Este libro plantea la decisiva importancia de que los cristianos y cristianas (laicos, religiosos, presbíteros y obispos
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Spanish; Castilian Pages 130 [131] Year 2004
Table of contents :
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
1. PARA TODOS LOS CRISTIANOS ES DECISIVO CONOCER BIEN A JESUCRISTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Nadie puede decir que ya conoce perfectamente a Jesucristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
¿Qué cristianismo puede brotar de un mal conocimiento de Jesucristo? . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Si los cristianos ignoramos o desfiguramos a Jesús, ignoramos a Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
El conocimiento personal que Jesús espera de sus discípulos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
Entre conocer a Jesús y seguirle, se crea un “círculo virtuoso” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
El Espíritu santo es nuestra “memoria viva” de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
1. En la investigación bíblica . . . . . . . . . . . . . . 35
2. En la luz que viene de los santos Padres . . . . . 37
3. En la obra de Lucas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38
4. En el evangelio de Juan . . . . . . . . . . . . . . . . 48
5. En los escritos de Pablo . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
2. NECESIDAD Y PELIGROS DE LAS IMÁGENES PARA CONOCER A JESÚS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
Jesús se expuso y se resistió a ser mal conocido por sus discípulos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
Conocemos a otra persona por la imagen que nos hacemos de ella . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
Las imágenes condicionan nuestro conocimiento de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
Recuperar la memoria histórica de las propias imágenes de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Precariedad de nuestras imágenes de Jesús . . . . . 82
La responsabilidad de discernir y mejorar nuestras imágenes de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86
3. EN BUSCA DE LOS RASGOS ESENCIALES DE LA IMAGEN VERDADERA DE JESÚS . . . . . . . . . . . . . . . 93
Diferentes itinerarios hacia Jesucristo . . . . . . . . . 93
Centremos la búsqueda en los evangelios . . . . . . 97
Importancia de los contextos para ver a Jesús en los textos de los evangelios . . . . . . . . . . . . . . 103
Hay rasgos que no deben faltar en nuestra “imagen vital” de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
Las imágenes de Jesús en los evangelios superan en autenticidad a las imágenes más usadas hoy por los cristianos . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
Varios criterios de discernimiento y un horizonte abierto a la creatividad . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
1. El criterio de la autenticidad original de Jesús . 119
2. El criterio de la verdad evangélica y teológica sobre Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
3. El criterio de la autenticidad actual o criterio de inculturación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
4. El criterio de la coherencia evangélica y humana acerca de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . 121
¿A Q UÉ J E SÚS S E G U I M O S? DEL ESPLENDOR DE SU VERDADERA IMAGEN AL PELIGRO DE LAS IMÁGENES FALSAS
TEÓFILO CABESTRERO
¿A Q UÉ J E SÚS S E G U I M O S? DEL ESPLENDOR DE SU VERDADERA IMAGEN AL PELIGRO DE LAS IMÁGENES FALSAS
DESCLÉE DE BROUWER BILBAO - 2004
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© Teófilo Cabestrero, 2004 © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2004 Henao, 6 - 48009 Bilbao www.edesclee.com [email protected]
Diseño de portada: Luis Alonso
Printed in Spain ISBN: 84-330-1843-4 Depósito Legal: Impresión: Publidisa, S.A. - Sevilla
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. PARA TODOS LOS CRISTIANOS ES DECISIVO CONOCER BIEN A JESUCRISTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Nadie puede decir que ya conoce perfectamente a Jesucristo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Qué cristianismo puede brotar de un mal conocimiento de Jesucristo? . . . . . . . . . . . . . . . . . Si los cristianos ignoramos o desfiguramos a Jesús, ignoramos a Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El conocimiento personal que Jesús espera de sus discípulos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Entre conocer a Jesús y seguirle, se crea un “círculo virtuoso” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El Espíritu santo es nuestra “memoria viva” de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. En la investigación bíblica . . . . . . . . . . . . . . 2. En la luz que viene de los santos Padres . . . . . 3. En la obra de Lucas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. En el evangelio de Juan . . . . . . . . . . . . . . . . 5. En los escritos de Pablo . . . . . . . . . . . . . . . . .
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2. NECESIDAD Y PELIGROS DE LAS IMÁGENES PARA CONOCER A JESÚS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59 Jesús se expuso y se resistió a ser mal conocido por sus discípulos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59 Conocemos a otra persona por la imagen que nos hacemos de ella . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
Las imágenes condicionan nuestro conocimiento de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Recuperar la memoria histórica de las propias imágenes de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Precariedad de nuestras imágenes de Jesús . . . . . La responsabilidad de discernir y mejorar nuestras imágenes de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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3. EN BUSCA DE LOS RASGOS ESENCIALES DE LA IMAGEN VERDADERA DE JESÚS . . . . . . . . . . . . . . . 93 Diferentes itinerarios hacia Jesucristo . . . . . . . . . 93 Centremos la búsqueda en los evangelios . . . . . . 97 Importancia de los contextos para ver a Jesús en los textos de los evangelios . . . . . . . . . . . . . . 103 Hay rasgos que no deben faltar en nuestra “imagen vital” de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109 Las imágenes de Jesús en los evangelios superan en autenticidad a las imágenes más usadas hoy por los cristianos . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115 Varios criterios de discernimiento y un horizonte abierto a la creatividad . . . . . . . . . . . . . . . . . 119 1. El criterio de la autenticidad original de Jesús . 119 2. El criterio de la verdad evangélica y teológica sobre Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119 3. El criterio de la autenticidad actual o criterio de inculturación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121 4. El criterio de la coherencia evangélica y humana acerca de Jesús . . . . . . . . . . . . . . . . 121
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INTRODUCCIÓN
La pregunta que da título a este libro, ¿A qué Jesús seguimos?, proviene del cuestionamiento que hizo Jesús a sus primeros discípulos cuando les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”; es decir, “¿quién soy yo para vosotros?” o “¿qué imagen tenéis vosotros de mí?”. Esta interpelación del Maestro a sus discípulos, la relatan los tres evangelios sinópticos en un momento crucial de la vida de Jesús (Mc 8,27-33; Mt 16,13-20; Lc 9,18-22). Jesús de Nazaret vivió expuesto a que sus contemporáneos y hasta sus discípulos no lo conocieran bien y se hicieran de él imágenes dispares y hasta falsas, desfiguradoras de su identidad y de su misión. Por eso indagó Jesús a sus discípulos en el momento preciso, y comprobó que ellos, al igual que mucha gente, lo veían desde las expectativas mesiánicas de las ideas religiosas y políticas dominantes entonces en su mundo sociorreligioso. Esperaban a un Mesías diferente de Jesús, y no comprendían la Buena Nueva de Jesús, ni la conducta profética con que Jesús mostraba la llegada del Reinado de su Dios Abbá. Y si la novedad de Jesús y del Reinado de su Dios sorprendió y desconcertó entonces incluso a sus discípulos, después de la muerte de Jesús hasta hoy, con la expansión del cristianismo, la proliferación de las Iglesias y la multiplicación de las doctrinas y las devociones, se han multiplicado enormemente las imágenes de Jesús de todo tipo, teológicas, devocionales y figurativas, auditivas y literarias, visuales y afectivas. 9
Las informaciones, especulaciones e imágenes sobre Jesús transmitidas de generación en generación por las Iglesias y las artes en nuestras sociedades, se han venido diversificando y difundiendo sin cesar por todos los medios de comunicación. Desde los testimonios pospascuales de los primeros discípulos en los evangelios, hasta las teologías y espiritualidades de todos los tiempos, con divulgaciones en toda suerte de pinturas y esculturas, afiches, láminas y estampas, ficciones literarias y creaciones musicales, teatrales y cinematográficas. Nuestra humana condición nos expone a todos siempre a un doble riesgo en el arte de conocer y relacionarnos con “otra” persona, también con la persona de Jesús. El riesgo de las informaciones inexactas y las imágenes deformantes; y el riesgo de “imaginarnos” a la “otra” persona, no como es, sino como nos conviene y deseamos que sea. Los peligros de las imágenes falsas. Los cristianos y cristianas de cualquier tiempo, lugar, estado y condición, vivimos expuestos a desfigurar o falsear la imagen verdadera de Jesucristo con proyecciones, ideas o creencias y aspiraciones (religiosas, culturales, ideológicas, psicológicas) diferentes y hasta opuestas a la imagen que Jesús da de sí mismo y de su causa del Reinado de Dios. El mismo Espíritu santo que Jesús prometió y envió a sus primeros discípulos y discípulas, para que lo conocieran bien y tuvieran su “imagen vital” verdadera (ver Jn 16,12-15), actúa ahora en nosotros, en cada persona bautizada en Jesucristo y en cada comunidad eclesial, revelándonos la persona y la misión de Jesucristo, y moviéndonos a seguirle recreando su conducta histórica según los actuales “signos de los tiempos”. Pero, el Espíritu respeta nuestra condición humana y nuestras “mediaciones” históricas. Y sabe el Espíritu santo que nuestro modo antropológico de conocer a cualquier “otra” persona, puede obstaculizar con imágenes deterioradas y falsas de Jesús su acción reveladora de la verdadera imagen vital de Jesucristo. 10
Todo ello explica que, para todos y cada uno de los bautizados en Cristo Jesús, cualquiera que sea nuestro estado de vida, carisma y misión (laicos y laicas o religiosas y religiosos, diáconos, presbíteros u obispos) se mantiene vigente y viva la pregunta de Jesús a sus discípulos: “Vosotros, ¿quién decís que soy yo?”; “¿qué imágenes tenéis vosotros de mí?”. A nadie reprocha nada Jesús con esta interpelación. Él sólo busca que ninguno de sus discípulos y discípulas se engañe. Quiere vernos libres de las imágenes falsas o deformantes de su persona y de su misión, porque desea que gocemos del esplendor de su verdadera imagen vivificante. Quien personalice esa amistosa llamada de atención de Jesús, se preguntará con esperanzado interés: “Mis imágenes de Jesús, ¿me permiten ver a Jesús y relacionarme con él como realmente es, o me lo desfiguran y me lo ocultan?”. El hecho de que cada cristiano y cristiana y todas las Iglesias tengamos una “imagen vital” lo más cercana posible a la fascinante realidad viva de Jesucristo, es un asunto básico, nuclear y decisivo para la fe y la vida de cada uno, y para las Iglesias y su misión; para todo el cristianismo y para la humanidad entera. Porque la fe y la vida cristiana, así como el ser y la misión de las Iglesias, consisten esencialmente en la experiencia de la persona de Jesús, que nos llama a proseguir su vida y su misión del Reinado del Dios de la vida justa, solidaria y feliz para toda la humanidad. Cabe hacerse en este asunto, multitud de preguntas: ¿Por qué, pues, tanta diversidad de imágenes de Jesús, ya desde los evangelios? ¿Qué papel juegan nuestras “imágenes” en el conocimiento y en el seguimiento de Jesús? ¿Cómo influyen las diversas imágenes narrativas, doctrinales, auditivas, visuales y afectivas en nuestra “imagen vital” de Jesucristo? ¿Dónde podemos encontrar ahora las huellas y los rasgos esenciales de la imagen que Jesús dio y da de sí mismo y de su misión? ¿Cómo discernir la autenticidad o falsedad de nuestras imágenes de Jesús, y cómo mejorarlas?... 11
A esas y a otras preguntas sobre el esplendor de la verdadera imagen de Jesucristo y el peligro de las imágenes falsas, buscan respuesta estas páginas y esperan para ello la “complicidad” de los lectores y lectoras. Teófilo Cabestrero Ciudad de Guatemala, Mayo de 2003
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1 PA R A T O D O S L O S C R I S T I A N O S ES DECISIVO CONOCER BIEN A JESUCRISTO
NADIE PUEDE JESUCRISTO
DECIR QUE YA CONOCE PERFECTAMENTE A
Tan obvio es que los cristianos hemos de conocer bien a Jesús, el Cristo, a quien llamamos Maestro, Salvador y Señor, que sería un despropósito recordarlo si no fuera porque nunca se puede dar por supuesto que ya lo conocemos suficientemente bien. Es más, por diversas razones que luego veremos, no resulta fácil conocer a Jesucristo como realmente es. Incluso los cristianos y cristianas que frecuentan el templo, como también quienes pertenecen a comunidades, movimientos y grupos cristianos, y quienes somos miembros del clero (incluidos los obispos) y de alguna congregación de vida religiosa, podemos conocer insuficientemente a Jesucristo y hacernos de él imágenes incompletas, parciales, deficientes o falsas. No es suficiente para ser verdaderos cristianos (“seguidores” de Cristo Jesús) un conocimiento genérico y superficial, rutinario, sentimental o simplemente teórico sobre Jesús. Se requiere el conocimiento certero, cercano e íntimo del trato personal; el conocimiento de la fe y la amistad coherente; la empatía con Jesús: un conocimiento tan verdadero y vivencial que nos haga sentirlo como es y vivir como él. Y esto implica conocer la realidad de Jesús y de su causa, sin interferencias ni distorsiones de fantasías nuestras o ajenas sobre Jesús. Se trata de seguirle prosi13
guiendo su causa con su mismo espíritu, no como nosotros podemos “imaginarlo” equivocadamente. Los cristianos de hoy tenemos bastantes dificultades para conocer así al Jesús real, quien, según cuentan los evangelios, ya desde el comienzo fue mal conocido por la gente y por sus discípulos. Con sobriedad y crudeza relata Marcos en su evangelio que, de camino a Cesarea de Filipo, cerca ya de la subida final a Jerusalén, los discípulos decían al Maestro que la gente lo confundía con Juan Bautista o con Elías o alguno de los profetas; y los mismos discípulos lo imaginaban como un Mesías nacionalista y triunfal sobreprotegido por Dios, imagen que Jesús rechazó como “satánica” 1. Nadie puede decir sin engañarse que ya conoce perfecta y plenamente a Jesucristo, ni siquiera entre los hombres y mujeres consagrados con votos a seguirle. “Nadie conoce al Hijo sino el Padre”, aseguró Jesús a un grupo numeroso de discípulos después de dar gracias al Padre cuando, según Lucas, regresaban felices porque habían seguido las orientaciones de Jesús en la misión temporal que les confió; le habían comprendido2. Y Pablo dijo claramente a los cristianos de Corinto que “nadie puede decir Jesús es el Señor (sabiendo lo que dice) si no está iluminado por el Espíritu Santo” (1Cor 12,3). Conocer a Jesús como Cristo y Señor es un don del Espíritu de Dios que exige implicarse personalmente en su conocimiento creciente. Se trata de un proceso vital en el que tropezamos con límites y dificultades que el Espíritu Santo no elimina, aunque ayude a superarlos. Hoy nosotros tropezamos al menos con tres frentes de dificultades para conocer bien a Jesús: 1. Según Mc 8,27-33 y el texto paralelo de Mateo (sobre todo 16,2123) Jesús llamó a Pedro “Satanás”, cuando éste trató de convencerle de que nadie le haría ningún daño porque él era el Mesías Hijo de Dios. 2. Véase en Lc 10,17-24 el regreso de “los setenta y dos discípulos”.
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1. El misterio insondable de la persona de Jesús. El primero de esos frentes de dificultades está en la personalidad singular de Jesús; en el “misterio inefable” de su persona y en la envergadura y las pretensiones de su misión, de su práctica y de sus enseñanzas. En su tiempo, quienes lo vieron y lo trataron u oyeron hablar de él, e incluso quienes le acompañaron como discípulos, tuvieron grandes dificultades y límites que les privaron de conocerlo en su verdadera identidad. Su inmensa novedad sorprendió a todos y escandalizó a muchos, comenzando por Juan Bautista, quien, extrañado por lo que oía hablar en la cárcel sobre las obras de Jesús, envió mensajeros a preguntarle: —“¿Eres tú el que había de venir o hemos de esperar a otro?”. —“Id a contar a Juan lo que estáis viendo y oyendo”, les respondió Jesús; “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. ¡Y dichosos quienes no se escandalicen de mí!” (Mt 11,2-6; Lc 7,18-23). Según Marcos, también los paisanos de Jesús se vieron desbordados por las obras y palabras de Jesús: “Los tenía desconcertados y se preguntaban: ¿de dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos milagros?, nosotros sabemos que él no es más que un pobre carpintero, el hijo de la María, el hermano de Santiago, de José, de Judas, y sus hermanas están aquí entre nosotros”. Al ver Jesús “que no creían en él, les dijo: a un profeta sólo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa” (Mc 6,1-6). Marcos señala que, ante lo que hacía y decía Jesús a las multitudes que acudían a él, “al enterarse sus parientes fueron para llevárselo, pues decían que estaba trastornado” (Mc 3,20-21). El evangelio de Juan dice claramente que “ni siquiera sus hermanos creían en Jesús”, y pretendían que protagonizara un tipo de mesianismo que Jesús rechazaba (Jn 7,1-9). Y, por supuesto, “los maestros de la ley que 15
habían bajado de Jerusalén” aseguraban que Jesús estaba endemoniado (Mc 3,22-30). Los cuatro evangelios muestran en numerosos episodios que los discípulos de Jesús, aunque le admiraban y le acompañaban, no entendían lo que Jesús hacía y lo que les enseñaba. También ellos estaban desconcertados porque la novedad de Jesús, de su persona, de sus enseñanzas y de su causa, no cabía en los esquemas religiosos y culturales de los discípulos y él desbordaba todas sus expectativas. Después, a lo largo de los tiempos y en las diferentes culturas, los límites y las dificultades para conocer bien a Jesús se agrandan y se multiplican por mucho que avancen las investigaciones sobre sus huellas históricas y se extiendan los efectos de su presencia espiritual. En la lejanía, y con los cambios históricos y culturales, se puede borrar o desfigurar la memoria y la comprensión de los rasgos originales de Jesús, con el peligro real de la sustitución o el mestizaje con el mito, las acomodaciones y las falsedades. 2. Las mediaciones culturales y religiosas que nos transmiten la figura de Jesucristo a lo largo de la historia, constituyen un segundo frente de dificultades para conocerlo bien. Cuando nos informan sobre Jesús oralmente y por medio de textos doctrinales, transmitiéndonos diferentes imágenes de él (creación de teólogos, predicadores, catequistas, escritores y artistas de distintas épocas, escuelas, mentalidades y tendencias) esas “mediaciones” pueden ocultarnos ciertos rasgos del verdadero Jesús, o fragmentarlo, desfigurarlo y hasta falsearlo. Las “mediaciones” se convierten en obstáculos en la medida en que las doctrinas, las predicaciones, las catequesis, las devociones, los escritos, los cantos y las imágenes, no transparenten fielmente los rasgos esenciales de la identidad original de Jesús; en la medida en que lo mutilen, lo distorsionen o lo sustituyan con proyecciones religiosas, psicológicas o ideológicas espurias. Y esto puede suceder de manera involuntaria e inconsciente. 16
Incluso los evangelios y todos los textos del Nuevo Testamento, que son los testimonios de fe en Jesús de los orígenes del cristianismo canónicamente reconocidos por la Iglesia, los testimonios más cercanos a Jesús y por ello la primera y mejor fuente de todas las mediaciones para conocer bien a Jesucristo, fueron escritos en géneros literarios y lenguajes de tiempos y culturas distantes y distintos a nuestro tiempo y cultura. Si esto no se tiene muy en cuenta, y no se interpretan las obras y palabras de Jesús a la luz de los contextos socioculturales y religiosos de entonces, las lecturas, los comentarios, las divulgaciones doctrinales y espirituales, así como las predicaciones y catequesis que transmiten los contenidos y mensajes de los textos del Nuevo Testamento, pueden ser “mediaciones” desfiguradoras de Jesús, de su conducta y de sus enseñanzas. Con la mejor intención del mundo, esas mediaciones pueden darnos imágenes incompletas, deterioradas y hasta falsas de Jesús 3. Ese peligro de las mediaciones nos hace descubrir en nosotros mismos un tercer frente de dificultades para conocer bien a Jesucristo: nuestros propios límites y los mecanismos del lado sombrío de nuestra condición humana, cuyas capacidades de autoengaño y falseamiento se activan y se multiplican de forma extraordinaria en asuntos religiosos. Por instinto, los humanos buscamos los poderes sagrados o “divinos” como refugio, seguridad y compensación en las insatisfacciones y frustraciones o en los miedos por nuestra condición limitada e indigente, egocéntrica y mortal. Por eso es casi inevitable la proyección de nosotros mismos en nuestras imágenes de Dios y de Jesús. Y esta proyección de las propias necesidades y conveniencias en las imágenes y en los sentimientos religiosos, se desencadena en el subconsciente. Un texto de remota antigüedad, de Jenófanes de Colofón (siglo VI antes de Cristo), considerado “una de las primeras reflexiones de la humanidad crítica”, reflejaba ya esos 17
mecanismos instintivos de la condición humana: “Los etíopes dicen que sus dioses son negros y chatos; los tracios dicen que sus dioses son de ojos azules y rubio cabello. Si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos y pudieran pintar como los hombres, pintarían imágenes de dioses como bueyes, caballos y leones”. La tendencia a “imaginar” a los dioses a nuestra imagen y semejanza, y los instintos que nos mueven a buscar compensaciones y fuerzas “sobrenaturales” en ídolos, talismanes y dioses para nuestras necesidades, constituyen un potencial enorme de creación de “imágenes”. Y esto se concreta en el cristianismo en la tendencia a “imaginar” a Dios, a Jesús, a María y a los Santos, al servicio de nuestras seguridades, éxitos y conveniencias de todo tipo. Esta tendencia suele acentuarse en las personas más religiosas, con la complicidad de la ignorancia por falta de catequesis y de formación cristiana. ¿Puede influir todo eso en la deformación y en el falseamiento de la imagen de Jesús? Puede influir e influye en diversos grados. Y a veces lo hace de manera muy sutil, desde el inconsciente colectivo y el subconsciente personal de cada uno. Una conclusión importante para nosotros: Es comprensible que algunos de esos límites y dificultades para conocer bien a Jesús, puedan llevarnos a recibir y mantener o acuñar imágenes deformadas de Jesús en una u otra etapa de nuestra vida. Esto lo vio ya Jesús en sus primeros discípulos, y, según el evangelio de Juan, lo lamentó cuando, al despedirse de ellos, interpeló a Felipe: “¿Llevo tanto tiempo con vosotros y aún no me conoces?” (Jn 14,9). Lo que está en juego en el hecho de conocer bien a Jesucristo o conocerlo mal es decisivo para nuestra fe cristiana, para el cristianismo y para la causa de Jesús al servicio del proyecto de Dios sobre la vida de la humanidad. Es enorme la responsabilidad histórica que tenemos en esto cada una de las personas que hemos sido bautizados 18
en Cristo Jesús, cualquiera que sea nuestro estado de vida en las Iglesias y en la sociedad. ¿QUÉ
CRISTIANISMO PUEDE BROTAR DE UN MAL CONOCI-
MIENTO DE J ESUCRISTO?
Para hacernos idea de lo decisivo que es para el cristianismo que los cristianos conozcamos bien a Jesucristo, basta pensar que Jesús, Cristo y Señor, es el origen y ha de ser siempre la fuente y el centro vital de la fe y la existencia cristiana de cada bautizado o bautizada y de cuanto quiera ser auténticamente cristiano: las Iglesias, las comunidades, la predicación, la liturgia, la espiritualidad, la oración, la misión, etc. Y ha de ser la fuente y el centro vital de manera “consciente”, sabiendo nosotros lo que eso significa y saboreándolo. Esto nos pide conocer a Jesús en su identidad y en su estilo propio, con su novedad, su espíritu y su causa, que han de ser el estilo, el espíritu y la causa de la vida de los cristianos. Se trata de proponernos vivir conscientemente el don bautismal de tener injertada nuestra vida personal y comunitaria en Jesucristo, hasta poder decir como Pablo: “ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Todos los bautizados y bautizadas en Cristo Jesús recibimos este don en el bautismo, y nadie es en verdad cristiano sin esa conciencia o conocimiento vital de Cristo Jesús, al menos en el deseo sincero y en un grado inicial capaz de crecer procesualmente. El no aspirar a conocer vitalmente a Jesucristo como él es y quiere vivir en nosotros, o el estabilizarnos en conocerlo como no es, trae consigo la “descristianización” de los cristianos y del cristianismo. Podemos descritianizar así la propia conciencia y la existencia, la oración, la celebración litúrgica, los sacramentos, las comunidades y las Iglesias, aunque se llamen cristianas. ¿Qué cristianismo puede brotar de un mal conocimiento de Jesucristo? 19
“La fe cristiana es esencialmente experiencia de la persona de Jesús” 3. Si nuestro conocimiento de Jesús fuera tan superficial y deficiente que no nos permitiera hacer de la persona del Señor y de su espíritu y su buena noticia del Reino de Dios el centro vital del dinamismo de nuestra fe, ¿qué Iglesia seríamos y qué misión cumpliríamos? ¿A qué Jesús seguimos si nos dejamos llevar por sus imágenes falsas? Hoy se ha expandido la lucidez que mostró Ghandi al confesar que Jesús y su evangelio le atraían con fuerza y le convencían, pero le decepcionaba el cristianismo de los cristianos porque habían perdido la novedad de Cristo. El Concilio Vaticano II advirtió en su Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy, que los cristianos podemos contribuir al ateísmo de la gente con “una parte no pequeña de responsabilidad”, cuando “por el descuido en educar bien la propia fe o por la exposición deficiente de la doctrina que induce al error, o también por las deficiencias de nuestra vida religiosa, moral o social, en vez de mostrar el rostro auténtico de Dios, más bien lo ocultamos” o lo desfiguramos 4. Desfiguramos el rostro humano de Dios que es Jesús, siempre que deterioramos o falseamos la verdadera imagen vital de Jesús. Ya Pablo vio los estragos que hacía en las primeras comunidades cristianas el desconocer y falsear a Jesucristo, y confesó a sus queridísimos filipenses que para él era “estiércol” todo lo que no fuese “el verdadero conocimiento de Cristo Jesús” (Flp 3,8). Ignorando a Jesús, los cristianos nos descentramos de él, nos distanciamos y lo sustituimos por imágenes falsas con ideas, sentimientos y esperanzas religiosas o sacrales 3. R. AGUIRRE, La reflexión de los primeros cristianos sobre la persona de Jesús (Madrid 1984) 13. 4. Gaudium et Spes, 15.
