05- El Seductor

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Jianne Carlo Serie Guerreros Vikingos 5 – El Seductor

Argumento

Elaina, hija de una concubina, se ve obligada a huir y a esconderse con sus hermanas pequeñas para salvar sus vidas, después de que su tío Eogan haya asesinado a su padre para quitarle la corona. Pero cuando conoce a un alto y temerario vikingo conocido como El Seductor, descubre que el guerrero está decidido a conseguirla, incluso aunque tenga que recurrir al chantaje para lograrlo. Preocupada por haber sido descubierta y desesperada por proteger a sus hermanas, Elaina accede a casarse con él después de que Jarvik amenace con revelar su identidad. Ella le ordena que sacie su lujuria rápidamente, pero Jarvik no aceptará otra cosa que la entrega total de Elaina. Su unión es explosiva y mágica, pero... ¿cómo puede confiar Elaina en un guerrero conocido como El Seductor? E incluso si es tan honorable como él dice, ¿podrá la maniobra política de unos Reyes rivales, obligar a Jarvik a abandonar a su nueva esposa a merced del hombre que la quiere muerta?

Capítulo Uno ¡Por los dedos de Loki! Jarvik reprimió una serie de maldiciones y agudizó los oídos, tratando de averiguar el peligro que se acercaba. Sus armas y sus ropas estaban tiradas en la orilla opuesta. El ruido sordo de botas pisando ramas secas y los murmullos de voces masculinas se hicieron más fuertes. Había sido una estupidez detenerse para bañarse en el lago, pero había galopado durante varios días a un ritmo muy duro, con la vana esperanza de aplacar su agitado temperamento, y la tentación de un refrescante chapuzón le había resultado irresistible. Altos pinos y rocas rodeaban la poza donde se encontraba. Jarvik nadó hacia un estrecho remanso y esperó sentado en las rocas que bordeaban el lecho del lago. El sol de la mañana brillaba, y una ligera brisa sacudía las ramas de los pinos detrás de la alta roca que estaba a su derecha. De pronto, una mujer apareció en lo alto de la roca. Jarvik se olvidó de respirar al dejarse embriagar por la visión de su figura. Ignorante de que estaba siendo observada, ella empezó a desnudarse, quitándose la toca, la capa, las botas y el vestido de color marrón claro que llevaba. Entonces la muchacha se despojó de un relleno de tela que la cubría desde la mitad de sus muslos hasta justo por encima de sus pechos. Jarvik tuvo que hacer un gran esfuerzo para detener el gruñido que intentaba brotar de su garganta. El relleno similar que envolvía su cuello fue lo siguiente, y por último se desprendió de la delgada camisa que aun le quedaba. En el espacio de un canto de pájaro por la mañana, la mujer se había convertido de una gorda y lenta oruga a una graciosa y elegante mariposa. Él sofocó una carcajada. ¡Por Freya! Nunca había visto tanta belleza. Y ella era toda suya. O lo sería dentro de una semana. Sus piernas se asemejaban a las de una potra, largas, delgadas y

fuertes, terminando en un descarado trasero que suplicaba por ser aprisionado entre sus manos. Los dedos de Jarvik se morían de ganas de medir su fina cintura, acercarla a él, y ajustar su vara a la V de entre sus muslos. Cuando ella respiró profundamente, sus voluminosos pechos se elevaron, haciendo que su pene, su vigoroso amigo, reaccionara irguiéndose. En ese momento, el viento cambió de dirección haciendo balancear sus trenzas, de un fascinante color caoba, y apartándolas de su cintura, dándole un vistazo de los minúsculos rizos que protegían el tesoro que él anhelaba. Jarvik ahogó un gemido. El hambre se precipitó a su virilidad. La rígida excitación que se erguía en la helada agua le exigía a Jarvik acción. Levantándose con las manos cerradas en puños, luchó contra el impulso de actuar como un vikingo y el deseo de secuestrarla en ese mismo momento. Ella cerró los ojos, levantó la barbilla y estirando los brazos se puso de puntillas, como si tratara de capturar cada rayo de ese sol del solsticio de verano. Como una mariposa recién salida de su capullo que secaba sus alas preparándose para echarse a volar. Cuando ella levantó las manos sobre su cabeza, Jarvik se dio cuenta de sus intenciones y gritó. – ¡No! ¡Es poco profundo, muchacha! Asustada, ella se volvió a medias hacia él. Ese repentino movimiento hizo que perdiera el equilibrio y se le resbalara un pie. Jarvik se sumergió nadando y observando como ella resbalaba por la pendiente, directa al agua. – ¡Dios mío! – Gritó ella mientras sus dedos buscaban algo a lo que aferrarse, sin encontrar nada más que la piedra lisa. Jarvik nadó más fuerte y rápido, observando como ella caía bruscamente y rebotaba sobre la dura piedra, provocando que se impulsara todavía más velozmente a través de las gélidas aguas. ¡Por Odin! No podía perderla ahora. La fuerza del impacto lanzó a la joven por el aire, mientras agitaba sus

manos y caía como un faisán derribado. Acercándose con el torso fuera del agua, Jarvik abrió los brazos y llegó a tiempo para detener la caída de la muchacha. Ella aterrizó pesadamente, golpeando el hombro de Jarvik con el trasero y propinándole un rodillazo en la nariz mientras seguía cayendo. Los dedos de la joven se aferraron con fuerza al cabello de él, consiguiendo que el dolor se extendiera en el cuero cabelludo de Jarvik. Ella se retorció e intentó apartarse de él, casi a punto de caer al agua, por lo que Jarvik tuvo que sujetarla fuertemente, cogiéndola en brazos. La muchacha se agarró con fuerza a su cabello otra vez y él tuvo que ahogar una maldición. Al parecer, A su polla no le importaba el dolor lacerante de su cabeza, ya que estaba respondiendo intensamente a la sedosa piel de la muchacha, endureciéndose más que la hoja de su espada. – Mi señora, ¿estás tratando de arrancar todos los cabellos de mi cabeza? – Preguntó él deleitandose con la deliciosa visión del paquete que tenía entre los brazos, con su alta frente, su nariz arrogante, su carnosa boca y acabando en una barbilla obstinada. Un pezón oscuro apareció entre sus mechones mojados, mientras que el otro pezón se escondía entre su cabello y el agua. La tentación era demasiado fuerte, y Jarvik no pudo hacer nada más que rendirse. Antes de que sus labios pudieran acercarse a los de ella, una flecha cortó el agua a su izquierda, seguida de una más en rápida sucesión. Cada nueva flecha caía más y más cerca de sus cuerpos. Moviéndose furiosamente, él se volvió de espaldas para protegerla. La muchacha se retorció para mirar por encima del hombro del caballero, consiguiendo que sus pezones rozaran su pecho. La cabeza de Jarvik se levantó rápidamente, al igual que su polla, que se movía y empujaba contra el trasero de la mujer. Sus uñas se clavaron en la espalda de él, cuando ella se encogió y movió el trasero para apartarlo de su virilidad.

– ¡Para ya!. No quiero tus atenciones, idiota. ¿Idiota? ¿Le estaba llamando idiota? Ignorándola y sabiendo que la tenía protegida entre sus brazos, Jarvik dirigió la mirada hacia la orilla. Allí vio a tres gigantes con sus arcos apuntados hacia él. – ¡Deja que se vaya! – El grito de uno de ellos provocó que las golondrinas y los estorninos alzaran el vuelo, alborotando en una furiosa protesta. – ¡Elaina! ¿Puedes nadar hasta la orilla? Elaina. La curandera de la aldea, la hija de una concubina, y la enemiga del nuevo Rey de Strathclyde. – Si, si este bruto me suelta de una vez. – Ella frunció el ceño. Incluso con las cejas fruncidas se la veía muy hermosa. – Deja de frotarte contra mi trasero y de manosear mis intimidades, bandido. Y mantén los ojos alejados de mi cuerpo. ¿Idiota? ¿Bruto? ¿Bandido? Jarvik la movió un poco. ¿Pero, es que ella no había notado su cabello dorado? ¿Ni sus ojos azules? ¿Ni la anchura de sus hombros? – No. Tal vez te suelte, ¿pero quitar mis ojos de tanta dulzura? Nunca. – Le dijo Jarvik dirigiéndole una sonrisa que provocaba los suspiros de todas las mujeres que conocía, mientras la miraba fijamente a los ojos. Jarvik escuchó el familiar silbido de una flecha disparada en el aire. Pero absolutamente nada, ni los largos años pasados en el campo de batalla, ni sus instintos aprendidos día tras día desde que comenzó su entrenamiento como guerrero, podían conseguir que desviara su atención de los grandes ojos de la joven, de un seductor color verde similar a los frondosos matorrales que cubrían el bosque. Un leve tono dorado brillaba junto con el color de las esmeraldas. Sintió que el deseo se concentraba en su pene y sus bolas se tensaron ferozmente. – ¡Jarvik, eres un imbecil! – La flecha cayó todavía más cerca. – ¡Suéltala ya! – El rugido de esa voz lo sacó del estupor con el que la lujuria había adormecido su mente. Miró hacia la orilla para ver que uno de los hermanos Ferguson se quitaba el manto en lo alto de una roca y

empezaba a desatarse las botas. – ¡Quieto! – Gritó Jarvik, antes de volver su atención a Elaina. – ¿Sabes nadar? – Mejor que tú. – Contestó ella estremeciéndose y golpeándole el brazo, para acto seguido retorcerse como un gusano intentando escapar del pico de una golondrina. – ¿Estás mareada? ¿Te has golpeado la cabeza con la piedra? – Preguntó Jarvik moviendola un poco y sujetandola con un brazo mientras exploraba suavemente la cabeza de Elaina con la mano libre. Elaina se calmó y le lanzó una mirada severa agarrando su muñeca. – Estoy ilesa. – ¿Estás segura? Con la cabeza inclinada, Elaina lo recorrió con la mirada desde los ojos hasta la barbilla. – Tengo algunos cortes y rasguños, pero estoy bien. ¿Te conozco, guerrero? Elaina movió la cabeza para examinarlo mejor, pero sus ojos verdes seguían sin mostrar señales de miedo. Jarvik no se sorprendió. Anteriormente ya había sido testigo de su coraje y determinación. Y el hecho de que ella no se retorciera en sus brazos con pánico era una bendición que no esperaba. Tal vez no hubiera sido violada o golpeada como él se había temido. – Deja que me vaya. – Esas palabras, pronunciadas en un tono calmado y tranquilo camuflaban el repentino temblor que la asaltó. La muchacha comenzó a golpearle con fuerza en el pecho y en los hombros, con movimientos frenéticos. Jarvik la dejó ir. En realidad, Elaina nadaba como un pez, cortando el agua con una lánguida y suave gracia y flexionando sus caderas delicadamente. ¡Por Odin! Su polla ardía tanto que casi podría hacer hervir el agua de todo el lago. Jarvik, absorto por la visión de su trasero, no se dio cuenta de la situación hasta que ella se puso de pie en el agua a una buena

distancia de la orilla. Los idiotas de los Ferguson estaban entre ella y su ropa. – ¡Nos vemos en el campamento, Ferguson! ¿No podéis dejar a Elaina mantener su modestia? – ¿Y tú qué, vikingo? – Preguntó Patrick, el mayor de los Ferguson, cruzándose de brazos. – Nos iremos cuando tú salgas. – ¿Vais hacia Laufsblað Fjóllóttr? – Jarvik ya sabía la respuesta de Patrick, ya que les había seguido la pista a los hermanos Ferguson, esperando el momento adecuado para conocer a su novia, y planificando su seducción. Que los Ferguson y Elaina hubiesen conseguido desbaratar sus planes y tomarlo por sorpresa le frustraba inmensamente. – ¿Y qué si vamos hacia allí? – Patrick Ferguson no ocultaba su antipatía por Jarvik. – Es el castillo de mi hermano. Tengo permiso para ir por toda su propiedad. ¿Habéis traído a la curandera para el parto de Deidra? – Jarvik ocultó una sonrisa. Había sido sugerencia suya que la esposa de su hermano mandara a los Ferguson a buscar a Elaina, la curandera de la aldea. – ¿Y a ti que te importa? Y quita tus ojos de Elaina, Jarvik. Ella está bajo nuestra protección. Jarvik reprimió una carcajada por esas palabras. El destino de Elaina había sido decidido desde el momento en que comenzó su viaje hacia Laufsblað Fjóllóttr. – Me estoy congelando, mis señores. – Elaina golpeó su mano en la superficie del agua, estornudando cuando el agua le salpicó. – Y mi genio no es ni siquiera un poco dulce. Laird Patrick, tú y tus hermanos volver rápidamente al campamento. Pero primero, acompañar al niño de la sonrisa falsa hasta la orilla opuesta. Y si una flecha atravesara su dura piel, no estaría nada mal. ¿Niño? ¿Le había llamado niño? Jarvik iba a follarla tan a menudo y con tanta energía que a esa muchacha nunca más se le ocurriría referirse a él como “niño”.

Ignorando su sarcasmo, la observó cuando ella salió del río para ir a recoger sus ropas. Ni siquiera lo miró. ¡Bruja! Seguro que sabía que Jarvik no le quitaba los ojos de encima. Él esperó en el agua hasta que Elaina recuperó su ropa y los extraños rellenos que llevaba debajo, desapareciendo en el interior del bosque de pinos. Un ruido sordo recorrió las montañas que rodeaban el estrecho valle y una fuerte ráfaga de aire hizo ondular la superficie lisa del lago. Densas nubes empujadas por el viento, avanzaban a través del cielo. Sólo era cuestión de minutos antes de que estallara la tormenta, tal era la naturaleza inestable del clima a lo largo de la frontera entre Escocia y Cumbria. Las volátiles alianzas de muchos reinos que ocupaban estas tierras, se reflejaban en su clima. Jarvik no tenía tiempo que perder si quería llegar antes que los Ferguson y Elaina. Con las prisas se olvidó por un momento de la cautela habitual que debía de tener con su semental, Haski. El malhumorado caballo se aprovechó de esa distracción para marcar sus grandes dientes en el brazo de Jarvik. Murmurando maldiciones en voz baja, montó al poderoso caballo, e instigó al obstinado animal para ir al galope. Jarvik conocía la zona como la palma de su mano, y por eso se dirigió hacia un atajo peligrosamente elevado que le llevaría al siguiente valle y al castillo de su hermano, antes de la media tarde. Tardando menos tiempo de lo esperado, subió un grupo de colinas y se detuvo. Su caballo se encabritó en lo alto del pico mientras él inspeccionaba el amplio valle de abajo. Caprichoso como siempre, el tiempo había cambiado de nuevo, y el globo dorado de sol en medio del cielo iluminaba los campos maduros de cebada con un brillo cegador. Cuando llegó al fondo del valle, Jarvik instigó al semental. Inclinándose en el cuello del caballo, Jarvik sujetó sus pies fuertemente en los estribos y manteniendo su atención en las distantes torres blancas del castillo, no aminoró su galope hasta que se aproximó a las puertas de Laufsblað Fjóllóttr.

La ligera melodía de una flauta flotando en el aire, llevaba el olor de la tierra y de la madreselva. Jarvik maldijo al ver a lo lejos, un gran contingente de guerreros que montaba un campamento en las afueras del castillo. Su hermano Magnus, no tenía una guardia personal de guerreros que lo protegiesen dentro de los muros de su castillo. Pero esa regla no se aplicaba a los guerreros de los Reyes, y Jarvik podía reconocer perfectamente los blasones que los soldados llevaban en sus hombros. Eran guerreros del Rey Máel Coluim. Solo fue por pura suerte, que la última primavera Jarvik descubriera el paradero de Elaina, y se marchó en su búsqueda para poder formalizar los votos matrimoniales. Había planeado una boda, una cama y un bebé en el vientre de Elaina, antes de enfrentarse con el Rey de Escocia. Y es que se había enterado de que Máel Coluim tenía la intención de firmar un nuevo tratado con el Rey de Strathclyde, Eogan y esto podría echar por tierra todos los planes de Jarvik. Apretó los dientes y agarrando las riendas con firmeza, clavó los talones en los flancos de su caballo. *** Elaina frunció los labios. Las murallas del castillo estaban abarrotadas de gente. Las hogueras lanzaban nubes de humo, y hombres, mujeres y niños se paseaban entre las tiendas, caballos, y una gran cantidad de escudos brillantes. El ruido de bebés llorando, mujeres hablando y guerreros gritando, todos al mismo tiempo, provocaba un barullo ensordecedor que dañaba sus oídos. El olor a plumas quemadas de aves y a carnes asadas le daban ganas de vomitar. Frunció la nariz contra el hedor y respiró ligeramente por la boca. El olor y los sonidos de una fortaleza habitada, antes familiares y agradables, ahora le provocaban náuseas.

El miedo hizo que a Elaina le temblaran los dedos, sujetando fuertemente las riendas de cuero hasta que se quedaron marcadas en las palmas de sus manos. Percibiendo su miedo, el caballo relinchó y se encabritó sobre sus patas traseras. No debería de haber venido, a pesar de la seguridad que Deidra le estaba ofreciendo. La atención de Elaina se desvió al carro que iba junto a su caballo y dejó escapar un largo y aliviado suspiro. Kateri y Kitti, estaban profundamente dormidas, envueltas en unas mantas y acurrucadas en un rincón, sin que les molestase ni un poco todo el alboroto a su alrededor. Rezaba al Señor por que no hubiese traído a las niñas para que corrieran ningún peligro, pero la sensación de peligro que pesaba sobre sus hombros y los escalofríos en la nuca, le decían todo lo contrario. – Elaina, Deidra ha enviado a esta muchacha para ayudarte a cuidar a los bebes. Permíteme ayudarte a bajar. Ella no había notado que Lord Patrick había desmontado, ni siquiera se había dado cuenta de que ya habían llegado al patio. – Gracias, mi señor. Sus piernas temblaban cuando sus pies se posaron en el suelo al desmontar del caballo, pero recomponiéndose enseguida se volvió para saludar a la angelical muchacha que estaba frente a los escalones del castillo. – Yo seré su sirvienta mientras esté aquí, mi señora. Mi nombre es Frieda. ¿La puedo ayudar con las bebés? – Te estaría muy agradecida, Frieda. – Cansada hasta el agotamiento, Elaina sólo quería instalar a las niñas y desplomarse en una cama. – Muy agradecida. La noche ya había caído sobre el valle antes de que Elaina y Frieda hubieran alimentado, bañado y tapado con una manta de lana a las niñas, que ya estaban tendidas en una cama. Elaina nunca dejaba de sorprenderse de lo rápido que ellas pasaban de un balbuceo continuo a un tranquilo sueño. Ella no había conseguido dormir tan fácil y profundamente desde hacía mucho tiempo. Y seguro que eso no iba a

cambiar esta noche. – Tiene que prepararse, mi señora. La cena será servida muy pronto y la señora debe estar en el gran salón antes de la llegada del Rey. Ya deshice su baúl. Sus vestidos están en la habitación de al lado. Por favor, déjeme ayudarla con su baño. – Le informó Frieda señalando la pequeña alcoba de la derecha. Elaina se había inventado todas las excusas que se le habían ocurrido para no asistir a la cena de esta noche, pero no le habían servido de nada. Parecía que toda la gente, incluyendo las criadas, los pajes, e incluso los ayudantes de cocina, tenía que asistir al banquete que se daba en honor del Rey Máel Coluim. Frieda incluso había insistido en que las niñas también debían estar allí, pero Elaina no quiso ni oír hablar de eso. Rezando para que la cena terminase pronto, Elaina dijo. – No necesito un baño, sólo necesito lavarme un poco. Gracias por tu ayuda, Frieda. Ya puedes irte, estás libre el resto de la noche. – No puedo, mi señora. Tengo que acompañarla hasta el salón. – Contestó Frieda, por lo que Elaina tuvo que aceptar su ayuda para no ofenderla. Minutos más tarde, Elaina siguió a Frieda a través de los muchos pasillos y escaleras que había, antes de llegar al salón de Lord Magnus, donde la esperaba Lord Patrick. Cuando llegaron a las puertas del gran salón la sirvienta le dio las buenas noches y se marchó. – Mi hermana te recibirá en la mesa principal. – Dijo Lord Patrick ofreciéndole el brazo a Elaina. Elaina sintió que su estómago se apretaba. La mesa principal. Ella dirigió la mirada hacia la enorme chimenea de piedra en el centro de la sala y a la mesa del estrado que ocupaba casi la mitad del salón. Tal vez pudiera sentarse en un extremo y esconderse entre los altos guerreros. Después de su huida, Elaina se ponía rellenos debajo de su vestido y escondía su cabello debajo de una gran toca con un velo oscuro que tapaba la mayor parte de su rostro. También aumentaba sus cejas con

una pasta oscura de hollín y trituraba piedra caliza mezclándola con manteca de cerdo para palidecer sus labios color rubí y su rostro. Nadie, excepto Deidra, había visto como era sin ese disfraz desde hacia varias estaciones. Nadie, excepto el idiota al que Lord Patrick había llamado Jarvik. Cuando ella miró a los ojos del guerrero del lago, un vago recuerdo la había inquietado. Esos sorprendentes ojos azules con reflejos de oro le habían parecido tan familiares... tan seguros. Una leve inquietud se añadió a la pesada carga que le erizaba la nuca y hacía que le pesaran los hombros. ¡Dios Mío! Ella ni siquiera había intentado escapar al principio, ya que en sus brazos se había sentido como en el paraíso. Elaina tropezó. Eres una estúpida, una idiota. No podía confiar en nadie. En estas tierras, ni ella ni las niñas estaban seguras. El silencio se adueñó del salón, lo que hizo que Elaina apartara esos oscuros pensamientos de su mente. Lord Patrick le llamó la atención con un leve toque en la mano. – Date prisa, el Rey acaba de llegar. Solo son unos cuantos pasos más. Elaina bajó la cabeza sintiéndose culpable, pero satisfecha. También había añadido a su disfraz una ligera cojera, e incluso se había comprado un bastón para usarlo ocasionalmente y que pareciera más real. Nadie prestó atención a la robusta matrona que tomó asiento en la esquina de la mesa principal. Elaina se sentó en el banco entre un monje, alto, fuerte y calvo y una mujer igualmente alta, vieja y vestida con un vestido rojo de fino terciopelo. Con alivio, Elaina fue relajando gradualmente la rigidez de su espalda. Nadie, ni siquiera los niños, le prestaban la más mínima atención. En medio de una gran aclamación, con el sonido de un tambor y una trompeta tocando, el Rey Máel Coluim hizo su aparición y ocupó su lugar en el centro de la mesa del estrado. Elaina mantuvo su mirada fija

en las finas líneas que estaban talladas en la superficie de la mesa y se levantó, al igual que toda la multitud que se amontonaba en el salón, rezando en todo momento para que nadie la reconociera. No podía descuidar su vigilancia, sobre todo con todos los que estaban sentados en el estrado de la mesa principal. Deidra estaba sentada dos lugares a la derecha del Rey, al lado de un gigantesco hombre, con el cabello del color de las doradas y rojas llamas de una hoguera, que sólo podía ser Magnus, El Destructor, el guerrero vikingo con el que se había casado el año pasado. El Rey Máel Coluim estaba sentado en la silla que le correspondía a Magnus, pero este se la había cedido al monarca al ser el invitado de honor. El Rey escocés tenía una estatura similar a la de Magnus, pero su cabello era del color de la noche, salpicado con hebras plateadas. Elaina no reconoció ni una sola cara, al recorrer con la vista a los invitados desde donde estaba sentada Deidra hasta el monje, y suspiró con alivio bebiendo un trago de la copa de vino que tenía en frente. La comida transcurrió sin ningún desagradable incidente. Sentía que estaba recuperando el apetito que había perdido durante todo el día, debido a la preocupación por las niñas y al miedo a poder ser descubierta a pesar de su disfraz. Antes de que se sirvieran los últimos platos, Elaina ya estaba satisfecha y un poco mareada por haber bebido demasiado vino. Con los ojos cerrados, puso los codos en la mesa y apoyó la barbilla en sus manos. El murmullo constante del salón se suavizó, y de repente la imagen del guerrero dorado llenó su mente. Era como si Dios hubiera decidido dotar a Jarvik con todas las bendiciones que le podía ofrecer. Piel dorada, un abundante cabello del color del oro, y unos ojos azules tan luminosos que rivalizaban con el cielo más brillante que ella hubiera visto en toda su vida. Dios también le había concedido unos enormes brazos con esculpidos músculos y un órgano masculino de un tamaño tan grande, que ella pensaba que sería el doble al de un hombre normal, incluso hasta el de cualquier otro vikingo.

En ese momento sintió que alguien le daba un codazo. Sacudiendo la cabeza abrió los ojos... para quedarse con la boca abierta. – Mi señora. Allí estaba él. El guerrero del lago. Y estaba parado delante de ella. El que le había acariciado el trasero, cubierto su monte con la mano, y que casi había amamantado sus pechos. ¿Qué broma le estaba gastando Satanás? ¿Qué perversa jugada le estaba deparando ahora su destino?

