. Dedieu, Jean-Pierre “L’Inquisition et le droit. Analyse formelle de la procedure inquisitoriale en cause de foi”, en Mélanges de la Casa de Velázquez, T. XXIII, 1987, pp. 227 a 251 y Dulong, Renaud Le témoin oculaire. Les conditions sociales de l’attestation personnelle, EHESS, París, 1998, 237 pp. 25 “Información...”, cit., testimonio de Diego López de Ayala, p. 186. 26 “Información...”, cit., p. 154. 27 Desde las Partidas, la puja por el valor relativo entre nobleza de sangre o de mérito parece no saldarse sino con una ponderación permanente de ambas como vías válidas para el ennoblecimiento. Véase sobre todo el Libro II de las citadas Partidas de Alfonso X. Las Siete Partidas. Edición de la Imprenta de Antonio Bergnes, Barcelona 1843, Tomo I. 28 “Información...”, cit., testimonio del Cap. Diego de Olavarrieta, p. 155. 29 “Información...”, cit., testimonio del Cap. Juan de Espinosa, p. 173. 30 “Información...”, cit., p. 175.



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no pereció en las islas gracias a “...los socorros que [Garay] le hizo con gente y comidas...”. La presentación de Garay como un hombre pródigo, que costeó la manutención de otros hombres, de soldados, jefe de una casa con criados, brinda la imagen clásica de un pater familias.31 Todos los testimonios recalcan el hecho de que Garay sostuvo y pertrechó a simples soldados a su costa, y que introdujo ganados en los lugares a los que se les había encomendado conquistar. Esta cuestión de los ganados es de importancia: si la Corona era terminante respecto de las exigencias para el avecindamiento –posesión de solar, construcción de casas, permanencia en el lugar, matrimonio y vida cristiana–, los conquistadores sabían perfectamente que, en lo que les concernía, la introducción de ganado peninsular –en el Río de la Plata, básicamente el bovino y el caballar y, en menor medida, el ovino o el porcino– era sinónimo de savoir faire en materia de expansión y asentamiento. Como en otras empresas conquistadoras,32 el ganado jugó un rol esencial en la del Río de la Plata, proveyendo no sólo de uno de los elementos más importantes a la hora del movimiento y de la organización del control –el equino–sino también del que, a la postre, se convirtió en la principal riqueza de estas tierras: el vacuno. Idéntica calidad de “gran servicio” se atribuye en los informes a las numerosas entradas y pacificaciones contra los indígenas, subrayándose particularmente aquellas que fueron realizadas a manera de “socorro” de expedicionarios que, como el Adelantado Juan Ortíz de Zárate, se encontraban en situación desventajosa en un enfrentamiento contra los infieles o en la represión a revueltas en alguna de las reducciones.33 Simón Xaques fue, sin duda, el testigo menos elocuente: entre sus declaraciones puede contarse la negación de una amistad. Los términos de su exposición hacen pensar en una posición distante respecto de Garay: a pesar de reconocer haber estado muchas veces en su casa y, como puede recordarse, de que fuera su teniente de gobernador hacia finales de la década de 1570, consignó solamente que le conoció “...por trato y conversación”. A la hora de afirmar el hecho de que Garay costeara de su propia bolsa los onerosos gastos de pertrecho y conquista, Xaques optó por decir “...queste testigo no saue ni vido ni oyo ni a oydo quel dicho capitan Juan de Garay fuese socorrido ni ayudado para la dicha poblacion

31 Atienza Hernández, Ignacio “Pater familias, señor y patrón: oeconómica, clientelismo y patronato en el Antiguo Régimen”, en Pastor, Reyna –compiladora– Relaciones de poder, de producción y parentesco en la Edad Media y Moderna”, Biblioteca de Historia, CSIC, Madrid, 1990, pp. 411 a 458. “El señor avisado: programas paternalistas y control social en la Castilla del siglo XVII”, Manuscrits, 9, Barcelona, 1991, pp. 155 a 204. 32 Ya se ha citado el trabajo de Farriss sobre el área maya. Véase su La Sociedad Maya…, cit., p. 63. 33 Particularmente subrayadas en el testimonio de Antonio de La Madrid, testigo de vista del “socorro” prestado por Garay al Adelantado en San Gabriel. “Información...”, cit., pp. 188 y 189.

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de la hacienda de su magestad...”.34 No obstante, Xaques enfatizó como uno de los mayores servicios realizados por Juan de Garay las fundaciones de la ciudad de Santa Fe y de Buenos Aires, sin las cuales, afirmó, no habría intercambio ni trato entre Asunción y la Península. Los servicios del vizcaíno, como esperaba Hernandarias, debían considerarse para beneficiar a su familia, ya que “...por su fin y muerte y gasto que hizo de su hacienda an quedado su muger e hijos muy pobres y no tienen como poderse sustentar conforme la calidad de sus personas y merecen por los servicios del dicho general Juan de Garay que su magestad les haga mercedes y los favorezca y socorra conforme los meritos...”.35 Antigüedad, honor y privilegio ¿Qué peso social tenía, para la descendencia de Garay, la construcción de esa foja de servicios? Desde temprano, la Corona señalaba a los “beneméritos”,36 a los “conquistadores antiguos” y casados37 o a sus hijos como los hombres que debían preferirse para la concesión de mercedes o privilegios. Esta filiación era un valor reconocido desde lo más alto de la jerarquía social para el acceso a los cargos capitulares u otros oficios (incluso los de justicia) en los cuales los criollos o españoles nacidos en América38 veían la posibilidad de mejorar su condición social. La antigüedad como valor aparece tanto entre los criterios para efectuar reemplazos en los más altos organismos gobierno o administración de justicia de las Indias39 como entre las calidades reconocidas a testigos en cualquier pleito,40 34 “Información...” cit., p. 163. 35 “Información...” cit., p. 166. Idéntico cierre hace de su declaración Antonio de Lamadrid, p. 191. 36 R. C. de Felipe II, Madrid, 18 de febrero de 1588. En Sumarios..., cit., Libro IV, Título I, ley II. También en otra de 1591, recogida como la ley XI. 37 “Que en la provision de los oficios, sean preferidos los Conquistadores: y entre ellos, los casados...”, R. C. dada por Carlos V, en Valladolid, a 22 de noviembre de 1538. 38 “Que en los cargos y oficios de justicia, sean preferidos los descendientes de Conquistadores, Pobladores, y Descubridores, originarios de las Indias, como por esta Ley se ordena”, R.C. de Felipe II, dada en San Lorenzo a 11 de Agosto de 1590. En la misma dirección otra de Felipe III, en Madrid a 12 de diciembre de 1619 y una más de Felipe IV, también desde Madrid, a 7 de junio de 1621. Felipe IV mandaba también hacia 1619 que “...en los oficios de Gobierno, y justicia, y hazienda, provisiones y encomiendas; sean antepuestos los naturales de Indias”. Recogidas en Sumarios..., cit., Libro IV, Título II, leyes X y XII. 39 Por ejemplo, es el caso del criterio a utilizar ante el eventual reemplazo de un Virrey, o en la administración de Provisiones de Audiencia ante la ausencia del mismo, que recaen en el Oidor más antiguo. R.C. de Felipe IV, dada en Madrid a 16 de enero de 1627, en Sumarios..., cit., Libro VI, Título II, Ley VIII. 40 Por ejemplo en la presentación ante la justicia del Capitán Juan de Vega y Robles, quien hace pesar este valor en cuanto a la propiedad de la manera siguiente: “...queriendo [la otra parte] poresta rason, y por dhos poderes alterar las posisiones derechos y propiedad tan antigua que tenemos los vecinos...” “...que me competian por antigua posession de mi padre y abuelo...” “...que yo no tube necessidad desitar a dhos partes para aprehender la nueba posession a la que estan antigua mia, de mi padre y abuelo,...” EC, LX, leg. 181, f. 280.



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todo lo cual puede rastrearse incluso en las Partidas... de Alfonso X en clave de composición de la nobleza. Allí conviven, no sin cierta ambivalencia, dos criterios acerca de la génesis de la nobleza: sangre y mérito.41 La cuestión de la “bondad”, mencionada como criterio alternativo al “linaje” en la ley 6ta. del noveno título de la 2da. Partida, hace referencia al proceso de adquisición de la calidad de “hombre bueno” –lo que se ha denominado aquí como la “acumulación originaria del mérito”. En la citada ley de las Partidas, el Rey Sabio –caracterizando los atributos deseables en los hombres de los cuales el Rey debía de rodearse– designa la “bondad” no sólo como un criterio alternativo al del linaje para evaluar la “nobleza” de un hombre, sino como una condición de naturaleza superior: el hombre puede ser rico por linaje –de carácter “hereditario”– pero cumplido por bondad. La “bondad” pasa y vence. La conjunción en un solo hombre de ambos atributos lo convierte en un verdadero hombre rico. Sin embargo, entre las “cuatro cosas” que deben tener estos hombres, la bondad es la primera. “Ser complido” está relacionado nada menos que con la lealtad: en el siglo XIII esto apunta a las características que debían buscarse en los hombres que el Rey elegía para su Corte, y la convicción, de la mano de una asociación de elementos consistente (mérito-bondad-lealtad), se instala como un horizonte de expectativas que deben satisfacer los candidatos a obtener mercedes o recompensas reales en cualquier orden. A esto se abocan al momento de confeccionar sus informes de servicios o sus “relaciones de mérito” los hombres de todos los rincones de la monarquía. Si de la bondad se deriva la lealtad, los hombres del siglo XVI y comienzos del XVII tenían plena conciencia de otra fórmula también consolidada: una vez probadas, estas cualidades los volvían portadores de un derecho al premio. En la trama de significados, la bondad comportaba la capacidad de esgrimir otra condición inseparable: el honor.42 Atributo que contiene históricamente significados que provienen de la antigüedad: tal y como lo señala Pitt-Rivers, en su origen latino esta palabra designaba a una divinidad que representaba el coraje en la guerra y, más adelante, a “...la concesión de tierras merecidas por la victoria...”:43 la historia semántica del honor amalgama un complejo en el cual este término aparece al comienzo y al final. El complejo parte del honor como coraje en la gue41 Sobre todo en Partida II, título 21, ley 2. 42 Cuestión particularmente importante, por ejemplo, a la hora de solicitar el ingreso a una Orden. Cfr. POSTIGO CASTELLANOS, Elena “El honor de concepción caballeresca. Consideraciones sobre el concepto de honor en los tratadistas de las órdenes de caballería en Europa (siglos XVI y XVII)”, en Anuario del IEHS, 14, Tandil, 1999, pp. 257 a 272. 43 Pitt-Rivers, Julian “La enfermedad del honor”, en Anuario del IEHS, 14, Tandil, 1999, trad. de Sandra Gayol, p. 235. El resaltado es mío.

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rra y, tras los términos de mérito, bondad y lealtad, acaba cerrando con el otro componente antiguo, en desuso pero atrapado en el concepto, el del honor como premio, merecido por aquél coraje demostrado en la guerra, que ha llevado a la victoria.44 Pero el mérito, el honor, el privilegio y el premio, no eran nada en soledad: dentro de un mundo que es esencialmente corporativo y de hombres en plural, para su comprensión, el orden exige el recorrido de caminos que lo enuncien. Si, como se ha sostenido, en la España del siglo XVI el vínculo de naturaleza y, con él, las prebendas devenidas de la condición de nacimiento se ubicaban en un primer plano,45 esta condición no resultaba la única vía para comenzar el camino hacia la obtención del premio. En el universo colonial el honor no solía ir ligado a la riqueza y, la condición de la bondad se potencia como capital simbólico y contraparte de una situación que se caracteriza a menudo como de “estrema pobreça”. La situación colonial hacía reflotar, en el discurso de los actores, aquel antiguo significado atrapado en la veta del honor, que unía indisolublemente la participación en una empresa militar con la obtención de unas mercedes a manera de recompensa merecida. De esta manera, el primer grupo de conquistadores y, en algunos casos, descendientes suyos de hasta una segunda generación, se abocan a la construcción de expedientes de servicio orientados a poner de relieve las condiciones relativas al Conquistador como Benemérito –hombre bueno46 y antiguo,47 de los primeros– y como prestador de servicios –básicamente militares–. Si el honor dejaba de aparecer momentáneamente en las Cédulas y escritos del 44 También lo recordaba un clásico de la historiografía colonial, cuando planteaba, a manera de comparación, que “Los conquistadores semejaban los legionarios de Roma, que al retirarse de las campañas se convertían en colonos, con el disfrute de tierras repartidas en premio de sus trabajos militares.”, BAYLE, Constantino Los cabildos seculares en la América española, Madrid, 1952, p. 85. 45 Cfr. MARAVALL, José Antonio Estudios de Historia del Pensamiento Español, Serie 1, Edad Media, Madrid, 1983. 46 La bondad funciona, además, en el universo de códigos “caballeresco”, como vía para la adquisición de una condición específica dentro la nobleza, la de caballero. La ley segunda del título XXI de la Segunda Partida de Alfonso X, la consignaba como la primera de las maneras de acceder a la Caballería. 47 Por ej. véase la provisión del Gobernador Francisco de Céspedes a Hernandarias, donde ante la ausencia de títulos, el Gobernador expide este instrumento afirmando que la propiedad consta desde el momento que como a benemeritos se le repartio (la tierra). DEEC-SF, EC, LX, leg. 177. Otro pasaje del reclamo de Vega y Robes, donde aparecen magistralmente asociadas las calidades referidas en una misma línea: “...a vmd. pido y suplico sea serbido a mi mucha probresa y nesecidades y que soi persona benemerita y mas antiguo agcionero...” DEEC-SF, EC, LX, 181, f. 280 v. En el mismo documento, véase la relación entre el “orden antiguo” y la consideración del injusto usufructo como “alteración” a ese buen orden: “...alterar las posisiones derechos y propiedad tan antigua que tenemos los vecinos, que tenemos accion de bacas...”. Todos los resaltados me pertenecen.



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período como prenda señalada desde la Real Prescriptiva, continuaba presente de todas maneras, y con mucha fuerza, como valor socialmente consolidado: expuesto como síntesis de antigüedad y de prestaciones en relaciones de servicio o en atestaciones ante la justicia, los actores –legítimamente– pretendían que su honor les habilitara la obtención de mercedes y premios. En el caso de la presentación de testigos ante la justicia, la expectativa es complementaria de ésta; allí, los actores alentaban la posibilidad de convertir estas calidades en una validación de sus criterios de verdad o de justicia, mostrando a cada momento que la antigüedad y el buen hacer podían devenir en derecho.48 Formando familia, haciendo parentela “La gente que vive en una casa debaxo del mando del señor della... Familia se entiende el señor de ella, e su muger, e todos los que viven so el, sobre quien ha mandamiento, criados, la familia es dicha aquella en que viven mas de dos homes al mandamiento del señor e donde en adelante, e no sería familia facia a suso (Partidas, 7, tit. 33, 1, 6)” Diccionario de Autoridades, 1738 La elección de Isabel como esposa ajustaba bien un primer nudo de capital importancia en el inicio de un tejido que Juan de Garay comenzaba prácticamente de cero: la mujer era hija legítima del Capitán Francisco Becerra, conquistador veterano llegado a Indias con la expedición del Adelantado Diego de Sanabria en 1552. En este sentido, la alianza se inscribe dentro de un modelo endogámico que da cuenta de una elaboración de estrategias de posicionamiento consciente.49 Por una parte, esto apartaba a Juan de Garay de una práctica frecuente entre los primeros conquistadores de México y de Perú, de unirse –y no necesariamente

48 Hernandarias de Saavedra utilizó por ejemplo la fórmula “...y esantiguedad me prefiere...”, mientras que, en el mismo pleito, uno de sus demandantes se presentaba como “...El capitan Diego Ramírez vezino desta ciudad de los primeros pobladores...” DEEC-SF, EC, LII, 10, ff. 457 v y 438, respectivamente. Resaltado mío. 49 Cfr. por ejemplo con las afirmaciones vertidas por Jean-Paul Zúñiga para los primeros conquistadores –en particular para los encomenderos– de Chile o por James Lockhart para los oidores y encomenderos del temprano mundo hispanoperuano. LOCKHART, James El mundo hispanoperuano: 1532-1560, FCE, México, 1982 [Madison, 1968], 328 pp. Especialmente p. 85; ZÚÑIGA, Jean-Paul Espagnols d’outre-mer…, cit., p. 407.

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casarse– con indias,50 fueran estas nobles o no.51 Por la otra, este matrimonio lo calificó en al menos dos sentidos: a) tomar esposa y avecindarse en Santa Cruz de la Sierra lo ubicaba en óptimas condiciones respecto de sus derechos relativos a la vida política de las Indias, según lo requerido por las prescriptivas Reales.52 b) el matrimonio con la hija de un conquistador antiguo, vecino y encomendero, lo incluyó dentro de una familia que, aunque de segunda línea, pertenecía al grupo de Conquistadores del Perú. De cara a una descarga sobre el Tucumán o el Río de la Plata, esta ubicación era excelente en el tácito pero consolidado orden de prelaciones en la dinámica expansiva de la conquista. Agregando los beneficios potenciales de esta unión adquirida a su ya mencionado parentesco heredado con el Oidor53 y con el Adelantado –su primo segundo, Juan Ortíz de Zárate– tenía respaldo y crédito, componiendo una posición relativa expectable. Hacia finales de la década de 1560, Juan de Garay era ya un hombre prestigioso,54 y poseía un capital relacional pequeño pero a la vez suficiente en las tierras nuevas.

50 Como había sucedido, por otra parte, con su pariente, Juan Ortíz de Zárate, casado con una princesa indígena peruana. Sobre el punto llamaron la atención oportunamente ya los clásicos estudios de ROMANO, Ruggiero Los conquistadores, Huemul, Buenos Aires 1978 [1ª. Ed., en francés, Flammarion, Paris 1972], pp. 56 y 57, y LAFAYE, Jacques Los conquistadores, primera edición revisada por el autor, SXXI, México, 1970, [Paris, 1964], pp. 110 y 111. Quizás por la coyuntura historiográfica en la que fueron escritas, cabe acotar, ninguna de estas obras, redactadas por grandes historiadores, plantea cualquier otra cuestión relativa a las alianzas matrimoniales ni a las políticas familiares del grupo estudiado. 51 De todos modos, Juan de Garay es padre de uno o dos hijos “naturales”, de los cuales no hay gran información, lo que avalaría la hipótesis de que fueron tenidos con indias en el Paraguay. Idéntica condición detentó, hasta 1572, Juana, la hija del Adelantado Ortíz de Zárate, que fuera legitimada recién hacia esa fecha. 52 Véanse los títulos relativos a oficios municipales del Libro IV de los Sumarios de la Recopilación General de Leyes de las Indias Occidentales..., [1628] cit. 53 Como indican varias Reales Cédulas, el Oidor más antiguo sigue en orden de precedencia nada menos que al Virrey. Sumarios de la Recopilación General de Leyes de las Indias Occidentales..., [1628] cit., Libro II, Tít. XXX, leyes XXXV a LX. 54 Así lo indican la totalidad de los testigos presentados por Tomás de Garay en 1596, quienes afirman que, al conocerlo en su entrada a Asunción, les había proporcionado una imagen de autoridad y respeto. Véase “Información hecha á petición de Tomás de Garay como apoderado del General Hernán Arias de Saavedra, Gobernador de las provincias del Río de la Plata, y por ante el Capitán Diego Núñez de Prado, Alcalde ordinario de la Asunción, de los servicios del Capitán Juan de Garay, fundador de Buenos Aires”, en Asunción, a 23 de julio de 1596. En RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay, fundador de Buenos Aires..., cit., pp. 148 a 219.

Descendencia de Juan de Garay e Isabel de Becerra

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A su llegada a las Indias, Garay no tenía más familia que su tío: sin hermanos ni hermanas casaderas en América y sin la posibilidad de presentarse a sí mismo como “hijo de conquistador”, su piso desde la sangre lo constituía el influyente letrado al cual poco después agregó el parentesco lejano pero solvente de Juan Ortíz de Zárate, el tercer adelantado del Río de la Plata. En materia de construcción de una familia, todo quedaba librado a su tarea. Si el vizcaíno no mostró ausencia de criterios en la elección de su consorte, los conciertos matrimoniales que concertó para su descendencia evidencian su capacidad para maximizar vínculos expectables. De la progenie de este matrimonio –fuera del cual, Juan de Garay reconoció al menos un hijo natural–55 se cuentan tres hijos varones y tres hijas mujeres, sobre cuyo destino manifestaba preocupación el vizcaíno en estos términos: “Suplico a vuestra magestad vmildemente se me hagan algunas mercedes en Reconpensa de los muchos travajos y gastos que E hecho [...] yo tengo tres hijas ya Para casar y no tengo que les dar sino es Parte del Premio de lo que e servido a vuestra magestad. Si vuestra magestad fuere servido de hacerles mercedes en pago de mis servicios que las personas encomenderas de yndios con quien se casaren se les alarguen por otra vida mas sus encomiendas demas de la merced que vuestra magestad les tiene ffechas y con esta merced que vuestra magestad les haga Ellas seran con mucho onor remediadas por que yo mas e procurado desvelarme en el servicio de vuestra magestad que en juntarles haciendas.”56 El fundador anudó a su familia con la de otros conquistadores antiguos –para entonces, ya, beneméritos. Particularmente con la descendencia del Tercer Adelantado del Río de la Plata, Juan de Sanabria,57 al punto de parecer una fusión. Éste, casado con doña Mencía Calderón –una de las primeras mujeres españolas del Paraguay– tuvo dos hijos: Diego de Sanabria y María de Sanabria.

55 En el “Repartimiento..” de indios en Buenos Aires, figura “Otrosi dijo, que ponia en cabeza de Juan de Garay, hijo natural del dicho señor General, al cacique ...”, Repartimiento..., cit., p. 97. 56 Carta a S. M. de Juan de Garay, rubricada en Santa Fe a 20 de abril de 1582, en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Garay... cit., p. 85. 57 Por capitulación en la Villa de Monzón, a 22 de julio de 1547. Obrante en AGI, Indiferente General, 415, libro I. Juan de Sanabria falleció antes de efectivizar la expedición.



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Segmento de la genealogía del adelantado Juan de Sanabria –ver 1ª. Nupcias de María de Sanabria–

Diego fue el heredero del título que su padre no pudo ejercer en estas tierras y, con la confirmación de la capitulación en su nombre en 1549, heredó además el infortunio paterno: tampoco llegó con vida hasta Asunción, por lo cual los honores conferidos quedaron en eso, reposando el poder efectivo en Irala, quien continuó como gobernador hasta 1552.58 Quien aquí interesa, a los efectos de la unión de las familias Sanabria y Garay, es María: casada en primeras nupcias con el Capitán Hernando de Trejo, fue madre de Hernando Trejo y Sanabria, quien durante las administraciones de Hernandarias fue Obispo del Tucumán, constituyéndose en su apoyo fuerte en esa provincia. Fallecido Hernando de Trejo, María de Sanabria contrajo nupcias nuevamente, esta vez con el Capitán Martín Suárez de Toledo, vecino, encomendero y hombre fuerte de Felipe de Cáceres en el Paraguay.59 Esta unión potenció seguramente la posición del joven Capitán Martín Suárez de Toledo, que se vinculaba doblemente (por vía paterna y por vía matrimonial) al grupo más antiguo de conquistadores paraguayos. De este matrimonio hubieron como hijos legítimos a Hernando Arias de Saavedra (Her58 NOCETTI, Oscar y MIR, Lucio La disputa..., cit., p. 51. 59 Fue, también, alcalde de primer voto en Asunción durante 1568.