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sobre un Dios que no es el Dios de Jesús. ¿Cómo vamos a conocer nosotros al Dios de Jesús, si no es conociendo bien a Jesús? SI
LOS CRISTIANOS IGNORAMOS O DESFIGURAMOS A J ESÚS,
IGNORAMOS A
DIOS
Para nosotros, cristianos y cristianas, el efecto más pernicioso de conocer mal a Jesús es desfigurar y falsear al Dios que nos revela Jesús. Esto es muy grave porque nosotros accedemos a Dios por medio de Jesucristo. No tenemos ni podemos tener otra imagen humana verdadera de Dios fuera de Jesús. Sabemos de Dios únicamente lo que Jesús nos enseña de él con sus obras y palabras, con su práctica del Reino y con su muerte en cruz y su resurrección. Este es el testimonio unánime de fe de todo el Nuevo Testamento: que Jesús de Nazaret, Cristo crucificado y Señor resucitado por la causa del Reinado de Dios, es la vía abierta a Dios para quienes creen en Jesucristo y son bautizados y bautizadas en él. Que el Dios Abbá de Jesús es nuestro Padre Dios y accedemos a él en Jesús, el Hijo amado en quien Dios nos ama haciéndonos hijos con su mismo Espíritu y confiándonos la causa de su Reino. Jesús es la revelación definitiva de Dios para nosotros: –Lo afirma taxativamente el prólogo del evangelio de Juan: “A Dios nadie lo vio jamás, el Hijo único nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). –Lo asegura Jesús a los setenta y dos discípulos, según Lucas, cuando regresan de la misión que les ha confiado: “Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc,10,22). Poco antes, al ver lo bien que le habían entendido aquellos discípulos (personas sencillas, despreciadas y marginadas), “lleno de alegría por el Espíritu, Jesús exclamó: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, 21
porque has ocultado estas cosas a los sabios y orgullosos y se las das a conocer a los ignorantes y sencillos” 5. Esta es una buena pista para saber quiénes llegan a conocer a Dios Padre conociendo y siguiendo a Jesús. —Pablo escribe a los colosenses: “Cristo es la imagen del Dios invisible” (Col 1,15). Y a los corintios: “Cristo es imagen de Dios para hacer brillar el conocimiento de la gloria de Dios que se refleja en el rostro de Cristo Jesús” (2Cor 4,4-6). A los cristianos de Éfeso les dice Pablo: por medio de Jesucristo “tenemos acceso al Padre” (Ef 2,18). —Y el escrito a los Hebreos se abre con estas palabras: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por medio de los profetas. Ahora, en este momento de plenitud, nos ha hablado por medio del Hijo que es resplandor de su gloria e imagen perfecta de su ser” (Heb 1,1-3). —Ya Jesús lo confesó a sus discípulos, según Juan, cuando al despedirse les dejó estas afirmaciones testamentarias: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Vosotros lo conocéis, porque ya lo habéis visto”. Fue entonces cuando Felipe le pidió: “Muéstranos al Padre, Señor, eso nos basta”, y le replicó Jesús: “¿Tanto tiempo con vosotros y aún no me conoces? Quien me ve, ha visto al Padre” (Jn 14,6-9). Conocemos a Dios en Jesús, y esto nos pide conocer bien a Jesús si queremos conocer bien a Dios. Porque hay una imagen falsa de Dios detrás de cada imagen falsa de Jesús. Y toda imagen falsa de Dios implica el falseamiento 5. Véase todo el texto de Lc 10,1-24. Mateo sitúa esta importante revelación de Jesús, en un contexto de contrastes significativos entre quienes siguen y conocen a Jesús y quienes lo desconocen y le persiguen: Mt 11,25-30.
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o la ignorancia de la persona de Jesucristo. Se produce así un circuito maléfico de desfiguraciones. Para conocer a Dios sólo tenemos que mirar a Jesús y escucharle. Si mantenemos “fijos los ojos en Jesús”, conoceremos fielmente a Dios 6. Por desgracia, entre los cristianos es frecuente invertir esos pasos y hacer el recorrido en dirección contraria, que es “dirección prohibida”: porque falseamos la imagen de Jesús al ir de Dios a Jesús, partiendo de imágenes preconcebidas de Dios. Así bloqueamos nuestra única vía de acceso a Dios, que es Jesús, y caemos en un círculo vicioso que podemos llamar “diabólico”, como cuando Jesús llamó “Satanás” a Pedro porque éste quería imponerle la imagen de un Dios todopoderoso y “sobreprotector” que, según Pedro, intervendría prodigiosamente impidiendo que rechazaran y matasen a Jesús y fulminaría a sus enemigos. Pedro no reconocía en Jesús al Mesías-Servidor sufriente, porque se lo imaginaba como Mesías Rey Vencedor e Intocable Hijo del Dios Libertador de Israel. Jesús llamó “Satanás” a Pedro y le dijo con toda claridad: “tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres” (Mc 8,31-33). Jesús conocía y revelaba a “otro” Dios que “no intervenía” violentando o suprimiendo la libre voluntad de quienes rechazaban a Jesús. Como los profetas, Jesús se empeñó en luchar contra las imágenes falsas de Dios. Y dice el biblista Rafael Aguirre que “entonces como hoy, en torno al nombre de Dios hay un gigantesco malentendido que a Jesús le hizo llorar alguna vez y estallar de indignación muchas veces” 7; una de esas veces estalló con Pedro. Volveremos luego con la reflexión de Aguirre a esa actitud de Jesús que llevó adelante su lucha contra las falsas imá6. Mantener “fijos los ojos en Jesús” aconseja la carta a los Hebreos a quienes necesitan mantener viva su fe: Heb 12,1-3. 7. R. AGUIRRE, Raíces bíblicas de la fe cristiana (Madrid 1997) 22.
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genes de Dios, revelando con su vida y su muerte de amor desarmado e indefenso, la verdadera imagen de su Dios Abbá. Si en vez de conocer primero a Jesús con fe y realismo histórico-bíblico, partimos de ideas e imágenes procedentes de filosofías e ideologías o sentimientos humanos que nos hacen pensar que “Dios es un Ser todopoderoso, sempiterno e impasible que todo lo sabe y todo lo puede”, y pensamos: “como Jesús es Dios, Jesús es todopoderoso e impasible, y todo lo sabe y todo lo puede...”. Entonces habremos cambiado al Jesús real por la imagen de un Dios inventado, diferente del que Jesús vino a revelarnos. Y habremos suprimido la humanidad de Jesús que es nuestra única vía de acceso al Dios Abbá de Jesús. EL
CONOCIMIENTO PERSONAL QUE J ESÚS ESPERA DE SUS
DISCÍPULOS
En el “discurso de despedida” del evangelio de Juan hemos visto que Jesús lamenta que, después de tanto tiempo de andar con sus discípulos, “aún no le conocen”. Es uno de los varios episodios en que los evangelios dicen que Jesús esperaba que sus discípulos le conocieran mejor y no lo conseguía. No era fácil, ciertamente. Lo curioso del caso es que los discípulos acompañaban a Jesús a todas partes, veían lo que hacía y oían lo que decía, pero no lo conocían bien, y, sin embargo, seguían con él. Esta aparente contradicción la vemos en numerosos textos de los evangelios. Jesús los llama, se van con él y los asocia a su vida y a su misión. Con ellos quiere dar cuerpo, visibilidad y expansión creciente a la vida igualitaria, inclusiva y fraternal del Reino de Dios cuya llegada anuncia Jesús. Vida de contraste con el entorno de una vida social y religiosa discriminadora, excluyente, fratricida. Jesús rompe convenciones, costumbres y leyes discriminantes, frecuentando a las personas despreciadas y destrozadas por la vergüenza 24
de las condenas públicas sacralizadas (enfermos, leprosos, pecadores, mujeres y niños, extranjeros, prostitutas, ignorantes, lisiados, indigentes, y empleados y obreros de oficios calificados como “impuros”). A esas personas les restituye Jesús la salud, la dignidad y la autoestima, reconciliándolas con el amor gratuito de Dios e incluyéndolas en la vida social y religiosa, y aceptando también a mujeres como discípulas. Todo eso era contrario a las leyes y costumbres culturales y religiosas promulgadas, cuya violación estaba severamente penalizada. Los discípulos y las discípulas se sentían “atraídos” por esa autoridad tan libre y liberadora de Jesús; les impactaba. Lo admiraban, le querían y se iban con él dejando oficio, casa y familia. Esperaban muchísimo de Jesús, y sin embargo los evangelios resaltan una y otra vez que no conocen bien a Jesús y no entienden el alcance de lo que hace y de lo que dice, porque la “novedad” de Jesús los desborda. Ellos permanecen fascinados, pero también confundidos. Jesús lo ve, y no siempre se lo calla: “¡Hombres de poca fe!”, les dice con frecuencia, “¿todavía no entienden?” 8. Y corrige sus ambiciones de poder, sus pretensiones egoístas y sus batallitas sobre quién de ellos iba a ser el mayor y el más importante; actitudes y deseos contrarios al proyecto que propone Jesús de vida igualitaria y de servicio a los más necesitados y excluidos 9. En el fondo, los discípulos creen en un Dios muy distinto al Dios Abbá de Jesús, y, lógicamente, esperan y buscan cosas diferentes de las que Jesús propone. En lógica con sus esquemas político-religiosos de la teocracia vigente en Israel, los discípulos aguardaban la llegada de un Reinado de Dios que no era el que Jesús anunciaba. Veían a Jesús y andaban con él, en función de sus propias expec8. Mt 8,26-27; 14,31; 16,5-12; 17,19-20; Mc 4,40-41; 8,11-21; 11,2023; Lc 8,22-25; 12, 28; 17,5-6. 9. Mt 18,1-4; 20,23-28; 23,1-12; Mc 9,33-37; Lc 22,24-27.
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tativas, creyendo que Jesús sería el Mesías que ellos y muchos esperaban que liberase a Israel de la dominación romana. Por eso, cuando Jesús les anuncie su pasión y su muerte, no le comprenderán, se sentirán confundidos y frustrados, se llenarán de miedo y no se atreverán ni a preguntarle sobre ello, sino que tratarán de convencer a Jesús de que eso no sucederá; o dirán que van a morir con él, sin saber lo que dicen 10. Y en cuanto apresen a Jesús, lo sentencien y lo crucifiquen, lo abandonarán y se ocultarán “por miedo a los judíos” para no correr su misma suerte (cf Jn 20,19). Incluso después de la resurrección, los discípulos no reconocerán al Señor camino de Emaús, porque nunca conocieron bien a Jesús cuando anduvieron con él 11. También se ve en los evangelios que a Jesús le llegó a preocupar seriamente que sus discípulos no le conocieran en su verdadera identidad y que no comprendieran su práctica, su causa, su misión y cuanto sucedía a su alrededor. Con frecuencia corregía Jesús esa falta de sensibilidad y de fe de los discípulos. Y al llegar el momento en que Jesús tiene claro que a él lo van a eliminar, les interroga para que descubran que se han hecho una imagen falsa de él, y se concentra en instruirles acerca de su Dios Abbá y de su Reinado que son la causa de su vida y de su muerte. Cuando se acerca la hora suprema de Jesús, los evangelios muestran al Maestro prometiendo a sus discípulos el Espíritu que les hará comprender bien todo lo que él les ha enseñado a practicar, para que le conozcan a él y le sigan prosiguiendo su causa y su misión como “testigos” suyos. Los discursos de despedida del evangelio de Juan repiten varias veces la promesa de Jesús: “Os lo he dicho todo mientras estoy con vosotros, pero el Paráclito, el Espíritu Santo a quien el Padre enviará en mi nombre hará 10. Mc 9,30-32; Mt 16,21-23; Jn 13,36-38. 11. Lucas lo expresa en el relato de los dos discípulos que andaban tristes y decepcionados camino de Emaús, 24,13-27.
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que recordéis lo que yo os he enseñado y os llevará a la verdad plena” (Jn 14,25-26). También Lucas presenta a Jesús después de la resurrección dedicado a capacitar a los discípulos para la misión universal, “hablándoles del Reino de Dios” y prometiéndoles su Espíritu para que puedan ser sus “testigos” 12. En última instancia, el conocimiento que Jesús espera de sus discípulos es el que brota de permanecer unidos a él en comunión de vida y de misión, participando de su fe y de su causa, de su entrega de amor para dar vida y alegría a la humanidad. El Espíritu prometido por Jesús y comunicado en la Pascua de su muerte y resurrección, crea la presencia del Señor en su Iglesia y la comunión vital de los discípulos con él. Todo el evangelio de Juan, desde el prólogo hasta el epílogo, se empeña en transmitir testimonialmente ese mensaje que culmina en la “hora” de Jesús 13. Los discursos de despedida y la descripción de su pasión y su muerte “gloriosas”, están llenos de insistencias en esa promesa y en su cumplimiento con la efusión del Espíritu. Y la reveladora alegoría de la vid y los sarmientos, anuncia el “conocimiento vital” que Jesús ofrece a los discípulos y discípulas que permanecen en comunión de amor, de vida y de misión con él: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador... Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí solo, sin estar unido a la vid; eso os ocurrirá a vosotros si no estáis unidos a mí. El que permanece unido a mí como yo estoy unido a él, produce mucho fruto... Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia y os manifestáis así como discípulos míos. Como el Padre me 12. Ver Lc 24,44-49; y Hch 1,3-8. 13. Según Juan, después de expirar Jesús en la cruz “uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua” (Jn 19,32-34); sangre y agua: donación de la Vida y del Espíritu de Jesús, y alusión a los signos sacramentales de la eucaristía y el bautismo.
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ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. Os digo esto para que participéis en mi alegría y vuestra alegría sea plena. Mi mandamiento es éste: que os améis como yo os he amado” 14. Es como una versión mística del seguimiento de Jesús en el que se llega al conocimiento verdadero en la configuración existencial con él. En la lectura espiritual que hace Éloi Leclerc del evangelio de Juan, llega a decir que los discípulos (entre ellos María Magdalena) mientras veían físicamente a Jesús, lo conocían por fuera e ignoraban el misterio interior de su persona y su misión que la humanidad de Jesús les revelaba y les ocultaba al mismo tiempo, como todo cuerpo humano manifiesta y esconde el misterio interior de cada persona. “Los discípulos se sentían atraídos por la figura radiante de Jesús. La proximidad sensible, calurosa del Maestro, su autoridad sosegada y soberana, les había impresionado, seducido. Pero, al mismo tiempo, esa imagen humana ocultaba lo que Jesús quería revelar: la vida profunda de la cual él tenía el secreto en su interior, su morada íntima y sin límites (...) Por eso el Maestro les había dicho: ‘Os conviene que yo me vaya...’ (Jn 16,7). Era necesario que Jesús se alejara de ellos, que les privara de su presencia sensible, carnal, para que el Espíritu pudiera venir y abrir sus ojos a su presencia espiritual. Era necesario que el ídolo desapareciera, por ser demasiado atractivo, para que se revelase la Imagen del Padre. ‘Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros’ (Jn 14,20)” 15. En un proceso distinto pero semejante, dirá Pablo a los cristianos de Corinto: “Si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así; el que está en Cristo es una nueva creación, pasó lo viejo y ahora todo es nuevo” (2Cor 5,16-17). 14. El texto completo es Jn 15,1-17 15. É. LECLERC, El maestro del deseo: una lectura del evangelio de Juan (Madrid 1999) 140-141.
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Sabemos, pues, por el Nuevo Testamento, que los primeros discípulos que llamó Jesús no le conocieron bien mientras andaban y convivían con él, pero, quedaron “enganchados” a su persona y a su amistad. Los retuvo Jesús, y se empeñó en que le conocieran mejor para que se identificaran con él y con su causa, y compartieran su verdad, su libertad y su alegría bajo el inmenso cariño de su Dios Abbá. El Señor les envió el Espíritu prometido, ellos comprendieron lo que vieron hacer y oyeron decir a Jesús, y, liberados del miedo y de su egocentrismo, le siguieron prosiguiendo la práctica de Jesús y su anuncio del Reino con su mismo Espíritu. Permanecieron unidos al Señor en comunión de amor, de vida y de misión con la fuerza de su Espíritu, hasta el testimonio supremo de morir como Jesús. Por el libro de los Hechos de los Apóstoles y por las Cartas, sabemos que eso se cumplió a partir de Pentecostés. Todo ese itinerario vivido por los primeros discípulos y discípulas en su progresivo conocimiento de Jesús, Cristo y Señor, nos da una gran luz para comprender las situaciones y experiencias de nuestro propio proceso de conocimiento personal de Jesucristo. Esa luz nos hace ver que nuestros despistes, contradicciones e ignorancias en el conocimiento de Jesús, no nos impiden sentirnos “llamados” a seguirle. Nos ayuda a declararnos discípulos y discípulas de Jesús, seguidores suyos y de su causa del Reino, sin conocerle todavía suficientemente bien. Porque, de hecho, aunque nuestro Pentecostés comenzó en el bautismo, se prolonga a lo largo de nuestra historia personal y eclesial en un proceso interminable y así vivimos todos el seguimiento de Jesús: no lo conocemos suficientemente y le seguimos de lejos frenados por nuestros límites, dudas, despistes, ambiciones y expectativas paralelas o contrarias al proyecto de Jesús. Pero él nos ha elegido, nos llama, nos seduce y nos mantiene con él. El Espíritu hace presente al Señor en nosotros y nos hace permanecer en él en comu29
nión de fe y amor, de vida y misión, para dar el fruto que el Señor quiere que demos hoy siguiéndole hacia la plenitud del conocimiento y de la vivencia de su amor. Ya el apóstol Pedro decía a los discípulos y discípulas de su comunidad, confirmándoles en la esperanza del seguimiento de Jesús: “vosotros no habéis visto a Jesucristo, pero lo amáis; sin verlo creéis en él y os alegráis con un gozo inefable y radiante” (1Pe 1,8). De hecho, el conocimiento de Jesús que tenemos las Iglesias, las comunidades y las personas cristianas en nuestra historia es incompleto e imperfecto, pero ha de tener la firmeza de la fe que hace seguirle para conocerle mejor, aunque hasta la muerte lo veamos de manera velada y deficiente, como entre brumas. Nuestro conocimiento de Jesucristo es un proceso tan permanente y abierto como decía Pablo a los cristianos de Corinto: “Ahora nuestro conocimiento es imperfecto, como es imperfecta nuestra capacidad de hablar en nombre de Dios. Pero, cuando llegue lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, creía como niño; al hacerme hombre, he dejado las cosas de niño. Ahora vemos por medio de espejos y oscuramente; más allá veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente, pero entonces conoceré como Dios me conoce” (1Cor 13,9-12) Estar “activos” dentro de este proceso pide ante todo vivir deseosos de conocer mejor a Jesús, y, en Jesús, a su Dios y nuestro Dios Abbá, asumiendo el proyecto de vida de su Reinado. Pide descubrir que vivir en camino de conocerle bien o no vivir en camino de conocerle bien, son dos maneras muy diferentes de vivir. Y la forma efectiva de vivir en camino de conocerle bien implica contar con su Espíritu que habita en nosotros desde el bautismo, punto de arranque de nuestro proceso Pentecostal. Su Espíritu es la memoria viviente de Jesús en la comunidad eclesial, y nos revela a Jesús; ilumina nuestra fe para creer 30
y confesar que Jesús es el Señor, nos estimula a recrear su conducta en la historia, y nos conduce así a la plena verdad de Jesucristo. El conocimiento que Jesús espera de sus discípulos y discípulas, nos brinda, pues, dos excelentes indicadores para nuestro proceso. Dos indicadores que podemos resumir así: Jesús concentra su deseo de que los discípulos y discípulas le conozcamos bien, en invitarnos a seguirle sin dudas y sin miedo, y en comunicarnos su Espíritu que puede hacernos recordar y comprender las obras y palabras de Jesús, y nos lleva al conocimiento de su persona haciéndonos vivir en comunión con él y recrear su conducta en cada tiempo y lugar. Todo el Nuevo Testamento testifica ese proceder de Jesús y esa misión del Espíritu santo. Repensemos cada uno de esos dos indicadores, para situarnos con lucidez en el proceso del conocimiento vital de Jesús, el Señor. ENTRE CONOCER A JESÚS Y SEGUIRLE, SE CREA UN “CÍRCULO VIRTUOSO” Es iluminador lo que el autor del escrito a los Hebreos dice a unos cristianos en crisis, desalentados y a punto de abandonar la fe cristiana porque ignoran la novedad de Jesús y la suprema eficacia de su singular sacrificio. Para que esos cristianos “no se dejen abatir por el desaliento” y superen su crisis siguiendo a Jesús hasta conocerle como es, el autor les propone hacer lo que hicieron tantos testigos que se mantuvieron fieles a su fe en las pruebas y dificultades que soportaron: “Ya que estamos rodeados de una nube de testigos, liberémonos de todo impedimento y corramos también nosotros con constancia la misma prueba, fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de nuestra fe” (Heb 12,1-3). La carta habla de la fe usando el verbo aphorao que significa mirar fijamente a alguien en quien se confía totalmente. Mirarle cordial y confia31
damente en su entrega de amor fiel hasta la muerte por la vida de todos, confiándole la propia existencia para que, unida a la suya, recorra su andadura existencial con su misma fe, apoyándose en él y participando de su fidelidad hasta lograr el conocimiento de la comunión de amor. Un mirar enamorado, que hace embarcarse en la aventura de su vida histórica y de su causa. Al fin y al cabo, en lenguaje bíblico “conocer” a otra persona es tener experiencia íntima de ella. Y “conocer” a Dios es reconocer su amor y unirse a él practicando amorosamente su voluntad: “Sabemos que conocemos a Dios si guardamos sus mandamientos. El que dice ‘yo lo conozco’, pero no guarda sus mandamientos, es mentiroso y la verdad no está en él. En cambio, el amor de Dios llega a ser pleno en quien cumple su palabra. Esta es la prueba de que lo conocemos y creemos en él, pues el que dice que lo conoce debe vivir como vivió él” (1Jn 2,3-6). Esto lo aplica el Nuevo Testamento a “conocer a Jesús”. No conoce a Jesús quien no hace como él. Y no puede hacer como Jesús quien no conoce bien lo que hace Jesús y con qué espíritu lo hace o para qué lo hace; es decir, quien no conoce bien la práctica de Jesús, su conducta histórica, la causa por la que él vive y muere. El acreditado estudioso de Jesús, Jon Sobrino, dice que “sin disposición a hacer como Jesús, no puede haber verdadero conocimiento de Jesús”. Eso mismo afirmó ya Albert Schweitzer al concluir su obra clásica Investigación sobre la vida de Jesús, en torno a la “primera búsqueda” del Jesús histórico en la segunda mitad del siglo XIX. El párrafo conclusivo que escribió Schweitzer hace casi cien años, suscita aún en nuestros días una luminosa meditación sobre del conocimiento del Jesús real; hasta el punto de que los investigadores actuales de Jesús lo citan todavía con veneración, como una conclusión insuperable. Schweitzer dice que Jesús “se presenta ante nosotros como un desconocido, igual que en otro tiempo se presentó a orillas del lago ante los que no 32
lo conocían. Y nos dice las mismas palabras que a ellos: ‘¡Sígueme!’, y nos pone a realizar las tareas que debe llevar a cabo en estos tiempos nuestros. Él es quien manda, y, a quienes le obedezcan, sean sabios o gente sencilla, se les revelará en las penalidades, en los conflictos y los sufrimientos que hayan de pasar en su compañía, y, como si de un misterio inefable se tratara, su propia experiencia les enseñará Quién es él” 16. De un “misterio inefable” se trata, efectivamente, y así hay que conocer a Jesús. Porque “el ser profundo de Jesús no se deja conocer como un objeto desde fuera, no se deja conocer sino entrando en él por la fe, la amistad, el amor, entrando a compartir su experiencia personal, siguiéndole. Quien quiere conocer a Jesús y seguirle es remitido a hacer una experiencia íntima que es Su propia experiencia: es invitado a entrar en la relación que Jesús mantiene con su Padre. Y descubrirá que esa intimidad estalla hacia el mundo: que el movimiento de Jesús hacia Dios Padre es inseparable de su envío a la humanidad sufriente. Inseparable de su apertura al mundo, de sus opciones históricas a favor de los más alejados, de los otros” 17. “Quien recorra el camino de Cristo”, insiste Moltmann, “sabrá realmente quién es Jesús; y quien crea realmente en Jesús como el Ungido de Dios, lo seguirá en su camino” 18. Quien sigue fielmente a Jesús, lo conocerá en su práctica. Y quien conoce inicialmente a Jesucristo con verdadera fe, participa de la fe de Jesús y lo seguirá en su práctica histórica recreando su conducta, y así lo conocerá mejor. Dicho de otro modo: cuanto mejor se conoce a Jesús, más se confía en él, y más certera y cercanamente se le 16. Entre los autores que lo citan, J. D. CROSSAN, Jesús: vida de un campesino judío (Barcelona 1994) 271-272; J. PELÁEZ, “Un largo viaje hacia el Jesús de la historia”, en J. J. TAMAYO ACOSTA dir., 10 palabras clave sobre Jesús de Nazaret (Estella 1999) 77. 17. É. LECLERC, El Dios mayor (Santander 1997) 138. 18. J. MOLTMANN, El camino de Jesucristo (Salamanca 1989) 12.
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sigue. Y cuanto más de cerca se le sigue, más y mejor se le conoce. Entre conocerlo y seguirle, se crea un “círculo virtuoso” en el que ambas cosas se confirman y se refuerzan una a otra. La verdad del conocimiento por la fe se prueba, se aquilata, crece y se enriquece por el seguimiento. Sin el seguimiento histórico, el conocimiento de Jesús es solo “teórico” y tal vez sentimental e ilusorio, y estallará en nada como una pompa de jabón, por carecer de la fe viva y de la solidez que da el permanecer con Jesús en comunión de amor y de misión. Es evidente que si sustituimos la persona de Jesús por una imagen falsa sobre él, fruto de nuestra imaginación o de una desfiguración devocional o ideológica (personal o colectiva) no seguimos realmente a Jesús, sino que seguimos nuestra propia idea, imagen o devoción. El conocimiento de Jesús está condicionado por el seguimiento, y el seguimiento lo condicionan nuestras imágenes de Jesús. De ahí la necesidad de preguntarnos en serio a qué Jesús seguimos, y la importancia de discernir la verdad y las mentiras de nuestras imágenes de Jesús. Sabemos que seguir a Jesús es proseguir hoy su vida y su causa, su práctica del Reino. Es hacer lo que Jesús haría hoy, y hacerlo con el estilo o el Espíritu con que Jesús lo haría. Y esto sólo es posible si se conoce suficientemente cómo era Jesús, qué hacía él en su tiempo y cómo y para qué lo hacía; cuáles fueron sus relaciones con las distintas gentes de su entorno histórico; cómo sentía, pensaba y actuaba él en las diversas circunstancias en que se encontró, y cuál era su proyecto del Reino de Dios. El conocimiento verdadero de Jesús implica un conocimiento certero de su causa. Conocimiento que brota y crece en la experiencia de la comunión viva y del seguimiento. Si obtenemos así una “imagen vital” suficientemente verdadera en los rasgos esenciales de Jesús (aunque no sea perfecta ni completa) y le seguimos hoy con su Espíritu recreando su conducta en nuestros días y circunstancias, estaremos en el 34
camino del conocimiento pleno y nuestra “imagen vital” de Jesús será cada día más verdadera y eficaz. Pero ambas cosas, el seguimiento y el conocimiento vivo de Jesús y de su causa, nos superarán siempre y no estarán a nuestro alcance, si no contamos con la luz y la fuerza del mismo Espíritu con que Jesús fue ungido; el Espíritu que lo sostuvo a él en su conducta y en su muerte, y que desencadenó su resurrección. Contando con ese Espíritu, que es el gran conocedor y el mejor revelador del “misterio inefable” de Jesús, el seguimiento fiel y el conocimiento verdadero de Jesucristo y de su causa están al alcance de quien los desee de verdad. EL ESPÍRITU SANTO ES NUESTRA “MEMORIA VIVA” DE JESÚS Por la unción bautismal, todos los cristianos y cristianas participamos del Espíritu que nos capacita para permanecer en comunión vital con Jesucristo y para seguirle prosiguiendo su causa. Nos conviene hacernos muy conscientes del papel que juega el Espíritu santo en nuestro conocimiento de Jesús como seguidores suyos, a fin de asumir activamente su influjo que nos permitirá conocer y recrear los rasgos esenciales de la verdadera “imagen vital” de Jesús. Para ello, vamos a dar cinco miradas buscando luces en la investigación bíblica, en los Padres de la Iglesia, en la lectura de la obra de Lucas y del evangelio de Juan, y en los escritos de Pablo. 1. EN LA INVESTIGACIÓN BÍBLICA: UNA SÍNTESIS ORIENTADORA El interés por el fenómeno del “regreso del Espíritu a las Iglesias” y por la ‘movida’ de los grupos y movimientos carismáticos hacia el Espíritu santo, llevó hace unos años al profesor suizo de Nuevo Testamento Eduard Schweizer, a investigar sobre la acción del Espíritu santo en las experiencias de sus testigos en el Antiguo y en el Nuevo 35
Testamento. Una síntesis de algunas de sus conclusiones y afirmaciones básicas, resulta muy orientadora para identificar el papel del Espíritu Santo en nuestro conocimiento y seguimiento de Jesús. Subraya el profesor Schweizer que en “las afirmaciones de la primitiva comunidad sobre Jesús”, existe la confesión de fe de una “particularísima compenetración de Jesús con el Espíritu de Dios”, desde los relatos evangélicos del nacimiento virginal de Jesús hasta la atribución al Espíritu de la resurrección del crucificado y su exaltación como Señor y Salvador19. “Toda la actuación de Jesús”, dice Schweizer, “no es otra cosa que la vida del Espíritu de Dios 20. Asegura que “Dios en ninguna otra parte nos muestra su ‘corazón’ o su ‘rostro’ como en Jesús, y esto se hace presente al hombre en el Espíritu” 21. Habla del “Espíritu santo como origen del conocimiento de Dios” y ve que “Jesús es el portador del Espíritu”, que “el Espíritu se otorga a todos los creyentes” y que “el Espíritu otorga el acceso a Jesús” 22. Schweizer precisa: “Lucas asoció estrechamente el espíritu con Jesús”, y “en Juan el Espíritu se entiende, con incomparable fuerza, como la actuación de Dios que nos descubre a Jesús” 23. Más aún: siempre habrá “que recordar que el Espíritu nos abre el corazón a Jesús y a su manera de vivir y de morir, y esto llegó a ser para Juan algo tan importante que, según él, la única misión del Paráclito, del Espíritu de la verdad, consiste en provocar el recuerdo de Jesús en los discípulos; y esto de tal manera que él los llevará a la verdad plena, es decir, les mostrará lo que significa Jesús en su nueva y especial situación” 24. 19. 20. 21. 22. 23. 24.