Capítulo Dos Jarvik no se había imaginado que conseguiría tan fácilmente la aceptación de Elaina para su compromiso, y mucho menos había esperado que ella aceptara pronunciar los votos después de la cena. Realmente lo que había esperado era su resistencia y sus protestas, pero la verdad es que ella no había tenido otra elección. No si quería que las niñas estuviesen a salvo. Al final, los dos habían pronunciado sus votos y se habían casado. Ahora nadie podía separarlos. Su diversión crecía cada vez que Elaina se retorcía las manos en el regazo, y cada vez que ella rehusaba mirarle y respondía a sus preguntas mirando hacia algún punto por encima de su hombro, pero nunca mirándole a él directamente. La arrogante muchacha hacia todo lo posible para congelarle las bolas, arrugando la nariz como si él apestase y retrocediendo bruscamente si su brazo rozaba su corpiño. Deidra había insistido en que las mujeres se sentasen todas en el mismo lado, lo que había permitido a Jarvik y a Magnus hablar sobre los planes de su apresurado plan. Elaina se negó a comer más de un bocado o dos de los muchos platos presentados, incluso hasta de las bolas de cacao con especias, que Jarvik sabía que le había enseñado a preparar a Deidra. Elaina había conversado un poco con Deidra, pero permaneció pensativa la mayor parte del resto de la cena. Las dos mujeres eran totalmente diferentes. Deidra, era alegre y animada y con un halo de rizos que reflejaban el resplandor del fuego, parecía un hermoso y radiante ángel. Elaina con sus grandes y deformes ropas, los pálidos labios, y las cejas pintadas con hollín le recordaban a la desaliñada y gruñona dueña de la taberna de la aldea. El abatimiento y la oscuridad parecían doblar sus hombros, estrechar sus ojos y provocar sus frecuentes bufidos y gruñidos. Agradeció a Freya el haber descubierto su dulzura y su belleza oculta en el lago. – ¿Qué te pasa, hermano?

Jarvik se volvió hacia Magnus. – Parece que no tengo ninguna posibilidad esta noche de conseguir una sonrisa de mi novia. – Yo no apostaría por eso. Tu señora parece un poco sombría. – Si crees que estar sombría es tener los labios apretados y lanzarme afiladas miradas, frunciendo ferozmente sus teñidas cejas y entrecerrando los ojos, como si me estuviera apuntando con una flecha envenenada... Pues sí, ella está un poco sombría. – Elaina se lo ha tomado muy bien. – Magnus se acarició la barbilla. – No esperaba que aceptara tan pronto el casarse contigo. – Ha sido por Deidra. Si tu esposa no hubiese hablado con Elaina no sé si ella se habría casado conmigo. Cuando Jarvik había presentado a Elaina al Rey, como su prometida, ella casi se había desmayado. Deidra había llegado rápidamente a su rescate y escoltado a Elaina a una alcoba donde las dos mujeres tuvieron una conversación que nadie más pudo oír. – Vi su cara después de que Máel Coluim anunciara que había invitado al Rey Eogan a venir aquí. Creo que eso fue lo que la convenció. – Magnus pinchó un trozo de pescado. – O tal vez fue tu declaración al Rey de que las dos bebés que ella tiene, son tuyos. O igual pudo ser todo lo que le susurraste a Elaina cuando Deidra terminó de hablar con ella. Jarvik ignoró el ceño fruncido de Magnus. No le revelaría la verdadera identidad de Elaina todavía. – ¿Ya han partido los mensajeros? – Si. Y les he ordenado que fuesen rápidamente y sin retrasarse. Les prometí una recompensa si lo hacían. ¿Tienes intenciones de tomarla esta noche? – Esa es mi intención, Elaina ha estado sola durante mucho tiempo. – Jarvik expresó su mayor temor. – Deidra jura que Elaina es virgen. Que ningún hombre la ha tocado. – Ha hecho un largo viaje con un grupo de guerreros, desde Strathclyde

hasta Laufsblað Fjóllóttr, sin la compañía de ni siquiera una criada. Eso me preocupaba a menudo. Y la verdad es que no sé que creer. Elaina habló con tu esposa acerca de los placeres de explorar el cuerpo de un guerrero. ¿Qué mujer virgen tiene ese conocimiento? – ¿Y si ella no es virgen? ¿Marcaría eso alguna diferencia? – Preguntó Magnus levantando una ceja. – No. Elaina es mía. Pero podría haber una diferencia en la manera en que yo la trate. Una virgen merece un tratamiento especial. – Sólo hay una forma de averiguarlo. – Señaló Magnus tocando el hombro de Jarvik. – Las mujeres ya se están levantando. Es hora de retiraros. Lo mejor que puedes hacer ahora es escaparte con tu novia. Voy a hacerles la señal a mis hombres. – De acuerdo. Jarvik se puso de pie ofreciendo su mano a Elaina. – Mi señora, ¿ puedo conducirte hasta las escaleras? Por primera vez esa noche, Elaina se encontró con su mirada. Apretó los labios pero dejó que sus dedos rozaran su mano, y se levantó. Jarvik decidió empezar a derrumbar los muros que ella había erigido por su causa. – Ya has oído al Rey declarar que todos puedan testimoniar la consumación. ¿Quieres eso o no? Elaina clavó las uñas en la mano de Jarvik y tragó. – No. – Camina más despacio. Sonríeme y háblame. Cuando de la señal, mis hombres vigilaran mientras subimos las escaleras y nos dirigimos a la torre. – ¿Y qué dirá el Rey? – Dijo ella bajando la cabeza. – Es traición desobedecer una orden del Rey – Ah, ¿pero era una orden? Piensa en las palabras exactas. ¿No dijo que todos podían testimoniar la consumación? Ella frunció el ceño, haciendo que el polvo seco del hollín le cayera en

una mejilla. Él pensó por un momento llevarla al lago y lavar lo que la muchacha se había hecho para parecer desagradable. – Si eso es lo que ha dicho. – Respondió mordiéndose el labio inferior. – Pero hay mucha gente aquí. – El castillo es de mi hermano. Sus hombres y los míos superan a los del Rey y él está jugando conmigo. Me está desafiando si quieres llamarlo así. – Jarvik miró por encima del hombro para ver si todos sus hombres y los de Magnus estaban ya en posición. Al ver que todo estaba en orden se relajó. Máel Coluim había echado un vistazo a la novia de Jarvik y no pudo dejar de reírse en silencio durante los votos matrimoniales. Jarvik no conseguía recordar todas las bromas picantes que había dicho el Rey. Todos los comentarios del monarca estaban relacionados con el nombre que le habían dado a él muchas mujeres de la Corte, Jarvik, El Seductor. – Sigo sin entender como y porque ha sido arreglado este compromiso. Jarvik miró la boca de Elaina. ¿Se había oscurecido dos dientes? – Te lo explicaré todo más tarde. Date prisa. – No vamos a poder escaparnos. – Elaina se detuvo y se volvió hacia el salón. – Todos los guerreros del Rey están rodeando las mesas y los bancos y se dirigen hacia nosotros. – Confía en mi, Elaina. – Jarvik aprovechó que ella estaba parada para levantarla en brazos, acercarla a su pecho y comenzar a correr a grandes zancadas subiendo las escaleras de dos en dos. Nada lo excitaba más que un desafío. Elaina le pasó las piernas alrededor de su cintura y los brazos alrededor de su cuello. Jarvik perdió el ritmo de sus pasos y se apretó contra una pared para asegurarla bien y que no se cayese. Esa situación acercó sus senos a su nariz, haciendo arder su virilidad al recordar que ya había visto esos orgullosos pechos, cuando ella arqueó la espalda antes de caer en el lago. – Tus hombres están bloqueando las escaleras. Déjame en el suelo,

puedo correr. – Ella empujó su pecho y dejó que sus piernas y sus pies bajaran al suelo. Jarvik la agarró de la mano y tiró de ella. – ¡Corre, mi señora! La débil luz desapareció, y él solo pudo echar una ojeada a su horrible toca, su tez pálida y su nariz arrogante, antes de que las sombras ocultasen por completo las facciones de Elaina. Había esperado una eternidad para reclamarla, o al menos eso le parecía a él. Ella olía al lago y a los cerezos en flor que crecían alrededor de las orillas del agua. A primavera. Ella era su suerte, su destino, porque Elaina era suya y sólo suya. Esa era la razón por la que Jarvik había llamado Skjebne a sus nuevas tierras, la palabra nórdica que significaba “Destino”. Después de doblar una esquina, llegaron a la puerta de la torre y abriéndola, entraron rápidamente los dos. – Ya estamos a salvo. ¿Necesitas un momento para recuperar la respiración? – No, no hace falta. Solo quiero poner distancia entre el Rey y yo. Vamos. Estoy lista. Después de asegurar la puerta con la barra de hierro, Jarvik apuntó hacia la estrecha escalera. – Después de ti. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, Jarvik pudo ver el contorno de la cabeza de Elaina. Sintió también la profunda respiración que tomó y el aire moviéndose cuando ella se dio la vuelta. Jarvik tanteó con la mano el principio de la escalera circular de piedra, y sujetó torpemente la muñeca de Elaina, sin dejar de tocar la pared de ladrillos. – Hay una larga subida hasta arriba. Por favor, ve tú delante. Mantén los brazos apoyados en las paredes. Yo iré detrás de ti por si tropiezas, así podré agarrarte antes de que te caigas. – No me caeré. Soy como una cabra montesa. – Dijo ella avanzando lentamente, mientras él le ponía una mano en la parte baja de su

espalda. Elaina subió un peldaño. Jarvik pensó que lo mejor sería despojarla de su molesto e incomodo disfraz antes de llegar a la torre. El velo oscuro de la toca rozaba la parte de atrás de sus piernas, y él aprovechó para agarrar los extremos de la tela, y tirar. – ¡Ay! La toca cayó al suelo, haciendo que su suave y largo cabello se deslizara por su espalda y se enredara en el brazo de Jarvik. Una oleada de lavanda se extendió por el aire enrarecido que flotaba en la torre de piedra. Jarvik inhaló profundamente, disfrutando de la forma en que el aroma de ella apartaba el olor a humedad y moho. Elaina se volvió hacia él, con las manos cerradas en puños. – ¿Por qué has hecho eso? – Me gusta más verte como estabas en el lago. – Contestó él pasando un brazo alrededor de su cintura y desatando su vestido con una facilidad sorprendente, debido a las incontables victorias de sus muchos encuentros lujuriosos. El suspiro de Elaina rompió el lúgubre silencio. – No lo entiendo. ¿Cómo has podido reconocerme? – Por Deidra. – Ella no me traicionaría. – Su cálido aliento olía a menta y él se moría por saborear su dulce boca. – El nuevo Rey de Strathclyde os está buscando a ti y a las pequeñas. Ella se encogió, y Jarvik acunó su espalda abrazándola firmemente. – No. Él piensa que estamos muertas. – Ya no lo pensará más. Esa es la razón por la que nos hemos casado esta noche. Para protegerte a ti y a las bebés. – ¿Por qué? ¿Por eso te has casado conmigo? ¿Para proteger a mis niñas? – Te he deseado durante muchas estaciones, Elaina. – La lujuria no es una razón para casarse, mi señor. – Ella no se inmutó ni

se retorció, se quedó inmóvil, aunque su respiración acelerada delataba su nerviosismo. Él se echó a reír. – Es verdad. Pero eso hace el matrimonio más atractivo. Yo te tendré en mi cama y tú y las niñas tendreis mi protección. ¿Estamos de acuerdo? – Ya está hecho. No tengo otra opción. Y mis niñas tampoco. – Su orgullosa barbilla se levantó despues de que ella asintiera con la cabeza. – Estoy de acuerdo. Terminemos rápidamente con este asunto de la consumación. Y levantando las manos, se soltó el vestido y lo dejó caer por los hombros. Tardó un poco más en pasar el vestido por su cintura y sus caderas debido al relleno. La boca de Jarvik se secó cuando Elaina empezó a quitarse el relleno de algodón que cubría sus esbeltas curvas. Jarvik recogía los rellenos mientras ella se los iba quitando, ya que no quería dejar ninguna evidencia del disfraz de Elaina. Ya sería bastante cuestionado al día siguiente, por haber engañado a todos en la sala, evitando que testimoniasen la consumación. Elaina se paró delante de él con nada más que una camisa transparente con pequeñas margaritas bordadas, decorando el amplio escote. Jarvik estaba rígido y dolorido desde el lago y verla así, con los pezones marcados y los orgullosos pechos erguidos, endureció aún más sus bolas. Un paso más y estaría perdido. – ¿Ya has acabado? – Le preguntó Elaina con los hombros echados hacia atrás y devolviéndole la mirada sin pestañear. – Sí. Ya he acabado. Es un peso muy grande para llevar todos los días. – Comentó él levantando el relleno que le había retirado. – Pero es muy caliente en los meses fríos del invierno. – Ella le dirigió una mirada de soslayo, el dorado de sus ojos verdes se destacaba más en las sombras. – ¿No tienes ninguna pregunta? – Muchas. Pero eso puede esperar. Voy a hacerte mía esta noche,

Elaina. Es la única manera de mantenerte a salvo. – Jarvik se cruzó de brazos y se apoyó contra la fría pared de piedra. – Puedo ver por el fuego de tus ojos que tú también tienes muchas preguntas. Y que también estás muy enfadada conmigo. – Tú obtienes todos los beneficios en esta unión. Él acarició su esbelto cuello asombrado por la suavidad de su piel. – ¿No te ha asegurado Deidra que todo va a estar bien? Ella le enseñó los dientes en un gruñido. – Por favor, perdóname por no querer depender de otros para la seguridad de mis bebés. No te conozco de nada. Y ahora te pertenezco. – ¿Te has oscurecido los dientes? – Preguntó Jarvik frotando el hollín de los dos primeros. – Lo sé todo, Elaina. El asesinato de tu padre. Tu fuga con sus hijas, que en realidad son tus hermanastras... – No. – El aullido resonó en la torre. Ella siseó y empujó su pecho con una violencia que él no pudo prever. – ¿Cómo? ¿Cómo lo sabes? Deidra juró que nunca revelaría nada. – Lo sé. He reclamado a las niñas como mías, para que todos sepan que están bajo mi protección. Nadie, ni siquiera el Rey de Escocia o el nuevo Rey de Strathclyde, pueden hacer nada contra eso. – Jarvik escuchó su ahogado suspiro y sonriendo la cogió del brazo. – Estarás más cómoda en la torre. Por favor, continúa, mi señora. Durante un buen rato se miraron el uno al otro. – Quiero saberlo todo ahora. – No. Tendremos una larga charla, pero más tarde. Te lo contaré todo después y tú, mi señora, podrás preguntarme lo que desees, y yo responderé a todas tus dudas. – Prometió Jarvik cuidadosamente. Su respiración acelerada rompía el silencio. Contando hasta tres, Elaina dijo con los dientes apretados. – De acuerdo. Y continuaron el ascenso por las escaleras. El silencio opresivo se mezclaba con los sonidos de sus respiraciones, el

suave deslizamiento de las zapatillas de Elaina y el crujido de las botas de Jarvik mientras seguían subiendo la escalera de piedra. Elaina se detuvo de repente, causando que la nariz de él chocase con el trasero de ella. Jarvik agarró la empuñadura de su espada con ambas manos, la tentación de envolver sus brazos alrededor de su cintura, levantar su camisa y probarla, era tan fuerte como el canto de las sirenas llamando a los barcos hacia las rocas. El rígido movimiento de los hombros de Elaina mostraba su enojo. – ¿Puedo pedirte que te des prisa y sacies tu deseo rápidamente una vez que lleguemos a la torre? Me gustaría resolver esa obligación tan pronto como sea posible. No necesito palabras dulces ni besos. ¿Con qué tipo de mujer se había casado? Vírgenes, amantes, esposas... A todas las mujeres les gustaba besar. Y, de hecho, él disfrutaba de los dulces preliminares, de los temblores y de empezar a descubrir el placer en una nueva amante, buscando el toque inesperado que la dejase suspirando y retorciéndose. Elaina disfrutaría de su primer beso, Jarvik lo sabía con absoluta seguridad. Alargando la mano hacia sus hombros, la giró hacia él y encontró su boca. Ella se puso rígida y le golpeó la espalda. Negándose a dejarse intimidar, Jarvik acarició su columna, rozándole con sus labios las comisuras de su boca y explorando el hoyuelo que Elaina tenía en la barbilla. Jarvik continuó besándola con movimientos suaves, tentándola para abrirse más. La espalda rígida de Elaina se suavizó, y él aprovechó ese momento para tocar la punta de su lengua con la suya. Incapaz de resistirse, le agarró un pecho y jugó con su pezón. Elaina se estremeció y abrió los labios. Jarvik disimuló su sorpresa, poseyéndola y saboreando profundamente su boca. Ella se dejó llevar, arrullando como una paloma mientras se acercaba a su virilidad. Las piernas le temblaban y Jarvik, notándolo le pasó un brazo alrededor de su cintura. Elaina se frotó contra él, dejando que

volviera a entrar en su boca. Sus manos se deslizaron alrededor de su cuello. Él acarició su lengua y Elaina no pudo evitar agarrar la túnica de Jarvik, mientras un dulce y suave gemido salía de sus labios unidos. Lentamente, Jarvik la liberó del beso, dándole el último en la punta de la nariz. Luego envolvió sus brazos alrededor de su espalda. – Puede que tú no necesites dulces palabras ni besos, Elaina, pero yo sí. ¿Ya has descansado lo suficiente para continuar? Jarvik escuchó como rechinaba los dientes y sonriendo, la soltó. El fuego que ella manifestaba, significaba que los dos tendrían una ardiente pasión en la cama. Ella se alisó la camisa. – No necesito descansar. Subiré hasta arriba sin parar. – Ten piedad de mí, mi señora, porque yo voy a necesitar definitivamente recuperar el aliento al principio de cada rellano. Elaina prácticamente corrió hacia la torre, y Jarvik tuvo que acelerar sus pasos temiendo que ella se enredase los pies con el dobladillo de la camisa, por eso acercándose deprisa, la abrazó por detrás. Elaina intentó darle un codazo pero él apretó su abrazo. – ¿Y tú, dulce esposa? Me gustaría saberlo ahora. Has estado sin la protección de un hombre durante algún tiempo. ¿Alguien te ha poseído a la fuerza? – La inmovilizó contra la pared suavemente, mientras olía su cabello y pasaba un dedo por su clavícula. – ¿Eres virgen? Si o no. No hace falta que me digas nada más. – Si. Jarvik la besó en lo alto de la cabeza y le apretó el rostro contra su pecho. – Esa es una bendición que no esperaba. Un sonido ahogado escapó de los labios de Elaina. – No sé por que dices eso. Él la agarró por las muñecas, y volviendo sus manos, le besó primero una palma y luego la otra. – Casarnos esta noche, ha sido como una buena jugada en un tablero

para jugar al Zorro y al Ganso. Un movimiento que yo no había previsto. – Y Máel Coluim está jugando con el Ganso perdedor. Yo, ¿no es así? *** Cuando llegaron a la habitación circular que formaba la torre, Elaina se detuvo, deseando fingir timidez o saber como coquetear, pero esas no eran habilidades que alguna vez había querido aprender. El miedo le obstruía la garganta. Elaina fingió una calma que la sangre tronando a través de sus venas desmentía por completo. Un sabor amargo intentaba apartar el sabor a menta, que había estado masticando antes de entrar en el salón. La menta le daba valor y le aclaraba la mente. Ella necesitaría eso esta noche. Intentaría satisfacerlo cumpliendo su deber como esposa y luego trataría de escapar. Nadie sabía mejor que ella, como fingir ser una mujer ingenua. – ¿Vino, mi señor? También hay cerveza. – Lo que tu quieras estará bien. Elaina examinó la cámara, y casi se desmayó. La cama contra la pared estaba en sombras. No se veía ni la luna ni ninguna estrella en el cielo nocturno. Ni siquiera ululaban los búhos. No había nada más que hacer que continuar con el asunto de su desfloración. En la repisa de una ventana abierta, había un paño con una jarra de vino y otra de cerveza, dos copas y una bandeja llena de frutas, queso y un pan redondo. El olor penetrante del queso se superponía a la dulce fragancia de las manzanas y de las peras, y ese aroma perturba sus sentidos ya bastante alterados. Elaina pensó en retrasar la consumación, simulando que tenía hambre, pero no, era mejor hacerlo cuanto antes. Y contra más vino bebiera, mejor. Mientras que su mente estaba deseando que la consumación sucediese de inmediato, una punzada de miedo le hacía evitar estar en cualquier lugar cerca de la cama. Elaina se sentó sobre la alfombra y puso las piernas hacia un lado.

Jarvik se sentó también apoyando la espalda contra la pared al lado de la ventana abierta y movió a Elaina de forma que ella quedara entre sus piernas extendidas y con la espalda apoyada en su pecho. Elaina intentó no echarse a temblar cuando notó que el calor irradiaba de su cuerpo de guerrero, mientras sus muslos se tocaban y se obligaba a estirar las piernas a lo largo de las de Jarvik. – Me gustaría ver tu rostro limpio, esposa. – Dijo Jarvik señalando hacia un cuenco y unos paños que había al lado de ellos. – Deidra dijo que ese jabón eliminaría el hollín y la grasa de tu cara y de tus labios. Con las mejillas ardiendo rápidamente se lavó el hollín y el polvo, frotando la piel hasta enrojecerla. – Suficiente. – Jarvik le agarró las manos, dejando caer el paño dentro del cuenco, y cogiendo otro le secó suavemente el rostro. – No has cambiado mucho, si acaso eres más hermosa de lo que ya eras. ¿Qué no había cambiado nada? ¿Más hermosa? ¿Qué quería decir con eso? Una punzada de pánico la hizo murmurar. – El vino, mi señor. ¿Quieres vino? – Si. – Respondió apoyándose contra la pared. Soltando un suspiró, Elaina le sirvió vino y arrodillándose frente a él le dio la copa. Sus cuerpos se rozaron. – Ponme la copa en los labios. A Elaina le temblaban las manos, pero sujetando firmemente la base de la copa, se la apoyó en la boca. Jarvik tomó un sorbo, y cogiendo la copa, la giró hacia ella y se la ofreció por el mismo lugar por donde él había bebido. Elaina se estremeció bajo la intensidad de su mirada, y tragó un sorbo demasiado grande que la hizo atragantarse y toser. Jarvik limpió con el pulgar una gota roja que le caía por la barbilla y bajó su boca hasta otra gota que tenía en su labio inferior, lamiéndola, al mismo tiempo que no permitía que su mirada se desviase de ella.

El calor subió por el cuello y el rostro de Elaina. El dedo de Jarvik se deslizó por su clavícula, metiéndolo después bajo su camisa para trazar la curva de sus pechos. Ella se agitó, sorprendida por las pequeñas brasas que sentía en todo su cuerpo con cada roce de su dedo. Bajando la boca hasta su oreja, Jarvik la recorrió saboreando con su caliente lengua y mordisqueando con sus dientes su tierno lóbulo. Los dedos de los pies de Elaina se curvaron dentro de sus zapatillas. Cuando los labios de Jarvik se deslizaron trazando un sendero hasta el cuello, Elaina gimió. Sentía la misma sensación que si tuviera chispas saltando en su piel, o extrañas olas recorriéndola provocándole un verdadero éxtasis. Esa excitación que prometía un gran placer, le causaba un gran ardor entre los muslos que pedía a gritos ser apagado. Una extraña pesadez en los brazos y en las piernas la dejaron insólitamente lánguida. Cuando la palma caliente de Jarvik cubrió su monte, ya no se le pasó por la cabeza ningún deseo de escapar. Su necesidad era tan intensa, que deseó presionarse firmemente contra su mano... presionarse contra él. – Dame tu boca. – Jarvik rozó sus labios y Elaina se rindió a su lengua. Él sabía a vino y la sorprendió con su aroma masculino a cuero, humo, jabón, y al fuerte olor del lago. Elaina le ayudó a desatar su camisa y agachó la cabeza, soltando un largo suspiro, cuando él abarcó sus senos con las manos. El aire se precipitó sobre sus pechos descubiertos, y sus pezones, ya duros y doloridos, se irguieron más cuando ella sintió la ráfaga fría. – Canela y olor a trébol. Estoy en el Valhalla. Elaina apenas tuvo tiempo de saborear todo el placer y las intensas sensaciones que la atormentaban y frustraban, una detrás de otra alterando sus nervios, hasta que todo su cuerpo ardió y una fina capa de sudor cubrió su piel. La habitación se sentía demasiado caliente. Con todo el cuerpo ruborizado, cerró las manos y abrió los ojos para encontrar que Jarvik la observaba.