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nandarias) y Juana de Sanabria y Saavedra. Ambos fueron casados con una hija y un hijo de la numéricamente más generosa descendencia del fundador de Santa Fe: Juan de Garay y Becerra desposó a Juana de Sanabria y Saavedra, mientras que Jerónima de Contreras fue dada en matrimonio a Hernandarias de Saavedra. La descendencia de Juan de Garay y Becerra con Juana de Sanabria también abona el patrón endogámico: hacia comienzos del siglo XVII, los retoños del árbol Garay-Becerra y Suárez de Toledo-Sanabria –familias santafesinas con prosapia “paraguaya”–  fueron encaminados, en una parábola en busca de los orígenes “peruanos”, hacia el trazado de vínculos con la estirpe del fundador de Córdoba, Jerónimo de Cabrera. Una de las hijas de Juan de Garay, María de Garay y Mendoza, casó en primeras nupcias con Gonzalo Martel de Cabrera, natural del Cusco e hijo del conquistador de Córdoba. El único hijo de este matrimonio, Gerónimo Luis de Cabrera, además, fue casado con su prima, Isabel de Becerra, nieta de Garay por la vía del matrimonio entre Jerónima de Contreras y Hernandarias. La hermana de Isabel de Becerra, María de Sanabria, fue la legítima esposa de otro nieto del fundador de la Docta, don Miguel Jerónimo de Cabrera.

Descendencia de 2as. Nupcias de María de Sanabria –con Martín Suárez de Toledo–: matrimonios de éstos con descendencia de Juan de Garay.

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Descendencia de dos hijas de Juan de Garay (Jerónima de Contreras y María de Garay y Mendoza) Vínculos con la descendencia del fundador de Córdoba, Jerónimo de Cabrera

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Lo mismo sucedió con la descendencia de otro de los hijos de Juan de Garay (Juan de Garay y Becerra), y su mujer Juana de Sanabria y Saavedra: Cristóbal de Garay y Saavedra casó con otra nieta del fundador de Córdoba, Antonia de Cabrera, mientras que su hermana, una vez viuda, casó en segundas nupcias con el hermano de Antonia, atando así un nuevo nudo en lo que, en las intenciones de los genearcas, pretendía ser una sólida red que debía prestar socorro, brindar remedio y auxilio a uno y a cada uno de los miembros nacidos bajo el cielo protector de esta progenie. Pero las cosas no siempre salen como se planean. Si Garay trabajó para construir –además de una familia– una parentela que reforzara los vínculos básicos, es porque existía una valoración de esos lazos como camino hacia la seguridad.60 La historiografía del siglo XX, ocupándose de la familia durante el Antiguo Régimen, consolidó un modelo atento a los valores de los actores, respetuoso de los códigos culturales de la época que, en líneas generales, es acertado. Sin embargo, las dudas aparecen por todas partes: la incertidumbre constitutiva de economía de antiguo régimen asalta sus otros órdenes. Desconfío de la concepción que deriva mecánicamente las expectativas de los vínculos: para superarla, es necesario un abordaje basado en un principio teórico que considera el vínculo como un elemento más del juego, en donde la posibilidad, en lugar de derivarse directamente de una característica del vínculo, se construye en el orden de la movilidad y de la negociación. Estas páginas trataron y de cargar sobre algo que, considerado una derivación de los lazos familiares, condensa el nivel de las expectativas relativas al tipo de lazo: es en el terreno de la lealtad donde radica la naturaleza última del horizonte de expectativas que se deriva de la construcción estratégica de alianzas matrimoniales y de redes interpersonales. Todo ese mundo se basaba, como sostiene correctamente JeanIves Grenier, en tupidos intercambios y una planificación constante que tendía a retacear los márgenes (por cierto anchos) de la incertidumbre. Por eso mismo, los vínculos estrechos no siempre se tradujeron en solidaridades incondicionales. La familia es finalmente un espacio de intercambio donde no siempre se satisfacen las expectativas legítimamente alimentadas, y, en ocasiones, se transformaba en un verdadero espacio de competencia y confrontación, erigido desde la existencia innegable de los vínculos primarios, alimentado por las expectativas derivadas de solidaridades que se pretenden recíprocas, pero matizados –hasta diría, constitutivamente en conflicto– con la profusión de intereses contrapuestos, la convivencia con alianzas no deseadas y, por qué no, la elaboración de traiciones prolijamente planificadas. El carácter de la imprevisión estructural habilita con justicia a pensar que aquellos hombres y aquellas mujeres se debatían 60 ZUÑIGA, Jean-Paul Espagnols d’outre-mer…, cit., p. 201. Para el espacio que aquí se analiza, véase el uso del término en la preocupación que por sus hijos manifestaba Juan de Osuna DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 470.

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en la lucha por construir un mundo seguro: pero, como cualquier horizonte, no se ajusta a todas las experiencias particulares que, aunque bien trazadas, algunas veces no fueron exitosas. Esta vía aparece nítida en los expedientes judiciales. Para abordarla, parece pertinente el convite de una interrogación contemporánea, formulada desde la literatura e inmortalizada en el Séptimo Arte. Como se lo pregunta atinadamente el narrador que Francis Ford Coppola introduce en boca de Michael en cierto pasaje de El Padrino, podríamos hacer bascular el entresijo, siglos mediante, hiriente tanto para el emigrado de la aldea de Corleone como para el tozudo vizcaíno: “...buscando la seguridad para la familia, ¿podía él perderla?”

Descendencia de Juan de Garay y Becerra Alianzas matrimoniales de los nietos de Garay con los de Cabrera (2)

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Matrimonios y Descendencia de los hijos e hijas de Juan de Garay

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CAPÍTULO XIII La Justicia como laboratorio Del mundo seguro al terreno de la incertidumbre Las actas del juicio: una historia hecha por el camino de las fuentes judiciales l interés que promueve este apartado –largo paréntesis entre un análisis sobre la construcción de la familia y otro sobre el real funcionamiento de los vínculos desbordados en relaciones– es el de exhumar relaciones sociales a través del cristal de la justicia en funcionamiento. Este enfoque está inspirado en sugerencias sueltas que provienen de historiografías de distintas partes del orbe que han sido sensibles a lo que se ha denominado el “redescubrimiento de las fuentes judiciales”.1 En ellas, la historia social encontró soluciones –aparecieron para la history from below voces antes esquivas, como la de los sectores populares– pero también problemas –para comprender los enunciados que aparecían en la fuente era preciso conocer mejor el lenguaje en el cual aquellos estaban formulados y, además, los procesos ocultos detrás de fórmulas, procedimientos, negativas y silencios. En fin, que la administración de la justicia como escenario de prácticas y productor de fuentes despierta un abanico de problemas cuyo interés y consecuencias exceden el campo jurídico pero también las capacidades adquiridas de los historiadores “sociales”. Nuestra historiografía no es ajena a esta sensibilización frente a la justicia como una experiencia ni a toda su complejidad: impactada por la historia desde abajo, por el microanálisis, por las diferentes maneras de antropologización de la historia (en sus vertientes francesa, inglesa o italiana) y también búsquedas propias, se propone bucear en los archivos judiciales como repositorios promisorios. La materia prima que encontramos en los archivos que genera la administración de justicia fue denominada, con buen criterio, “fuente judicial”, haciendo referencia el adjetivo a la actividad que la produjo.2

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THOMPSON, Edward P. Whigs & Hunters. The Origin of the Black Act, Pengüin Books, London, 1975; Costumbres en común, Crítica, Barcelona 1995 [1991]; HESPANHA, António Manuel “Las categorías de lo político y de lo jurídico en la época moderna”, en Ius Jugit, 1-2, 1996, pp. 63 a 100.; La Gracia del Derecho. Economía de la Cultura en la Edad Moderna, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993, 344 pp. e índice. Trad. de Ana Cañellas Haurie.; Vísperas del Leviatán. Instituciones y poder político. Portugal -siglo XVII. Madrid, Taurus, 1989. GARAVAGLIA, Juan Carlos y SCHAUB, Jean Frédéric Lois, justice, coutume : Amérique et Europe latines (16e-19e siècles), EHESS, Paris, 2004, entre otros. Reflexiones sobre sus características, especificidades, ventajas y “peligros” en AAVV La fuente judicial…, Mar del Plata, 1999. También en numerosos párrafos de diferentes textos de Juan Carlos Garavaglia.

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Lo propio es hablar, técnicamente, de “fuentes judiciales”. No obstante, entre la variedad abarcada por el nombre destaca con luz propia ese conjunto de legajos originados por lo que se denominan “pleitos”, materialmente, los materiales que, a instancia de una instrucción hecha por un juez autorizado, un escribano ha reunido a partir de una denuncia o una actuación de oficio, sumando –según los pasos de un proceso ordinario– las voces de una defensa, las deposiciones de ciertos testigos, la mirada de los jueces, la documentación solicitada o alcanzada como prueba y, algunas veces, su última palabra en clave de sentencia.3 Se justifica adjetivar a estos artefactos como polifónicos y además, muchas veces trasuntan voces inconscientes, menos ligadas a la emisión o la transcripción deliberadamente cercenada de un testimonio que a las filtraciones imperceptibles a las cuales demandantes, demandados, testigos y administradores de justicia no pueden resistir con sus gestos. Estas pocas razones alcanzan para justificar que la administración de la justicia se erija como un microscopio alentador para saber algo más de las relaciones de poder y los valores de la sociedad que analizamos. Examinando parte del fondo de los expedientes civiles del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe hemos rescatado material sobre transacciones de tierras y ganados, sobre la Compañía de Jesús, la concepción del mérito, del espacio y de sus usos, entre muchos otros temas. Emergieron, también, los criterios simbólicos que orientaban las sanciones y las prácticas que entonces se entendían como “justos”. Este panorama entonces se trama con historias familiares, alianzas políticas, rotación en los cargos capitulares a través del cristal de disputas de distinto tipo. La presentación configuracional desde este ángulo aporta otra imagen sobreimpresa con la cual se construye esta versión del pasado de Santa Fe la Vieja. Una caracterización somera de los pleitos judiciales Según Richard Kagan, durante los siglos XVI y XVII la sociedad castellana tendió a crear y resolver conflictos mediante el recurso cada vez más frecuente a la justicia ordinaria. El pleito judicial pasó de ser una segunda o tercera opción para convertirse en el camino más frecuente para resolver un conflicto o precipitar su

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También se convierten en fuente de historia judicial (que no con “fuentes judiciales”) todos aquellos estudios consagrados a los juristas, jueces y últimamente sobre todo a los agentes menores de justicia que ilustran con qué elementos hacían sus procedimientos y nos acercan a la cultura “judicial” de los agentes que intervienen en la administración. Por ejemplo: EXTREMERA, Miguel A. “Los escribanos de Castilla en la Edad Moderna. Nuevas líneas de investigación”, Chronica Nova, 28, 2001, pp. 159-184; DEL VALLE JASSO, Homero “Felipe Madrigal y Antonio Palacios, dos tinterillos morelianos decimonónicos”, en Historia judicial mexicana, Suprema Corte de Justicia de la Nación, México, 2006; DAMIANOVICH, Alejandro Historia del Notariado en Santa Fe, Santa Fe, 1998; Historia de la abogacía en Santa Fe, Colegio de Abogados, Santa Fe, 2001.



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resolución fuera de los estrados. 4 Define el pleito como “...un ejercicio del derecho, especialmente del derecho privado que garantiza al individuo ciertos privilegios y facultades inalienables”.5 Pero su enfoque preliminar –que el desarrollo del trabajo confirma– deja entrever que pleitear era una elección de los agentes una vez que habían considerado algunas otras. Su hipótesis es que este cambio –al cual llama, de modo algo estridente, “la revolución jurídica”–  fue un síntoma del debilitamiento de “…los vínculos tradicionales de lealtad y fraternidad […] a consecuencia de los numerosos cambios demográficos, económicos y sociales, jurídicos y políticos que el rápido crecimiento y desarrollo en el siglo XVI había traído.”6 La filiación aristotélica en la concepción del problema es nítida: el autor de La Política vinculaba en una ecuación de proporciones indirectas amistad y justicia: allí donde hay amigos (léase, allí donde los vínculos de lealtad, fidelidad y confianza operan de manera dominante), no hace falta la justicia, escribió el estagirita. Sin embargo, parece prudente no atarse a una versión rígida de esta ecuación. Enseguida, Kagan abandona a Aristóteles y se abraza a Malthus: relaciona el fenómeno de la litigación con el “…aumento de la población –que, dice– estaba sobrepasando con rapidez los recursos disponibles, fomentando las condiciones para enemistades entre los aldeanos, incluso los que estaban emparentados por matrimonio o lazos de sangre.”7 Los pocos datos provenientes de pleitos que ya se ofrecieron a lo largo del libro bastan para echar por tierra esta hipótesis: aunque remite inteligentemente a valores relativos (la relación existente entre quienes intentan detentar el control de los recursos sociales, la disponibilidad de los mismos y la naturaleza y funcionamiento de los mecanismos de negociación a través de los cuales se libra la disputa por ellos)8 la apelación a este tipo de dispositivo no tiene que ver con esas variables. En Castilla como en el Río de la Plata, muchas personas iniciaban pleitos para obtener o recuperar un derecho o un bien que no necesariamente era socialmente escaso. Además, el inicio de un pleito se utilizó muchas veces como 4 5 6 7 8

KAGAN, Richard Pleitos y pleiteantes en Castilla, 1500-1700, Salamanca, 1991. KAGAN, Richard Pleitos… , cit., pp. 21-22. KAGAN, Richard Pleitos…, cit., p. 44. KAGAN, Richard Pleitos…, cit., p. 103. Kagan se afirma en “…la decadencia económica del reino [...] La depresión supuso una reducción del número de individuos capaces de permitirse el coste de un pleito, especialmente en los tribunales superiores de apelación. También implicó una disminución tanto del número como del valor de las transacciones, reduciéndose así más aún las oportunidades de pleitos de gran cuantía.”, pp. 209 a 211. Por lo demás, ubica la decadencia de la justicia real como parte de una “...general redistribución del poder económico y político que afectó a toda Castilla en el siglo XVII”, p. 222.

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una táctica para precipitar un acuerdo extrajudicial: incumplimiento de contratos, recuperación de dotes, herencias, cobro de pesos, fueron causas comunes en la justicia ordinaria santafesina y no siempre se llegaba hasta la instancia de la sentencia. Por lo demás, también importaba tener el mejor derecho esto es, como se verá, ganar una disputa en un campo simbólico aún cuando no se pudiera disfrutar de los bienes en el campo de las prácticas. En una sociedad donde lo económico, lo político, lo religioso y lo jurídico aparecen intrincadamente unidos,9 la justicia local parece entonces un escenario excelente para observar la dinámica en que estos factores se mueven conjuntamente. Para nuestro enfoque, el número de causas judiciales que se inicia a escala de la monarquía castellana crece desde finales del siglo XVI porque se constata una difusión del dominio de los saberes judiciales y una mayor cercanía de grandes sectores de la población con los lenguajes, las maneras, las técnicas y los personajes vinculados con la administración de la justicia.10 En este sentido, para nosotros, un proceso judicial no interesa como una cifra estadística para decir algo sobre toda la sociedad sino como una “puerta de entrada” para conocer algo más acerca de la comunidad en la cual se libra.11 Allí radica la plataforma que define nuestro l marco de lectura de los pleitos: iniciados por agentes de los intereses de una familia, de un grupo de familias o de ciertas coaliciones formadas en torno a intereses concretos, involucran a un número significativo de miembros de la comunidad y permiten detectar lealtades, negociaciones y conflictos que no se mantienen inalterables con el paso del tiempo. Finalmente, para el enfoque microanalítico, estas fuentes tienen algunas virtudes suplementarias. En primer lugar, los legajos judiciales casi siempre incluyen pleitos subsidiarios o bien otros documentos notariales –probanzas, autos de vista, planos, testamentos– que a veces no aparecen “en el sitio” que tendrían que tener según la organización que se ha dado al archivo. Durante los pleitos, para apoyar uno u otro punto de la argumentación, las partes suelen pedir incluso “traslados” de documentos cuyo original incluso no aparece en ningún otro re-

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Una formulación clásica en THOMPSON, Edward Tradición, revuelta y conciencia de Clase, Crítica, Barcelona 1984 [1979], p. 12 y ss. Para el cruce entre economía y religión, la visión más fuerte en CLAVERO, Bartolomé Antidora. Antropología Católica de la Economía Moderna, Giuffré Editore, Milano, 1991, 259 pp. 10 Cfr. los clásicos trabajos de STERN, Steve Los pueblos indígenas del Perú…, cit., y de BORAH, Woodrow El juzgado…, cit. 11 Un ejercicio de este tipo a partir de archivos criminales en Juzgados de Paz en la campaña bonaerense de la primera mitad del siglo XIX en GARAVAGLIA, Juan Carlos “‘Pobres y ricos’: cuatro historias edificantes sobre el conflicto social en la campaña bonaerense (1820-1840)”, en Entrepasados, 15, 1998, pp. 19-40.



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positorio. De esta manera, los expedientes judiciales muchas veces son una caja de Pandora de la cual pueden surgir instrumentos inesperados. En segundo lugar, y esto pudo constatarse dado el carácter finito de la documentación para el estudio de Santa Fe la Vieja, estos legajos contienen datos sobre muchísimos actores que no dejaron otra huella. Tercero, si bien ante la justicia los actores estarán librados a esfuerzos de justificación de sus argumentos, nos dejan “verdades secundarias” –datos que, por no hacer parte de la justificación o el argumento se sueltan sin cuidado y que son para nuestro trabajo cruciales– a las cuales podemos echar mano con mucho provecho. Por último, disponer de una serie de pleitos que, aunque discontinua, se alarga por más de un siglo, permite registrar cambios formales en la práctica judicial, tipos de escritura, culturas letradas portadas por los escribanos o por asesores letrados, etc. Además, también facilitan la composición de procesos configuracionales: las relaciones de parentesco no se traducen en vínculos de lealtad inalterables. Reducido el foco de observación en la escala de la ciudad y sus actores, ajustado sobre la documentación conservada en el archivo judicial, sólo resta formular una última aclaración: este gesto –la reducción de la escala de la observación– no es más que un momento inicial del microanálisis. El más modesto de sus recursos. En la dimensión analítica, lo micro no pasa por la minimización del recorte sino por la minuciosidad en el desplazamiento del foco por sobre los circuitos que diseñe el estudio del recorrido de esas relaciones, el estudio del contenido y de las direcciones del flujo que corre a través del circuito que componen vínculos y relaciones. Descripción del laboratorio antes de encender el microscopio Los materiales y su estado Los documentos que componen este metafórico laboratorio son algunos de los archivados en el Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe, clasificados como expedientes civiles. Bajo este rótulo, un recorte de siete tomos organiza unos 140 legajos que, desde sus carátulas anuncian cubrir y sobrepasar ampliamente el período de nuestro interés –para esta documentación, entre 1610 y 1673. Rápidamente dígase que el único documento cuya referencia constituye el piso (1610) no se conserva y que, al contrario, dentro de pleitos iniciados en 1627, 1640 o 1650 pueden encontrarse traslados y papeles asociados al objeto principal de cada uno de los conflictos, que pueden remontarse a los primeros días de vida de la ciudad.

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Características de los legajos relacionados a Expedientes Civiles Período 1610 a 1672 – clasificación según rótulo de la causa principal Características del Legajo Por cobro de pesos y regularización de cuentas Testamentarias Títulos y papeles asociados a propiedades de los P. Jesuitas de la Ciudad de Santa Fe (incluye compras, mercedes y donaciones) Por mejor derecho a tierras Pleitos por acciones de ganado / quintos Por reclamos de posesión y feudo de indios en encomienda Por títulos de encomiendas y encomiendas vacas Informes de libertad de servidumbre (indios) Mercedes de tierras a particulares Reclamos de restitución de bienes inmuebles y muebles Por bienes de difuntos Reclamos de propiedad sobre esclavos Por daños y perjuicios Por cobros de arriendo de cobro y derechos de alcabala Embargos Por diferencias en testamentos Pleito por condonación de sentencia en pesos Informes por invasión de indios Sobre inhibición de circulación de mercaderías Solicitud de Tutoría de hijos por Mujeres viudas Por perjuicios derivados de la construcción de un desagüe a un particular Sobre rescates de indios Concierto de indios Fuga de indios Por alquiler de una casa Sobre registro, desarme y expulsión de Portugueses Pleitos por propiedad de Viñas

Cant. 41 21 19 9 6 4 4 3 2 2 2 2 2 2 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1



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Número de pleitos registrados

La entrada sobre este universo se realizará a partir de avatares jurídicos protagonizados por la descendencia de Juan de Garay e Isabel de Becerra, y la de varios de los capitanes que acompañaron al fundador desde la primera jornada en estas tierras, reencontrando así en clave judicial en la persecución de derechos a viejos conocidos de las horas rebeldes de 1580 y su descendencia. Y si en este caso hay un nombre que puede servir de hilo de Ariadna, es el del yerno de Garay, el cuatro veces gobernador de la provincia del Paraguay y Río de la Plata, Hernandarias de Saavedra. La herencia del criollo: el juicio de la historia La figura de Hernandarias, se dijo, es una clave fértil para interpretar (a partir suyo) varios de los problemas de la historia rioplatense del primer cuarto del siglo XVII.12 Su herencia –en términos materiales y coetáneos– fue objeto de estudio 12 Véase SALABERRY, Juan Faustino Los Charrúas y Santa Fe, Montevideo, 1926, 289 pp. GUASTAVINO, Carlos Hernandarias, fundador de Corrientes, Buenos Aires, 1928; ARANGUREN, Car-

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por parte de don Manuel María Cervera y también de Agustín Zapata Gollán.13 No obstante, Juan Carlos Crespo Naón fue al grano en este asunto con un enjundioso artículo publicado en 1984.14 El genealogista afirma que el patrimonio de Hernandarias, muy imponente hacia la fecha en que Góngora le hizo el juicio de residencia, era todavía importante en el testamento de su viuda, Jerónima de Contreras. Aparte de lo contenido en el testamento de la viuda, señala que todavía existían “...derechos y acciones en cuyo resguardo levantó una información sumaria en Buenos Aires, en el mes de mayo de 1628”. Según su opinión, los herederos “...durante un siglo abandonaron por completo el cuidado y administración de los mismos [y] tampoco se ocuparon mayormente del manejo del resto de la fortuna heredada de Hernandarias, fuera de algunos actos jurídicos tendientes a mantener latentes sus derechos.” El trabajo de Crespo Naón parte de una petición hecha por Don Fernando Arias de Cabrera en 1728 (un pedido de vistas de la información hecha por Hernandarias justo cien años antes, en 1628)15 y rastrea retrospectivamente otros reclamos de los herederos del yerno de Garay subrayando siempre el “abandono” del asunto por parte de las generaciones anteriores, lo cual coincide con quienes conocieron en vida a Hernandarias. Su preocupación fundamental es la de trazar el derrotero judicial seguido por una parte de la herencia constituida por dos islas en el Río Uruguay y otras tierras ubicadas en tierra firme –en “la otra banda” del Río Paraná– desde el reclamo de aquél hasta la venta de las mismas al gobierno de la provincia de Entre Ríos en el siglo XIX. El enfoque de Crespo Naón presenta algunos problemas: por una parte, Fernando Arias de Cabrera (bisnieto de Hernandarias) no fue el primero en reclamar derechos sobre estas tierras; lo habían hecho con anterioridad su padre –Gerónimo Luis de Cabrera hijo– y un tío suyo –Pedro Ramírez de Velazco, marido de Juana de Cabrera. Por la otra, los yernos de Hernandarias y Jerónima de los Hernandarias. Primer Gran Estanciero Criollo del Río de la Plata, Paraná, 1963; MOLINA, Raúl Hernandarias, el hijo de la Tierra, cit.; ROSA, José María Historia Argentina, Tomo I, cit., PÉREZ COLMAN, César Historia de Entre Ríos, cit., TISCORNIA, Ruth Hernandarias Estadista…, cit. y La política económica rioplatense de mediados del siglo XVII, ECA, Buenos Aires, 1983, 485 pp. BOSCH, Beatriz Historia de Entre Ríos, Plus Ultra, Buenos Aires, 1978; GIANELLO, Leoncio Historia de Entre Ríos 1520-1920, Paraná, 1951, además de los juicios coetáneos a la vida del Gobernador, proporcionados por correspondencia y documentos de Ruy Díaz de Guzmán, Solórzano y Pereyra y el Obispo Ignacio de Loyola. 13 “La hija de Garay. Sus últimos años y su muerte”, ZAPATA GOLLÁN, Agustín Obras Completas, Tomo IV, UNL, Santa Fe, 1990, pp. 109-172. 14 CRESPO NAÓN, Juan Carlos “La herencia del Gobernador Hernando Arias de Saavedra y los pleitos a que ella dio lugar”, en Instituto de Estudios Iberoamericanos, Vol. II, Buenos Aires, 1984, pp.115-135. 15 AGN, IX-40-I-4, leg. A 3, expte. 5.