E. SCHWEIZER, El Espíritu Santo (Salamanca 1984) 67-79. Ibíd., 69. Ibíd., 99. Ibíd., 72, 96, 133. Ibíd., 99, 130. Ibíd., 148.
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Insiste Schweizer en que “Juan destaca que la nueva vida solo se da allí donde el Espíritu abre el corazón humano a Jesucristo”; y en que “el Espíritu nos lleva a contemplar a Jesús con nuevos ojos y a descubrir que Dios trata de venir a nosotros precisamente de esta manera” 25. 2. EN LA LUZ QUE VIENE DE LOS SANTOS PADRES La “particularísima compenetración de Jesús con el Espíritu” fue vista y formulada con fuerza teológica y con singular belleza por algunos santos Padres de la Iglesia. En sus sermones, catequesis y escritos contra las herejías, comentaron los textos bíblicos que relacionan al Espíritu con los profetas, con Jesús, con los apóstoles y con todos los bautizados en Jesucristo. Para san Ireneo, el Verbo y el Espíritu, el Espíritu y el Hijo, son “las manos de Dios Padre”. Con sus propias manos Dios modela o plasma al hombre y a la mujer a imagen y semejanza suya. Sugeridora y fecunda clave de lectura de la acción creadora y salvadora de Dios. Las dos “manos de Dios” sugieren las misiones del Verbo y del Espíritu; la misión del Espíritu santo y la misión de Jesús. El mismo “san Ireneo habla de una labor de estas dos Manos de Dios sobre el hombre a lo largo del tiempo” 26. Comenta Granado analizando textos de Adversus haereses: “San Ireneo afirma que no es un eón llamado Cristo lo que desciende sobre Jesús en su bautismo, sino el Espíritu santo. Tal es el testimonio del primer evangelio: El ungido con el Espíritu es el Verbo hecho carne, Jesús, que por la unción paterna queda constituido Cristo, Jesucristo (...) para realizar su misión y para que de la abundancia de su unción participáramos todos. Jesús es ungido en cuanto hombre para posibilitar nuestra unción” 27. 25. Ibíd., 130, 153. 26. C. GRANADO, El Espíritu Santo en la teología patrística (Salamanca 1987) 33. 27. Ibíd., 38-39.
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“El Espíritu muestra al Verbo”; revela al Hijo. El mismo Espíritu se lo hizo anunciar a los profetas y se lo da a conocer a quienes creen en Jesús. Así “prepara el Espíritu al hombre con miras al Hijo” y “el Hijo lo conduce al Padre”. De esta manera “se deja ver Dios de los hombres” 28. Tertuliano llamó a Jesús “el hombre con Dios, al estar en su carne humana el Espíritu de Dios” 29. Orígenes comentó con sugerente belleza la presentación que hace el Bautista de Jesús en Juan 1,33: “yo he visto que el Espíritu bajaba desde el cielo como una paloma y permanecía sobre él; yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautizará con Espíritu santo’”. Orígenes lo conecta con Is 11,2 (“sobre él reposará el Espíritu del Señor” con todos sus dones) y destaca esa “permanencia” o “reposo permanente” en Jesús de la plenitud del Espíritu con todos sus dones. Esta “permanencia plenaria” del Espíritu en Jesús, lo distingue por encima de cuantos recibieron el Espíritu para servicios puntuales. Hasta el punto de que, según Orígenes, el Espíritu permanece activo en Jesús, colabora con él en su misión y se habitúa a él hasta hacerse “inseparable” de Jesús: “Bellamente nos dice (Orígenes en) el Comentario a Juan, que el Espíritu se ha unido tan estrechamente a Jesús que ya no se puede separar de él” 30. 3. EN LA OBRA DE LUCAS Todo el Nuevo Testamento ofrece abundantes testimonios de que las primeras generaciones cristianas vieron a Jesús como el Hijo ungido y conducido por el Espíritu de 28. Ibíd., 36-37; ver los textos de san Ireneo en notas 35 y 37. 29. Ibíd., 59; nota 46. 30. Ibíd., 108; comenta el autor que “Cristo recibe la permanencia del Espíritu porque luego lo había de comunicar. Y cuando lo comunique, será ya el Espíritu de Cristo, hecho uno con él”. Y en la nota 51, “el Espíritu colabora synergesai con Jesús”.
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Dios en su anuncio y su práctica del Reinado de Dios Padre. Y testificaron que, habiendo sido crucificado, lo resucitó el Espíritu vivificante, quien lo dio a conocer como Salvador y Señor de la vida a los primeros discípulos, habilitándolos para ser sus testigos 31. Estudiando la “reflexión de las primeras comunidades cristianas sobre Jesús” tal como aparece en el Nuevo Testamento, Rafael Aguirre señala (entre otras cosas) dos características de aquella primera reflexión que iluminan nuestra búsqueda. Una característica es que “fundamentalmente el desarrollo de la cristología consistió en ir interpretando la persona de Jesús con ayuda de los conceptos que les ofrecía su cultura. Comprender y dar relevancia a algo o a alguien es situarlo en la propia visión de la historia y del mundo. Para los primeros cristianos esto significaba interpretar a la luz del Antiguo Testamento a Jesús, en quien veían su pleno cumplimiento. Esto produjo un pluralismo de imágenes de Jesús porque tanto las esperanzas escatológicas como las figuras de salvadores eran muy variadas” 32. Vieron así a Jesús como el Mesías y el Profeta y Siervo de Dios, porque, ungido con la plenitud del Espíritu, en él se cumplían los oráculos salvíficos, los “cantos del Siervo” y el programa de la misión del Profeta anunciados por Isaías y leídos en clave mesiánica: —“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado y es su nombre ‘Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz’...” (Is 9,1-6). —“Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un vástago brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de inteligencia y sabiduría, espíritu de consejo y valor...” (Is 11,1-9). 31. Se ve en los discursos de los primeros discípulos-testigos a partir de Pentecostés: Hch 2,14-39; 3,12-26; 5,29-32; 7,54-60; 13,13-39; también en Rom 14,9; 1 Cor 15,3-5; Fil 2,6-11; Ef 1,20-23. 32. R. AGUIRRE, La reflexión de las primeras comunidades..., o. c., 14.
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—“Este es mi siervo a quien elegí, mi amado en quien me complazco: he puesto sobre él mi espíritu...” (Is 42,17); aplicado por Mateo a Jesús en su actividad de curaciones mesiánicas (signos del Reinado de Dios) en un contexto en que los fariseos acusaban a Jesús de actuar con el poder de Satanás (cf Mt 12, 22-37). —“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados y anunciar la liberación a los cautivos...” (Is 61,1-3). Lucas 4,16-21 pone este texto en boca de Jesús, como resumen programático de su misión mesiánica al presentarse en la sinagoga de Nazaret. La otra característica de la reflexión de los primeros cristianos sobre Jesús (señalada por Aguirre) que resulta iluminadora para nuestra búsqueda, consiste en que toda la reflexión sobre Jesús que ofrece “el Nuevo Testamento es producto de una experiencia breve, intensa y muy creativa. Para nuestro tema es interesante notar que las más importantes y antiguas afirmaciones sobre Jesús se encuentran en himnos y confesiones de fe, no en prosa especulativa. Es decir, los primeros cristianos no ejercieron, en primer lugar, una reflexión y una expresión teóricas sobre Jesús, sino que vivieron y expresaron una experiencia personal y comunitaria, total y radical, de su presencia y de su relevancia vital” 33. Las primeras comunidades cristianas vivieron esa “experiencia personal y comunitaria” bajo de la acción del Espíritu del resucitado que se comunicaba a los que creían en Jesús y se bautizaban, y que mantenía en ellos la presencia del Señor, les daba a conocer lo referente a Jesús, el crucificado que había resucitado, y los habilitaba para ser sus testigos. Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, segunda parte de la obra de Lucas, narra ese testimonio. 33. Ibíd., 8.
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Precisamente es Lucas quien, entre los evangelios sinópticos, más estrechamente relaciona a Jesús con el Espíritu, desde su concepción en el seno de María por obra del Espíritu hasta la resurrección y exaltación del Señor. Y en la segunda parte de su obra, el libro de los Hechos, prolonga esa relación en la primitiva Iglesia con la acción del Espíritu que mantiene y recrea la activa presencia del Señor en la vida y la misión de sus testigos. Los primeros episodios del evangelio de Lucas (anuncios de la concepción de Juan Bautista y de Jesús, sus nacimientos, la infancia de Jesús hasta su primera Pascua al cumplir 12 años y la actividad inicial de Juan y de Jesús) son como la “obertura” que anticipa la luz y la melodía espiritual de todo su evangelio. Luz y melodía “mesiánicas” que dan claridad y alegría de aurora a las escenas del “evangelio de la infancia”, montado por Lucas en torno a la figura de María. Se acerca a su pueblo la luz del Dios misericordioso y salvador, y Lucas dice que esa cercanía es obra de la acción del Espíritu santo que encarna al Hijo en María. El Espíritu llena todos los escenarios del evangelio de la infancia en Lucas, y sobreabunda el gozo del cumplimiento de los anuncios mesiánicos: Juan “quedará lleno del Espíritu santo desde el seno de su madre” para ser el profeta precursor del Mesías (1,13-17); y “el Espíritu santo vendrá sobre María y el poder del Altísimo la cubrirá con su sombra”, para que nazca de ella el Salvador, el Hijo de Dios (1,26-38). El Espíritu llena a Isabel al concebir a Juan “borrando su vergüenza de estéril ante los hombres” (1,25); y le inspira el saludo a María cuando ésta la visita para acompañarla en los tres meses que le faltan para dar a luz (1,39-56). Y el mismo Espíritu llena luego también a Zacarías para que profetice, anunciando la “entrañable misericordia del Dios que viene a su pueblo en el Sol que nace de lo alto e ilumina a los que están en tinieblas y en sombras de muerte” (1,57-80). 41
A los pastores de aquellos campos (incluidos en la “sagradas” listas de gente despreciable y excluida) el Espíritu les hace ser los primeros testigos que ven y anuncian al Salvador recién nacido (2,8-20). El Espíritu santo estaba en el anciano Simeón que esperaba “el consuelo de Israel” y confiaba no morir sin ver “al Mesías enviado por Dios; el Espíritu lo movió a ir al templo cuando José y María presentaban al Niño, y Simeón reveló a los padres la identidad mesiánica de Jesús y les advirtió que habría de afrontar un gran conflicto que a María le atravesaría el corazón (2,2235). Y el Espíritu estaba igualmente en la profetisa Ana que daba testimonio en el templo hablando del Niño “a los que esperaban la liberación de Jerusalén” (2,36-38). También era obra del Espíritu santo la “sabiduría” que llenaba a Jesús mientras “crecía y se fortalecía” (2,40); sabiduría que le hará quedarse en el templo preguntando y respondiendo a los doctores (“sin saberlo sus padres”) cuando al cumplir su mayoría de edad de 12 años, sepa que “debe ocuparse en las cosas de su Padre Dios” (2,4152). Dice Lucas que María guardaba todos esos recuerdos en su corazón para conocer a Jesús con la gracia y la fe con que la había colmado el Espíritu santo (2,12 y 51). En esas figuras en que concentra Lucas la esperanza del resto de Israel que aguardaba al Mesías de Dios, el Espíritu santo satisface esperas y esperanzas, y colma las expectativas mesiánicas de todo Israel revelándoles a Jesús como el Mesías esperado. Después de esa “obertura”, el Espíritu santo acompaña en el evangelio de Lucas los pasos iniciáticos de Jesús para cumplir su misión. En los tres sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) el bautismo de Jesús en el Jordán es como su pública investidura de Ungido de Dios, consagrado como Cristo o Mesías. Significativamente, Lucas ve a Jesús orando (sugiere su comunicación interior con Dios Padre en el Espíritu) en el preciso momento de manifestarse lleno del Espíritu: “Un día en que se bautizó mucha gente, también 42
Jesús se bautizó. Y mientras Jesús oraba se abrió el cielo y el Espíritu santo descendió sobre él y se oyó una voz del cielo: ‘Tú eres mi Hijo amado” (3,21-22). Para Lucas, Juan Bautista cierra el profetismo del Antiguo Testamento y el Espíritu se da en plenitud a Jesús: “yo os bautizo con agua, pero viene el que es más fuerte que yo y os bautizará con Espíritu santo” (3,15-16). Después de afirmar que “Jesús regresó del Jordán lleno del Espíritu santo”, añade Lucas: “el Espíritu lo condujo al desierto”. Jesús tenía que mostrarse fiel al Espíritu de Dios frente a las tentaciones de cumplir su misión mesiánica por la vía fácil, espectacular y milagrera (4,1-13). Es un texto que acumula sumaria y simbólicamente las tentaciones que afrontaría Jesús a lo largo de su misión, fiel al Espíritu que lo fortalece. Y de nuevo redacta Lucas: “Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a Galilea” (4,14) donde presentó Jesús a sus paisanos las credenciales de su identidad mesiánica y el programa de su misión profética: “Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor. Después enrrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían los ojos clavados en él, y comenzó a decirles: ‘Hoy se cumple el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar’” (4,16-21). Según Lucas, la reacción pasó pronto del entusiasmo inicial a la desconfianza, al desprecio y a un rechazo tan airado que sus paisanos lo quisieron despeñar por un barranco, pues conocían su origen humilde y el de toda su familia y no podían creerle. Jesús ya les había aplicado el dicho de que “nadie es profeta en su tierra”. 43
A partir de ese texto programático que presenta a Jesús como definitivo profeta del Reino de Dios, en el evangelio de Lucas el Espíritu santo no sólo dirige los itinerarios de Jesús en su misión, sino que actúa en sus acciones y en sus palabras liberadoras y salvíficas, dando señales inequívocas de que en Jesús llegaba el Reinado de Dios en una vida humana digna, justa, filial y fraterna para todos los hombres, mujeres y niños, primero para los últimos, los más desvalidos, excluidos y perdidos. Dos textos de Lucas explicitan claramente que Jesús sentía, hablaba y actuaba con la fuerza o poder del Espíritu del Dios de esa vida: 10,17-24 y 11,14-26 son dos textos muy reveladores de la entrañable complicidad con que se entendían Jesús y el Espíritu santo, actuando inseparablemente unidos en la misión de implantar el Reino de Dios. Primero Lucas relata sumariamente que “un gran gentío” de varias regiones acudía a Jesús “para que los curara de sus enfermedades”, y asegura que “toda la gente quería tocarlo porque salía de él una fuerza que los curaba a todos” (6,17-19). Más adelante, en 11,14-26, ya dentro de la sección en que Lucas relata la subida de Jesús a Jerusalén, ante la curación de un hombre mudo calificado de “endemoniado” por el lenguaje religioso popular, los fariseos acusan a Jesús de “expulsar los demonios con el poder de Belzebú, príncipe de los demonios”, como si Jesús hubiera hecho un pacto con Satanás. Les responde Jesús con su aguda ironía y les deja en esta disyuntiva una gran revelación: “Pero si yo expulso los demonios con el poder de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros” (11,20). Mateo, que ve en el estilo de actuar de Jesús el cumplimiento del segundo canto de Isaías sobre el Siervo de Dios ungido y asistido por el Espíritu, y lo refiere en su evangelio (cf Mt 12,15-21), relata la misma grave acusación de los fariseos a Jesús, y en la respuesta de Jesús atribuye explícitamente al Espíritu santo el poder con que actúa: “si yo 44
expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (Mt 12,28). Y añade ahí Mateo este detalle en boca de Jesús: “Al que diga algo contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que lo diga contra el Espíritu santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro” (12,32). Esto realza al máximo la acción del Espíritu en Jesús y el aprecio de Jesús hacia el Espíritu santo. En el capítulo 10 de Lucas está el otro texto que explicita la estrecha relación que ve Lucas entre el Espíritu santo y Jesús. Designa Jesús a setenta y dos discípulos (alusión a las naciones paganas) y los envía con instrucciones para que anuncien la llegada del Reino. A su regreso cuentan maravillas, y, en ese momento, “el Espíritu santo llena de alegría a Jesús, que exclama: ‘Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien’. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. Y volviéndose después a sus discípulos, les dijo en privado: Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis. Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron” (Lc 10,21-24). Sólo Lucas registra esa explosión de alegría mesiánica de Jesús impulsado por el Espíritu santo, al ver que esos discípulos le han entendido y el Reino empieza a manifestarse en la acogida de los sencillos y pequeños. En esa experiencia gozosa de Jesús se manifiesta, según Lucas, la íntima sintonía y comunicación que Jesús mantiene con el Espíritu y con el Padre. Y habría que añadir que los varios textos en que Lucas muestra a Jesús en oración 34, dicen 34. Cf Lc 3,21-22; 5,16; 6,12; 9,18; 9,28-29; 11,1-4; 22,39-46.
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implícitamente que el Espíritu actúa en la relación de Jesús con Dios y le hace sentirlo y llamarle con filial amor agradecido: Abbá! Lucas cerrará su evangelio con la promesa de Jesús a sus discípulos de enviarles el Espíritu santo y con la despedida de Jesús en su ascensión (24,45-53); y con esas mismas escenas abrirá el libro de los Hechos de los Apóstoles. Así, en las dos partes de la obra completa de Lucas se ve la continuidad de la acción del Espíritu, primero en Jesús y luego en los discípulos que prosiguen creativamente la conducta y la misión de Jesús. El Señor se hace presente y actúa en la actividad de los discípulos gracias al Espíritu. Se abre, pues, el libro de los Hechos con las “instrucciones de Jesús bajo la acción del Espíritu santo a los discípulos” (Hch 1,2): “Después de su pasión, Jesús se les presentó con muchas y evidentes pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles y hablándoles del Reino de Dios. Y un día, mientras comían juntos, les ordenó: No salgáis de Jerusalén; aguardad la promesa que os hice de parte del Padre; porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días (...). Recibiréis la fuerza del Espíritu santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra” (1,3-8). “Al llegar el día de Pentecostés (...) todos quedaron llenos del Espíritu santo y comenzaron a hablar, según el Espíritu santo les movía a expresarse” (2,1-4). Se desató el testimonio sobre Jesús de Nazaret, quien, acreditado con los signos del Reino de Dios que realizó, fue crucificado. “A ese Jesús”, dijo Pedro en su primer discurso, “Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros. El poder de Dios lo ha exaltado, y él habiendo recibido del Padre el Espíritu santo prometido, lo ha derramado como estáis viendo y oyendo. Así pues, que todos los israelitas tengan la certeza de que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis” (2,32-36). 46
Según Lucas, “judíos piadosos venidos de todas las naciones de la tierra” escuchaban y cada uno entendía en su propia lengua y cultura, pero los apóstoles que les hablaban eran todos galileos. Por eso “estaban perplejos y algunos se burlaban diciendo que estaban borrachos”. Y Pedro comenzó así su discurso: “No estamos borrachos como pensáis, pues son las nueve de la mañana. Lo que ocurre es que se ha cumplido lo que dijo el profeta Joel: En los últimos días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre todo hombre, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros jóvenes tendrán visiones, y vuestros ancianos, sueños; sobre mis siervos y mis siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días...” (Jl 3,1-2). Recibían el Espíritu cuantos creían que “Jesús es el Señor” y se bautizaban, incorporándose a la comunidad de sus seguidores y seguidoras, que fueron llamados “cristianos” 35: es decir, ungidos, iluminados y animados por el Espíritu del Cristo o Mesías, Jesús crucificado, de quien los cristianos daban testimonio de que había resucitado. Las 54 veces que nombra al Espíritu santo el libro de los Hechos, dicen cómo estaba de activo ese Espíritu en los primeros cristianos, iluminando, fortaleciendo, estimulando y moviendo a los bautizados en el seguimiento de Jesucristo. En la oración y en la fracción del pan, en la comunión de bienes y en el servicio a los pobres, a las viudas y huérfanos, a los necesitados. En la expansión misionera para la necesaria inculturación del evangelio del Reino, y en el testimonio frente a las dificultades y a las persecuciones, cárceles y torturas sufridas con decisión y hasta con gozo. El Espíritu elegía misioneros y los enviaba, se derramaba sobre unos u otros, hablaba a los apóstoles y se les adelantaba sorprendiéndolos y forzándolos a 35. Según Lucas, “en Antioquia fue donde se empezó a llamar a los discípulos cristianos” (Hch 11,26).
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abrirse a lo desconocido y diferente, superando sus fijaciones culturales y religiosas 36. El Espíritu mantenía viva la memoria de Jesús en los discípulos, y aseguraba la presencia activa del Señor en ellos. Les daba a conocer que el crucificado había resucitado, y revelaba a los discípulos los rasgos esenciales de la verdadera imagen de Jesús, Cristo crucificado y Señor exaltado como Salvador. Y les estimulaba a actualizar sus actitudes y su conducta mesiánica de manera creativa según las circunstancias de cada momento y lugar. En definitiva, el Espíritu configura a los discípulos y discípulas con Cristo Jesús haciéndoles participar de su fuerza de vida, de su fe, de su esperanza y su amor, para que puedan hacer como él prosiguiendo su causa y su misión. Por lo cual participan también, con gozo mesiánico, de su destino, de su cáliz, de su cruz. Son sus testigos con la fuerza del Espíritu del Señor que los acompaña hasta el supremo testimonio. 4. EN EL EVANGELIO DE JUAN Con otra teología y otro género literario, el evangelio de Juan profundiza en la relación de Jesús con el Espíritu, y en la donación del Espíritu a los discípulos. Ya el prólogo (Jn 1,1-18) proclama al Verbo de vida que viene hecho hombre a habitar con los humanos como luz en las tinieblas que ilumina a todo hombre y mujer para que todos tengan vida en plenitud; de su propia plenitud de vida todos recibimos, y quienes creen en él, nacen de Dios. Juan Bautista, el hombre venido “como testigo para dar testimonio de la luz” (1,6-8) presenta así a Jesús: “Yo he visto que el Espíritu bajaba del cielo como baja una paloma, y permanecía sobre él. Yo no lo conocía, pero el que 36. Puede verse esa actividad del Espíritu en textos como Hch 2,3739.42-47; 4,1-15.23-37; 5,17-32; 7,54-60; 8,26ss; 9,31; 10,1-48; 11,2730; 13,1-4ss; 15,28ss; 16,6ss; 19,1-7; 20,23-24.
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me envió a bautizar me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y permanece en él, ése es quien bautizará con Espíritu santo. Y como lo he visto doy testimonio de que él es el Hijo de Dios” (1,32-34). En sucesivos encuentros con personas como el fariseo Nicodemo, la mujer samaritana, la multitud hambrienta, un ciego de nacimiento y el difunto Lázaro, Jesús ofrece la vida en plenitud a través de realidades que son símbolos de vida y del Espíritu vivificante: nuevo nacimiento, agua viva, la luz, el pan de vida, la resurrección. Varios textos hacen intuir en Jesús una experiencia fascinante del Espíritu, y obligan a verlo como el Hombre que viene a comunicar el Espíritu de la vida plena. Así, en la conversación con el fariseo Nicodemo noche adentro (3,1-21) Jesús se muestra conocedor del secreto proceder del Espíritu, del cual sabe que, como “el viento, sopla donde quiere, oyes su rumor pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va”, y sin embargo, te hace “nacer de nuevo”. En hebreo, el espíritu, ruah, es la ráfaga del viento húmedo portador de lluvia y de vida; tiene connotación femenina y materna en referencia precisa a la vida que sale de sí y se da, a la vida en relación que genera vida. El Espíritu de Dios es la presencia vivificante de Dios fuera de sí, el fecundo altruismo del amor absoluto que se da y genera vida 37. Y quien nace del agua y del Espíritu es “espiritual”, es decir, vive y procede libremente como el viento portador y comunicador de vida. En el diálogo con la mujer samaritana que va al pozo a buscar agua, Jesús se revela como el manantial del “agua viva” que sacia la sed que padecemos todos los humanos de vivir en plenitud; y se revela también como el profeta de la adoración a Dios “en espíritu y verdad” (4,1-26). 37. A. CENCICNI, Como fuego que arde: el consagrado abierto al Espíritu (Madrid 1998) 23-26.
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En el discurso eucarístico a la multitud hambrienta, Jesús se declara “pan vivo para la vida del mundo” (6,1-59) y dice: “quien come de este pan vivirá para siempre”. Creer o no creer en él, es cuestión de vida o muerte en el sentido más hondo; “El Espíritu es quien da la vida, y las palabras que os digo son espíritu y vida” 38. La manifestación de Jesús como portador y dador del Espíritu de vida, alcanza un punto culminante en Jerusalén, el día final de la fiesta judía de las tiendas mientras se celebraba el rito de la fecundidad del agua para la siembra: “El último día, el más importante de la fiesta, Jesús, puesto en pie ante la muchedumbre, afirmó solemnemente: ‘Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Como dice la Escritura, de lo más profundo de todo aquel que crea en mí brotarán ríos de agua viva’. Decía esto refiriéndose al Espíritu que recibirían los que creyeran en él. Y es que aún no había Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado” (7,37-39). Sin ese Espíritu, los discípulos no entienden a Jesús. Han de esperar a recibirlo después de que Jesús resucite y sea glorificado. El evangelio de Juan lo sugiere ya en 2,1922, donde sitúa programáticamente el gesto profético de Jesús contra la perversión del templo judío de Jerusalén, y la promesa de sustituir en tres días ese templo por su cuerpo como lugar universal de la nueva presencia de Dios: entonces los discípulos no le entendieron, pero “cuando Jesús resucitó de entre los muertos, recordaron lo que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras que él había pronunciado” (2,22). Cuando se acerque la “hora” de ser glorificado, hasta cinco veces prometerá Jesús a sus discípulos en los discursos de despedida, que él y el Padre les enviarán el Espíritu santo”: 38. Una lectura “espiritual” muy sugestiva de todos esos textos, así como de la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,1-41) y de la resurrección de Lázaro (11,1-44), en É. Leclerc, El maestro del deseo, o. c..