– Dime como te sientes. – Esto es tan poderoso. Lo necesito. Lo deseo. Jarvik bajó sus manos hacia su trasero, provocando que ella se arquease, lo que aprovechó para levantarse con ella en brazos y llevarla hasta la cama. Cuando la acostó sobre su espalda le pidió. – Quítate la camisa. Ahora. Ella vaciló un instante para al final sacarse la camisa por la cabeza. Elaina sabía lo que iba a pasar. Ahora Jarvik tomaría su virginidad. Su corazón latía en su pecho como las alas de un halcón batiendo en el cielo. Los ojos se le abrieron como platos, cuando él enterró su rostro entre sus pliegues y empezó a lamerlos. Elaina separó las piernas sin darse cuenta. La magia de su lengua era demasiado poderosa como para no responder a ella con una embriagadora entrega. La boca de Jarvik se deleitaba en su sexo, como si estuviera recubierto del cacao dulce que le gustaba tanto, chupando y lamiendo y causando que su coño se contrajese con temblores. Suavemente, Jarvik la abrió con los dedos acariciando su botón al mismo tiempo. Elaina gimió, agarrando las sábanas fuertemente con las manos, notando como se flexionaban los dedos de sus pies. Las paredes de su coño se contrajeron mientras Jarvik seguía lamiéndola con la lengua y mordisqueando su botón con los dientes. El placer la recorrió como un torbellino mientras sentía una convulsión detrás de otra. Elaina cayó sobre la cama, jadeando, luchando para inhalar el helador aire que se sentía en el cuarto. Muy confusa y desconcertada como para hacer otra cosa que no fuese recuperar el aliento, Elaina observaba los movimientos de Jarvik como si estuviera en un sueño, viendo como se despojaba de sus botas y de sus armas. La manera en que dobló su túnica la hizo sonreír. Pero la sonrisa desapareció cuando lo observó de perfil; un guerrero vikingo en su mejor momento y el más deseado amante y seductor de todo el reino. Y ahora era su marido, el hombre al que pertenecía.

La luz de la luna acariciaba su cuerpo desnudo, resaltando los poderosos músculos de su espalda con rayas plateadas y lanzando sombras sobre su torso y sus enormes hombros. Jarvik se acomodó entre sus muslos con su palpitante polla brillando humedecida y sus apretadas bolas plenas y redondas. Su aroma masculino llenó sus pulmones, aturdiendo su cerebro. Elaina rezó para que él se diera prisa y acabara pronto. El miedo hacia que le temblasen las manos y cuando Jarvik se arrodilló, Elaina apretó los puños obligándose a mantener las piernas abiertas. – Cálmate, dulzura. – La tranquilizó él, rozándole los labios. – Ábrete para mí. Sigue mi movimiento de esta manera. – La lengua de Jarvik entró en su boca y volvió a salir. Tímidamente ella imitó su acción, rozando sus labios y deslizando su lengua. El fuego y el hielo que sentía con cada contacto de él, le causaba una insoportable presión entre sus muslos, sensibilizando sus pezones todavía más con cada roce de su poderoso torso. Perdida en esas sensaciones, agarró fuertemente a Jarvik por los hombros cuando él frotó su miembro contra sus resbaladizos pliegues. Su boca cubrió ansiosamente la de ella, y Elaina, ávida de la magia de su lengua, lo agarró de la cabeza acercándolo más. Las manos de Jarvik agarraron su trasero y levantándolo entró en ella. Elaina se congeló de repente. El fuerte dolor la sorprendió. – Se pasará pronto. – La calmó Jarvik. Sus ojos se encontraron. – Te lo prometo. No volveré a hacerte daño nunca más. – Creo que no puedes cumplir esa promesa. No puedo acomodarte, mi señor. Seguramente me romperás en dos. – Elaina se sentía completamente llena, estirada hasta casi el punto de dolor, y su polla parecía crecer todavía más en su interior. – ¿No puedes reducir el tamaño? La potente risa de Jarvik sólo sirvió para profundizar la penetración y el

agudo dolor. Ella le dio un manotazo en el brazo. – Lo digo en serio. No creo que sea el momento de reírse, mi señor. – Mi nombre es Jarvik, Elaina. Estoy enterrado profundamente dentro de ti. Me gustaría que dijeras mi nombre en este momento. – Él le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Ella se estremeció. – ¿Jarvik, puedes hacer que tu miembro se vuelva más pequeño? – ¡Ah, dulzura! Mi pene aumenta cuando saluda a tu coño, y si empiezas a hablar sobre el tamaño de mi vigoroso compañero, sólo conseguirás que crezca todavía más. – Jarvik rozó sus labios en el hombro de Elaina y metió la mano entre sus cuerpos para presionar el dolorido botón escondido entre sus pliegues. – Estás caliente y preparada y yo me muero de ganas de moverme y deslizarme dentro y fuera de ti, sintiendo como tu coño ciñe mi polla. Sus palabras provocaron una oleada de humedad en su coño. Su estómago se apretó y su varonil olor provocó que ya no pudiera pensar en nada más. Elaina parpadeó intentando aclarar la nube que empañaba su vista al fijarse en las doradas hebras de su incipiente barba. Cuando él retiró su polla hasta la entrada de su coño, su sexo se apretó alrededor de su hinchado miembro. Ella agarró sus hombros, indefensa y necesitada a la vez de algo que ni siquiera sabía lo que era. Jarvik se movió hacia adelante, empujando más profundamente, llenándola todavía más. Un ligero y delicioso calor aumentó el fuego de su virilidad, cuando el excitado sexo de Elaina respondió apretando su rígida erección. Embistiendo firmemente en su interior, mientras un temblor la recorría entera, Jarvik presionó su botón haciéndola arder de necesidad. De repente un espasmo salvaje se apoderó de ella. Elaina no podía respirar, no podía concentrarse en otra cosa que no fuese en los movimientos de Jarvik dentro de ella, una y otra vez, hasta que él echó la cabeza hacía atrás y rugió su placer.

Capítulo Tres Jarvik se apoyó sobre un codo y observó los exóticos rasgos de su esposa. Elaina tenía un brazo en el costado y el otro descansando sobre el corazón de él. Cuando abrió los ojos, sorprendió a Jarvik mirándola y al moverse le golpeó accidentalmente la barbilla con su hombro. – No volveré a hacerte daño otra vez, Elaina. – Dijo él frotandose la barbilla con la mano. – Como mi madre me contó, esto es muy extraño. – ¿Qué parte es extraña? Cada descubrimiento de ella le fascinaba, sobre todo la pequeña marca de nacimiento en su sien. Rozó con los labios la pequeña mancha oscura, trazando la forma ovalada ligeramente irregular. – Todo esto. Cuando ella intentó retirar su mano, él se la apretó más fuerte contra su pecho. – No, dulce. No voy a dejar que te escapes sin decírmelo. ¿Qué parte crees que es extraña? Ella soltó un bufido. – Creo que no deberian llamarte El Seductor, sino El Irritante. – Puede ser. Aún así, quiero una respuesta. Elaina fijó la mirada en su hombro, con el ceño fruncido. – Es extraño lo que se siente cuando estás dentro de mi. Es extraño sentir tanto dolor y placer al mismo tiempo. Y es extraño que tú sepas lo de mis hermanastras. – Ah, ya hemos llegado al meollo del asunto. – Comentó Jarvik, llevandose la palma de su mano a los labios y besándola. – Quieres respuestas a tus preguntas. No tengo inconveniente en contestarte a lo que quieras. Siempre cumplo mis promesas. Un pequeño rayo de luna iluminaba el cuarto redondo. Una ligera brisa golpeaba las dos ventanas abiertas contra las paredes del castillo,

perfumando el ambiente con el aroma de las flores de verano, los brotes de los árboles y la hierba fresca. Jarvik había encendido la chimenea para ahuyentar el frío del cuarto, pero las llamas se estaban apagando, convirtiéndolas en débiles llamaradas azules. – No necesito tus respuestas. Deidra me traicionó. Es la única explicación. – Sus labios de color rubí se fruncieron y levantó su arrogante nariz. Sentándose, Jarvik la acercó acomodando su voluptuoso cuerpo en su regazo mientras la envolvía con una manta. – En el lago tú me preguntaste si me conocías. Elaina levantó la cabeza. Sus grandes ojos verdes se ampliaron mientras movía la cabeza. – Siento como si te conociera. Como si ya nos hubiéramos visto antes. El recuerdo está ahí, pero se me escapa. Es como tratar de atrapar un copo de nieve con la lengua. Sientes el frío, pero no hay nada allí. Jarvik reprimió una sonrisa. ¿Como es que el legendario seductor había caído tan bajo? Elaina era la única mujer cuya encantadora sonrisa seducía sus sueños. La única mujer, con sus maravillosos ojos verdes, que había conseguido atormentarlo durante varias estaciones. ¿Y ella sólo tenía un fugaz recuerdo de él? – Estuve en el castillo de tu padre hace algunos inviernos. Yo era uno de los muchos hombres que entrenaban allí para ganar mi reconocimiento como guerrero. – Jarvik acarició un mechón del sedoso cabello de Elaina. – Tú me seguías como un perrito perdido. Elaina arqueó las cejas y movió la cabeza, pasando un dedo por las esquinas de los ojos de Jarvik. – Solo he visto una vez ojos con este increíble color azul. Jarvik hizo una mueca. – Si. Tú me pediste que mirara hacia el cielo, porque querías comparar los dos tonos de azul.

Ella le golpeó ligeramente el brazo. – ¡No! No puedes ser él. ¿Eres el hermano del Oso del Norte? – Si, soy yo. El mismo al que buscabas para que te besara. – Jarvik supo el instante en que lo recordó todo, por el tono rosado que empezó a extenderse por su rostro. Un rayo de luna acariciaba sus hoyuelos y sus mejillas, iluminando más aun su rubor. Ella gimió y se cubrió la cara. – Yo sólo era una niña tonta. – Eras una niña convirtiéndote en mujer. Abriéndote como una flor de verano en aquel invierno. Yo te observaba, pero el honor me impedía responder a tus demandas. – ¿Le había revelado demasiado? No quería que Elaina supiese lo cautivado que había estado y estaba con ella, hasta que no estuviese seguro de su afecto y lealtad. – Fui una descarada y una frívola cuando rogaba por tus besos. ¡No puedo creer que ahora esté casada contigo! ¿Qué extraña broma del destino es esta? Jarvik le apartó las manos de la cara, levantándole la barbilla con el puño. – Ese invierno, después de que mi entrenamiento terminase, cuando regresé al castillo de mi hermano le pedí que organizara nuestro compromiso. – ¿Compromiso? No sé nada de eso. Jarvik comprobó el pulso de la garganta de Elaina, contento cuando encontró que palpitaba con fiereza. – Tu madre enfermó ese invierno, y ni tú ni tu padre os apartasteis de su lado. – ¿Qué es lo que quieres decir, mi señor? – Que los acuerdos nunca fueron concluidos. Tu padre estaba... – Jarvik buscó las palabras adecuadas. – Mi padre estaba loco de preocupación. Hizo que buscaran a todos los curanderos de las Highlands, para que encontraran una cura para ella. – Elaina se cubrió más con la manta. – Todo fue en vano.

– Vi lo que había entre tu padre, el Rey Crinán, y tu madre. Jarvik rozó el cuello de Elaina, lamiendo su sensible piel y disfrutando al sentir como ella se estremecía ligeramente cuando su boca se deslizó hacia su oído. – Mi madre, era la concubina del Califa. – Sus labios se crisparon. – Yo soy la hija de una concubina. – Nunca había visto una cosa parecida entre un hombre y una mujer. Tu padre trataba a tu madre como a un igual. Buscaba su consejo en todos los asuntos. – Jarvik la abrazó más fuerte, compartiendo su calor con la esperanza de calentar sus miembros. – Conocí a tu madre. Yo la respetaba. Las uñas de Elaina se clavaron en sus hombros, mientras parpadeaba rápidamente. – ¿Tú respetabas a una concubina?¿La esclava de un harén? ¿A una mujer entrenada para dar placer a un solo hombre? – Si. Ella me enseñó a jugar al ajedrez. Me ganó en más de una ocasión. Una nube oscureció la luna. Elaina inclinó la cabeza y le susurró. – Yo no tenía paciencia para ese juego. Mamá siempre me desesperaba al ganar todas las partidas. La tristeza en su voz tocaba el corazón de Jarvik. – Háblame de ella. – Mi padre raptó a mi madre del harén del Califa de Constantinopla y se casó con ella a la manera cristiana. Las mujeres escocesas nunca la aceptaran como Reina, ni a mí como a una de ellas. Jarvik conocía bien como de desdeñosas podían ser las nobles escocesas. – Ahora que eres mi esposa toda la gente te mostrará el respeto que te mereces. Una triste sonrisa curvó los labios de Elaina. – No cambiará nada. Eso no es algo que pueda ser ordenado o forzado. – Deidra es tu amiga.

– No. – Elaina negó con la cabeza. – Me ha traicionado. – Contestó mirándole fijamente. – Es tu amiga. Fue solo cuando nos enteramos de que tu tío había enviado a sus hombres para darte caza a ti y a las bebés, que Deidra me dijo dónde encontrarte. Pero yo ya te estaba buscando desde la muerte de tu padre. – Desde el asesinato de mi padre. – Elaina escupió esas palabras con fiereza. – Y también el de mi madre. – Ya sospechaba que los dos habían sido asesinados. A Elaina le temblaban los labios, respirando como si estuviera recuperándose de una cabalgada larga y dura. Mordisqueándose el labio inferior dejó vagar la mirada de la ventana al hombro de Jarvik, para después desviarla a la escalera de piedra. – ¿Deidra te lo contó? – Si. Elaina trató de alejarse, pero Jarvik la sujetó y la colocó entre sus piernas. – Si tengo que protegerte a ti y a tus hermanas, necesito que me lo cuentes todo, esposa. Ella lo miró a los ojos y no dijo nada durante un largo rato. Jarvik sabía que estaba evaluando la situación y decidiendo hasta donde le podía contar. Se había casado con una mujer muy inteligente. Cuando Jarvik estuvo en el castillo de su padre, se quedó muy sorprendido por el número de tutores que dedicaba a su hija. El Rey Crinán había hecho traer a las Highlands a varios estudiosos procedentes de tierras lejanas para que enseñaran a Elaina. – En el espacio de un invierno, mamá pasó de estar sana a ponerse enferma. Yo sólo era una niña de trece veranos y estaba... fascinada por ti. No me di cuenta de lo que le pasaba hasta que su cabello se le empezó a caer. Teníamos la misma largura y color. – Si. – Jarvik peinó sus rizos con los dedos. – Es glorioso. Ahora sé porque te ponías esa horrible toca. Ningún hombre podría olvidar la visión de tu cabello suelto. Por favor, continúa.

– Mi padre convocó a todos los curanderos del Reino. – Su voz se quebró y apartó la mirada para fijarla en la pared del fondo. – Si yo no hubiera sido una niña tan frívola, malcriada y egoísta, tal vez podría haber evitado su muerte. – No. No trates de culparte. Tú no hiciste nada malo. ¿Fue veneno? – Jarvik la consoló limpiando las lágrimas que rodaban por sus mejillas. – El último curandero creía que sí, pero nunca se pudo probar. Después de la muerte de mi madre, mi padre estaba cada vez más débil, delgado y triste. Se debilitaba día a día, como si estuviese en medio de la niebla cuando sale el sol. Se negó a convocar encuentros de entrenamientos de guerreros. Al final, estallaron luchas en el Reino, pero él no hizo nada para resolver las disputas. Y sus consejeros y yo acabamos animándolo para que volviera a casarse. – Elaina tenía la mandíbula apretada. – Con la Reina Maude. – Dijo Jarvik. Ella soltó un bufido. – Le dio mis dos hermanastras a mi padre. Maude y yo no nos llevábamos bien, y llegué a odiar la vida en el castillo. Le pedí a mi padre que me dejara aprender con nuestra curandera y cuando accedió, me fui a vivir a su cabaña en el bosque del castillo. – Así es como te convertiste en una sanadora. – Su polla estaba empezando a reaccionar al roce de su suave piel, pero él no hizo caso a su molesto compañero. – ¿Estabas allí durante la invasión nórdica, cuando asesinaron a tu padre y a Maude? – ¿Qué ataque nórdico? ¡Maldito sea, Satanás! – Ella puso los ojos en blanco. – Fueron mi tío y sus hijos. Me había llevado a las niñas a la cabaña sin que nadie lo supiera. A Maude no le gustaba que yo pasara tiempo con ellas, así que a menudo me escapaba con las bebés fuera del castillo. Nuestro administrador envió a su hijo para avisarme. Yo sabía que mi tío nos mataría si nos encontraba, así que cogí a las niñas y huí. Jarvik agarró su túnica pidiéndole a Elaina.

– Levanta los brazos, dulzura. Estás temblando. – Puedo ir a buscar mi vestido. – No. Es mi deber y mi placer cuidarte y protegerte a ti y a nuestros descendientes. – Le contestó pasando la túnica por su cabeza y ayudandola con las mangas. – Estás realmente encantadora, una novia vestida con nada más que mi túnica. Elaina se sacó el cabello de dentro de la ropa de Jarvik y comenzó a atarse los cordones. Jarvik le sujetó las manos. – No. Yo me ocuparé de ti. Voy a calentar un poco de agua para limpiar la sangre de tu virginidad en tus muslos y en mi polla. – Es mi deber hacerlo yo, mi señor. – Ella se arregló la túnica e intentó levantarse. – Yo soy tu Lord, ¿no es así? – Jarvik besó la punta de su nariz y la acarició, manteniéndola quieta a su lado. – Si. – Respondió ella frunciendo el ceño. Él cubrió su pecho con una mano y acarició su pezón. – Pues entonces, voy a informarte de tus deberes. Y tu deber en este momento es dejar que cuide de ti. Elaina observaba cada movimiento de Jarvik cuando se levantó de la cama, sin poder reprimir una sonrisa mientras sus ojos se fijaban en su trasero, desviándose después a su hinchada vara y a sus bolas. Sonriendo él se acercó lentamente hacia la ventana, sabiendo que dentro de poco su esposa pensaría en un plan para huir de él. Elaina era suya, y nunca la dejaría escapar. La noche estaba muy oscura, ya que la luna había renunciado a su posición dominante para ser cubierta por densas nubes. Arqueándose, Jarvik se frotó la parte baja de la espalda y se asomó por la ventana. El aire se sentía pesado, lo que presagiaba una fuerte tormenta. Un leve olor a azufre le dijo que Thor iba a lanzar violentos rayos y truenos, que ahuyentarían la placidez del verano. Jarvik se agachó y cogió el cuenco de agua que estaba al lado de las

llamas. – No. – Ella se levantó sobre los codos. – Usa un paño, por favor. Ten cuidado no te quemes las manos. – Mis manos son tan resistentes como el cuero, pero agradezco tu preocupación. Siguiendo su consejo, agarró el cuenco con un paño y lo llevó al lado de la cama. Jarvik deseaba que la habitación estuviese más iluminada, para poder pasar las horas grabándose la imagen del cuerpo de Elaina en su mente, y saboreando la miel y la canela de sus pezones. Pero lugar de eso, humedeció un paño y levantando las mantas lo puso sobre el sexo de su esposa. Elaina suspiró y Jarvik levantó la vista para mirar cada centímetro de su cuerpo. La boca se le hizo agua cuando vio que un pezón se escapaba a través de los cordones sueltos de la túnica. Elaina sintió que sus labios temblaban mientras escondía su jugoso y rosado pezón de la vista de Jarvik y desviaba la mirada. – ¿Qué pasa, mi señora? Crees que esto es pecado. ¿Es eso? ¿Crees que es indecente saborear la miel más dulce que un hombre puede disfrutar? ¿O qué yo admire tu monte como si fuera el tesoro más preciado que existe? – Mi madre hablaba de eso con frecuencia. – Contestó Elaina mordiéndose el labio con sus blancos dientes. – Pero ella nunca se convirtió a la fe cristiana, como yo hice. Mi padre insistió en que aprendiera no sólo con mis tutores extranjeros, sino también con un sacerdote. – El sacerdote decía que este era el acto más inmundo y perverso que existía. Pero no es verdad, es maravilloso. Jarvik reprimió una sonrisa y retorció el paño. Elaina pensaba que hacer el amor era un acto perverso y maravilloso. Tal vez pensaría lo mismo acerca de chupar su miembro. Su esperanzada vara tembló con anticipación. – Me han dicho que el Papa mantiene una amante en cada puerto y

que tiene docenas de bastardos en cada ciudad. ¿Eres una fanática, Elaina? ¿No te importa nada más que lo que la iglesia predica? – La iglesia me llama puta, una esclava con un sucio linaje. No, no me importa lo que los sacerdotes predican. Aunque no soy una hereje, no me importa lo que ellos digan. – La herejía es un delito grave. ¿Alguien te ha acusado de ser una hereje? – No. Pero hay comentarios. Ella no se resistió cuando él la atrajo hacia su regazo, la acomodó entre sus muslos, y le colocó las piernas a cada lado de su cintura. – Ya no los habrá. Cualquier persona que hable mal de ti, acabará con la hoja de mi espada en su garganta. No quiero ver a ningún hombre, mujer o niño ofender a mi esposa y a sus hermanas. Levantando la barbilla, Elaina forcejeó con la túnica que llevaba. – Te lo agradezco, mi señor. – En realidad, si estás realmente agradecida, me gustaría que me hicieras dos favores, Elaina. – Dijo Jarvik acariciandole con un dedo sus pechos y subiéndolo hasta la clavícula mientras la miraba a los ojos. – Llámame por mi nombre. – Eso es fácil de hacer, mi señor. – Ella sonrió y se tapó la boca. – Jarvik. – Me gustaría que me mostrases esa sonrisa deslumbrante tuya más a menudo. Elaina se puso seria y curvó ligeramente sus apretados labios. – No soy propensa a la risa, mi... Jarvik. Pero lo intentaré. – Eso es todo lo que espero de ti. Que lo intentes. Pero todavía tengo que pedirte mi segundo favor. Cuando el ceño de Elaina se profundizó, él se lo alisó con los dedos. – Consideraré tus sonrisas como un premio. Mi segundo favor son varios besos todos los días. Cuando tú quieras. Puedes robarme besos como un lobo roba ovejas. Por ejemplo, uno para recordarme, otro cuando me vaya a dormir y otro cuando la luz del fuego haga que tu cuerpo parezca dorado. Como ahora. Bésame, Elaina.

Cada músculo del cuerpo de Elaina se tensó, pero inclinándose hacia delante, le rozó los labios con su boca. Fue una leve caricia, un simple toque, pero un enorme deseo recorrió las venas de Jarvik. Él saboreó el momento, observando su valentía y la firme determinación de su rostro, y se sintió muy feliz al no haberse casado con una arpía. Elaina ahogó un bostezo tapándose la boca con una mano. – Estás agotada. Descansa. – Jarvik le apretó suavemente el rostro contra su pecho, explorando su cara con los dedos, acariciando la línea de su columna, y acostumbrándola a su tacto, a su olor y a la sensación de su cuerpo desnudo bajo el de ella. – Me gustaría saber que planes tienes, mi señor. Jarvik suspiró. Le iba a costar un poco más de lo que había pensado ganarse su confianza. – Dime lo que te preocupa. – ¿Dónde viviremos mis hermanas y yo? – Skjebne. – ¿Skjebne? – En nórdico significa Destino. Así es como he llamado a las tierras que el Rey Cnut me concedió. Es un modesto castillo, a medio día a caballo de aquí. Elaina no se atrevió a mostrar la esperanza que corría por sus venas. Un castillo propio. Un lugar para criar a sus hermanas. Pero, ¿qué pasaría al día siguiente? Cuando el Rey la viese, ¿qué ocurriría entonces? ¿Y cuando todo el mundo se enterase de que ella era la hija del Rey Crinán? ¿Y qué pasaría con este hombre, su nuevo marido, el mismo que ahora la sujetaba con tanta suavidad? ¿Se atrevería a confiar en él? El guerrero al que todos llamaban Forfører, El Seductor. El que había demostrado su coraje esta noche y del que decían que había pasado cuatro temporadas completas en los harenes de Oriente. Las mujeres lloraban y se lamentaban cuando él se marchaba de un harén para irse

a otro. También contaban que ninguna mujer que hubiera compartido su cama quedaba insatisfecha. Todos hablaban de su capacidad para dar placer. No habían mentido. – ¿Estás feliz de tener a Deidra cerca? – Él parecía que necesitaba acariciarla constantemente, besando sus sienes o tocando su trasero. Y era casi imposible ignorar la manera en que su piel ardía bajo sus caricias. Elaina se quedó sin aliento cuando él jugó con un pezón, sin poder pensar en nada mientras su marido le mordisqueaba el lóbulo de la oreja. ¿Qué le había preguntado? Elaina inclinó la cabeza dejando expuesta su garganta para que se la acariciase. Su coño palpitó, preparándose para su invasión. La humedad bañaba los pliegues entre sus muslos. La lengua de Jarvik causaba estragos en sus sentidos y la sangre le rugía fuertemente en los oídos. Elaina apretó las manos e intentó decir algo coherente. – ¿Dejarás que Deidra nos visite? Jarvik se echó a reír. – ¿Crees que podría evitar tal cosa? Magnus pondría mi cabeza en una pica, si lo intento. ¿Sabes montar a caballo, Elaina? Por un momento una profunda tristeza embargó sus pensamientos, haciéndola tragar fuerte. – No tengo caballo. – Eso no es lo que te he preguntado. – Respondió Jarvik acariciandole el cabello. Elaina se giró hacia su caricia. – Si. Se montar, mi señor. – Jarvik, Elaina. Tendré que besarte o lamerte cada vez que te olvides de llamarme por mi nombre. – Él le guiñó un ojo y bajó su boca hasta su pecho, succionando fuertemente el pezón que se endureció bajo el ataque de su lengua. Fue un placer tan arrebatador y tan poderoso, que Elaina se estremeció y acercó más la cabeza de él contra sus senos. Jarvik no se opuso y hundió el rostro entre sus pechos.