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Contreras (Miguel Jerónimo Cabrera y Gerónimo Luis de Cabrera) usufructuaron todo aquello que suponían patrimonio de su suegro, partiendo por supuesto de las dotes correspondientes a cada una de sus esposas y, por lo tanto, no puede decirse que hayan “descuidado” nada –mejor, la utilizaron.16 El próximo apartado plantea lo ocurrido durante el siglo XVII desde que Hernandarias discute en vida sus derechos con otros vecinos, dando lugar también a pleitos que, en el crepúsculo de sus días, enfrentó su viuda, Jerónima de Contreras. Por último, si bien el trabajo de Crespo Naón contiene apreciaciones acertadas en el plano procesal, nuestro enfoque se detendrá en las prácticas judiciales tales como el uso de los testigos, la naturaleza de la atestación judicial, en los tipos de representaciones que los actores se hacen de sí mismos, de su genealogía, de sus derechos y en la forma en que las relaciones son invocadas u omitidas con el fin de evitar deterioros o de obtener mejoras –materiales y simbólicas– expresadas en clave de lucha sobre derechos. Beneméritos y vacas: Osuna y Ramírez contra Hernandarias (1627-1640) Lo que sigue es el análisis detallado de un conflicto judicial entre vecinos notables17 de la ciudad de Santa Fe: la demanda la inició en 1627 el alcalde ordinario Juan de Osuna e involucró, en principio, al por entonces exgobernador Hernan-

16 Aunque, como ya se puede observar en los codicilos del testamento de Jerónima de Contreras que Zapata Gollán publicara en el artículo citado más arriba, estos yernos habían gastado mucho más de la dote, tomando créditos –¿con la complicidad de los vendedores o con el capital simbólico otorgado por el lazo parentelar?– a nombre del ex gobernador o de su viuda. 17 Algunas definiciones vinculan este estatus como emergente del sufragio censitario establecido a mediados del siglo XIX en casi toda Europa. Tudesq lo define como un “...intermediario entre la comunidad local y el poder central...”, que concentra un estilo cultural de protocolo y de comportamiento social. Nouschi recalca la instancia de diferenciación del resto de la comunidad, basada en estos elementos. González Alcantud resalta su utilización “...para designar el alto estatus social y cultural alcanzado por ciertos grupos sociales, étnicos y parentales en las culturas urbanas.” A pesar de estos usos más contemporáneos, el término aparece también en las fuentes, y aquí se utiliza ligado fundamentalmente a factores de distinción precisos: la condición de vecino –restrictiva, pues supone propiedad urbana y legítimo matrimonio– y componentes de prestigio –como la participación en el cabildo o la posesión de una merced de encomienda. En nuestro caso, notables y mediadores coinciden en algunas oportunidades, pero no siempre. TUDESQ, A-J “Le concept de ‘notable’ et les differentes dimensions de l’étude des notables”, en Cahiers de la Mediterranée, 1986, pp. 1 a 12; NOUSCHI, André “D’hier à aujourd’hui: bourgeois et notables en Méditerranée”, en Awal, Cahiers d’études berbères, n. 11, 1994; GONZÁLEZ ALCANTUD, José Antonio Antropología (y) política. Sobre la formación cultural del poder, Anthropos, Barcelona, 1998, p. 193, a quien en particular agradezco su amabilidad por haberme facilitado gran cantidad de material. Su libro El clientelismo político. Perspectiva socioantropológica constituye una excelente guía para ahondar en estas cuestiones.

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darias de Saavedra y luego al capitán Diego Ramírez. El objeto era el derecho a recoger (vaquear) unos ganados cimarrones de la Otra Banda del Paraná. Volver al futuro: 1687 Lo primero que presenta el expediente es un legajo compuesto por las actuaciones de un juicio que el Colegio de la Compañía de Jesús siguió a los herederos de Diego Ramírez.18 En 1687, el procurador del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe, el hermano Jorge Suárez, presentó ante el alcalde ordinario un parecer según el cual los herederos de Diego Ramírez, “...nunca han tenido acción de poder de vaquear aunque pretendieron este derecho como consta por el pleito que tuvo dicho Diego Ramírez con el gobernador Hernando Arias de Saavedra litigado ante del teniente Manuel Martínez contra quien se dio sentencia definitiva...”.19 La chispa que había encendido la hoguera era el rumor –fidedigno– según el cual el Cabildo de la ciudad se disponía a “...comprar las tierras y acción de vacas que están en posesión de este colegio...”; la operación nada tendría de extraño, si no fuera porque la parte vendedora no era el Colegio, sino otros vecinos que sostenían ser los propietarios: invocaban su derecho designándose herederos de Ramírez y también como compradores de esas tierras. En mayo de ese año, Suárez supo de una argumentación realizada por Pablo de Aramburu en nombre del Cabildo, consignando que los herederos de Diego Ramírez –los vendedores– habían comprado esas acciones y tierras “memorialmente”: en romance, esto significaba que no tenían títulos escritos para probar la transacción, pero que se consideraba la tradición –la pública voz y fama, la memoria de la ciudad– como prueba suficiente de la misma.20 Sostenido desde las entrañas mismas del poder político, desde la sede judicial de la ciudad, esto suponía todo el peso de la ley. Pero el jesuita no lo entendía de la misma manera. Desplegando un conocimiento jurídico que no es sorprendente entre los jesuitas santafesinos de la época, Suárez también demostró conocimiento de la historia judicial. Solicitó que, en calidad de prueba, se desempolvara un viejo pleito mantenido en Santa Fe ante el teniente Manuel Martín hacia 1627 entre Diego Ramírez y Hernandarias de Saavedra, posteriormente apelado ante la Real Audiencia de Charcas.

18 Dado lo expuesto en los capítulos anteriores, Ramírez es a estas horas un viejo conocido 19 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 375. 20 La explicación de Suárez es magnífica y elocuente: “...alegando el otro podatario que su parte ha comprado memorialmente, esto es de memoria o por tradición fabulosa de algunos emulos de mi sagrada religión donde es de advertir que dice memorialmente porque no precedió manifestación de títulos y que hizo dicha compra solo por el parecer algun contrario a este colegio que intenta pertubar la paz y quieta posesión de su derecho...” DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 375 v.



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En dicho expediente constaba una sentencia en primera instancia que comprobaba que Hernandarias era el legítimo propietario de la franja de tierra que ahora se le reclamaba al Colegio así como de los derechos sobre el ganado cimarrón. Las partes apelaron y en 1628 la Real Audiencia de Charcas ratificó el fallo. Cuando hacia 1640 dos descendientes de Ramírez –su hijo homónimo, Diego y su nieto, Sebastián Resquín– volvieron a la carga por sus derechos por justicia ordinaria, esta vez contra la viuda de Hernandarias, doña Jerónima de Contreras, su presentación fue rechazada por improcedente, ya que sobre el asunto había intervenido la mencionada Real Audiencia. Suárez, que no estaba preocupado por comprobar el modo en que el Colegio había obtenido las tierras21 sino por demostrar que los herederos de Ramírez no podían venderla, comprendía perfectamente que ambas sentencias –la obtenida en el nivel local y la dictada luego por el Tribunal de segunda instancia– probaban suficientemente la nulidad de la transacción que el Cabildo pensaba efectuar con los herederos del Capitán Diego Ramírez. Si en ocasiones el reclamo de derechos sobre la recogida de vacas fue utilizado como el camino para llegar a la propiedad de la tierra, en la presentación de Suárez los factores están invertidos: comenzando la argumentación por la propiedad de las tierras, la queja deriva hacia el problema de la explotación de los animales como si se tratara de un problema sucedáneo. El Procurador del Colegio discutía también la legitimidad de la contribución que el Cabildo les exigía –mejor dicho, que había tomado por la fuerza y anticipadamente, explotando el ganado cimarrón de su acción– en aras del “bien común”, apoyándose en el presupuesto jurídico de la exención eclesiástica y así como en la diferenciación de jurisdicciones –los bienes de la Iglesia competían también a su fuero. La Iglesia, escribió Suárez, siempre apoyó a la ciudad en situaciones de “opresión”, y en “otras de la natural defensa...”. Pero las potestades seculares “...han de exhortar a las iglesias y eclesiásticos y no apremiarles sino es por sus jueces competentes según leyes de partida...”. Suárez no negaba la capacidad o la posibilidad de colaboración del Colegio, sino que cuestionaba el “método”. El Colegio, alegó además el procurador, estaba “pobre”. Poseía “solamente” un quinto de las leguas de tierras ocupadas sobre la Otra Banda del Paraná –se trataba de veinte leguas con frente al río, desde donde el colegio hacía el abasteci-

21 Objeto de otro pleito tenido en 1674 entre el colegio y los Cabrera, que se presentaron como herederos de Hernandarias y Jerónima, EC, LIX, 150. [2012] Trabajé este pleito como continuidad del que aquí se analiza, en “Derechos, justicia y territorio: asignación de derechos sobre ganado cimarrón en la justicia ordinaria santafesina (Gobernación del Río de la Plata, siglo XVII)”, en Madero, Marta y Conte, Emanuele –compiladores– Entre hecho y derecho: hacer, poseer, usar, en perspectiva histórica, Manantial, Buenos Aires, 2010, pp. 135-154.

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miento de la ciudad–22 por lo que consideraba injusto que la ciudad reclamara contribución sólo a la Compañía.23 La intervención de Pablo de Aramburu en el despojo de bienes al colegio, continuaba el Procurador, era una mediación “...en utilidad del alférez real Francisco Moreyra Calderón24 regidor de canon que pretende abstraerse y eximirse de la satisfacción del derecho del quinto a los accioneros que por una tropa de treinta mil vacas que ha recogido y está pasando a esta parte de la Otra Banda del río Paraná y en prevención de otras muchas recogidas...”25 Han echado la hoz en mies ajena Eclesiástica, acusa Suárez. El alférez, su testaferro y algunos otros que “...andan moviendo pleitos...” tendrán que vérselas con la ira de Dios: el Cabildo, por su parte, debía reconocer su culpa inexcusable en la consecuencia provocada por el empobrecimiento de la Compañía, que ya no tenía recursos para seguir misionando allí donde nadie, sino ellos mismos, llegaba con “el pan espiritual”.26 El ganado jesuita lo vaqueaban también otros hombres cercanos al poder municipal, como el gobernador Antonio de Vera Mujica y el capitán Luis Romero: Suárez aseguraba que podían hacerlo porque eran ricos y tanto más se enriquecían en la medida en que no pagaban los quintos a sus dueños. Las tierras y la acción en cuestión, siempre según el Padre Suárez, habían sido legítimamente compradas por el Colegio a unos Cabrera, descendientes del exgobernador Hernandarias de Saavedra y Jerónima de Contreras, en quinientos 22 Como consta por ejemplo en ACSF-AC, V, ff. 166-168, enero de 1684. 23 “...hallando dicho cabildo en su concilio y dicho podatario en su escrito que solo las veinte leguas de acción de este colegio anduviesen sujetas al bien común y no el derecho de los demás accioneros...” DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 379. Aun cuando el Cabildo disponía de sus propios derechos sobre acciones de vaquear en calidad de “propios” de la ciudad, era habitual que le exigiera contribuciones voluntarias a los vecinos, alegando que no contaba con recursos necesarios para enfrentar tal o cual problema económico puntual con la gente o los caballos necesarios para realizarla, de modo que se veía obligada, por el bien común, a solicitarlo (forzosamente) a otros vecinos o instituciones. DEEC-SF, EP, II, escritura del 16 de agosto de 1654, acuerdo con Juan Arias de Saavedra. 24 Moreyra Calderón había comprado el título de Alférez Real en 1660, en un remate donde mejoró las posturas de Juan Gómez Recio y Juan Domínguez Pereyro. Asumió en 1665, con voz y voto en el cabildo, así como con todos los honores de un justicia. AGSF-ACSF, Tomo IV, ff. 201-204, sesión del 15 de julio de 1665. El mismo año asumió como alcalde de primer voto suplente al ausentarse Francisco Jiménez Navarro, situación que se repitió frecuentemente los años posteriores. La adquisición del título de Alférez Real era un recurso válido para adquirir, veladamente, un oficio de justicia. Se había abstenido de participar el procurador Juan de Aguilera: se excusó alegando conflicto de intereses, porque “era accionero”. 25 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 377. 26 “...murieron muchos sin sacramentos que hubiera sucedido asi a no estar dicho colegio tan atravado. Y esta falta del pan espiritual no se considera que es bien común....”, DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 377.



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pesos.27 Estos Cabrera, como se verá también en otro juicio,28 también explotaban las vaquerías a pesar de haber cedido sus derechos sobre ellas: en más de una ocasión, encontraremos que éstos deben “sanear” el lugar –irse, por pedidos de lanzamiento– ya que ocupaban tierras y vaqueaban ganado después de haberse desprendido “legalmente” de los títulos. Para comprender mejor cómo funcionaba tanto el “quinto” como el modo en que se hacía rendir la posesión del derecho sobre las tierras y sobre la acción de vaquear es necesario reparar en un párrafo del alegato de Suárez: cuando éste hace referencia a los ganados de su Colegio sobre los cuales el regidor Moreyra Calderón ha “echado mano” –la mies ajena eclesiástica…– arroja sobre la mesa una estimación de “...treinta mil vacas...”. Sin embargo, el Colegio no reclama treinta mil vacas, ni siquiera su equivalente en moneda sino el quinto, vale decir, la parte proporcional que usualmente29 se pagaba al titular de una acción de vaquear por haber explotado su ganado post facto. ¿Por qué es posible y legítimo un reclamo de este tipo? ¿Por qué declama la legitimidad de la “propiedad” jesuítica sobre esas tierras y no la cifra total de los ganados que, dice, le han quitado? ¿Qué tipo de reconocimiento socialmente validado subyace a este reclamo que nuestra mirada podría encontrar parcial y sin sentido? Esta primera parte del expediente se interrumpe con el pedido de “saneamiento” y el alegato sobre que las tierras de los herederos de Ramírez no son las que posee el Colegio, ya amojonadas tras un duro trabajo de tres meses con “... espinillo incorruptible”, y a un costo de quinientos pesos. Este pedido –que no es, se verá, el único que realizan los Jesuitas en la década de 1680– implica que los “herederos de Ramírez” también ocupaban las tierras bajo la mirada benevolente del Cabildo, que nada hizo, en este y en otros casos. Si se suma esta situación a la del reclamo por la proporción del quinto de los ganados vaqueados y no por la cifra total de los animales, a la declaración del propio jesuita según quien el Colegio “está pobre” y no puede costear los vaqueos de los ganados sobre los que asegura poseer derechos, está claro que, en esto último, el jesuita no miente: incluso cuando pueda probar la propiedad del derecho de acción, y aun de las tierras, la real y efectiva explotación de los bovinos está en manos de quienes verdaderamente pueden realizarla. Suárez presenta claramente su parecer: 27 DEEC-SF, EC LII, 10, f. 378. El título o cualquier otro papel relacionado con esta transacción no se ha encontrado; pero la referencia aparece también en otros pleitos, como el conservado en DEEC-SF, EC, LX, 181, que involucra a parte de la familia Cabrera y a algunos descendientes de Feliciano Rodríguez. 28 Originado también en una compra de los Jesuitas a la viuda de Juan de Vega y Robles. DEEC-SF, EC, LX, 181. 29 Esta proporción siempre fue negociable. Siendo el “quinto” la más consignada en los contratos, se utilizó como designación para referirse al “porcentaje”, sea éste cual fuere; de modo similar el “diezmo” no siempre refiere a la décima parte del monto imponible.

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“…la razón es porque la recogida de la Otra Banda del Rio Paraná solo las pueden hacer el dicho Alférez Real y dicho Gobernador Antonio de Vera Mujica por ser ricos y este Colegio para solo una recogida cada año necesita de empeñarse como cualquier otro vecino por la dificultad de pasar dichas vacas el río Paraná para su conducción, y en el derecho y acción que tienen de esta parte el Gobernador Antonio de Vera y Capitán Luis Romero30 no hay persona por pobre que sea que deje de ir a recoger vacas de que ase sustenta esta ciudad pagando los quintos a sus dueños...”31 El reconocimiento socialmente validado que subyace es, por una parte, el valor otorgado a la recogida del ganado –nada menos que, en teoría, cuatro quintos del total, el cual escapa completamente a la economía política clásica pero que, en el marco de este verdadero “modo de producción de salteador de caminos”, está consumadamente naturalizado a los ojos de legos y expertos. Por la otra, el Colegio llevaba las de perder en el ámbito de las pruebas de fuerza –no tenía presencia física en las tierras donde debía recoger físicamente el ganado sobre el cual detentaba derechos– y de su declaración se colige que la recogida por parte de otros no es un delito: dentro de esta categoría se incluye en todo caso el no pago del quinto, cosa que, afirmaba Suárez, hasta los más pobres hacen.... Como se dijo, para probar la historia judicial de su derecho, Suárez hizo adosar a su presentación el traslado del pleito que contiene las sentencias a favor de los antepasados de sus vendedores (Hernandarias y Jerónima de Contreras), pedido que ha permitido la conservación de uno de los legajos judiciales más visitados por los historiadores del temprano período colonial santafesino. El pleito en la historiografía El segundo cuerpo de este expediente es el que contiene las actuaciones de los pleitos que Hernandarias sostuvo, simultáneamente, con el alcalde Juan de Osuna y el Capitán Diego Ramírez. La copia que se conserva en incluye casi la totalidad de las actuaciones desde la presentación de Juan de Osuna en 1627 hasta el traslado sacado por el maestre de campo don Bernabé de Garay, a la sazón teniente de Gobernador y Justicia Mayor de la ciudad, el 19 de octubre de 1639. De este acto se deduce la falta de las dos primeras fojas del cuerpo, ya que el último actuante, quien saca copia del original a pedido del capitán Juan de Osuna, afirma que el documento “..va en noventa y tres fojas sin la que se 30 Se trata de Luis Romero de Pineda, importante accionero con tierras y ganados al sur del Carcarañá, alcalde de primer voto en 1682. 31 DEEC-SF, EC, LII, 10, ff. 378 v y 379.



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sigue a ésta...”, mientras que aquí manejo noventa y dos fojas cuya continuidad no está alterada. Sin embargo, llama la atención que Juan López de Mendoza, último escribano interviniente, insiste en que no podrá sacar los autos que se le piden por estar de partida para el Paraguay, con sus cosas ya embarcadas, y que le resulta imposible copiar un pleito que tiene algo más de cien hojas. El dicho del escribano pondría en duda la evaluación acerca del número de fojas faltantes en lo que del documento se ha conservado. Sin embargo, la afirmación de López de Mendoza sobre el número de hojas es bastante vaga, y al momento del pedido de saca de copia, este escribano no solo estaba prácticamente embarcado y desinteresado de sus funciones, sino que llevaba muy poco tiempo entendiendo en la reanudación de este proceso, exactamente sesenta y dos días durante los cuales no tuvo más que diez intervenciones, casi todas ellas empleadas en argumentar su escasa disponibilidad de tiempo para dar lugar al pedido de Juan de Osuna sobre la copia de marras. Desde la fecha de sentencia dada por el teniente de Gobernador Manuel Martín –7 de agosto de 1627– a la reanudación del pleito por una nueva apelación a la sentencia de la Audiencia de La Plata –mediados de 1639– pasaron casi doce años, de los cuales el primer año y medio fue empleado por el Capitán Diego Ramírez primero y el alcalde Juan de Osuna después en interponer apelaciones que llevaron el conflicto a manos de la referida Real Audiencia. En el ínterin falleció Hernando Arias de Saavedra (1634), mientras que el capitán Ramírez y sus herederos parecen haber desistido de continuar pleiteando, hasta el reclamo de Diego Ramírez hijo y Sebastián Resquín mencionado más arriba. Este documento fue utilizado sobre todo como una herramienta para analizar cuestiones relativas a la propiedad de la tierra y del ganado. El análisis más extenso era hasta la fecha el de Manuel Cervera, quien además advirtió la relación entre este proceso y varios posteriores. Fue el primero en notar que este pleito era un traslado en un juicio seguido por los Jesuitas contra los herederos de Diego Ramírez. La suposición de Jerónima de Contreras como única accionera de los ganados de la Otra Banda se basa en su derecho hereditario como hija de Juan de Garay, a partir de la dote que recibió de su padre al contraer matrimonio con Hernando Arias de Saavedra, derecho reconocido por la sentencia de Antón Martín, la del Gobernador Céspedes y confirmado por la Real Audiencia de Charcas después de 1639. Siempre según Cervera, los Jesuitas habrían comprado a Hernandarias y Jerónima de Contreras veinte leguas de tierra en la Otra Banda, sin citar fecha, título, ni ubicación de las tierras:32 en reali32 CERVERA, Manuel Historia...., II, pp.171 y 172. Aunque Cervera no lo diga, estas 20 leguas coinciden, en el cálculo, con lo que en 1687 declara Suárez, diciendo que poseen “un quinto” de las tierras de la Otra Banda; Cfr. la cita ut supra, DEEC-SF, E. C. LII, 10, f. 379. La extensión de aquellas primitivas concesiones, si se toma como base Punta Gorda –hoy Diamante, provincia

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dad, el documento dice claramente que el Colegio la compra de los “herederos” de este matrimonio. De este derecho Hernandarias habría dado parte, según Cervera ilegítimamente, al Capitán Cristóbal Gonzáles. Los herederos de este Gonzáles –Gómez Recio y otros–son los que las habrían vendido como propias a los Jesuitas. En realidad, les vendieron el derecho de acción de vaquear en 5, 10 y más leguas de tierra, y este derecho, sumado a la posesión, fue también el de la propiedad de las tierras, “...llegándose un tiempo en el que los Jesuitas dijéronse dueños de casi todo el actual Entre Ríos...”33 Una Real Cédula de 1671 otorgó la posesión de una acción de vaquear a Juan de Vega y Robles, hijo de Felipe de Vega e Isabel de Espinosa y, por eso, nieto de Feliciano Rodríguez, padre de la antedicha. En 1658, el testigo de la dote que Feliciano diera a su hija Isabel de Espinosa fue Francisco Hernández: esta estancia, ubicada en la laguna de los Calitones, junto al Río Feliciano y abandonada durante la epidemia de 1608, fue objeto de pleito en el juicio entre Juan de Vega y Jerónimo Luis de Cabrera: en este pleito, tanto Juan de Santa Cruz (75 años, marido de Isabel María de la Cruz) como Juan de Espinosa “el mozo” (35, hermano de Isabel), declararon en favor de ésta última. Aquí el panorama comienza a complicarse. El derecho de propiedad sobre la misma estancia, fue discutido en 1672 por Cristóbal Domínguez de Sanabria en favor de Pedro Gerónimo de Cabrera. Pero, en el auto del 12 de diciembre del mismo año, el justicia mayor Rivera Mondragón falló en favor de Vega y Robles.34 En 1674, Gerónimo Luis de Cabrera, descendiente directo de Jerónima de Contreras por el casamiento de sus hijas con los hijos del conquistador de Córdoba, pidió –nuevamente representado por Cristóbal Domínguez de Sanabria– el reconocimiento de los autos del Capitán Francisco Gonzáles presentados contra la dicha Jerónima, quien ya había obtenido sentencia a favor suyo. Los herederos de Gonzáles, vendieron nuevamente estos derechos a los Jesuitas de Corrientes en 1694; en 1660, el General Cristóbal Garay ya los había vendido a los Jesuitas y los mismos habían sido contradichos antes de 1650 por Mateo Lencinas, quien, al mismo tiempo “...hizo donación de tierras que no tenía”.35 Cervera afirmó que las ventas hechas por los descendientes de Garay a los Jesuitas eran falsas: basaba su certeza en una transacción a la cual los Jesuitas de Entre Ríos–extremo sur de las realizadas para sí por Garay, hasta lo que era el extremo de las 50 leguas al norte para la jurisdicción señalada por Garay –muy cerca de donde en 1588 se fundó luego la ciudad de Corrientes, actualmente Empedrado– se corresponde con una extensión de 100 leguas. 33 CERVERA, Manuel Historia...., II, p. 174. 34 CERVERA, Manuel Historia...., II, p. 175. 35 CERVERA, Manuel Historia...., II, p. 179.