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1: “Yo rogaré al Padre que os envíe otro Paráclito39, para que esté siempre con vosotros. Es el Espíritu de la verdad” (14,16-17). 2: “Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu santo a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo” (14,25-26). 3: “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí. Y vosotros seréis mis testigos porque habéis estado conmigo desde el principio” (15,26-27). 4: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré” (16,7). 5: “Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais entenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. Él no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras. Él me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí. Todo lo que tiene el Padre, es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer, lo recibirá de mí” (16,12-15). El Espíritu santo prometido es el Espíritu del Padre y del Hijo. Perfecto conocedor de Jesús, ese Espíritu será quien se lo dé a conocer plenamente a los discípulos, haciéndoles recordar y comprender cuanto vieron hacer y oyeron decir a Jesús, y ayudándoles a creer vitalmente quién es en realidad Jesús, Cristo y Señor. Así los habilita para dar fiel testimonio de él. 39. Sólo en el evangelio de Juan recibe el Espíritu santo el nombre de “Paráclito”, con el amplio significado de abogado, defensor, asistente, sustentador, y sobre todo de iluminador y animador íntimo en el proceso de fe de los discípulos.
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En el evangelio de Juan, la muerte y la resurrección son la hora gloriosa en que Jesús cumple sus promesas y envía el Espíritu santo. Muere en la cruz diciendo: “Todo está cumplido. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (19,30). Más aún: “uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua” (19,32-34). “Sangre y agua” simbolizan la Vida y el Espíritu; su Espíritu de vida en plenitud. Simbolizan también el bautismo y la eucaristía: simbolización eclesial del Espíritu y la Vida entregados por Jesús. Finalmente, el Señor resucitado se manifiesta a los discípulos “reunidos en una casa con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos”, y, después mostrarles “las manos y el costado” y desearles la paz llenándolos de alegría, según Juan, les dijo: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Sopló sobre ellos y añadió: Recibid el Espíritu santo” (20,19-23). 5. EN LOS ESCRITOS DE PABLO Las cartas de Pablo nos informan de la conciencia con que vivían los cristianos y cristianas en las comunidades de Pablo la acción del Espíritu santo en su fe y en su nueva vida en Cristo Jesús. Cómo el Espíritu les revelaba la imagen vital verdadera de Jesús, frente al peligro de las falsas imágenes que circulaban ya en los albores del cristianismo. Y según numerosos textos, el Espíritu no se limita a asegurar la memoria de Jesús y la presencia del Señor en los cristianos, ni se reduce a hacerles conocer los sentimientos y actitudes esenciales de Jesús, sino que los mueve a recrear esos sentimientos y actitudes en las nuevas circunstancias y contextos históricos en que viven los cristianos. Para nuestro objetivo resulta indispensable pensar en lo que significa esta importante advertencia de Pablo en su primera carta a los corintios: “Os aseguro que nadie que hable movido por el Espíritu de Dios dirá ‘maldito sea Jesús’. Como tampoco nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’ 52
si no está movido por el Espíritu santo” (1Cor, 12,3). Se lo dice Pablo a propósito de los dones del Espíritu, como criterio de discernimiento ante una afición desmedida al don de lenguas. “Jesús es el Señor” era una primitiva profesión de fe, y al afirmar Pablo que nadie puede decirla si no está movido por el Espíritu santo, asegura que sólo el Espíritu santo da a conocer la identidad que existe entre Jesús crucificado y el Señor resucitado, y cuanto eso significa en la persona de Jesucristo para los cristianos. Significativo es también todo el capítulo 8 de la carta de Pablo a los cristianos de Roma. En concreto estas afirmaciones: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo” (Rom 8,9). “El Espíritu nos hace hijos y nos permite clamar Abbá, es decir, Padre” (Rom 8,15). Todavía más: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables (...) porque Dios nos destinó de antemano a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el primogénito de muchos hermanos (...) y nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8,26-39). Pablo da, además, el testimonio de su experiencia personal sobre el conocimiento de Jesús. En el capítulo 3 de su carta a los filipenses, pone en guardia a los cristianos de Filipo contra los “judaizantes”, judíos conversos a la fe cristiana fanáticamente aferrados a ciertas tradiciones y títulos del judaísmo, que querían imponer a todos los cristianos la circuncisión física como título de filiación divina. Pablo dice que en el pueblo del Dios de la “Nueva Alianza en Cristo Jesús”, lo esencial no es el título de “circunciso”, sino el título de “buen conocedor” de Jesucristo a la luz de su Espíritu. Y para arraigar esta convicción en los filipenses, les confía Pablo el testimonio de su experiencia y de sus convicciones más hondas: él fue “circuncidado” como judío, fue un celoso fariseo cumplidor de la Ley y ostentó 53
los títulos sagrados de los judíos en su antigua vida, pero ahora su gloria y su orgullo de “circunciso” y todos sus viejos títulos los ve Pablo como “estiércol” comparados con el tesoro de conocer bien a Jesucristo. Al meditar este testimonio de Pablo, los términos “conocer”, “conocedor” y “conocimiento” hay que entenderlos en el sentido de la tradición bíblica: “entrar en comunión profunda de vida y de destino con Jesús”. Atestigua Pablo: “La verdadera circuncisión somos nosotros, los que tributamos un culto nacido del Espíritu de Dios y hemos puesto nuestro orgullo en Jesucristo, en lugar de confiar en nosotros mismos. Yo tendría motivos para confiar en mis títulos humanos, nadie puede hacerlo con más razón que yo: Fui circuncidado a los ocho días de nacer, soy del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo por los cuatro costados, fariseo en cuanto al modo de entender la ley, ardiente perseguidor de la Iglesia, e irreprochable en lo que se refiere al cumplimiento de la ley. Pero lo que entonces consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo. Es más, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él con una salvación que no procede de la ley, sino de la fe en Cristo. Así conoceré a Cristo Jesús hasta experimentar su muerte y su resurrección” (Flp 3,1-15). Y a los gálatas escribió Pablo: “Ahora vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí; y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Y a los corintios: “Si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura; lo viejo pasó y ha aparecido una vida nueva: nos apremia ahora el amor de Cristo” (2Cor 5, 14-17). El testimonio de Pablo nos confirma que una fe sin la esperanza en el amor manifestado y comunicado por Dios en Cristo Jesús, nos dejaría en un conocimiento teórico o doctrinal de Jesús y de Dios; un conocimiento que no 54
mueve vitalmente a seguir a Jesús. Por eso el Espíritu santo, que es la “acción vivificante de Dios” o el “fecundo altruismo de su amor”, activa en nosotros el conocimiento o la experiencia de ese amor que genera vida y esperanza: “Dios es amor, y se nos ha manifestado en Jesucristo para que vivamos en él” (1Jn 4,8-9). Se trata de “una esperanza que no engaña porque, al darnos el Espíritu santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rom 5,5). Tener esperanza en su amor nos lleva a la verdadera experiencia de la persona de Jesús, nos hace experimentar su amor, nos une a él y nos mueve a seguirle conociéndolo vitalmente. Eso lo decía muy bien el contemplativo Tomas Merthon: “Sin esperanza, la fe solo nos da conocimiento de Dios. Sin amor y sin esperanza, la fe solo le conoce como extraño. Pero si esperamos en él, no solo llegaremos a saber que es misericordioso, sino que experimentaremos su misericordia. (...) Si no tengo esperanza en su amor por mí, jamás conoceré verdaderamente a Cristo. Por la fe oigo hablar de él; pero no realizo el contacto que me hace conocerle vitalmente y conocer al Padre en él, sino hasta que mi fe en él queda completada por la esperanza y el amor: esperanza que se apodera de su amor y me hace retribuirle el amor que le debo” 40. Resulta interpelante la afirmación central de Merton: “Si no tengo esperanza en su amor por mí, jamás conoceré verdaderamente a Cristo”. Interpelante y fecunda: si tengo esperanza en su amor por mí, conoceré a Cristo en toda su verdad. Porque la esperanza en su amor me adentrará en la persona de Jesús, y él me sumergirá en la corriente de su amor. Y en el amor con que me ama, gustaré su singular amor al Padre y su amor personal a cada ser humano, “primero a los últimos” porque él ama con mayor urgencia a quienes necesitan más urgentemente ser amados, a los más 40. Th. MERTON, Los hombres no son islas (Buenos Aires 1962) 36-43.
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heridos, perdidos o desdichados y a todas las víctimas. En su inmenso amor me descubriré filialmente unido a Dios Padre y unido fraternalmente a cada persona humana de cualquier sexo, raza o religión e incluso sin religión, y más solidariamente unido a quienes sufren más. Mi esperanza en su amor por mí se hará esperanza en su amor a todos y a cada uno, primero a los últimos. Experimentaré que su amor no me aísla de nadie; en su amor “los hombres no son islas”, tituló Merton ese libro. En cambio, si pienso y espero solamente en su amor por mí, sin llegar a descubrir y experimentar en ese amor su amor a todos los demás y su amor preferencial a los últimos, es que aún no le conozco bien; estoy reduciendo egoístamente su amor y así lo falseo a él. Y entonces “mi esperanza en su amor por mí”, no sería una esperanza solidaria sino solitaria y narcisista. Cuando Pablo se convirtió a Jesucristo, experimentó que el Espíritu del Señor le cambiaba la imagen de Jesús. Su anterior imagen de Jesús era tan falsa y perversa, que le hacía “perseguir” a Jesús en los cristianos. La nueva imagen, en cambio, le hace “seguir” a Jesucristo como apóstol de su evangelio 41. Pablo cambió de tal forma su imagen de Jesús, que escribió aquello de que “nadie que hable movido por el Espíritu de Dios dirá ‘maldito sea Jesús’, y nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’ si no está movido por el Espíritu santo”. La acción del Espíritu de Dios en nosotros como revelador de Jesús, va retocando y reformando o sustituyendo las imágenes que nos vamos formando de Jesús, tal vez desde la infancia, para que logremos hacernos una “imagen vital” verdadera de Jesucristo. Porque en nuestro conocimiento humano de otra persona, y sobre todo de la persona de Jesús, son determinantes las imágenes que cada 41. Ese cambio de “imagen” lo refleja el relato de Lucas sobre la conversión de Pablo: Hch 9,1-31.
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uno nos vamos formando de esa “otra” persona según lo que vamos sabiendo de ella por diferentes medios. En las páginas que siguen, nos va a iluminar mucho la fenomenología del papel de nuestras imágenes en el conocimiento de otra persona, incluyendo a la persona de Jesús. Comprenderemos la ineludible necesidad antropológica de las imágenes para conocer a Jesús, y los riesgos y peligros que entraña esa ineludible necesidad.
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ii NECESIDAD Y PELIGROS DE LAS IMÁGENES PARA CONOCER A JESÚS
JESÚS SE EXPUSO Y SE RESISTIÓ A SER MAL CONOCIDO POR SUS DISCÍPULOS
Varios textos del Nuevo Testamento resaltan que Jesús fue verdadero hombre y que vivió sometido a los límites humanos; que fue un hombre igual a todos en todo menos en el pecado 1. Como un hombre igual a todos, Jesús se expuso a no ser bien conocido. Y queda constancia en los evangelios de que se resistió a ser mal conocido por sus discípulos. Es normal que, como toda persona humana, Jesús viviera expuesto a ser mal conocido, ya que todos los humanos nos conocemos a través de la imagen que nos vamos haciendo unos de otros con impresiones, apreciaciones y referencias, que muchas veces son inexactas o falsas y nunca son exhaustivas ni matemáticamente precisas. Y es comprensible también que Jesús se resistiera a ser mal conocido; sobre todo que se resistiera a que sus discípulos le conocieran mal, máxime si Jesús esperaba que los discípulos y discípulas continuasen su conducta y su misión de testigos del Reino de Dios cuando él ya veía claro que lo iban a matar. Marcos, Mateo y Lucas narran en sus evangelios el episodio que mejor revela hasta qué punto le preocupó a 1. Heb 4,15; Flp 2,7-8.
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Jesús la confusión de sus discípulos sobre su identidad como Mesías, y cómo se empeñó en rechazar y corregir la imagen falsa que se hacían de él. Esos tres evangelios sinópticos narraron esta escena porque en las primeras comunidades cristianas se manifestaban algunas tendencias a “imaginar” a Jesús como Jesús no es. Y queda en los evangelios la reacción de Jesús y su corrección a Pedro en presencia de los demás discípulos, como lección oportuna para siempre, ya que los discípulos y discípulas de cualquier tiempo y lugar vivimos expuestos a desfigurar y a falsear la imagen de Jesús con proyecciones y aspiraciones religiosas, culturales, ideológicas o psicológicas, diferentes y hasta opuestas a la verdad real de Jesús y de su causa del Reino de Dios. Los textos son: Marcos 8,27-33; Mateo 16,13-20; Lucas 9,18-22. El sentido dominante del episodio en los tres evangelios subraya el empeño que pone Jesús en rechazar y corregir con severidad la imagen de Mesías que se hacen de él sus discípulos, por sus esquemas culturales empapados en la ideología religiosa nacionalista que esperaba a un Mesías lleno de poder triunfal y libertario. Y ese sentido del texto es muy coherente con los contextos de los tres evangelios sinópticos. La ubicación literaria de esta escena es estratégica: Jesús va a emprender con sus discípulos el camino hacia Jerusalén, cuando ya ha experimentado suficientes rechazos y asechanzas como para temer lo peor y ver en peligro la consistencia y estabilidad del grupo de discípulos y de todo el movimiento que ha suscitado. Los discípulos ven a Jesús preocupado, pero no entienden por qué, pues, en sus cabezas hay otros horizontes y otro tipo de esperanzas mesiánicas, que incluso perjudicarían a Jesús si las divulgan porque sus enemigos andan a la caza de “pruebas” para condenarlo. Después de la exploración a que somete Jesús a sus discípulos y de la severa corrección que les hace en este episodio, el Maestro les dará instrucciones claras y crudas sobre el “seguimiento” para que nadie se confunda. Y luego los tres sinópticos presentan la trans60
figuración de Jesús en el monte Tabor, donde, en presencia de algunos discípulos, su Dios Abbá confirma y conforta a Jesús en su itinerario hacia el conflicto por la causa del Reino: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco: escuchadle” (Mc 9,7; Mt 17,5; Lc 9,35). El trasfondo teológico de la escena es apasionante. Es un momento crucial en la entrega de Jesús a anunciar con hechos y palabras la llegada del Reinado de Dios; de un Dios y un Reino tan nuevos y distintos de las expectativas oficiales y comunes, que sorprende a todos. A los pobres, pecadores públicos y demás excluidos, les sorprende como una excelente “buena noticia” que rompe la fatalidad sacralizada de sus desdichas. Pero a los poderosos dirigentes y a los piadosos legalmente justos y ortodoxos, esa “noticia” les suena a blasfemia. Los rechazos sufridos por Jesús, le hacen pensar que llega la hora en que la fidelidad a su Dios Abbá le cueste la vida. Y necesita que sus discípulos le conozcan y le sigan tal como es, no como piensan y desean ellos que sea. ¿Cómo lo recordarán, si lo ven como el tipo de Mesías que él no quiere ser? ¿Cómo proseguirán su misión, si no lo conocen y no entienden lo que hace ni lo que va a suceder? Jesús ha decidido despertarlos. Lucas abre la escena diciendo que “Jesús estaba orando a solas”, como en las situaciones en que él busca luz y fortaleza comunicándose a solas con el Padre para tomar una decisión importante. Jesús está orando a solas, “y se le acercan los discípulos”. Los discípulos no participan aún de su oración, no tienen la luz que él recibe y a la que decide abrirles los ojos. Los quiere sacar de su ceguera, como ha sacado al ciego anónimo de Betsaida (referencia simbólica de Marcos) haciendo que “hasta de lejos vea perfectamente todas las cosas” (Mc 8,25). Para entrar suave, les pregunta Jesús: “¿Quién dice la gente que soy yo?”; ¿qué imagen tiene la gente de mí? Lucas ha referido poco antes que Herodes recogía comentarios de la gente sobre un profeta itinerante, un tal Jesús 61
que andaba con sus discípulos por las aldeas curando enfermos y predicando un evangelio del Reino de Dios. Decían que era Juan Bautista resucitado o Elías u otro antiguo profeta. Y se preguntaba Herodes quién sería ese tal Jesús, pues a Juan él lo mandó degollar 2. Y eso mismo responden los discípulos a la pregunta de Jesús: “Unos dicen que eres Juan Bautista; otros, que Elías; otros que uno de los antiguos profetas que ha resucitado”. Sin detenerse en lo que la gente piensa de él, Jesús pasa a lo que más le preocupa: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”; ¿qué imagen tenéis vosotros de mí? Y “Pedro respondió: Tú eres el Mesías de Dios”. Según Marcos y Lucas, “Jesús les prohibió terminantemente que dijeran eso a alguien”. Porque en la fiebre de expectación mesiánica que conmocionaba al pueblo, muchos esperaban a un Mesías libertador de Israel con poder divino fulminante y triunfal, incluso violento; un Mesías que acabase con los invasores y con los enemigos de Israel. No era así el mesianismo de Jesús, ni era ése el Reino de Dios que él anunciaba. Fomentar y divulgar esa falsa imagen de Jesús, pondría en peligro su misión y su seguridad. Por eso les prohibía que dijeran que él era el Mesías. La versión actual de Mateo incluye tras la respuesta de Pedro, un elogio de Jesús que positiviza esa respuesta como revelación del Padre, y, en base a ella, le confiere Jesús autoridad singular a Pedro en la Iglesia 3; en algún momento necesitaron en la comunidad de Mateo reafirmar la autoridad de Pedro. Estos versículos contrastan con el sentido general del texto que, inmediatamente después, recobra la severidad con que Jesús les prohíbe decir “que él era el Mesías” y no oculta el despiste posterior de Pedro y la tremenda corrección de Jesús: 2. Véase Lc 9,7-9. 3. Véase Mt 16,17-19.
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“Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a los discípulos que tenía que ir a Jerusalén y tendría que sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría (Mt 16,21). Según Marcos, “les hablaba con toda claridad” (Mc 8,32). Y entonces Pedro, tomando aparte a Jesús, se puso a recriminarle: ¡Dios no lo permitirá, Señor, no te ocurrirá eso!” (Mt 16,22). “Pero Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro diciéndole: ¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres apara mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres” (Mt 16,23). Pedro actuaba de Tentador, y Jesús lo puso en su sitio para que lo conociera siguiéndole, y lo hizo “mirando a sus discípulos” (Mc 8,33). Los tres sinópticos desnudan la mentalidad religiosa triunfalista y nacionalista que falseaba la imagen de Jesús en los esquemas culturales y religiosos de Pedro y los demás discípulos, viéndolo como el Mesías venido de un Dios que lo protegería milagrosamente de cualquier adversidad y lo haría intocable vencedor de los invasores y enemigos de Israel. A partir de ahí, en los tres evangelios sinópticos se dedica Jesús a hablar claro a los discípulos y a toda la gente para que nadie se engañe: “Si alguien quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz, y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará” 4. Así queda claramente resaltado desde las primeras comunidades cristianas, ese rasgo de la identidad mesiánica de Jesús que no puede faltar en ninguna imagen vital de Jesucristo que quiera ser verdadera: la cruz del servidor sufriente del Reinado de Dios. Y esto da luz a todo ese importante episodio de los evangelios sinópticos. El seguimiento de Jesús implica respetar y asumir los rasgos esen4. Mc 8,34ss; Mt 16,24ss; Lc 9,23ss.