– Estoy ardiendo por ti, dulzura, pero es demasiado pronto. Mi pene es insaciable, un vigoroso compañero, y tú aun estás muy sensible. Viajaremos mañana a Skjebne. Todavía tengo que explorar el castillo y las tierras, porque he pasado mucho tiempo intentando encontrar, casarme y acostarme con mi novia. – Pero dijiste que los acuerdos no se llegaron a firmar, así que yo nunca he sido tu novia. Él se rió y le guiñó un ojo. – ¿Quién va a negar mi palabra? ¿El Oso del Norte? No puedo esperar a ver la cara del Rey Máel Coluim cuando te vea mañana... Él realmente piensa que me he casado con una bruja. Elaina sintió deseos de golpearle. – ¿Prefieres que todos sepan que te has casado con la hija de una concubina en lugar de una bruja? – Es un pobre intento de humor, esposa, para que me concedas una de tus deslumbrantes sonrisas. – Jarvik acarició su cuello y rozó la punta de su nariz con los labios. – ¿No? ¿Ninguna deslumbrante sonrisa para el esposo que te ha dado placer esta noche? Tal vez podamos cambiar el castigo... En vez de besos, podría saborear tu miel antes de marcharnos de viaje. El miedo recorrió el cuerpo de Elaina. – Juegas y te burlas de los castigos, pero me temo que vamos a sufrir muchos por todo esto. ¿Qué pasará cuando mi tío Eogan, descubra que seguimos vivas y nos hemos establecido en Skjebne? – No te preocupes por eso, esposa. El terror hizo que Elaina casi tartamudeara al intentar hablar. – Eogan nos matará a mi y a las bebés, y a todos los que nos defiendan. No quiero que Deidra resulte herida. Piensa en su hijo que está en camino. Te lo ruego, deja que siga disfrazándome, sé que Eogan tiene muchos enemigos. He oído que su primo intentó conquistar el castillo de mi padre, si esperamos un poco, tal vez lo maten ellos. – Shh, dulzura. – Contestó Jarvik moviendose y ayudándola a ponerse

de pie. – No hables más del tema. Sé que muchas alianzas se forjan y se rompen todo el tiempo. Sólo te pido que pongas tu destino en mis manos. Dame otros cinco días para resolverlo todo. Ella negó con la cabeza. – Eogan es el nuevo Rey de Strathclyde y es el tío de las niñas. Puede separarlas de mí. – No. Yo las he reclamado y el Rey Máel Coluim ha validado mi petición. – ¿No estará el Rey furioso por nuestro matrimonio? – Elaina deseaba no haber salido nunca de su pequeña cabaña en el bosque. – Esa es la razón por la que nos iremos a visitar Skjebne esta mañana. – Jarvik le metió un mechón detrás de la oreja. – Cuando regresemos, ya estará todo preparado para que mis hermanos y sus esposas acudan allí. Vamos a difundir la historia de que utilizaste un disfraz para probar mi amor por ti. Elaina resopló. – Nadie se va a creer esa historia. – Todos se lo creerán. – Le contradijo Jarvik con la sonrisa más encantadora, enseñando sus perfectos dientes blancos. – Cnut, El Grande, y Máel Coluim juegan una partida del Zorro y El Ganso con las tierras de la frontera. Cada uno busca tener una ventaja sobre el otro y aun así siguen siendo aliados. Con nuestra boda, tanto Cnut como Máel Coluim pueden reclamar las tierras de las Highlands del Rey Crinán. Será beneficioso para Cnut y sus negociaciones para un nuevo tratado de paz. Confía en mí, Máel Coluim prefiere tener la lealtad de los guerreros vikingos de Cnut que la de Eogan, tu asesino tío. Lo que decía tenía sentido. Las Highlands estaban llenas de las historias de la crueldad de Eogan y su codicia. Elaina presionó dos dedos en sus sienes, sintiendo una repentina punzada. – Te duele la cabeza. – Jarvik la atrajo hacia su pecho moviéndose hasta que quedaron delante de la ventana abierta, y empezó a masajearle el cuero cabelludo. – No te preocupes más. Ven, vamos a disfrutar del amanecer de un nuevo día.

Elaina se recostó contra su musculoso cuerpo. La tentación de dejarlo todo en sus manos era irresistible. ¿Qué daño podría hacerle disfrutar de este momento? Todas las preocupaciones todavía seguirían allí al día siguiente. Elaina había negado durante mucho tiempo cualquier placer a cambio de su seguridad. Había estado tan orgullosa y tan decidida a mantener su virginidad para que nadie pudiera insultarla diciéndole que era una concubina, que no había permitido que ningún hombre se le acercase. Una vez que Elaina se impuso esa regla, su madre le había enseñado a darse placer a sí misma. Su madre había insistido en que no se trataba de un acto vergonzoso tal y como proclamaba la Iglesia. Elaina había pasado mucho tiempo despreciando muchas de las enseñanzas de los sacerdotes, después de que le dijeran que ella no podría alcanzar el cielo cristiano porque era la hija de una concubina. ¿Qué clase de Dios condenaba a un niño nada más nacer? Elaina reprimió una sonrisa. Era muy gratificante hacer aquello que la iglesia creía que era pecado. Jarvik deslizó sus cálidas manos por debajo de la túnica, para cubrir sus pechos. Su marido irradiaba calor y olía a primavera y al cuero de la cota de malla que se había quitado antes. Elaina recordó que había probado el sabor de su propio sexo cuando Jarvik la besó después de saborearla, y se excitó al pensar en ese perverso acto. ¿Sería igual de excitante para él probar su sabor de los labios de ella? Cuando los pulgares de Jarvik jugaron con sus pezones, su coño ardió. Su pene se hinchó contra su trasero y la tentación de deslizar sus manos por detrás de la espalda y tocarlo se volvió irresistible. Jarvik gruñó. – No. Elaina. No animes a mi vigoroso compañero. Vi el dolor en tu rostro cuando te quite la virginidad. Y me prometí que te dejaría en paz, por lo menos hoy. Elaina se volvió explorando con sus manos la abultada vara y se concentró en el espesor de la rígida y palpitante erección que tenía a su alcance.

– ¿Es así como llamas a tu polla? ¿Tú vigoroso compañero? Es como terciopelo y hierro. – Una gota viscosa escapó de la punta de la hendidura. Elaina miró fijamente la estrecha abertura, maravillándose de las gotas que salían de la hinchada cabeza. – ¿De ahí sale tu simiente? Jarvik la agarró por los hombros con la suficiente fuerza como para hacerle daño si quisiera. Elaina levantó la cabeza y detuvo su respiración. Jarvik personificaba la imagen de un Berserker vikingo, enseñando los dientes y con la cabeza echada hacia atrás. Las venas de su grueso cuello palpitaban y gotas de sudor salpicaban el vello dorado de su incipiente barba. Sus mandíbula estaba apretada y los poderosos músculos de su pecho tensos. – Tu vigoroso compañero puede explotar en mis manos igual que en mi boca, ¿no?

Capítulo Cuatro Jarvik casi se tragó la lengua. ¿Explotar en sus manos o en su boca? Que su nueva esposa, una virgen, le dijese esas cosas y lo tocase con tanta osadía fue su perdición. Jarvik ya se había imaginado desde aquellos lejanos días de entrenamiento en el castillo del padre de Elaina, que ella sería una amante incomparable. En todo ese tiempo sólo la había besado una vez, el día que dejó la casa de su padre para servir al Rey Cnut. Pero el recuerdo de su sabor, la respuesta ansiosa a sus caricias y la sensual manera en que ella se frotó contra su cuerpo, nunca habían desaparecido de sus pensamientos. Tenía muchas razones para pensar que Odin lo había bendecido al haberse casado con la hija de una concubina. Él le levantó la barbilla haciendo que sus ojos se encontraran. – Eso es un placer que los dos podemos disfrutar al mismo tiempo. Nuestras bocas, cada una en el cuerpo del otro. Jarvik notó y dio la bienvenida, a los signos de excitación de Elaina, ya que su nariz tembló como una yegua en celo olfateando al semental que iba detrás de ella, listo para montarla. Ella combinaba lo mejor de Oriente y Occidente; el color bronceado de su piel, su exuberante boca con labios de color rubí y los ojos esmeralda brillando por el deseo. Elaina se lamió los labios. – Mi madre tenía un dibujo de una cosa así. Yo lo he mirado muchas veces mientras me daba placer a mi misma. ¿Placer a si misma? La sangre le rugía en los oídos, su polla creció y se endureció, y sus bolas se pusieron tan duras como piedras. Las palabras se le atascaron en la garganta, así que Jarvik se limitó a cogerla en brazos y en dos pasos llegó a la cama y la acostó. Señalando hacia la túnica que Elaina aun llevaba puesta, le dijo entre dientes. – Quítatela.

¡Que Loki tuviera piedad de él! Elaina sonrió, y contorneándose se subió la túnica hasta los muslos, lanzándole una ardiente mirada mientras lo hacía. Los rizos de color caoba, húmedos y brillantes, le hicieron salivar cuando ella por fin se la levantó por encima de la cintura. – No. – Él apretó los puños. – No podré detenerme y te poseeré, Elaina. Estoy ardiendo por ti. – Eso me gustaría, Jarvik. Y aunque esté un poco dolorida, mi coño anhela tenerte dentro de mí. ¿Coño? Nunca había oído hablar a una mujer con tanta osadía, y con la voz ronca por el deseo. Jarvik se mordió el interior de la mejilla y se obligó a mirar hacia el techo de madera. Tenía que contenerse. Jarvik respiró profundamente antes de mirar de vuelta hacia la cama, lo que consiguió que su polla se endureciera todavía más por la imagen que presenció. Elaina estaba completamente desnuda. La túnica se encontraba tirada en un lado, mostrando sus atrevidos pechos al aire y sus largas y delgadas piernas separadas. Los pliegues rosados de su esposa brillaban por la humedad. Jarvik cogió la túnica y agarrando las manos de ella con una de las suyas, le ató las muñecas. Ella parpadeó y frunció el ceño, apretando los labios. – ¿Qué pasa? ¿Por qué haces eso? Jarvik siguió atando sus manos a la cabecera de la cama. – Me vas a castrar, mi señora. Nunca he dejado de dar placer a una mujer y mi esposa no será la primera. – No sé a que te refieres. – Elaina tiró de las ataduras. – ¿No quieres que te saboree? Sus palabras lo iban a matar. Su polla tembló como un saco de arena ensartado por una lanza. Entonces volvió a mostrar esa sonrisa de sirena de nuevo. Elaina sabía que la sola idea de probarlo excitaba a Jarvik.

Mi madre ya me lo advirtió cuando me contaba que un hombre puede arder con palabras dichas con osadía o mirando como se tocaba una mujer. ¡Por Odin! Ella abrió las piernas y arqueó las caderas. Los labios de su monte capturaron la luz del alba, como el rocío sobre los pétalos de una rosa que enmarcaban su corazón. Su vara empezó a gotear y a humedecerse. Jarvik se dejó caer al suelo de rodillas. El golpe contra la dura piedra y el fuerte dolor que le provocó le permitió recuperar algo de control. Agarrando sus muslos y subiéndoselos en sus hombros, Jarvik se dio un festín con su excitante sexo. Nunca había probado nada tan delicioso y eso que había probado a muchas mujeres. Era un placer que apreciaba, disfrutar de una mujer y cubrir su rostro con su miel, pero ni una sola de ellas lo había afectado nunca de ese modo. Observarla así y el vago recuerdo de su sabor en su lengua, lo excitó todavía más. Jarvik bajó la cabeza y rozó con su boca su resbaladizo coño, aspirando la dulzura picante de su deseo. La amó lentamente, con largas lamidas, dejando que sus labios jugasen con el botón que ocultaban sus pliegues y que su lengua se hundiese en su centro. El sexo de Elaina se contrajo alrededor de su lengua y Jarvik sintió que su bolsa se endurecía aun más, volviéndose caliente y pesada. Las mujeres del harén le habían enseñado un movimiento que las llevaba a rozar el límite. Y también había aprendido que un pellizco en el botón, combinado con la oscilación de la lengua, podía provocar varias veces el clímax a una mujer hasta que ella casi se desmayara. Elaina gritó cuando él la tocó de esa manera. Jarvik sonrió contra su húmedo sexo cuando ella gimió su nombre. Volvió a excitarla, esta vez con suavidad, dejando que sus manos encontraran la hendidura que la hacía temblar y gemir. Metió dos dedos en su anhelante coño, introduciendo un tercero rápidamente al sentir la humedad que goteaba de su sexo. Moviendo su dedo pulgar sobre el botón, al mismo tiempo que chupaba ese pequeño capullo,

consiguió que Elaina cerrara sus piernas alrededor de su cuello cuando las oleadas de placer recorrieron su cuerpo violentamente. Jarvik bajó las piernas de Elaina a la cama y desató sus manos y acostándose a su lado, la acercó a su pecho. Sus pezones rozaron su torso, mientras que los jadeos de Elaina se calmaban hasta respirar de nuevo con normalidad. Ella apoyó la barbilla encima de él y le acarició la barba con su mejilla. – Ahora es mi turno. Y sin esperar su contestación, ella agarró con las manos su erección. Elaina rodó hacia un lado y se sentó apoyando su trasero en los talones, sonriendo de nuevo, con esa sonrisa de sirena que hizo que su vara se moviera impaciente. – Es diferente a como me la imaginaba. – Dijo ella pasándole la mano por el vientre y bajando a continuación, hasta que sus dedos se detuvieron en su rígida virilidad y se enredaron en los rizos dorados de su pene. Jarvik ahogó un gemido cuando sintió que sus bolas se contraían. – Tan caliente. – Susurró ella besándole la húmeda hendidura. – ¿Cómo puede una simple caricia encenderme así? Tu olor provoca que mi coño se apriete. No me imaginaba el placer que se conseguiría al tocar a alguien de esta manera o al probarlo. Cuando ella se inclinó hacia delante y tomó la punta entre sus labios, Jarvik silbó agarrándose fuertemente a la cabecera de la cama. Elaina lo lamió suavemente, como una gatita chupando un plato de leche, moviendo la cabeza alrededor de su vara sin dejar de darle golpecitos con su rosada lengua. – Tiene un sabor salado y cremoso. Jarvik sentía como su caliente aliento dejaba un rastro húmedo en la cabeza de su polla. Rayos incendiaron su ingle, drenándole toda la sangre de su cuerpo y dirigiéndola directamente a su vara. Cuando la boca de Elaina cubrió completamente su pene, Jarvik echó hacia atrás la cabeza y rugió el éxtasis que le partía en pedazos mientras su semilla

salía en chorros pulsantes. No podía respirar. La madera de la cama se clavaba en sus manos y ese agudo dolor incrementaba su placer. Clavando los talones en la cama dejó que lo atravesaran los temblores. Con la mente en blanco y los huesos derretidos ya no pudo soportar su peso sobre los codos, pero la necesidad de abrazar y acariciar a Elaina era tan fuerte que con un último estallido de energía, Jarvik tiró de ella y abrazó su cuerpo con fuerza. – Ha sido increíble. La boca de Elaina se movía por su piel, haciendo que cada roce creara chispas, sacudiendo su polla medio erguida. – No pensaba que me gustara tanto esto. Ni que me haría sentir vacía y necesitada de nuevo. ¿Siempre es así? Jarvik logró levantar los párpados. El cabello de Elaina extendido sobre su pecho le confirmó que era tan suave como se lo había imaginado, y nuevamente el deseo inundó su virilidad. Nunca había visto a una mujer tan hermosa como ella. Incluso el arco de las cejas sobre esos ojos rasgados del color de las esmeraldas, lo seducían. – Nunca he sentido nada parecido. Solo contigo. – Pero... tú has estado con muchas mujeres. – Dijo ella vacilante. – Sólo te deseaba a ti. – Él acunó su rostro. – Desde ese primer beso en los establos, el día que me fui del castillo de tu padre. – ¿Rechazaste a las otras mujeres? – Sus cejas se fruncieron. – No. Sólo soy un hombre, Elaina. Un hombre viril. – Jarvik la miró a los ojos. – Pero ahora tú eres mi esposa. No voy a acostarme con otra a partir de hoy. Mi polla solo conocerá un coño. El tuyo. – ¿Y si las mujeres te buscan y te incitan? – Unos repentinos celos la invadieron. El pene de Jarvik se hinchó de nuevo. – No deseo a ninguna otra. Sólo a ti. Y volvió a demostrarle que lo que decía era verdad.

*** Ya era muy entrada la mañana cuando salieron de la torre. – Tengo que ir a ver a las niñas. – Elaina se detuvo cuando llegaron a las escaleras. – No están aquí, mi esposa. Magnus y yo nos pusimos de acuerdo para que las niñas se quedaran hoy con Deidra. Las presentaremos al Rey Cnut y al Rey Máel Coluim esta noche durante la cena. Elaina se retorció las manos y lanzó una mirada nerviosa hacia el pasillo. Jarvik la atrajo hacia él y acariciándole el cuello le levantó la barbilla para que lo mirara. – Estarán bien. Las protegen muchos guerreros. – Me echarán de menos. Jarvik deseó apartar las sombras de sus ojos y las líneas de preocupación que crispaba sus labios. – Hay trovadores en la aldea. Las niñas podrán disfrutar de sus juegos. Yo protejo lo que es mío hasta la muerte, Elaina. Y tú y las niñas sois mías. Reserva este día sólo para nosotros. Ella lo miró fijamente a los ojos, pero después de un largo momento una leve sonrisa floreció en su rostro. – ¿Nosotros? – Si. Para nosotros. Mañana, nos las llevaremos a Skjebne. Pero hoy es nuestro día. – Jarvik deslizó las manos en su hombro y esperó. – Entonces me rindo a tu sabiduría, esposo. – Respondió Elaina poniendose de puntillas y besándole la barbilla. – Parece que me he casado con un hombre que tiene todo planeado. Sofocando un grito de victoria, Jarvik sonrió pidiéndole que bajara las escaleras. Para cuando fueran a su castillo, él ya la habría entrenado como un maestro entrenaba a un halcón y la tendría comiendo de su mano. Garek los esperaba en el vacío salón. – Mi señor, todo está listo. Los caballos están preparados.

– Buenos días. Elaina, este es mi capitán, Garek. Los dos juntos hemos servido al Rey Cnut durante muchos inviernos. – Jarvik golpeó el hombro de su capitán. – Mi señora. – Garek se inclinó en una reverencia. – Encantada de conocerte, Garek. – Cuando Garek fue a coger la mano de Elaina para besársela, Jarvik gruñó y agarró su muñeca. Maldita sea, su esposa le estaba mostrando a Garek su famosa sonrisa. – ¿Podemos pedir torta de avena a la cocinera para apresurar nuestra partida? – Le preguntó Jarvik. Garek sonrió. – Ya está hecho, mi señor. – Jarvik reconoció la sonrisa de Garek. Ahora, tanto él como Elaina se habían dado cuenta de sus celos. – Quita esa sonrisa de tu cara. La última vez que me llamaste “mi señor” fue cuando el Rey Cnut me concedió mis tierras. – Nunca está de buen humor por la mañana. – Le dijo Garek a Elaina ofreciéndole el brazo. – ¿Puedo llevarte hasta tu montura? – Tócala y sentirás el filo de mi espada. – Jarvik pasó la mano alrededor de la cintura de Elaina y entrelazó los dedos con los de ella. – Tal vez deberías ir conmigo, dulzura. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que montaste a caballo? – Hace tiempo, mi señor. Dirigiendo a Elaina, la llevó afuera a través del salón, donde tres caballos estaban ensillados. Jarvik bajó la voz. – No quiero que hoy sientas molestias por montar en una dura silla. – ¿Tu caballo podrá con los dos? – Si. Este es Haski. – Jarvik saludó al enérgico semental. El animal bufó y pateó la tierra. – ¿Haski? – Significa Peligro en nórdico. – Respondió mirando del caballo a Elaina. – Montaré primero y despues te ayudare a subir. – Es una belleza. – Ella extendió la mano para acariciar el cuello del caballo.

– No. – Jarvik le agarró la mano. – Muerde. Es por eso que le di ese nombre. Es peligroso tanto para acariciarlo como para cabalgar con él. El caballo relinchó y levantó la cabeza. – Aléjate un paso. – Jarvik se interpuso entre el semental y Elaina, saltó sobre la silla y metió los pies en los estribos. – Pon tu pie en mi bota y coge mi mano. Elaina obedeció y enseguida estuvo sentada de lado en su regazo. – Creo que me gusta mucho tenerte en mis brazos, esposa. Estoy pensando en detenernos para bañarnos en una ensenada que descubrí en los límites de mis tierras. Me gustaría que tú me montases en la orilla. ¡Por Odin! Los ojos verdes de Elaina se estrecharon y bajó la cabeza para mirar el lugar donde su trasero descansaba encima de su erección. Jarvik saboreó la sensual sonrisa que se asomó en los labios de Elaina, y su pene se endureció como el acero. – Garek. – Jarvik no podía dejar de mirarla. – Quédate justo detrás de nosotros durante el viaje. Y vete por otra ruta cuando nos acerquemos a la costa. – Como quieras, mi señor. – Contestó Garek sin intentar ocultar la risa. *** – Yo no lo llamaría un modesto castillo. – Elaina examinó el enorme castillo en el borde de los escarpados peñascos negros. – Tiene seis torres. ¿Cuántas bocas tenemos que alimentar? – Muchas. Pero las granjas son enormes, y las tres aldeas que están alrededor son prósperas. No os faltara de nada a ti y a las niñas. – Sacudiendo las riendas detuvo a Haski. El caballo meneó la cola, echó la cabeza atrás, hacia la bota izquierda de Jarvik, y enseñó sus grandes dientes. Sólo la rápida reacción de Jarvik lo salvó de un mordisco. Elaina no pudo reprimir una risita.