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habrían accedido en 1679, cuando el General Gerónimo Luis de Cabrera y otros herederos de Hernandarias que contradecían a los Jesuitas en sus derechos, cedieron a estos últimos “...10 leguas de tierra frente al Paraná y fondo al Uruguay, en propiedad que no tenían, y sin señalar título, sino el de compra a las tierras y acción del Capitán Cristóbal Gonzáles (que antes se discutieron como no existentes), y por compra a la Murguía [Ángela], que hizo testamento, a favor del Colegio en 1643. Hemos visto ese testamento y el de 1643 de la Murguía, y que ésta no tuvo nunca las 10 leguas de frente al Paraná que se pretende, sino 2 x 6; y solo tenía acción de ganado en 10 leguas de frente. En cuanto a las acciones de ganado y compra de tierras que adquirió la ciudad en la Otra Banda, y que hemos anotado, los gobernadores la despojaron de estos bienes con todo descaro.” “Y la verdad de nuestras apreciaciones –prosigue Cervera– y como en todo esto hubo despojo contra los verdaderos herederos de Garay y la ciudad, resalta en la declaración del derecho al ganado cimarrón entre los ríos Paraná y Uruguay, hecha en Itapirá el 8 de enero de 1671, por el Superio de los Jesuitas, P. Tomás de Ureña [...quien dice que...] la acción de Recio, es de Hernadarias .... y esta acción cuyo pleito con Hernandarias no se halla terminado, el Juez ordenó pudieran los [herederos] de Rodríguez y Hernandarias vaquear, lo que ha hecho desde 20 años y Gómez Recio pretende lo que no tiene...”36 Cervera era un hombre de derecho, y cuando hacía historia no siempre dejaba de serlo. Hurgando en expedientes del pasado, también allí quería encontrar “los justos títulos” y, de ser posible, establecer con certeza quiénes eran los legítimos propietarios de las tierras o derechohabientes de vaquerías. Su actitud frente a los actores de la historia que narraba se acerca más a la del juez que a la del historiador. Esta metáfora judicial aplicada al trabajo de nuestra disciplina, según el historiador alemán Reinhart Koselleck, continúa siendo válida: los mejores testimonios deben interrogarse, sus declaraciones deben compararse… en fin, los “principios” que regulan la justeza de los procedimientos pertenecen al orden del establecimiento de la verdad.37 No obstante el esfuerzo comparativo contenido en la propuesta, e incluso acordando con alguna de las afirmaciones –tales como “interrogar” a los testigos de ambas partes– personalmente me siento poco inclinado a sostener la validez de la metáfora judicial. En los pleitos por herencias, probanzas de títulos o derechos, como se ha visto, los actores aparecen librándose a esfuerzos de justificación y muchas veces de creación, negación u omisión 36 CERVERA, Manuel Historia...., II, pp. 179 y 180, el resaltado me pertenece. 37 KOSELLECK, Reinhart “Histoire, droit et justice”, en L’experience de l’histoire, Gallimard-Le Seuil, Paris, 1997, p. 163.

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de vínculos familiares, exaltación de servicios de los antepasados, conexión de los méritos de aquellos con la ubicación social propia en el momento del pleito, criterios acerca de pesos y medidas, concepciones en torno a los derechos, las dotes, la legitimidad de deudas y obligaciones documentadas o no y, sobre todo, puede leerse la exposición brutal de los capitales sociales que estos agentes están en condiciones de esgrimir: es el caso, por ejemplo, de la presentación de relaciones de mérito, filiaciones o testigos. Por lo tanto, prefiero las sugerencias de Arlette Farge, para quien “...no se trata aquí de discutir lo verdadero ni lo falso, sino de encontrar, bajo las palabras destinadas a convencer, la forma...”,38 expresada en los discursos con los cuales el actor se presenta a sí mismo, con los que espera convencer al juez: sus dichos permiten visualizar cómo se alinea, con quiénes se alinea y qué objetivos persigue con estos alineamientos. Pero claramente no puede exigirse nada de esto a la Historia... de Cervera, redactada en la primera década del siglo XX. Su trabajo es formidable. Nos devuelve la imagen de un hombre que, además de la erudición y su formación en leyes, cultivaba cierta sensibilidad por lo que anacrónicamente se podría denominar una historia socio-económica. Sin embargo, el temple del abogado primaba en ocasiones sobre la actitud antropológica frente al pasado: internándose en la búsqueda de los “legítimos propietarios”, Cervera desnudó los rasgos principales de una antropología de la propiedad que hoy podemos interpretar en otros términos. Este proceso muestra la sobreimpresión de diferentes recursos jurídicos que se fueron solapando a lo largo del siglo como fuente legítima de la propiedad de la tierra. Pero también ilustra la tensión existente entre lo que podemos denominar pruebas de derecho y pruebas de fuerza: los títulos de propiedad, que comenzaron a ser exigidos a partir de las transacciones realizadas por los jesuitas, no siempre iban acompañados por la posesión y efectiva explotación de los ganados o las tierras, como ya se desprende de las declaraciones del padre Jorge Suárez consignadas más arriba. Así, los actores que detentaban títulos sobre “derechos” –lo que se compra o se vende no son cosas, sino “derechos” sobre las cosas, se trate de vacas salvajes o de estáticas y en teoría “delimitables” franjas de tierra– no coinciden en todas las ocasiones con los actores que, efectivamente, usufructuaban aquello sobre lo cual los títulos otorgaban el derecho. La afirmación de Cervera “...hizo donación de tierras que no tenía”, es iluminadora: reluce el peso de las posibilidades que los actores tuvieron en el marco de las normativas de 38 FARGE, Arlette La vida frágil. Violencia, poderes y solidaridades en el París del siglo XVIII, [La vie fragile. Violence, pouvoirs et solidarités à Paris au XVIIIe siècle, Hachette, Paris, 1986], Instituto Mora, México, 1994, trad. de Gabriela Montes de Oca, p. 36.



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aquella sociedad para detentar un recurso que, desde el siglo XX y la cultura del código, Cervera juzgaba inexistente. Así, durante el siglo XVII y sobre todo debido a la acción de los Jesuitas, los expedientes judiciales dejan leer un progresivo solapamiento entre recursos como la posesión inmemorial, la venta memorial, la efectiva posesión desde tiempo inmemorial y la exigencia cada vez más frecuente de papeles certificados ante el escribano del Cabildo, que no lograron imponerse localmente en todos los casos, aunque sí fueron utilizados como “prueba de derecho”. La curvatura política de las prácticas judiciales y las prácticas de fuerza coexisten en un universo jurídico que no constituía un sistema, sino que permitía reconocer, practicar y esgrimir diferentes elementos para sancionar la propiedad de un derecho que, en definitiva, no implica una dicotomía entre “prescriptiva y práctica”: al contrario, se funda en el orden plurifacético de las posibilidades. En el campo de la negociación, los actores están capacitados y dispuestos no solo a trasgredir normas sino sobre todo a reconocerlas, resignificarlas y, de ser necesario, ignorarlas de modo tal que se ajustara a lo que más convenga –expresión que en las presentaciones judiciales designa sus intereses inmediatos: en la repetición de las fórmulas jurídicas puede leerse el inconsciente que surge sin inhibiciones, y debe ser tomado seriamente. El mayor aporte de Cervera, entonces, ha sido el de mostrar la existencia de relaciones entre los vecinos de Santa Fe que se extendieron durante generaciones. Lo que realizó fue un esfuerzo equiparable a un análisis de redes contemporáneo. Para el jesuita Juan Faustino Salaberry, quien estudió la relación entre los santafesinos y los indios Charrúas, el documento que analizamos sintetiza “...la historia de la primera estancia entrerriana, llevada adelante con felíz término hasta un límite muy lejano, y poblada con verdadero sistema, extensivo, cierto, pero eficaz y prudente.”39 En el mismo texto, otorga calidad de prueba a la consideración que Jorge Suárez hizo a favor de Hernandarias como accionero; su lectura es muy superficial, sólo utiliza el documento como prueba de sus hipótesis sobre los justos títulos del Colegio Jesuita. La referencia consolida la idea de Hernandarias como primer y único accionero de los ganados de la Otra Banda. Esta clave de “uso” del pleito para la historia de la propiedad de la tierra en la provincia de Entre Ríos, es la que domina en otros trabajos que lo utilizan de primera mano –como los de Zapata Gollán– o por quienes, siguiendo a Cervera, se afirman en sus consideraciones (Aranguren, Molina, Bosch, Gianello, etc.).40

39 SALABERRY, Juan Faustino Los Charrúas y Santa Fe, Gómez y Cía Impresores, Montevideo, 1926, p. 86. 40 Aranguren recurre al texto de Salaberry sobre todo para transcribir trozos enteros de este pleito. Véase ARANGUREN, Carlos Hernandarias. Primer Gran Estanciero Criollo del Río de la Plata, Paraná, 1963, sobre todo Cap. IX, XIV y XV.

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El pleito de la memoria: 1627, los agentes en movimiento Nos metemos de lleno en el análisis de este segundo cuerpo del expediente, como se dijo, el que contiene los pleitos que Hernandarias sostuvo, simultáneamente, con el alcalde Juan de Osuna y el Capitán Diego Ramírez. Los demandantes y el demandado pertenecen a las primeras familias de Santa Fe. De Hernandarias de Saavedra ya se expuso su prosapia, de la cual retenemos sólo que fue hijo de Martín Suárez de Toledo, yerno de Garay y que gobernó la provincia del Paraguay y Río de la Plata durante cuatro períodos. El Capitán Diego Ramírez, segundo de los demandantes de Hernandarias, era natural de Asunción del Paraguay,41 donde se enroló en el alarde de 1572 para ir la fundación de un puerto camino del Río de la Plata. Compañero de Garay en esas y otras lides, participó de la revuelta de 1580 y de su “pacificación”. Fue regidor en Santa Fe durante 1574, 1579, 1582, 1610 y 1617, alcalde durante 1581, 1585, 1593 y procurador de la ciudad en 1595 y 1624.42 Casado con María Franco, fue padre de dos mujeres (Juana Ramírez y Juana Cristal). Conviene retener el nombre del marido de la primera de ellas: el portugués Antón de Silva. Hacia 1627 el Capitán Diego Ramírez no sólo era uno de los hombres más antiguos de Santa Fe –de los pocos fundadores todavía con vida– sino uno de los que había acumulado mayor experiencia como miembro del cabildo: uno de los miembros más notables de esta comunidad.

41 Nació en 1546. 42 AHSF.-ACSF, Tomo I, libros 1, 2 y 3. Tomo II; para los períodos en que faltan las Actas Capitulares, se consultó el trabajo de CERVERA, Manuel “Autoridades y Cabildantes de Santa Fe”, incluido en el Tomo III de su Historia..., cit., Apéndice VII, p. 204 y ss.



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El otro de los demandantes, Juan de Osuna, a comienzos de 1627 fue electo alcalde de segundo voto, pero cuando presentó la demanda ya había reemplazado a Manuel Martín como alcalde de 1er voto. También había sido alcalde segundo en 1625, y en 1616 fue el primer alcalde de la hermandad de la ciudad. Su genealogía –aunque no por vía legítima– se remonta al conquistador Rodrigo de Osuna, natural de la villa de Vejel, ducado de Medina de Sidonia, en España.43 Antiguo vecino de Asunción, Rodrigo de Osuna convivió sin contraer matrimonio con Catalina Centurión, nacida en Asunción, hija de Juan de Bernardo de Centurión, ilustre cuatralbo de las galeras de Andrea Doria, su pariente, llegado al Río de la Plata con la expedición de Pedro de Mendoza.44 Fue expedicionario de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.45 La familia acusaba una ascendencia noble, pero Rodrigo fue padre –sin que mediara matrimonio– de quien luego fue el Contador Hernando de Osuna (hijo de Catalina) y, con otra mujer, de Hernán López, por lo tanto hermano por vía paterna de Hernando y tío de Juan. Los Osuna, en una alianza desprovista de vínculos legales pero igualmente funcional,46 estaban emparentados con los Centurión y en primera y segunda generación rioplatense, casaron a sus hijas con los Espinosa, los Sánchez y los Rodríguez, todos integrantes de la hueste fundadora de Santa Fe. De esta manera, Juan de Osuna, hijo 43 Testamento de Hernando de Osuna, DEEC-SF, EC, LII, f. 428 y ss. 44 Existe un relato de ficción en el cual éste es asesinado en medio de la crisis de hambre en la primera fundación de Buenos Aires. MUJICA LÁINEZ, Manuel “El Hambre”, en Misteriosa Buenos Aires, Sudamericana, Buenos Aires, 1991. 45 Los datos fueron publicados por FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto “Centurión”, en Genealogía. Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, núm. 14, Buenos Aires 1965, p. 35 y ss. 46 Para este caso, el Dr. Carlos F. Romitti sostiene que en la Asunción de esos años “...la ausencia de legitimidad no debió haber sido para nada oprobiosa, atento al elevado rango del linaje Centurión y la condición peninsular de Rodrigo de Osuna.” Comunicación personal, escrita, de abril de 2001.

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de Hernando de Osuna y Lucía de Britos, también era sobrino de Juan de Espinosa –el primer alcalde y escribano de Santa Fe– y primo político de los primeros fundadores santafesinos Feliciano Rodríguez y Juan Sánchez.

El enfrentamiento judicial se desarrollaba entre miembros del grupo de los beneméritos,47 así caracterizados, como se ha dicho, en razón de ser los hombres buenos, los primeros o los hijos de los primeros conquistadores del área. En el interior de este grupo hay diferencias de todo tipo; esta, que es por recursos económicos, se disputaba por vía judicial. 1) La demanda El 12 de abril de 1627, Juan de Osuna, a la sazón alcalde ordinario de la ciudad, presentó ante el escribano García Torrejón un pedido de reconocimiento de sus derechos de acción de vaquear ganado en la Otra Banda del Paraná. El escrito se 47 Recuérdese que esta palabra, que designa en un primer momento a aquellos que, recién llegados, ameritan mercedes y excepciones en razón de acreditar un servicio a Su Majestad, pocos años depués de la conquista del área, hacia mediados de la década de 1610, sirve también para designar a una de las facciones, la del partido de Hernandarias de Saavedra, cobrando así también una connotación política relacionada con la dinámica política del espacio, diferenciada de la designación colectiva, también pertinente, de los varios troncos familiares inaugurados por los integrantes de la hueste conquistadora.



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componía de una petición y un cuestionario que debía ser realizado judicialmente a una lista de testigos.48 Tratándose del juez ordinario de la ciudad, no podía participar de un pleito que él mismo iniciaba. Por este motivo el juez fue quien a la sazón oficiaba como justicia mayor en la sede, el teniente de gobernador Manuel Martín. El interrogatorio que presentó Osuna, como todos, comenzaba indagando por la relación que el testigo mantenía con quien lo presentaba –las “generales de la ley”. En segundo término, debían contestar si sabían que su padre “...hernando de osuna pobló una estancia de la otra vanda del Parana Rio arriva donde dizen el passo de los cavallos a la qual passo cantidad de setenta bacas con tres toros y veynte y cinco yeguas....”.49 La tercera pregunta requería testimonio visual sobre la existencia de dichos ganados y dicha estancia. También preguntaba sobre si habían tenido noticias de una epidemia (la de 1608, señalada en el escrito como “la peste”) y de sus consecuencias. Con la cuarta, Osuna hacía afirmar a sus testigos que él jamás había vendido ni matado ganado de dicha estancia, mientras que la quinta requería al testigo su parecer sobre los méritos que el demandante tenía sobre el derecho que reclamaba. El cuestionario que Osuna preparó para sus testigos desnuda los ejes por los cuales entendía que pasaba el modo de probar su derecho: filiación (ser hijo legítimo de su padre, fundador y primer supuesto derechohabiente sobre las tierras y ganados que reclama), conocimiento de vista del paso de ganado por parte de su padre a la mencionada Otra Banda, confirmación también “de visu” de que esos ganados pacían en aquellas tierras, confirmación de la hipótesis admitida por la comunidad según la cual esas mismas tierras se habían abandonado por la epidemia de 1608 y, finalmente, asegurar que Juan de Osuna no había mercado esos ganados apuntaba a probar que los que en aquel presente pastaban por allí, en las inmediaciones, perfectamente podían ser descendientes de los suyos. El conjunto era suficiente; su pretensión se alimentaba en la calidad de los testigos presentados, que con sus dichos –la calidad social del testigo constituía la fuerza del testimonio– podía conseguir un reconocimiento escrito de sus derechos. El análisis intensivo sugiere que examinemos lo que el juez no estudia porque sabe: la calidad de los testigos, su valor y competencia; luego los vínculos que mantenían con los litigantes y entre sí –quizás aquí encontremos cosas que el juez ignoraba– y, por último, examinemos sus declaraciones para ponerlas nuevamente en relación con los vínculos y las relaciones, contrapunteando toda esta información con el desarrollo de la parte más importante del pleito, la contradicción. 48 Lamentablemente el cuestionario de Osuna, que debe haber estado en la primera foja del expediente, no se conserva, pero puede deducirse perfectamente de las respuestas de sus testigos. 49 DEEC-SF, E. C., LII, f. 381 v.

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2) La calidad como atributo: contestes, fid e dignos homes, ancianos de buena conciencia Así caracterizaba Osuna a finales de 1628 a los testigos que había presentado ante la justicia un año antes.50 Exasperado y convencido, apelaba lo que por esas horas ya sabía una sentencia desfavorable. No asumía que, habiendo llevado consigo a lo mejor de la ciudad, el juez –quien además era su aliado político–  le hubiera fallado en contra. ¿Se equivocaba Osuna en la calificación que él mismo tenía de sus testigos? ¿o se equivocaba respecto del peso que debieron tener los testimonios de estos hombres en el proceso? Véase la cuestión de la calidad. En 1627 Juan de Osuna era un hombre joven. Al contrario, los testigos que presentaba ante la justicia –Juan de Bernardo, Hernán López, Diego Ramírez, Juan de Espinosa, Cristóbal de Arévalo y Pedro Alcaraz– listaba a algunos ancianos venerables. Juan de Bernardo tenía más de setenta años. También Hernán López era un hombre mayor: acusaba unos sesenta y seis años. Fue procurador en 1593. Diego Ramírez era capitán, había integrado la hueste de los fundadores y contaba con más de 80 años al momento y su presencia política ya se ha expuesto dilatadamente. Juan de Espinosa es hijo de Feliciano Rodríguez y Beatriz de Espinosa y, hacia 1627, no contaba con más de cuarenta años. Como contraparte de su juventud, poseía una filiación que acreditaba prosapia por ambas vías. Cristóbal de Arévalo es otro de los viejos conocidos: se presentó como maestre de campo y admitió tener más de ochenta y tres años; es quien fuera elegido máxima autoridad por los rebeldes casi medio siglo atrás (1580) y quien encabezó la contrarrevuelta “por la honra de su rey”, episodios de los cuales también participaron los testigos anteriores y el padre de Juan de Espinosa, el anterior testigo. El Capitán Pedro de Valdéz era de los más jóvenes, declarando a la sazón cuarenta y seis años. Pedro de Alcaraz, finalmente, era un vecino relativamente antiguo, que tenía a lo más de 50 años cuyo único antecedente “público” es el de haber sido guardacaballos de la ciudad en 1590. Es el testigo menos prestigioso presentado por Osuna; pero este no sería el único valor negativo que representaría para el alcalde… Tres de los seis testigos presentados entonces rondaban los ochenta años. Hacia 1627, ellos constituían la memoria viviente de la ciudad. Hernán López, con sesenta y seis, podía ser considerado el más joven de esa categoría, había nacido antes que Santa Fe. Espinoza, Alcaraz y Valdéz, en cambio, pertenecen claramente a a una segunda generación. Osuna presentó entonces un buen número de testigos (siete) y cuatro de ellos eran vecinos feudatarios (titulares de una encomienda) y, excepto López, hombres de la primera hora. Sus testimonios eran la viva pública voz y fama a y su antigüedad anudaba la memoria de las tra50 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 437.