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ciales de su imagen verdadera, renunciando a las imágenes falsas que sobre él podemos hacernos los humanos. Este es un peligro inherente a nuestro modo de conocer a cualquier otra persona, también a Jesús. El mismo Espíritu santo respeta nuestra condición humana, y sabe que nuestro modo antropológico de conocer a las personas puede obstaculizar (con imágenes falsas de Jesús) su acción reveladora de la verdadera imagen vital de Jesucristo. CONOCEMOS
A OTRA PERSONA, POR LA IMAGEN QUE NOS
HACEMOS DE ELLA
Los humanos todo lo conocemos por imágenes a través de los sentidos, con la complicidad de nuestra inteligencia que es sensitiva, afectiva e imaginativa. Veamos fenomenológicamente cómo cada persona conoce a otra persona por la imagen que se va formando de ella. Efectivamente, en el conocimiento que tenemos de cualquier “otra” persona (presente y visible o ausente) juega un papel delicado y decisivo, la “imagen” que nos hacemos de esa persona. Y todos sabemos por experiencia propia y ajena, lo importante que es para conocer bien a las personas y relacionarnos positivamente con ellas, que la imagen que cada uno se hace de otra persona corresponda con la mayor exactitud posible a lo que ella es en realidad. Sabemos también que esto no es fácil, porque son frecuentes los malentendidos, los prejuicios y las impresiones e interpretaciones falsas con que distorsionamos la imagen de cualquier persona. Y esto nos sucede incluso cuando las personas nos relacionamos directamente y cuando nos apreciamos, nos queremos, nos hablamos y convivimos a diario desde hace tiempo. En la distancia, el conocimiento y la relación entre las personas que ya se conocen, se mantienen gracias a la imagen que cada uno conserva de la otra persona. Ese conocimiento y la mutua relación se reavivan o se modifi64
can en la medida en que las impresiones, las informaciones y los sentimientos mantenidos en silencio o comunicados de vez en cuando, confirmen o cambien la imagen que cada uno tiene de la otra persona. Los materiales que van conformando la imagen que uno se hace de otra persona, pueden ser muchos y variados. Se basan en impresiones directas y también en informaciones de terceras personas (noticias, rumores, alabanzas o murmuraciones y calumnias). Influyen de manera determinante las sensaciones y sentimientos positivos o negativos, los juicios y también los prejuicios que cada uno pueda tener de la otra persona. Las impresiones y las sensaciones pueden ser visuales, verbales, táctiles e incluso olfativas; conceptuales, imaginarias, afectivas; directas o indirectas; objetivas o subjetivas; conscientes y subconscientes. Lo normal es que en la imagen que nos vamos haciendo de otra persona, influya más que nada lo que esa persona nos da a conocer sobre sí misma. Ya sea a través de sus palabras, de sus acciones y reacciones, de sus sentimientos y de sus proyectos o de sus gustos, aficiones y criterios; a través de toda su conducta, y también por medio de su físico y su indumentaria, su porte, su manera de hablar, sus gestos y, sobre todo, su mirada. En los efectos que todo eso puede tener en la imagen que nos hacemos de esa persona, lo decisivo es la interpretación y la valoración que nosotros hagamos de lo que ella manifiesta; la impresión que nos dé a nosotros, las sensaciones y los sentimientos que nos despierte; cómo nos caiga esa persona. Porque, en definitiva, es cada uno quien se va haciendo su propia imagen de la otra persona, aunque ella misma y otros factores influyan de una u otra forma en la imagen que nos hacemos de ella. Sabemos que hemos de ser “objetivos” en nuestras apreciaciones y valoraciones sobre cada persona, si queremos que nuestra imagen de ella sea también objetiva, realista y verdadera. Pero siempre, inevitablemente, en las 65
sensaciones, en las impresiones, en los juicios, y no digamos en los prejuicios (que tanto influyen en la creación de la imagen de los otros) juega un gran papel lo “subjetivo”: la propia inteligencia, el temperamento, la sensibilidad y los deseos, la afectividad y el estado emotivo de uno mismo. Y nuestra subjetividad está condicionada por la propia historia personal y familiar, por la cultura, el ambiente, la educación y formación recibidas, por las pautas, reglas y costumbres que nos han moldeado. Aunque, tal vez, lo que más condiciona nuestra subjetividad en cada momento es el propio estado anímico y emocional; el control o el descontrol de nuestras emociones y afectos. Resumiendo lo dicho: nuestra apreciación y nuestras impresiones directas son determinantes para la imagen que nos vamos formando de las otras personas. Lo que ellas nos manifiestan y nuestra interpretación y valoración de eso que nos manifiestan; valoración que estará condicionada por nuestros afectos y emociones positivas o negativas. Pero puede influirnos también lo que oímos a otros, lo que otras personas nos cuentan sobre la persona en cuestión. Las imágenes que nos transmiten terceras personas pueden ser determinantes en nuestra imagen sobre alguien, para bien o para mal. Lo que suena en el ambiente sobre alguien suele crearle buena o mala imagen, y esto influye sobre todo en quienes no conocen directamente a esa persona. Se da también el hecho de que nos hacemos una determinada “imagen” de algunas personas que jamás hemos visto, tanto si viven aún como si murieron hace años o hace siglos.. Para “imaginar” a esas personas nunca vistas físicamente, dependemos exclusivamente de lo que otros nos cuentan sobre ellas; de lo que oímos a los demás y de lo que podamos ver o leer sobre ellas o de ellas mismas. Esto es un hecho de experiencia universal. Todos tenemos en la familia abuelos, tíos, primos, o padre, madre o algún hermano o hermana que murieron sin haberlos visto nun66
ca o siendo nosotros tan pequeños que no recordamos nada de ellos, pero nos hablan de ellos en casa y vemos retratos, fotografías y algunas otras cosas, y así nos hacemos nuestra propia “imagen” de ellos. Y también llegamos a hacernos nuestra propia “imagen” de diversas personas famosas de otros tiempos y de cualquier país, a través de las informaciones oídas o adquiridas en estudios, clases, charlas, lectura de biografías o autobiografías, libros de historia, narraciones, testimonios, relatos; y fotografías o pinturas, dibujos u otras imágenes figurativas. Conviene que ahora mismo pensemos brevemente que a lo largo de nuestro proceso de fe cristiana, desde la infancia y la juventud, también hemos conocido a Jesús a través de las informaciones, impresiones, sentimientos, oraciones, cantos, testimonios, relatos y narraciones que oímos y leemos en diferentes lugares o ambientes y ocasiones y por medios diversos (ambientes familiares o eclesiales, fiestas, celebraciones, catequesis, clases, reuniones, lecturas de hojas, folletos, libros, evangelios); y a través de imágenes que vemos en casa, en iglesias, capillas o colegios, posters, láminas, estampas, o que imaginamos nosotros con las diferentes impresiones e informaciones que nos llegan quizás desde niños y en las sucesivas etapas de nuestra vida. Con las diferentes imágenes visuales, verbales, mentales y afectivas que nos transmiten y que nosotros asumimos o creamos, cada uno nos vamos haciendo nuestra propia “imagen vital” de Jesús. Volveremos a esto con mayor amplitud en cuanto concluyamos esta reflexión general sobre el modo humano de conocer a otras personas. En el conocimiento de las personas y en la relación interpersonal, todo lo que va configurando la imagen vital que uno se hace de otra persona es importante y delicado. Todo. Pero quizás lo más delicado y decisivo sean nuestros propios sentimientos, deseos y expectativas respecto de esa persona. Muchas veces imaginamos a cada persona tal 67
como deseamos o nos conviene que sea. Nuestros deseos, esperanzas y conveniencias o ilusiones, así como nuestros miedos y temores, pueden hacernos imaginar a los otros como no son. Los sentimientos que alimentamos hacia otra persona, influyen poderosamente en la imagen que nos hacemos de ella; la admiración, la confianza, las esperanzas y expectativas positivas, o la desconfianza, las sospechas y el miedo o el desprecio, el resentimiento, la envidia o el deseo de dominarla. Y estos sentimientos positivos o negativos pueden ser conscientes, pero también pueden ser subconscientes; y los sentimientos subconscientes nos influyen de manera más honda y oculta, y es más difícil neutralizarlos. La experiencia nos dice lo grave y perjudicial que puede resultar conocer y relacionarse con las personas a través de sentimientos, deseos e imágenes “idealizadas”; o a través de temores, miedos e imágenes “satanizadas”. Abundan ambos tipos de falseamiento. Siempre es preferible conocer la verdadera realidad de las personas, por negativa que sea, que engañarse con una bella o terrible imagen falsa. A esto se refería Simone Weil cuando escribió cosas tan lúcidas y cuestionantes como estas: “Nada hay más tremendo que descubrir un día que se ama a un ser imaginario”; y también: “Hay que preferir el infierno real al paraíso imaginario”. Ciertamente, en la relación interpersonal las imágenes han de cambiar a medida en que cambia una u otra persona o cambian las dos. Aferrarse a una imagen que corresponde a la realidad y a los sentimientos de un tiempo pasado pero no a los del presente, también es engañarse y relacionarse con un ser imaginario que fue real pero ya no existe. Las personas humanas y su conocimiento y relaciones mutuas son procesos cambiantes en muchos aspectos. Y los cambios en los procesos personales y relacionales deberían ser de crecimiento y construcción, no de destrucción; pero, desgraciadamente, también 68
hay cambios y procesos destructivos. Y hasta en los procesos de crecimiento y superación, se dan sucesivas destrucciones parciales y sustituciones purificadoras. Todo crecimiento en madurez personal e interpersonal, hace pulir las imágenes de los demás para que sean más verdaderas y conformes a la realidad actual de cada persona. Igualmente, la madurez en la fe cristiana hace pulir y purificar las imágenes a través de las cuales conocemos a Jesús y nos relacionamos con él, a fin de que nuestra imagen vital de Jesús vaya siendo más conforme a la verdadera realidad de su persona. Para concluir esta reflexión fenomenológica, formulemos algunas conclusiones útiles. Primero, una conclusión general: En el importante juego existencial de conocernos y relacionarnos las personas, las imágenes son inevitables y necesarias, pero son también extremadamente delicadas y hasta peligrosas. Una conclusión pedagógica nos sugiere tres actitudes o pautas de conducta, que ayudan a que el conocimiento de otra persona y la relación con ella sean verdaderos y enriquecedores. Una actitud básica consiste en que cada persona se manifieste como realmente es, que no engañe ni se engañe ofreciendo imágenes o poses falsas de sí misma. Dos, que cada uno capte bien lo que con sinceridad manifiesta y expresa la otra persona, de forma que cada uno la vea y la valore en lo que realmente es; es decir, respetar la imagen real de la otra persona, sin idealizarla con deseos, conveniencias y expectativas ilusorias, ni falsearla con prejuicios, temores o manías y sentimientos negativos conscientes o subconscientes. Y tercera actitud: que nunca distorsionemos nuestra imagen de otra persona por lo que otros dicen o piensan sobre ella; que las imágenes dudosas o falsas que corran sobre esa persona, sean negativas o positivas, no afecten la imagen real que tengamos nosotros sobre ella. 69
Otra conclusión orientadora: la relación de amistad y comunión de vida con otra persona, requiere un conocimiento mutuo no falseante, en el que la imagen que cada uno se hace de la otra persona, mantenga su verdad a base de confianza, transparencia y mutuo aprecio o amor respetuoso no egocéntrico. El aprecio sincero y la confianza facilitan el conocimiento verdadero; y con el verdadero conocimiento, el aprecio y la confianza se autentifican, se consolidan y crecen. Siempre quedarán espacios ignorados entre la imagen y la realidad íntima y completa de las personas. Espacios que hay que respetar como algo sagrado. Conocer plena y totalmente a “otra” persona teniendo de ella su imagen perfecta y exhaustiva, sin límites ni zonas ignoradas, es imposible; y pretenderlo puede conducir a destruir la relación, la confianza y la amistad o el amor, e incluso a destruirse las personas. En cada persona hay zonas sagradas de “misterio personal” en las que nadie entra, ni siquiera ella misma. La confianza y la fe del amor verdadero respetan lo que hay de inaccesible en el misterio de cada persona amada. Este “conocimiento negativo” (respetando lo que no se puede conocer) forma parte del verdadero amor, que no existe sin fe en la persona amada. Aun las imágenes más logradas y verdaderas de otra persona, tienen límites, ambigüedades y vacíos. Finalmente, una conclusión aplicada a nuestro conocimiento de Jesús: Todo eso que a diario vivimos los humanos en el conocimiento de las otras personas a través de la imagen vital que nos hacemos de ellas en base a impresiones, datos y rasgos que directa o indirectamente recibimos sobre ellas, confirma e ilumina el hecho ya meditado de que Jesús de Nazaret vivió expuesto a que quienes le veían y le oían, no lo conocieran bien y se hicieran de él imágenes deficientes y hasta falsas, desfiguradoras de su verdadera identidad y de su misión. Y si la novedad de Jesús y de su anuncio del Reino de Dios sorprendió y desconcertó entonces a todos, incluso a sus primeros discípulos, resulta fácil comprender 70
que después de su muerte, con la expansión del cristianismo, la proliferación de las Iglesias y la multiplicación de sus doctrinas, testimonios, catequesis y predicaciones, también se hayan multiplicado las imágenes de Jesús. Y que, con el paso del tiempo y la diversificación de las culturas, la pluralidad de imágenes se haga más necesaria y también más peligrosa para conocerlo y relacionarnos personalmente con él. Los cristianos de cada tiempo y lugar hemos de retomar una y otra vez aquella pregunta de Jesús a sus discípulos y discípulas: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, ¿qué imágenes tenéis vosotros de mí? LAS IMÁGENES CONDICIONAN NUESTRO CONOCIMIENTO DE JESÚS Ya hemos dicho que en el seguimiento y conocimiento de Jesucristo, la acción en nosotros del Espíritu del Señor, dador de la fe y de la memoria viva de Jesús, es irrastreable, pero es cierta y decisiva. El Espíritu santo, el mejor testigo de Jesús y su más fiel revelador, “sopla donde quiere” y como quiere. Hemos recordado que en los primeros discípulos sopló fuerte ese Espíritu desde Pentecostés, y ahora actúa en cada cristiano y cristiana desde nuestro bautismo en Jesús crucificado y resucitado. Pero es tan discreto ese Espíritu que “oyes su rumor, y no sabes ni de dónde viene ni a dónde va”; y aunque active en nosotros la fe cristiana, respeta las mediaciones y las circunstancias históricas que intervienen a lo largo de nuestra vida en los procesos en que conocemos a Jesús a través de informaciones e imágenes que sobre él nos transmitimos unos a otros de generación en generación, en los espacios eclesiales, familiares y culturales de nuestras sociedades. Las informaciones y las imágenes sobre Jesús se diversifican, se multiplican y se difunden sin cesar por diferentes medios, desde los primeros testimonios pospascuales hasta nuestros días. Desde muy niños, en sucesivas etapas 71
y ocasiones de la vida a lo largo de nuestro itinerario personal en la fe cristiana, cada uno hemos recibido y recibimos aún variedad de imágenes e informaciones o doctrinas sobre Jesús, por distintos conductos, religiosos o no: familiares, eclesiales, escolares, sociales, artísticos o culturales. Y con los diversos materiales sobre Jesús que venimos adquiriendo o recibiendo en distintas experiencias, catequesis, oraciones, lecturas y reflexiones o búsquedas, crisis y vivencias personales y de grupo o comunitarias, nos vamos creando cada uno nuestra propia “imagen vital” de Jesucristo. Esa imagen la cambiamos o la modificamos o la suprimimos, según nuestras crisis y crecimientos u olvidos, y según las nuevas informaciones e imágenes que vamos recibiendo o descubriendo. A través de todo eso, y a veces más allá de todo, nuestra fe es activada por el Espíritu del Señor que actúa también en algunas mediaciones: el prójimo, la Biblia, los sacramentos, la oración, y diferentes vivencias de alegría o de sufrimiento, esperanzas y frustraciones. La diversificación y multiplicación de las imágenes de Jesús a lo largo de toda la historia del cristianismo, es un fenómeno inmenso e inabarcable. Comenzó pronto en la Iglesia primitiva. Primero de viva voz en tradiciones orales, relatos, celebraciones, himnos, textos litúrgicos y cartas. Después, en la redacción de los evangelios. Ya en los cuatro evangelios canónicos, escritos entre los años 60 y 100, aparecen diferentes imágenes de Jesús ofrecidas a las distintas comunidades cristianas. Otras imágenes de Jesús circularon en los “evangelios apócrifos” no incluidos en nuestro canon. Esa diversidad no siempre era contradictoria, sino complementaria, salvo el caso de ciertas imágenes de los evangelios apócrifos. Sin embargo, dos conocidos profesionales de los medios de comunicación de Francia que han hecho una reciente investigación periodística, se han sentido tan impactados y confundidos ante 72
tanta diversidad de imágenes de Jesús en los orígenes del cristianismo, que han titulado su obra “Jesús contra Jesús”; y la cubierta de su libro en la edición castellana la ilustran dos imágenes de Jesús contrapuestas 5. Quienes conocen bien el fenómeno de la pluralidad de imágenes de Jesús en los orígenes del cristianismo, lo ven de otra manera. El jesuita González Faus lo explica así: “El hecho de la pluralidad de imágenes de Jesús es en buena parte consecuencia de la inapresabilidad de Jesús. Y esta imposibilidad de apresar a Jesús ni siquiera necesita ser justificada teológicamente: aun desde el punto de vista histórico, Jesús resulta muy difícilmente clasificable por la riqueza de su pretensión y por la extraña libertad de su conducta. Por eso mismo, no sólo en la historia, sino ya en los evangelios nos topamos con una auténtica pluralidad de imágenes de Jesús, más diversas entre sí de lo que permite sospechar una catequesis hecha sobre una unificación concordista de la ‘vida de Jesús’ o ‘el evangelio’ (en singular). Y el hecho de que la Iglesia aceptase en el canon bíblico esa pluralidad de imágenes tiene, sin duda, un valor y un significado teológicos. Pues esa misma Iglesia no se sintió interpretada en otras muchas imágenes de Jesús (numéricamente más abundantes incluso) cuando rechazó los llamados evangelios apócrifos” 6. Con la expansión del cristianismo y la multiplicación de las Iglesias en diferentes culturas, se fueron multiplicando más las imágenes de Jesús de todo tipo, teológicas o doctrinales, catequéticas, litúrgicas, narrativas, musicales, simbólicas y plásticas o figurativas. De la Biblia, de las catequesis, liturgias y homilías, de las definiciones dogmáticas de los Concilios, obras teológicas y cuerpos de doc5. G. MORDILLAT y J. PRIEUR, Jesús contra Jesús (Alzira 2002). 6. J. I. GONZÁLEZ FAUS, “Las imágenes de Jesús en la conciencia viva de la Iglesia”, en Hacia la verdadera imagen de Cristo (Bilbao 1975) 135-136.
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trina, y de las espiritualidades y devociones, se han venido plasmando y divulgando infinidad de imágenes figurativas y literarias de Jesucristo por todas las artes y los medios técnicos: la pintura, el dibujo, la escultura, el grabado, la poesía, la literatura y la música, y, a su debido tiempo, la radio, el teatro y el cine, la televisión y los ordenadores. Abundan las obras teológicas y de espiritualidad, del arte y la literatura, sobre las imágenes de Jesús. Además de las ponencias de la “II Semana de Pensamiento y Diálogo” en Bilbao (1975) editadas en el libro citado, Hacia la verdadera imagen de Cristo, puede verse una nueva edición actualizada de la obra de Bernard Sesboüé Imágenes deformadas de Jesús, en que el autor ofrece “un discernimiento de algunas de las innumerables imágenes de Jesús elaboradas en los dos milenios pasados de la era cristiana” 7. Juan José Tamayo Acosta dedicó el volumen 4 de su obra Hacia la comunidad a las imágenes de Jesús: “condicionamientos sociales, culturales, religiosos y de género” 8. En Los rostros de Cristo, Eloy Bueno ofrece “un abanico de 26 imágenes de Jesús representativo de las cristologías actuales” 9. José A. Carro Celada ha rastreado “la presencia de Jesús en una selección de la literatura en lengua castellana del siglo XX, escrita en España y la América hispana en obras de creación” 10. Jaroslav Pelikan, en Jesús a través de los siglos describe una serie de imágenes de Jesús señalando su lugar en la historia de la cultura 11. La edición de las actas de las “Jornadas Nacionales de Liturgia” en España en 1996, incluyen los trabajos de Domingo Iturdaiz Ciriza, 7. B. SESBOÜÉ, Imágenes deformadas de Jesús: modernas y contemporáneas (Bilbao 199). 8. J. J. TAMAYO, Hacia la comunidad: 4. Imágenes de Jesús (Madrid 1996). 9. E. BUENO, Los rostros de Cristo (Madrid 1997). 10. J. A. CARRO CELADA, Jesucristo en la literatura española e hispanoamericana del siglo XX (Madrid 1997). 11. J. PELIKAN, Jesús a través de la historia: su lugar en la historia de la cultura (Barcelona 1989).
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“Pasado y presente de la imagen de Cristo”, y de Ángel G. Gómez Guillén, “La figura de Cristo en la religiosidad popular” 12. En el campo de la investigación bíblica, desde comienzos del pasado siglo XX hasta nuestros días se han sucedido tres “búsquedas” del Jesús histórico, entre el escepticismo y la esperanza por recuperar algunas imágenes originales de Jesús de Nazaret. Desde 1980 permanece activa la Third Quest o “Tercera Búsqueda”, que, como reseña Jesús Peláez, “se distingue por su interdisciplinariedad, pues ya no son sólo teólogos o exegetas los que abordan al Jesús de la historia, sino historiadores, sociólogos, antropólogos, procedentes no sólo de facultades de teología, sino de universidades civiles; no preocupados tanto por mostrar continuidad entre el Cristo de la fe y el Jesús de la historia, cuanto por rescatar de y para la historia su imagen” 13. Quienes realizan esta investigación bíblica (norteamericanos e ingleses sobre todo) conceden mayor valor histórico a los evangelios y sitúan a Jesús en el marco socio-histórico del judaísmo de su tiempo, sirviéndose de investigaciones arqueológicas, antropológicas y socioculturales sobre las costumbres de las gentes del tiempo y los lugares donde anduvo Jesús. Así están ofreciendo a la cristología nuevas o renovadas imágenes sobre Jesús, y las divulgan para el gran público a través de editoriales culturales con comentarios en grandes rotativos. Hasta siete imágenes de Jesús describe Pragasm en su ensayo-síntesis sobre “la búsqueda del Jesús histórico en los estudios contemporáneos”: Jesús, profeta apocalíptico (E. P. Sanders y M. Casey); Jesús, profeta del cambio social (R Horsley, D. Kailor y G. Thiessen); Jesús, sabio de Dios (E. Fiorenza y B. Witherington); Jesús hombre del Espíritu (M. Borg); Jesús, maestro cínico itine12. Jesucristo ayer, hoy y siempre, en la perspectiva del Tercer Milenio (Madrid 1997) 129-165 y 166-208. 13. J. PELÁEZ, “Un largo viaje hacia el Jesús de la historia”, o. c., 97.
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rante (B. Mack); Jesús, campesino judío itinerante (J. D. Crossan); Jesús, un judío marginal (J. P. Meier) 14. En la multiplicación y divulgación de las imágenes de Jesús no hay fronteras entre las Iglesias y las sociedades. Jesús y la Biblia no son patrimonio exclusivo de las Iglesias ni de los cristianos, son patrimonio universal de la humanidad. Han creado y divulgado imágenes de Jesús, gentes cristianas y no cristianas, Iglesias y otras instituciones o empresas humanas; teólogos y filósofos, pintores, dibujantes, escultores, músicos, poetas, escritores, autores o guionistas y directores de teatro y de cine, radio y televisión de cualquier credo o sin credo alguno. Unas y otras imágenes de Jesús corren y se mezclan por el mundo, influyendo de distintas maneras en los procesos de fe de los cristianos. Y no se debe ignorar que a lo largo de toda la historia del cristianismo, sobre todo a partir del siglo IV, en las diversas corrientes culturales, artísticas, teológicas y religiosas, e ideológicas y hasta socioeconómicas y políticas, las Iglesias y otras instituciones o movimientos, los sectores dominantes de los sistemas sociales, económicos y políticos, y algunos militantes o luchadores sociales, incluso armados, han proyectado en imágenes de Jesús sus ideas y valores, o sus crisis y esperanzas, sus ideales o sus intereses e ideologías. Hay ejemplos cercanos muy elocuentes. Por los años 60 y 70 del pasado siglo XX, en el auge de los fenómenos y movimientos beatniks, hippies y guerrilleros, vimos las imágenes de un Jesús hippie, y de un Jesús guerrillero con el fusil al hombro. Siempre se han creado imágenes legitimadoras y exaltadoras de diferentes tendencias e intereses 14. A. PRAGASM, “La búsqueda del Jesús histórico en los estudios contemporáneos”, condensado en “Selecciones de Teología” 154 (Barcelona 2000) 109-115. Véase el análisis valorativo de R. AGUIRRE sobre las investigaciones recientes acerca del Jesús histórico, Aproximación actual al Jesús de la historia (Bilbao 1996).
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doctrinales, sociales, políticos, religiosos, ideológicos y hasta económicos. Las últimas imágenes interesadas y falseadoras de la figura de Jesús que han caído en mis manos, son de hace siete años. Llegaron a Guatemala provenientes de Estados Unidos en unos dibujos a color que visten a Jesús de ejecutivo de empresa o financiero, con su traje de corbata, el maletín y su ordenador portátil. Ataviado de esa guisa, con barba y melena sobre su camisa blanca y su corbata de nudo grande, Jesús camina a paso competitivo. Jesús preside una reunión de ejecutivos o de una directiva empresarial o bancaria, en torno a una larga mesa repleta de ordenadores portátiles abiertos. Y Jesús posa de medio plano ante un fondo de oro, con abundantes símbolos del dólar americano y la luminosa aureola que enmarca el rostro de Cristo. Esos tres dibujos ilustran, en el suplemento financiero dominical del periódico Siglo Veintiuno de Guatemala, un artículo traducido del inglés elogiando un libro que aplica las virtudes y cualidades evangélicas de Jesús a ejecutivos y líderes de empresas y finanzas, para que alcancen sustanciosos éxitos económicos en su liderazgo empresarial y financiero 15. El tal libro fue betseller de ventas en las librerías del ramo de empresas, economía y finanzas en los Estados Unidos. Es decir, un Jesús del Neoliberalismo Económico. Esos ejemplos nos recuerdan que la condición humana nos mueve a proyectar en las imágenes religiosas nuestros deseos y proyectos, intereses e ideologías. Y es experiencia común que en ciertas etapas de la vida, sobre todo en la niñez y en la adolescencia, cada uno proyecta en la imagen soñada de Jesús los problemas y necesidades instintivas del propio ego, chantajeando instintivamente a Jesús. También podemos arrastrar “fijaciones” de esa tendencia infantil o adolescente durante muchos años. 15. W. GÓNDORA, “Jesús, presidente ejecutivo”, Siglo Veintiuno, Guatemala, 1 de julio 1996, pp. 12-13.
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Las agrupaciones e instituciones eclesiales, asociaciones, cofradías, institutos o congregaciones religiosas y movimientos (nuevos o viejos) al igual que las personas, tienden a legitimarse con la imagen de Jesús que más favorezca y exalte la propia espiritualidad o forma de pensar y de actuar. Como si buscásemos más la conversión de Jesús al propio movimiento, grupo o instituto, que la conversión de cada movimiento, grupo e instituto a Jesucristo. Lo hacemos con buena voluntad, pero lo hacemos y exaltamos así el ego personal y colectivo. A través de todos los medios de creación y difusión (no sólo eclesiales y pastorales, como el culto, la doctrina, la predicación y la catequesis, las devociones y las espiritualidades, sino también las artes y las letras, las técnicas y los medios de comunicación) las imágenes de Jesús no permanecen recluidas en los recintos eclesiales y religiosos, sino que llegan a todos los espacios humanos familiares, sociales, culturales y personales. Desde las casas de familia (sean palacios y mansiones o barracas, chavolas, favelas) a los centros de estudio, a las bibliotecas y videotecas, a las salas de exposiciones, a los teatros y pantallas de los cines, de los televisores y de los ordenadores. En casa, en el colegio, en templos y capillas, en las catequesis, liturgias, grupo juvenil, lecturas, posters y estampas, teatro, cine o televisión, algunas de las imágenes que corren por el mundo han entrado a nuestra vida personal como “mediaciones” y recordatorios del conocimiento de Jesús, de nuestra relación de fe con él, de nuestra admiración o devoción y seguimiento. En ese ámbito personal, además de las posibles imágenes figurativas de Jesús que hemos tenido o todavía usamos (medallas, crucifijos, estampas, recordatorios de mano o afiches, imágenes sobre una mesa o en la mesilla de noche) todo lo que cada uno escucha o lee y medita sobre Jesús (doctrina, literatura, textos del evangelio, oraciones, vida sacramental y relación personal con Jesucristo) todo se 78
convierte en imágenes en la cabeza y en el corazón o en la afectividad de cada uno. Nadie puede prescindir de las imágenes. Porque nuestra inteligencia y nuestra afectividad actúan en conexión con la imaginación. Los humanos escuchamos, pensamos, sentimos y hablamos en palabras y en imágenes; e incluso, soñamos (dormidos o despiertos) en imágenes acompañadas de sensaciones y de palabras. Y quienes hemos nacido y crecido en ambientes familiares, eclesiales y sociales más o menos cristianos, hemos vivido impregnados o rodeados de imágenes gráficas o verbales sobre Jesús. Por eso, en nuestro mundo interior, en niveles conscientes y subconscientes, hay imágenes bíblicas y doctrinales, narrativas, musicales y figurativas de Jesús, que condicionan nuestra “imagen vital” de Jesucristo. RECUPERAR LA MEMORIA HISTÓRICA DE LAS PROPIAS IMÁGENES DE JESÚS Al hecho de que la persona de Jesús es “inefable” y no se puede apresar ni conocer bien a primera vista, sumemos los riesgos a que nos somete nuestra condición humana: el riesgo de “imaginar” a Jesús a nuestra conveniencia, y el riesgo de estar influenciados desde nuestra infancia por todo tipo de imágenes de Jesús, también por imágenes que lo desfiguran y lo falsean. Esa suma de factores nos permite comprender que la pregunta con que Jesús cuestionó a sus primeros discípulos (“¿quién decís vosotros que soy yo?”) se mantiene vigente para todos sus discípulos y discípulas de cualquier tiempo y lugar. Si “personalizamos” esa pregunta, significa: “¿Quién soy yo para ti?”; es decir, “¿qué imagen tienes tú de mí?” Conozco a personas que se lo han preguntado, y han dedicado unas horas a recuperar la memoria de sus imágenes de Jesús. Esa búsqueda les ha hecho conscientes de las imágenes de Jesucristo que han venido entrando en su vida de una u otra forma. Imágenes venidas de sus ambientes por 79
influencias familiares o de las catequesis recibidas, de los colegios, de los templos, de sus lecturas, cuadros, láminas, oraciones, etc; diversidad de imágenes que han plasmado en su mente y en su afectividad, en su mundo interior y en su práctica cristiana, la “imagen vital” de Jesús que han tenido durante las sucesivas etapas de su historia, infancia, adolescencia, juventud, hasta su actual imagen viva de Jesús. El resultado de esa búsqueda ha sido liberador y estimulante para esas personas. Han cobrado lucidez, y se han hecho capaces de ver y juzgar la variedad de imágenes de Jesús que han entrado en su fe y en su vida. Y han calibrado los valores, las deficiencias y los vacíos de su “imagen vital” de Jesús en cada etapa de su historia personal. Han visto lo positivo y lo negativo de sus diferentes imágenes, y se han sentido dueños de ellas para suprimir con libertad las más deficientes y emprender la búsqueda de los rasgos esenciales de la imagen verdadera de Jesús, mejorando su imagen vital de Jesucristo. Dedicaremos la parte final de este libro, a buscar los rasgos esenciales que no pueden faltar en ninguna imagen vital de Jesucristo que quiera ser verdadera. Antes, quiero ofrecer a cada lector y lectora una amistosa invitación personal a recuperar la memoria histórica de sus propias imágenes de Jesús. Es muy fácil, y es gratificante. Hay que partir de la intención con que Jesús nos hace su pregunta. No quiere recriminarnos nada. Aunque lo imaginemos interesada o erróneamente y no lo conozcamos bien, no quiere él que nadie se culpabilice. Como veremos luego, todas las imágenes humanas de Jesús son, como mínimo, incompletas, parciales, imperfectas y ambiguas, pero son inevitables y necesarias. Lo que Jesús buscó y busca es abrir los ojos de los suyos a su verdadera identidad, para que le sigamos y compartamos su causa participando de su fe, de su esperanza y de su amor, de su libertad y su alegría. Con su Espíritu, Jesús desea hacernos conscientes de la imperfección de nuestro conocimiento y de nuestro 80
seguimiento, para que no nos engañemos y mejoremos nuestras imágenes de él en una búsqueda constante de los rasgos esenciales de la imagen que Jesús da de sí mismo. Se trata de recuperar recuerdos, tal vez olvidados o archivados, desde la primera infancia hasta el momento actual de la propia vida. Recordar las imágenes de Jesús que a cada quien le han venido entrando por los ojos o por los oídos, o por su propia imaginación: porque las vieron o las oyeron contar, rezar o cantar. En casa, en la iglesia, en la calle, en el colegio o en otros lugares concretos. A través de personas determinadas o en libros, cuadros, estampas o estatuas, y en actos o acciones y en circunstancias concretas, celebraciones, visitas, rezos, catequesis o relatos de mamá o papá, de una tía, de la abuela, de catequistas o profesores, etc., etc. Conviene recordar el mayor número de vivencias y detalles que cada uno sea capaz de recordar, en torno a cada imagen de Jesucristo que entró en las sucesivas etapas de su vida. Al buscar las propias imágenes de Jesús desde la primera infancia, lo más importante es tratar de recordar qué impresiones e influencias positivas o negativas ejerció cada imagen en los propios sentimientos, en la imaginación y en los afectos respecto de Jesús, así como en la conducta, en los propios comportamientos humanos y religiosos; si producía alegría, confianza, y gozo, o si despertaba confusión, miedo, tristeza, temor, desconfianza... Porque se trata de llegar a descubrir qué “imagen vital” de Jesús se ha venido formando en el mundo interior de cada uno, en la mente y en el corazón, en los sentimientos, en los afectos y en la conducta, ya desde niños; y cómo ha cambiado o no ha cambiado esa “imagen vital” de Jesús en las sucesivas etapas de crecimiento, por influencia de las sucesivas imágenes figurativas de Jesús que han venido entrando por los ojos, por los oídos, por la imaginación y la afectividad. Es increíble la cantidad de detalles que cada uno puede llegar a recordar, si se lo propone. Algunas personas 81
recuperan recuerdos desde los dos años de edad. Y son impresionantes algunas influencias de ciertas imágenes de Jesús, sobre todo de niños y adolescentes, en los sentimientos, en las conciencias y en las historias de la fe y la vida de las personas. Hay experiencias vitalizadoras y experiencias traumáticas; unas de liberación, gozo y generosidad, otras de angustia, de miedo y de inculpación. Todo hay que recordarlo, para hacerse uno consciente y dueño de ello, y poder liberar y sanar la propia conciencia, superando ciertas imágenes que desfiguran a Jesús y mejorando la propia “imagen vital” sobre él. Una vez identificadas las imágenes y sus influencias en los propios sentimientos, actitudes y conductas, se ordenan biográficamente, construyendo por etapas el relato de la memoria histórica de las propias imágenes de Jesús. Para que cada persona que emprenda esa búsqueda pueda valorar su propio relato discerniendo valores, límites y posibles deficiencias o vacíos de las propias imágenes de Jesús, hablemos ahora de la precariedad de nuestras imágenes y de su discernimiento. Más adelante buscaremos las huellas de los rasgos esenciales que no deben faltar en nuestra “imagen vital” de Jesús, y ofreceremos algunos criterios de autenticidad y de mejoramiento. PRECARIEDAD DE NUESTRAS IMÁGENES DE JESÚS Como hemos dicho, las imágenes son necesarias porque por medio de imágenes conocemos la realidad; toda la realidad, la que vemos y la que no vemos, y más aún la realidad de las personas, sobre todo la realidad de Jesús y del Dios de Jesús. Jesús mismo es nuestra imagen humana de Dios. Sin embargo, comparadas con la realidad original de Jesús, todas las imágenes que nos hacemos de él son imperfectas, precarias, incompletas y parciales. Ninguna imagen expresa perfecta y plenamente la realidad de Jesús, nuestro 82
Cristo y Señor. Por eso hay que vivir mejorando, purificando y cambiando o sumando nuestras imágenes sobre él: si cuando éramos niños creíamos con niños, cuando somos jóvenes o adultos hemos de creer con una fe más fundada y madura. Jesucristo es siempre mayor que cada imagen que nos formamos de él y que todas ellas. La mayoría de nuestras imágenes de Jesús son “desechables”. Sirven para un tiempo, una vivencia o una etapa de la vida. Superada esa etapa, ¡se ven tan imperfectas! La variedad, sucesión y complementación de las imágenes de Jesús es inevitable y ha existido siempre, como lo atestiguan los evangelios. Nuestras imágenes figurativas y afectivas se suceden unas a otras y han de ir mejorando nuestra imagen vital de Jesucristo. Algo puede aportar cada imagen, y muchas llegan a ser necesarias aunque cada una de ellas resulte insuficiente. Y la madurez en la fe cristiana pide que los rasgos esenciales de Jesús no falten en ninguna imagen vital digna de él. La realidad de Jesús de Nazaret nos cae lejos históricamente, no podemos contar con demasiadas evidencias sobre él, tan sólo con unos pocos datos biográficos históricamente probados. “La larga investigación en torno a Jesús nos ha descubierto la imposibilidad de obtener su biografía, pero al mismo tiempo, nos ha abierto nuevos caminos para un acceso positivo a su persona” 16. Y la presencia actual del Señor resucitado no es perceptible sensorialmente, es objeto de fe, y, sin embargo, al Señor lo imaginamos siempre encarnado: “Jesús es el Señor”. El Nuevo Testamento nos ofrece las imágenes de Jesús en una constante mezcla de encarnación histórica narrativa y de profesión de fe en el Señor resucitado presente y activo. Fue el resultado del intenso y fecundo proceso de la reflexión de 16. J. A. PAGOLA, ¿Qué podemos saber del Jesús histórico? (Madrid 1982) 14. Con mayor amplitud, H. CLARK KEE, ¿Qué podemos saber sobre Jesús? (Córdoba 1992).