– No puedo entender por qué toleras un caballo tan gruñón. Ya te ha mordido dos veces esta mañana cuando estábamos en la cala, y casi te derriba cuando paseábamos por la playa. – Es cierto. – Jarvik desmontó levantando los brazos hacia ella. Frunciendo la boca le hizo una mueca a la gran cabeza de su caballo. – Vive para atormentarme y sin embargo es todo dulzura y suavidad contigo. No consigo que coma en mi mano y tampoco puedo dejar un arma cerca de sus pezuñas. Ya he perdido dos espadas muy valiosas para sus cascos. Pero en la batalla, no hay un semental mejor que él. Se le veía tan irritado y afligido que Elaina no pudo evitar reírse. – Parece que prefiere el suave toque de una mujer. Elaina pasó las manos por el cuello de Jarvik y sonrió. ¿Cómo podía haberse convertido Jarvik en alguien tan importante para ella si sólo había pasado una noche y medio día? La había tomado dos veces en la ensenada, una vez en las cálidas aguas con las olas chocando contra sus cuerpos. Y luego otra vez a la orilla de la cala con el calor abrasador del sol sobre sus cuerpos desnudos. – Gracias, Jarvik. Por este día. Por la playa. Elaina sostuvo su barbilla, trazó la línea de su boca, y depositó allí un suave beso. Estaba sorprendida de que no hubiera comprobado ni una sola vez, si alguien la seguía. Ni una sola vez había saltado con un ruido repentino, y lo mejor de todo, se había quedado dormida en sus brazos. Un sueño profundo sin pesadillas, que había renovado su espíritu. – Soy yo quien debería de agradecértelo, dulzura. – Jarvik le acarició el rostro. – Me temo que no podemos quedarnos más que un poco en el castillo. Te he retenido mucho tiempo amándote en la cala. Nos reuniremos con el administrador, visitaremos el castillo y nos apresuraremos para regresar a tiempo para la cena. Si todo va bien, mañana veremos a las niñas. La felicidad de Elaina crecía a cada momento que pasaba. Le encantaba Skjebne. La brisa del mar soplaba en la propiedad, su aroma

fresco y salado impregnaba todas las habitaciones. El administrador y la cocinera estaban deseosos de servir a su nuevo Lord y Lady. Todos los siervos parecían contentos, y el castillo era un hervidero de actividad. Jarvik preguntaba su opinión acerca de todo; por la calidad y la cantidad de los tarros de especias, sobre la lana y los telares, incluso de los tapices de las paredes. Los cautivó a todos, desde los caballeros hasta los ayudantes de cocina y las sirvientas. También la tocaba todo el tiempo; apoyando su brazo sobre los hombros de Elaina, colocando la mano en su espalda para animarla a continuar, y si estaban solos, aprovechaba para pedirle que le robara un beso. Elaina se volvía más audaz con cada beso, fundiéndose en sus brazos cuando Jarvik chupaba su lengua, y sintiendo que su coño se humedecía cuando él le susurraba lo que pretendía hacer esa noche. Era la más dulce tortura que Elaina había sufrido. Y nunca se había sentido más hermosa, más segura y más dispuesta a vivir la vida. Al final del día, mientras viajaban a través de las colinas, no sólo se había acostumbrado a su tacto sino que lo anhelaba, y a su vez ella necesitaba acariciarlo también. Cuando se acercaban al castillo de Magnus, Elaina volvió a sentir la tensión. – ¿Qué te preocupa, esposa? – Jarvik tiró suavemente de las riendas, haciendo que Haski fuera a un medio galope al cruzar el foso de entrada a Laufsblað Fjóllóttr. Elaina se irguió y se alisó la falda. Se sentía desnuda sin sus rellenos y la toca. – Me da miedo la reacción del Rey Máel Coluim cuando vea mi actual aspecto. – Deja de fruncir el ceño. ¿Cuántas veces tengo que decirte que todo va a salir bien? – Jarvik apretó su hombro. – Ha llegado el momento de que conozcas a mis hermanos y a sus esposas. El Rey tendrá que esperar.

Elaina parpadeó y se volvió hacia la dirección que él miraba. Su boca se abrió al ver a la multitud que los esperaba en las escaleras del castillo. – Ya puedo ver por que todo el mundo lo llama El Oso del Norte. Es él, ¿no? ¿El del medio? – Si. Ese es Torsten, El Oso. Es mi hermano mayor. – ¡Tío Jarvik! – Llegó el grito de una pequeña niña con cara de duende y unos rizos sueltos y dorados. Su cabello ondeaba en la brisa mientras corría hacia ellos. – No Gaierla. ¡Párate! – Jarvik saltó del caballo, lo que Haski aprovechó rápidamente para morderle en el trasero. Puso una mano en el muslo de Elaina y se agachó para recoger a la niña en brazos. – ¿Tú eres mi nueva tía? – La joven rodeó con sus largas y delgadas piernas la cintura de Jarvik y miró a Elaina. – ¿Qué debo hacer ahora? Todos mis Thors se han casado. Me tienes que buscar otro prometido, tío. Ya tengo más de diez veranos y todavía no tengo novio. La cabeza de Elaina le daba vueltas. ¿Thors? ¿Prometido? Una mujer se les acercó. – Tú debes ser Elaina. Ayúdala a desmontar, Jarvik. No te quedes ahí con la boca abierta. Tenemos mucho que hacer. Soy Catriona, la esposa de Ruard, El Cazador de Dragones. La mocosa que está acribillando a Jarvik con preguntas y besos, es mi hermana, Gaierla. Elaina nunca había visto un cabello como aquel, del color del fuego, ni tanta belleza en una mujer. Menos mal que ella ya no llevaba puesto el relleno ni la cara embadurnada de manteca de cerdo. Elaina saltó del caballo. – Es un gran placer conocerte, Catriona. – Yo no soy una mocosa. – Gaierla se retorció para que Jarvik la soltara. – Esta noche voy a ser presentada a dos Reyes. Y tengo un vestido nuevo. ¿Crees que alguno de los Reyes encontrará un esposo para mí? – Gaierla, debes parar con esa obsesión con el matrimonio. No es todo como parece, cariño. – Una mujer alta, con el cabello negro y suelto,

que le llegaba más abajo de su trasero, se acercó a ellos con un bebé en los brazos. Detrás de ella, un guerrero vestido con una cota de malla la acompañaba. – Soy Bettina. Estoy casada con Njal, El Pacificador, es el hermano mediano. Y éste es nuestro hijo, Saxski. – ¿Así que, el matrimonio no es todo lo que parece, esposa? Soy Njal. – El guerrero pasó un brazo alrededor de la cintura de Bettina, pellizcó la nariz del bebé, e inclinó la cabeza para inspeccionar a Elaina. – El salón es un hervidero de chismes acerca de ti, Lady Elaina. Todo el mundo tiene curiosidad por ver a la mujer que ha hechizado a Jarvik, El Seductor. Elaina levantó la cabeza para ver mejor a Njal e hizo una reverencia. – Lord Njal. – No. Ahora somos hermano y hermana. Para ti soy Njal, Elaina. – Dijo cociéndole la mano y besándosela. – ¡Suéltala! – Jarvik retiró la mano de Elaina de las garras de Njal. – ¿Dónde está Magnus? – Intentando convencer a Deidra para que meta sus gatos en los establos. Elaina se giró para mirar a otra delicada mujer, con piel de porcelana, enormes ojos verdes, y la más suave y dulce voz que había oído nunca. – Soy Ainslin y estoy casada con Torsten, El Oso del Norte. Esta es Inga. ¿Qué se dice, hija? La niña de al lado de Ainslin se quitó el pulgar de la boca y le susurró. – ¿Tienes una manzana? – Hermano. – Torsten, El Oso se acercó a ellos. – Veo que Haski todavía quiere arrancarte trozos de tu cuerpo. El corazón de Elaina dio un vuelco. Nunca había visto a un hombre que irradiara tanto peligro y poder. Retrocedió un paso, para protegerse con el fuerte cuerpo de Jarvik. Él le apretó el hombro para calmarla. – Tranquila, esposa. Sí, el semental que me diste cuando gané mi propiedad aun me muerde cada vez que tiene una oportunidad. El porque lo entrenaste para hacer eso, todavía es algo que no puedo

entender. Torsten se agachó para recoger a Inga. – Aquí está tu manzana, querida. No necesitas robar más de la cocina. Ainslin, ¿por qué estás aquí? ¿No estuvimos de acuerdo en que no deberías estar en el aire frío de la noche? Ainslin rodó los ojos. – No. No estuvimos de acuerdo. Tú lo ordenaste. – Fue una sugerencia, elska. Estoy preocupado por ti y el bebé. – ¿Por qué no estás supervisando a Rob y Brom en su entrenamiento? – Con las manos en las caderas y la barbilla levantada hacia adelante, Ainslin dio una patada en el suelo. Ver a una mujer desafiando a un peligroso guerrero, conocido en muchos países, sorprendió a Elaina. – Dejé a nuestros hijos en las buenas manos de Magnus cuando descubrí que la esposa que yo pensaba que estaba descansando, decidió ayudar a la tabernera con los sacos de lúpulo. Ainslin, se razonable. Está embarazada. No puedes levantar un carrete de lana y mucho menos sacos de lúpulo. – ¡Que fastidio ! ¡Que nos salven de todos los guerreros y esposos estúpidos! Y ni una palabra, Njal. ¿Te lo puedes creer? Él no me deja montar. Te juro que la próxima vez que esté esperando un hijo, no lo sabrá hasta el día del parto. – Dijo Bettina entrecerrando los ojos. Njal cogió a su hijo, Saxski, de los brazos de Bettina. – Sabes bien lo que pasará si te encuentro montada en un semental. Si fuera tú, yo ataría a Ainslin a la cama, Torsten. – ¡Levantando sacos de lúpulo! – Njal soltó un bufido. – ¿Llevamos a nuestras esposas e hijos a sus habitaciones? – Si. Creo que todas son igual de obstinadas y poco razonables. – Torsten miró a su esposa. – ¿Vas a ir andando o tengo que cargar contigo? Elaina no se sorprendería si viese llamas salir de los ojos de Ainslin cuando ella miró a su marido. El silencio invadió el patio. Elaina contuvo la respiración convencida de que El Oso iba a explotar.

Pero en vez de eso Torsten dejó escapar un profundo suspiro. – Vete con mamá, Inga. Ainslin parpadeó pero cogió a Inga de los brazos de Torsten, entonces él las levantó a las dos. – Ni lo pienses. Voy a ir andando, Njal. – Bettina resopló su afirmación. – Hermana. – Gaierla tiró de la manga de Catriona. – ¿Puedo ir a ver a los gatos? ¿Por qué quiere el tío Njal que el tío Torsten ate a la tía Ainslin a la cama? – Te lo contaré cuando crezcas, Gaierla. Y si que puedes ir a ver a los gatos, pero te quiero de vuelta antes de que el sol se ponga. – Cuando Gaierla se giró, Catriona la agarró de su vestido marrón. – ¿Y tus modales? – Lo siento, tío Jarvik, tía Elaina, hermana. – Gaierla se inclinó en una elegante reverencia. – Os pido permiso para retirarme. Todos observaron cuando Gaierla dio dos pasos recatados, pero el tercero se convirtió en un paso más amplio antes de que se echara a correr. Catriona movió la cabeza. – Tantas preguntas y tanta vitalidad. Me temo que nos mantendrá siempre alerta a Ruard y a mí. – ¿Ya no te preocupa que tenga recuerdos de las mazmorras? – Preguntó Jarvik. Catriona se volvió y sacudió la cabeza. – Estás confusa por lo que ha preguntado Jarvik, puedo verlo claramente, Elaina. Mi hermana fue encerrada por un Conde durante un breve período de tiempo. Njal la rescató y la mimó terriblemente en el viaje de regreso a nuestro castillo. Estoy segura de que escucharás esa historia frecuentemente, Elaina. Además, Gaierla cree que es nórdica. Catriona puso los ojos en blanco y sonrió. – Y las historias del dios Thor le causan una gran fascinación. Ella tenía la esperanza de casarse con Thor, luego cambió a Njal, y una vez que conoció a Jarvik, decidió que él sería su esposo.

Ah, eso explica las quejas de la niña. Elaina no pudo dejar de sonreír. – Con tu permiso, me gustaría que Gaierla conociera a mis niñas, Kateri y Kitti. Hemos vivido aisladas y creo que necesitan pasar tiempo con otros niños. – Es una idea brillante, Elaina. Gaierla va a saltar de alegría ante la idea de hacer de madre de dos bebés. Se siente muy molesta por el hecho de que Brom y Rob sean mayores y la mitad de una cabeza más altos que ella. Me aseguraré de que todos los niños pasen la mañana en el mirador. Tenemos un cuarto de juegos allí. A Elaina le gustó Catriona. Era sencilla, miraba directamente a los ojos con sinceridad. – Me gustaría conocer a los otros niños también y pasar algo de tiempo con ellos. – Dijo Elaina. – Te puedo asegurar que no voy a perder la oportunidad de que conozcas a mi hijo, Finn. Pero primero tenemos que prepararnos para la cena. Jarvik, escolta a Elaina a la cámara de Deidra. – Las mujeres fueron hacia el salón donde los hombres estaban sentados para la cena. – Necesito encontrar a Ruard y a Magnus. Nos vemos pronto, Elaina, Jarvik. Con eso Catriona, se volvió y se dirigió hacia la cocina. Elaina pensó en lo que había escuchado. – ¿Es normal que los maridos noruegos aten a sus esposas a la cama? Él se echó a reír. – No te he oído quejarte esta mañana, dulzura. – ¿Y puede una esposa atar al marido? – La idea la atraía enormemente. Jarvik gimió. – Tal vez... si yo pudiese verte antes darte placer a ti misma. Ella se volvió, apoyó las manos contra su fuerte pecho y reuniendo su coraje susurró. – Me gustaría ver como tú también te das placer. Me encanta tu polla y me encantaría descubrir todos tus secretos.

– ¡Freya, ayúdame! – Él la aplastó contra él. – No cambies nunca, esposa. Nunca. – Jarvik. – Una profunda voz masculina lo llamó. Cuando Elaina trató de levantar la cabeza, Jarvik la apretó más. – Es mi hermano, Ruard. El Cazador de Dragones. ¿Qué pasa? – Lleva enseguida a tu esposa a su cuarto y luego reúnete con nosotros, antes de presentarte al Rey Cnut. ¡Date prisa! Llegan problemas.

Capítulo Cinco – ¿Qué pasa ahora? – Jarvik se quitó las botas y comenzó a desatarse los pantalones. Magnus había construido su cabaña de baños a medida de sus gigantescas proporciones. La estructura de madera y piedra tenía cinco metros y medio de alto, y la piscina que estaba excavada en el suelo era dos veces más larga, ancha y profunda que una normal. Las piedras calientes del foso, lanzaban nubes de vapor perfumado alrededor de la cámara. – El Rey Eogan llega mañana. – Torsten, ya desnudo y en el agua, apoyó la cabeza en sus manos. – Va a reclamar a las hermanastras de Elaina. – ¿Cómo sabes eso? – Jarvik se desprendió de su túnica. – El Rey Cnut decidió apoyar al primo del Rey Eogan, Habren, en su lucha por el Reino de Strathclyde. Valan, La Víbora, el jefe Highlander, tiene espías entre los hombres de Eogan. Njal sumergió una jarra en el agua. – Valan me ha enviado una carta para avisarme. Ruard se zambulló en el lado más profundo y salió entre Torsten y una esquina. – Es una suerte que Eogan, el muy bastardo, no dejara testigos cuando asesinó al Rey Crinán y a su familia. – Es verdad, él no puede probar que las niñas no son de Elaina. O tuyas. – Magnus, desnudo como el día en que nació, encendió una lámpara que colgaba. – Y es una maldita suerte que mi Deidra descubriera las sábanas manchadas, antes de que nadie más en el castillo las viera. Tú reclamaste a las niñas la pasada noche, pero eso no será suficiente. Debes alegar que eres su padre. Un atisbo de remordimiento sacudió el pecho de Jarvik. No se había dado cuenta del nivel de su obsesión por Elaina. Realmente había querido que todos supieran que ella era virgen y no la concubina de la que todos hablaban.

– Todo el mundo sabe que el Rey Crinán se casó con Maude y ella le dio dos bebés. – Si. Pero nadie de los que vieron a las niñas sigue vivo. – Njal vertió una jarra de agua sobre las piedras calientes. El denso vapor siseó y se elevó formando lentas espirales, hacia el techo de madera. – Y Elaina no se ha dejado ver desde hace dos veranos. ¿Quién negará que reclames a las niñas como tuyas? Has podido estar buscando todo ese tiempo a Elaina. La encontraste en dos ocasiones y la poseíste. Ella no se quería casar con un vikingo y huyó. – ¿Ya has extendido esa historia, hermano? – Jarvik estudió minuciosamente el estoico rostro de Njal. Era imposible adivinar los pensamientos de su hermano, lo que le volvía tan exitoso en su cometido como Pacificador del Rey – Si, la extendimos todos. Y también se la he contado hoy a Máel Coluim. No apoyará a Habren, existe mucha enemistad entre los dos hombres. Y Cnut no apoyará a ningún otro que no sea Habren. – Njal se pasó las manos por su largo cabello negro que le llegaba hasta los hombros. – Me temo que en este asunto, ninguno de los dos está de acuerdo en nada. Jarvik se apoyó contra una suave piedra y dejó que el agua caliente acariciara sus hombros. – ¿Y si no pasa nada? Es solo una idea siniestra. ¿Pero... y si tanto Habren como Eogan fueran asesinados por los Normandos? Sus cuatro hermanos lo miraron y Jarvik tuvo que contener un gemido. Era raro que él tomara la iniciativa en la elaboración de un plan. No solía ver los fallos de sus intrigas. – Sería la oportunidad que Máel Coluim está esperando. Y a Cnut, El Grande, no le gustan las invasiones de los Normandos por el sur de la frontera. – Torsten se frotó la barbilla. – Njal, Magnus, Ruard, ¿tenéis alguna reserva con este plan? – A menos que te refieras a que eso significa que no dormiremos esta noche. No. – Contestó Magnus sacudiendo su cabello mojado y

echando agua por todas partes. – ¿Quién se quedará para mantener ocupados a los Reyes? – Tú eres el anfitrión, así que tienes que quedarte. – Estoy de acuerdo con Njal. – Torsten cogió una toalla y se secó la cara. – La suerte realmente nos sonríe. Cnut viaja con su codiciosa esposa, Aelfgifu. Y a ella le gusta Ainslin. He aprendido a no subestimar la influencia de una mujer sobre su esposo. – No he oído nada más cierto desde que pronuncié mis votos. – Ruard dejó escapar un largo suspiro. – Yo tampoco. – Concordó Magnus también, apoyando la cabeza en sus manos. – ¡Lo juro! Deidra y sus mascotas serán mi muerte. ¿Os habéis dado cuenta de que mi cabello es más débil? Es por arrancármelos de raíz. – Al menos tu esposa supervisa sus obligaciones femeninas. Bettina huye a cazar jabalíes. Mi esposa es una bruja. Bettina tardó tres lunas en decirme que llevaba en su vientre a Saxski. Si ahora no contara los días entre sus periodos, juro que no me habría dicho nada sobre el nuevo bebé hasta que se le notase el vientre redondo. – Njal meneó la cabeza. – Las canas en mi cabello crecen más con cada nuevo amanecer. – ¿Cuentas los días de Bettina? – Jarvik miró a su hermano mayor. – No es muy viril para un guerrero admitir eso. – Ya aprenderás. – Ruard rodó los ojos. – Solo llevas casado un día y una noche. Y si Elaina es tan terca como Catriona... Te compadezco, hermano. Prefiero luchar contra mil guerreros que pasar nueve lunas con Catriona embarazada. Jarvik no podía creer que sus hermanos se hubieran convertido en esclavos de sus mujeres. – El deber de una mujer es tener hijos. No veo cual es el problema. Una vez que la simiente de un guerrero echa raíces no hay nada que él pueda hacer. El resto depende de la mujer. Risas, carcajadas y más risas rebotaron en las paredes de piedra. – Te voy a decir algo... – Njal movió la cabeza pacientemente.

El rostro bronceado de Ruard palideció. – No se lo digas. Ni una palabra, Njal. – ¿Crees que Catriona no se lo contará a Elaina? Todas las mujeres siempre lo saben todo. Es casi imposible mantener un sólo secreto entre hombres. – Njal resopló. – Cuando Catriona está embarazada, le apetecen tartas de manzana. Y desde que intentaron envenenar a Ruard, él no puede soportar el olor de las manzanas asadas. Con la mención de las manzanas, Ruard realmente se puso tan verde como un hombre dispuesto a vaciar el estómago. – ¿Tienen que ser tartas? – Preguntó Jarvik. – Ella puede comerse las manzanas frescas en vez de asadas. – Ya aprenderá. – Volvió a repetir Njal mirando a Torsten, Ruard, y Magnus. – En realidad, voy a disfrutar mucho viendo como al Seductor le dan su merecido. – A diferencia de vosotros, yo tengo a Elaina comiendo de la palma de mi mano. Los abucheos, silbidos, gritos y rugidos de sus hermanos casi levantaron las vigas del techo. Jarvik se prometió mostrarles lo fácil que había sido entrenar a Elaina. Esta noche, ella lo alimentaría eligiendo las mejores carnes, lo elogiaría y se lo agradecería y sonreiría dulcemente a todos. Torsten se ofreció a informar de sus planes a las mujeres, mientras que Jarvik, Njal, y Magnus se reunían con los dos Reyes. *** Los tres hermanos esperaban a los monarcas en una cámara adyacente al gran salón, que habían elegido por sus gruesos muros y la falta de muebles. Para Njal era el sitio más adecuado para las negociaciones, ya que era un lugar propicio para defenderse en caso de que lo necesitasen. La preocupación tensaba los músculos del cuello de Jarvik, incluso después de una larga inmersión en la cabaña de baños.

– Pacificador. – Cnut el Grande, atravesó la puerta, a grandes zancadas con sus largas y poderosas piernas hasta que estuvo cerca de Njal. – Cazador de Dragones, Seductor. No te he visto desde hace muchas lunas. ¿Dónde está El Oso? – Supervisando la visita de tu Reina. – Njal y Torsten habían planeado conspirar con la egoísta esposa de Cnut, para que sirviera de distracción al Rey. – A Aelfgifu le gusta Ainslin. Estoy satisfecho con la decisión adoptada por el Oso de ocupar su propiedad en Cumbria. Eso ayudará a proteger la frontera. – Cnut se balanceó sobre los talones. – Acércate Malcolm. Nadie, excepto el Rey Cnut, se atrevía a llamar al Rey Máel Coluim por su nombre. – Cnut, El Grande. No es frecuente verte viajar por la frontera. – Máel Coluim, al igual que Cnut no llevaba armas, ni tampoco ninguno de los demás hombres que se encontraban allí. – El Pacificador cree que vamos a tener problemas con los Normandos. El Rey escocés se detuvo. Su ceño se frunció cuando apretó los labios. – Me gustaría escuchar eso después de haber cenado. Y después de saludar a tu esposa con quien te casaste la pasada noche, Seductor. Jarvik peleó junto al Rey Máel Coluim durante un invierno, por eso conocía bien las señales que mostraban que el monarca estaba furioso. ¿De qué se habría enterado el Rey? – Sugiero que vayamos al gran salón. – Cnut acarició su perilla. – He aprendido que es mejor no arriesgarse a la ira de mi Reina. Está muy satisfecha con la novia del Seductor. También he oído comentarios acerca de la joven, y me gustaría saber la verdad de esta historia. Cada vello del cuerpo de Jarvik se erizó. No podía arriesgarse a la ira de los dos, tanto de su Lord feudal como del Rey Máel Coluim. Tal vez debería haber permitido que Elaina continuase con su disfraz. Los hermanos intercambiaron miradas desconfiadas, pero no tenían nada que ganar y mucho que perder si se negaban a cumplir la orden de un Rey.

Jarvik escudriñó el abarrotado salón, notando que todo estaba en orden. Acompañó a los monarcas y a sus hermanos a la mesa principal, y con el ánimo sombrío ocupó su lugar. Las mujeres aún no habían llegado y los hombres empezaron a hablar de nuevas armas, tácticas de batalla, y de los Normandos. La conversación en voz baja en la mesa contrastaba con el murmullo del salón lleno de hombres. Ninguna de las mujeres estaba a la vista. Incluso las sirvientas de la cocina habían desaparecido. Los muchachos de la cocina dejaban en las mesas las cestas de pan que llevaban. El hambre agravado por el aroma del pan recién horneado, competía con el olor a pino que fluía de los juncos del suelo. Magnus examinó el salón. – ¿Dónde están las mujeres? – Tal vez la Reina las ha retrasado mientras conversa con Elaina. Jarvik ya había visto a Aelfgifu retrasar a la Corte durante muchas horas. – No tiene importancia. – Eso no es verdad. Los pelos de la nuca se me están erizando como un gato delante de una manada de lobos. – Magnus se frotó la parte de atrás del cuello. – Siempre tiene mucha importancia el que todas las mujeres desaparezcan al mismo tiempo. – ¡Por Odin! – Njal dejó su copa sobre la mesa con tanta fuerza que el vino se derramó. – ¡Te envidio, hermano! – ¿Qué? – La cabeza de Jarvik se volvió hacia la dirección de la mirada de Njal. Su vara se hinchó ferozmente. Magnus y Njal agarraron a Jarvik de cada brazo. – ¡Quédate sentado! – ¡Por Odin! Mañana voy a taparla de la cabeza a los pies, después de que le haya zurrado el trasero. – La piel de Jarvik estaba muy caliente y las gotas de sudor le brotaban de las sienes deslizándose por el rostro. Elaina estaba vestida como una concubina árabe. Llevaba un corpiño, corto y estrecho que mostraba sus magníficos pechos a la perfección. Su ombligo descubierto tenía incrustado un rubí. Jarvik apretó los puños.