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mas que sostenían –o debían sostener–las solidaridades familiares y grupales de la ciudad. ¿Qué relaciones unían a estos testigos entre sí, con el demandante e, incluso, con la figura y la familia del demandado? 3) Una gran familia, la opción del Alcalde Quien testificó como Juan de Bernardo no era otro que Juan de Bernardo Centurión, hijo del genovés Centurión –cuatralbo de las galeras de Andrea Doria– que entró al Río de la Plata con Pedro de Mendoza. Juan de Bernardo Centurión había nacido en Asunción en 1555 y en el alarde de 1572, a pesar de ser menor, figura incluso con arcabuz. Fue regidor y fiel ejecutor de Santa Fe en 1594, alcalde de la hermandad en 1624 y se presentó a registrarse en el padrón de corambre de 1622. De su matrimonio con Leonor López Salvatierra dejó una extensa prole –cinco hijos– mientras que tuvo otros tres con doña Inés de los Reyes, pariente de Juan de Osuna, –por este motivo dice en el pleito que le tocan las generales de la ley por parte de esposa y por parte de padre. Entre los hijos que tuvo con doña Inés, Adriano de Centurión se desempeñó como regidor en 1651.51 Juan de Bernardo conocía al alcalde Juan de Osuna desde que nació. Es hermano de Catalina Centurión, concubina de Rodrigo de Osuna y, por lo tanto, tío del fallecido Contador Hernando de Osuna, padre del alcalde. Es decir, tío abuelo de quien lo presentaba como testigo. Por eso, y porque doña Inés de los Reyes también estaba emparentada con Osuna, cuando testifica asegura que, a pesar de estar afectado por las generales de la ley, no dejaría de decir la verdad. Hernán López también era de la familia: como él mismo lo dice, era “hermano de padre”52 de Hernando de Osuna, otro hijo natural del prolífico Rodrigo de Osuna, por lo tanto, tío paterno del alcalde que lo presentaba por testigo. Hernán López también tenía una acción de vaquear y una franja de tierra en la Otra Banda del Paraná al norte de la que poseía el capitán Diego Ramírez. Éste, compañero de Hernando de Osuna desde los tiempos asunceños, no tenía parentesco con los Osuna, pero era dueño de la franja de tierra vecina, al norte de la de los Osuna. Pocos días después de la presentación del alcalde, realizó un reclamo del mismo tenor que este por el cual atestiguaba, pero esta vez a favor suyo. Juan de Espinosa se presentó como “...primo hermano...” del alcalde Osuna, aunque, en realidad, la prima hermana era su madre Beatriz.53 Hernandarias señaló estas y otras relaciones como un problema de la demanda. El 1 de agosto de 1627 expuso:

51 Cfr. FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto “Centurión”, cit. CALVO, Luis María Pobladores…, cit. 52 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 384. Agradezco al Dr. Carlos Romitti comentarios y correcciones relacionados con varios puntos de estas complicadas genealogías. 53 Cfr. con la genealogía de Rodrigo de Osuna.

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“...como pareze por los autos y las declaraciones que sobre ello hicieron los testigos de la parte contraria no me pudieron perjudicar ni perjudican assi por la variedad de sus dichos como por constar lo contrario por lo alegado y provado y ser los mas dellos deudos, parientes, amigos y enemigos míos como es juan de vernardo, juan de espinosa hernan lopez queson deudos del dicho juan de osuna y por tal es si tratan y han tratado como es publico...”54 Por la fecha en que incluyó este alegato, es evidente que Hernandarias no había pensado en la tacha de testigos como una táctica central en los inicios de su defensa. Relegado al último instante, pocos días antes de la sentencia del teniente, este recurso tampoco parece haber jugado un papel significativo para el juez. Pero ¿qué sucedía con las relaciones del resto de los testigos? Cristóbal de Arévalo se presentó de un modo bastante poco ortodoxo: testigo presentado por Osuna, su carta de presentación es, curiosamente, “...que conoce a Tomás de Escobar, commissario del governador Hernandarias de saavedra...”, sobrino del dicho Hernandarias. En su testimonio de todos modos complació a Osuna asegurando que “...no mató ni enagenó ganado alguno porque si lo tal fuera este testigo lo supiera por la mucha amistad que tenían...”.55 Arévalo se cuidó bien de afirmar que conocía y estaba relacionado con ambas partes, pero la verdadera pesadilla del alcalde Osuna tiene que ver con otros dos de los testigos presentados: el capitán Pedro de Valdez, último declarante, dijo conocer tanto a Osuna como a Hernandarias desde veintidós años antes. En su declaración, dijo claramente que había ido río arriba, que conocía las estancias de una y otra parte, e incluso que había participado en la saca de ganado, pero que lo había hecho en una balsa de Feliciano Rodríguez... Con este Rodríguez, afirmó Valdéz, “tomaban” vacas de la estancia de Hernandarias “...por ser la más antigua y la que tenía mas fuerza y cantidad de ganados...”,56 lo cual hacía un flaco favor a los propósitos del alcalde. Confimó que existía otra estancia, unas diez leguas al norte, que “... debía ser del dicho Contador Hernando de Osuna...”. Pero nada más sabía. De cualquier modo Osuna se llevó la peor sorpresa con la declaración del segundo de los testigos presentados, Pedro de Alcaraz. Vecino, de unos cincuenta años de edad, conocía a Osuna desde hacía más de treinta años y también a su padre, el contador Hernando de Osuna. Reconoció que Juan era el legítimo heredero de Hernando pero cuando se le preguntó si había visto ganado poblando la estancia que Osuna afirma era de su padre, Alcaraz declaró que no diría palabra, ya que él mismo había hecho otras declaraciones respecto al tema en favor de 54 DEEC-SF, EC LII, 10, f. 455, resaltado mío. 55 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 388. Resaltado mío. 56 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 388 v.



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Hernando Arias de Saavedra, y repitió en varias oportunidades “...a ellas se remite…”. Negó la posibilidad de que el ganado que por entonces pacía en esas tierras pudiera ser de Osuna y afirmó que el alcalde exageraba cuando calculaba la cantidad de ganados con las que decía estaría poblada su estancia: para Alcaraz, en 1607 la estancia de los Osuna no tenía más que treinta o cuarenta cabezas.57 Este testimonio debió haber significado un espasmo para el demandante, puesto que no existe ningún elemento para pensar que él mismo hubiera llevado a una persona dispuesta a declarar en contra suyo. Evidentemente Osuna no pudo o no supo ver las razones de esta deslealtad, de la cual se enteró cuando estaba consumada. Pero esta traición al Alcalde bien podía ser lealtad al exgobernador. 4) Hombres de toda experiencia: la opción del más ilustre Louis Gernet ya había mostrado cómo, en el derecho arcaico, la “contradicción” consistía en la participación de testigos provenientes de los bandos de cada uno de los contrincantes.58 Renaud Dulong, en su estudio sobre la atestación ocular, reivindica y acuerda con este procedimiento durante el cual “...chaque adversaire pouvait convoquer des membres de son clan pour appuyer ses revendications.”59 El proceso que analizamos es una expresión viva de estas características, como se verá enseguida, mejor comprendida por una de las partes. Hernandarias envió con el cuestionario a su Procurador, comisario y sobrino Tomás de Escobar. La corte de testigos era pequeña y multiétnica: Escobar llegó con Blas de Venecia –alguacil y alcaide de la cárcel de la ciudad–, el portugués Antón de Silva –alcalde de la hermandad–,Francisco y Antón –indios de su encomienda–, Francisco Caruca –cacique mepén de una encomienda de Alonso Fernández Romo–, Alonso –indio de la encomienda de Diego Ramírez– y... con Pedro Alcaraz. A diferencia de los hombres viejos incontestables y probos que presentaba Osuna como testigos, Hernandarias caracterizó a los suyos como testigos fidedignos y de experiencia. La composición sorprende y los resultados que obtuvo con ella derriba supuestos: de los siete testigos que acompañaron a su sobrino, cuatro eran indígenas, uno (Antón de Silva) era portugués, cuñado y yerno de dos de los testigos presentados por la otra parte y además yerno de Diego Ramírez, quien testificando en contra de su propio suegro. El sexto, Pedro de Alcaraz, había sido presentado ya como testigo por la otra parte, quedando también bajo el alcance de suspicaces interpretaciones las calidades y potencialidades de las prestaciones que podría obtener del séptimo de sus testigos, Blas de Venecia, quien, por años, 57 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 383 v. 58 GERNET, Louis Anthropologie de la Grèce Antique, Falmmarion, Paris, 1999 [1968], p. 268. 59 Dulong, Renaud Le témoin oculaire. Les conditions sociales de l’attestation personnelle, EHESS, París, 1998, p. 51.

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fue considerado como un hombre “...que sirvió en casa de Diego Ramírez”, testigo de Osuna, suegro de Antón de Silva y posterior demandante de Hernandarias. El primer golpe de vista, es cierto, induce a pensar que el panorama no podía ser peor. El conjunto se desafiaba supuestos hondamente arraigados en la sociedad: la nulidad del testimonio de un indio era esperable, pero también lo eran la lealtad debida por un yerno a su suegro, la de un hombre para con el marido de su hermana o la de otro para con los intereses del notable que, bajo duras circunstancias, le acogiera en su casa. Si las condiciones sociales de la atestación judicial se convirtieran mecánicamente en una instancia de reproducción de esos principios o, dicho de otro modo, si Hernandarias también hubiera estado convencido de la triste sujeción jerárquica de la posibilidad al vínculo, no hubiera escogido ciertamente esos testigos. Muy al contrario, el “hijo de la tierra” era dueño de una rara capacidad de lectura de los vínculos, capacidad de la que puede rescatarse algún aprendizaje. Su cualidad estratégica hundía raíces en los largos años de ejercicio como teniente de gobernador y aun como Gobernador –en ambos casos justicia mayor en su jurisdicción– así como en su infatigable tarea como iniciador de pleitos o como acusado en tantas ocasiones durante las dos primeras décadas del siglo XVII. Nadie acreditaba en la ciudad tamaña experiencia en procedimientos judiciales. Por todo esto, con seguridad, Hernandarias sabía que más importante que presentar una buena calidad de testimonios era deteriorar la red del oponente anudando con sus elementos la propia: y en esta actividad, el criollo blandía una competencia exquisita. Para cualquier esquema basado en una comprensión teórica de las lealtades de antiguo régimen, la figura de Pedro de Alcaraz se presenta como segura en cuanto a satisfacción de una expectativa de lealtad. ¿Para Osuna? Cuando Hernandarias hizo el inventario de los accioneros y estancieros que traían el ganado desde la Otra Banda, relató una historia que el alcalde Osuna no debió haber ignorado al escoger a sus testigos: el criollo contó que hacia 1608, el Capitán Diego Ramírez, Hernando de Osuna y Feliciano Rodríguez habían pasado sus ganados desde las tierras orientales hacia la costa de Santa Fe. Todos, dijo, excepto “Pedro de Alcaraz que no la pasó aunque estaba en mis propias tierras y por estar su ganado revuelto con el mío...” Entonces, hacia finales de la década de 1610 Pedro de Alcaraz se quedó en la Otra Banda viviendo en una franja de tierra que pertenecía a Hernandarias, quien la había comprado a Diego Bañuelos. Alcaraz fue quien se quedó al cuidado de algún ganado –digamos por ahora “suyo”– mezclado (“revuelto”) con el de Hernandarias: Alcaraz era el hombre encargado de los ganados de Hernandarias en la Otra Banda.



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Años después de la epidemia, en enero de 1622, el doble testigo había vendido su acción de ganado a Pedro Ruiz de Villegas,60 activo comprador y vendedor de tierras y acciones en los años que van de 1615 a 1625. Si los ganados de Hernandarias y Alcaraz estaban “revueltos”, pero las tierras pertenecían a Hernandarias ¿cuál es la naturaleza del trato que hace Ruiz de Villegas, en la medida en que no puede acotarse territorialmente el ámbito territorial de la acción que compraba? La pieza que falta en este rompecabezas es la esposa de Pedro de Alcaraz. Al decir que Alcaraz vendió sus ganados a Villegas, Hernandarias simplificaba una situación más compleja: la verdadera propietaria de la acción era su mujer, María Cristal, dueña de la acción de vaquear probablemente por dote.61 Por su parte, Ruyz de Villegas era marido de Bartolina de Espinosa, por lo tanto, yerno de Juan Ramírez y de Catalina Centurión –estaba emparentado con los Osuna y los Espinosa. El alcalde de la hermandad Antonio de Silva, se dijo, era portugués y yerno del Capitán Diego Ramírez. Al igual que Alcaraz, se ocupó menos de mostrar sus lazos con Hernadarias que de deteriorar la estrategia de Osuna, afirmando en su declaración que Juan de Espinosa –el testigo de Osuna que era su propio cuñado– hizo matanzas en la Otra Banda a favor de un mercader llamado Antonio Francisco.62 Para que vayan esclareciéndose algunas relaciones –referidas a lazos de parentesco, amistad o deuda de favores–  es necesario ver las declaraciones y los memoriales que se presentan cuando el pleito está más avanzado. Conforme la contradicción se iba desarrollando, los actores comenzaban a denunciar las relaciones sostenidas entre los unos y los otros, cruzando como munición desautorizaciones mutuas que tenían por objeto invalidar los testimonios. 60 Regidor en 1625, el 1 de febrero de 1627 es rechazada por el cabildo una recusación suya, del año anterior, impugnando a Juan de Zamudio como Teniente de Gobernador. Durante la primera sesión de 1627, el Escribano del Cabildo transcribe la petición de Villegas intimando el cumplimiento de Cédulas y Provisiones Reales (Real Cédula dada por Felipe III, en Madrid a 16 de diciembre de 1606 y otra del 28 de diciembre de 1619, referida a la observación que el Cabildo debe hacer de una previa aprobación de la Real Audiencia de La Plata para aceptar a un Teniente de Gobernador en su cargo). Villegas apoyaba su impugnación en ciertos párrafos de las referidas Reales Cédulas que, con claridad, prohibían a los Tenientes de Gobernador designar en cargos de mando a “familiares, allegados y paniaguados...”, presentación del 29 de diciembre de 1626. AGSF-ACSF, T. II, ff. 272 a 275; 285 a 298; 303 v a 304 v. 61 Una posibilidad (incomprobada) es que pudiera ser una hija de Felipe Cristal, integrante de la hueste fundadora santafesina, natural de asunción y casado con María de Orona, también ella natural de esa ciudad, pero ninguna de las hijas de ese matrimonio se llama María Cristal, por lo cual es probable que se trate de una hija natural mejorada con dote y, quizás, casada dos veces. 62 En rigor, concuñados. Ambos están casados con dos hijas de Diego Ramírez y María Franco. Ver el cuadro más arriba. DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 415 v. Lo mismo declara Pedro de Alcaraz.

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Cuando Juan de Espinosa fue presentado como testigo por Osuna, éste reconoció que le tocaban las generales de la ley por ser primos hermanos, pero no aclaró más. Fue Alcaraz quien declaró que este Juan de Espinosa era hijo de Feliciano Rodríguez,63 por lo tanto, heredero de otro de los vecinos que habían obtenido mercedes de tierras en la Otra Banda. Espinosa estaba casado en primeras nupcias con Natalia Ramírez una hija del Capitán Diego Ramírez quien, como ya se ha dicho, también interpuso una demanda que, a pesar de sus reclamos en contrario, quedó adosada al mismo expediente iniciado por el alcalde Osuna. Antón de Silva era también marido de otra hija de Ramírez, pero de una hija de otro matrimonio. Antón de Silva y Juan de Espinosa, finalmente, son concuñados porque ambos tienen por suegro al otro litigante, Diego Ramírez: pero el viejo genearca –dotes y negocios mediante– eligió a uno de los dos (Juan de Espinosa) y sembró diferencias insalvables entre ambos yernos. El capitán Diego Ramírez dotó a su hija Mariana con los derechos sobre la acción de vaquear ganado en la Otra Banda, de lo que resulta que el ahora testigo Juan de Espinosa basó su posterior reclamo en un doble derecho: blandía como elementos probatorios a su favor su condición de hijo de Rodríguez y de yerno de Ramírez. Antón de Silva, en cambio, eligió recuperar terreno alineándose con el bando contrario: no todos los yernos eran tenidos en cuenta por un suegro en su plan de retención del patrimonio familiar, y este era su caso. La estrategia de Ramírez apuntaba no sólo a no disgregar, sino a anudar con lo más sólido: la dote con la acción en la Otra Banda se sumaba a lo que por vía de su padre, Feliciano Rodríguez, su yerno pudiera agregar en materia de tierras y ganados. Ramírez y Rodríguez, por lo demás, eran viejos amigos y compinches de varias trifulcas, siempre del mismo lado. El esquema siguiente representa la distribución del reparto de lotes de tierra que Garay distribuyó en la “Otra Banda del Paraná” entre los primeros conquistadores en la década de 1570: el cuadro intenta semejar los cortes transversales de tierras en un mapa, ubicando el Paraná a la izquierda y el norte arriba. La muestra se construyó con las declaraciones de los testigos, quienes se referían a los propietarios reconocidos hacia 1610.-1627:

63 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 395, testimonio de Pedro de Alcaraz.



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Ubicación de las parcelas de tierra en la Otra Banda según se desprende de los testimonios depuestos en este juicio: Capitán Cristóbal González Francisco de Oliver [luego Antón Martín] Hernán López [hijo de Rodrigo de Osuna] Cap. Diego Ramírez [luego su hija Mariana] Hernando de Osuna [hijo de Rodrigo de Osuna – reclamo de Juan de Osuna] Feliciano Rodríguez [luego Juan de Espinosa] Diego Bañuelos [luego Pedro de Alcaraz] Juan de Garay (luego, Jerónima de Contreras, por carta dotal al casarse con Hernandarias)

Viendo la ubicación de las lonjas de tierra (a la cual estaba territorialmente sujeta la posibilidad de recoger el ganado de las acciones) Pedro de Alcaraz pudo haber sido tentado por el grupo de familias vinculado a Osuna por su condición de vecino directo de las tierras de Feliciano Rodríguez –controladas en la hora por su hijo, Juan de Espinosa, yerno del Capitán Diego Ramírez. Pero las tierras de Alcaraz también lindaban con las del ex-gobernador, quien –recuérdese– cuando desalojó a Rodríguez de las tierras compradas a Bañuelos le permitió quedarse por unos indios que tenía en encomienda. Existe una contigüidad territorial entre las familias abroqueladas contra Hernandarias en este proceso. Estas lonjas no eran tan grandes y en realidad, como ya se ha dicho, más que propiedades eran “...deslindes de acciones a la caza del ganado cimarrón [...] simplemente líneas rectas que corrían de Este a Oeste desde el Paraná hasta el Uruguay, y cada parcela tenía por frente y fondo ambos ríos a levante y poniente: eran grandes franjas de terreno que cruzaban de parte a parte toda la Mesopotamia.”64 Si bien Salaberry relativizaba un poco esta afirmación pocas líneas después, hoy sabemos efectivamente que “...con fondo al Uruguay...” no significaba que la longitud de las mismas estuviera trazada de uno a otro Río, sino su dirección.

64 SALABERRY, Juan Faustino Los Charrúas y Santa Fe… cit. pp. 89 y 90.

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Ubicación de las tierras de estancia según los repartos de Juan de Garay

Fuente: ARECES, Nidia Poder y sociedad… (cit.), p. 57.



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Como aclara Pérez Colman, “...las fracciones de campos concedidas a los pobladores, tenían un frente de dos o tres leguas sobre la costa del Paraná, por un fondo de igual dimensión hacia el Este. La estancia de don Juan de Garay, tuvo primitivamente solo dos leguas de extensión hacia el interior del territorio.”65 Confirmando las sospechas que Cervera había planteado años antes en este sentido, y aunque admitiendo la inverosimilitud de esta lectura “latifundista” que los beneficiarios pretendieron hacer de las concesiones, Pérez Colman compementa: “Esto no obstante, aprovechando las facilidades que proporcionaba la enorme extensión de los campos libres de toda posesión, en realidad, las estancias se extendieron en la práctica, dentro de la medida que permitían los recursos de que podía echar mano cada poseedor. Esta situación de todo punto ilegal, originó en los sucesores a título singular o universal de los primeros pobladores, la creencia de que sus campos tenían por fondo el río Uruguay, o sea una extensión de casi cincuenta leguas en línea recta de Oeste a Este [...] dando lugar a reclamos administrativos y litigios que han demandado muchos años de contiendas y estudios...”66. Volviendo al proceso judicial, Alcaraz y Blas de Venecia realizan un testimonio llamativo: ambos declaran que el capitán Diego Ramírez habría sacado ganados de su estancia de la Otra Banda muchos años atrás; el primero dice que lo vio, pero el segundo dice haberlo hecho. Vale decir que Hernandarias hizo testificar al autor material de aquella extracción de ganados,67 pero lo más importante es que introdujo el testimonio antes de que el mismo Ramírez presentara su demanda. El alcalde Antonio de Silva, otro de los testigos presentado por Hernandarias, revela nuevos datos y nuevas hipótesis acerca de las causas de la despoblación de las estancias ubicadas al norte de la de Hernandarias. Sobre la estancia de Feliciano Rodríguez dijo que la despoblaron su hijo, Juan de Espinosa y un tal

65 PÉREZ COLMAN, José Historia de Entre Ríos, cit, I, pp. 105 y 106. 66 PÉREZ COLMAN, José Historia de Entre Ríos, cit., I, p. 106. 67 “este testigo dize se vino por tierra trayendo por delante todo el ganado bacuno que avía en la dicha estancia sin que quedasse cosa alguno y el dicho Capitán Diego Ramírez se vino a esta ciudad en la dicha canoa y este testigo dize que viniendo con el dicho ganado vio en el pasaje de donde estava poblada la estancia del dicho hernando de osuna un poco de ganado y que ymbió un yndio a que lo apartasse porque no se rebolviesse con lo que traya lo qual era poca cantidad y que no se be cuyo era porque no se llego a verlo los hierros y que ha mucho tiempo que no se acuerda al cierto los años que podra aver...” DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 399.

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Bracamonte,68 quienes “...mataron todo el ganado bacuno para sebos que se entiende lo cuido y trajeron cantidad de ello a esta ciudad para un mercader llamado antonio francisco y se echaron vestidos de raso como fueron el dicho juan de espinosa y su muger...”69 en la misma especie (ciento cincuenta pesos de ropa a precios de Reales) había pagado Ruiz de Villegas la acción de María Cristal.70 Pero Villegas no se quedó con la acción, sino que la traspasó en favor de Hernandarias, quien –y así cierra el círculo invisible que Osuna no supo ver– entonces, desde 1622, era el titular absoluto de los ganados y de la franja de tierra que Alcaraz y María Cristal usufructuaban al norte de la suya, estancia que Jerónima recibiera de su padre Juan de Garay por carta dotal. Pedro Alcaraz no pudo olvidar jamás esta atención. Hernandarias consiguió adosar al pleito traslados de la venta realizada por Alcaraz y su esposa a Ruiz de Villegas; un traslado del título de la venta que Villegas le hiciera a él mismo y, además, envió para copia y retuvo en sus manos el acta de cesión de las primeras leguas de tierra hecha por Juan de Garay para sí y los conquistadores que le acompañaron a la fundación. Pero Alcaraz, además, seguramente retenía en la memoria gestos más antiguos: hacia 1590, siendo muy mozo él, Hernandarias lo había puesto en las tierras de Bañuelos que, casi 40 años después, reconoce haber comprado para sí mismo: “y mas hacia la dicha mi estancia el capitán Feliciano Rodríguez y Pedro de Alcaraz, que era Dos leguas de mi estancia en propias tierras mías por averla yo mercado del Capitán Diego Bañuelos, como consta del título y escritura de venta...”71 El pequeño párrafo que Alcaraz dedica a Juan de Espinosa declama con total simplicidad que el inicio de este proceso judicial es el resultado de una alianza entre familias. Los demandantes confiaban en su posición coyuntural: Osuna, como alcalde, era la “punta de lanza”, pero Alcaraz descubrió sobre todo la forma de pinzas en la cual trabajaron los vecinos propietarios que querían quedarse con el ganado cimarrón de la otra banda en una coyuntura durante la cual los accioneros debieron volver la mirada a la otra banda por los conflictos que se presentaban con las vaquerías del Salado y del valle Calchaquí.

68 Que bien pudo haber sido su propio hermano, Pedro de Soto Bracamonte o, lo que es menos probable, un Juan Rodríguez Bracamonte, hijo de Lucía Rodríguez de Contreras y Diego de Prado. 69 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 415 v. 70 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 417. 71 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 391. Los resaltados son míos.