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los primeros cristianos sobre Jesús desde su experiencia pospascual. “Este proceso está dirigido por dos principios: por la experiencia histórica de Jesús de Nazaret y por la experiencia pascual; vienen señaladas por Pablo al inicio de la carta a los Romanos: ‘...su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad por su resurrección de entre los muertos’ (Rom 1,3-4)” 17. Todo eso nos habla de la complejidad y precariedad de nuestras imágenes de Jesús. La experiencia cotidiana de la vida nos dice que todas las realidades que vivimos los humanos son complejas, y que nuestro modo de conocerlas nos las hace más complejas y precarias. Máxime, la realidad de las personas. ¡Qué dificultoso nos resulta conocernos y relacionarnos bien! Resulta compleja y difícil de conocer la realidad misma de los hechos o acontecimientos que presenciamos; y más aún si no los vemos personalmente y nos informan de ellos quienes los han visto o los han vivido. Sobre cualquier suceso puede haber tantos puntos de vista como ojos que lo miran y cabezas que lo piensan. Cada persona y cada medio informativo cuenta su visión y cree decir la verdad sobre el hecho en cuestión. Pero toda realidad es más compleja de lo que expresan las imágenes que nos ofrecen o nos hacemos de ella. Por eso, casi todo en la vida, hasta la ciencia, lo vivimos en gran parte a base de hipótesis y de creencias o de fe. Y el conocimiento y el trato entre las personas, siempre se vive en la confianza del amor, que es una forma de fe. También por todo eso, en la pluralidad de las imágenes de Jesús unas son mejores y otras peores, unas están más logradas y otras más erradas. Algunas imágenes nos pueden acercar a él y otras nos alejan del verdadero Jesús. Unas autentifican nuestra fe en su persona y nos estimulan al seguimiento real, pero otras nos desvían de él, falsean 17. R. AGUIRRE, La reflexión de las primeras comunidades..., o. c., 10-11.
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nuestra fe, nos llevan a creencias y supersticiones, y nos impiden el seguimiento fiel de Jesucristo. Lo menos grave es que circulen imágenes incompletas e imperfectas, parciales y precarias sobre Jesús, si somos conscientes de que todas ellas son relativas y transitorias. En cierto modo esto es lo normal; y son necesarias aunque no sean perfectas ni completas. Mientras no se absoluticen, tienen luz verde. La luz roja es para las falsificaciones y para la absolutización de las imágenes relativas de Jesús y de Dios. En el clima religioso, el gran peligro de las imágenes engañosas y falsas es que las convirtamos en “ídolos”. Alguien dice con razón que “las imágenes que nos hacemos de Jesús están teñidas de nosotros mismos”. La necesidad y la gran capacidad que tenemos los humanos de buscarnos a nosotros mismos proyectando nuestras codicias, ambiciones y deseos de seguridad, poder y grandeza, de manera consciente o subconsciente, puede hacernos fabular imágenes interesadas sobre Jesús (figurativas, mentales, doctrinales o afectivas). Este “mecanismo” puede funcionar en la selección y apropiación de aquellas imágenes de Jesús que mejor responden a nuestros gustos e intereses. Dicho de otro modo, a Jesús se le puede ver como un recurso moldeable, y cada quien es un molde diferente, que, según su formación o deformaciones, gustos, expectativas y necesidades, moldea su Jesús a su medida, imaginándose a “su Salvador” según sus conveniencias. Pero Jesús no es un mesías a la medida de cualquier expectativa, sino que es el Cristo a la medida del Dios Abbá y de su Espíritu; a la medida de su Reino de vida digna, justa y solidaria para todos. Es una gran tarea liberar de las proyecciones de nuestro subconsciente narcisista al Dios de Jesús y a Jesús mismo; y liberarlos también de los desgastes de la rutina y del utilitarismo. Si las catequesis, la predicación, las celebraciones y las devociones, así como el acompañamiento espiritual y la producción, difusión y uso de imágenes de 85
Jesús se adormecen en la rutina o se acomodan al utilitarismo, la peligrosidad de las imágenes se dispara en forma difícil de controlar. Entre las causas de las deficiencias y de la falsedad de nuestras imágenes vitales o figurativas de Jesús, está la ignorancia por falta de formación cristiana, bíblica, teológica y espiritual. También están nuestras conveniencias, intereses y utilitarismos que deterioran la fe y sus prácticas. Y cuentan también lo suyo en esto, nuestras incoherencias y “aburguesamientos”, y los mecanismos psicológicos egocéntricos. LA
RESPONSABILIDAD DE DISCERNIR Y MEJORAR NUESTRAS
IMÁGENES DE J ESÚS
Mejorar nuestras imágenes de Jesús es una responsabilidad personal de cada cristiano y de cada cristiana; y es también una tarea de corresponsabilidad eclesial. Una tarea nuclear en la misión pastoral y testimonial de la Iglesia y del cristianismo en la historia humana. Se trata de una responsabilidad permanente, en un proceso continuado de clarificación y discernimiento de nuestras imágenes de Jesús, mentales y afectivas, bíblicas, teológicas, oracionales, figurativas o narrativas. De tal manera que podamos superar o evitar las imágenes que desfiguran y falsean a Jesús, purificar las deficientes, completar las parciales y crear imágenes más fieles a Jesús que sean expresivas y comunicativas de lo enorme de su persona y de su mensaje. Imágenes que sugieran con fidelidad rasgos esenciales de la identidad de Jesús, de su conducta histórica, de su trato con Dios Abbá y con la gente, del mensaje de su Buena Noticia, de su entrega a la causa del Reino hasta la muerte, de los testimonios de fe en su resurrección y de su presencia actual. En esta importantísima tarea, tienen responsabilidad constante las Iglesias en todos sus espacios y servicios pastorales: evangelización, predicaciones, catequesis, pastoral 86
sacramental, celebraciones, cantos, símbolos, imágenes en los templos e imágenes talladas, pintadas o impresas que se divulgan y se bendicen; y en los pequeños y grandes medios de comunicación. Responsabilidad de evitar imágenes que desfiguran a Jesús, o demasiado simplificantes y ambiguas. Y de crear y ofrecer imágenes verdaderamente dignas, expresivas y sugeridoras de los rasgos auténticos de Jesús, de manera actualizada e inculturada. Es un deber testimonial y evangelizador. Todo esto cobra mayor importancia en los tiempos que vivimos. Porque ahora la “imagen” se valora, se aprecia y se usa hasta el exceso en todos los ambientes; y ejerce enorme influencia en la sensibilidad y en la formación de las gentes, en sus relaciones y en sus comportamientos. Se da un grave desequilibrio en nuestras Iglesias entre el progreso alcanzado en nuestros días por los estudios bíblicos y teológicos sobre Jesucristo, y el estancamiento e incluso retroceso en las imágenes figurativas y devocionales de Jesús. En los espacios eclesiales, y en la mente y el corazón del pueblo cristiano, en su religiosidad, así como en las librerías y en los museos, se han acumulado demasiadas imágenes que desfiguran a Jesucristo o lo presentan incompleto y lo reducen a una gama muy limitada de rostros, posturas y gestos, que no transmiten ya a la mayoría de la gente de ahora el poderoso atractivo de la persona viva de Jesús, de su sorprendente conducta y su fascinante proyecto de vida y de nueva humanidad. Esas imágenes ya no responden como cuando las crearon, a las necesidades y a los problemas de la vida y la sensibilidad de las gentes de hoy; ahora son vistas y admiradas sobre todo como obras de arte y piezas de museo, una herencia o patrimonio más bien cultural y artístico de un pasado que no interpela ni estimula la fe y la vida actual de la gente. Frente al “sano intento” de épocas pasadas, en las que se creaban imágenes que “ponían de relieve la humanidad de Jesús y su identificación con el resto de los mortales”, 87
considera el biblista Mario Molina en un reciente comentario periodístico, que “los dos últimos siglos han privilegiado las representaciones idealizadas, dulzonas, desprovistas de contexto histórico, que intentan en vano representar la divinidad de Jesús. Las imágenes nuevas suavizan las facciones masculinas de Jesús, esconden su realidad mundana, atenúan las huellas de su experiencia humana e histórica. La deshistorificación de Jesús nos impide entrar en el drama de algunas escenas narradas en los evangelios. Resulta un Jesús tranquilizador y complaciente que nos confirma en nuestras seguridades, porque ni cuestiona nuestros prejuicios, ni desenmascara nuestros sofismas. Un Jesús hecho a medida de nuestra comodidad, ídolo de nuestra imaginación. El peligro de la idolatría no está en las imágenes de Jesús, sino en la imaginación de un Jesús a la medida de nuestras complacencias”. Esas imágenes son las que más abundan hoy. Llenan el mercado y el consumo devocional, pastoral y doméstico o popular de las imágenes de Jesús. Es una pena que en la mayoría de los cristianos no hayan entrado las imágenes del Jesús de los evangelios “actualizando” su gran realismo bíblico, histórico y teológico. Pensadores tan sólidos como Guardini y Urs von Baltasar, ya denunciaron en décadas pasadas la decadencia actual de nuestras imágenes que desvitalizan la figura de Jesús de Nazaret. Después de pasar revista a las creaciones del arte “de donde le viene al actual creyente medio la imagen que tiene de Jesús”, esas figuras que “desde las pinturas e imágenes de la iglesia y la familia, en las ilustraciones de los libros y revistas, y en las estampas y figuras de las devociones, nos miran y configuran la atmósfera y los modelos en que se nos gesta la imagen de Cristo”, Romano Guardini concluía: “la imagen de Cristo sigue siendo a menudo tan abstracta, tan pobre de sustancia, tan débil de carácter y de eficacia; formada por patrones temporales del ‘hombre perfecto’ desparecido hace tiempo. En la mayoría de las imágenes 88
está ausente quien sólo tiene un nombre: Jesús, el Cristo. No aparece lo enorme de Jesús, lo que rompe todas las medidas, lo que despierta el amor real, el amor que conoce y se entrega”. No aparece la fascinante novedad de Jesús. Urs von Baltasar escribió sobre “el Espíritu, exegeta de Jesús” en su libro ¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?: “Sin la luz y la fuerza del Espíritu de Dios, la imagen que nuestro espíritu se hace de Jesús queda pálida y unilateral, porque es incapaz de concebir las tensiones en que Jesús manifiesta armoniosamente los sentimientos íntimos de Dios. Las innumerables imágenes que los hombres han construido a su guisa lo demuestran sobradamente. Imágenes de un Salvador manso y en definitiva insípido, en cuya ‘solidaridad’ con los pobres, con los marginados, con los pecadores, ya no hay fuego alguno, ya no se transparenta nada verdaderamente divino; imágenes que han sido manifiestamente formadas según el ‘propio espíritu’. Todas estas imágenes demasiado humanas que han sido pintadas ‘según la carne’ (kata sarka) son rechazadas por Pablo para acoger y formar dentro de sí la verdadera imagen de Jesús según el Espíritu (kata pneuma). Dado que esta imagen de Jesús esbozada por el Espíritu y válida para todos los tiempos es la verdadera, dado que solamente en ella es legible la ‘figura’ de su historia, ningún retrato terreno de Jesús (ya sea diseñado por un artista, por un exegeta o por un teólogo) es capaz de satisfacer a nuestro corazón” 18. Brilla en ese texto la enorme distancia que media entre lo que llamamos “imágenes figurativas, narrativas o doctrinales” de Jesús, y la “imagen vital” que todos buscamos, la cual está de algún modo condicionada por las imágenes figurativas, narrativas y doctrinales que vemos, leemos y pensamos o imaginamos. Y como estas imágenes de los artistas, exegetas y teólogos son inevitables y necesarias, 18. U. VON BALTASAR, ¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos? (Barcelona 1986) 126-139.
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hay que intentar que no nieguen ni desfiguren a Jesús, sino que lo representen según lo revela su Espíritu. Por eso es indispensable buscar la luz y la fuerza del Espíritu, testigo y memoria viviente y actualizante de Jesús, que puede imprimir en nuestras imágenes vivas y figurativas el esplendor de los verdaderos rasgos de Jesucristo. No es, pues, suficiente que evitemos o superemos las imágenes que falsean a Jesús. Es necesario buscar y crear imágenes que comuniquen lo que hacía y decía Jesús y el Espíritu con que lo hacía y decía. Y es necesario también que las imágenes de Jesús respondan a las más hondas y apremiantes aspiraciones y necesidades de la humanidad en nuestros días, como el mismo Jesús responde a ellas. A este respecto, es sugerente el diálogo que un investigador del Jesús histórico como John Dominic Crossan “imagina” al prologar uno de sus últimos libros: “El Jesús histórico habla conmigo y me dice: —He leído tu libro, Dominic, y me parece bastante bueno. ¿Y qué? ¿Estás listo para vivir tu vida conforme a mi visión de las cosas y para unirte a mi programa? —No creo que tenga valor suficiente Jesús, pero la descripción que hago de ti en el libro es bastante buena, ¿no te parece? Lo que está particularmente bien es el método, ¿verdad? —Gracias, Dominic, por no falsificar mi mensaje para adecuarlo a tus incapacidades. Eso ya es algo. —¿No es bastante? —No, Dominic, no es bastante” 19. Ya es algo no falsificar a Jesús en nuestras imágenes, pero no es bastante. Es preciso que nuestra “imagen vital” de Jesús, y en lo posible también nuestras imágenes narrativas y figurativas sobre él, desde los rasgos verdaderos de Jesús, el Cristo, expresen la enorme fuerza de vida y de 19. J. D. CROSSAN, Jesús: biografía revolucionaria (Barcelona 1996) 16.
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esperanza solidaria de su Espíritu libre, liberador y humanizante. Es necesario que nos recuerden su fe, su amor y su alegría que participamos en nuestra comunión viva con el Señor, cuyo Espíritu nos mueve a actualizar y recrear la conducta histórica de Jesús en nuestra vida cotidiana.
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iii EN
BUSCA DE LOS RASGOS ESENCIALES DE LA IMAGEN VERDADERA DE JESÚS
DIFERENTES ITINERARIOS HACIA JESUCRISTO Retomemos en síntesis el itinerario de los primeros discípulos y discípulas hacia el conocimiento de Jesús como Cristo y Señor, para compararlo con nuestro itinerario personal hacia el mismo Jesucristo. Las diferencias y la semejanza de fondo entre ambos itinerarios son iluminadoras. El paso inicial del itinerario de los primeros discípulos, lo da Jesús: “no me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros” (Jn 15,16). Jesús los llama y los reúne en torno a él1, para que le acompañen haciendo visible la vida igualitaria y fraterna que propone Jesús al anunciar la llegada del Reino de Dios. En esa primera etapa del itinerario de aquellos discípulos y discípulas hacia Jesús (etapa que dura hasta la muerte de Jesús) los discípulos le acompañan, pero, “no le siguen”. No entran en comunión vital con Jesús porque sus imágenes sobre él no les permiten compartir su fe, ni asumir su causa y su proyecto del Reinado de Dios. Jesús los mantiene con él y les promete que el Espíritu que él les comunicará, les hará comprender todo lo que le han visto hacer y le han oído decir en esa primera etapa de su itinerario vocacional. Así pondrán conocer a Jesús como Cristo y Señor y le “seguirán” 1. Ver Mc 1,16-20; 3,13-19.31-35; Mt 2,18-22; 8,18-22; 10,1-4ss; Lc 5,1-11.27-32; 8,1-3; 9,1-6; 10,1-23.
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prosiguiendo su causa y su práctica del Reino como verdaderos “testigos” suyos. Esto se hace realidad en la segunda etapa de su itinerario hacia Jesús. “La experiencia pascual es un punto de partida nuevo para interpretar la persona de Jesús. A partir de ella se supera la decepción y el escándalo de su muerte y se vence la incomprensión anterior. La experiencia pascual es una experiencia de entusiasmo espiritual en el sentido espiritual y antropológico del término, que prorrumpe creativamente en himnos, doxologías y fórmulas de fe en Cristo. Pero la Pascua no es un punto de partida sin antecedentes. Siempre supone la referencia a Jesús de Nazaret. No se basa en un mito sino en el dato histórico de Jesús. Más aún: todas las interpretaciones pascuales son, de alguna manera, interpretaciones del Jesús histórico, de alguno de sus aspectos. Esto se resume en el nombre que hizo fortuna: Jesucristo. Jesús es el Cristo de la fe pascual. Pero la fe pascual no invalida la historia de Jesús. El Cristo es Jesús de Nazaret. Si Jesús no es el Cristo resucitado no hay fe. Pero si el resucitado no es el Jesús crucificado no hay fe cristiana” 2. Desde Pentecostés, el Espíritu del Señor les hace conocer bien al Jesús que acompañaron. Les hace entender las acciones, gestos y palabras de Jesús como del Hijo amado del Dios Abbá, fiel Testigo y Mesías sufriente de su Reino. Comprenden su filiación divina y su fraternidad universal; reconocen su fe, su esperanza y su amor en los sufrimientos y en la muerte en cruz; y experimentan la resurrección del crucificado como Señor de la vida del Reinado del Dios que incluye por gracia en su proyecto de vida digna, justa, filial y fraterna a excluidos, pecadores y perdidos, como mostró la práctica de Jesús. Al reconocer así a Jesús en su conducta histórica, los discípulos cambian su imagen de Jesús y viven en comunión con el Señor Jesús y con su 2. R. AGUIRRE, La reflexión de las primeras comunidades..., o.c., 11.
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causa: se hacen sus “testigos” con la luz y la fuerza del Espíritu, y prosiguen su misión de testimonio del Reinado de Dios con obras y palabras como las de Jesús. Y fundan comunidades de nuevos discípulos y discípulas congregados como seguidores de Jesús, Cristo y Señor. En ese primer movimiento del cristianismo, después de dar testimonio de viva voz durante unas décadas tras la muerte de Jesús, fundadas ya las primeras comunidades o Iglesias cristianas, el Espíritu movió a los discípulos a transmitirles por escrito lo que vieron y oyeron y vivieron con Jesús, tal como lo entendían y creían al mejorar sus imágenes de Jesús siguiéndole a partir de su experiencia pospascual. De aquella transmisión por escrito, los cuatro evangelios canónicos, los Hechos de los Apóstoles, sus cartas y el Apocalipsis, integran el Nuevo Testamento de nuestra Biblia. Nosotros, los cristianos y cristianas, discípulos y discípulas de Jesús en nuestros días, vivimos un itinerario hacia Jesucristo que, a primera vista, es muy diferente del itinerario de los primeros discípulos; pero, en el fondo, es muy semejante a él y nos conduce al mismo Jesús, Cristo y Señor, de quien ellos dieron testimonio. Ambos itinerarios están estrechamente relacionados, aunque en la mayoría de nuestros casos si fuimos bautizados de muy niños, el primer paso lo dio visiblemente nuestra familia, nuestros padres y padrinos y la Iglesia local como cuerpo sacramental de Jesucristo. Por la fuerza de la fe de ellos, y en muchos casos también por la fuerza de la tradición y las costumbres sociorreligiosas, fuimos llevados a la pila bautismal y nos injertaron en Cristo Jesús por el bautismo. El Señor vino a cada uno de nosotros por su Espíritu, y nosotros no nos enteramos entonces. Así comenzó una primera etapa de nuestro itinerario cristiano que duró los años en que el Señor estuvo en nosotros sin que lo conociéramos en absoluto. 95
Una segunda etapa se inició en el lento despertar de nuestra conciencia durante la infancia y la preadolescencia. Al comienzo de esta segunda etapa, e incluso antes, empezaron a entrar en nuestra mente y en nuestra afectividad algunas informaciones e imágenes de Jesús, mucho antes de que nosotros le conociéramos a él “personalmente”. Sus imágenes nos miraban desde las paredes de casa, en el colegio, en el templo y en ciertas láminas, cuadros, estampas e ilustraciones de algunos libros. Determinadas imágenes de Jesús fueron poblando nuestra imaginación e influyeron en nuestros sentimientos y afectos al oír narraciones, rezos, predicaciones y cantos sobre Jesús a ciertas personas de la familia, en la casa, en el colegio, en la iglesia, en los catecismos, en las celebraciones litúrgicas o en las novenas y en las fiestas, sobre todo en Navidad y en la Semana Santa. Hubo un proceso de años en los que fuimos descubriendo y conociendo a Jesús a través de numerosas imágenes, informaciones, textos, oraciones, cantos, catequesis y sacramentos como la eucaristía, la primera comunión y la confirmación, que completan con el bautismo la “iniciación cristiana” y jalonan nuestro prolongado Pentecostés. Nuestro Pentecostés se extiende a lo largo de toda la vida; desde el bautismo hasta la muerte que consumará nuestro bautismo en la Pascua de Jesús. Antes, durante las etapas de la vida, el Espíritu quiere mejorar nuestras imágenes de Jesús mientras le seguimos. El gran objetivo son los rasgos esenciales de la imagen verdadera que Jesús dio de sí mismo, cuyas huellas están en las narraciones y testimonios de fe que los primeros testigos escribieron en los evangelios y en todo el Nuevo Testamento. El Espíritu del Señor nos cita en los evangelios, en el Nuevo Testamento y en la Biblia entera, para que podamos conocer y seguir mejor a Jesús, Cristo y Señor, haciéndonos sus testigos en las situaciones cotidianas de nuestra vida. 96
CENTREMOS LA BÚSQUEDA EN LOS EVANGELIOS El Concilio Vaticano II resalta la singular importancia de los evangelios como testimonios en los que se pueden encontrar las huellas de los rasgos esenciales de la verdadera imagen vital de Jesucristo. Dice el Concilio que “los evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo encarnado, nuestro Salvador” 3. Dice el afamado profesor e investigador del Nuevo Testamento Rudolf Schnackenburg, en su pequeño libro testimonial sobre la amistad con Jesús: “Nos interesa conocer la imagen que trasmiten los evangelios sobre este hombre que anunció el reino de Dios, curó a muchos enfermos y quiso hacer sentir a los hombres el amor y la misericordia de Dios, ya que los evangelios son prácticamente la única fuente que poseemos sobre la vida y la muerte de Jesús de Nazaret” 4. Durante mucho tiempo se leyeron los evangelios como crónicas biográficas sobre Jesús. Se suponía que los evangelios contaban los hechos y dichos de Jesús tal como sucedieron. Hoy está muy claro que los evangelios no nos ofrecen biografías de Jesús, sino testimonios de fe en el sentido que enseguida explicaremos. Pero la mayor parte del pueblo cristiano que arrastra un fuerte déficit de formación bíblica, sobre todo en la Iglesia católica, conserva la visión de los evangelios como narraciones biográficas de Jesús. Y esto ha generado infinidad de imágenes “seudobiográficas” de Jesús. Para emprender cualquier búsqueda de los rasgos de la imagen de Jesús en los evangelios, hay que tener en cuenta los pasos que siguió el proceso de la experiencia y el tes3. Dei Verbum, 18. 4. R. SCHNACKENBURG, Amistad con Jesús (Salamanca 1998) 17.