Después de que la mandíbula del Rey Cnut volviera a su posición normal, se tocó la perilla y preguntó. – ¿Qué tenemos aquí? Elaina se acercó hasta el estrado para quedarse frente a Cnut y a Máel Coluim, con Ainslin en un lado y la Reina Aelfgifu en el otro. El ruidoso salón se había quedado en silencio. Ningún perro gruñía, ni un solo gato maullaba. Incluso las crepitantes llamas de la chimenea parecía que habían cesado de hacer cualquier sonido. Las tres mujeres se inclinaron en una reverencia y fue entonces cuando Jarvik pudo apreciar las curvas de las caderas de Elaina enfundadas en sus pantalones de harén, marcando su trasero e insinuando sus largas piernas en la fina tela que se sujetaba a los tobillos con unas cadenas de oro. Las campanillas en sus pies sonaron cuando ella se movió, después de que el Rey hiciera un gesto para permitir a las mujeres que se levantasen. La Reina Aelfgifu colocó su robusta figura frente a las otras dos mujeres. – Escucha esta historia tan fascinante, esposo, Rey Máel Coluim. Os presento a la Princesa Elaina, hija del Rey Crinán de Strathclyde. Tengo las copias de las cartas enviadas hace muchos años por el Jarl Torsten, El Oso del Norte, al Rey Crinán para proponer el compromiso de su hermano con Elaina. Han pasado casi tres años desde que los invasores nórdicos destruyeron la fortaleza y el castillo de Strathclyde, matando a todos. Elaina pudo escapar de la masacre de la fortaleza. Estaba tan aterrorizada que huyó y se refugió con la Princesa Deidra. – Seductor, ¿esta es la mujer con quien te casaste anoche? – El rugido del Rey Máel Coluim resonó estrepitosamente en el silencioso salón. – ¿Has engañado a tu Rey como si fuera un idiota? – No. Mi hermano nunca se arriesgaría a tu ira, Majestad. – Torsten se levantó. – Estuvo buscando durante muchas temporadas a la Princesa. Las dos veces que la encontró, él la reclamo a la manera vikinga. – ¿Violó a su prometida? – La indignación de la Reina fue evidente en sus ojos brillantes y por la manera en que puso las manos en sus anchas

caderas. El Rey Cnut se encogió de hombros. – Eso es muy normal en los países nórdicos Aelfgifu, aunque nosotros no tuvimos que usar esa costumbre. ¿Qué es lo que quieres de mí, esposa? – Me gustaría que pidieses al Papa que bendijese esta unión. Y también quería tu aprobación al matrimonio. – ¿Y tú, Princesa Elaina? Te escapaste dos veces de este hombre, pero pronunciaste tus votos anoche. A los ojos de la Santa Iglesia estás casada. – El Rey Cnut arqueó una ceja y fijó sus ojos azules en Elaina. Jarvik contuvo la respiración. – Mi señor, Jarvik reclamó a nuestras hijas antes de la ceremonia de anoche. Eso es lo que yo quería y lo que él se había negado a hacer antes. Estoy de acuerdo con las palabras de la Reina. Desearía que Su Majestad y Su Santidad bendigan nuestra unión. – Las rodillas le temblaban y tuvo que apretar los puños con tanta fuerza, que los nudillos se le pusieron blancos. – ¿Son tuyas las niñas que nos han sido presentadas antes, Seductor? – Preguntó Cnut gesticulando hacia Jarvik para que se pusiera delante de él. – Si. – Él se apoyó en los hombros de sus hermanos y saltó sobre la mesa, derribando la copa de Njal. – ¡Elaina y las niñas son mías! Jarvik se quedó entre Ainslin y Elaina. Ella escuchó su voz ronca, vio el brillo de sus ojos, y se estremeció. – ¿Puedo pedirte permiso para llevar a mi esposa a nuestra cámara? – Preguntó Jarvik. – ¡No! – Rugió el Rey escocés. – Tiene que explicar porque está vestida así. Elaina enderezó los hombros. – Porque soy la hija de una concubina. – El Rey Crinán y su esposa se casaron delante de un sacerdote. – Gruñó Jarvik. Elaina se estremeció.

– Tenía miedo de ser asesinada si alguien supiese o sospechara de mi identidad. Tuve que rellenar mi ropa, oscurecer mis cejas y dientes, y utilizar piedra caliza mezclada con manteca de cerdo para que mi piel pareciese pálida. A Jarvik no le importó mi apariencia, ni me tomó por la fuerza. Él es El Seductor. No sabía quién era al principio, pero cuando me enteré de que era un vikingo, me entró el pánico. – Su garganta estaba seca, y tuvo que tragar tres veces. Jarvik la agarró del brazo. – Mi esposa me honra, Alteza. Me estaba bañando en el lago y cuando la vi sin su disfraz, la deseé. No fue hasta que tomé su virginidad que no reconocí quien era ella. Cnut se rió. – Seductor, nunca dejas de sorprenderme. Robaste la virginidad que te pertenecía. Y aun así, ¿la dejaste escapar? Jarvik apretó el brazo de Elaina con fuerza. – Me ha causado muchos problemas, Alteza. Pasó una temporada completa antes de que sospechara que la curandera de la aldea era en realidad la sirena del lago. – Y sin embargo, volviste a tomar lo que era tuyo. – La furia enrojecía las mejillas de Máel Coluim. Hundiéndose en su silla, tomó un sorbo de vino sin apartar su atención de Elaina, consiguiendo que ella deseara estar vestida con una camisa, un vestido y una toca, o cualquier otra ropa que no fuera la que llevaba puesta. – Pensé que sería más fácil convencer a una mujer feliz que a una reacia, Majestad. – Está la cuestión del Reino de Strathclyde. – El Rey Máel Coluim, miró a Jarvik y a Elaina de arriba a abajo. – Tu tío Eogan es el nuevo Rey. Por derecho, él debería de haber firmado los acuerdos del compromiso. – Ya está hecho, Malcolm. Si el Seductor está seguro de que las niñas son suyas, yo no negaré la unión. Tendréis que renunciar los dos a cualquier derecho sobre Strathclyde. Y voy a querer tu voto de obediencia Jarvik, después de la misa de la mañana. – El Rey Cnut no

permitió que nadie contradijese sus órdenes, pasando su mirada por cada hombre y mujer que estaban en el salón. – ¿De acuerdo, Seductor? Te veré en el campo de entrenamiento de madrugada. – La malvada sonrisa del Rey Máel Coluim provocó escalofríos en la expuesta piel de Elaina. – Te doy permiso para que te lleves a tu esposa y regrese vestida normalmente. – Como desees, Majestad. – Jarvik se inclinó y dio varios pasos hacia atrás, arrastrando a Elaina con él. Una vez que ya no podían ser oídos por los monarcas, Jarvik susurró irritado. – Sube las escaleras hasta nuestro cuarto, cámbiate de ropa y vuelve. Si no estás aquí antes de que los platos de carne estén sobre la mesa, te iré a buscar. Y Elaina... Mi búsqueda incluirá mi mano varias veces en tu tentador trasero. El temor aceleró sus pasos y Elaina casi voló hasta su habitación para ponerse el vestido viejo que llevaba antes. Sus pechos habían aumentado durante su tiempo como curandera, y el corpiño revelaba mucho más de lo que a Jarvik le había gustado. ¡Virgen María! ¿Qué le haría él cuando estuvieran a solas? La mirada de Jarvik mostró su irritación en el mismo instante en que ella entró en el salón. Él no entendía lo que era ser conocida sólo como la hija de una concubina. Ahora que había reclamado a Kateri y a Kitti como sus hijas, las niñas también podían ser insultadas como lo había sido Elaina. Jarvik creía que por haberse casado con Elaina, ella sería aceptada. Elaina sabía que eso no ocurriría. Los susurros comenzaron cuando Elaina atravesó el salón para dirigirse al estrado. Levantando la barbilla apretó la mandíbula. Nadie tenía que notar como temblaba por dentro, o como el olor de la comida le producía nauseas, o como anhelaba golpear a los hombres que se reían mientras ella pasaba a su lado. Jarvik se levantó cuando Elaina se acercó al banco y ayudándola a sentarse, pasó un brazo alrededor de su cintura y la atrajo hacia él. – Me alegro de que te dejaras el cabello suelto esta noche. Es precioso.

Pero tengo que terminar una discusión contigo, esposa. Ella parpadeó y retorciendo los dedos bajó la cabeza. ¿Iba a discutir con ella en frente de todos esos nobles? La mano de Jarvik levantó la barbilla de Elaina. – No me has robado muchos besos hoy, así que me corresponde robártelos a ti esta noche. Lágrimas retenidas nublaban la visión de Elaina. – ¿Quieres que actúe como la hija de una concubina? – No. Quiero que cada hombre, mujer y niño en este salón sepan que Jarvik, El Seductor, no tiene ojos para nadie más que para su esposa. Mírame, dulce. – La mirada de Jarvik se clavó en la suya. Elaina sintió su agitación y supo que él estaba hirviendo de furia. – Quiero que sepan que El Seductor valora a la Princesa Elaina por encima de todo lo demás. Que él va a elegir los mejores manjares para ella y que no aplacará su hambre, hasta que ella no esté completamente satisfecha. Elaina parpadeó y levantó la cabeza. Conmovida, le llevó unos momentos conseguir hablar. – Te prometo que nunca te voy a dar una razón para que me dejes. Jamás pondré los ojos en otro hombre. Jarvik le rozó los labios con los suyos. Y tal y como le había prometido, estuvo pendiente de Elaina durante toda la cena. – Deidra me contó que le habías enseñado a sustituir la carne y el pollo, por otros alimentos. – Yo como pollo, pero Deidra es reacia a comer cualquier animal. Sospecho que tendría que convencerla de que por lo menos comiera ostras, pescado o anguila. ¿Puedo ofrecerte un poco de comida, mi señor? – Más tarde. En nuestra cámara. – Contestó abriendo una ostra. – Me gustaría que después me alimentaras con las bolas de cacao que a Magnus le gustan tanto. Inmediatamente Elaina sintió que su sexo se preparaba para recibir su vara, para las deliciosas embestidas que alimentarían su placer. Sus

palabras y el ardiente deseo en los ojos de Jarvik encendieron un fuego en el vientre de Elaina, un fuego que se extendió por todo su cuerpo al mismo tiempo, irradiando desde sus pies enfundados en delicadas zapatillas hasta su cabeza, para concentrase finalmente en sus pliegues. – Te ruborizas de una manera encantadora. Tengo hambre de ti, esposa. – Dijo cogiendo un trozo de puerro y cubriéndolo de crema de mantequilla, acercando después el pedazo a los labios de Elaina. – Tal vez podamos llevarnos un poco de crema de leche y algo de fruta cuando nos vayamos del salón. ¿Cuántas mujeres habrían recibido las mismas atenciones por parte de su marido? Elaina lo observó mientras preparaba un trozo de pescado con un pedazo de nabo. – Cuéntamelo, esposa. Elaina curvó sus labios mientras sus ojos se encontraban. – ¿El qué mi señor? – El pensamiento que ha ensombrecido tu sonrisa deslumbrante. – Dijo él cogiendo su mano y besándole el pulso de la muñeca, con una clara inquietud brillando en sus ojos azules. – No es nada. Solo un pensamiento estúpido. – Eso no es verdad. Estabas pensando en el pasado del Seductor, puedo verlo en tus ojos. Piénsalo de esta manera; es un pasado que te proporcionará un gran placer. Y en el que he pasado los días desde que dejé el castillo de tu padre, preparándome para ti y solo para ti. – ¿Quieres que me crea que ha sido como un entrenamiento? – Sí, puedes estar segura de eso, esposa. ¿Cómo podía ser la sonrisa de alguien tan perversa, tan tentadora y tan llena de promesas y de calor? Elaina no supo si resoplar, golpear el suelo con el pie o besarlo. Tan distraída estaba por los suaves labios que le habían dado tanto placer, que tardó en notar los suspiros, gritos y los silbidos que se extendieron por el gran salón.

– Creo que mañana voy a tener que pasar el día entero en el campo de entrenamiento. Mira hacia allí, Elaina. – Jarvik hizo un gesto con la cabeza hacia las escaleras. Elaina se dio la vuelta en su asiento y se le cayó la mandíbula. Ainslin, Catriona, Bettina, Deidra y Gaierla, caminaban hacia los dos monarcas vestidas como Elaina lo había estado antes, como concubinas de un harén; con pantalones, corpiños apretados y el ombligo enjoyado al descubierto. Elaina se llevó las manos a la boca, pero fue en vano. No pudo reprimir la risa que brotó de su boca. Jarvik se levantó, pero no pronunció ni una palabra ni hizo ningún movimiento, sólo observó a sus hermanos, que miraban en su dirección, y entonces toda la furia del infierno estalló. Torsten saltó sobre la mesa, haciendo que los platos de comida volasen por el aire. Magnus rugió. – ¡Deidra! Ruard golpeó la cabeza contra la mesa. Una vez. Dos veces. Tres veces. Njal saltó del banco y persiguió a su esposa. Un gran alboroto estalló en el gran salón. Los gatos maullaron cuando los muchachos de la cocina, sirvientas y caballeros se empezaron a incorporar y a mover por la sala, mientras que los dos monarcas se levantaban. Cnut, El Grande, se palmeó el muslo y dando otra palmada sobre la mesa, se echó a reír. Pero su alegría terminó con un grito cuando vio que la Reina Aelfgifu seguía discretamente a las esposas de los guerreros vikingos, vestida de la misma manera. Todas las mujeres se pararon delante del estrado, donde estaban los dos Reyes. Máel Coluim, que no tenía que preocuparse por una esposa, se sentó de golpe en el banco con lágrimas resbalando por su rostro, y sujetándose el vientre, riéndose a carcajadas. – ¡Esposa! – El grito estridente de Cnut resonó en el salón. – ¿Qué broma es esta?

– No culpe a su esposa, Alteza. – La musical voz de Ainslin y su suave manera de hablar, calmó el ruido de la multitud. – La Princesa Elaina ahora es una hermana para mí, para todas las demás mujeres de este castillo y para cualquier persona que desee la paz. Quiero que todos sepan que será tomado como un insulto personal hacia mí, hacia mi marido, El Oso del Norte, y hacia todos sus hermanos y esposas, el que una sola persona hable mal o insulte a la hija de una concubina. – Toda la gente sabe que Elaina se refugió en la propiedad de mi padre y que era nuestra curandera. El Seductor tomó su virginidad allí, y yo guardé la evidencia. – Deidra señaló hacia las escaleras, donde dos muchachos estaban esperando. – Colgad la sábana. Ahí está la prueba de la virginidad de Elaina. Ella llegó virgen a Jarvik y desde este día en adelante, será conocida como Elaina, La Virtuosa. Mientras Deidra hablaba, cada guerrero vikingo se había ido colocando detrás de su respectiva esposa. Elaina estaba maravillada por el hecho de que todos estaban controlados y ninguno de ellos había perdido la paciencia. ¿Sus cuñadas creían que eso funcionaría? Ella negó con la cabeza pensando que solo podría contar con las cuatro mujeres, o mejor dicho, cinco, ya que la Reina también se había convertido en su aliada. El silencio reinó por unos momentos. Entonces, Máel Coluim, que ya se había calmado y se le había pasado el ataque de risa, se levantó cuando Cnut habló. – ¡Un brindis! ¡Por estas mujeres y por una Reina que sabe corregir errores! ¡Y también por las mujeres vikingas y su valor! ¡Alabado sea el Señor por haberme concedido a una buena Lady escocesa como Reina! – No estás sorprendido. – Elaina observó el rostro sonriente de su esposo. – Esa fue la razón por la que no te pusiste furioso antes, cuando yo iba vestida así. Jarvik le agarró la mano y tiró de ella para levantarla. – Ese no es cierto, esposa. Me puse muy furioso, pero Ainslin ya lo había

decidido. Te castigaré más tarde por no haberme advertido de tus intenciones. Ven. Vamos a acercarnos a mis hermanos y a sus esposas. La situación no duró más que otro brindis del Rey Cnut. Elaina trató de no reírse cuando El Oso trató de lanzar a su esposa sobre su hombro. Ainslin ahuecó la mano en el oído de su marido y le susurró algo. Dos círculos de color rojo marcaron el rostro del Oso. Y lo mismo sucedió con cada uno de los hermanos. Elaina solo pudo mirar sorprendida e incrédula, cuando cada guerrero envolvió a su esposa en una manta, para a continuación salir del salón en diferentes direcciones. – Vamos a la torre. – Jarvik la empujó hacia delante, apoyando su mano en la parte inferior de su espalda. – El Rey aun no ha salido del salón. – Elaina aceleró el paso para seguir Jarvik. – Apuesto a que Cnut se llevará enseguida a su Reina a su cuarto. Es un hombre vigoroso, y ella sólo tiene que sonreír de cierta manera para que desaparezcan. – Jarvik se detuvo en lo alto de las escaleras. – Magnus y Deidra han dispuesto una cámara para Cnut. Ellos se irán a la cabaña de baños. Torsten siempre ha preferido la intimidad de una de las cabañas que hay en la propiedad y allí es donde se dirige con Ainslin. Njal y Bettina ocupan una torre, y Ruard y Catriona están en la otra. – ¿Y el Rey Malcolm? Jarvik entrelazó sus dedos con los de Elaina. – Él nunca duerme dentro de un castillo. Se queda en una tienda que ha montado en la colina. No es que espere que se vaya a dormir enseguida. Conozco a los dos monarcas desde hace tiempo y sé que Máel Coluim también saciara sus apetitos con alguna mujer, y cuando amanezca se reunirá con Cnut para completar las negociaciones. – ¿Y tú, mi señor... Jarvik? ¿Pretendes pegarme?

Capítulo Seis Jarvik golpeó suavemente el trasero de Elaina cuando empezaron a subir a la torre. – ¿Crees que podría golpear a la mujer que he reclamado como mía? – Eso es lo que dijiste antes. – Elaina sujetó su falda y aceleró el paso. – Muchos maridos golpean a sus esposas. – ¿Tu padre os pegaba? Ella soltó un bufido. – No. Mamá nunca habría permitido ese tratamiento y mi padre lo sabía. Él la abrazó por detrás una vez que llegaron a la pequeña habitación de la torre redonda. – Y esa tristeza en tu voz, dulzura. ¿A qué se debe? – Mi madre nunca entendió por que algunas personas la llamaban puta... y mucho más. Pero las mujeres de las Highlands la llamaban cosas peores, porque ella había sido la mujer de dos señores. – Ni una sola vez durante mi entrenamiento, oí llamar a tu madre de otra manera que no fuera la de Lady del castillo o la de Reina de Strathclyde. – Jarvik metió un mechón de pelo detrás de la oreja de Elaina. El profundo suspiro de ella, le causó a Jarvik una punzada de dolor en el pecho. – Y no lo oirías nunca. Insultar a mi madre conllevaba la pena de muerte. Estábamos tan bien cuando no teníamos visitantes. Pero cuando llegaron, los nobles nos lanzaban miradas despectivas a ella y a mí. Eso ensombreció su alma. Ella nunca entendió lo que había hecho para ser tratada así. Jarvik la encaminó hacia la cama y se sentó con ella en su regazo. – Estuve en la fortaleza de tu padre por dos temporadas, y nunca vi ninguna infelicidad entre tu madre y tu padre. En realidad, me maravillaba de lo idílica que parecía su relación.

Moviendo la cabeza para verlo con claridad, Elaina dijo. – Desde su nacimiento, mi madre fue entrenada para hacer sólo una cosa; dar placer a su amo. Hacerlo bien era motivo de orgullo y alegría. Cuando la gente la despreciaba, ella se sentía muy confundida. Mamá no se defendía, sólo inclinaba la cabeza y se retiraba a su cámara. Realmente creo que si no fuera por las mujeres de las Highlands, habría sido feliz. –¿Y qué ha pasado esta noche? ¿Qué pensabas hacer? – Jarvik ahuecó su rostro con las manos y deseó tener más de una vela encendida, ya que las sombras ocultaban su expresión. Cuando Elaina no respondió, Jarvik volvió el rostro de su esposa hacia la luz de la luna que entraba por la ventana y notó un rastro de lágrimas en sus ojos. Parpadeando, ella se aclaró la garganta. – Por primera vez, tengo esperanzas. Pero Jarvik, Eogan no te dejará en paz. Me temo que te has equivocado mucho al casarte conmigo y reclamar a las niñas. – ¿No te he dicho muchas veces que yo protejo lo que es mío hasta la muerte? Ella le dio un golpecito en el hombro. – Te quiero vivo. No quiero que luches para defenderme. No estoy preocupada por lo que digan de mí, pero me preocupa lo que hablen de Kateri y Kitti. Y lo que la gente diga de mí seguro que las afectará. Jarvik le besó la nariz, la barbilla y la comisura de un ojo susurrándole. – Ahora tú eres Elaina, La Virtuosa. Nadie lo negará. Nuestro pueblo, y todos los que vivan en los castillos de mis hermanos, te llamarán Elaina, La Virtuosa. Somos hombres poderosos y contamos con la lealtad del pueblo. Además, viviremos lejos de las Highlands. ¿Puedes confiar en mí, Elaina? – Puedo intentarlo. Las esposas de tus hermanos... lo que hicieron esta noche... No esperaba eso. Y la Reina Aelfgifu... – Elaina sacudió la cabeza, y una gruesa lágrima rodó por su mejilla.

Jarvik lamió la lágrima de Elaina, sus pensamientos estaban divididos entre la ira que sentía hacia la gente y el deseo abrumador de protegerla. Su esposa no estaba acostumbrada a la bondad de los demás. Y no era de extrañar, ya que su padre estaba demasiado ocupado con su reino, su esposa, y más tarde con la enfermedad de su mujer. Elaina tuvo que aprender a defenderse por sí misma. ¡Pero, por los dedos de Loki! No lo tendría que hacer nunca más. Ainslin, Catriona, Bettina, y Deidra serían una muralla contra cualquier noble que tratara de herir a Elaina. Y sus hermanos y él se ocuparían de los hombres. Jarvik decidió hablar a solas con la Reina Aelfgifu antes de su partida y mostrarle su eterna gratitud. Por el momento, necesitaba aligerar la situación. – Nos marchamos antes de que sirviesen las bolas de cacao. Ella se volvió hacia él y sonrió. – ¿Los pensamientos de los hombres siempre están centrados en la comida? – No. No, en todo momento. Bueno, tal vez si en todos. Cuando te alimentaba con el puerro, pensaba en tus tentadores muslos. – Moviéndose hacia un lado, Jarvik le bajó el vestido hasta la cintura. – Cuando te di de comer una zanahoria pequeña, mi lengua deseaba atormentar tu coño. – Jarvik le quitó el vestido del todo y frotó la nariz en su vientre, lamiéndola y dejando un rastro de humedad hasta sus rizos color caoba. Respiró profundamente. – Oh mi dulce, es el Paraíso el olor de tu miel. Es puro Valhalla, enterrar mi rostro entre tus muslos. – Un momento, esposo. – Ella sujetó su rostro. – ¿Vas a tomarme mientras todavía estás enfadado conmigo? – No. Nunca uniré nuestros cuerpos con ira o como un castigo. Es demasiado valioso lo que tenemos como para desperdiciarlo de ese modo. Me puse furioso porque no me dijiste lo que planeabas hacer. Dos cabezas piensan mejor que una, Elaina. – Creí que no me hablarías cuando regresara al salón. – Elaina trazó con sus dedos la barbilla de Jarvik.