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Esquematización de algunos vínculos de los testigos del pleito



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5) Relaciones interpersonales y coyuntura política: los actores y la gobernación Como ya he señalado, las relaciones convencionalmente asumidas como básicas no agotan el repertorio de vínculos posibles entre los hombres. Tampoco ciñen las posibilidades: como ilustran los casos analizados en los apartados anteriores, las relaciones heredadas se complejizan con alianzas electivas, de corte quizás más coyuntural pero efectivamente operativas. Esta complejidad de la construcción de las relaciones puede leerse, traducida, en otro ámbito y desde otras fuentes, complementarias en este caso a los archivos judiciales. Las actas del Cabildo nos guiarán para detectar otros movimientos y enriquecer el abordaje incluyendo otros intereses de los agentes, esta vez expresados en la arena de toma de decisiones política a nivel local. Las actuaciones del pleito entre Hernandarias y Osuna las realizó García Torrejón, en su calidad de Escribano del Cabildo, mientras que el proceso estuvo al cuidado de Manuel Martín, en ejercicio de una de las competencias de su cargo de teniente de gobernador. El alcalde, como se dijo, no podía ser juez y parte. El teniente, por lo demás, tenía capacidad para hacerlo incluso en cualquier otro caso, porque concentraba la máxima autoridad militar, como “capitán a guerra” y la condición de “justicia mayor”. Juan de Osuna ya había sido Alcalde de segundo voto en 162572 y en 1627 fue nuevamente electo para la misma función y Manuel Martín lo había sido como Primero. En la sesión del 12 de marzo del mismo año, Martín presentó al Cabildo un título de teniente de gobernador extendido a su nombre por el gobernador Francisco de Céspedes, con fecha del 11 de diciembre de 1626, que el organismo aceptó bajo la condición de que el mismo fuera confirmado, en un plazo no mayor a ocho meses, por la Real Audiencia de Charcas.73 Esta designación –relacionada con ciertas objeciones planteadas por algunos miembros del Cabildo de 1626 al anterior Teniente de Gobernador, Juan de Zamudio, que ya analizamos y acabó siendo desplazado–74 desencadenó los reemplazos consiguientes. Pero el reemplazo de Osuna como alcalde primero no fue el único movimiento: como sí lo prevé la prescriptiva, Bernabé Sánchez –primer regidor–fue investido alcalde ordinario (de segundo voto) en la sesión del 23 de marzo del mismo año. La fecha de inicio del pleito, se recuerda, fue el 12 de abril del mismo año.

72 AGSF-ACSF, Tomo II, f. 242 v. 73 AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 310 a 313 v. La copia del título aparece transcripta en la sesión siguiente, del 15 de marzo, a ff. 313 v hasta la 315. 74 Cfr. por ejemplo la intimación presentada por el Regidor Pedro Ruiz de Villegas el 29 de diciembre de 1626. AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 272 a 275.

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La salida del teniente Zamudio cerraba una larga lista de exilios presurosos, abonada por varios tenientes políticamente despeñados en menos de cinco años; una epidemia de viruela asolaba (aunque no por primera vez) la ciudad de Buenos Aires75 y, según el parecer del Procurador de la ciudad, amenazaba con diezmar a los santafesinos, a partir del tráfico de personas y animales con la ciudad porteña. En noviembre el Cabildo recibía y prestaba su apoyo a un nuevo Tesorero de la Santa Cruzada.76 Hacia finales de 1627,77 Pedro Hernández –entre otros78– había cargado contra la legitimidad de ciertos actos del teniente Zamudio, e intimaba al Cabildo a cumplir la Real Provisión que prohibía a portugueses y extranjeros ocupar plazas capitulares. Hernández, como se vio, había solicitado el cese del mando del Teniente en noviembre de 1625, bajo la acusación de ser “criado” del Gobernador Céspedes.79 ¡Y vaya si lo era! El 23 de septiembre de 1624, se confeccionó en Sevilla un expediente que se encabeza como “...información y licencia de pasajeros a indias de Francisco de Céspedes, Gobernador del Río de la Plata, con sus hijos Juan, José y Diego, y los siguientes criados, al Río de la Plata: ––Juan de Zamudio, natural de Sevilla, hijo de Domingo Gutiérrez y de Leonor Álvarez de Zamudio [...]”80 El listado incluía tres criados más (Jorge de Peña y Pedro de Fuenllana, también naturales de Sevilla y a un asturiano, Toribio de Peñalba). El modelo seguido por Céspedes –ubicando en la administración colonial a su hijo mayor y a al menos uno de sus criados– es casi prototípico y se confirmaría durante el siglo XVIII. Pero Hernández había sido alcalde de Primer voto durante ese año de 1625, compartiendo la cabecera capitular con Juan de Osuna como segundo Alcalde 75 AGSF-ACSF, T. II, f. 317 v., sesión del 13 de julio de 1627. Información contenida en una petición presentada por el Procurador de la ciudad, Alonso de León. La misma enfermedad aparece referida, produciendo “...gran mortandad de indios y negros...” en una carta del Cabildo de Buenos Aires al Rey, en el año de 1622. GGV, CCVIII, BN 4720. 76 AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 340-341. 77 Esta inferencia no puede confirmarse ya que no se conservan Actas Capitulares de la ciudad de Santa Fe desde la del 6 de noviembre de 1627 hasta la del 1º. de enero de 1628, faltando también del repositorio las que van de esta última hasta las primeras del año 1636. 78 En una cita anterior se hizo referencia a idéntica presentación realizada, a fines de 1626, por Pedro Ruyz de Villegas, en su calidad de Regidor del Cabildo. 79 AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 226 v a 236. Sesiones del 5 y del 8 de noviembre de 1625. Como dato extra puede agregarse que, en la sesión del 1 de enero de 1627, Céspedes logra colocar como Alcalde de la ciudad de Buenos Aires a su hijo, Juan de Céspedes. Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires..., cit., Tomo VI, p. 299. Filiación que se confirma por el documento que se cita a continuación. 80 AGI, Contaduría, 5388, n. 74, resaltado mío.



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Ordinario y Juan de Zamudio como Teniente de Gobernador.81 Pedro Ruyz de Villegas82 había acompañado a Hernández con pedidos del mismo tenor, durante ese año, en que fue Regidor; la constancia del marido de Bartolina de Espinosa vio sus frutos recién en 1627, cuando los aires eran algo más propicios para el cambio. En febrero de 1627, el Procurador Alonso de León pidió a Zamudio que abandonara el recinto para tratar un asunto que no requería de su presencia.83 A comienzos de ese mismo mes, Zamudio había solicitado al Cabildo que le otorgara un papel testimoniando su legitimidad, contenida en el recibimiento que el Cuerpo había hecho en su momento. El Teniente se mostraba molesto y se sentía ciertamente agraviado por las intimaciones que Pedro Hernández, Pedro Ruiz de Villegas y Juan López de Vargas habían cargado en su contra. Sobre el tramo final de la actuación del teniente, el Cuerpo, muy al contrario de lo que sucediera en 1624, hacia sus comienzos, se mostró en general proclive a apoyar a Zamudio, ponderando incluso su labor en algunas cuestiones específicas.84 Sin embargo, todo esta agitación se desplegaba sobre el reconocimiento de un secreto a voces: Manuel Martín, elegido como Alcalde de Primer Voto, estaba a la espera de su título de Teniente de Gobernador, en reemplazo de Zamudio. Algunas actitudes de este último, habían tendido a obtener algunos papeles con los cuales construirse algún tipo de salvaguarda que, quizás, podía resultarle de alguna utilidad si el Cabildo rechazaba provisoriamente la presentación del nuevo título, dilatando así su efectiva dimisión. Sin embargo, nada de esto ocurrió: la composición del Cuerpo, francamente equilibrada en lo que a partidos respecta, aceptó el título y recibió al nuevo Teniente de Gobernador sin poner más condición que la espera de su confirmación por la Real Audiencia, muy a pesar de que Antón Martín era portador de una

81 Uno de sus fiadores en este cargo fue el infaltable Agustín Álvarez Martínez. 82 Regidor en 1625, el 1 de febrero de 1627 es rechazada por el cabildo una recusación suya, del año anterior, impugnando a Juan de Zamudio como Teniente de Gobernador. Durante la primera sesión de 1627, el Escribano del Cabildo transcribe la petición de Villegas intimando el cumplimiento de Cédulas y Provisiones Reales (Real Cédula dada por Felipe III, en Madrid a 16 de diciembre de 1606 y otra del 28 de diciembre de 1619, referida a la observación que el Cabildo debe hacer de una previa aprobación de la Real Audiencia de La Plata para aceptar a un Teniente de Gobernador en su cargo). Villegas apoyaba su impugnación en ciertos párrafos de las referidas Reales Cédulas que, con claridad, prohibían a los Tenientes de Gobernador designar en cargos de mando a “familiares, allegados y paniaguados...”, presentación del 29 de diciembre de 1626. AGSF-ACSF, T. II, ff. 272 a 275; 285 a 298; 303 v a 304 v. 83 AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 304 v a 306. 84 Por ej. evitando el envío de un Procurador ante la Real Audiencia de la Plata, que posiblemente cuestionaría su desempeño. AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 306 v. a 308, sesión del 22 de febrero de 1627.

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cualidad que contravenía sino la ley, la costumbre en materia de designación de Tenientes de Gobernador: Martín era vecino de la ciudad. Su recepción, no obstante, deja ver ciertamente un alineamiento que, si se ha seguido con detenimiento lo poco que deja el Cuerpo por escrito, conforma una suerte de bloque hostil no sólo al Teniente Zamudio sino también –y aquí el dato que reviste importancia en esta “traducción”– deliberadamente contrario a las proposiciones del más acérrimo defensor que tenía el Teniente, léase, el alcalde Juan de Osuna:85

Considerando los alineamientos, se hace necesario introducir en el análisis al gobernador. Durante este período, Céspedes había logrado el apoyo de los vecinos santafesinos, sin manifestarse hasta 162786 fracturas partidarias frente a estos requerimientos: cuando en 1624 la ciudad de Buenos Aires pidió socorro a Santa Fe, el Cuerpo votó en pleno a favor de este pedido de ayuda y envió sus hombres al mando del joven Sebastián de Vera Mújica.87 Por otra parte, el gobernador contaba con los buenos oficios de su “criado” Juan de Zamudio. Lo mismo que de Antonio Calderón, el controvertido alguacil que durante buena cantidad de tiempo contó con voz y voto en el Cabildo apoyado por parte del Cuerpo primero y por Hernandarias después. Sebastián de Vera Mújica vio compensada su predisposición para con el gobierno de turno: en tiempos de vaquerías suspendidas obtuvo una habilitación 85 Relación que no había nacido, justamente, entre algodones, si se considera el encarcelamiento que, a comienzos de 1625, recibiera Juan de Osuna por sentencia del mismo Teniente al que ahora tanto defiende. Las razones de la reconciliación, lamentablemente, permanecen en la oscuridad. El asunto del encarcelamiento de Osuna en AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 169 a 173. 86 Puntualmente, en la coyuntura marcada por la persecución y encarcelamiento de Juan de Vergara, líder del grupo de los Confederados, a manos de Francisco de Céspedes. El quiebre de la buena relación sostenida entre el nuevo gobernador y el Cabildo porteño puede leerse cotejando dos cartas del Cuerpo, escritas con menos de un año de diferencia: Cfr. GGV, CCXI, BN 4802 y BN 4807. Es notable la sensibilidad del cabildo santafesino respecto de su par porteño... 87 AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 154 a 156, sesión del 17 de octubre de 1624.



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para realizarlas y un oficio que le permitía –nueva contravención mediante– hacer su vaquería con naturales, lo que estaba prohibido por las ordenanzas y por el Cabildo. Francisco de Céspedes se mantenía casi “a caballo” de un soporte que basculaba entre hombres que estaban recomponiendo la forma en que se mantenían dentro del grupo hegemónico: como se vio en capítulos anteriores, los antiguos beneméritos casaban a sus hijas y nietas con portugueses o mercaderes recién llegados y la oposición binaria entre los unos y los otros no parece nítida. Céspedes, aun cuando apoyaba en el cabildo santafesino a hombres que, directa o indirectamente estaban enfrentados con Hernandarias, contaba también con el apoyo del yerno de Garay, ya que había resarcido al exgobernador de varios de los agravios cometidos en su contra por su predecesor, Diego de Góngora.88 Por otra parte, este juego que caracteriza los inicios del gobierno de Céspedes, se corresponde con ciertas actitudes tomadas por el Cabildo santafesino días antes de su asunción como gobernador del Río de la Plata. Es sintomático que, en el ínterin producido entre las gobernaciones de Góngora y Céspedes, quedando la gobernación provisoriamente a cargo del Visitador Oidor Alonso Pérez de Salazar, el cabildo, “en manos de los alcaldes”89 designara a Hernandarias de Saavedra como su Procurador ante el Oidor a cargo del gobierno.90 En su comisión a Buenos Aires, durante 1625, el alcalde Juan de Osuna también obtuvo de este gobernador nuevas licencias para vaquerías que utilizó discretamente.91 La situación no respondía a condiciones azarosas: cuando el Consejo de Indias había designado la terna de los hombres entre los cuales se debía elegir al reemplazante de Góngora, el primero de esta lista era Hernandarias quien demostraba crédito en su activo de relaciones personales con peso político: descartado como posible sucesor de su peor enemigo por encarnar con demasiada visibilidad la contracara del proyecto, obtuvo sin embargo un sitio entre aquéllos que, a juicio del Consejo, reunían los méritos necesarios como para ser propuestos. La breve lista confeccionada por el Consejo de Indias señalaba al menos la condena a los escándalos que se habían vivido durante los años de Góngora: si de Hernandarias se decía era un “abanderado de la lucha contra el contrabando”, el resto de los integrantes de la terna eran hombres moderados. Pero algunos episo88 Enunciados minuciosamente en una carta escrita por el ex gobernador al Rey, durante el año de 1624. GGV, CCX, BN 4783. También en su carta a Antonio de la Cueva, copiada en GGV, CCX, BN 4786. 89 A la sazón Antonio Tomás de Santuchos y Cristóbal González, este último hijo de un hombre muy vinculado a Garay y él mismo próximo a Hernandarias. 90 AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 144 a 146. Sesión del 16 de abril de 1624. La confirmación les llegará por una carta del Oidor Alonso Pérez de Salazar fechada a 8 de marzo del mismo año, y recibida en Santa Fe hacia el 9 de mayo. AGSF-ACSF, Tomo II, f. 150. 91 AGSF-ACSF, Tomo II, ff. 220 y 221. Sesión del 27 de octubre de 1625.

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dios posteriores a la elección –sobre todo las persecuciones al hijo de Valdés y el encarcelamiento de Juan de Vergara en 1627– contenían, a ojos de los hombres de la época, cierto aroma a venganza del Criollo, lo que hace percibir cierta nota de ejercicio de “poder detrás del trono”.92 6) De la contradicción a la sentencia: la experiencia de los sentidos Hernandarias, se dijo, caracterizó a sus testigos como “fidedignos y de experiencia”. Esta experiencia se relaciona con la presencia física de los mismos en el lugar (con el haber estado allí, en las tierras de la Otra Banda) durante el período de “descuido” de las estancias, relacionado con los malos tiempos de “la peste” – desde la epidemia de 1607/1608 hasta 1620/25.Juan de Osuna y Diego Ramírez iniciaron juicio a Hernandarias por el derecho a vaquear ganados, porque querían legitimar la saca de unas cabezas que, según aparece en varios testimonios, pastaban en las franjas de tierra de su propiedad, al norte de la de Hernandarias. El esquema que propuse más arriba brinda la ubicación de las parcelas de tierra en la Otra Banda en el momento en que se está desarrollando el juicio. Del mismo se desprende la contigüidad de las propiedades de Juan de Osuna y del Cap. Diego Ramírez, lo que difiere a la distribución espacial de las propiedades en la época del reparto garatino. La vecindad de estas tierras y su ubicación “al norte” de las de Hernandarias es un aspecto central para comprender los argumentos que se desarrollan en la contradicción. Durante la misma, los demandantes intentaron probar que tenían animales desde antiguo –desde la generación anterior, desde antes de la epidemia de comienzos de siglo XVII– y que no habían sacado, vendido ni consumido animales. Si lograban mostrar esto, conseguían legitimar su derecho a vaquear esos animales en sus tierras. Hernandarias, al contrario, debía escamotear esos argumentos y probar que los ganados encontrados en estas tierras eran de su tropa. Para usufructuar ese ganado cimarrón, entonces, no todos pensaban seriamente que se necesitaban títulos legítimos: pero poseerlos –y por eso se apelaba a la vía judicial– podía permitir a los titulares optar entre realizar las vaquerías ellos mismos o conceder licencias sobre esos derechos para que el vaqueo lo realice otro a instancias del pago de un “quinto”. La disputa que había que librar en este campo, al fin y al cabo, era por la legitimidad de los derechos: veamos aho-

92 Afirmación que se desprende de documentación correcta, pero es maximizada muy corrientemente sobre todo entre historiadores nacionalistas. Cfr. por ejemplo el trabajo de TISCORNIA, Ruth La política económica rioplatense... cit. ROSA, José María Historia Argentina... cit., Tomo I. Una carta de Juan de Vergara publicada por Enrique Peña en su biografía de Céspedes, sindica a ambos hombres como “íntimos amigos”. Cfr. PEÑA, Enrique Don Francisco de Céspedes. Noticias sobre su gobierno en el Río de la Plata, cit., p. 199.



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ra de qué manera desenvolvieron las argumentaciones y cuáles son los criterios ponderados por el juez para elaborar la sentencia. Hernandarias –quien no se presentó personalmente, como se dijo, “...por estar enfermo como a V. Md. le consta...”,93 envió con su procurador y los testigos un pequeño memorial en donde contradecía las pretensiones de su demandante. En él, Hernandarias se posicionaba como parte perjudicada: a pesar de ser el demandado, aseguraba ser víctima de maniobras para perjudicarlo. Basaba su derecho en una construcción que, si se contrasta con la presentada por los jesuitas en 1687 (cfr. “Volver al futuro”, ut supra), nadie dudaría en juzgar como poco ortodoxa, pero que fue muy inteligente: no mencionó su condición de marido de Jerónima de Contreras ni de heredero de Juan de Garay (argumento clave de la historia de la propiedad de su estancia y de la cronología del cruce de los ganados a la misma) sino que estructuró su informe sobre los conceptos de antigüedad, audacia y publicidad de su acción pobladora en esas tierras de la Otra Banda del Río Paraná –pues está casi a la vista de esta ciudad, escribió. No mencionó ni títulos ni dotes. El recurso con el cual encaró su táctica presentaba la dupla vista y memoria. Su acción pobladora había sido a la vista de la ciudad y toda la comunidad lo sabía. El exgobernador apelaba a un cuerpo con ojos y oídos –la comunidad– respecto de su labor como introductor de ganado en tierras donde, según sus dichos, nadie arriesgaba a poblar. Aseguró incluso que lo hizo contra el parecer de todo el pueblo, “por el riesgo que avia de yndios salteadores que en aquel tiempo avian pues las chacaras de esta ciudad las quemavan.” Afirmó haber cruzado unas doscientas cabezas de vacuno en 1590.94 También contra la opinión adversa de “todo el pueblo”, cruzó además ovejas, yeguas, caballos y ganado de serda (porcinos). También había llevado gente e instaló corrales, poblando el lugar con casas y chacras. Al contrario de lo que sucedía en la España medieval y moderna con la Mesta y la ganadería trashumante –si se atiende a la opinión de J. Klein, según quien este tipo de ganadería constituyó una tara para la economía española y favoreció el despoblamiento rural–,95 en ciertas áreas de América, y sobre todo durante los primeros decenios del dominio hispánico, la introducción de ganados acompañaba a la instalación de pequeños grupos de hombres en vagas unidades espaciales denominadas “estancias” o “chacras”. De hecho, hasta en las capitulaciones se acordaba “promocionar” 93 DEEC-SF, EC LII, 10, f. 390. 94 Su memorial en DEEC-SF, EC LII, 10, f. 390 a 392. 95 KLEIN, Julius La Mesta. Estudio de la historia económica española 1273–1836, Alianza, 2da. Ed., Madrid, 1981, en especial p. 355. Opinión seguida, entre otros, por GARCÍA DORY, Miguel Ángel y MARTÍNEZ VICENTE, Silvio La Ganadería en España, Alianza Editorial, Madrid, 1988, Cap. I.

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la introducción de ganado en zonas aledañas a la concedida en el documento.96 Además, el ganado era por entonces la riqueza más importante a la que podían echar mano los españoles en el área: si bien su multiplicación y crianza no requerían demasiados cuidados –todo el trabajo se concentraba en la yerra, el desjarretamiento, el desbaste de cuero, carne y sebo y el traslado, que no exigían tampoco gran cantidad de hombres– la explotación ganadera basada en el cimarronaje, si no fue la principal actividad ocupacional, sí fue –durante décadas– una de las fuentes de recursos más importante de la ciudad y de los vecinos. Al denunciar la construcción de algunos corrales y casas, Hernandarias subrayaba el carácter de servicio a la empresa colonizadora de su proceder. Cruzar ganados era poblar y, allí, la consonancia de su glosa con la prescriptiva regia del período filipino, no podía ser más ajustada. En un párrafo de la presentación de uno de sus demandantes, Diego Ramírez, puede leerse claramente otra vinculación entre ganados, poblamientos y Real Servicio: “El capitan Diego Ramírez vezino destia ciudad de los primeros pobladores digo que como es publico y notorio que losyndios [de] miencomienda el pueblo silas litun estavan de laotravanda del parana en los anegadizos grandes y para [v] poder los anazar y reducir al servicio de su magestad y ley evangelica y buena policia como su magd. manda passe de la otra vanda del parana ganados mayores y menores, bacas, cavallos y ganado de serdas donde han multiplicado mucha cantidad de ganados y ansi reduci los dichos indios entierra...”97 Si alguna constatación faltaba, estaba formulada en el escrito presentado por Ramírez: el cruce de los ganados tenía, entre otras, la función de permitir reducir a los indígenas, política pura y dura. La buena policía de la que hablaba Ramírez, era el principio político de una civilización que presentaba robustamente unida la evangelización de los indígenas con la (primitiva) explotación de la extensión y su proceso de organización en términos de espacio. Hernandarias no desconoció en el memorial la existencia de las estancias de sus demandantes: pero cuando realizó el cálculo sobre el crecimiento del ganado cimarrón, lo hizo solamente a partir de los animales que él mismo había echado en su propia estancia. Su ponderación –partiendo de aquellas doscientas

96 Cfr. LÓPEZ SEBASTIÁN, Lorenzo y DEL RÍO MORENO, Justo “Hombres y ganados en la tierra del oro: comienzos de la ganadería en Indias”, en Revista complutense de historia de América, 24, 1998, pp. 11 a 45. “La ganadería vacuna en la isla Española: 1508-1587”, en Revista complutense de historia de América, 25, 1999, pp. 11 a 49. 97 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 438. El resaltado me pertenece.