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timonio de los primeros discípulos que condujo a la redacción de los evangelios. Se dio primero el acontecimiento original de la vida y la predicación de Jesús, que, tras los acontecimientos que siguieron a su muerte en cruz, originó la experiencia de fe de los discípulos y su transmisión oral. Hubo, pues, una trasmisión testimonial oral que fue creando las primeras comunidades cristianas con quienes creyeron en Jesús por la predicación pospascual de los discípulos. Esa trasmisión oral de los testimonios de fe sobre Jesús, Cristo y Señor, se articuló con algunos escritos fragmentarios. Se escribieron las primeras cartas de Pablo en torno al año 50, y los cuatro evangelios de nuestro Nuevo Testamento fueron redactados entre los años 60 y 90 o 100. Hay que considerar, pues, tres períodos que dan lugar a tres estratos: Primero, el estrato de la situación histórica original vivida por Jesús. Jesús de Nazaret en su práctica y en su anuncio testimonial hasta la muerte en cruz, fue, con la fuerza del Espíritu, el Evangelio viviente de Dios Padre, la Buena Noticia viva de la llegada del Reino de Dios. Segundo, ese acontecimiento histórico-salvífico, desde la experiencia histórica y por la experiencia pascual de los discípulos, se hizo vivencia y reflexión pospascual de fe transmitida verbalmente. Jesús, su práctica y anuncio del Reino, así como su muerte y su resurrección con su significación bíblico-salvífica, son experiencia de fe y testimonio proclamado de viva voz por los discípulos, Esa transmisión oral se diversificó en varias tradiciones y fue creando textos fragmentarios, cartas, himnos, oraciones, fórmulas de fe y relatos sueltos. El Evangelio que es Jesús, Cristo y Señor, se transmitió en anuncios o evangelios proclamados oralmente. Tercero, las tradiciones orales y esos textos fragmentarios dispersos se recogen y se integran en la redacción de los evangelios. Así, el Evangelio que es Jesús, Cristo y Señor, en su práctica y su anuncio del Reino de Dios, y su muer98
te y resurrección testificados oralmente por los primeros testigos, celebrados y vividos por las primeras comunidades cristianas, son testificados y legados también por escrito en los evangelios. Cuatro evangelios están reconocidos como “canónicos” o fueron “canonizados” por la Iglesia: los de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Se escribieron otros evangelios que no fueron “canonizados” o reconocidos por la Iglesia como transmisiones suficientemente fieles de la persona y la obra de Jesús, Cristo y Señor. Estos evangelios no “canonizados” quedan como “evangelios apócrifos”. Unos son llamados apócrifos eclesiales, aceptados y leídos como libros de piedad, y algunos de sus datos se revalorizan ahora para conocer más detalles sobre la situación original que vivió Jesús; otros son apócrifos no eclesiales, rechazados como heréticos 5. Entre la práctica pública original de Jesús, que comenzó en torno al año 27, y la redacción del primer evangelio reconocido por la Iglesia como canónico (el de Marcos) pasaron de treinta a cuarenta años. Las comunidades sintieron necesidad de que se consignaran por escrito la memoria y la experiencia de Jesús, Cristo y Señor, transmitidas por los primeros discípulos, para que las nuevas generaciones de discípulos y discípulas pudieran nutrir e iluminar la vivencia de su fe cristiana. Y en la transmisión escrita de las tradiciones orales y de las otras fuentes sobre Jesús, también entró en cada evangelio la adaptación de esas tradiciones y textos a los problemas y necesidades de cada comunidad, con el fin de iluminar la fe en Jesús de aquellos cristianos y cristianas en sus diferentes culturas y circunstancias históricas. “Se suelen distinguir tres tipos de comunidades: judeocristianas, cristianas-judeohelenistas y paganocristianas: se explica que en el Nuevo Testamento nos encontremos con una 5. Sobre unos y otros evangelios, X. PIKAZA, Evangelio y evangelios (Madrid 1982) 21-23.
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evolución audaz y rápida en la interpretación de Jesús con diferentes imágenes de él, con diferentes cristologías” 6. El evangelio de Marcos, redactado entre los años 60 y 70, se dirigía a una pequeña comunidad cristiana probablemente asentada en Roma bajo las dificultades de la persecución. Una comunidad necesitada de poner sus ojos en Jesús para profundizar en el misterio de la fe en su persona rechazada y humillada y en su misión incomprendida, pues se trataba de seguir a un Salvador perseguido y crucificado. Probablemente entre los años 80 y 90 se escribieron los evangelios de Mateo y de Lucas, mediante la adaptación y combinación de Marcos con una lista de dichos de Jesús (que los especialistas llaman “fuente Q”) y de tradiciones recogidas por Mateo y por Lucas respectivamente. La comunidad a la que se dirige el evangelio de Mateo, con mayoría de judíos convertidos, vivía una situación compleja y tensa, ante todo por los conflictos con los judíos acentuados después de la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70, y por los problemas y necesidades de una comunidad cristiana de segunda generación con desgastes, divisiones y desalientos, y con los problemas que planteaban los conversos “judaizantes”. De ahí la catequesis de Mateo con trazos definidos sobre la figura de Jesús y su mensaje vistos como el cumplimiento pleno del Antiguo Testamento en la nueva Ley de gracia, y sobre la identidad de vida de sus seguidores en los contextos judíos de aquella coyuntura histórica. La comunidad de Lucas era también de cristianos de la segunda generación; una comunidad de “paganocristianos” que vivía inmersa en el contexto cultural y político del imperio romano, con la mirada abierta a la cultura helenista y al imperio romano porque vivían en diálogo con ellos afrontando situaciones y problemas nuevos. 6. R. AGUIRRE, La reflexión de las primeras comunidades..., o. c., 9.
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También internamente vivía esa comunidad situaciones y tentaciones nuevas por la atracción de los bienes de una cultura floreciente, las riquezas y el prestigio. Se olvidaba la radicalidad del seguimiento de Jesús por la dilación de la anunciada vuelta del Señor. Una comunidad necesitada de conversión al fervor primero de la misión del Reino, en la escucha y el seguimiento de Jesús. El último de los cuatro evangelios canónicos, el de Juan, se escribió probablemente en los últimos años del siglo I después de Cristo. La comunidad a la que se dirigen los escritos joánicos, vivía situaciones complejas de polémicas doctrinales internas y de persecución por parte de los judíos de la tradición farisaica que se impuso después del año 70. La comunidad cerró filas en torno a un misterioso personaje llamado “el discípulo amado” que, al parecer gozó de gran cercanía a Jesús y de enorme autoridad espiritual. El evangelio de Juan es diferente de los de Marcos, Mateo y Lucas, los tres sinópticos; estos son más narrativos en su estructura y lenguaje, y el de Juan más teológico y espiritual. Hay que insistir con claridad en que los evangelios no son crónicas históricas sobre Jesús, no son biografías. Son testimonios de fe procedentes de la experiencia histórica que tuvieron de Jesús los primeros discípulos y de su comprensión pospascual del Señor. Y como esos testimonios de fe se apoyan en recuerdos históricos, contienen datos de la historia y muestran trazos de los contextos socioculturales y religiosos en que vivió Jesús; en relación a esos datos y a esos contextos aparecen las actitudes y reacciones de la conducta histórica de Jesús y de sus mensajes. Pero, con frecuencia, los contextos y las circunstancias que aparecen en los evangelios responden a los problemas posteriores que vivían las comunidades para las que se escribió cada evangelio. Dicho de otra manera: los evangelios no son filmaciones ni fotografías de Jesús “en directo”. Son retratos inspirados en recuerdos históricos de Jesús, dibujados y pinta101
dos con la luz y los colores “pospascuales” con que lo experimentaron y conocieron los discípulos siguiéndole y testificándole después de la resurrección. Esos testimonios de fe se redactaron (pintaron las imágenes de Jesús) para sostener, purificar y estimular la fe de los cristianos y cristianas de cada comunidad en su seguimiento de Jesús, Cristo y Señor. Por eso tienen en cuenta los problemas, dificultades y necesidades de cada comunidad, y los afrontan desde la práctica y las enseñanzas de Jesús. Y en los evangelios, los testimonios de fe se expresan en creaciones teológicas con géneros literarios orientales, semitas, hebreos y grecorromanos; en los lenguajes propios de las culturas religiosas de entonces. Ahí se incrustan algunos datos históricos y de los contextos, situaciones, leyes y costumbres culturales, socioeconómicas, políticas y religiosas de aquel tiempo en aquellos lugares. Pero no se explicitan los numerosos datos, situaciones, leyes y costumbres que ya eran conocidos por los miembros de aquellas primeras comunidades a las que se dirigían los evangelios. Los testimonios de fe así expresados, están organizados en cada evangelio “catequéticamente” para cada comunidad. Hemos heredado de aquellas primeras comunidades cristianas, los retratos y las imágenes de su fe en Jesús, Cristo y Señor. Las posibilidades que ofrecen los evangelios para la búsqueda de las huellas de unos rasgos esenciales de la persona de Jesús y de su estilo de vida, su causa y su mensaje (rasgos que pueden inspirar buenas imágenes figurativas, narrativas y teológicas de Jesús y que deben integrar su verdadera “imagen vital”), las resume así Jesús Peláez: “En los últimos tiempos, los evangelios han recuperado cierto grado de credibilidad histórica y se consideran una plataforma válida para acceder al Jesús de la historia, aunque no lo suficientemente amplia como para poder escribir su biografía. (...) Al colocar los hechos y dichos de Jesús en el contexto de la época, se muestra en muchos casos la 102
coherencia histórica del relato evangélico que permite creer en la posibilidad de reconstruir desde el punto de vista histórico las coordenadas del ministerio terrestre de Jesús y dibujar, al menos, las grandes actitudes que caracterizan su persona. (...) Creo que estamos en condiciones de recuperar las grandes actitudes o comportamientos básicos del Jesús de la historia. Las líneas maestras de su estilo de vida y de su mensaje, que son proclamadas por la comunidad primitiva, deben apuntar a mi juicio, en mayor o menor grado, a sus comportamientos y actitudes básicas. (...) Aunque no podamos escribir la vida de Jesús en detalle, creo que en el actual estado de la investigación estamos en condiciones de recuperar los rasgos característicos de la misma y, a grandes trazos, su estilo totalmente peculiar de vida” 7. Una doble conclusión importante para nuestra búsqueda: en los evangelios pueden verse algunos rasgos esenciales de la imagen viva que Jesús da de sí mismo, sobre todo en sus grandes actitudes y comportamientos básicos. Pero esos rasgos sólo se descubren y se comprenden bien en su significado evangélico, si las actitudes y los comportamientos de Jesús se contemplan a la luz de los contextos históricos de las situaciones y conflictos que él vivió; contextos culturales, socioeconómicos, políticos y religiosos. IMPORTANCIA DE LOS CONTEXTOS PARA VER A JESÚS EN LOS TEXTOS DE LOS EVANGELIOS
En la historia, los textos nacen fechados y ubicados, y las personas nacemos, vivimos y morimos ubicadas y fechadas. El tiempo y el lugar con sus circunstancias históricas, marcan a las personas y a los textos, forman parte de nuestra hechura. Todos los textos y las personas son hijos de su tiempo y de su lugar. Si ignoramos el contexto histórico de un texto, deformaremos el texto. Y si el tiem7. J. PELÁEZ, “Un largo viaje hacia el Jesús de la historia”, o. c., 119123.
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po y el lugar de la creación de un texto son tan distantes y distintos del tiempo y del lugar de sus lectores que hasta la lengua, la cultura y el mundo social cambian, ese texto necesita traducirse e interpretarse a la luz de los contextos en que nació. No se puede aislar un texto de sus contextos. Y si se trata de conocer y de entender bien a una o más personas de un tiempo y un lugar lejanos presentados en textos de aquel tiempo y lugar, son aún más necesarios y decisivos los contextos históricos, las circunstancias y costumbres del mundo y sistema social en que nacieron las personas y los textos. Por tanto, para entender lo que quieren decir los textos de los evangelios, es necesario tener idea de los contextos en que nacieron esos textos, del género literario y la cultura en que fueron escritos. Y para entender y conocer bien las actitudes y los comportamientos del Jesús que nos presentan esos textos, es indispensable tomar muy en cuenta el mundo social y religioso y el sistema de relaciones y costumbres en que vivieron Jesús y las gentes con quienes Jesús se relaciona en esos textos; las circunstancias, situaciones y contextos geográficos, demográficos e históricos en que acontecen la vida cotidiana de Jesús, su conducta, su predicación y su muerte. En los textos de los evangelios se trata de “descubrir lo que los testigos originales del acontecimiento ‘Jesús’ tenían que decir, qué era lo que querían decir en su propio contexto social”, dice el gran especialista de la lectura contextualizada de la Biblia, Bruce J. Malina, principal animador del “Context Group: Proyecto para el estudio de la Biblia a la luz de su contexto cultural” 8. “Los escritos del Nuevo Testamento”, dice Malina, “son documentos altamente contextualizados. En ellos, mucho –por no decir la mayor parte– de lo que es necesario para una interpretación ade8. B. J. MALINA, El mundo social de Jesús y los evangelios (Santander 2002) 19; véase el prólogo en que R. Aguirre presenta al autor y su obra.
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cuada se queda sencillamente sin decir, pues se da por supuesto que el lector lo conoce ya a partir de la experiencia que posee de la cultura de las sociedades mediterráneoorientales del siglo I. Ésta es otra razón por la que la exégesis profesional debería ofrecer escenarios propios de estas sociedades que los escritores de la época daban por supuestos. La oferta de tales escenarios, con la consiguiente recreación del correspondiente contexto, facilitaría al lector moderno la tarea de interpretar el texto. (...) De lo contrario no podremos sino poner en boca de los autores bíblicos nuestras propias palabras y significados, comportamiento este que adolece de los pecados intelectuales de anacronismo y etnocentrismo” 9. Nadie puede arrancar impunemente al Jesús de los evangelios de sus contextos culturales y circunstancias históricas o aislarlo de las gentes y situaciones de su pueblo y de su mundo y sistema social de costumbres y relaciones. Quien lo hace, desconoce a Jesús y no descubrirá los rasgos esenciales de su imagen vital verdadera. De igual manera que no se tiene la imagen verdadera de una persona ignorando sus circunstancias históricas, sus contextos, su entorno vital, las situaciones en que vive, las relaciones que mantiene, su cultura y sus costumbres, sus acciones, reacciones y comportamientos ante las realidades que le afectan. Ignorando todo eso que es su mundo interpersonal y social en que se mueve, no nos creamos una imagen verdadera de esa persona, sino la imagen de un fantasma inventado por nosotros. Esto se comprende perfectamente con unos cuantos ejemplos concretos. Así, al ver en el evangelio de Juan 4,142 a Jesús conversar larga y confiadamente con una mujer samaritana junto a un pozo de agua en pleno campo, y leer en ese texto que los discípulos al verlos de lejos “se sorprendieron de que Jesús estuviese hablando con una mujer, 9. B. J. MALINA, Ibíd., 51-52.
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y ninguno se atrevió a preguntarle qué quería de ella o de qué estaban hablando” (4,27), si ignoramos las severas leyes y costumbres que prohibían a las mujeres hablar en lugares públicos con un varón, máxime si éste era un “maestro”, y todavía más si él era judío y ella samaritana, no comprenderemos el significado y el gran alcance de esa conversación en que Jesús se revela precisamente a esa mujer rompiendo costumbres y leyes muy graves y arraigadas en aquellos pueblos. Cuando vemos en los evangelios sinópticos el trato personal que dispensa Jesús a las mujeres (sin negarles lo que le piden ni reprocharles nunca nada aunque sean prostitutas o adúlteras; perdonándolas y defendiéndolas frente a leyes y penas tan inhumanas como la muerte a pedradas; incluso permitiéndoles Jesús que le besen los pies ante los fariseos o aceptándolas en su grupo de discípulos), si ignoramos las terribles marginaciones a que sometían a las mujeres las sagradas leyes y las costumbres sociales, familiares y religiosas, no podremos captar lo que para entonces y también para hoy significan los comportamientos de Jesús con la mujer. Vemos también en varios textos de los evangelios que los discípulos impedían a los niños acercarse a Jesús, pero Jesús reprende a los discípulos y acoge a los niños y los bendice. Y cuando los discípulos preguntan al Maestro quién es el mayor en el Reino de Dios, Jesús llama a un niño, lo pone en medio de los discípulos y asegura: “éste es el mayor en el Reino, y de los que son como este niño es el Reino de Dios” (Mc 10,13-16; Mt 18,1-5). Al leer todo eso podemos emocionarnos, pero si no consideramos que en aquella sociedad los niños eran “nadie” (y menos aún las niñas) ya que vivían menospreciados e increíblemente desvalidos, sin estatus de “persona” y sin derechos hasta su mayoría de edad a los 12 años, sólo veremos en Jesús paciencia y ternura hacia los pequeños, y nos perderemos lo más sorprendente y fuerte que Jesús quería expresar con 106
sus gestos y palabras sobre los niños y niñas en relación con el Reino de Dios: el aprecio y amor preferencial de Dios por los “últimos”, los despreciados, excluidos y desvalidos, los “nadie”. Si leemos en los evangelios que Jesús y sus discípulos andaban con publicanos o pecadores públicos, prostitutas y gentes mal vistas y marginadas, catalogadas como indeseables e intratables, y que comían con ellos (incluso a algunas de esas gentes las aceptó Jesús como discípulos y discípulas) y vemos a los escribas y fariseos indignarse y acusar fieramente a Jesús, pero no sabemos quiénes eran unos y otros ni qué papeles jugaban en aquella sociedad “teocrática”, nunca comprenderemos lo que Jesús pretendía y se jugaba con una conducta tan llamativa, sorprendente y escandalosa en aquellos contextos sociales y religiosos. Y si ignoramos los fenómenos de discriminación, exclusión y división que fragmentaban en tiempos de Jesús aquella sociedad, fenómenos legitimados y “sacralizados” por la sagrada Ley y por el Templo; si ignoramos la situación económica de los distintos sectores, el abismo entre ricos y pobres, el desprecio a los extranjeros y el odio y la venganza contra los enemigos; entonces no entenderemos las “bienaventuranzas” en Lucas ni en Mateo, ni descubriremos la verdadera “novedad” de la práctica de Jesús y de sus preceptos y parábolas sobre el amor al prójimo incluyendo a los enemigos. También desconoceremos los riesgos que afronta Jesús por la novedad de la vida del Reino que revela y ofrece en su conducta con los “leprosos”, con los “pecadores públicos”, con los enfermos y otras gentes consideradas “endemoniadas” que eran excluidas y condenadas, si ignoramos lo que estaba prohibido hacer en sábado y las listas negras de personas malditas e indeseables por enfermedades de la piel que creían “lepra”, por situaciones de indigencia y miseria, por condición de origen “pagano” o extranjero y por oficios contaminados y contaminantes de la llamada 107
“impureza legal” (pastores, curtidores, médicos o curanderos, basureros, etc.). Si ignoramos hasta qué punto discriminaba a las personas el Templo de Jerusalén, con sus patios y espacios prohibidos a enfermos, a extranjeros, a mujeres y niños, incluso bajo pena de muerte; y cómo fragmentaban a la población las tarifas de venta de animales para las ofrendas y sacrificios de perdón y de purificación; o el negocio del cambio de moneda y la suntuosidad del tesoro del Templo, mientras se acumulaban la indigencia y la mendicidad fuera de los sagrados muros, nunca entenderemos los sentimientos y las intenciones de Jesús cuando arroja a los mercaderes del Templo y vuelca las mesas de los cambistas diciendo “habéis convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Mc 11,15-19; Jn 2,13-22). Y si desconocemos cómo era entonces la imagen oficial de Dios y qué tipo de Reino de Dios esperaban los dirigentes del pueblo, tampoco entenderemos el escándalo y la ira que producía el trato de intimidad filial que mantenía Jesús con su Dios Abbá y el programa del Reino de Dios que anunciaba y practicaba él con el perdón gratuito a los pecadores y la amorosa acogida a los “legalmente impuros”, a los condenados e indeseables. Toda la Novedad de Jesús, su Buena Nueva de vida digna para todos y todas, que lo define a él, brilla de manera sorprendente y hasta escandalosa a contra luz de los sombríos contextos de muerte que le rodean. Lamentablemente, demasiadas lecturas de los evangelios falsean a Jesús porque lo aíslan de sus contextos históricos. Hoy la mayoría de los cristianos y cristianas no necesitamos doctorarnos en ciencias bíblicas para tener idea de las gentes, los grupos y sectores humanos del entorno histórico de Jesús, sus ideologías, sus relaciones, las leyes y costumbres vitales y mortales de aquel mundo social, cultural y religioso, para conocerle en los testimonios y narraciones de los evangelios descubriendo en su conducta y en 108
su mensaje sus actitudes personales, e identificando los grandes rasgos de su verdadera imagen. Las nociones fundamentales ya se divulgan en las introducciones y en las notas de las mejores Biblias y Nuevos Testamentos que se editan ahora. Todas las nuevas ediciones deberían ofrecer esas nociones sobre los contextos históricos de Jesús. También existen revistas bíblicas con números dedicados a esto. Y hay libros que lo divulgan al alcance de cualquier persona que se interese 10. HAY RASGOS QUE NO DEBEN FALTAR EN NUESTRA “IMAGEN VITAL” DE J ESÚS En las páginas de los evangelios y en todo el Nuevo Testamento, hay rasgos que no deben faltar en ninguna imagen digna de Jesús, Cristo y Señor. No hay que poner vallas ni andaderas a la búsqueda de esos rasgos. Los caminos se abren al contemplar a Jesús en los espacios humanos y religiosos de su pueblo en su tiempo. Se trata de contemplarlo en su conducta, en sus relaciones con los diversos sectores y personas de la sociedad; en sus acciones, en sus reacciones, en sus oraciones y en todos sus comportamientos ante lo que él ve que viven, sufren esperan y necesitan las diversas gentes de su pueblo en su tiempo. Y en los evangelios hemos de verlo siempre dentro del marco histórico de los contextos de su vida cotidiana; en contraste con la conducta y los objetivos de los escribas y fariseos, saduceos y autoridades del Sanedrín y del Templo; dentro 10. J. L. SICRE, El Cuadrante, II La apuesta: el mundo de Jesús (Estella 1998); F. MORACHO, Lo que Jesús hacía y decía (Bogotá 1996); C. MESTERS, Jesús, ¿sí o no? (Estella 1998); J. RICHES, El mundo de Jesús: el judaísmo del siglo I, en crisis (Córdoba 1996); J-P. CHARLIER, Jesús en medio de su pueblo (Bilbao 1993); J. JEREMÍAS, Jerusalén en tiempos de Jesús (Madrid 1997); una síntesis en T. CABESTRERO, El Dios de los imperfectos: reciclar nuestras vidas en la Novedad de Jesús (Madrid 2003) 33-73.
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del conflicto en que lo mete en esos contextos su anuncio y su práctica del Reino de Dios, conflicto que lo lleva a morir crucificado. Lo vemos también en el testimonio que luego dan de él sus discípulos y discípulas diciendo que “resucitó el crucificado”, y dando testimonio de él con la luz y la fuerza del Espíritu santo. En contraste con la sombría y múltiple dominación que oprimía y condenaba la vida de muchas gentes, tal como lo muestran todos los contextos históricos, familiares, sociales, culturales políticos, económicos y religiosos, se descubren los rasgos esenciales de la luminosa y liberadora novedad de Jesús. Las búsquedas pueden seguir diferentes claves o vías. Una clave posible es observar en los evangelios las relaciones y comportamientos de Jesús, viendo con quiénes simpatiza y se identifica él, y por qué; y con quiénes no puede simpatizar, y por qué. Viendo cómo reacciona Jesús ante unos y otros, qué consecuencias le trae todo eso, y por qué y cómo las enfrenta. Otra clave posible es observar qué hace y qué anuncia Jesús; y qué reacciones suscita lo que él hace y anuncia. Y ver en concreto qué hacen con Jesús las diferentes gentes, y qué hace Jesús con eso que hacen con él unos y otros. Otra clave, cómo juzga Jesús a las diversas instituciones de su tiempo, al ver cómo orientan, influyen y condicionan la vida de las gentes, comenzando por las instituciones más sagradas de Israel, la Ley y el Templo. Una prolongación de esa clave es identificar al Dios de los escribas y fariseos, y al Dios del Templo; e identificar también al Dios de la predicación de Juan Bautista, y al Dios de Jesús, viendo las actitudes y el programa de cada Dios para con la gente. Puede haber otras claves de búsqueda, por ejemplo, descubrir el credo de Jesús; el credo que da sentido a su vida y a su muerte. Son claves que no se excluyen unas a otras, sino que se complementan. Con una u otra clave (o 110
con varias o sin ninguna) y teniendo en cuenta siempre las características propias de cada evangelio y de cada texto, lo decisivo es zambullirse con perseverancia en la lectura creyente del evangelio, “fijos los ojos en Jesús” a la luz de los contextos históricos, atentos a captar lo que quiere decir cada evangelista a su comunidad cristiana. Comparto ahora con los lectores algunos detalles de las búsquedas realizadas con diferentes personas en sucesivos talleres, por si el lector o lectora encuentra en esta experiencia alguna luz u orientación para su propia búsqueda. Después de recuperar cada tallerista la memoria histórica de sus imágenes de Jesús desde la propia infancia, y de analizar los contextos sociorreligiosos en que vivió Jesús y las costumbres de las gentes con quienes se relacionó, en esos talleres primero damos una mirada a Galilea, patria y escuela de Jesús; porque “corre el riesgo de no conocer a Jesús de Nazaret, quien no lo vea en la sociedad galilea del siglo I” 11. También tomamos unos datos iniciales del Jesús histórico de unas pocas páginas del primer volumen de la obra de P. J. Meier Jesús, un judío marginal, que Raymon E. Brown califica como “el mejor estudio histórico del siglo XX sobre Jesús” 12. Y nos dedicamos a contemplar a Jesús en los evangelios en lecturas personales reposadas, teniendo muy en cuenta las personas, situaciones, leyes y costumbres que aparecen en los textos. Cada uno va anotando los rasgos que ve como más esenciales e insistentes en las actitudes, decisiones, comportamientos y mensajes de Jesús. Preferimos hacer esta búsqueda en los evangelios sinópticos por ser más narrativos. A través de las lecturas personales compartidas en grupos y plenarios, y también a través de la oración y las cele11. J. J. BARTOLOMÉ, “Jesús de Nazaret, profeta galileo: Galilea, patria y escuela de Jesús”, Vida Religiosa 6 1 nov. 2000, pp. 404-412. 12. P. J. MEIER, Jesús, un judío marginal, nueva visión del Jesús histórico: (Estella 1997-2003).