– Ah, pero Ainslin estuvo hablando conmigo mientras tú te estabas cambiando. Me explicó lo que las mujeres planeaban y me sugirió que actuara como el tonto enamorado que todos saben que soy. – Jarvik la estudió con los ojos entrecerrados. Los ojos de Elaina brillaron ante la mención de la palabra amor y lo empujó para acostarlo en la cama. – Pero fue sugerencia mía mostrar las sábanas. Brillante, ¿no? – Jarvik pensó que ya habían hablado bastante. En menos de una hora, él tendría que irse, y hacer el amor estaba entre sus planes inmediatos. – Le pedí a mi paje que trajese aquí un cuenco de crema de leche y fresas. La seductora sonrisa de sirena curvó los labios de Elaina. – Y yo le pedí a una de las criadas de la cocina que nos enviara bolas de cacao. Jarvik agarró la barbilla de Elaina. – ¿Temías mi furia? – Si. Estuve pensando varias formas para persuadirte de que me perdonaras. Acercándola, Jarvik rozó su rostro con los labios, mordisqueándole el lóbulo de la oreja, mientras inspiraba profundamente el olor a lavanda que emanaba de su cabello. – Creo que nunca tendré suficiente de ti, Elaina. – Ni yo de ti, Jarvik. ¿Puedo pedirte un favor? – ¿Sólo uno? – Si, solo uno. ¿Puedo cambiarte las bolas de cacao por la crema y las fresas? Elaina convenció a Jarvik para apostar a ver quien sacaba la paja más larga y el que venciera tendría que aceptar el cambio de postre. La sirena ganó. *** Jarvik observó a su esposa, con el cabello suelto acariciando deliciosamente su piel desnuda, mientras que extendía una gran

cantidad de crema en la punta de su polla. – La crema no se mantiene allí... Dile a tu vigoroso compañero que deje de saltar. – Creo que quiere que lo limpies para volver a comenzar todo de nuevo. – Hum. Me gusta el sabor de la crema de leche y el sabor de la miel de un hombre. – Retirándose el cabello sobre un hombro, Elaina se inclinó para lamer suavemente la crema de su pene. Las bolas de Jarvik se endurecieron al mismo tiempo que su vigoroso compañero se engrosaba. Jarvik gimió. – ¡Para, dulzura! – ¿Por qué había aceptado semejante tortura? La respuesta le llegó rápidamente, porque los ojos verdes de Elaina brillaron de deseo con esa idea. – Date la vuelta, Elaina. Déjame lamer tu coño. Siéntate en mi cara. Ella lo miró por encima del hombro con los ojos muy abiertos y sonrió. – Me parece una buena idea. Estoy un poco dolorida en ese lugar, necesita un poco de atención. ¡El Valhalla en la tierra! Su coño, sus rizos con su perfume de mujer en su rostro y la nariz enterrada en su centro. Intentó ignorar la cálida boca cubriendo su polla mientras ella exploraba lentamente su longitud, o el modo en que Elaina tocaba sus bolas apretándolas delicadamente. Pero cuando ella chupó una de sus bolas en una succión húmeda y caliente, Jarvik arrancó el lino que colgaba de la tarima de la cama. Agarrándola por la cintura, la giró para colocarla encima de su virilidad. – Cabalgame. Duro y rápido. No voy a aguantar mucho tiempo. Elaina le mostró su sonrisa de sirena en toda la salvaje y apasionada cabalgada. Su largo cabello se mecía sobre la piel de Jarvik, rozando su torso. – Ven aquí. – Tirando de ella hacia abajo capturó un pecho con su boca, chupando el pezón con fuerza, mientras masajeaba el otro con la mano. Elaina marcó el ritmo en un galope rápido y la fricción creció y creció hasta que él notó que se iba a correr. Metiendo la mano entre sus

cuerpos, Jarvik encontró su botón y lo apretó con un leve pellizco. Eso fue suficiente para que su coño se contrajese en convulsiones alrededor de su polla, ordeñando su simiente. A pesar de que quería acariciarla, sentir el trasero de Elaina en sus manos y besarla, su cuerpo estaba tan exhausto que ni siquiera podía mover ni un dedo. Sentir los abundantes pechos de Elaina y sus duros pezones en su torso, aumentaban su relajación. La seda de su largo cabello se deslizó a los lados del cuerpo de Jarvik mientras ella se acurrucaba más cerca. Haciendo un esfuerzo él consiguió levantar una mano hasta posarla en la curva de su cintura y acariciarla. Apartando el cabello de su esposa, Jarvik levantó la barbilla de Elaina y sonrió al observar sus párpados pesados y su sonrisa soñadora. – ¿Quieres comer algo? Elaina frunció las cejas y abrió un ojo. – ¿Tienes hambre? Pero si ni siquiera puedo moverme. – No te estoy pidiendo que vayas a buscar nada. Sólo quería saber si necesitabas algo. – Jarvik arrastró su dedo desde la punta de un hombro al otro. – Solo dormir. – Elaina recostó la cabeza en su pecho y dejó escapar un largo suspiro. Elaina no lo amaba todavía. O por lo menos no tanto como Jarvik la amaba a ella, pero pronto la conquistaría por completo. Pronto Elaina le confesaría su amor. Jarvik rodó lentamente, y pudo escapar de sus brazos sin despertarla. Calculando el tiempo, supuso que sería casi medianoche. Jarvik no esperaba que sus hermanos estuviesen de acuerdo tan fácilmente con la muerte del bastardo de Eogan y de toda su calaña, pero podría haberse equivocado. Después de todo, Ruard había abatido a Lord Ulfric y a sus guerreros para garantizar la seguridad de Catriona y Gaierla y Njal, El Pacificador, tampoco había dudado en matar al tío que había traicionado a Bettina.

*** Elaina no movió ni un músculo cuando él salió de la torre. Encontró a su capitán esperando en la entrada de la torre y Jarvik le ordenó a Garek que se quedase para proteger a Elaina y a las niñas. – Cuando mi esposa se despierte, llévala junto a nuestras pequeñas y sigue todos sus movimientos como un perro. – ¿No deben dejar la fortaleza? Coloqué a un hombre en la puerta de la cámara de las mujeres y las escuchó hablar de que mañana llegaría un trovador. Jarvik estudió los ojos brillantes de su capitán. – Creo que hay algo más que no me estás contando sobre lo que tú guerrero escuchó. – Nada importante. Me senté en la mesa principal esta noche y parece que todas las nobles que estaban sentadas allí, planeaban pedir a sus costureras ropa de harén. Ha sido una brillante estrategia. – Garek le dio un golpecito en el hombro. Planeada por la esposa de su hermano, pero Garek no necesitaba saber eso. – Cuando mis hermanos y yo volvamos, iremos a la cabaña de baños. – No quería ningún testigo que viera lo que iban a hacer. – De acuerdo. Tus hermanos y los otros guerreros te están esperando en el bosque con Haski. *** Jarvik recorrió la corta distancia hasta un claro en el bosque. – ¡Saludos, hermanos! – Jarvik montó a Haski y agarró las riendas. – ¿Cuál es el plan? – Tú y yo iremos a encontrarnos con Eogan y sus guerreros. Ruard y Njal se enfrentarán con los Normandos y llevarán un carro para traer de vuelta los cuerpos. – El semental de Torsten se agitó y él lo tranquilizó con

un pequeño tirón de las riendas. – Envié a algunos hombres por delante antes de la cena, para comprobar el lugar. Es una península cerca de Moray, que bordea el castillo Skjebne. Los encontraremos allí. Njal se pasó la mano por el cabello. – Debemos estar de vuelta en Laufsblað Fjóllóttr de madrugada, a más tardar. Les daré la noticia a los Reyes, mientras que tú, Elaina, las niñas, Torsten, Ainslin y sus hijos estáis de camino a Skjebne. – ¿Por qué nos acompañaran Torsten y su familia a Skjebne? – Jarvik esperaba tener sólo para él, durante los primeros meses, a Elaina y sus hijas. – Por precaución, nada más. No podemos matar a todos los hombres de Eogan y sería bueno que todo el mundo supiese que El Oso del Norte se encuentra en el castillo. – Njal se masajeó la espalda. – Cabalgad con Thor, hermanos. – Torsten clavó sus talones en el semental y los guerreros se separaron. *** La luz del sol se filtraba por las ventanas abiertas de la torre, despertando a Elaina de su profundo sueño. Estirándose, los recuerdos de la pasada noche pusieron una sonrisa en su rostro, pero al darse la vuelta para encontrar a Jarvik, descubrió que él había partido hacía algún tiempo. Las sábanas estaban frías cuando las tocó. Hoy se marcharían a Skjebne. La cabeza de Elaina estaba llena de planes para mejorar el castillo, plantar un jardín nuevo, elegir un lugar para moler, mezclar y secar las hierbas que necesitaba para curar, organizar un cuarto para mujeres, y muchas ideas más. Una gran sonrisa curvó sus labios. A Kateri y Kitti les encantaría la playa, las olas, y también su nueva habitación. Saltando de la cama, se vistió y se dirigió a ver a las niñas. – Buenos días, Elaina. – Catriona estaba rodeada de niños de todas las edades y sexos que se sentaban en el suelo. – Tu Kateri se ha quedado

dormida en el vientre de Bella, mientras Kitti reclamaba a Fiera. Elaina observó a los dos lobos que tanto Deidra como ella habían criado desde cachorros, Bella y Fiera. Las niñas habían aprendido a andar sujetándose a sus colas, y los dos animales habían adoptado a las bebés como a sus propios cachorros. – ¿Las niñas los reconocieron, entonces? – Elaina se sentó en el suelo. – Si. No sé quién estaba más entusiasmado, los lobos o las niñas. Situada en el tercer piso de la torre, la guardería era una enorme cámara cuadrada con tres grandes ventanas abiertas en una pared. Las persianas dejaban entrar los rayos de la mañana, trayendo partículas de polvo y hojas en un centelleante baile. La ligera brisa aliviaba el calor del sol y el canto de los pájaros resonando en el cuarto, recordaba el esplendor del verano. Todas las mujeres descansaban en diferentes lugares de la cámara. Ainslin jugaba al Zorro y al Ganso con sus hijos gemelos. Elaina ya había conocido a los chicos, pero no podría decir quién era Rob o Brom. Gaierla, con Inga en su regazo, estaba sentada al lado de Ainslin y las dos niñas observaban el progreso del juego. Bettina seguía a su hijo Saxski, mientras él gateaba hasta los lobos, deteniéndose de vez en cuando para recoger algo del suelo y llevárselo a la boca. – Saxski es muy ágil con las manos. – Elaina recordaba bien la curiosidad de las niñas a esa edad. Bettina quitó una mariposa de las manos del niño. – Será tan fuerte como su padre. – Y tan terco como su madre. – La voz profunda de Njal sorprendió a Elaina, sobresaltándola. Los hombros del guerrero llenaban el marco de la puerta. Su mirada se encontró con la de su esposa, pero algo en los ojos de su marido hizo que Bettina dejara a Saxski en el regazo de Elaina. – ¿Ocurre algo? – Bettina fue hasta su esposo, quien le susurró algo al oído.

Un mal presentimiento se deslizó por la mente de Elaina. Jarvik. – ¿Dónde está mi esposo? Njal carraspeó. – Se fue por delante hacia Skjebne. Todos os acompañaremos a ti y a las niñas hasta allí, cuando el Rey Cnut y Máel Coluim se marchen. Elaina luchó contra el impulso de encontrar un caballo y cabalgar al castillo. Se levantó sosteniendo al niño. – ¿Y cuando se marcharan los monarcas? – Se están preparando para hacerlo en estos momentos. ¿Puedes preparar a las niñas rápidamente? – Njal enroscó sus dedos con los de Bettina. El estómago de Elaina se tensó. ¿Qué es lo que estaba mal? – Si. No tenemos mucho que guardar. – Elaina abrazó a Saxski y besó su frente antes de entregárselo a Bettina. – Tú y yo iremos por delante. Mis hermanos y sus esposas nos seguirán después en las carretas. Date prisa, Elaina. Ella miró a Njal, en busca de pistas en su rostro que le dijera que es lo que estaba ocurriendo. – ¿Carretas? – Si. Los más pequeños vienen con nosotros. Eso sólo podía significar que los hermanos planeaban quedarse en Skjebne durante un tiempo. Necesitó de todo su control para no preguntar que había sucedido y obedecer las órdenes de Njal. Antes de que el sol llegara a la mitad del cielo, ya estaban de camino a su nuevo hogar, Skjebne. Elaina esperó hasta que estaban galopando, poniendo distancia entre la fortaleza y Skjebne, para dar la vuelta a su caballo y parándose, bloqueó el camino de Njal. – ¿Qué ha pasado? – Exigió. – Jarvik está herido. Tenemos que llegar a Skjebne rápidamente. Necesita tus capacidades curativas. – Njal parecía triste. Sus palabras enviaron una oleada de terror directamente al estómago

de Elaina. – ¿Está muy herido? – Una espada le hirió en el vientre. También tiene un hombro magullado y algunos cortes. Si no fuera por que Haski se detuvo a su lado cuando él se cayó... – Njal movió la cabeza. – Rápido, Elaina. Ha perdido mucha sangre. No. No. Ella no había encontrado la felicidad sólo para perderla ahora. Elaina clavó los talones en los flancos del semental y espoleó a su caballo a un feroz galope. Las millas pasaban y lo único que podía ver era la cara de Jarvik, con su sonrisa seductora, sus increíbles ojos azules y su cabello dorado. Le había prometido que protegería a las niñas y a ella hasta la muerte. Por favor, Señor, no lo dejes morir. En el momento en que Elaina desmontó subió corriendo a la cámara principal, loca de preocupación. Njal iba detrás de ella. Elaina contuvo la respiración y se acercó a la cama. Las cortinas estaban echadas. Como la curandera que era, y recordando todos los años que se había dedicado a sanar a las personas heridas, asumió el control de la situación y calmó sus emociones. Inspeccionó la cámara y negó con la cabeza. – Njal, necesitamos una cámara más pequeña. Ordena a los hombres que la limpien de arriba a abajo con agua caliente y jabón. Quiero que pongan sábanas hervidas. – Ella agarró la cortina de la cama y reuniendo su coraje la abrió. – ¡Hazlo ya! Lo necesito ahora. ¡Dios tenga misericordia! Jarvik estaba inconsciente. Lo desnudó suavemente, agradeciendo en silencio a los que habían tenido el buen sentido de cortar su cota de malla. La herida del vientre era superficial, pero ya mostraba signos de infección. La suciedad de la sangre seca y la tierra, habían formado una costra en el centro. La contusión del hombro sanaría en unos pocos días. La palidez de su piel y la coloración amarillenta de la parte blanca de sus ojos cuando le abrió los párpados para observarlos, le

preocupaba... pero... no era muy grave. El alivio corrió por sus venas. Elaina respiró profundamente para calmar sus nervios. – ¿Cómo está? – Torsten estaba en la puerta. – La cámara está lista. He venido a llevarlo hasta allí. – No es tan malo como me temía, pero se le ha infectado la herida y ya tiene fiebre. Hay un aguardiente escocés hecho en las Highlands, quiero tanto como puedas conseguir. La bebida limpiará las heridas y la infección. Envía a alguien a recoger musgo marino y hierbas. – Elaina se quedó en silencio mientras Torsten cogía a Jarvik suavemente en sus brazos. Ella posó la mano en el brazo de Jarvik mientras se dirigían al otro cuarto. Torsten puso a Jarvik encima del colchón de paja de una habitación bien ventilada, con ventanas y una chimenea en la esquina. Olía a jabón y al agua salada del mar. – Las sirvientas están secando las sábanas y las mantas sobre los fogones de la cocina. Las traerán enseguida. ¿Está muy infectada la herida? – Las he visto peores. Te necesito aquí para limpiársela, en caso de que se despierte. Voy a tener que cortar un poco de piel. Y también necesito un caldero sobre el fuego constantemente, con agua hirviendo. – Me encargaré de todo. Elaina se estremeció ante la sola idea de usar un cuchillo en la piel de Jarvik. A pesar de saber que era necesario y de que ya lo había hecho en el pasado, incluso en heridas mucho más graves, era la primera vez desde la enfermedad de su madre que estaba cuidando a una persona que amaba. Un leve ruido atrajo su atención hacia la puerta abierta. – Deidra. Doy gracias al Señor. – Tengo todas las hierbas y los suministros que necesitas, y también el aguardiente. Lava y limpia las heridas, yo te ayudaré con el resto. – Deidra entró en la habitación y le entregó una bolsa a Elaina. – Tijeras, cuchillos, agujas, hilos, tripas de cerdo secas y todo lo que puedas necesitar. Tengo las hierbas para los emplastos en la cocina. Voy a

empezar a hacerlos. Elaina estuvo a punto de estallar en lágrimas, de tan aliviada que se sentía al contar con el apoyo de Deidra. – Gracias de todo corazón. Me acabo de dar cuenta de que amo a este idiota y no quiero perderlo por una pequeña herida. Deidra abrazó a Elaina y le dijo. – Preocúpate solo por tu esposo. Deja que nosotros nos ocupemos de todo lo demás. Torsten, no te atrevas a discutir con ella. Elaina lo va a curar. *** Durante dos días y dos noches, Elaina trabajó incansablemente para librar a Jarvik de la infección que sufría. No se atrevió a cerrar y coser la herida hasta que todo el pus hubo desaparecido y solo salió sangre roja y limpia. Al tercer día, si ella no hubiera estado tan cansada, habría saltado de alegría cuando la infección desapareció. Jarvik recobró el conocimiento varias veces durante esos dos días, y Elaina rezó para que permaneciese dormido hasta que ella terminase de coser la herida. Percibió a Deidra en la entrada de la cámara, pero no podía permitirse el lujo de perder la concentración cuando solo le quedaba un último punto que atar. Deidra hizo la señal de la cruz. – Gracias a Dios. ¿La herida está limpia? – Si. Y el blanco de sus ojos ya no está amarillo. La fiebre debería de desaparecer pronto. – Entonces es el momento de que te des un baño y descanses. – Deidra tocó el hombro de Elaina. – Kateri y Kitti necesitan verte también. A pesar de que están demasiado ocupadas como para echarte de menos. – ¿Demasiado ocupadas? – Elaina pasó un paño limpio y húmedo por el vientre de Jarvik, para limpiar una gota de sangre del último punto. – Si. Catriona ha ordenado a los gemelos de Ainslin, Brom y Rob, que

preparasen un lugar para la guardería. ¡Dios mío!, esa mujer debería de haber sido una guerrera. No he escuchado decir ni pío a los niños. Ni una sola pelea. Y tendrías que oír a tus niñas. Hablan sin parar y repiten todo lo que oyen. Levántate ahora. He ordenado a las sirvientas que te preparen el baño en la cámara principal. Te llevaran la comida y a las bebés. Y después quiero que te vayas a dormir. Demasiado cansada para discutir, Elaina hizo lo que le había sugerido Deidra. Kateri y Kitti la visitaron mientras comía. Las bebés parecían haberse convertido en niñas durante esos días. Jugaron con la comida de sus platos y luego recorrieron toda la cámara nombrando objetos, mirándola y solicitando su aprobación. Su último pensamiento antes de dormirse fue que ellas estaban creciendo muy rápidamente. *** – Elaina. Ella abrió los ojos para encontrar a Deidra de pie junto al lecho. La preocupación hizo que Elaina se sentara en la cama rápidamente. – ¿Qué pasa? ¿La infección ha vuelto? – No, nada de eso. Jarvik está despierto y rugiendo a todos los que se le acercan. Quiere verte. Elaina se apoyó aliviada en el cabecero de la cama. – ¡Gracias a Dios! Pásame el vestido, debo darme prisa. – No. No te apresures. No le va a pasar nada malo porque tenga que esperar unos momentos más. – Deidra cogió un peine. – Has dormido durante un día y medio. – ¡No puede ser! ¿Cómo pudiste dejarme dormir tanto tiempo? – Elaina agarró su camisa, se la pasó por la cabeza y se puso el vestido. – Necesitabas ese descanso. Y además, vas a necesitar muchos más, ya que me temo que tu marido va a ser un paciente difícil de cuidar. – Deidra le hizo un gesto con la mano. – No te enfades conmigo. – No estoy enfadada. Estoy preocupada. – Dijo sentándose en la cama y poniéndose las zapatillas. El colchón se hundió cuando Deidra se sentó

a su lado. – ¿Has dicho que está rugiendo? – Si. Estoy convencida de que todos los guerreros se ponen irritables cuando están heridos. Magnus también lo hace. Jarvik cree que ya está curado. – Deidra comenzó a peinar a Elaina. – Ahora, pellizca tus mejillas, y déjame apretar los lazos del vestido para resaltar tus pechos. Porque si Jarvik es como Magnus, nada va a acelerar su recuperación más que la idea de montarte de nuevo. – ¡Deidra! Nunca te he oído hablar así. Y ni siquiera te estás sonrojando. – Elaina no pudo reprimir una sonrisa. – Ah, eso es porque descubrí que todo lo que me contabas era cierto. Es el mayor de los placeres, conocer a un guerrero a través del tacto, el olfato, la boca y la lengua. De hecho, tengo la suerte de estar casada con un hombre muy vigoroso y apuesto. Te lo juro, hace más de un año que nos casamos, y aun no puedo dejar de suspirar cuando lo miro. Elaina luchó por unos instantes con los cordones del vestido al atarlos, antes de saltar de la cama y correr hacia la cámara de Jarvik. Ralentizando sus pasos, respiró profundamente, se abrazó la cintura con las manos y entró. La habitación estaba vacía. – ¿Dónde estás? – Tengo otras necesidades además de ti, esposa. – La voz de Jarvik llegó desde atrás. Elaina se giró y corrió hacia él. – ¿Por qué te has levantado? – ¿Y como quieres que vaya al aseo privado? Elaina envolvió un brazo en su cintura y cuando Jarvik apoyó una mano sobre su hombro, ella le ordenó. – Apóyate en mi. ¿Quién te ha dejado levantarte sin ayuda? Te ayudaré a desatar tus pantalones. Poco a poco, mi señor. – Jarvik, esposa. Me debes por lo menos seis besos y voy a pedírtelos tan pronto como ponga mi cabeza en la cama. – Él estaba jadeando y Elaina se imaginó que el viaje al aseo privado le había agotado.

Una vez que lo acostó en el colchón, ella se giró para recoger unos paños, pero Jarvik la agarró de la mano. – Quédate conmigo, Elaina. Necesito abrazarte un poco. Con cuidado, ella se acostó en la cama. Jarvik la acercó a su lado y besándola en la frente, pasó un brazo por sus hombros y apoyó la cabeza de Elaina contra su pecho. Jarvik inspiró profundamente el olor de su esposa. Después de días de haber estado enfermo en la cama, el aroma de Elaina lo tranquilizó. – Dulzura. – La besó en la punta de la nariz. – Ahora las niñas y tú estais seguras. Elaina le acarició la barbilla y sonrió al sentir el suave vello que le cubría el mentón. – Es muy extraño. Desde el principio, siempre me he sentido segura contigo. Incluso cuando apenas era una niña pidiéndote besos, nunca pensé que me harías daño. Y en el lago... Tendría que haber gritado por estar desnuda en los brazos de un guerrero. Unos fuertes brazos, debo añadir. Y aunque mi cuerpo me pedía correr, mi mente decía que no, que había encontrado un refugio. – Me honras con tus palabras, esposa. Me gustaría agradecértelo como hago siempre. – Jarvik le rozó los labios con el dedo. – Pero aunque mi polla este muy deseosa de mostrarte cuanto, el resto de mi cuerpo todavía no puede. Aun no estoy completamente recuperado. Elaina sonrió. – ¿Qué estás tramando? Conozco esa sonrisa de sirena. Y lo mismo sucede con mi vigoroso compañero y mis bolas. – Parece que un vientre rasgado no impide el funcionamiento de tu vara. – Elaina apoyó la barbilla en el pecho de Jarvik. – Voy a pedir a tus hermanos que te lleven de vuelta a nuestra cámara. Y esta noche, puede que alivie el sufrimiento tanto de tu ansiosa polla, como de tus bolas.

Capítulo Siete Tres semanas más tarde, Jarvik estaba cerca de echar a todos del castillo. Quería a su mujer y a sus hijas sólo para él. – ¿Qué te pasa? – Magnus lanzó un golpe con la espada al costado de Jarvik. Jarvik se apartó. – Ya es hora de que todos os marcheis. – No. – Replicó Magnus rápidamente. Jarvik saltó hacia atrás y evitó por muy poco que la espada de Magnus le rozase la rodilla. – Si. Eogan y sus hombres están muertos. – Comentó limpiándose con una mano el sudor que corría por su rostro. – Máel Coluim reclamó la corona de Strathclyde. Cnut y Coluim acordaron firmar un tratado. Y yo estoy lo suficientemente bien como para entrenar contigo. Es hora de irse. – Realmente estás recuperando tu fuerza más rápido de lo que me esperaba. Me temo que si tu esposa se entera de que hemos estado entrenando, me golpeará. – Magnus envainó su espada. – Me gusta esta cala. A Jarvik también. Tenía muy buenos recuerdos de poseer a Elaina allí. Jarvik examinó la aislada ensenada delimitada por altos acantilados oscuros en cada extremo. Las olas golpeaban la playa, dejando espuma en la arena bañada por el sol. – ¿No estás deseando regresar a tu castillo? – Jarvik dejó su espada en una piedra grande y se quitó las botas y los pantalones. Magnus ya se había despojado de su ropa. – Si. Pero Deidra no se va a querer ir hasta que su nueva mascota se cure. Jarvik sonrió antes de sumergirse en una ola. Deidra había adoptado a una foca herida, para disgusto de Magnus. No había sido fácil construir una piscina protegida, alimentada por el

mar, para que la criatura herida pudiera ser amamantada. Jarvik surgió del agua y flotó de espaldas. Aunque el sol brillara y los días fuesen más largos, el agua del mar conservaba el frío del invierno. – Njal debería llegar hoy. – Magnus le tiró agua a Jarvik. – Será un alivio saber que el tratado ha sido firmado. – Es cierto. – Jarvik comenzó a nadar hasta la orilla. – Aunque creo que solo tendremos algunas estaciones de paz, ya que está empezando una guerra en el reino nórdico. Habrá muchos que buscarán nuevas tierras. Es un alivio tener a Torsten aquí con nosotros y saber que los planes de Njal han dado sus frutos. Cuando los pies de Jarvik tocaron la arena, se detuvo. Magnus llegó caminando a través de las olas y le apretó el hombro. – Estamos en las mejores condiciones si nos alcanza la guerra. Nuestras tierras están cercanas unas de otras. La costa es fácil de ser defendida contra una invasión. Las tierras de Valan, La Víbora, limitan nuestras fronteras y él no se levantará en armas contra nosotros. – Eso es verdad. No, con la gemela de Deidra como su esposa. ¿Cómo puedes diferenciar una gemela de otra? Yo no lo consigo. Y lo mismo me sucede con Brom y Rob. Ellos nos engañan todo el tiempo, y sólo Ainslin y Torsten saben diferenciarlos. Magnus se acostó en una piedra plana. – Tal vez es el amor, el que hace que las diferencias sean obvias. – Nunca pensé que te oiría hablar de amor. – Jarvik se sentó en la misma piedra y levantó el rostro hacia el sol. – ¿Hablas de eso con Deidra? – Si. Pero aun así, no lo voy a hacer contigo. – Magnus siempre había sido muy callado, pero Deidra conseguía que le dijera que la amaba constantemente. Jarvik esperaba escuchar pronto esas palabras pronunciadas por Elaina. – Aunque te diré lo que tu esposa le dijo a Deidra cuando llegamos. – Magnus se levantó sobre sus antebrazos, y le dedicó una sonrisa torcida. – Elaina le dijo que había descubierto que amaba a un idiota y que no iba a perderlo por una pequeña herida.