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cabezas– estima que, pasados 37 años arrojaba la cifra de 100.000 cabezas de cimarrón. ¿Por qué los ganados que querían vaquear en sus estancias los Osuna y los Ramírez serían “descendientes” de los cruzados a la Otra Banda por Hernandarias? El exgobernador relataba que, yendo con “unos cincuenta soldados para las jornadas del uruguay” encontró ganado –del “suyo”– a más de diez leguas de su estancia. Los mismos no podían ser sino producto del incremento de sus propias reses, ya que según declara “...nunca hice matanza de ganado ni vendido sino tan solo novillos para el sustento de mi casa por lo que fue el ganado en gran incremento...”. Cuando Osuna presentó sus testigos, los instruyó para afirmar que él no había matado animales, apuntando a consolidar la hipótesis de la reproducción de animales propios. La cuestión de la matanza o el mercadeo del ganado originario era clave: definía el origen de los derechos sobre los animales, objeto del pleito.98 Pero además, era operativo comprobar que la parte contraria sí lo había hecho: para probar que ha matado sus propios ganados y para sentar precedentes para un posterior reclamo del quinto. Esta función la cumplió –a favor de Hernandarias– el alcalde de la hermandad Antonio de Silva, cuando afirmó que Juan de Espinosa –su concuñado– hizo matanzas en la Otra Banda a favor de un mercader llamado Antonio Francisco.99 Por otra parte, si Hernandarias no desconocía que sus demandantes tenían estancias, remarcaba insistentemente que había sido el “primero” en lides ganaderas: si Ramírez y Osuna habrían cruzado algo de ganado a la Otra Banda, había sido a imitación suya. Luego deslizó la ubicación espacial de sus, necesaria para otro elemento de su argumentación: “...y lo susodicho fue en tiempo de Don Fernando de Zarate, que governava estas Provincias, y después de aver passado su govierno y el de juan Ramirez de Velasco, y el mío y el de Don Diego Rodríguez de Valdez mi succesor y por su muerte y fallecimiento bolvi en el dicho Govierno por su magestad, y aviendo pacificado los dichos yndios y tenido seguridad de los caminos reales hize una Reducción quinze leguas desta ciudad Rio arriva y por gozar de esta dicha Reducción queriendo imitarme hizieron algunos vezinos estancias de la otra parte como fue el Capitán Diego Ramírez quinze leguas de esta ciudad poco más arriva de la dicha Reducción, y mas abajo quatro leguas puso estancia hernando de osuna padre del dicho alcalde como en su escrito refiere, y mas hacia la dicha 98 Recuérdese que, una acción cotizaba, al momento, a razón de un peso por cabeza vaqueable... 99 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 415 v. Lo mismo declara, en su momento, Pedro de Alcaraz.

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mi estancia el capitán Feliciano Rodríguez y Pedro de alcaraz, que era Dos leguas de mi estancia en propias tierras mías por averla yo mercado del Capitán Diego Bañuelos, como consta del título y escritura de venta...”100 Aquí aparecen varios elementos: mientras que en las estancias de sus oponentes había unas pocas cabezas, en la suya cundían ya los campos. Cuando la epidemia, Ramírez, Hernando de Osuna y Feliciano Rodríguez habían traído su ganado desta vanda por no perderlo...101 Y sugiere: “…si uvieran dexado alli ganado con el susodicho dize aunque no fuera mas de una baca y un toro en las dichas sus estancias uvieran multiplicado y allí estuviera lo principal, porque el istinto y natural del ganado bacuno, es no alejarse de sus querencias.” Este tramo ilustra impecablemente el segundo punto fuerte de su argumentación: probando que fue el primero (su carta era en esto la vista y memoria de la ciudad) recuperó los testimonios de visu para establecer dos hechos: que ante la epidemia en 1607 sus demandantes habían despoblado la Otra Banda trayendo sus cabezas hacia este lado del río (hacia la ciudad) y que, luego, habiendo pasado por esas tierras en varias oportunidades, ni él ni otros habían visto vaca alguna por allí. El argumento le jugaría en contra, ya que el pleito se inicia a partir de la existencia de ganado cimarrón pastando en las estancias de sus demandantes, diez leguas más arriba de su estancia, es atacado por el final del texto: lo principal (la mayor parte) del ganado vacuno tiende a aquerenciarse, pero sólo temporalmente, hasta que por gran multiplico y falto de pasto se van alargando... Y, según criterios de baquiano, el ganado cimarrón “se alarga” –migra temporalmente, se diría– hacia el norte: “Lo otro que todo el ganado de esta tierra quando desamparan sus estancias y querencias no vana a la parte del sur por su gran rigor, y assi son sus huydas al Rio arriva a la parte del norte, porque los temporales desta tierra son siempre del sur, y assi el dicho ganado corre siempre con el tiempo, y se ve por estas estancias del salado grande que contemporales sanremanecido quarenta leguas desta tierra ganado y assi todo el ganado de los susodichos avian de correr como dicho tengo que ha de correr para le Rio arriva y antes mi ganado ha de correr hacia las estancias de los susodichos y todo cdo aqui referido y alegado pretendo probar con testigos fidedignos y de experiencia, concluyo para la prueva y para ella hago presentación de las preguntas insiertas enesta petición”102

100 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 391. Los resaltados son míos. 101 DEEC-SF, EC, LII, 20, f. 391 y 391 v. 102 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 392; resaltados míos.



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Hernandarias enfatizaba, una y otra vez, que durante años, passajero ninguno no ha visto ganado alguno, ni yeguas, ni ganado de serda, en las estancias de sus demandantes. Los testimonios de sus hombres avalaron, entre otros datos, el elemento fundamental de esta parte sensible de la argumentación hernandariana, otro más que reposa sobre los criterios de la pública voz y fama: los ganados van hacia el norte. Ergo, las cabezas encontradas diez leguas al norte de su estancia, pastando en las tierras de los Osuna, Ramírez o Rodríguez (dueños de las acciones de vaquear ubicadas en las franjas de tierra sitas al norte de la del Criollo) formaban parte de tropas alzadas cuyo propietario era... Hernandarias. Los argumentos calzan perfectamente: como Osuna y Ramírez habían dejado sus estancias desiertas, el ganado que habían encontrado allí, no podía ser sino el suyo, que habían migrado temporalmente hacia el norte. Los elementos que esgrimió Hernandarias –antigüedad, memoria de una ciudad que conoce sus actos como ganadero en la Otra Banda, certificación con testigos de visu de la despoblación de las estancias de sus demandantes, el criterio migratorio del ganado cimarrón– no incluían títulos o papeles (lo cual tiene, de hecho, motivos complementarios). Poco antes de la sentencia, adjuntó la declaración del robo de un cofrecillo que contenía todos sus títulos y recurrió, en el proceso, a la lectura del testamento del padre de uno de sus demandantes, donde no se mencionaba ganado alguno. Pero confiaba enormemente –y con razón– en la potencia de un argumento jurídico sustentado sobre la “pública voz y fama” ratificado por la atestación ocular. Los sentidos de sus testigos, hombres de “toda experiencia”, le garantizaban un argumento bastante y suficiente. La publica voz y fama tenía estatuto jurídico socialmente adquirido en la Santa Fe del primer tercio del siglo XVII –como en toda la Monarquía. Cuando los testigos declaraban que la estancia de Hernandarias había sido la dote otorgada por Juan de Garay a su hija Jerónima de Contreras nadie citaba un papel, sino que se afirmaba que era cossa publica y notoria. La tradición oral de los hechos por todos conocidos era la verdad. La construcción del argumento sobre las pautas migratorias del ganado también reposa sobre el saber popular. El criollo lo hizo interpelar en su interrogatorio de esta manera: “si saben que es cosa ordinaria y muy sabida que los ganados de su naturaleza siempre corren y caminan hacia el norte...”.103 Los mismos testigos que decían saber lo que todos sabían adicionaban el haber visto, pasado o estado en esa estancia y recurrieron, además, al argumento de que este conocimiento era extensivo a los miembros de la comunidad. En el cuestionario, Hernandarias incorporó de todas maneras referencias a los “pape103 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 393 v.

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les”: indicó a sus testigos –entre los cuales dos indígenas de su encomienda y un Curaca de la encomienda de otro– que se remitieran a los títulos y carta de venta que de ellas tengo...104 pero no a los papeles, sino a que era vox pupuli que los tenía. El testimonio de Francisco, indio de su encomienda, se ajusta exactamente a las sugerencias que el encomendero formulara en el interrogatorio: “...y que las tierras donde fundo la estancia el dicho governador hernando arias de saavedra ha oydo dezir a los estancieros de la dicha Estancia eran del general juan degaray su suegro y se las dio en dote con Doña geronima de contreras su muger y se remite a la cedula por donde constara y estorresponde.”105 Por último ¿qué rol jugaron los títulos, los papeles, en la estrategia del ex gobernador y en la consideración que de ellos hizo el juez, Manuel Martín, a la hora de redactar la sentencia? Hernandarias declaró verse imposibilitado de presentar sus títulos de propiedad debido a que los mismos les habrían sido robados –sumaria del 27 de octubre de 1627, pedido de amparo al Gdor. Céspedes denunciando el robo.106 Pero la pérdida de esos documentos (supuestamente existentes), lejos de menguar las capacidades probatorias del demandado, ni siquiera complicó el panorama, puesto que detentar títulos veraces y originales constituía más una excepción que el ejemplo de la regla misma. El recurso a la lectura del testamento de Hernando de Osuna fue solicitado por el mismo Hernandarias en una petición presentada el diecisiete de mayo del mismo año de la sentencia. En el cuestionario, el exgobernador ofrecía a los mismos se remitan a esa carta de Garay y a cierto título de compra de unas tierras que antes pertenecieran a Diego Bañuelos. Testamentos, dotes, títulos, podían validarse ante la justicia a través la memoria de los contemporáneos, de una realidad retenida en la retina y los oídos de vecinos, parientes, deudos, clientes o paniaguados. En una escala que variaba el grado de admisibilidad de la verdad según el estatus social del agente portador de la memoria, su valor como un instrumento jurídico variaba, pero era capaz de suplir papeles que, frecuente y contrariamente, materializaban títulos de legitimidad dudosa –las referencias de Cervera respecto de ventas realizadas varias veces son elocuentes al respecto. Así puede verse en algunos tramos de la sentencia: “En la ciudad de santa fee en siete dias del mes de agosto de mil y seiscientos y veynte y siete años el dicho capitan y teniente de governador Manuel martin aviendo visto los autos desta causa 104 DEEC-SF, EC, LII, 10, ff. 392/393. 105 Testimonio del indio Francisco, en EC, LII, 10, f. 409 v. 106 CERVERA, Manuel Historia..., cit., II, p. 169.



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[...] dixo que atento que el contador hernando de osuna diffunto padre ligitimo del dicho alcalde juan de osuna en su testamento declaro bienes y no hizo menssion de la dicha estancia y el inventario que se hizo por su fin y muerte se puso por bienes del dicho diffunto unas tierras para estancia de la otra vanda del Rio parana que es sobre el derecho que se litiga sin hazer mension de ganado en ella, y despues por otra declaracion fecha por el dicho alcalde juan de osuna, en que declara debajo de juramento tener en la misma forma sin hazer mension de ganados en ella...”107 En este tramo de la sentencia, el justicia mayor se expidió en base a que los ganados no fueron mencionados en el testamento del padre de Juan de Osuna, demandante de Hernandarias. Al no figurar en el inventario del difunto Hernando de Osuna ni en esta “otra declaración” hecha por el propio Juan de Osuna, el Juez optó por inclinar la balanza en favor de Hernandarias quien, si no podía detentar títulos de propiedad, reunía el testamento de Garay, la dote a su hija –se descuenta el conocimiento que de esto tienen las partes– y cierta comprobación ocular que el exgobernador hiciera para corroborar la existencia de los ganados que se desprendería de los criterios aceptados en cuanto a los hábitos migratorios del cimarronaje.108 Pero esto se consiguió también gracias a los testimonios de sus parientes y sobre todo sus dependientes, deudos y paniaguados, quienes no sólo apoyaron su postura, sino que se encargaron de poner en tela de juicio la legitimidad de los testigos que Osuna iba presentando. El argumento recurrente puede resumirse en la siguiente idea: los testigos presentados por Osuna formaban parte de un universo de vínculos más “cerrado”, sostenido sobre relaciones tan cercanas que los deslegitimaba. Al contrario, los testigos presentado por Hernandarias, menos afectados por las generales de la ley, pero más teñido de relaciones de dependencia inocultables, escamotearon a los opositores y brindaron un saber que era socialmente admitido.

107 DEEC-SF, EC, LII, 10, ff.455 y 456. 108 El texto reza: “ y por la diligencia que se hizo a pedimento de la parte del dicho governador hernando arias de saavedra y nombramiento fecho de oficio de justicia de tercer, todo concitacion de las partes para que se viesse por vista de ojos si avia en las querencias de las dichas estancias algun ganado o en le circuyto de sus tierras y por la que se hizo en una vanda y en otra debajo de juramento consta no aver ningun ganado en las dichas tierras de ellas ni sus comarcas mas de tan solamente de los ganados del dicho señor governador hernando arias de saavedra que corren la tierra adentro y hacia el norte rio arriva mucha distancia de la estancia del dicho governador de una y otra vanda del rio de los calitones que divide las dichas estancias como pareze por los autos= Declarava y declaro por principal dueño y avcionero de los dichos ganados cimarrones al dicho señor governador hernando arias de saavedra y como tal pueda gozar y goze dellos [v] y sus herederos y no otra persona...” DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 456.

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Del lado de Osuna se intentó sobre todo socavar el testimonio de los indios, a quienes se caracterizó como manipulables y borrachos, anatemas que aparentemente el juez no tuvo en cuenta. Otro tramo de la sentencia afirma que la misma reposa en “...la diligencia que se hizo a pedimento de la parte del dicho governador hernando arias de saavedra y nombramiento fecho de oficio de justicia de tercer, todo concitacion de las partes para que se viesse por vista de ojos si avia en las querencias de las dichas estancias algun ganado o en le circuyto de sus tierras y por la que se hizo en una vanda y en otra debajo de juramento consta no aver ningun ganado en las dichas tierras de ellas ni sus comarcas mas de tan solamente de los ganados del dicho señor governador hernando arias de saavedra que corren la tierra adentro y hacia el norte rio arriva = Declarava y declaro por principal dueño y avcionero de los dichos ganados cimarrones al dicho señor governador hernando arias de saavedra y como tal pueda gozar y goze dellos [v] y sus herederos y no otra persona y cada una de las partes pague las costas que uviera causado de su parte justa y derechamente fechas cuya tassa cion en si reservo y assi lo proveyo mando y firmo manuel martin ante mi garcia torrejon escrivano publico y del cavildo.”109 La omisión de Hernando de Osuna en su testamento de la estancia en donde deberían estar los ganados y sobre todo, en los testigos visuales110 fueron determinantes. ¿Y cómo analizar teóricamente el fracaso de Osuna eligiendo mal a su concuñado Antón de Silva o a su convecino Pedro de Alcaraz? Ya se han dado los datos para explicar desde los hechos estas deslealtades. Pero intentemos algo más. Un “jocoso lexicógrafo” citado por Geoffrey Braitwhite, personaje de una novela de Julian Barnes,111 definió la red como “...una colección de agujeros atados por un hilo...”. Es brillante porque contiene la posibilidad ontológica de pensar que lo constitutivo de las redes son los agujeros –no los nudos– a la vez que permite percibir, en un instante, su complejidad y su fragilidad. En un alegato del 13 de agosto de 1627, Juan de Osuna se quejaba de “...las declaraciones que últimamente hicieron antonio de silva criado del dicho hernando arias de saavedra [y]

109 DEEC-SF, EC, Tomo LII, 10, ff. 455 v a 456 v, todos los resaltados son míos. 110 Idéntico peso al que tenían en los procesos inquisitoriales. Cfr. DEDIEU, Jean-Pierre “L’Inquisition et le droit, cit., pp. 227 a 25; También DULONG, Renaud Le témoin oculaire…., cit. 111 BARNES, Julien El loro de Flaubert, Anagrama, Barcelona, 1989 [Londres, 1984].



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martín suarez de toledo, su sobrino...”.112 Así las cosas, el dicho Antón de Silva fue menos una oveja negra que un facilitador de la lectura compleja de las relaciones sociales: los vínculos primarios –los familiares son de primer orden– no bastan para explicar las solidaridades y las lealtades esperadas. Hernandarias de Saavedra, aún después de su marginación de la estructura burocrática de la Gobernación, parece manejar los hilos invisibles del poder113 con más variaciones y sutilezas que sus demandantes. Silva era pariente de uno y paniaguado de otro. La deuda pudo más que el parentesco político y ritual y, aun cuando la furia se apoderó de los parientes defraudados, el hombre tenía su propio cielo protector. Quitósele el culo al cesto y acabóse el parentesco, sentencia –sabio– el Diccionario de Autoridades, en la edición de 1736. Por si fuera poco elocuente, aclara: “Refrán que enseña que en faltando el motivo del interés cessa la amistad, correspondencia o cariño.” La familia y, de manera más general, la parentela, no fue la única fuente de seguridad para los hombres del antiguo régimen: pleitos y tramas capitulares proponen una imagen menos optimista pero de mayor realismo, que ofrecen la posibilidad de continuar considerando la seguridad como un horizonte pero, a la vez, reconocer en el mismo ámbito, la construcción recursiva de una arena de confrontación por los recursos. El valor de títulos y papeles pendía de los hilos de esta configuración no menos formal y por cierto, sumamente real, organizada desde lo cotidiano, desde la interrelación entre los hombres y que, en el ámbito jurídico, tenía cabida: el peso de la atestación personal permitía jugar dentro de la ley y planteaba el reconocimiento de unas reglas de juego que era necesario conocer y manejar: las habilidades del Criollo fueron también capacidades relacionales. Habiendo experimentado deslealtades dentro de su propia familia, apeló de manera evidente a minar los recursos que los otros patriarcas esperaban obtener de la misma forma. Nos daba, a su manera, una lección de historia. 7) 1639: los alcaldes, la viuda, la justicia y las jurisdicciones La interposición de apelaciones y la repetición de tachas a los testigos presentados por Hernandarias ocupó a Juan de Osuna entre agosto de 1627 y el mismo mes del año siguiente. Diego Ramírez, quien presentó su demanda una semana después de que lo hiciera Osuna, se manifestó azorado al momento de conocer la sentencia “...enquanto yo no tengo presentado mas de dos peticiones...”.114 Su apelación fue inmediata, incluso anterior a la de Osuna quien dejó pasar casi once años desde que el escribano de la ciudad notificó a las partes sobre la 112 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 457. 113 Expresión de TRELLEZ ARESTEGUI, Efraín Lucas Martínez Vegazo..., cit. 114 Petición de Diego Ramírez presentada ante Antón Martín a 17 de agosto de 1627, DEEC-SF, EC LII, 10, f. 458 v.

copia del pleito para su presentación por parte de Osuna ante la Real Audiencia de Charcas y el momento en que Osuna reactiva el pleito: durante este período, expresó la viuda, “no hubo guerra”. La metáfora descubre los sentimientos y las sensaciones desgastantes que las lides judiciales podían provocar en algunas personas. Cuando en julio de 1639 Juan de Osuna volvió a la carga, lo hizo exponiendo que tiene una causa con Doña Jerónima de Contreras y, curiosamente, ante la justicia en primera instancia, que ya se había expedido en el asunto. Como había sucedido en la década anterior, el reclamo fue atendido por el teniente de gobernador, Bernabé de Garay, sobrino de Jerónima de Contreras.

Descendencia de Juan de Garay y Becerra y Juana de Saavedra

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Ese año, el alcalde de primer voto de la ciudad era otro sobrino de Jerónima: el general Cristóbal de Garay y Saavedra, hermano de Bernabé. Se agrega: el sobrino dilecto de doña Jerónima de Contreras.115 ¿Por qué Osuna presentaría su reclamo justo cuando la justicia ordinaria está en manos de dos sobrinos de su demandada? ¿No aprendió nada del pleito anterior? Y pasados más de diez años ¿qué razón habría para presentarlo justamente en este momento? La respuesta no es simple y los materiales, mezquinos. Cristóbal y Bernabé son hermanos y siguiendo la política matrimonial diseñada por su padre, así como su hermanas y sus primas fueron casadas con varones Cabrera, ellos tomaron como esposas mujeres de la misma familia. Están emparentados por vía directa y sanguínea tanto con Jerónima de Contreras y con su difunto esposo, Hernandarias, ya que son hijos de un hermano de la primera y de una hermana del segundo. El horizonte de expectativas de lealtad de la anciana tía, considerado desde este punto, no podía ser más alentador. Durante 1638, ambos hermanos –y también Fernando de Garay– recibieron del gobernador Mendo de la Cueva y Benavídez116 una suerte de estancia sobre la orilla izquierda del Paraná –la Otra Banda– de tres leguas de frente, “con fondo al Uruguay”, como se estipulaba desde la fundación.117 Durante ese mismo año falleció su padre, Juan de Garay el Mozo y Cristóbal había participado de una entrada contra los indios Carcarás que, aliados con otras tribus, se habían sublevado en jurisdicción de la ciudad de Corrientes, cerca de la actual laguna de Iberá. La merced de Mendo de la Cueva reconocía servicios propios y de los antepasados de los nietos del fundador. Los hermanos, juntos a la hora de reclamar favores, no fueron unánimes cuando su tía parecía necesitarlos hacia 1639. Mientras que Cristóbal de Garay, aun como alcalde, aparece discretamente como testigo de peticiones y comunicaciones durante los reclamos reavivados por Osuna, las intervenciones de Bernabé apuntan a dar curso a los reclamos del demandante de su tía. El Teniente no hizo alusión alguna a su parentesco con la demandada: recibió la petición de Osuna pero marcó que el caso ya estaba “...apelado para los señores Presidente e oydores de laReal audiencia de la Plata...”.118 Notificó a 115 Baso mi afirmación en el Testamento de Jerónima de Contreras; codicilos. Publicados en ZAPATA GOLLÁN, Agustín “La hija de Garay”, en Obras Completas, Tomo II, cit. 116 Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata entre 1638 y 1641. 117 Se trata de la merced sobre el paraje de Punta Gorda. Según referencias de comienzos de siglo, este documento obraba en el Registro Estadístico de Buenos Aires, de 1862, en el Tomo 1º, p. 79. El documento aparece recuperado en RUIZ GUIÑAZÚ, Enrique Juan de Garay... cit., p. 220 y en el “Diccionario de Apuntamientos” confeccionado por Manuel Trelles, editado en Revista Patriótica del Pasado Argentino, Tomo IV, Buenos Aires, 1890, pp. 170 y 171. Sobre la entrada contra los Carcaráes y las jornadas del Iberá, algunas menciones en AHSF, Notas y Comunicaciones, Vol. I, en particular la presentación de Cosme Dávila fechada a 16 de octubre de 1638. 118 DEEC-SF, EC LII, 10, f. 468.