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braciones que hacemos en el taller, vamos viendo la conducta de Jesús en sus relaciones con su Dios Abbá y con las diversas personas, sectores e instituciones, a la luz de los contextos históricos de su tiempo; y percibimos las opciones fundamentales de Jesús en sus comportamientos y en sus propuestas. Nos asomamos al proyecto del Reinado del Dios de la gracia y la vida digna, justa y básicamente igualitaria, filial y fraterna para todos y todas, tal como Jesús lo anuncia y lo practica; Reinado en el que él cree firmemente al sentirse ungido por el Espíritu para ser su profeta, su testigo, su servidor sufriente. Y vemos que esa causa conduce su vida con esperanza y amor indestructibles hasta hacerle asumir las consecuencias históricas más duras, el rechazo, el conflicto y la muerte con que responden a su anuncio y a su práctica los poderes fácticos de entonces. Vemos que esos poderes daban culto a la vida desigual: felicidad y salvación para los pocos que se creían puros y perfectos, y maldición y condenación para los muchos excluidos como legalmente impuros e imperfectos. Y, “lógicamente”, esos poderes rechazan y condenan a Jesús como blasfemo y subversivo. Y Jesús, fiel a su Dios y a su proyecto del Reino, mantiene en el conflicto su opción por los últimos, a quienes anuncia la Buena Noticia de la llegada del Reino de vida y salvación en el que los excluidos son incluidos y los últimos son los primeros. A Jesús lo excluyen como al último de los últimos, crucificándolo; y el Espíritu de vida de amor sin egoísmos, fiel a sí mismo, lo constituye en el primer resucitado de entre los crucificados y en Señor de la vida igualitaria del Reino de Dios. Esa resurrección del crucificado, como asunto de más allá de la historia pero en favor de la historia, sólo se ve en algunos de sus efectos históricos. En la parte final de los evangelios, vemos que esos efectos los experimentaron los discípulos de Jesús, que se habían quedado fuera del conflicto y del drama del crucificado, confundidos y frustrados en sus propias expectativas, sin entender nada. Jesús se 112
había dedicado a prepararlos, y esa preparación permaneció en el subconsciente como un potencial que activó en Pentecostés el Espíritu prometido. Cuando se les abren los ojos de la fe y tienen experiencia de que el crucificado vive, lo testifican asumiendo su misión y su causa del Reino con las mismas consecuencias que Jesús. Esa experiencia pospascual de los discípulos, cuyo inicio aparece en la última parte de los evangelios, lo narra, como sabemos, el libro de Lucas sobre los Hechos de los Apóstoles. Reduciendo a muy pocas palabras los rasgos esenciales de las numerosas imágenes narrativas de Jesús que encontramos en los evangelios sinópticos, llegamos a plasmarlos brevemente como gritos de la fe de Jesús. Y estos gritos se nos integran así en rasgos esenciales de la “imagen vital” de la fe en Jesús, Cristo y Señor: —¡Abbá!: grito íntimo de llamada y desahogo filial inundado de confianza y cariño al Dios Padre de ternura y amor misericordioso, que en Jesús ofrece y comunica gratuitamente a todos los que creen, abundante vida reconciliada, justa, filial y fraterna; y la regala primero a los últimos. En el Espíritu de amor mutuo (paterno y filial) que le hace ser hermano y servidor de todos los humanos, Jesús vive una intimidad muy singular con su Dios Abbá. Y esta experiencia singular es un torrente de amor que llena y envuelve a Jesús y le mueve a ser existencialmente fiel al proyecto del Reinado de Dios: —¡Venga tu Reino!: Cuando Jesús enseña a orar a sus discípulos con su propia oración filial, les invita y los introduce a participar en su personal clamor por el Reino de Dios Padre. Los evangelios sinópticos presentan a Jesús seducido por el Reinado de Dios y por el Dios del Reino. Esa pasión nutre su fe, su esperanza su amor, todo su vivir y también su muerte. Jesús no revela a su Dios Abbá con doctrinas teóricas, sino con el anuncio y la práctica de su Reino de vida para todos; comunicando con obras y pala113
bras esa Buena Noticia a los pobres, a los desvalidos, a los perdidos o pecadores y a todos los excluidos de la vida. —¡Tus pobres y excluidos!: ¡Todas las mujeres y todos los niños y niñas menores de 12 años, la multitud de enfermos y enfermas, pordioseros y mendigos, prostitutas, pecadores y demás perdidos, los extranjeros y todos los desdichados de las interminables listas de impuros e ilegales, malditos, despreciados y excluidos! Jesús pone en práctica la voluntad de amor inclusivo de su Dios Abbá acercándose a ellos, apreciándolos, restaurando su dignidad y su autoestima e incluyéndolos en la vida común. Sin que medien méritos de ningún tipo, gratuitamente; porque los últimos son los primeros en el Reino. Y esto escandaliza y despierta iras y rechazos contra Jesús y su causa que es ese Reino de Dios. —¡El conflicto y la cruz!: Como un huracán despiadado, envolvió y zarandeó a Jesús el “sagrado” rechazo de los fanáticos del “Dios” de la vida desigual, exclusiva y excluyente. Jesús fue acosado, perseguido, condenado y excluido como el último de los últimos. “Despojado de todo poder y grandeza, en su condición de hombre se humilló hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,6-8). En Getsemaní y en el Calvario, Jesús experimenta en su humanidad mortal el abandono de Dios y él se abandona en las manos de Abbá: “¡Padre, en tus manos...!” (Mc 15,33-34; Lc 23,44-46): —¡Resucitó y vive el Crucificado!: “Se dejó crucificar en su débil naturaleza humana y ahora vive por la fuerza de Dios” (2Cor 13,4). “Como era hombre lo mataron, pero resucitó porque murió poseído por el Espíritu de vida para todos” (1Pe 3,18). Así lo experimentaron sus discípulas y discípulos que “conocieron” por fin la fuerza y el alcance salvífico de su amor y se transformaron liberándose del miedo y de los esquemas mentales y religiosos que les falseaban la imagen de Jesús. Desde entonces, le siguieron prosiguiendo su misión con su Espíritu: 114
—¡Misión universal!: El Espíritu del Señor que activó el potencial que Jesús inyectó en los primeros discípulos y discípulas para que lo conocieran y le siguieran prosiguiendo su misión, se nos comunica a los bautizados en Jesucristo como miembros de su cuerpo eclesial. Sabemos que su fe es y ha de ser nuestra fe; su credo, nuestro credo. Sus rasgos y gritos han de ser gritos y rasgos de nuestra imagen vital de Jesús, hasta que lleguen a ser nuestros gritos y nuestros rasgos. Porque todos los bautizados estamos llamados a configurarnos con la imagen del Hijo amado y servidor fiel, sufriente y glorioso del Reinado del Dios de vida, haciendo “como Jesús” en favor de toda la humanidad, con el estilo, los objetivos y el Espíritu del mismo Jesús, Cristo y Señor. Innumerables mujeres y hombres alcanzados por Jesucristo, le han seguido y lo han conocido, lo conocen y le siguen, en los diferentes estados de vida. Nos preceden, nos acompañan, nos alientan. Todos ellos han expresado los rasgos de su “imagen vital” de Jesús en sus vidas y en sus muertes. Y algunos también los han consignado en sus escritos. Muchos escritos nos sirven, junto a los evangelios, al Nuevo Testamento y a toda la Biblia, como manantiales donde beber la experiencia de Jesús, reflejos vivos de su imagen verdadera para mejorar nuestras propias imágenes de Jesús. LAS
IMÁGENES DE J ESÚS EN LOS EVANGELIOS SUPERAN EN
AUTENTICIDAD A LAS IMÁGENES MÁS USADAS HOY POR LOS CRISTIANOS
Juntemos la mayoría de los modelos de estampas, tarjetas, láminas, afiches, pegatinas y otras ilustraciones de Jesús, así como crucifijos, toda la variedad de Corazones de Jesús, Niños Jesús y Buen Pastor, y las demás imágenes de Jesús que abundan en las familias católicas, en las comunidades religiosas, en los grupos juveniles y en las librerías 115
y ventas de Iglesias y parroquias. Y comparemos esas imágenes con las imágenes narrativas de Jesús en los evangelios. A simple vista encontraremos diferencias que son muy significativas. Una diferencia importante consiste en que en las imágenes que más se usan, vemos a Jesús casi siempre solo, aislado de la gente y de los contextos históricos de su tiempo y de nuestro tiempo. Un Jesús deshistorizado y solitario. Hasta en las estampas y afiches juveniles y vocacionales más actuales y dinámicos, Jesús está solo. Mientras que en las páginas de los evangelios, Jesús aparece normalmente con la gente, convive con la gente en los contextos históricos de Palestina y Judea del siglo I. Únicamente se retira a solas para orar, y permanece en compañía de Dios Padre, sobre todo en las noches o al amanecer; siempre en relación con su misión en medio del pueblo y en favor del pueblo; y algunas veces, como en el monte Tabor y en Getsemaní, se hace acompañar por algunos discípulos. En los evangelios, Jesús siempre aparece acompañado y acompañando a las personas, y con frecuencia está rodeado de multitudes. Jesús es uno entre muchos, metido en la historia y en la vida cotidiana de sus contemporáneos: en la calle, en las plazas, en las casas, en las aldeas, en las sinagogas, en un banquete de bodas, en la playa, en la barca, en el lago, en la montaña, en los campos o itinerante con sus discípulos por los caminos... Jesús con su familia, Jesús en el templo, Jesús con los enfermos o los leprosos, Jesús con las mujeres, Jesús comiendo con pecadores o en casa de un fariseo, Jesús con los discípulos y con la multitud que lo busca y le escucha y le pide que cure a sus enfermos y desvalidos, Jesús con los niños de la calle, Jesús con los escribas y fariseos, Jesús entre los vendedores y cambistas del Templo, Jesús orando, Jesús apresado, Jesús ante los tribunales, Jesús llevado y traído ante el pueblo y sus dirigentes, Jesús entre los soldados y entre los ladrones en el Calvario. Resumiendo: en las imágenes que más cir116
culan hoy en el mercado y en manos de los cristianos, tenemos a un Jesús más bien solitario; y en los evangelios, a un Jesús solidario admirado y seguido o perseguido y condenado. Otra gran diferencia es que el Jesús solitario de nuestras imágenes es un Jesús muy estático, como en pose para la foto entre los focos y ante la cámara. Con frecuencia parece estar maquillado, muchas veces algo afeminado y entre rayos de luz que lo envuelven o brotan de sus manos y de su costado. Tal vez queriendo representar la divinidad de Jesús a base de rayos y luces, presentan más bien a un Jesús deshumanizado, fantasmal y extraterrestre, que resulta tímidamente showman porque queda lejos de las exhibiciones de los mega-estrellas musicales de hoy. En cambio en las narraciones de los evangelios, Jesús es un hombre normal y totalmente despreocupado de sí mismo, que fundamenta su autoestima en el amor de su Dios Abbá y en su pasión por la causa del Reino de vida digna, filial y fraterna para todos, que vive y se desvive con entera libertad en busca de la gente perdida. Por eso anda preferentemente con la gente marginal, despreciada y excluida por los dirigentes y dueños del sistema legal y teocrático de vida. Jesús se mete en líos por curar y tocar a los leprosos y a otros enfermos y frecuentar a otros excluidos, comiendo con pecadores públicos, prostitutas y otros marginados, contrayendo “impureza legal”; por perdonar pecados; por bendecir a los niños y defender a los humildes, ignorantes y despreciados y a las mujeres; por denunciar con sus obras y palabras a los poderes del sistema de vida, religión y culto exclusivos y excluyentes. Se ve a Jesús en los evangelios como un hombre de carne y hueso, marginal y radical, pero, humanísimo, que asombra, entusiasma y escandaliza por la pretensión de su buena noticia del Reino de Dios. Una persona llena de normalidad, de sensibilidad y de autoridad en una misión que 117
concierne a la vida y a la felicidad de todos los hombres y mujeres, a la mayoría de los cuales ve excluidos y desdichados; por eso entra Jesús en un conflicto muy fuerte con los poderes religiosos y políticos, responsables de esa situación de exclusión y de muerte. Jesús es seguido por unos, y perseguido por otros; significativamente rechazado y ridiculizado como eunuco, comilón y bebedor, acusado de loco, de blasfemo, endemoniado y subversivo. Nada de esto se percibe en la inmensa mayoría de las imágenes de Jesús más usadas hoy por los cristianos, en las que Jesús parece ser de otra galaxia, lejano y extraño a la condición humana. La humanidad cotidiana, solidaria y contagiosa de Jesús, desaparece en los intentos fallidos de resaltar su divinidad superficialmente. Jesús queda sin vigor, sin novedad humana ni divina, sin atractivo y sin nada que llegue a conmover e interesar. En cambio en los evangelios, Jesús tiene vida y fuerza. Desborda humanidad, realismo y solidaridad, hasta transparentar su divinidad humanizante como buena noticia para todos los sufridos, desdichados, despreciados y excluidos. Tiene misterio y grandeza, y entrañable cercanía. Atrae e impacta. Despierta admiración y confianza, exigencia, transformación (conversión) y liberación. Salva. Porque es íntegro y limpio, hondo y directo, transparente y certero. No tiene dos caras. Ama con total desinterés, por eso dispone de una admirable libertad, y es libre en su pasión por defender y restaurar la dignidad de las personas y la justicia de Dios con misericordia, con ternura y con inteligente sentido del humor. Es la cara opuesta de un fanático. Y a nadie deja indiferente: o se le sigue o se le persigue. De la comparación entre las imágenes más usadas de Jesús y los rasgos de la imagen vital que él da de sí mismo en las narraciones de los evangelios, brotan estas tres preguntas para un discernimiento básico: mis imágenes de Jesús, ¿me dejan ver a Jesús o me lo desfiguran y me lo ocultan? ¿Me mueven a asumir su causa, a creer con su fe, 118
a esperar con su esperanza, a ser libre con su libertad para hacer como él haría hoy amando con su amor? ¿En qué ha cambiado mi imagen vital de Jesús en los últimos años, y en qué debe cambiar ahora? VARIOS
CRITERIOS DE DISCERNIMIENTO Y UN HORIZONTE
ABIERTO A LA CREATIVIDAD
Para discernir y mejorar nuestras imágenes de Jesús, tal vez puedan ayudar estos cuatro criterios que resumen, concluyendo ya estas páginas, varios puntos reflexionados en ellas: Primero, el criterio de la autenticidad original de Jesús. Es necesario insistir en la importancia de tomar muy en cuenta los contextos históricos de Jesús, para conocerle a él en su conducta histórica testificada en el Nuevo Testamento; identificando con el mayor realismo posible su estilo personal, tanto en sus obras como en su mensaje y en las consecuencias históricas que hubo de asumir y asumió para cumplir su misión con fidelidad al Espíritu de su Dios Abbá. Las imágenes de Jesús deben asumir y expresar los rasgos esenciales de su experiencia existencial. Y su “imagen vital” en la fe vivida por los cristianos y cristianas, debe integrar los rasgos esenciales de su experiencia original. Segundo, el criterio de la verdad evangélica y teológica sobre Jesús: Dios se acerca a través de la humanidad de Jesús a las personas de su pueblo en sus situaciones históricas y en su cultura. Se acerca a su pueblo, solidarizándose e identificándose con quienes Jesús se solidariza y se identifica: los desvalidos, los pecadores y excluidos, los últimos. Se acerca para reconciliarlos consigo y entre ellos mismos, reconciliándolos con su dignidad y con la vida en la comunidad humana. Creando así, por pura gracia, nuevas relaciones de cercanía y amor de misericordia entre Dios y los humanos, y relaciones de justicia e igualdad fraterna entre 119
todos los hombres y mujeres. Así llega el Reinado del Dios que Jesús anuncia y practica “en espíritu y verdad”, y se genera el conflicto con el anti-Reino que lleva a Jesús a la muerte en cruz, excluido como el último de los últimos, y a la resurrección como el primero de los resucitados y Salvador universal. Las nuevas relaciones filiales y fraternas de la vida del Reino del Dios de Jesús, relaciones de misericordia, justicia y solidaridad (ahí las “bienaventuranzas” y todo el programa de Jesús en los evangelios, programa de vida en el amor sin egoísmos). Son relaciones abiertas y universales de inclusión de los “otros”, de los “diferentes”, también de los enemigos, y hay que concretarlas en relaciones locales e internacionales y globales de justicia, paz e identificación solidaria con los últimos; relaciones de inclusión de los excluidos en la vida común, para humanizar al estilo de Jesús la vida deshumanizada y deshumanizante. Dios en Jesucristo resucitado tiene presencias históricas actuales, por su Espíritu, no sólo en las Iglesias y en cada comunidad cristiana a través de la Palabra y los Sacramentos, sino ante todo en el prójimo, en las personas. En toda persona humana, también en los “diferentes” y en los enemigos, pero, primero en los últimos, en todos los heridos y excluidos de la vida, cuya dignidad humana y divina reclama su inclusión en la vida común. El Señor resucitado permanece identificado solidariamente con ellos y ellas: hambrientos, sedientos, desnudos, descalzos, analfabetos, enfermos desatendidos, personas privadas de libertad o de trabajo, oprimidos y deprimidos, etc., etc.: “lo que hagáis con ellos, conmigo lo hacéis” (Mt 25,11-46). Los núcleos vitales y las dimensiones esenciales de todo ese dinamismo de la verdad evangélica y teológica de Jesús, deben captarlos y transmitirlos o sugerirlos las diferentes imágenes de Jesús; de manera que estimulen el alcance vital y vivificante de la novedad o Buena Noticia que es Jesucristo y su causa del Reino de Dios. 120
Tercero, el criterio de la autenticidad actual o criterio de inculturación: importancia decisiva de los contextos actuales, para dar actualidad a las imágenes de Jesús como impulsoras de la recreación de su conducta histórica. Porque se trata de hacer ahora lo que ahora haría Jesús y como él lo haría. El Espíritu del Señor inspira en la práctica de Jesús, la conducta actual de sus seguidores y seguidoras; inspira en nosotros la recreación de la conducta histórica de Jesús. Glosando una afirmación de Gómez Caffarena, hay que afirmar que quienes lleguen a sentir y actuar ahora como sentiría y actuaría Jesús, poseerán ahora la más verdadera imagen vital de Jesús, el Cristo 13. Es deseable que las diferentes imágenes figurativas, narrativas y catequéticas de Jesucristo sugieran y estimulen la recreación actualizada e inculturada de la conducta y los mensajes de Jesús. Cuarto, el criterio de la coherencia evangélica y humana: explicitar lo implícito. Sabiendo que Jesús es humano como nosotros, pero bueno como Dios, se pueden expresar oportunamente en imágenes ciertas vivencias, sentimientos y actitudes de Jesús que, aun siendo desconocidas y no estando explicitadas en los evangelios, sean rigurosamente coherentes con su condición humana y con su estilo evangélico, con el Espíritu que Jesús encarnó históricamente en sus obras y palabras. La inmensa mayor parte de las vivencias, acciones y palabras originales del Jesús histórico, no se conocen. Sabemos que los evangelios no lo cuentan todo, más bien cuentan muy poco de lo original del Jesús histórico. Pero sabemos que Jesús de Nazaret fue un hombre histórico. Y nos dice el Nuevo Testamento que el Verbo de Dios se hizo hombre realmente y fue igual a todos en todo, menos en el pecado. Podemos echar mano del criterio de la cohe13. J. G. CAFFARENA, “La formación de la imagen de Jesús en la conciencia cristiana”, en Hacia la verdadera imagen de Cristo, o. c., 189.
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rencia fiel y oportuna, para ampliar en imágenes la expresión figurativa de lo que los evangelios, el magisterio y la teología certifican acerca de Jesús. Una simple ilustración, aclara esto más que cien argumentos teóricos. Con diferentes grupos de personas latinoamericanas he realizado la siguiente dinámica: cada persona del grupo mira con toda atención, durante algunos segundos, una imagen de Jesús que nunca han visto antes. Se trata de un hermoso rostro hebreo de Jesús que ríe libre y feliz a carcajadas, desbordante de gozo y sin ninguna inhibición. Al verlo, cada persona ha de observar la primera reacción espontánea de sus sentimientos ante esa imagen de Jesús: ¿cuál es su primer sentimiento espontáneo?, ¿le gusta y acepta esa imagen de Jesús, o la rechaza porque le disgusta?; ¿y por qué le disgusta o por qué le agrada? Cada persona lo mira, observa sus propios sentimientos y se los calla de momento. Cuando todos han visto en absoluto silencio esa imagen de Jesús que ríe a carcajada limpia, cada persona cuenta lo que ha sentido. El resultado de ese sondeo varía poco en los diferentes grupos, y revela que entre el 50 y el 70 por ciento de estas personas rechazan esa imagen de Jesús; les disgusta porque les parece “irreverente”. Incluso entre los jóvenes, con algunas excepciones, pero la rechazan más abiertamente los adultos. Entonces la dinámica da dos pasos más. Primero, se propone al grupo que todos recuerden mentalmente a ver si en los evangelios conocen algún episodio o escena, en que, aunque el evangelio no diga literalmente que Jesús soltó una carcajada, los hechos que Jesús presencia y vive, o las situaciones y reacciones que él ve y oye a los demás, o las respuestas que él da, permiten imaginar que Jesús tuvo razones para reírse a gusto y sanamente, incluso a carcajadas. El resultado de este sondeo es que siempre las personas recuerdan seis u ocho escenas evangélicas en las que Jesús pudo haber reído así. 122
El siguiente y último paso de la dinámica es una sencilla reflexión fenomenológica, sobre el humor y la risa como cualidades “propias” de la persona humana. Esa breve reflexión deja claro que lo positivo y normal entre los humanos es saber reír sanamente, y lo anormal es no reír. Que el sentido del humor y la risa, incluso la carcajada oportuna, son, en cualquier persona, síntomas de normalidad, de inteligencia y de buena salud mental o psíquica y espiritual; son “señales de trascendencia” 14. La reflexión acaba mostrando que es muy sensata la convicción de que Jesús tuvo que saber reír así, mejor de lo que lo hacemos la mayoría de los humanos, y que lo absurdo es “imaginar” que Jesús jamás se reía. El grupo termina reconociendo que la razón de fondo por la que la mayoría de ellos han rechazado esa imagen de Jesús que ríe a carcajadas al verla por primera vez en su vida, está precisamente en el hecho de no haber visto ni oído nunca desde niños que Jesús tenía sentido del humor y que reía como todos y aún mejor que todos, ya que él amaba y actuaba con entera libertad. El silencio sobre la risa de Jesús, ha creado en la mayoría de la gente la imagen de un Jesús siempre serio; por eso les sorprende y les resulta extraña e irreverente u ofensiva una imagen de Jesús riéndose a carcajadas. Si desde niños nos hubieran mostrado imágenes de un Jesús con sentido del humor, feliz, alegre y riéndose en ciertos momentos, incluso riendo alguna vez a carcajadas, explicándonos por qué reía él así, se nos habría hecho agradable y familiar esa imagen de Jesús. Se nos habría metido dentro la humanidad, la simpatía y el cariño de un Jesús libre y liberador de la tristeza, amigo y despertador de la profunda alegría y de la felicidad. Nos hubiera transmitido 14. P. Berger, Risa redentora: la dimensión cómica de la experiencia humana (Barcelona 1999); ver su capítulo final, “Lo cómico como señal de trascendencia”, 323-339.
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mejor ese Jesús la cercana y confiable bondad de su Dios Abbá. Y no se habrían generado en tantos niños, niñas y adolescentes los traumas del miedo religioso y del complejo de culpa, al ver los rostros tan severos de Jesús en la mayoría de sus imágenes. Por contraste, llama la atención que los evangelios insistan tanto en poner repetidamente en boca de Jesús el saludo personal del Dios de la vida en toda la Biblia: “No temas”, “No temáis”... En la honda alegría de Jesús, podemos descubrir cómo desea Dios Abbá nuestra profunda felicidad. Sólo Jesús puede sugerirnos con su imagen viva y verdadera, que fundamentemos en el amor fiel de su Dios y en el mutuo amor humano solidario, nuestra más sólida autoestima, para saber ser libres y amar de verdad sin egoísmos, y de verdad reírnos libremente en la vida, con muy serias razones y a pesar de los pesares, en medio de las graves responsabilidades de la solidaridad con los que sufren. La fuerza liberadora del amor de Jesús, y el poder de la esperanza en su amor por nosotros (primero por los últimos), deben liberar también nuestro sentido del humor, nuestro gozo y nuestra risa, desde lo más hondo de nosotros mismos.
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caminos Director: Xavier Quinzá
1. MARTIN BIALAS: La “nada” y el “todo”. Meditaciones según el espíritu de San Pablo de la Cruz (1969-1775). 2. JOSÉ SERNA ANDRÉS: Salmos del Siglo XXI. 3. LÁZARO ALBAR MARÍN: Espiritualidad y práxis del orante cristiano. 5. JOAQUÍN FERNÁNDEZ GONZÁLEZ: Desde lo oscuro al alba. Sonetos para orar. 6. KARLFRIED GRAF DUCKHEIM: El sonido del silencio. 7. THOMAS KEATING: El reino de Dios es como... reflexiones sobre las parábolas y los dichos de Jesús. 8. HELEN CECILIA SWIFT: Meditaciones para andar por casa. Con un plan de 12 semanas para la oración en grupos. 9. THOMAS KEATING: Intimidad con Dios. 10. THOMAS E. RODGERSON: El Señor me conduce hacia aguas tranquilas. Espiritualidad y Estrés. 11. PIERRE WOLFF: ¿Puedo yo odiar a Dios? 12. JOSEP VIVES S.J.: Examen de Amor. Lectura de San Juan de la Cruz. 13. JOAQUÍN FERNÁNDEZ GONZÁLEZ: La mitad descalza. Oremus. 14. M. BASIL PENNINGTON: La vida desde el Monasterio. 15. CARLOS RAFAEL CABARRÚS S.J.: La mesa del banquete del reino. Criterio fundamental del discernimiento. 16. ANTONIO GARCÍA RUBIO: Cartas de un despiste. Mística a pie de calle. 17. PABLO GARCÍA MACHO: La pasión de Jesús. (Meditaciones). 18. JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE y JUAN ANTONIO TORRES PRIETO: Camino de Santiago. Viaje al interior de uno mismo. 19. WILLIAM A. BARRY S.J.: Dejar que le Creador se comunique con la criatura. Un enfoque de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. 20. WILLIGIS JÄGER: En busca de la verdad. Caminos - Esperanzas Soluciones 21. MIGUEL MÁRQUEZ CALLE: El riesgo de la confianza. Cómo descubrir a Dios sin huir de mí mismo. 22. GUILLERMO RANDLE S.J.: La lucha espiritual en John Henry Newman. 23. JAMES EMPEREUR: El Eneagrama y la dirección espiritual. Nueve caminos para la guía espiritual. 24. WALTER BRUEGGEMANN, SHARON PARKS y THOMAS H. GROOME: Practicar la equidad, amar la ternura, caminar humildemente. Un programa para agentes de pastoral. 25. JOHN WELCH: Peregrinos espirituales. Carl Jung y Teresa de Jesús. 26. JUAN MASIÁ CLAVEL S.J.: Respirar y caminar. Ejercicios espirituales en reposo. 27. ANTONIO FUENTES: La fortaleza de los débiles. 28. GUILLERMO RANDLE S.J.: Geografía espiritual de dos compañeros de Ignacio de Loyola.
29. SHLOMO KALO: “Ha llegado el día...”. 30. THOMAS KEATING: La condición humana. Contemplación y cambio. 31. LÁZARO ALBAR MARÍN PBRO.: La belleza de Dios. Contemplación del icono de Andréï Rublev. 32. THOMAS KEATING: Crisis de fe, crisis de amor. 33. JOHN S. SANFORD: El hombre que luchó contra Dios. Aportaciones del Antiguo Testamento a la Psicología de la Individuación. 34. WILLIGIS JÄGER: La ola es el mar. Espiritualidad mística. 35. JOSÉ-VICENTE BONET: Tony de Mello. Compañero de camino. 36. XAVIER QUINZÁ: Desde la zarza. Para una mistagogía del deseo. 37. EDWARD J. O’HERON: La historia de tu vida. Descubrimiento de uno mismo y algo más. 38. THOMAS KEATING: La mejor parte. Etapas de la vida contemplativa. 39. ANNE BRENNAN y JANICE BREWI: Pasión por la vida. Crecimiento psicológico y espiritual a lo largo de la vida. 40. FRANCESC RIERA I FIGUERAS, S.J.: Jesús de Nazaret. El Evangelio de Lucas (I), escuela de justicia y misericordia. 41. CEFERINO SANTOS ESCUDERO, S.J.: Plegarias de mar adentro. 23 Caminos de la oración cristiana. 42. BENOÎT A. DUMAS: Cinco panes y dos peces. Jesús, sus comidas y las nuestras. Teovisión de la Eucaristía para hoy. 43. MAURICE ZUNDEL: Otro modo de ver al hombre. 44. WILLIAM JOHNSTON: Mística para una nueva era. De la Teología Dogmática a la conversión del corazón. 45. MARIA JAOUDI: Misticismo cristiano en Oriente y Occidente. Las enseñanzas de los maestros. 46. MARY MARGARET FUNK: Por los senderos del corazón. 25 herramientas para la oración. 47. TEÓFILO CABESTRERO: ¿A qué Jesús seguimos? Del esplendor de su verdadera imagen al peligro de las imágenes falsas. 48. SERVAIS TH. PINCKAERS: En el corazón del Evangelio. El “Padre Nuestro”.
Este libro se terminó de imprimir en los talleres de Publidisa, S.A., en Sevilla, el 13 de febrero de 2004.