El corazón de Jarvik saltó de alegría y la sangre corrió más rápido por sus venas. Tenía que retribuir a Magnus por esa maravillosa noticia. Elaina lo amaba. – No me es fácil decírtelo, pero vi a tu esposa llorando esta mañana. Magnus saltó de la piedra. – ¿Cuando? ¿Por qué no me lo has dicho antes? Jarvik se encogió de hombros. – Ella me hizo prometer que no te lo contaría. Y, de hecho, me aseguró que no era nada. – ¡Nada! ¡Nada! – Magnus se estaba vistiendo mientras rugía. – ¿Y si hubieras encontrado llorando a Elaina? ¡Realmente eres un idiota! ¡Un bufón! Esas palabras le trajeron recuerdos de Elaina y del lago. Lord Patrick había contado a todo el mundo la reunión que habían tenido Elaina y Jarvik en el lago, y logró extender la historia de que Jarvik se había comportado como un bufón de la Corte. Pero Jarvik se vengó de él y ayudado por Garek habían metido hojas de ortiga seca en el colchón de Patrick. Los mensajeros de Laufsblað Fjóllóttr escribieron con detalle el sufrimiento del Lord, y Magnus le tuvo que leer las cartas a Jarvik durante los largos días que permaneció en la cama. Magnus maldijo a Jarvik mientras montaba en su caballo y partía al galope por la playa. Jarvik esperó hasta que él ya no pudo ver a Magnus ni a su caballo antes de ponerse su ropa. Tres semanas. Durante tres largas semanas, él no había penetrado con su polla el dulce coño de Elaina. Cada noche y cada mañana se amaban, pero ella no lo dejaba entrar dentro de ella hasta que estuviese totalmente recuperado. Hasta hace muy poco, una hora de entrenamiento lo dejaba agotado durante todo el día. Pero su impulso y su fuerza habían regresado con la práctica diaria, y esta noche tenía la intención de atar a su maravillosa esposa a la cama.

Había sido un placer volver a su castillo. No sólo Skjebne era una magnífica propiedad, sino que casi era imposible de invadir y sitiar. Al entrar en el patio, Haski se levantó sobre sus patas. Torsten le había contado a Jarvik lo que hizo el semental para defenderlo cuando él se cayó. El comportamiento del caballo había mejorado desde la batalla. Jarvik curvó los labios mientras miraba al animal. Bueno, en realidad, ahora Haski toleraba a Jarvik a causa de Kateri. En el instante en que la niña puso los ojos en Haski, su mirada se iluminó, y antes de que Jarvik pudiera reaccionar, la niña estaba acurrucada en las patas delanteras del caballo. Jarvik se preparó en ese instante para matar al caballo, pero el animal se quedó sorprendentemente tranquilo y olfateó suavemente a Kateri. A partir de ese momento, la niña insistía en llevar una manzana al caballo por la mañana y por la tarde. El semental parecía fascinado e intrigado por Kateri. Por la tarde, los dos repetían un extraño juego; cada vez que Haski estaba en el patio, Kateri se enroscaba en una de las patas delanteras del animal, daba unos pasos, luego le lanzaba una mirada traviesa por encima del hombro y esperaba a que el semental llegara a su lado para acariciar su cuello. Jarvik movió la cabeza. Nunca entendería esa amistad entre el caballo y la niña. Las mujeres planeaban una fiesta por el regreso de Njal y el patio bullía de actividad. Mujeres y hombres iban y venían mientras que los niños jugaban con una bola de paja en un rincón. Miró a Kateri y a Kitti tropezar y casi tirar las cestas que llevaban en las manos, llenas de margaritas amarillas y blancas. Jarvik desmontó, evitó los dientes de Haski, y arrojó las riendas a un mozo de cuadra. Haski resopló su disgusto. Kateri se volvió y corrió balanceando su cesta. Cuando Kitti tropezó y se le cayó la cesta, Jarvik la cogió en brazos. – Haski. – Kateri gritó y saltó con los brazos extendidos al semental. El caballo se quedó quieto, sin siquiera mover la cola, y cuando la niña abrazó su pata delantera, él suavemente bajo su cuello hacia ella. ¡Por

los dedos de Odin! Kateri había aprendido antes el nombre de su caballo, que a decir papá. El caballo seguía a la niña a todas partes. Jarvik hizo una mueca. – ¿Papá? – Kitti, ahueco el rostro de Jarvik con sus regordetas manos. Su hija estaba llamando su atención. – Mis margaritas se han caído. Cuando él estaba demasiado débil para hacer cualquier cosa más que estar tumbado en la cama, las dos niñas hicieron de todo para que no se sintiera solo. Entraban en la cámara, se subían a la cama, y le llevaban pequeños troncos para que les tallara juguetes. A Jarvik le encantaban los niños y mimaba a su sobrina y a sus sobrinos, pero no había imaginado el gran orgullo que sentiría por sus dos hijas. Nunca imaginó que las dos niñas fueran tan diferentes. Mientras que Kateri era terca, y se lanzaba a todos los peligros, Kitti era contenida y observadora, pero aun así seguía el ejemplo de Kateri. – Vamos a recogerlas y a poner las flores otra vez en la cesta. – Dijo besando el rostro suave de Kitti y poniéndola en el suelo. – ¿Qué vas a hacer con las margaritas? – Jarvik agarró la cesta y empezó a recoger las flores. – Es para nuestro cabello. Unos momentos más tarde, Jarvik agarró a las niñas y las cestas en sus brazos y se aventuró en el gran salón. Torsten y Ruard estaban sentados en una mesa con cuernos de cerveza en las manos. Gaierla con su paso rápido, se acercó a ellos, apuntando a las cestas y a las niñas que Jarvik tenía en brazos. – Tío Jarvik, Catriona quiere que lleve a las niñas a la guardería. Vamos a intentar que los niños descansen, para que todos puedan estar presentes en la fiesta. Nadie desobedecía las órdenes de Catriona, ni siquiera Ruard. Jarvik puso a las niñas en el suelo, le dio las cestas a Gaierla y se unió a sus hermanos. Sentándose en un banco escudriñó la enorme sala antes de centrarse en sus dos hermanos. – ¿Y Magnus?

– Apareció por aquí rugiendo a Deidra y la última vez que lo vi estaba llevando a su esposa a su cámara. – Torsten lucía una sonrisa de suficiencia. – Se irán a su castillo mañana. La polla de Jarvik saltó feliz. ¡Al fin solos! – ¿Cómo lo sabes? – Encontré a Deidra llorando anoche. – Torsten tomó un sorbo de cerveza. Jarvik, nunca en toda su vida había conseguido seguir el razonamiento de su hermano. Él también había visto llorar a Deidra. ¿Y qué? – ¿Eso significa que vas a torturarme y permanecer aquí hasta que Ainslin llore? – No. – Negó Torsten. – Te enterarás pronto. Las mujeres lloran cuando se quedan embarazadas. – Magnus no sobrevivirá cuando se ponga de parto. – Ruard golpeó la mesa. – Tal vez Catriona y yo nos quedemos a disfrutar un rato viendo como se tortura y sufre. ¿Crees que le va a permitir a ella la libertad que tiene ahora? Jarvik se rió. – Él ya está encima de ella como una gallina con sus pollitos alrededor. No hay mucho más que pueda hacer, ¿no? – Es verdad. Catriona lo tiene en sus manos. – Dijo Ruard. – Como si tú fueras diferente. Ruard también se va mañana. – La sonrisa de Torsten podría iluminar una noche de tormenta. Ruard frunció el ceño y se limpió la espuma de la boca. – ¿Ahora eres tú el que nos echas? – No. Ainslin me dijo esta mañana que Catriona ordenó a la cocinera que hornease una docena de tartas de manzana. Ruard escupió la cerveza sobre la mesa y se puso verde. – ¡Está embarazada! – Y sin decir nada más, Ruard se levantó del banco y corrió hacia las escaleras. – Es extraño. – Jarvik miró a Ruard mientras subía las escaleras de dos en dos. – No será así cuando Elaina se quede embarazada. Voy a ser como

tú, hermano, tranquilo y razonable. ¿Dónde está Ainslin? – Encerrada en nuestra cámara. – Torsten llamó a una criada para que le trajera otra jarra de cerveza. El ruido del patio ahogaba los sonidos de las cacerolas resonando en las cocinas. Uno de los muchachos puso una jarra y dos cuernos sobre la mesa y Torsten llenó con una sola mano uno para Jarvik y otro para él, dejando otra vez la jarra en la mesa. – ¿Y por qué has encerrado a tu esposa en tu habitación? – Con el ceño fruncido, Jarvik miró hacia la puerta abierta. – Ainslin necesita descansar. Y ella es muy obstinada e irracional, cuando está embarazada. Jarvik ahogó una carcajada mientras bebía su cerveza, pero se atragantó con el líquido y tuvo que taparse la boca. – Ella ya ha descansado lo suficiente. – La dulzura de su voz desmentía la furia que Ainslin mostraba en su rostro, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Torsten se volvió bruscamente y se levantó del banco para ponerse delante de Ainslin. – ¿Por qué no estás descansando? Jarvik comprobó si el techo había resistido el grito de Torsten. – Me quedan más de cinco lunas para que intentes constantemente que descanse a todas horas. – Ainslin se puso de puntillas y le clavó un dedo en el enorme pecho de su marido. – Te prohíbo que me vuelvas a encerrar en cualquier cámara. ¿Ainslin prohibiendo algo al Oso del Norte? Elaina nunca lo avergonzaría públicamente. Torsten miró hacia la puerta. – Tengo miedo de preguntar. ¿Cómo llegaste a través del patio? Ainslin movió las manos. – Soy como una cabra montesa. – ¿Has bajado por la pared? – Torsten hizo una mueca de dolor y se agarro la cabeza. – ¿Has bajado desde un tercer piso?

Con una velocidad impresionante, Torsten lanzó a su esposa sobre su hombro, y se dirigió hacia las escaleras antes de que Jarvik pudiera parpadear. Jarvik no podía detener la risa. Se reía tanto y tan fuerte, que pronto llamó la atención de varios muchachos y sirvientes. Cuando se estaba secando las lágrimas que se deslizaban por su rostro, Njal atravesó la puerta. – ¿Qué te divierte, hermano? ¡Ah, cerveza! Estoy seco. – Njal agarró el cuerno abandonado de Torsten y se lo terminó antes de sentarse en el banco delante de Jarvik. – Parece que una mujer que espera un hijo, hace que un hombre enloquezca. – No sabes ni la mitad, pero aprenderás pronto. – Njal llenó otra vez el cuerno. Jarvik se encogió de hombros. – Catriona está en la guardería, o lo estaba antes de que Ruard fuera en su busca. Ella ordenó que horneasen una docena de tartas de manzana esta mañana. Y encontré llorando a Deidra. – Jarvik se echó a reír de nuevo. – ¡Por Odin! ¿Todas? ¿Al mismo tiempo? Casi desearía que el tratado no hubiese sido firmado. Es más fácil luchar en un campo de batalla que tener que cuidar a una mujer embarazada. – Njal se estremeció. – ¿Dónde está Bettina? Un rumor procedente del patio se escuchó en el salón. Demasiado curioso para esperar a ver que pasaba, Jarvik se dirigió hacia la puerta. – Torsten no habrá sido tan estúpido como para dejar la cuerda colgando. – ¿Cuerda? – Njal lo siguió. – ¿Torsten? – Torsten encerró a Ainslin en su cámara porque necesitaba descansar, pero ella descubrió que había descansado lo suficiente y salió por la ventana. Njal se tropezó con él.

– ¡Cuidado! – Jarvik sujetó a su hermano. Njal se había puesto del mismo tono de verde que tenía Ruard cuando se marchó. – Les diré que no vengan a visitarnos. Si Bettina escucha lo que ha hecho Ainslin... – Njal negó con la cabeza. Otro sonido, más fuerte todavía, mezclado con gritos de aliento y comentarios se escuchó en el patio. Jarvik se giró y salió casi corriendo hacia la entrada. Bettina, vestida con pantalones y una túnica y luciendo un carcaj de flechas, estaba montada en Haski. El caballo se resistía y coceaba mientras Bettina lo controlaba, con la cabeza echada hacia atrás y su cabello negro ondeando a su alrededor. Jarvik no puede reprimir otra risa histérica. – Voy... a... matarla... – Njal, apretó los puños y bajó las escaleras rápidamente. Cuando Bettina se fijó en él, abrió mucho los ojos y sin dudarlo un instante hizo volverse al caballo y lo instó al galope. Njal saltó sobre el caballo que había dejado en el patio, y cabalgó en dirección a su esposa. – ¿Qué te divierte tanto, esposo? – Dos brazos delgados se envolvieron alrededor de la cintura de Jarvik. Él se volvió y se quedó hechizado por la belleza de su esposa. Estaba radiante. Su bronceada piel brillaba y sus ojos rasgados parecían más grandes haciendo que reluciera el verde de sus iris. – Esta noche, esposa. No voy a esperar más. – Ya estás recuperado del todo. – Elaina jugueteó con los cordones de la túnica de Jarvik y deslizando la mano por dentro, le rozó el pecho con las uñas. – Aunque me gustan nuestros juegos en la cama, estoy deseando tenerte dentro de mi. Al oír su deseo, su polla se puso rápidamente dura como una roca, y sus bolas se contrajeron. ¿Por qué tenían que esperar hasta la noche?

Y sin pensarlo ni un instante, Jarvik cogió en brazos a Elaina y salió corriendo hacia las escaleras. – ¿Ahora? – Elaina sólo ronroneó las palabras. – Tengo que cocinar las bolas de chocolate con especias. Era parte de la sorpresa que había planeado darte después de la fiesta. – Podrás hacerlo luego, lo que ahora estoy planeando yo, es en montarte el resto del día. – Jarvik pateó la puerta, se fue derecho a la cama, y la dejó en el centro del colchón. La sonrisa de sirena que le lanzó lo volvió loco y Jarvik se arrancó rápidamente la ropa y las botas. Cuando se pasó la túnica por la cabeza tropezó, y se habría caído de rodillas si no se hubiera aferrado al cabecero de la cama, por culpa de la visión de su esposa que yacía en la cama desnuda, con las piernas abiertas y su monte... Él tragó y se concentró en conseguir que la habitación dejara de girar. – Esta es la otra sorpresa. Las mujeres de Oriente depilan su coño. ¿Te gusta? *** El anochecer estaba próximo antes de que se quedaran saciados. Jarvik no podía mover ni un músculo. Elaina estaba en sus brazos, con su rostro apoyado en su corazón y Jarvik todavía tenía su vara en su interior. –- Entonces, ¿estás de acuerdo? ¿Crees que ya estoy curado? – Si, ya estás completamente curado. Sé que has sido paciente, y quiero darte las gracias por mantener tu promesa de esperar hasta que yo estuviera segura de tu recuperación. – Elaina lo acarició. – Una cosa es curar a un extraño o incluso a un aldeano que conoces, pero otra cosa es cuidar de alguien al que amas. Eso es una verdadera tortura. Nunca he tenido tanto miedo como cuando te veía hacer cualquier movimiento. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no decir nada, cuando me di cuenta de que habías empezado a entrenar. Jarvik contuvo el aliento. ¡Por la misericordia de Odin! ¡Elaina lo había dicho! ¡Lo amaba!

Él tenía que hacerlo bien. A pesar de que trató de mostrarse como si no hubiera sido golpeado por los rayos de Thor, las manos le temblaban cuando rodó con ella y le enmarcó la cara con sus manos. ¡Como amaba a esa mujer! Nunca había sido la vida tan maravillosa como ahora. – ¿Elaina? – ¿Jarvik? – Ella apoyó las manos sobre las de él, y fue entonces cuando Elaina notó un brillo en sus ojos. Una lágrima. Él nunca había derramado ninguna en toda su vida. – Quiero cambiar alguna de las promesas que me diste en nuestra noche de bodas. – Dijo Jarvik alisando el ceño fruncido de Elaina. – Puedes llamarme con cualquier nombre que desees. Idiota. Bruto. Bandido. Pero niño, nunca más. Las largas pestañas de Elaina revolotearon. – Te dije eso porque me pusiste muy nerviosa. Estoy de acuerdo. ¿Y qué más quieres de mí? – Quiero que me digas tres palabras cada mañana y cada noche. Y yo te las devolveré a ti también. Ella alargó la mano para trazar la boca de Jarvik. – Te quiero, Jarvik. Creo que siempre te he querido, y sé en mi corazón que siempre te querré. Jarvik se mordió la lengua, agradeciendo el dolor que evitaba que las lágrimas brotaran de sus ojos húmedos. Tragó fuerte y dijo conmovido. – Estas son las tres palabras que anhelaba hace una eternidad. Te quiero, Elaina. Y sin nada más que decir, sólo quedaba amarla nuevamente. *** La noche ya había caído. Los búhos ululaban y el fuego de la chimenea ardía ahuyentando el frío de la noche. Con la cabeza apoyada en sus manos, Jarvik disfrutaba de la vista del

trasero desnudo de su esposa, masticando un trozo de queso, mientras ella encendía las lámparas colgantes. Por alguna razón, el queso olía más fuerte de lo normal. Su estómago se rebeló. – ¿Te sirvo más cerveza y queso? – Elaina le lanzó una mirada atrevida sobre un hombro. – Solo cerveza. Elaina movió con gracia sus largas piernas cuando le llevó la cerveza. Jarvik se sentó contra el cabecero de la cama para coger el cuerno con la bebida. – Me han gustado mucho tus dos sorpresas, esposa. – La cocinera les había enviado una docena de bolas de cacao. – Tres. – Corrigió ella subiéndose a la cama y apoyando la cabeza en su hombro. – ¿Tres? – Preguntó Jarvik acurrucándola en sus brazos. Elaina le cogió la mano y se la puso sobre su estómago. Jarvik lentamente le acarició el vientre que parecía más redondeado de lo que él recordaba. – Estoy embarazada. La cerveza le subió de vuelta a la garganta. Intentó tragar saliva, pero la bebida se lo impidió. Jarvik saltó de la cama y corrió hasta el recipiente de debajo de la cama antes de vomitar todo lo que tenía en el estómago. Elaina corrió a su lado y cogiendo un paño le limpió la cara, para después humedecer otro paño con agua fría y ponerlo en la frente de Jarvik. – Realmente, Jarvik, esa no es la reacción que me esperaba. ¿No estás contento? – Si. – Dijo él, pero enseguida recordó que las mujeres a menudo morían en el parto. – No. Pero ella tendría un bebé precioso. Un bebé como Kateri o Kitti. Una niña. Una hermosa pequeñita. Respirando hondo, olió el queso y volvió a vomitar.

Epílogo Jarvik observó fijamente a sus hermanos con una mirada amenazadora. A pesar de haber llegado la semana pasada para apoyarles mientras él y Elaina esperaban el nacimiento de su primer hijo, últimamente la arrogancia de todos ellos sobre sus experiencias con la paternidad comenzaba a irritarlo. – Habría sido mejor que hubieras tratado a Elaina como yo trate a Ainslin cuando ella estaba embarazada. – Torsten miró su vino con especias. – Y estar en el parto, como yo estuve con Catriona. – Añadió Ruard. – Pero si tú te desmayaste, algo que yo no hice. – Njal rodó sus ojos. – Eso es verdad, tú solo lloraste como un bebé y rezaste a Odin, al Dios de los cristianos y a todas las divinidades de Oriente. – Dijo Magnus añadiendo otro tronco al fuego. – ¿Y qué hay de ti? Partiste la suficiente leña para construir dos cabañas, solo con las manos desnudas, de noche y en pleno invierno. Jarvik recorrió con la mirada el silencioso salón y vio que, con la excepción de dos muchachos que limpiaban las cenizas de la chimenea apagada, estaba completamente vacío. – Todos estábamos mejor que Magnus. – Torsten hizo una seña pidiendo más cerveza. – ¿Eres capaz de comer o beber algo? Jarvik miró a sus hermanos. – No. Tal vez, después de haber visto al bebé. Unas suaves pisadas atrajeron la atención de Jarvik. Miró hacia la puerta y cuando vio a Ainslin se sobresaltó. – Elaina y el bebé ya están preparados. Probablemente sea el recién nacido más grande que he visto nunca. – Ainslin había hecho de partera para Elaina, cuando Magnus se negó a que viajaran Deidra y sus mellizos. El recién nacido más grande, se repitió Jarvik mentalmente. Tuvo que apoyarse en la silla para ponerse de pie, dudando de si sus pies todavía

obedecerían las órdenes de su mente. Aclarándose la garganta, preguntó. – ¿Los dos están bien? – Si. Ve con ellos. Tengo que cuidar de mi bebé. – Gracias por tu ayuda. No sé lo que habría hecho sin ti. No tenemos otra partera que asista en esta región. – Jarvik saludó a todos y salió de la sala. Subió las escaleras lentamente sumido en sus pensamientos. La primavera finalmente había proclamado su victoria sobre el invierno, que a pesar del frío de la estación, fue una temporada muy fructífera. En otoño, Ainslin le dio a Torsten un hijo, Leiknir. A principio del invierno, Bettina dio a luz a una niña, su viva imagen, a quien llamaron Dalla. Pocos días después de Año Nuevo, Catriona presentó a Ruard a su segundo hijo, Grani. Durante una feroz y furiosa tormenta, nacieron los mellizos de Deidra, un niño y una niña, Olvir y María. Y hacía tan solo unos minutos, Elaina le había dado a Jarvik un hijo que habían decidido llamarlo Peyton, el segundo nombre del padre de su esposa. Sus tierras permanecían pacíficas y prósperas, aunque la guerra continuase en casi todas partes. Pocos hombres confiaban en los demás, y muy a menudo los hermanos asesinaban a sus propios hermanos. Pero él, Magnus, Ruard, Njal, y Torsten confiaban y contaban los unos con los otros. Y ahora entendía por qué. Por sus esposas y sus hijos. En el honor de una familia estaba el valor de un guerrero. No había nada más importante que eso. FIN

Títulos Serie Guerreros Vikingos: 1 - El Oso y la Novia 2 - El Cazador de Dragones 3 - El Pacificador 4 - El Destructor 5 – El Seductor

Sobre la autora Jianne Carlo Soy una viciada de Iron Chef America y Law and Order, que adora cocinar, comer y leer. Desearía poder quemar una tonelada de calorías comiendo y siendo sedentaria. ¿Tú no? Casada hace treinta y cuatro años con un hombre increíble que aun me sorprende cada día, y también soy la orgullosa madre de tres fantásticos hijos, ahora todos mayores de edad. Crecí en la isla Caribeña de Trinidad, donde la población está representada por casi todas las razas y naciones del planeta. Aunque de niña asistí a una escuela católica dirigida por monjas, también se enseñaban todas las religiones, el hinduismo, el islam, el budismo, y se celebraban todas las fiestas relacionadas con esas religiones. ¿Sabías que muchos alimentos se derivan de las fiestas religiosas? Los machos alfa, las heroínas fuertes, los lugares exóticos, y las diferencias culturales son mi fuerte. De Mónaco, a Trinidad en la época de Carnaval, a las zonas rurales de Washington, en Denali National Park, en Alaska, en Sleeping Dog, en Texas y en Noruega en 1028 dC, yo viajo por el mundo a través de mis libros, y comparto mi visión con los lectores. Mi carrera como escritora comenzó en 2008, y desde entonces he tenido la suerte de publicar nueve libros, incluyendo mi primer histórico, lanzado a finales de 2010, y actualmente tengo seis manuscritos en curso. Uno de los aspectos más gratificantes de escribir, es escuchar a los lectores, y nada me alegra más el día, que un correo electrónico de alguien que haya leído uno de mis libros. Me gusta escuchar la fantasía que agrada a las personas.