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Jerónima para presentarse en Charcas antes de seis meses y desobligó de costas a Juan de Osuna “por su pobreza”. Alega que la notificación le será llevada a Jerónima por el Alguacil Juan de Sosa por la “notoria” enfermedad suya y la del escribano. Su tía respondió furiosa: el proceso está “...fenecido y acabado por la desercion de la apelacion que hizo el dicho juan de osuna de la sentencia que fue pronunciada a favor del dicho gvor....”, agregando que “...no se puede innovar su estado hasta que la Real audiencia de la plata para donde seinterpuso la dicha apelacion lo disponga oyendo al general don geronimo luys de cabrera por el derecho hereditario que tiene en el dicho ganado doña ysabel de sanabria su muger hija legítima del dicho govor...”119 Esta primera respuesta de la viuda apunta en dos direcciones: por un lado, la jurisdiccional –no compete a la justicia de primera instancia un asunto que pasó por la Real Audiencia, si no se hubiera expedido– y por otro, plantea que, fallecido su esposo, al menos el marido de una de sus hijas debiera de ser tenido en cuenta como tercero en este asunto, apuntando a la nulidad de una posible reapertura del proceso en su instancia de “contradicción”. Aparte esta maniobra técnicamente impecable, Jerónima muestra su enojo para con su sobrino Bernabé en una segunda nota: considera totalmente nula la citación ya que no fue realizada ni por él ni por el escribano, quien, asegura, está “...bueno y sano y que como tal anda por la ciudad...”.120 Osuna pide que el Escribano “haga su oficio” y que no se dilate más, ya que los días lograrán sólo que “...como pobre me acave dimpossibilitar y deje a mis hijos desnudos de todo remedio....”. Bernabé carga contra su tía: si no se presenta, “...procedere al apremio necessario contra su persona y bienes...”. El escribano fue hasta la chacra de la viuda, pero se rehusó a sacar el traslado del pleito solicitado por Osuna: estaba de partida para el Paraguay y el legajo tenía, según sus palabras “más de cien hojas de saca” y, además, nadie le pagaría por el trabajo, alegada y aceptada la pobreza del solicitante. Jerónima presentó otra fundamentación en un tono más alto: la causa es cosa juzgada, el tiempo de apelación está fenecido y la jurisdicción competente no es la que la está citando. En cuanto a su propio sobrino, le hace saber “...Vmd. arrebatando la juridicion superior se ha introducido en el conocimiento que no le compete, por todo lo qual [...] suplico a Vmd. Mande no aver lugar a la dicha citación y data de autos por deffecto de juridicion...”. Osuna continuaba desesperado por obtener la copia del pleito mientras el escribano Juan López de Mendoza, a sabiendas de su pobreza, lo esquivaba; 119 DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 468 v. Resaltado mío. 120 Petición presentada por Jerónima de Contreras ante el Maese de Campo Bernabé de Garay, a 28 de agosto de 1639, en DEEC-SF, EC, LII, 10, f. 469.

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el Teniente de Gobernador se compromete y saca la copia de su puño y letra, apoyando nuevamente al demandante de su tía. Los autos terminan allí y nada parece haber ocurrido con la presentación de Osuna. Años más tarde, en pleitos iniciados por otros herederos, los jueces toman la de 1628 como una sentencia definitiva. Sin embargo, fuera de la pobreza parece inconcluso el tema de los motivos que podría haber tenido Osuna para reactivar su reclamo; lo mismo las diferencias de comportamiento entre los hermanos Garay. Hacia mediados de 1638, Mendo de la Cueva autorizó a vaquear y amparaba en sus derechos sobre los ganados de la Otra Banda, a un tal Alonso del Pino.121 El auto redactado por de la Cueva se origina, como tantos, en un pedido de los actores. Alonso del Pino lo había solicitado en calidad de marido de doña Lucía Rodríguez: así como su madre –Beatriz de Espinosa– había llevado como dote al casamiento con Feliciano Rodríguez una estancia en la Otra Banda del Paraná, Lucía era “co-heredera” de su padre, fallecido recientemente, y habilitó a su marido “como conjunta persona” para realizar el reclamo que, diez años atrás, había intentado su padre sin éxito. Osuna debió haber presentado su reclamo en función de la aparición en la escena de Alonso del Pino.122

121 Auto de Amparo dictado por don Mendo de la Cueva en Buenos Aires, a 26 de julio de 1638, a favor de Alonso del Pino. DEEC-SF, EC, LII, 7, f. 138. 122 [2012] Los derechos reclamados por los herederos de Lucía Rodríguez en “Derechos, justicia y territorio: asignación de derechos sobre ganado cimarrón en la justicia ordinaria santafesina (Gobernación del Río de la Plata, siglo XVII)”, en Marta Madero y Emanuele Conte –compiladores– Entre hecho y derecho: hacer, poseer, usar, en perspectiva histórica, Manantial, Buenos Aires, 2010, pp. 135-154.

CONCLUSIONES

L

a preocupación por la dimensión política de una sociedad es, en última instancia, una preocupación por el orden de la acción. Esta inquietud es permanente, y en diferentes claves has sido compartida por hombres y mujeres de todos los tiempos. Su transversalidad también afecta a la sociedad: las arenas donde se toman decisiones vinculantes, donde se pone en juego la administración de los recursos materiales y simbólicos, son múltiples, y esta convicción me obligó a enlazar, conectar y hasta solapar el estudio de órbitas que muchas veces son presentadas –es cierto que como una exigencia del análisis– aisladamente. De esta manera, la revisión del bagaje disponible para encarar una investigación cuyo centro analítico se pretendía político, me llevó a considerar un repertorio de caminos en los cuales la preocupación por la política como punto de vista algunas veces era explícita y otras se presentaba bajo los ropajes de una problemática económica, antropológica, cultural o jurídica. En nuestro país, el impulso historiográfico posterior a 1983 respondió a una agenda fuertemente marcada por cierto materialismo hasta entonces reprimido y perseguido, así como por la avidez de una explicación de la historia nacional que concentró toda su atención en el siglo XIX, periodo en el cual la creación de una un Estado hunde sus raíces. Este último punto encierra un acierto innegable: es allí y no en la lejana “época colonial” donde debía y debe investigarse para calibrar esas cuestiones. De esta manera, se contestaba a los planteos ciertamente desprolijos de una historiografía nacionalista que hallaba los orígenes de la Nación Argentina allí donde no había sino sedes periféricas de una monarquía agregativa. Pero este acierto generaba un problema secundario: la política, lo político y su estudio quedaron encorsetados como un problema propio de la historia contemporánea y, en consecuencia, casi desterrada del interés de los investigadores que hundían las narices en aquellos viejos papeles coloniales. Estos, en realidad, están saturados de política. La familia, la encomienda, la Iglesia, las estancias, los intentos reduccionales y los cabildos seculares, ofrecen copiosos materiales para indagar las relaciones y las formas propias del poder político en el Antiguo Régimen; pero hasta finales del siglo XX fueron estudiadas esencialmente desde cuestionarios organizados en torno de preocupaciones orientadas por un horizonte explicativo “económico-social”. Esto produjo felizmente un colchón de estudios que facilitó la indagación de otros niveles: pero fuera de los trabajos considerados como excepción a la regla (los varias veces mentados, de Garavaglia, Gelman y

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Moutoukias), el universo de las relaciones entre los hombres rioplatenses de los años 1600 quedó opacado por el de las estructuras y su funcionamiento. La opción tomada (en la segunda mitad de los años 1990) para hacer la tesis que está en el origen de este libro se construyó a partir de preguntas que provenían de algo que estaba descubriendo en ese momento, la filosofía posconstructivista: ¿por qué no revisar el juego de jerarquía entre los elementos del análisis? ¿por qué no integrar, en función del instante, los datos de las estructuras como parte de un juego cuya resolución era desconocida por los agentes de entonces? El escenario de esta historia fue frontera y borde. Frontera en el viejo sentido ratzeliano de un espacio signado por la negociación y la movilidad; borde, en un sentido metafórico que va desde lo geométrico a lo psicoanalítico. A una monarquía agregativa que se convirtió en un Imperio de facto y casi planetario –ese de Felipe II en el cual jamás se ponía el sol y sonaban campanas anunciando misa cada media hora– la dinámica de los agentes agregó, en 1573, un jalón para comunicar uno de sus lejanos interiores americanos a la vez que una válvula de escape para una ciudad densamente conflictiva: Santa Fe –desde el punto de vista de la Monarquía hispánica, de sus lejanos administradores y de sus más locales agentes– fue concebida como recipiente y como punto de paso: ambas características marcaron severamente el ritmo de sus días, agitados, inseguros, violentos, provisorios, trémulos. Pero fue instalada como ciudad¸ y –en su autonomía relativa– cargó sobre la extensión como tecnología transformadora del paisaje. La ciudad fue el dispositivo a través del cual los europeos espacializaron en términos occidentales lo que ya era un espacio en términos de la sociedad invadida y colonizada. Incorporada a un sistema que echaba mano de tierras lejanas y humanidades desconocidas para continuar obteniendo renta, el pasado y el porvenir aparecen evocados en escenas que mostraban los estertores de un feudalismo cuya agonía apenas comenzaba. Volviendo a la perspectiva, entonces, la fundación de una ciudad no podía ser tomada como un hecho de manual, como un dato dado. El fenómeno, en su puntualidad, concentraba procesos vinculados: los múltiples intentos por recuperar la salida atlántica, la descarga de hombres desde el Perú, la descarga desde Asunción del Paraguay, los conflictos jurisdiccionales entre los ejecutores de ambos proyectos, devenidos de la adopción de la fundación de ciudades como herramienta de construcción de una espacialidad completamente nueva, arrogante, destructora de la situación preexistente, constructora de la expansión de la monarquía transcontinental de los Habsburgo. El fenómeno implicó la invención de un lugar, sede sin brillo pero fecunda en posibilidades para quienes –localmente– lidiaban, ganaban y fracasaban en su lucha por la reproducción mínima, materia prima de la reproducción ampliada de la forma de poder político. Sus intentos



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por obtener un solar, tierras para chacras o para estancias, licencias, permisos, o un lugar en el cabildo santafesino realizaban en el nivel concreto de la vida en comunidad, un proyecto colectivo. Forjaban un nuevo capítulo en la construcción de identidades políticas sin saber hasta qué punto no se desprendían de la identidad heredada, de la identidad construida en la Península, en Perú o en Asunción, pesadamente favorable o negativa, según el instante. Así, la agencia se localizaba y, en su dinámica, mostraba de qué manera el lugar era elemento, síntoma y motivo de un sistema: si lo local se caracteriza por funcionar más allá de la voluntad de los elementos, el examen microanalítico de los comportamientos, de los intereses y de las batallas libradas en alguna de estas arenas (la ciudad, la gobernación, la Audiencia) resaltan los aspectos más paradojales del conjunto. Verbigratia¸ los esfuerzos normativos realizados desde las sedes más centrales de la Monarquía se revelaron maleables: porque dejaban margen a la interpretación y porque fueron utilizados plásticamente a causa de que eran rígidos pero abundantes y heterogéneos. Por el estado de la historiografía, de los materiales y por una decisión de punto de vista, es cierto que se priorizó algo que hoy sería insostenible: en el orden de la acción los sujetos son casi siempre los europeos y los criollos –los indígenas aparecen en un segundo plano, casi siempre en función de relaciones (de alianza o conflictiva) con este sujeto desde cuyo lugar se enfocó la construcción del espacio político en términos occidentales, que fueron los invasores. Este desvío de la mirada no tuvo corrección posible en el tránsito de la tesis al libro, pero no desvirtúa este análisis como insumo: es otro de los aspectos a los cuales he renunciado conscientemente a la hora de cortar la larga hibernación de un texto que, de cualquier modo, puede ofrecer renglones para dialogar con quienes aborden los muchos problemas que pueden abrirse desde otras perspectivas diferentes a esta. La tecnología es la sociedad hecha para que dure, sentencia uno de los axiomas de la escuela de Edimburgo: pero esa durabilidad depende, justamente, del carácter que la tecnología presenta para los sujetos involucrados en el juego de la historia, y no solamente para el segmento social que se arroga su invención como herramienta para la dominación. La ciudad, la encomienda, la Iglesia, la familia, la propiedad, el derecho (las leyes) y la justicia (su puesta en acto), son instituciones que expresan –para muchos– tecnologías hechas para la dominación. Sin embargo, en el curso del análisis he tratado de no considerarlas “instrumentos” o “herramientas” sino elementos disponibles en el juego de las relaciones sociales, tratando de percibir y transmitir un panorama fractalizado, donde la presencia de estos elementos que constituyen el equipamiento político del territorio, por ejemplo, no sancionan un resultado de antemano, sino que permiten a los agen-

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tes usos esperables e inesperados, fruto de la posibilidad. El microanálisis lleva a considerar el nivel de los usos y de los intercambios, de las relaciones de poder entre las personas y sus disponibilidades de fuerza en juegos concretos donde se disputa la satisfacción de necesidades e intereses. La reaparición de determinados temas o la reposición de algunos procesos en dos y más partes del libro responde, también, a una concepción de su arquitectura como expresión del modo en que fue pensada la investigación: refleja la adopción del análisis configuracional como recurso metodológico y cómo ese modo de comprender la realidad terminó por atravesar el proceso de escritura. La proposición de al menos tres relatos que refieren al proceso de construcción de jurisdicciones es una consecuencia directa del enfoque adoptado: jamás pude comprender el contexto como una entidad fija que puede plantarse en un capítulo para luego encajar elementos, esperando que éstos se comprendan mejor por su tranquilizadora presencia en el comienzo. Al contrario, cada episodio o proceso que fue puesto bajo la lupa, exigió y condujo a la construcción de un relato contextual diferente: los propios agentes involucrados en cada coyuntura se formulaban ellos mismos una versión de la realidad ajustada a sus proyectos de acción; los observadores coetáneos, por otra parte, tampoco coincidían entre sí con el diagnóstico y las características propias del espacio en construcción. ¿Por qué quitarle esa riqueza desde la comodidad que proporcionan algunos siglos de distancia? Si la fundación de la ciudad presentaba una conformación compleja, la radicación en ella de hombres y mujeres comprometidos con la expansión hispánica promovió una observación de la construcción política como un proceso denso. En tanto que dispositivo político, la ciudad estaba involucrada en diversas escalas del gobierno político del territorio (la gobernación, el virreinato, la monarquía) pero también disparaba prácticas cotidianas que hacían política con criterios afectados por y con consecuencias en todas las escalas. De esta manera, hacer familia, construir una parentela, sembrar con favores para obtener lealtad, realizar alianzas temporales y hasta discutir sobre cuestiones tales como equivalencias, pesos y medidas, fueron campos de lectura de las formas del poder político. Una lectura realizada desde los pasillos aparentemente más inocentes de la Monarquía, desde sus rincones menos sospechables… (metáfora que también vale para el territorio santafesino). El cabildo, la institución que lucía como la marca más específica del poder político en el lugar, deja leer en sus propios registros la incumbencia de estos ámbitos cuya inocencia aparente se desvanecía con el cruce de datos. Los archivos tienen su lógica, que rara vez coincide con la del enfoque: sin embargo, los expedientes de justicia –colectores de voces desesperadas y de los artilugios de los más sagaces– señalaban los desvíos más convenientes: si la arena política



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contiene formas de disputa por los recursos materiales y simbólicos, estas formas no se agotan en el podium figurado en la institución del gobierno municipal (gobierno, guerra y justicia –lo de la hacienda era, en la Santa Fe del siglo XVI, magro de más). En su recurso a la justicia, los agentes dejan ver que no concebían estos niveles separadamente: bien que en la institución municipal las funciones estaban desde ya confundidas (es el caso de los tenientes de gobernador y alcaldes mayores) para quienes libraban las disputas por los recursos, estaba claro que la satisfacción de sus intereses debía perseguirse por la vía que más convenga. En plan de simplificaciones –o de operativas distinciones en planos– gobernar y hacer justicia no parecen completamente discernibles para el periodo: la tradición medieval se revela fuerte y apropiada. En cambio, la tradición más antigua, que permite distinguir entre mayor disponibilidad de recursos en pruebas de derecho o en pruebas de fuerza, subraya la idea de una concepción compleja del universo institucional, a la vez que una simpleza rancia en lo que hace a la comisión de acciones directas para proporcionarse la satisfacción de intereses. La normativa hispánica era generosa en letra fina. Como se dijo, permitía interpretaciones que podían apoyarse en diferentes segmentos de una misma Real Cédula o en Cédulas distintas; por la otra, y lo que es más importante, la organización del imperio multiplicaba los centros de toma de decisiones a la vez que los centros desde donde se podía producir derecho: los textos de las capitulaciones, los poderes otorgados a adelantados, gobernadores y virreyes producían policentrismo, así como solapamiento de jurisdicciones y de autoridades. La capacidad regia de producir derecho era preeminente pero no excluyente –los que hablan de monopolio lo hacen para sostener la hipótesis del absolutismo, a costa de ignorar el cuerpo político como conjunto funcionando. Basta echar una mirada a los poderes y a los títulos, las ordenanzas, las licencias que operan según las ordenanzas y las reales cédulas para ver que adelantados, virreyes, gobernadores, tenientes y cabildos producían diferentes normas legítimas que fractalizaban la producción de un derecho que, si bien tenía jerarquías, operaba legalmente conforme a los consensos políticos sobre el punto. Los instrumentos a partir de los cuales la monarquía hispánica pretendió establecer controles a escala imperial fueron resignificados en esta y otras sedes periféricas de poder político. La naturaleza que comportaban en sus orígenes la creación de cargos como el regimiento, los gobernadores y sus tenientes, así como la práctica de juicios de residencia –pensados desde la prescriptiva regia y por cierta historiografía como brazos tentaculares de un poder que se extendía desde “arriba hacia abajo”– se alteraban químicamente al contacto con las realidades locales. En el caso de los juicios o las visitas, por ejemplo, no cambiaba su ubi-

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cación en el diagrama administrativo de la Monarquía; no cambiaba el espíritu de la letra; pero sí se los utilizaba para –dentro de la ley– fabricar espacios de beneficio y de castigo solo comprensibles si se analiza la dinámica del momento. Como se ha mostrado, el interés de la Corona –y el de la Monarquía– no siempre divergía de los intereses locales: una buena cantidad de casos muestra que las decisiones autónomas de algunos de los ejecutores de la expansión de la monarquía los hacían coincidir: esto es muy claro en la fundación de ciudades, en el desarrollo de los juicios de residencia y en las disputas por las jurisdicciones en el interior del virreinato peruano, donde los intereses localizados y el mayor –el de la expansión de la forma política– siempre fueron coincidentes. Los tres momentos en que puede dividirse la breve historia de la ciudad vieja entre 1573 y 1650 dan testimonio de una dinámica espacial que se ajusta bien al desarrollo del flujo y del contenido de las comunicaciones: si hasta 1580 puede leerse el primer hervor, los vapores de su punto de ebullición –al cual arribaron gracias al calor generado en la disputa por la preeminencia en el control del reparto de recursos básicos, materiales y simbólicos– allí se selló la constitución del primer grupo hegemónico estable (el de los beneméritos) y, con el establecimiento de Buenos Aires, se inicia el primer drenaje de recursos –materiales y humanos– que Garay establece para alimentar a la nueva ciudad junto al Río de la Plata. Este periodo da cuentas del proceso de radicación de los patriarcas que, gracias a un complejo basado en la propiedad de las tierras, de los ganados, del trabajo indígena, de las comunicaciones y del ámbito capitular, consiguen sentar las bases de una primera y pequeña aristocracia de hecho en suelo litoraleño. Su posterior diferenciación interna se motoriza principalmente (aunque no solamente) por el cambio de dirección de los flujos económicos y políticos que significa el ascenso de Buenos Aires –y la presencia de portugueses, holandeses, franceses e ingleses en el área. Este cambio tuvo su expresión política en el desplazamiento de Hernandarias y la creación de la nueva gobernación de Buenos Aires a finales de 1617, nueva sede del poder político a escala de gobernación con la cual la ciudad mantiene relaciones intensas desde el primer momento. Este análisis pretendió aportar una mirada más compleja que la que pintó al periodo con la dicotomía entre “beneméritos y confederados”. Aunque existió, la misma refleja el planteo de los beneméritos –sobre todo la mirada de Hernandarias y sus aliados– mientras que aquí se ha tratado de demostrar cómo varias de las viejas familias santafesinas se reacomodaron perfectamente a las nuevas dinámicas y reconfiguraron su composición como “elite” con criterios que no eran ingenuamente facciosos. Por otra parte, la posición de la ciudad y los intereses del común, privaron en los conflictos con los gobernadores de una manera inesperada si se presume el control faccioso del cabildo, y la ciudad vio así enri-



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quecida su capacidad como agente político en el proceso de construcción de su relación con la cabecera de la nueva gobernación. Sobre la contribución general a la que puede aportar este trabajo no puedo –ni creo que deba, no me toca– decir mucho. Sólo puedo afirmar las intenciones que me guiaron en el intento: quise distanciarme de la historia local tanto como de la microhistoria corroboracionista, esa que pretende analizar en un lugar para constatar el funcionamiento de un todo. En mi horizonte siempre tuve la convicción sobre la inestabilidad de las formas y llevé adelante la indagación a partir de un principio del microanálisis –no de la microhistoria– según el cual la dirección de la investigación está diseñada por los circuitos de las relaciones estudiadas, sin esperar de ellas derivaciones mecánicas: así pude encontrar, entre otras cosas, que allí donde se sembraban lealtades podían cosecharse traiciones, o donde los vínculos de naturaleza hacían presumir algunas conductas podían esperarse tranquilamente muchas otras. En este sentido, el cruce entre la familia, lo doméstico, las parentelas y las lealtades me puso frente a la conducta real de los agentes. Lo esperado, o lo previsible, no siempre ocurría, ni siquiera en ese régimen político que algunos consideran estático. Si la sociedad del período tempranocolonial americano fue corporativa, la investigación estuvo atenta justamente a los matices y la búsqueda de grietas en esos muros firmes: las genealogías de algunas familias santafesinas notables, cruzada con el comportamiento de sus miembros en varios pleitos conectados entre sí, muestran que las asociaciones temporales realizadas en torno a intereses específicos recortaron redes de parentesco o expectativas de lealtad que, a priori, aparecían compactas, previsibles y funcionalmente solidarias. Al final, la concentración del foco de observación sobre expedientes judiciales, mostró esta operatoria en momentos de confrontación por el reparto de sus recursos. El horizonte de un mundo seguro, buscado por aquellos hombres y mujeres, estaba plagado –como en toda sociedad preindustrial– de inestabilidad e incertidumbres y el libro trata finalmente de eso: de las razones por las cuales aquellas formas inestables, en su agitación, constituyen no obstante un orden. La disputa por los recursos, sin duda sustancia y motor de la historia, genera y es, ella misma, el corazón y los pulmones de esas inestabilidades, que he intentado perseguir tirando del hilo de las formas de decir el espacio, de la instalación de tecnologías de gobierno, del equipamiento político del territorio, de la familia, de la justicia, en definitiva, de la política en todas sus caras. En el camino quedó mucho. El libro contiene la evidencia de lo que pude ver y de todo lo que no vi. Quizás otros puedan continuar sobre los silencios y las carencias de este trabajo. En un cuento maravilloso, Borges escribió el cierre

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del cual no soy capaz. Nada puede transmitir mejor una síntesis de lo que fue esta experiencia de tantos años y esta sensación horrible de dar por terminado un libro que juzgo inacabado, pero que ya no quiero retener. Ningún texto expresa mejor, tampoco –y por el mismo precio– la angustia que me inunda después de haberme internado por muchos años en esa casa ancha y aterrorizadora que es el pasado de una tierra que me es al mismo tiempo tan propia y tan ajena. “Un resplandor lo guió a una ventana. La abrió: una luna amarilla y circular definía en el triste jardín dos fuentes cegadas. Lönrot exploró la casa. Por antecomedores y galerías salió a patios iguales y repetidas veces al mismo patio. Subió por escaleras polvorientas a antecámaras circulares; infinitamente se multiplicó en espejos opuestos; se cansó de abrir o entreabrir ventanas que le revelaban, afuera, el mismo desolado jardín desde varias alturas y varios ángulos; adentro, muebles con fundas amarillas y arañas embaladas en tarlatán. Un dormitorio lo detuvo; en ese dormitorio, una sola flor en una copa de porcelana; al primer roce los pétalos antiguos se deshicieron. En el segundo piso, en el último, la casa le pareció infinita y creciente. La casa no es tan grande, pensó. La agrandan la penumbra, la simetría, los espejos, los muchos años, mi desconocimiento, la soledad.” Jorge Luis Borges, “La muerte y la brújula”, revista Sur, mayo de 1942. El resaltado –curiosamente– es suyo.